Cual amante furtivo, el M-19 no ha contado todo


Los del Eme optaron por la estrategia del que engaña a la esposa y le cuenta, pero sólo a medias

Alguna vez le pregunté a mi amigo Arturo, casado con Tere y mujeriego, si no le aburría inventar disculpas cada vez que tenía un affaire. Me reveló su secreto: contarlo todo. Aclaró que él relata sólo los hechos: “estuve en tal parte con Fulanita”. Si le toca hablar de un encuentro, que ya contado no alcanza la categoría de mentira, inventa una razón, la que sea. “Cubierto en lo esencial, cualquier carajada sirve, nunca estoy fuera de base”. Para la aventura de varias semanas en el apartamento de una nueva amante, visitándola día de por medio, le dijo a Tere que allá se la pasaba porque le estaba ayudando a una colega con los pliegos de una licitación. Hasta le dio el teléfono. Sin sorpresas, todos tranquilos. “Si uno se aferra a los hechos, contados por uno mismo, mantiene el control y no lo corchan en pormenores”.
La estrategia de Arturo ha sido la adoptada por el M-19 para escribir su historia. Cuentan las audacias y, ya blindados, les agregan cualquier carajadita para explicar lo incontrastable, por qué lo hicieron. Así, cual esposa engañada que sabe en donde y con quien anda el marido, la opinión pública (des)orientada por unos medios seducidos por el Eme, les ha creído a pie juntillas todas sus explicaciones, aún las más alucinantes. En lo fáctico están cubiertos. Y eso les ha dado credibilidad: nada los sorprende, suenan sinceros.

En distintos escritos del M-19 es clara la misma maniobra. Para el robo de armas del Cantón Norte, el tráfico de droga, los secuestros, las visitas a la finca de Escobar, las estrechas relaciones con paramilitares en Puerto Boyacá o el contacto permanente con Cuba a través de Barbarrojapersonaje clave de los servicios de inteligencia, han contado los hechos y ellos mismos sugieren la interpretación bien pasteurizada, masticada para dummies. La razón más traqueada ha sido "eso era por la paz" pero hay otras perlas.  
Arturo ha sido consistente en su estrategia y le cuenta a Tere lo básico de sus aventuras, así sean en otras ciudades. Los del Eme han sido más descuidados, y sobre algunas movidas por fuera guardan silencio. Es por ahí que podrían quedar fuera de base. Los pupilos ecuatorianos del M-19, la gente de Alfaro Vive Carajoque fue entrenada en Colombia y a quienes transmitieron la tecnología del secuestro, ha sido menos taimada, cuenta detalles y muestra arrepentimiento por algunos horrores. Patricia Peñaherrera, comandante quiteña del Eme, relata las técnicas vietnamitas utilizadas para el asalto a un cuartel militar. “Entramos a que todos se mueran, el aniquilamiento total le llamaban ellos. Y eso es un combate muy duro, porque cuando llegas las personas reaccionan, ellos también están formados para reaccionar militarmente con fusiles, granadas, explosivos y eso se volvió una explosión terrible, un incendio, volaban los techos, las sillas, las camas, las personas. Sí, tengo el recuerdo de que es como un infierno”. Difícil encontrar una carajada  para explicar travesuras de ese calibre.

De todas maneras, los del Eme tomaron las riendas del relato e interpretación de sus andanzas en una guerra sucia que contribuyeron a gestar y a mantener. La han edulcorado afirmando ex post que jugando a varias bandas no buscaban el poder sino que trabajaban por la paz. Tanto ex militantes como herederos como seguidores son prolíficos. La producción intelectual no cesa, lo que en últimas delata cierta inseguridad con la ficción que armaron. El evidente sesgo no es inocuo. Ha traído secuelas  incómodas que no contribuyen a esclarecer lo que pasó, ni a la justicia, ni a la paz que heredó la suciedad de la guerra. Si lo único que quedara de Pablo Escobar fueran los relatos de Popeye, el Osito, Alba Marina, Virginia Vallejo y el abrazo de Juan Pablo con los hijos de Galán, los Pepes que mataron al según sus allegados líder popular se recordarían como los monstruos que fueron y tal vez desplazarían la retoma de Palacio en el ranking de la infamia. 

Lo más conmovedor es que cuando podrían enredarse, pues sus “explicaciones” son estrafalarias, se considera irrelevante un mínimo de análisis, o la consulta de otras fuentes para corroborar si lo que han dicho es cierto. El frágil convencimiento se renueva simplemente volviéndoles a preguntar, a ellos mismos. A Antonio Navarro se le hacen entrevistas periódicamente y se le pide, por si acaso no ha quedado bien claro, que confirme una vez más si él sabía o no de la toma al Palacio de Justicia. 
Así hace Tere cada vez que se angustia con algún chisme. Vuelve a preguntar, para que Arturo la tranquilice: "¿amor, seguro que a esa mujer la veías para ayudarle con la licitación?". Él, por supuesto, siempre la reconforta. 

No entiendo por qué Arturo no cuenta todo de frente, simplemente por respeto a Tere. Es seguro que no lo dejará, y ambos vivirían más tranquilos. Comprendo aún menos que los del M-19 ya amnistiados, reintegrados, fogueados en la política, respetados y hasta presidenciables admirados, insistan en subestimarnos, en tratarnos como a esposa cornuda e ingenua. Ya podrían darse cuenta de que el auditorio interesado en la historia del conflicto y en la lógica de sus acciones no es menor de edad. Los tiempos cambian. Ahora, por ejemplo, sería oportuna la historia de una guerrilla que pudo hacer la paz por haber traficado con droga en lugar de secuestrar. Antes de que lleguen los archivos de Barbarroja Wikileaks podrían contar los pormenores de su estrecha relación con Cuba. Además de indignarse porque aún no se hace justicia con los desaparecidos de Palacio, contando la verdad de la toma contribuirían a que se aclaren los hechos. Esa esquiva pero necesaria madurez del debate le daría un nuevo aire a los enredos que no dejan de zumbar e incordiar. Sin verdad no habrá justicia, ni reparación. Ni siquiera parece haber sosiego. La situación es absurda. Es como si dentro de unos años Arturo, ya divorciado o viudo, siguiera inventando carajadas sobre sus andanzas y vetando ciertas películas por ser un espectáculo alrededor de la infidelidad.