Publicado en El Espectador, Septiembre 1 de 2016
Caracol (2016). "Es la decisión de voto más importante que cada uno tendrá que tomar en toda su vida". Caracol.com.co, Julio 19
Coser, Lewis (1974). Greedy Institutions: Patterns of Undivided Commitment. New York: The Free Press
Duncan, Gustavo (2016). "2018". El Tiempo, Agosto 24
Nussbaum, Martha C. (2016). "Una carta para el pueblo colombiano". El Colombiano, Agosto 28
Mejor votar SI, con todos sus bemoles. Nuestro conflicto no fue guerra civil,
pero tampoco una sucesión de crímenes y ataques terroristas individuales. Se
trató de enfrentamientos entre grupos armados de muchos pelambres. La impronta
de poderosas mafias y organizaciones en la violencia colombiana desafía las dos
doctrinas enfrentadas: la obsesionada por penas de cárcel, individualista, y la
que exige cambios sociales, políticos y culturales para desactivar la guerra.
Un enigma de las maras centroamericanas
es la uniformidad de sus jóvenes miembros –por ejemplo los tatuajes- cuya
lógica sería mantener cohesionada la pandilla en contra de los intereses particulares,
incluso de la supervivencia. La noción de organizaciones voraces del sociólogo Lewis
Coser permite entender esa dinámica. Cuando una agrupación fagocita a sus
integrantes, anulando voluntades y capacidad de decisión, pierden sentido las
conductas personales. En grupos militares, órdenes religiosas, sectas o ciertos
clanes familiares la conformidad es absoluta, los comportamientos son
colectivos, y la responsabilidad no recae sobre los individuos, como supone el
sistema penal. Las FARC son voraces, y eso matiza la impunidad: en últimas, se
le puede reprochar a cualquier combatiente su ingreso a la guerrilla, pero no
haber participado en secuestros, combates o tomas de poblaciones, acciones
ordenadas por la organización, bajo amenaza de muerte. Estudiosos de ETA anotan
que ni siquiera los miembros del comando superior escapaban a ciertas normas
impuestas por la banda, cuya “voluntad” no dependía de ellos.
Con reclutamiento forzado o engañoso, y
a temprana edad, como en las FARC, el compromiso unánime con el colectivo es
más nítido, y la iniciativa personal inexistente. El escándalo por los menores
en poder de la guerrilla –con la alucinante justificación de que no los sueltan
por “problemas jurídicos”- enfatiza el control grupal.
Una organización que trasciende a sus
integrantes debe ser desarticulada interna y formalmente por sus líderes. Ahí
radica la importancia del acuerdo con las FARC que, por resolución colegiada, aceptan
liquidar la organización. Esa oportunidad nunca se había presentado, es
imprudente dejarla pasar, y por eso conviene votar SI. Es la pepa dura, real y
concreta del acuerdo; lo demás son intangibles, sueños o pesadillas, que
dependen de la ideología de cada quien. Hubiera preferido hacer esta
recomendación con entusiasmo y júbilo inmortal, no con el lánguido argumento
del mal menor, muy en boga. Con Coser, un debate bien precario, escasa
información y sin bola de cristal, prefiero endosar la paciencia del equipo
negociador que la terquedad de la oposición.
No todo es digno de aplauso. Si
Colombia rural quedó devastada por la guerra, la institucionalidad salió
aporreada con la paz a cualquier precio. Sin que hiciera falta, se acomodó la
historia, se silenciaron costos, se irrespetaron plazos y se incumplieron
compromisos. La frontera de lo que legalmente puede hacer el ejecutivo se
volvió maleable: por sacar adelante el proceso se rozó la corrupción. La
sindéresis y el sentido común se resintieron: nos trataron como a menores de
edad. El debate político, necesario para supervisar y pedirle cuentas al
gobierno, se volvió una trifulca de egos. No hace falta castrochavismo para anotar
que la democracia sale debilitada. El régimen, presidencialista y palaciego,
refinó su capacidad para manipular la opinión pública, los medios, el
legislativo y la justicia, que queda averiada cuando más se requiere. Los
abusos de poder se maquillaron con propaganda, bochornosas disertaciones de
expertos y hasta estrellas de universidades extranjeras, burdo argumento de
autoridad. La hegemonía y el unísono fueron secundados por una élite académica,
intelectual y mediática que, desde la campaña de reelección de un mandatario
oligarca e impopular, renunció a indagar, analizar, evaluar y criticar el
proceso, estigmatizando el disenso. Primó el nefasto principio de que un buen
fin justifica medios dudosos, hasta ilegales.
A los maltratados ciudadanos nos piden ahora
“la decisión de voto más importante que cada uno tendrá que tomar en toda su
vida” (sic) refrendando a las carreras y en bloque, con pregunta amañada, un
texto que apenas conocemos, bajo la amenaza, más oficial que subversiva, de que
si no lo aprobamos volverá la guerra: una democracia de veras participativa.
De todas maneras, mejor no correr
riesgos y votar SI. El daño legal e institucional ya está hecho y la
incertidumbre del NO empantanaría aún más las perspectivas de esa patria soñada
que el voluntarismo santanderista insiste en anunciar porque una guerrilla
voraz y sanguinaria deja de existir. Implementar las reformas dependerá en gran
medida del próximo gobierno. Una mujer en la presidencia ayudaría, siempre que
busque sin tregua el tesoro escondido de las FARC y se le mida a desmantelar
esas pandillas políticas, vanidosas, pendencieras, corruptas y algo voraces:
les faltan los tatuajes.
Caracol (2016). "Es la decisión de voto más importante que cada uno tendrá que tomar en toda su vida". Caracol.com.co, Julio 19
Coser, Lewis (1974). Greedy Institutions: Patterns of Undivided Commitment. New York: The Free Press
Duncan, Gustavo (2016). "2018". El Tiempo, Agosto 24
Nussbaum, Martha C. (2016). "Una carta para el pueblo colombiano". El Colombiano, Agosto 28
Pinker, Steven & Juan Manuel Santos (2016). “Colombia’s Milestone in World Peace”. The New York Times, Aug 28