La misteriosa felicidad colombiana

Publicado en El Espectador, Enero 21 de 2016

En una encuesta Gallup, Colombia volvió a liderar el ranking mundial de la felicidad.  Para quienes no disfrutan la rumba y sufren el rumbo nacional, intentaré resolver el enigma.

¿Por qué con conflicto, narcos, corrupción, miseria y un largo etcétera de calamidades, los colombianos somos de nuevo campeones de la felicidad? Una conjetura es que muchos hacen lo que se les antoja, y viven felices sin restricciones legales ni sociales. Los que sí saben cómo son las vainas no dudan que la encuesta se hizo entre gente que no vive en Colombia. El Huffington Post, con ojo viajero, sugiere nueve razones: geografía, fútbol, clima, café, gastronomía, ciclovías, días festivos, bellas mujeres y muchos festivales. Cada optimista alargará la lista con sus colombianadas y cada izquierdista tendrá otras para justificar su desespero.

La Encuesta Colombiana de Valores (ECV) aclara algo el misterio. En el país las mujeres son menos felices que los hombres, en parte por el principal factor de bienestar, la salud: ellas no se sienten tan en forma como ellos, pero aprecian ese elemento crucial del bienestar. Entre sociedades la proporción de gente feliz no depende del ingreso, pero en la ECV la satisfacción personal sí aumenta significativamente con la situación económica. Aún más importante que el estrato, y con acento femenino, está la religiosidad. Casi 80% de las colombianas consideran que la religión es muy importante en su vida, asisten a servicios religiosos una o más veces por semana y eso las mantiene contentas. Estado civil y familia también repercuten. Para los hombres la opción preferida, de lejos, es la unión libre sin hijos. En la muestra ECV todos (sin todas) los que disfrutan esa situación sin compromiso se sienten realizados. Por regiones, el bienestar de las mujeres es mayor al reducirse el machismo laboral de los varones, que no afecta la felicidad masculina.

Estos resultados dan luces sobre la dicha colombiana diferentes a los motivos turísticos del Huffpost. Como la salud y la situación económica son fundamentales, su mejoría es la médula del indicador. Para percibir estos adelantos los colombianos no se enredan con estadísticas: los captan en las salas de espera de los consultorios, o comparándose con la abuela; salen a la calle, bajan a veranear, van a centros comerciales, a restaurantes, a universidades o al aeropuerto y recuerdan cómo era el país hace unos años. Si encima una reducida élite zurda y agorera les insiste que estamos peor que nunca, que la pobreza no cede y el sistema sanitario es un desastre, su satisfacción se refuerza, se sienten comparativamente más privilegiados. Qué irónico aporte de los mamertos a la felicidad nacional que tanto los irrita.

Los hinchas de fútbol colombianos son los que más rezan por su equipo. La incidencia de la religiosidad es bien alta y constituye otra fuente de felicidad, que debe agravar la tirria izquierdista con el ranking. Cada quien podrá verificar si la tía camandulera disfruta más la vida que el trascendental amigo marxista, o la combativa compañera feminista, como indica la ECV. El avance educativo y laboral de las mujeres, verificable en la familia y destacable internacionalmente, ha contribuído al bienestar no solo por su impacto económico sino por el correspondiente retroceso de cierto machismo, no todo.

Colombia es casi líder mundial de la unión libre, y encabeza los nacimientos por fuera del matrimonio. Estos arreglos de pareja contribuyen a que picaflores e irresponsables, que pululan, se sientan contentos y suban el índice. Virginia Gutiérrez demostró hace décadas lo que intuímos desde niños: que el concubinato los favorece a ellos a costa de ellas, que preferirían casarse. Esta feminista empírica irremplazable hubiera quedado sorprendida con la entusiasta y cursi defensa reciente del matrimonio, después del largo desprecio intelectual por la institución, y la falta de empatía con muchas colombianas que no lograban formalizar su relación con parejos esquivos, envalentonados por un discurso anticonyugal que ella no compartía y hace poco pasó de moda. Ante un embarazo que los baje de la nube, o alguna sardina que les permita reiniciar la vida sin ataduras, los machos tradicionales, financieramente empoderados por compañeras que comparten los gastos, seguirán campantes evadiendo responsabilidades. Ahora alegarán que el aborto se legalizó y el matrimonio es para maricas.

La receta de la felicidad patria no podía ser más macondiana: el índice Gallup lo jalona un salpicón de Fernandas rezanderas con Úrsulas estudiadas, trabajadoras y económicamente independientes, cohabitando con Buendías resbalosos y machistas, perdiendo terreno, pero sintiéndose saludables, afortunados y seductores perpetuos porque un coro de Melquíades quejumbrosos les hizo creer que son los elegidos en un país tan jodido como al empezar la guerra.









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