Monogamia y democracia

Publicado en El Espectador, Julio 6 de 2017

La vanguardia intelectual celebró como gran avance la trieja paisa y el poliamor, un arreglo atávico, retrógrado, patriarcal y elitista.

“Duélale al que le duela, los tiempos se están ajustando para darle cabida a todos” proclama una periodista. Opina que “muchos no son tantos”, ignorando que la poligamia se asocia con la dominación masculina, no con la igualdad. La monogamia refleja el desequilibrio de poder menos marcado, entre géneros y entre ciudadanos. Con una muestra representativa de sociedades tradicionales en distintas épocas, la antropóloga e historiadora Laura Betzig analizó qué tan frecuente era la relación entre despotismo y éxito reproductivo. Encontró que los tiranos se destacan por el acceso fácil a mujeres, mayor número de parejas, posibilidad de casarse con quien escogen y fidelidad de sus consortes. Los mismos logros exhibidos por comandantes y mafiosos durante el conflicto.

Nadie sabe el número de mujeres de Hammurabi (1792-1750 a.C.); aunque el matrimonio en Babilonia ya era monogámico, se aceptaba la prostitución y uno de los usos corrientes de las esclavas era el sexo. En el antiguo Israel, los soberanos se reservaban varias consortes. El rey del Cantar de Cantares tenía 60 reinas y 80 concubinas; David por lo menos seis esposas y Rehoboam casi ochenta mujeres, bastante menos que las setecientas esposas y tres mil amantes de su padre Salomón. En Roma del siglo II, cualquier ciudadano acaudalado tenía muchas concubinas.; el número de esclavas para este tipo de harems podía ser de cientos, hasta miles.

En el siglo XIX en Dahomey todas las féminas eran “para el placer del rey”. Cualquier objeto de su deseo con forma de mujer, soltera, casada o comprometida, terminaba en su harem. “Se mencionan cantidades fantásticas de amantes del soberano. Cualquier informante hablará de varios miles”, divididas en cuatro categorías: las esposas que vivían o habían vivido con el rey; las amazonas, guerreras que él controlaba y obligaba a ser vírgenes a pesar de no desearlas; las esclavas y las ancianas. La jerarquía reproductiva la mantenían muchas familias que ofrecían a sus hijas para garantizar los favores del soberano.

Sociedades africanas supestamente monogámicas eran regidas por machos alfa con varias docenas de esposas. En Samoa, las novias traían sobrinas o “damas de honor” y el matrimonio empezaba con dos o tres concubinas. “Entre más esposas quisiera el jefe, más contentas las familias, pues cada boda significaba otra dote. Algunos llegaban a casarse hasta 50 veces”.

En Azande, Sudán, diputados de segundo nivel tenían varias esposas. La poliginia era privilegio de unos pocos. Un censo de finales del siglo XIX reveló que de cada 100 hombres, 26 eran solteros, 47 casados monógamos, 18 con 2 esposas y 9 con más de 2; los jefes tenían entre 30 y 100 y el rey más de 500. Allí mismo “las jóvenes son monopolizadas por los polígamos ricos a veces desde los ocho años”.

En Ganda, África oriental, el rey llenaba sus aposentos con jóvenes a su disposición. Los emisarios buscaban en sus dominios niñas que pudiera convertir en consortes. En los “consejos matrimoniales”, terratenientes y jefes locales le escogían vírgenes, entre los 12 y los 17 años.

Montezuma tenía dos esposas legítimas y muchas amantes, hijas de oficiales. Los incas mantenían dos claustros de mujeres: las de sangre real, castas y dedicadas al Sol, y las hijas de hombres comunes o parientes lejanos para ser amantes del Inca. Garcilazo de la Vega señala que “los padres consideraban la mayor felicidad poder tener una hija escogida por el Inca como concubina”. Por ley, el número de mujeres dependía del poder político. Caciques y principales podían tener cincuenta, líderes de menor jerarquía desde tres hasta treinta y el hombre común lo que quedara disponible.

Mulay Ismail, El Sanguinario, sultán de la dinastía alauí de Marruecos en el siglo XVII, “tenía un gran número de esclavas para su uso personal: 25.000. Engendró 888 hijos con múltiples esposas”.

Los poderosos con muchas mujeres también se destacan por ser muy celosos: sus esposas y concubinas han estado invariablemente sometidas a algún tipo de encierro. Una de las acepciones del término pareja es “igual o semejante”. Qué ingenuidad pensar que con multiplejas no habrá desigualdad, dominación, sometimiento, rivalidades, mentiras, manipulación. Si se silencian los costos, cualquier arreglo institucional puede parecer una maravilla. Como la democracia, la monogamia es imperfecta pero no se conoce algo mejor.

Ni siquiera entre personas alejadas del poder la trieja es novedosa. En Colombia, por ejemplo, abundan los poliamores clandestinos: sin el interés militante LGBT de pregonarlo a los cuatro vientos, 18% de los hombres y 8% de las mujeres reportan tener de manera regular más de una pareja sexual.









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