Paz de santos, nadaístas y neoliberales

Publicado en El Espectador, Mayo 2 de 2019


Trinos recientes de Humberto de la Calle reviven el escepticismo sobre el inmodesto “mejor acuerdo posible”.

Desconcierta su papayazo con quienes usan Transmilenio sin pagar: “economistas: qué tan viable es asumir vía tributos la tarifa del transporte masivo para que sea gratuito? Quitarnos de encima el fenómeno incontrolable de los colados”.

En este mensaje hay varios yerros: suponer un barril fiscal sin fondo, ver la economía como suma y resta de recursos, no como obsesión por los incentivos, enfoque que magnifica el desatino. Si fuera solo un tuitero irresponsable, vaya y venga. Pero el principal negociador con las Farc sí prende alarmas retrospectivas sobre eventuales concesiones para apaciguar como sea, “quitarnos de encima” algo “incontrolable”.

Un trino posterior refuerza la desazón. “La tragedia de Allan García: su suicidio puede ser prueba de inocencia o culpabilidad… fue un hermoso acto de dignidad”. La declaración revela condescendencia selectiva con ciertos pillos. Si esa decisión la hubiera tomado un conservador corrupto, su motivación no suscitaría inquietud. Otro tweet invita a no creer en la inocencia de Fujimori. Los delitos de algunos políticos populistas permiten dudas, otros no.

La cuenta twitter @DeLaCalleHum ayuda a entender una paz santista económicamente ilusa y con incentivos perversos. Todavía orgulloso nadaísta, de la Calle joven padeció fiebre antisistema, con Mula Revolucionaria y castrismo desbordante que pudieron moldear cierta candidez con la criminología política de Santos. El manifiesto inicial del movimiento es diciente. “Aspiramos a que el Nadaísta sea un Escritor-Delincuente. Que al elegir la belleza pueda elegir también el crimen, sin que haya contradicción. Su pasión por la belleza puede conducirlo a su pasión por el delito, sin remordimientos. Para nosotros no existen los muros coercitivos del código penal”. Esa filosofía concuerda con el rechazo a las sanciones de la justicia restaurativa que inspiró la JEP.

La erudición, sindéresis y lucidez de otro nadaísta, Eduardo Escobar, crítico de la laxitud ante cualquier violencia, habrían fortalecido principios en las filas del equipo habanero. Igualdad ante la ley y paz con otros guerreros no causaron desvelo. A pesar de toda la dedicación, buenas intenciones y honestidad, menospreciaron los incentivos del Acuerdo para grupos armados que no lo firmarían. Desestimaron la intervención de Cuba y la dimensión internacional del conflicto, que hacen metástasis. Se contagiaron de la ignorancia fariana sobre el funcionamiento de los mercados: no lograron estimular el empleo privado de reinsertados, aún menos con enfoque de género. Creyeron suficiente “asumir vía tributos” el posconflicto. Estos deslices pasan factura. La situación es tan delicada que la FIP, el think-tank que personas desinformadas consideran propiedad de Sergio Jaramillo, ya admite “la continuidad de la confrontación armada”.

En Colombia, hacer pactos o creer en intenciones manifiestas resulta azaroso. La incongruencia es ubicua. Criticando el intervencionismo, la tecnocracia neoliberal agrandó considerablemente el Estado. Cual capitalistas salvajes, grupos insurgentes explotaron mercados ilegales para financiarse y beneficiar comandantes. Economistas que pregonan minimizar el sector público aceptan puestazos o jugosos contratos oficiales. La pazología, crítica de la codicia capitalista, atrajo ávidos negociantes que priorizan las ganancias de entidades sin ánimo de lucro. Este escenario lo viví en el Externado con un proyecto de reinserción de expandilleros en el barrio Egipto. La experiencia ilustra las injusticias del Acuerdo de Paz y la hipocresía de quienes lo defienden dogmáticamente, actitud más perniciosa que los vestigios nadaístas.

A la caótica lluvia de ideas, ejecución tortuosa y falta endémica de recursos se sumaron problemas judiciales inauditos frente al perdón de atrocidades a la guerrilla. Una de las principales canteras de juristas del país, donde barrió el Si del plebiscito, no movió un dedo para detener ese torpedo discriminatorio contra una paz local. “Nos hubiera ido mejor atracando con brazalete”, anotaba el Calabazo; o secuestrando y poniendo bombas para las Farc, agrego yo.


Al “ni rajar ni prestar el hacha” de trámites cuasi soviéticos se sumó el principio de enseñar a pescar sin regalar peces, con angustiosos fines de mes ilíquidos y con riesgo de reincidiencia, fácilmente evitables para una institución solvente cuyos saberes jurídicos permitían buscar la extensión de gabelas del Acuerdo a unos cuantos jóvenes. La aversión visceral a la caridad, insensible a la esencia de un proceso con origen y orientación cristianos, vetó un padrinazgo de uniformes y matrículas escolares para hijos de expandilleros, meollo de su renuncia a delinquir. La opción de visitar otros barrios marginales convenciendo jóvenes de que el crimen no paga, un coaching rentable, reforzador y ejemplarizante, enfrentó otra prohibición categórica. ¿La razón? Algunas universidades copiarían la iniciativa de prevenir la violencia en su entorno y esa herramienta de mercadeo perdería la ventaja competitiva de la exclusividad. En buen romance, primero las matrículas, luego la paz. La retórica progre y solidaria puede esconder una táctica neoliberal con pretensiones monopolistas. Faltan trinos y reportajes sobre tamaño fariseísmo.











Trino 1trino 2 y trino 3 de Humberto de la Calle

Arango, Gonzalo (1957) "Primer manifiesto Nadaísta". En gonzaloarango.com blog

Cárdenas, Santiago (2019). “Los secretos de Humberto de la Calle en la mesa de La Habana”. El ColombianoFeb 21

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De La Calle, Humberto (sf) “Humberto de la Calle antes de entrar a la política”, SoHo 

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Vargas Sánchez, Lina Julieth (2015). “El nadaísmo es una flor con sensibilidad socialista: los nadaístas y su relación con la política”. GoliardosNº 19