Publicado en El Espectador, Noviembre 24 de 2016
La violencia de los policías al detener
a varias mujeres por ofrecer servicios sexuales en una plaza de San Victorino
en Bogotá refleja clasismo e hipocresía.
Mientras ellas consideran que las
detuvieron por “ser putas”, los uniformados afirman que fue por su “alto grado
de excitación”. Cuesta imaginar semejante operativo –con bofetada de una mujer
policía a una de las detenidas- en otros escenarios del sexo pago. Nunca ha
habido redadas contra prepagos universitarias que ofecen GFE (girl friend
experience) y desde el campus concretan citas por redes sociales o celular.
Allí sonaría destemplado el comentario policial tras los abusos en La Mariposa:
“¿por qué no educan a esas putas?".
El clasismo permea hasta el lenguaje
impuesto por la susceptibilidad activista. El giro correcto “mujer que ejerce
la prostitución”, acuñado para evitar términos que conlleven la idea de un
oficio permanente, no tiene equivalentes como “dama que practica el escortismo”
o “universitaria en situación de prepagada”, a pesar de que su dedicación es
más ocasional, y por pocos años.
Hace unos meses, autoridades
capitalinas visitaron residencias en la localidad de Santafé. Recordaron la
prohibición de “prestar el sevicio por ratos”: fuera de la zona de tolerancia
no puede haber prostitución. Esta restricción también atañe únicamente al estrato
precario y visible de la actividad, el de la calle. Con negocios de fachada -como
saunas, spas o salas de masaje- servicio a domicilio, moteles, hoteles cinco estrellas
para extranjeros, se esfuman los controles, a veces se revierten. En Cartagena,
un policía acompañó a Dania Londoño a cobrarle sus servicios a un agente
secreto gringo; al convertirse en figura mediática, ella aclaró el abismo existente
entre una prostituta y una prepago, que “puedes sacar a cenar, que se viste
bien, que habla y actúa como una señora”. Además de varias demandas,
inspecciones sorpresivas en lugares sofisticados también dejarían pruebas
irrefutables de comercio sexual: condones usados y porno en una televisión. Los
acuciosos funcionarios que morbosamente supervisan encuentros furtivos deberían
saber de un lujoso hotel madrileño con habitaciones por horas para que
empresarios y políticos echen una siesta bien acompañados, sin interrupciones,
en “camas celestiales”.
Mujeres que se ofrecen en la vía
pública son la parcela humilde, humillada, arrinconada y declinante del mercado
del sexo, ignorada hasta por “catadores” que prueban “prostis” en burdeles,
prepagos -“que citas por teléfono y ves por Twitter o páginas web y te
encuentras con ellas en un motel o residencia”- escorts o acompañantes. “Recuerdo uno que me hizo una reseña divina,
súper buena gente”, anota satisfecha una catada. El amplio territorio de estos especialistas
en “degustar mujeres alquiladas” sobrepasa con creces la zona roja de la ciudad.
Nathalia Guerrero, una reportera más
informada e interesada que muchas académicas por entender ese entorno, anota
que si se dedicara a la prostitución, Twitter sería “la principal herramienta
para vender mi producto… Con poca censura, reduce el contacto con el cliente
hasta el momento del encuentro, y aumenta la eficiencia, la clientela y la
discreción que encontraría en una esquina, parada con una falda diminuta
durante toda la noche”. Le faltó agregar que se ahorraría problemas con
policías, a quienes sólo acudiría para una emergencia con algún matón usted-no-sabe-quien-soy-yo
o cuando le pongan conejo, como a Dania.
Aunque indispensable, la política de
zonificación del amor venal es ardua y polémica. Sobra sumarle discriminación
contra las mujeres más desfavorecidas, estigmatizadas, de bajos ingresos,
mayores riesgos e hijos a cargo; aquellas que, sin ser menores de edad, les
toca lidiar con la industria del rescate: académicas, activistas y ONGs que pretenden
redimirlas sin escucharlas, ni reconocerles capacidad de decisión, ni agencia,
amenazando con convertir a sus clientes callejeros, y sólo a ellos, en delincuentes.
De prepagos y escorts el feminismo no
habla, ni aquí ni en Suecia, donde también las hay. Los segmentos glamurosos,
dinámicos y sin intermediarios de la prostitución incomodan porque desafían el dogma
de una actividad siempre forzada. Como ocurrió con la droga, es un exabrupto
ilegalizar el mercado del sexo, entregándolo a las mafias, en lugar de entenderlo
y analizarlo, para regularlo. El combate contra el tráfico de menores o la
violencia, por ejemplo, se dificultan con la prohibición y pueden facilitarse
si colaboran prostitutas con plenos derechos que los denuncien.
No es viable diagnosticar ni intervenir
una actividad silenciando hipócrita y arbitrariamente ciertos segmentos
importantes. La opacidad incuba torpeza, irrespeto y abusos, que afectan sobre
manera a la población frágil, y nunca surgen en un vacío. Hasta hace unos años,
el Código Disciplinario de Policía castigaba los noviazgos de los agentes con
prostitutas, un indicio de que son comunes, y un recordatorio de la complejidad
del fenómeno.
EE (2016). “Controversia por detención de prostitutas en la plaza de La Mariposa, en Bogotá”. El Espectador, Ene 20
_________ “Trabajadoras sexuales denuncian nueva agresión policial en Plaza de la Mariposa de Bogotá”. El Espectador, Ago 9
__________ "Corte Constitucional ordena al Mintrabajo regular trabajo sexual". El Espectador, Nov 18
Guerrero, Nathalia (2015) “El club de catadores de prepagos en Twitter”. Vice, Parte 1- Abril 8, Parte 2 - Abril 10
Rubio, Mauricio (2013). "Ni puta ni trabajadora sexual : prostituta". El Malpensante, Nº 146, Octubre. Versión libre
________________________(2014). "Vigilar y proteger prostitutas". Malpensante, Nº 154, Versión Libre
Semana (2016) "Cuando el noviazgo con prostitutas era un ‘pecado’ en la Policía". Semana.com, Mayo 20
Rivas, Rosa (2002) “El Palace propone siestas en sus 'camas celestiales'”. El País, Mar 15
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Terra (2014). "Se casa Dania Londoño, la chica prepago del Servicio Secreto". Terra, Feb 5