Publicado en El Espectador, Febrero 3 de 2016
Café, la telenovela de
1994 disponible en Netflix, ilustra algunas contradicciones del feminismo.
Gaviota, la
protagonista, recolectora de café, embarazada de un rico estudiante en Londres,
viaja a buscarlo ayudada por un sospechoso fotógrafo. Cae en la prostitución,
en cuanto puede se escapa y trabaja indocumentada hasta que la deportan. Es una
de las pocas del pueblo que se fueron engañadas: se sabe que el fotógrafo
contacta “muchachas de mala vida” para llevarlas a Europa. “Eso es muy típico
en esta región, las muchachas bonitas y con aspiraciones, si logran enganchar
como prostitutas, allá viven bien, hacen plata, y nunca vuelven por acá” anota
un negociante.
Las colombianas lideran,
con brasileñas y dominicanas, la prostitución latina en Europa. La emigración
femenina empezó a finales de los sesenta, tras La Violencia. Ahí algunas
compatriotas decidieron vender servicios sexuales en España, actividad que
cambió radicalmente con internet. Calles y puticlubs de carretera evolucionaron
hacia burdeles virtuales en los que las escorts se anuncian directamente. Esa
tecnología ya llegó al país para modernizar un dinámico legado del
narcotráfico, que sirve de trampolín para emigrar.
Incluso en épocas
arcaicas del negocio, las prostitutas colombianas han sido independientes de
chulos o rufianes. Es una paradoja que en un país con tantas mafias la médula
del comercio sexual sean redes femeninas. Con la edad, unas mujeres se
organizan con algún cliente, o vuelven al país para montar algún negocio; pero
otras se reciclan como empresarias, reclutando y financiando a sus
reemplazantes. Los destinos se diversificaron y a veces llegan, con regalos
para la familia, mujeres deportadas que aprovechan sin sonrojo el pasaje de
repatriación como víctimas, blanqueando sus arriesgadas decisiones.
Hablar de ese mundo está
vetado. Agencias multilaterales,
burocracia y ONGs capturadas por el feminismo decretaron que sólo existe
prostitución forzada, camuflando una realidad mucho más compleja. El montaje de
víctimas sin ninguna responsabilidad convierte mujeres adultas en entes
incapaces de decidir, y dificulta la lucha contra quienes engañan menores de
edad.
Volviendo a la Gaviota,
hay una escena de gran actualidad: cuando por fin logra el empleo que buscó con
ahínco, el jefe de personal se sobrepasa, y ella lo pone en su sitio sola, sin
pedir ayuda. Campesina curtida en las cosechas –“no sea atrevido, mucho
cuidadito”- abusada en Europa, con más adversidades que estudios, controla su
destino. Qué contraste con el melodrama de una abogada que por meses silencia
ultrajes de su jefe, eventual amante y seguro mentor, para ventilar sus quejas,
no ante la justicia, sino con quien provoca un linchamiento virtual.
Las feministas se han
molestado con la alusión a la calidad de ex-reina, como si el dato fuera
irrelevante. Tocaría suponer que el presunto abusador que la nombró secretaria
privada o el justiciero que la vengó fueron indiferentes a su belleza. También
habría que olvidar que las novias de guerreros destacadas por los medios han
sido siempre ex-reinas o modelos, nunca campesinas forzadas a ser amantes e
incluso a abortar; y hacer caso omiso que esos abusos sexuales mayores están a
punto de ser condonados sin que protesten los rescatadores de una mujer de estrato
alto agobiada por madrazos y selfies pornográficos.
Un incidente confuso
quedó convertido en arquetipo de acoso sexual en el trabajo con la pretensión
de que la víctima, por ser mujer, no tomó ninguna mala decisión. Como en la
prostitución, se descarta de plano la posibilidad de administrar los encantos
con fines laborales, favoreciendo el uso oportunista de la ley y debilitando la
protección de quienes realmente la requieren. Con tanta desigualdad, y un acoso
sexual generalizado que por décadas callaron las feministas, parece un mal
chiste que el paradigma de víctima sea una mujer tan íntimamente vinculada al
poder.
Es deplorable que el
caso haya sido resuelto primero por la parajusticia periodística, arbitraria,
elitista, opaca, sin contrapeso ni supervisión. La demanda tardía ante la
fiscalía puesta por una activista recién convertida, apadrinada por medios,
militantes y redes sociales, rodeada de micrófonos manejados con destreza,
parece justicia ficción. Ninguna víctima, ni de telenovela, encaja en ese
perfil. Si de impulsar denuncias se trata, mejor recurrir a series con guiones
verosímiles, cercanos a las colombianas comunes, y con protagonistas femeninas
que sí sirvan de ejemplo.
Quedaron silenciadas
quienes merecen reconocimiento y apoyo: muchas mujeres, sin educación o
profesionales pero con principios, que jamás recurrirían a atajos laborales ni
a procedimientos faranduleros, y que no necesitan protección de columnistas ni
de activistas porque, normalmente, a la primera insinuación susceptible de
escalar hasta el abuso sexual, saben hacerse respetar,
como la Gaviota: sin miedo ni pelos en la lengua, con más coherencia y dignidad
que Astrid la ex-reina, perdón, abogada.
Coronell, Daniel (2016) "El acoso no era solo laboral, también sexual". Semana, Enero 23
RCN (2016) "'Es de las principales acosadoras': exfuncionaria de la Defensoría sobre Astrid Cristancho". Enero 27
Rubio, Mauricio (2004). "La prostitución latinoamericana y su incidencia en España". IUISI
Rubio, Mauricio (2010) "Brevísima historia de la prostitución en Colombia". Blog Personal
Semana (2016). "Esta es la historia de la exreina que puso en jaque a Otálora". Enero 29