Publicado en El Espectador, Junio 8 de 2017
Un indicador insólito de autoritarismo
político podría ser el “conjunto de pelos que nacen sobre el labio superior”.
Cuando el dibujante Hergé, creador de
Tintín, buscaba un emblema para ilustrar el régimen de Plekszy-Gladz, dictador del
país imaginario de Bordurie en el Asunto Tornasol, hizo del bigote el símbolo
del culto a la personalidad: aparecía en la bandera nacional, los calendarios,
los vehículos e incluso en el lenguaje, como acento circonflejo.
En 2012, a raiz de los levantamientos
populares sirios, Bachar al-Asad decidió cortarse el bigote que llevaba desde
que inició su carrera política. Periodistas franceses de Slate interpretaron
ese gesto como un deseo de eliminar la eventual imagen totalitaria y decidieron
verificar si entre los déspotas había una mayor tendencia a usar bigote. Para 147
dictadores modernos encontraron
que el 42% de ellos llevaban lo que Hergé definió como característica de la tiranía.
En esa muestra, además, los bigotudos duraban más en el poder que el resto. Entre
los doce dictadores más sanguinarios, la proporción es del 75%; los únicos sin
bigote -Mao, Pol Pot y Kim Il Sung- son orientales, más lampiños.
Cuando el mandatario sirio decidió
dejarse crecer de nuevo su mostacho, los mismos periodistas entrevistaron a un
experto. “Se trata de un bigote
militar. Muchos sirios tienen bigote. Él se viste de manera occidental, con
vestidos ingleses hechos a la medida. Me pregunto si ese fino bigote no es una
tentativa de establecer un vínculo entre esos dos mundos. El mundo de la
política y el del ejército, el mundo del Este y el de Occidente”.
El bigote dictatorial más famoso es el
de Hitler quien, a pesar de haberlo lucido siempre, tardó en darle su forma
definitiva. Fue en 1922 -al fundar el partido Nacional Socialista y dibujar su
emblema, la esvástica, sobre la bandera roja y negra- que lo acortó
considerablemente, primero un poco redondo y luego vertical, con corte neto. El
montaje para sus dicursos incluyó gestos fríamente calculados a partir del
lenguaje del cine expresionista de la época, “la mano alzada, imprecaciones,
dedo dirigido al cielo, puño cerrado, gesto de rechazo, susto, horror, súplica,
persuasión y, en medio de ese ballet nervioso, el mechón pegado con gomina, el
pequeño bigote negro y duro, y el rápido cambio de gestos: susto, odio, orgullo
marcial, revancha, cólera, furia”.
Para representarlo en su clásico El
Dictador, Charles Chaplin estudió detenidamente fotografías del Führer. “Su
cara era terriblemente cómica: una mala imitación de mí, con su ridículo
bigote, sus cabellos mal peinados que colgaban en mechones repugnantes, su boca
pequeña y delgada. No lograba tomar a Hitler en serio. El saludo con la mano
levantada, la palma hacia el cielo me daban ganas de ponerle encima un plato
sucio. Era un loco, deliraba. Pero cuando Eisntein y Thomas Mann tuvieron que
salir de Alemania, esa figura de Hitler ya no me pareció cómica sino siniestra”
comenta en sus memorias.
Sin tener ni idea de semiótica, bien
lejos de entender por qué nunca me dejé el bigote, ni la afeitada definitiva de
mi papá durante su primer viaje a los EEUU en los sesenta, ni esa marca de
algunos familiares y amigos, o los sorpresivos ciclos en otros, no me atrevo
siquiera a especular sobre la asociación entre dictadura y bigote. En 2012
Michelle Bachelet le advirtió a la candidata presidencial mexicana Josefina
Vázquez Mota: “te harán preguntas que a un hombre jamás le harían, pero que
nunca te dé tentación de ponerte bigotes para gobernar; gobierna como una
mujer’”. Para la historiadora Lucinda Hawksley la moda del bigote se ha
fortalecido cuando los varones han sentido su poder amenazado por el feminismo.
“Además de tener una mujer monarca, los hombres victorianos se sintieron
sitiados por mujeres atreviéndose a pedir el voto”. Cuando en los sesentas la
liberación femenina volvió a tomar impulso, el pelo facial brotó de nuevo.
Recientemente, con la búsqueda de igualdad mediáticamente fortalecida, “la
inmensa barba hipster empezó a florecer”.
Para desprestigiarlo, el meme de un
Gustavo Petro Chavista viene con un mostacho que no tuvo en la guerrilla. Fabio
Vásquez Castaño, el Cura Pérez, Antonio García o Gabino del ELN; Bateman,
Pizarro, prácticamente todos los líderes del M-19 y, en general, los rebeldes o
criminales que, como Pablo Escobar, quisieron usurpar el poder con las armas
lucieron frondoso bigote, mucho más que los políticos que buscan votos. Sería
tranquilizador que esa fuera la única seña totalitaria de Jacobo Arenas, Raúl
Reyes, Alfonso Cano, Romaña, Mono Jojoy, Iván Márquez, Timochenko, Jesús
Santrich, Joaquín Gómez, Pastor Álape, Andrés París y otros comandantes de las
Farc; que bastara una afeitada general para ver con optimismo el
posconflicto.
Fleurot, Grégoire (2012). “Un bon dictateur doit-il porter la moustache?”. Slate.fr, Mars 8
Fleurot, Grégoire (2013) “Que signifie la moustache de Bachar el-Assad?”. Slate.fr, Sep 13
Florentin, Thierry (2017). “La moustache d'Adolphe Hitler, un plus-de-jouir qui ne serait pas de semblant ?”. ALI, Association Lacanienne Internationale, Extraits du Séminaire d’Hiver.
Hawksley, Lucinda (2014). Moustaches, Whiskers & Beards. London: National Portrait Gallery
Romo, Rafael (2012). ""No caeré en la tentación de ponerme bigote para gobernar": Vázquez Mota". CNN, Marzo 1
Romo, Rafael (2012). ""No caeré en la tentación de ponerme bigote para gobernar": Vázquez Mota". CNN, Marzo 1
Rubio, Mauricio (2017). "Supremo Corrupto, Mentiroso, Asesino y Machista. Un perfil del dictador". Documento de Trabajo, Facultad de Economía Universidad Externado de Colombia. Versión preliminar
Slate (2012) “La liste des dictateurs modernes”. Slate.fr, Mars 8