Las visitadoras de las Farc

Abril de 2015

Hace unos años la Fiscalía reveló que una decena de jóvenes habían sido ‘reclutadas’ por las Farc en bares de Medellín y el eje cafetero, llevándolas a sus campamentos para atender desde guerrilleros rasos hasta comandantes. Una joven que trabajaba en la capital antioqueña contó cómo la abordaron unos milicianos. "Me prometieron que ganaría tres millones de pesos libres en tres meses (un poco menos de diez salarios mínimos mensuales) y que después volvía a Medellín. Nos mandaron en avión, todo a lo full". No hubo coerción y casi ni siquiera engaño. Con 21 años, la joven sabía que iba a trabajar como prostituta, pero no le dieron mayores detalles sobre las condiciones.

La llevaron a un campamento guerrillero situado en las zonas cocaleras entre Meta, Caquetá y Guaviare. Según ella, su historia es similar a la de decenas de mujeres que trabajaban allá para la organización. "El asunto se complicó cuando vi la fila de hombres. Me obligaron a estar con todos ellos y con los que llegaran. También debía participar de las 'jornadas comunitarias'. Eso es barrer calles, 'raspachinear' coca y, extra, atenderlos. No se pueden imaginar lo terrible que fue".

Su tabla de salvación fue una enfermedad tropical que obligó a sus contratantes a sacarla de la zona. "Me enfermé y me dejaron salir; si no, estaría allí. Todas ellas se quedaron".

El gran impulso que le dieron a la prostitución colombiana los grupos armados es una de las realidades más silenciadas por la nueva historia del conflicto. En el informe final del Grupo de Memoria histórica hay mayor preocupación por la población LGBT que por las prostitutas. Cuando por casualidad las mencionan las asimilan a esclavas sexuales forzadas. Las visitadoras paisas como las que investigó la Fiscalía o las jóvenes que atienden en burdeles de las zonas cocaleras sencillamente no existen. Se trata de un segmento del mercado del sexo aún más opacado que el de las prepagos que de oficio adornaban las piscinas de narcos o comandantes paras y de las que, por fortuna para la memoria, dejaron constancia las series de televisión tan criticadas por la academia. 

Hace un tiempo buscando en internet “prostitución Farc” me topé con un testimonio más detallado sobre las visitadoras. Marta Prats, una escort española que mantiene un blog, conoció en Barcelona a una venezolana, la Alondra, que le contó que había sido llevada a un campamento guerrillero en el 2002. Contacté a Marta para que me facilitara las coordenadas de su amiga y me las dio. Mi interés primordial era averiguar si en las varias semanas que prestó servicios sexuales a las Farc había hecho algún contacto, sostenido una charla, o establecido unos lazos mínimos de amistad con mujeres guerrilleras. O si algunas de sus colegas habían decidido quedarse, abrazando la causa revolucionaria. La Alondra, que se había instalado en el País Vasco, no respondió mis mensajes, ni contestó mis llamadas. Lo que sigue es básicamente lo publicado por Marta Prats en su blog. Me resulta difícil pensar que una catalana pudo inventar esa historia que, además, es coherente con el relato de la joven de Medellín a la Fiscalía. 

Cuando a la Alondra la contactan las Farc es muy joven, tiene sólo 19 añitos. Luego de un viaje de tres días, atravesando la frontera con Venezuela, llegan al lugar donde se realiza una primera selección. “A las que no cumplen los requisitos de belleza se las devuelve a su casa previo pago de unos 300 euros actuales. Las demás siguen el camino en unos pequeños camiones con techo de lona que traquetean por caminos llenos de fango, con un calor insoportable, subiendo y cruzando montañas, adentrándose poco a poco en la selva”.

En una pequeña aldea las recibe un médico ginecólogo para un día entero de chequeos. También les hacen una prueba de VIH. Nuevamente, las que no pasan el filtro las devuelven. “Piensa a veces en esos tremendos guerrilleros, tiene miedo de que la violen, de que la maten, comienza a oírse por la noche el fuego cruzado de ambos bandos”. Llegan por fin al campamento, en un claro de la selva no muy grande. “Solo hay barracones de madera, chamizos de hojas de palma y nada más. Para trabajar disponen de unas pequeñas chozas. Hay un guerrillero que es el que controla a los hombres que vuelven cansados de luchar y que disponen de algún día de asueto … Los hombres hacen fila delante de la puerta de cada una de ellas, disponen solo de 20 minutos. Les dan preservativos, vienen lavados de un rio cercano”.

La Alondra le explica a Marta cómo “hace rayitas en una libreta para ir controlando cuantos hombres han pasado. El guardia también controla, y lo hace bien. Al que se pasa, un tiro. Hubo uno que se quitó el preservativo, la chica gritó y el guardia sin mediar palabra lo tiroteó en el pié. No hubo más, los demás se comportaron”.

Sólo al final del mes, cuando se vayan, recibirán todo el dinero de las cuentas que llevan en la libreta, unos 10 euros por cada servicio. No es mucho pero para lo que se ofrece no está tan mal. “Es un sexo sencillo y rápido. Allí solo se folla, ni cunnilingus ni besos. Allí los machos nunca besan a una prostituta. Esos hombres son sencillos, quieren diversión”. Cuando un comandante se encapricha con una de ellas, le solicita dormir toda la noche, y las chicas se ponen contentas porque ganan más y follan menos. Pero las exigencias aumentan.

A los pocos días ya se siente la rutina.  “Lo peor es la comida, un mismo rancho que comparten todos, cocinan lo que pueden, no hay carne, ni arroz, ni fruta. Me dice que a veces traen y cocinan serpientes, que como es carne todos se lanzan a disfrutarla y comerla. Es una pequeña fiesta”.

Transcurrido un mes el retorno se ve difícil pues el ejército está cerca.  “Se oye fuego cruzado, tiros, granadas, no hay paso para ellas y hay menos trabajo”. A las chicas las invaden las dudas sobre la posibilidad de cobrar por su trabajo. Por fortuna para la amiguita de Marta, un comandante se ha fijado en ella. Se trata de un “viejito, uno de los duros, un histórico, hombre culto”. Consigue que le paguen pero sigue preocupada pues teme que la capture el ejército y le encuentre los fajos de billetes. Su amigo le hace esconder el dinero dentro de sus botas altas.

Cuando la llegada del ejército al campamento se hace inminente el comandante se lleva a la Alondra con sus guardaespaldas a una propiedad suya localizada a unos tres días en carro desde el campamento. Llegan de noche a “una finca inmensa en medio de zonas de pastoreo de mucho ganado, cuadras con caballos, cerdos, cabras, gallinas, cultivos de frutales, yuca, maíz. Una casa con habitaciones de suelo de mármol, baños, jacuzzi… Tras un mes en la selva… no se lo cree! Pasan allí un mes los dos juntos. Disfrutan de la vida”.

Quien sabe si el protector de la Alondra hace parte del grupo de comandantes que actualmente discuten con el gobierno la necesidad de realizar importantes reformas rurales sin siquiera mencionar a las visitadoras, ni mucho menos las relaciones que mantuvieron con las combatientes que se van a reinsertar. La prostitución es uno de los pocos oficios que las guerrilleras han tenido la oportunidad de conocer de cerca.