No llores por Tanja, Colombia



Mujeres en el conflicto armado
Sin mujeres en la mesa de negociación 1
Olvidaron a Tania la Guerrillera 3
El entorno de las rebeldes y el de las campesinas 4
Separarse de los padres o huír del padrastro 7
La Culebrita que se voló de la casa 8
El Demonio a veces vive cerca 8
De las universitarias anti-sistema a las niñas desescolarizadas 10
Vírgenes para los comandantes y tutora sexual del guerrillerito 12
Adoctrinamiento voluntario y progresivo o forzado y tedioso 17
El reglamento es para las de ruana 21
Bombas en las milicias o en el monte con un pretendiente guerrillero 23
La violencia sexual en el conflicto 25
La creciente amalgama de víctimas 25
Las violaciones como arma de guerra 25
El coco de las guerrilleras 27
El general, el funcionario y la violencia sexual como política 27
Los abortos forzados 29
Reclutamiento de menores,  derecho de pernada y apecho 33
Acoso sexual paramilitar 36
No todo es violencia sexual, también hay parejas 37
Los romances con guerreros 38
En las FARC 39
Campesinas de Marquetalia 39
Las mujeres de Tirofijo 40
Los amores de Zenaida 42
Eloísa, romance con el enemigo 42
La cantante que nunca quiso ser guerrillera 43
En el ELN 45
Las primeras Elenas 45
De clandestina a feminista 46
Las universitarias del M-19 48
Esmeralda la del Flaco 48
Emilia y sus varios compas 48
Vera Grabe 49
Peggy Ann Kielland 49
Las periodistas 50
Virginia Vallejo 50
Laura Restrepo 51
Olga Behar: flirteo con emoción 52
El gran misterio 53
Amores cortos o remunerados 54
Romances restringidos y rotación sexual 54
Miércoles y domingo ellos escogen 56
El sexo en la guerrilla visto por una secuestrada 57
Miseria afectiva y prostitución 58
Casas de consuelo y fuentes de soda 61
La visitadora venezolana 63
Cómo empezar una nueva vida 64
Destetarse del conflicto 64
Taxistas, ornitólogos, plasticidad cerebral y posconflicto 65
Mujeres arriesgadas 66
El mal antecedente de las universitarias reinsertadas 67
Los rebeldes sin víctimas 67
No debimos entregar los fierros 70
Qué mamera todo, si acaso el sexo 71
Para ellas la cuestión familiar será más dura 72
Un trencito camuflado 72
Mujeres adictas al sexo 73
Del cambuche a la casa 75
El deseo de ser madre 76
Reconstruír la feminidad 77
El abismo del posconflicto 77

Sin mujeres en la mesa de negociación

En Septiembre del 2012, acompañado de Michelle Bachelet, el presidente Juan Manuel Santos anunció la nueva política de equidad de género. Días después afirmó que las mujeres “participarán activamente en el proceso de paz”. A pesar de los buenos propósitos, el grupo responsable de los diálogos con las FARC en La Habana acabó siendo de puros halcones. Ni una paloma. En el evento político de la década las mujeres han estado en la retaguardia como simple soporte técnico de un equipo negociador exclusivamente varonil.  Con mucha razón, las organizaciones de mujeres han protestado, “paz sin nosotras no es paz”.

Si no hubo inspiración con la filosofía de la ley de cuotas, por lo menos han debido observarse las directivas del Consejo de Seguridad de la ONU para incrementar la participación femenina en todos los niveles de las decisiones conducentes a la solución de conflictos, empezando por la mesa de negociación.  

Luego de revisar los documentos de los procesos de desmovilización durante los años noventa, Luz María Londoño y Yoana Nieto concluyen que “en la mesa en que se trama la paz, la voz de las mujeres no parece haber estado presente. Ni su voz ni ellas mismas”. Del total de firmantes, 280 son hombres y sólo 15 mujeres. En los acuerdos con seis grupos insurgentes, no hay sino una mujer guerrillera como signataria. Quienes los suscribieron en representación del gobierno, como veedores o testigos fueron sólo varones.

Parecería vigente el principio enunciado hace unos años por un colombiano experto en diálogos, Alvaro Leyva Durán: “la guerra es entre hombres y las soluciones a la guerra tienen que ser entre hombres”. Ese, precisamente, es uno de los errores que se está repitiendo. De partida, se trata de una gran imprecisión: hace años el conflicto colombiano dejó de ser sólo masculino. Entre las personas desmovilizadas de siete grupos guerrilleros en los años noventa una de cada cuatro era mujer.  En la actualidad se estima que en algunos grupos armados la participación femenina podría estar rondando el 30%.

Hicieron falta negociadoras en la mesa porque la simple presencia femenina hubiera facilitado el proceso. Con razón se ha dicho que un requisito para acordar el fin de una guerra es convencerse de la imposibilidad de ganarla. Un problema esencial de los hombres en las confrontaciones es su terca y visceral pretensión de que serán vencedores. La lógica femenina ante los conflictos es diferente: más que ganarlos se busca evitarlos.

En la encuesta a desmovilizados realizada por la Fundación Ideas para la Paz (FIP), es diciente una discrepancia por género. Ante una pregunta sobre si “en algún momento sintió que iban a ganar la guerra” sistemáticamente las mujeres fueron menos optimistas sobre la posibilidad de vencer que los hombres. Entre  excombatientes de las guerrillas, ser mujer disminuye casi a la mitad y de forma estadísticamente significativa  los chances de haber pensado que podían ganar la guerra. Incluso el impacto del asedio de la fuerza pública es inferior a este nítido efecto género.

En un proceso tan cargado de simbolismo hubiera sido útil enviarle a quienes dejan las armas una señal clara sobre los avances de las últimas décadas en la situación de la mujer. Es por ahí que más se añora una figura femenina en el equipo oficial de negociadores. A pesar de la retórica igualitaria, el camino desde las montañas de Colombia hasta la equidad de género será largo y tortuoso para las mujeres que dejen las armas. Según una excombatiente, “en la guerrilla, más que una mujer muy abeja que sabía pensar, yo sólo les servía para cocinarles, para la hamaca, para llevar a un muerto, para informar los movimientos del enemigo, y tenía que decir que sí y callarme”. Incluso cuando se logra algo de representación política femenina, los roles persisten. Una desmovilizada anota que “en la negociación política (las mujeres) vuelven a la cocina, a hacer la comida y a lavarles la ropa a ellos … A mí que era vocera me desinformaban para que no llegara a las ruedas de prensa”.

Por estas razones incomoda que, empezando con la compañera de Tirofijo ante los medios, las FARC le hayan dado más protagonismo a las mujeres que el gobierno. Y el verdadero golazo que anotaron los guerrilleros más viejos del mundo en las negociaciones de Cuba fue Tanja Nijimeijer, la holandesa que sirve de enlace con la prensa internacional. Esta magistral movida de relaciones públicas ya estaba cantada hace varios años tanto por los comandantes del grupo sedicioso como por sus simpatizantes en los medios de comunicación.

En un libro escrito por Gabriel Angel, un guerrillero urbano de la vieja guardia, se destaca la experiencia de esta mujer proletaria en el campo, que “salvo su acento, nada la distingue de las demás … (es) como un bello botón de muestra, de lo que son y representan todas … Alexandra, Holanda como la llamamos con cariñoso deleite nosotros, es una combatiente más de las FARC”. Su única particularidad, según él, es que “da gusto oírla cantar por ahí, siempre a media voz, en holandés, inglés o quizás en qué lengua extranjera”. Se trataría, en síntesis, de una campesina como las demás, sólo que trilingüe. Ella misma lo confirma: “recuerde que yo también soy campesina. Del campo de Holanda, pero campesina al fin y al cabo”.

Un excomandante político de las Farc, miembro del frente “Cacique Gaitana” y desmovilizado en el 2003 anota que Tanja “representa un instrumento propagandístico muy eficiente que le permitirá a las Farc tratar de lavar su imagen internacional … (Eso) está planificado desde hace más de un año, tiempo en el que Tanja se ha estado preparando”; el mismo observador estima que “para un guerrillero común llegar a esas instancias se requieren 20 o más años de vida guerrillera, sin embargo la publicidad de Tanja previa a estos diálogos consolidó una imagen por lo menos enigmática ” y anota que ella pudo ascender aceleradamente gracias a “su conocimiento de inglés, su nacionalidad, unas veces con su innata capacidad analítica y otras valiéndose de argucias sexuales”.  

El Mono Jojoy la consideraba una extraordinaria estudiante. “Es una revolucionaria europea, es una internacionalista y a través de ella pueden llegar muchos más, porque la explotación es mundial”. En los archivos digitales de su computador se halló “correspondencia en la que consta que la guerrilla tiene la intención de utilizar a la holandesa para la promoción internacional del movimiento”.

El terreno estaba bien abonado. León valencia, uno de los analistas más reputados del conflicto colombiano no tuvo inconveniente en establecer un paralelo entre Tanja e Ingrid Betancourt, ambas envueltas por el conflicto. “Tenían muchas cosas en común. Eran mujeres jóvenes, inteligentes, profesionales y hermosas. Una de origen colombiana tenía la nacionalidad francesa. La otra, nacida en Holanda, deambulaba en las montañas del sur del país como una colombiana más. Ambas ligadas a Europa y a Colombia de una manera profunda. Y lo más importante, compartían una tragedia: la crueldad del conflicto armado que desde hace más de cuatro décadas vive nuestro país”.

No sorprende que en un diálogo con la familia de Tanja hace unos años el periodista Jorge Enrique Botero les anunciara premonitoriamente que “si la paz se logra en una mesa de negociaciones, estoy seguro de que ella estará allí”. 

Así, reavivando la nostalgia de los barbudos de la Sierra Maestra y, paradójicamente, gracias a la imagen de una mujer europea, se está logrando pasteurizar ante el mundo la imagen del grupo guerrillero. La estrategia ha dado sus frutos. El titular de una entrevista publicada por El País español es diciente: “el Gobierno intenta convertirnos en culpables en vez de en víctimas”. La foto que acompaña el reportaje muestra una Tanja fatigada, “cansada de estar defendiéndome continuamente”, que sólo recupera el ánimo al contar “que entiende mejor el mundo desde que siguió el curso de marxismo que la organización da a todos los guerrilleros” y ya se muestra entusiasmada “al hablar sobre el contacto con la población”.

Lo más insólito del papel de Tanja como supuesta vocera de las mujeres en el conflicto, de esta cara de las FARC, como la denomina un periodista argentino, es que encarna la antítesis de las combatientes colombianas de hoy. Se trata más de una réplica caduca de las universitarias seducidas por el M-19, como Vera Grabe o Mª Eugenia Vásquez, Emilia, que volvieron de la lucha armada para dedicarse a la política, o sea lo mismo que hacían antes de enrolarse. 

El hilo conductor de este ensayo es el contraste entre este nuevo e inusitado ícono del conflicto colombiano y las combatientes farianas o elenas contemporáneas, en su gran mayoría de origen campesino. Para ilustrar esa brecha recurriré al ya desproporcionado número de reportajes y entrevistas hechas a Tanja por periodistas nacionales y extranjeros, así como a dos biografías, cuya simple publicación es un buen termómetro de la fascinación que esta figura –el paradigma de la rebelde- despierta en mentes progresistas, sobre todo masculinas. Ocasionalmente señalaré las no pocas coincidencias existentes entre la holandesa y las rebeldes de otra época, las guerrilleras universitarias del M-19. Tanto Vera Grabe como Emilia ya se han hecho cargo de publicar sus memorias. La información disponible sobre las miles de guerilleras colombianas no es mucho más copiosa  ni detallada de la que a la fecha se tiene sobre esta holandesa que es una protagonista atípica tanto en su tierra como en las montañas de Colombia. Para respaldar los testimonios utilizaré análisis de los datos pertinentes de la mencionada encuesta a desmovilizados realizada por la FIP, cuyos principales resultados se presentan en el anexo.

Olvidaron a Tania la Guerrillera

Si la elección del equivalente femenino y moderno de Robin Hood fue un acierto publicitario, en lo que no atinaron las FARC ni la holandesa fue en el alias de Alexandra, que no inspira mucho. Bastaba con dejar la versión en español de su nombre para una verdadera moñona: la profesora sensible, rebelde y altruísta que además hubiera evocado a la audaz espía y compañera de lucha del Che Guevara.

Es probable que a los cubanos mayores el protagonismo de Tanja en La Habana les recuerde a la argentina Haydee Támara Bunke, alias Tania la Guerrillera, famosa rebelde dada de baja en Bolivia pocos meses antes que Ernesto Che Guevara, quien para algunos fue su amante. Nacida en 1937 en Buenos Aires, educada en Alemania Oriental, de donde eran sus padres, Haydee fue una destacada estudiante que hablaba fluidamente español, inglés, alemán y ruso. Atraída por la revolución castrista viajó a Cuba en donde pronto se abrió paso gracias al dominio de esos idiomas.  Luego de unirse a las milicias de defensa de la revolución, tuvo la oportunidad de servirle de traductora a su compatriota el Che de quien al parecer estuvo enamorada toda la vida.

En la isla, su inteligencia, su compromiso con los ideales de la revolución y su multiculturalismo le permitieron ascender dentro de la burocracia. Participó en varias misiones secretas en Europa haciéndose pasar con diferentes nombres por ciudadana checa, española e italiana. Su sofisticada formación en inteligencia y técnicas conspirativas la recibió en el equipo de Manuel Piñeiro, Barbarroja, el mismo personaje que años más tarde entrenaría a los rebeldes del M-19 para luego apoyarlos en algunas de sus audaces acciones en el país.

A finales de 1964, bajo el nombre de Laura Gutiérrez Bauer, Tania fue enviada como punta de lanza a Bolivia para exportar la revolución hacia América Latina. En La Paz se hizo amiga de empresarios, artistas, intelectuales y políticos, incluyendo al presidente René Barrientos. Desde un apartamento enviaba por radio mensajes cifrados a los líderes de La Habana y simultáneamente organizaba una célula rebelde. Al llegar el Che a Bolivia Tania se unió a su grupo en las montañas y, según algunas fuentes, se convirtió en su amante.  A mediados de 1967, con una pierna herida, altísima fiebre e invadida de parásitos fue muerta con otros ocho guerrilleros por el ejército boliviano. Fidel Castro la declaró heroína de la Revolución Cubana y el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín hizo un retrato suyo para regalárselo a Salvador Allende, en cuya oficina estaba colgado en el momento del ataque a La Moneda en 1973.

Como Tanja de las FARC, Tania la Guerrillera era no sólo combativa rebelde sino romántica guitarrista y cantante, además de acordeonista. También le gustaba escribir, en su caso poemas después de los enfrentamientos con los militares. Uno de sus últimos textos fue el que no recibió la debida atención de la holandesa en el momento de decidir un alias con mayor impacto y sentido histórico. "Un día mi nombre será olvidado / y nada de mí quedará sobre la Tierra".

El entorno de las rebeldes y el de las campesinas

Las diferencias entre los antecedentes sociales y familiares de Tanja o las demás rebeldes universitarias y, por otro lado, los de las campesinas colombianas reclutadas por las FARC o el ELN no podían ser más abismales. Las primeras son un ejemplo ilustrativo de que la vida sin apuros económicos no es una vacuna contra la violencia política. Sus historias alcanzan a sugerir que la relación entre educación y actividades subversivas no siempre es predecible. Bajo determinadas circunstancias el poder preventivo de la escolaridad puede convertirse en la vía a través de la cual se inocula en algunas personas la rebeldía anti sistema. No ha sido suficientemente debatido en el país este tipo de capital social perverso a través del cual fueron jóvenes de una élite intelectual los que se involucraron como líderes en un conflicto que, según ellos mismos, se originó en la falta de oportunidades.

Hans, el padre de Tanja, se formó como técnico de la construcción y Ría su madre manejaba una tienda en Denekamp. La hermana mayor era trabajadora social y la menor terminó siendo enfermera. De niña Tanja iba todos los días en bicicleta al colegio Twents Carmel en su pueblo en Holanda. Quedaba tan cerca de su casa que algunas veces esperaba a oír la campana para salir y aún así llegaba puntualmente. 

Tania la Guerrillera fue una mujer muy culta que además de cuatro idiomas sabía de literatura, pintura y música. Estudió piano, guitarra y casi profesionalmente el acordeón. Siendo niña recibió cursos de pintura, dibujo y tomó clases de ballet. Más tarde tuvo entrenamiento en equitación y tiro e incluso alcanzó a participar en varias competencias. La relación con su familia era firme y armoniosa. “En forma ostensible ella demostraba satisfacción al contarnos su vida, la de sus padres (a quienes idolatraba), al igual que la del resto de su familia. También se sentía complacida al entregarnos sus recuerdos sobre su infancia y adolescencia”, precisa uno de los responsables de su preparación operativa en Cuba.

Vera Grabe también destaca la permanente sensación de seguridad durante su niñez, “ese hilo firme que recorre todos y cada uno de los recuerdos de infancia: la certeza de que tanto mi hermana como yo éramos bienvenidas, amadas, protegidas”. Recuerda las casas con jardines, pisos de madera y chimeneas, así como sus estudios en el Colegio Andino. Hija de inmigrantes alemanes, más que educada, también era una joven culta. “Fieles a la tradición familiar, a los nueve años mis padres me matricularon en clases de solfeo y violoncelo”.

A pesar de esta sugestiva evidencia en contra, que en Colombia  podría complementarse con historias de vida de varios comandantes guerrilleros, narcotraficantes o paramilitares, la precariedad económica como principal y casi única explicación de la violencia sigue teniendo promotores en el país.  "La pobreza fue el factor que impulsó a la mayoría de estos jóvenes a formar parte de la guerra" sentencia sin titubeos Natalia Springer, experta en el conflicto. En el mismo artículo, sin embargo, ofrece el testimonio de José que -como el de Tanja, Tania, Vera o Emilia-  no concuerda con tan categórica afirmación.

No aporta mucho a la comprensión del conflicto colombiano señalar que, siendo el campo colombiano poco desarrollado, la mayor parte de las campesinas reclutadas provienen de entornos económicamente desfavorecidos. Una desmovilizada lo ilustra. “Vivía con mis padres y dos hermanos en una casa de dos habitaciones, en la finca de mi abuelo paterno. Era una casa muy chiquita … mis padres dormían en una habitación. En la otra había tres camas y ahí dormíamos los siete hermanos. Yo dormía con mi hermana mayor y el hermano que me seguía. Para estudiar, lo hacíamos primero uno y luego los otros; era la única forma porque no había plata. Por eso yo no hice sino hasta tercero de primaria”.

Según la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz, el nivel educativo de los padres de los combatientes es bastante bajo. Entre el 20-25% de ellos no tienen ninguna educación, un poco más de la mitad cuentan con primaria y tan sólo una quinta parte con bachillerato o estudios superiores. Casi la totalidad de los reinsertados, tanto hombres como mujeres, abandonaron sus estudios antes de vincularse con algún grupo armado.

Los datos anteriores, sin embargo, no son suficientes para adjudicarle a la pobreza un poder determinante sobre la participación en el conflicto. La precariedad económica también la sufren millones de jóvenes de las zonas rurales que no se vincularon  a los grupos armados ilegales y que permanecen invisibles a la hora de analizar las razones por las cuales algunos jóvenes, muy pocos proporcionalmente, son reclutados.

Las condiciones económicas tampoco ayudan a explicar de qué lado del conflicto se alinearán quienes deciden entrar a una organización armada. “La miseria, la angustia de acostarse sin comer, y otra angustia: la de no tener un pan para mañana … llegó el momento en que no tenía con qué pagar un autobús, un refresco, nada … Yo estaba dispuesto a embarcarme en lo que saliera, siempre y cuando fuera legal” cuenta un militar enamorado de una guerrillera. El hermano de Zenaida, una ex fariana, también terminó en el ejército.

La principal razón aducida en la encuesta para haber ingresado a un grupo armado es económica. Sin embargo, este hecho no da cuenta de las diferencias por género, por lugar de origen y por tipo de organización entre los jóvenes vinculados al conflicto. Mientras la mitad de los hombres provenientes de zonas urbanas anotan que lo hicieron por razones económicas, tan sólo una de cada cinco de las mujeres campesinas –el segmento más vulnerable de la población- menciona esa motivación. Además, los grupos armados que acogen jóvenes buscando mejorar sus ingresos son básicamente los paramilitares (56%), no la guerrilla (16%).

Un indicador de la riqueza familiar basado en las características de la vivienda reportadas en la misma encuesta no muestra, para las mujeres ex combatientes, ninguna relación entre la pobreza y la militancia. Las del nivel alto mencionan razones económicas tanto como las más pobres. En los hombres si se da una relación, pero contraria a la esperada: al disminuir la riqueza se hace menos frecuente la alusión a las motivaciones materiales.

Difícil entender cómo es que la pobreza empuja a los jóvenes a ingresar a una organización en la que lo normalmente no les pagarán nada. De acuerdo con la encuesta, dos de cada tres mujeres y cuatro de cada diez hombres no recibían ninguna remuneración monetaria por parte del grupo del que se desmovilizaron. Es precisamente entre los ex combatientes de origen rural que se concentran quienes no percibían un pago monetario: 56% de los hombres y 80% de las mujeres. El no ofrecer ningún salario a los combatientes es una práctica más común en la guerrilla que en los grupos paramilitares. Además, sorprende encontrar que la proporción de personas no remuneradas decrece con el indicador de riqueza de las familias, siendo la asociación negativa más nítida entre las mujeres. La remuneración mensual promedio varía considerablemente entre los grupos armados pero en el agregado a mayor nivel relativo de riqueza  de las familias, es mayor la mensualidad recibida por los combatientes. Este sistema que refuerza la inequidad anterior al reclutamiento es más marcado con las mujeres: se les paga más a las que provienen de hogares con menos dificultades económicas.

La desconexión con el dinero de las guerrilleras rasas es tal que incluso para las incursiones al mundo a algunas de ellas las envían con un responsable de manejarlo. Zenaida recuerda cómo para una misión “la plata se la dieron a Wilson, que iba de comandante. Él era el encargado de comprarnos la gaseosa, la comida”. La primera vez que estuvo por su cuenta en Bogotá, se le acabaron los fondos en los primeros días, pues “cómo  no me iba a gastar esa plata, si después de tantos años en la guerrilla nunca me habían dado nada”.

Para el primer contacto con el grupo armado no se observan diferencias apreciables por género pero sí entre guerrilla y paramilitares. Más del 40% de los desmovilizados de la insurgencia señalan que el acercamiento inicial provino del grupo. Entre los ex combatientes de las AUC la proporción se reduce al 20% y ganan importancia tanto los familiares o amigos ya en armas como la iniciativa de la persona desmovilizada.

Cuando el acercamiento provino del grupo armado sí se observa una incidencia de la pobreza. Las organizaciones ilegales son las que mejor siguen el guión de las causas objetivas del conflicto: a mayor precariedad es más probable que el reclutamiento se haya dado por iniciativa del grupo. Por el contrario, si la vinculación fue buscada por la persona desmovilizada o por su entorno -familia o amigos- el mayor nivel económico incrementa los chances de unirse al conflicto. Así ocurre con la guerrilla o los paramilitares y el efecto es más nítido en las mujeres. Mientras el 37% de las más pobres dicen haber tenido la iniciativa para la guerra, entre las del quintil más alto el porcentaje sube al 63%.

El gancho monetario que usan los paramilitares al enrolar adolescentes dista bastante de la situación dramática de alivio de la pobreza. El director de un proyecto educativo en varios municipios de los Llanos Orientales y del Magdalena Medio, en estrecho contacto con profesores, resume el procedimiento de captura de niñas por los paracos. “Un bacán las contacta y les dice que el patrón les manda saludos; con los saludos o un poco después les llega un celular de regalo; después las llevan a comprar ropa y a comer un helado … a veces llega una lavadora o una nevera nuevas para la mamá”.

Para algunos el conflicto es como un ascenso a las grandes ligas de la ilegalidad. Un joven reclutado por el ex novio de la hermana cuenta cómo se volvió el sapo que transmitía recados del comandante a la gente del pueblo. “Un celular era nuestro medio de comunicación; él me daba una orden y yo nunca decía que no. Por dar una razón me ganaba entre 200.000 y 300.000 pesos. ¡Cómo me gustaba esa vida! Tenía plata rápida y contacto con las armas que antes eran hechas de palo”.

Separarse de los padres o huír del padrastro

La primera y triste separación de la rebelde holandesa de su familia -en la que no hay trazas de maltrato o abuso- fue para instalarse en una ciudad universitaria.  Al terminar su bachillerato Tanja quiso cambiar de vida. Quería explorar otros horizontes, tomar distancia de sus padres. “Estaba cansada de ver a la misma gente y hacer día tras día lo mismo. Odiaba la rutina”. En la universidad de Groningen encontró los estudios que se adaptaban a sus ansias de recorrer mundo y conocer otras culturas. En esa pequeña y apacible urbe estudiantil podría ser independiente. Al instalarse, sus padres la acompañaron para escoger la casa donde viviría. Pensó que por primera vez en su vida “estaba realmente sola, que de ese momento en adelante las decisiones sobre su vida las tomaría ella y sólo ella”. Con susbsidio estatal y ayuda de su familia no tuvo problema para encontrar un cuarto en una casa compartida con tres estudiantes más. 

A diferencia de este ritual de inicio de vida adulta apoyado por los padres y parcialmente financiado por el gobierno, un porcentaje no despreciable de las combatientes representadas por Tanja fueron separadas a la fuerza o con engaños de sus familias, o bien se refugiaron en la guerrilla huyendo de parientes que las violentaban.

La recurrente explicación económica para el reclutamiento de menores por grupos armados ilegales ha sido complementada recientemente, para las mujeres, con la de la violencia sexual. Se habla de cientos, miles, de niñas “violadas, abusadas y maltratadas física y sicológicamente por los hombres armados”. Se afirma que “la violencia de género y la violencia sexual en conflictos armados son perpetradas como actos de venganza, como aliciente para la moral de los soldados, como un método de infligir terror y humillación en la población”. El problema, sin embargo, parece mucho más complejo, presenta aristas más sombrías, y en ocasiones puede tener origen doméstico.

La Culebrita que se voló de la casa

Guillermo La Chiva Cortés estuvo secuestrado varios meses por las FARC. Tras su liberación Alexandra Samper le hizo un entrevista que fue publicada post mortem en El Malpensante.

En el cautiverio La Chiva se hizo amigo de una guerrillera “bonita y guapa” que a sus veinticuatro años “era una berraca”. En las caminatas él recogía flores y se las regalaba. “Fue una gotica de luz en medio de ese mierdero”. El apodo que le puso salió de un tatuaje que ella misma se había hecho. Una noche que se quedaron solos en un campamento, La Chiva le preguntó “¿tú por qué te metiste en esta vaina?”. Ella le contó que vivía en un pueblito cerca de La Dorada, con dos hermanas menores y su mamá, que era prostituta. “Arriendo el local por horas”, les decía y para que nunca se metieran en esas insistía: “más que suficiente con una puta en la casa”. 

Cuando la Culebrita tenía catorce años, la mamá llevaba un amante a tomar trago a la casa. Ya borracho, “antes de llegarle ella, se entraba a la pieza donde yo dormía con mis dos hermanas. El cucho violaba a alguna de las tres y después se largaba a dormir la borrachera”. Las hijas eran físicamente incapaces de frenar al abusador y sabían que la mamá, cansada y con tragos, tampoco haría nada. Al llegar la guerrilla al pueblo la Culebrita conoció a uno de los muchachos y se gustaron. El pelado era querido y supo los detalles del viacrucis. “Cuando se arrima a mi catre, me toca aguantarme las ganas tan berracas de vomitar mientras me clava, pero cuando está en esas con mis hermanitas me dan ganas es de matarlo”. El nuevo mejor amigo le dijo a la Culebrita que tendría que encontrar una solución definitiva, que la vaina no era tan difícil. Así le enseñó a manejar su revólver.

Un día que la mamá y el abusador estaban tomando, la Culebrita se quedó despierta hasta que lo oyó entrar a la pieza. “El cucho se fue derecho para el colchón de mi hermanita, yo me quedé quieta haciéndome la dormida. Oí cuando se bajó la bragueta, a mí me dio un escalofrío por toda la espalda. Y cuando se estaba quitando los pantalones saqué el revólver de debajo de mi almohada. Me senté en la cama, apunté reteniendo el aire como me habían enseñado y le propiné seis tiros sobre el cuerpo”. El pretendiente y protector guerrillero la estaba esperando afuera. “Me fugué de la casa con él y así fue que me uní a las Farc”.

El Demonio a veces vive cerca

Eloísa , una ex guerrillera, decidió que su padrastro sería su papá pues su padre biológico, a quien llama El Demonio, abusó de ella desde los ocho años. “Nunca le he contado esto a nadie, ni a mi mamá, porque él se enfurecía y decía que si hablaba me cosía los labios. Y también me callaba por miedo a las lenguas del pueblo, que son largas … Llegaba con una botella de cerveza en la mano y yo volvía a decir `estoy despierta, esto no es un sueño, es la realidad´… Él roncaba un tanto y cuando dejaba de roncar, me decía: `Usted no es mi hija. Usted es mi mujer´”.

Con tales fechorías en casa el reclutamiento estuvo servido en bandeja. Cuando, a los nueve años, Eloísa trató de evadirse con cien tabletas de Novalgina, quienes la encontraron desfallecida en la calle fueron los de la ronda nocturna de la guerrilla. A los trece le mandó un mensaje al comandante de turno. “Díganle que quiero ingresar. Yo también soy capaz de disparar un fusil”.

Refiriéndose al levantamiento de los nasa, Salud Hernández anota que “es la región donde más menores de edad reclutan las Farc, sobre todo niñas, debido al maltrato y abusos sexuales que sufren en sus familias”.

No son pocas las jóvenes campesinas que han buscado refugio a la violencia de su entorno inmediato en los grupos armados. Entre las que respondieron la encuesta, una de cada cinco señala haber sufrido abuso sexual antes de la vinculación. Para las citadinas la cifra es menor pero sigue siendo alta, 13%. Los principales responsables de los atropellos no son los guerreros sino quienes viven con ellas en la casa, o por ahí cerca. El 65% de las campesinas sexualmente abusadas antes de entrar al conflicto señalan a un familiar como responsable. Tan sólo un 5% reporta haber sido agredida por alguien del grupo armado. Para las mujeres de origen urbano, la participación de los guerreros en el abuso es más alta pero siempre inferior a la de los familiares.

El impacto del abuso sexual es duradero. En los momentos de pasión con algún guerrillero, a Eloísa se le “encaramaba la rabia a la cabeza” porque le parecía que estaba con El Demonio y sentía unas ganas tremendas de atacarlo. Cuando en su frente le dieron a las mujeres la orden de ajusticiar un infiltrado a cuchilladas, ella sólo tuvo que pensar que era El Demonio y “por fin le había llegado su momento. Ahí me calenté … le dí dos veces. Con fuerza. Con todo lo que me daba el brazo”. Algo sorprendido, el comandante preguntó de dónde había salido semejante guerrera. “¿Guerrera? yo no era más que una hija ofendida”. 

Un día, cuando niña, Eloísa se había quedado en el salón de clase pensando en la lección de escritura cuando recibió un puño en el oído derecho. Era don Agustín muy molesto porque le había desobedecido la prohibición de no salir a recreo. “Se me fue el mundo … duré más de dos meses con un zumbido en el oído y un mareo que me tumbaba”. Fue a quejarse al comandante. En la guerrilla las cosas no funcionaron mucho mejor. “Lo que encontré allí fue más agobio”. Eso sí, aprendió a defenderse. No sólo mató a los que quisieron abusar de ella sino que cuando El Demonio volvió a empujarla contra el colchón sacó la treinta y ocho y disparó al suelo. Lo dejó como un pobre diablo.

Incluso cuando no hay abuso contra los menores, en algunas regiones la guerrilla representa la autoridad a la que se acude en casos de violencia en el hogar. Así lo refleja el testimonio de Zenaida Rueda. “Lo malo de mi papá era que se emborrachaba y le pegaba a mi mamá. Barría el piso con ella. Hasta que apareció la guerrilla. Ellos no permitían que los maridos les pegaran a las mujeres. A un vecino le dieron una tunda con la chapa de una correa por haberle pegado a la mujer … Entre los hermanos nos inventábamos que habíamos visto a la guerrilla, camino a la escuela, para que mi papá no le pegara a mi mamá”.

El fenómeno no es reciente. Ya en la década de los ochenta Dora Margarita, combatiente del M-19 que convivió seis meses con las FARC señalaba que la guerrilla era una instancia protectora, o un imán afectivo, para las jóvenes campesinas y que las motivaciones para ingresar eran diferentes a las de los hombres. “La mayoría de las que ingresabn a las Farc lo hacían para huir del maltrato familiar, de la persecución de los padrastros y del exceso de trabajo que les ponían en la casa. Algunas lo hacían porque les atraía algún guerrillero o les llamaba la atención el poder que generaban las armas. Los hombres, en cambio, se metían a la guerrilla más porque a ellos sí les gustaban las armas”.

De las universitarias anti-sistema a las niñas desescolarizadas

Tanja no permaneció toda su carrera alojada en el lugar que le ayudaron a encontrar sus padres en Gotingen. Al conocer un grupo de okupas se fue a vivir con ellos en una casa grande invadida y convertida en centro de reuniones de activistas de izquierda. Había conocido a Christian en un bar y él fácilmente la convenció de que era una verdadera estupidez pagar un alquiler si podía vivir sin hacerlo en alguna casa abandonada. Además, así protestaban contra los propietarios inescrupulosos, a quienes llamaban ordeñadores de casas. Esa misma noche aceptó con gusto su primera incursión en la ilegalidad.

Al lado de de la casa okupada funcionaban una taberna, un restaurante vegetariano, un centro de acopio de ropa usada para gente de escasos recursos y una imprenta rústica para afiches y panfletos.  Tanja alternaba su actividad académica con un trabajo de mesera en el restaurante y colaboraba en la distribución de ropa. La energía le alcanzaba para las rumbas en la taberna y “para hacer el amor con los novios de ocasión hasta la madrugada”. Sumaba así a su formación profesional “una apasionada introducción a las ideas de izquierda … Les amargaba la vida a las autoridades y arañaba el orden y la tradición de una sociedad vieja y aburrida”.

El restaurante vegetariano también le permitió enfrentarse al sistema capitalista en su dimensión depredadora. El no comer carne iba más allá de una decisión de salud personal, evitando toxinas, y era un gesto de protesta social y protección de la vida animal.

Aunque las causas políticas que la motivaban eran múltiples –derechos humanos, medio ambiente, inmigración ilegal, guerras en el tercer mundo, feminismo, minorías- no era muy dada a profundizar, prefería ideas simples y contundentes. En eso la apoyaba Christian su compañero okupa que no cesaba de repetirle que “actuar no es más que un paso lógico para descargar los sentimientos y las convicciones”. A miles de kilómetros de distancia y un par de décadas después, los activistas holandeses compartían la misma filosofía Tupamara de dejarse llevar por los hechos y la acción que en Colombia había inspirado a las jóvenes universitarias del M-19 tan educadas, inquietas y amantes del riesgo como Tanja.

La rebeldía de Vera Grabe,  el mal genio contra el mundo y la turbulencia empezaron con la adolescencia. “Una búsqueda propia,  una tormenta individual”. Más tarde “se nos juntó todo. Flores y fusiles. Bob Dylan y el Che Guevara. Dos caminos para los jóvenes que no les gustaba el mundo que recibían. Unos lo hicieron de manera pacífica. Otros tomaron la vía armada … Resultaron todo tipo de mestizajes. Como leer a Marx fumando marihuana”. Para sus 16 años recibió como regalo las obras completas de Bertolt Bretch y un afiche del Che Guevara.

Mientras Tanja, Vera y Mª Eugenia se vincularon motu propio a las Farc o al EME habiendo pasado por la universidad y fogueadas en acciones políticas, las niñas campesinas lo hicieron, a veces forzadas o engañadas, en ocasiones como una escapada más de la casa y abandonando la escuela sin su bachillerato.

Varios datos de la encuesta apuntan en esa dirección. La deserción escolar, un factor determinante de ingreso a un grupo armado, difiere entre hombres y mujeres ex combatientes. Mientras la mayoría de los varones señalan que dejaron de estudiar por razones económicas, las mujeres aducen menos esa razón. Casi tan importante (22%) es la mención que dejaron la escuela para ingresar directamente a un grupo armado, un tránsito automático que reporta tan sólo el 6% de los varones.

Difícil saber, de los 13 infantes que en Mayo de 2011 la guerrilla se llevó de varios colegios de Puerto Guzmán en el Putumayo, cuantos habrían sido previamente persuadidos. En todo caso, cuesta trabajo imaginar que las rutinas concretas de reclutamiento no forzado de menores para el conflicto se basen en extensas y sesudas argumentaciones históricas sobre la explotación capitalista, o el problema agrario sin resolver. Una periodista de Foreign Affairs describe una mecánica bastante ligth pero tal vez más realista, muy similar a la utilizada por las maras y pandillas en Centroamérica. A ellas les prometen que ya no habrá más abusos, o directamente las seducen con los fierros. A ellos los atraen “prometiéndoles una motocicleta, un celular, ropa cool, y todo lo que les ayude a levantar novia”.

De acuerdo con una reinsertada, un quiebre en los métodos de reclutamiento de las FARC se dio con la zona de distensión del Caguán, cuando crecieron de tal manera las candidaturas que el asunto se les salió de las manos, sin poder distinguir si se trataba de infiltrados o delincuentes. “Cuando yo llegué a la guerrilla, era requisito indispensable pertenecer a una familia conocida en la región. Pero en la época de la zona de despeje, los reclutadores iban a las zonas cocaleras, donde había cientos de raspachines y comenzaban a andar para arriba y para abajo en moto, con buenas camisas, jeans, lociones … entraban a las discotecas a bailar y tomar trago … Ya borrachos les decían: ¿ustedes por qué no ingresan a la guerrilla? Allá tienen de todo y si se portan bien les enviamos plata a la familia; además, van a vivir muy bien”.

El atractivo de las FARC en la época del despeje fue tal que “en San Vicente del Caguán, niños, niñas y jóvenes solicitan con cierta regularidad ante la Personería Municipal, la Inspección de Policía o la Defensoría del Pueblo que intercedan para su ingreso a las FARC”.

Carolina Rodríguez, una profesional bogotana secuestrada anota en su diario en el 2001 que en el campamento, en la zona de despeje, “había muchos guerrilleros y guerrilleras, todos jóvenes, algunos demasiado, parecían casi niños … Hay unas muchachas bonitas, otras son tan niñas …”. Una de ellas, a quien le decían La Pollo, no se había dado cuenta de que uno de los cautivos era secuestrado y apenas entendió la situación le decía “váyase, váyase y yo digo que no lo ví”. La supuesta enfermera “es una niña que a duras penas sabe leer, le dicen así porque es quien reparte las pastillas y por ahí tomaría un curso para poner inyecciones”. Otro de los jóvenes, Andrés, con 17 años tenía una hija de tres y antes de entrar a la guerrilla trabajaba como raspachín. El grupo de secuestrados se pega un gran susto cuando a uno de los guerrilleros se le escapa un disparo en una habitación y a la media hora a otro le sucedió lo mismo en otra caleta. “¡Dos tiros en menos de media hora! Esa segunda vez sí me dio mucha rabia porque los bobos esos estaban muertos de la risa”.


Para contrarrestar estos métodos de vinculación, con algo de audacia se  podría proponer que las niñas campesinas jueguen a la guerra con la fuerza pública. Violeta recuerda que tal estrategia tiene sus bemoles, pues el flirteo con los uniformados legales es una actividad bastante regulada por la guerrilla. “Fíjese que un día unos hombres uniformados, pero no del Ejército, interrumpieron la clase en el colegio. Entraron al salón y uno abrió una lista que tenía y leyó el nombre de las niñas que debían irse del pueblo o dejar de salir con los policías si querían seguir vivas”.

Vírgenes para los comandantes y tutora sexual del guerrillerito

Marta cuenta que fue recogida con otros 50 menores en Barrancabermeja. Al llegar al campamento de las FARC los recibió un niño de nueve años, “con un fusil más grande que él”. Los alinearon y empezó el adoctrinamiento. “A los dos o tres días de nuestra llegada al campamento, un comandante me sacó del grupo y me llevó a un cambuche donde me violó, me golpeó y posteriormente me amarró. Allí duré una semana … Este episodio me volvió a abrir una herida muy profunda que llevaba en mi alma: cuando tenía 7 años había sido violada por un tío, sin que hubiera podido hacer nada”.

Liliana recuerda que una mañana al salir a comprar lo del desayuno “me encontré con un camión del que bajaron dos hombres armados y me dijeron simplemente: súbase. Eso fue todo”. Al día siguiente en el campamento comprendió que no era la única menor reclutada. Ahora, “éramos parte de la guerrilla de las Farc … Acababa de empezar mi pesadilla. Cinco días después el comandante del campamento me violó”.

Anne Phillips, la periodista de Foreign Affairs, reporta la historia de Atena, maltratada con frecuencia por su hermano. Tras una golpiza se escapó de la casa y llegó a un pueblo en donde Paco, un amable viejito, se le acercó para ofrecerle protección y aventuras si lo acompañaba a una finca. A las dos semanas, Atena supo que no podría irse de allí aunque quisiera. En ese momento no le importó. Al fin y al cabo su mamá nunca la defendió de las muendas y nadie la había invitado a un helado como hicieron los guerrilleros que estaban en la finca. Eso sin hablar de la posibilidad de integrar una nueva familia que prometía igualdad de género.

Si el reclutamiento de infantes fuera siempre forzado, como el de Marta o Liliana, tal vez sería más fácil saber cómo reaccionar –con fuerza pública y fiscales- que ante una vinculación como la de Atena, Eloísa o la Culebrita que vieron en el grupo armado un eventual refugio contra la violencia en su hogar.

Atena se demoró en hablarle a la periodista de sus actividades nocturnas en el campamento, específicamente de sus obligaciones sexuales. “La mayoría de las mujeres reclutadas, independientemente de su edad, se ven obligadas a atender a los guerrilleros, en un esfuerzo por mantener la moral de la tropa y evitar el riesgo de seguridad que implican las aventuras amorosas con civiles”.

El caso no parece ser excepcional. “(Las campesinas) llegaban y como había muchos más hombres que mujeres entonces eran como los buitres: uy llegó carne fresca. Entonces las muchachitas sin experiencia, los muchachos les caían y las muchachas se dejaban llevar” confirma una ex fariana en una entrevista. De acuerdo con Marta, “al haber sido violada tan pronto llegué al campamento, me di cuenta que era la regla y no la excepción”.

Zenaida Rueda habla de Hermides, “el guerrillero que me recibió cuando recien me reclutaron en Santander” y con el que tendría un hijo. Otra ex combatiente de 16 años, es más explícita en cuando a la pasividad femenina para emparejarse. “Él me pidió para su frente, porque allá a las mujeres las piden los hombres; piden a la mujer que les guste de las que salen a formar. Pero hay veces que cuando las llaman a formar es para que las escojan”.

Tras la iniciación o la escogencia, viene el acoso de los superiores. A la misma Zenaida, años después, el Mono Jojoy, “llegó a mi cambuche y de una me echó los perros. Me propuso que tuviéramos algo a escondidas, que por la noche hablaba con los guardias de él para que yo me fuera a dormir a su cambuche y que si yo necesitaba algo, él me lo regalaba”. Jojoy no tenía una amante sino varias, además de Shirley su compañera habitual que terminó dejándolo por mujeriego.

Alias Joaquín Gómez reporta  en un mensaje que Édgar Tovar, del frente 48 "ha caído en relajo sexual al tener relaciones con 38 guerrilleras, a todas las mujeres del frente las ha pasado por las armas con excepción de Patricia, la compañera de Hernán Benítez, pero ha hecho este trabajo con reserva y habilidad".

A mediados del 2008 en un correo que Gentil Duarte, jefe del séptimo frente de las FARC le envía al Mono Jojoy le relata, entre otras “imprudencias” cometidas por Canaguaro con mujeres recién reclutadas el haber obligado a tener relaciones sexuales con él para no ser castigadas, a sabiendas de que ya le habían diagnosticado sífilis. “En el frente hay un relajo muy tremendo; algunos quieren tirar con todas, y tocó sacar para Bogotá a las dos que estaban pringadas. Ya se sabe que Canaguaro fue el del daño en ese grupo".

Las prerrogativas sexuales de los comandantes no son cosa nueva. Fabio Vásquez líder del ELN cuando era escasa la participación de mujeres en la guerrilla no permitía que las parejas se juntaran, pero eso no le impedía andar siempre acompañado de bellas jóvenes. “El único que podía tener una mujer en el campamento era él. Los demás vivían en total abstinencia. Fabio las cogía por turnos. Duraba con cada una siete u ocho meses, se aburría y escogía otra”, cuenta Dora Margarita.

La idea de fuerza o acoso se va desvaneciendo en la actividad sexual posterior dentro del grupo armado. De acuerdo con la misma Zenaida, a Gaitán, un comandante que siempre manejaba mucha plata en efectivo -normalmente bajo la custodia de la mujer que andaba con él- “se le arrimaban las chinas porque él les daba regalos”. A Rigo, un hijo enano de Marulanda, “le gustaban las mujeres monas, altas. Y las conseguía. Como era el hijo de Marulanda, las guerrilleras se le arrimaban”. 

Ocasionalmente la iniciativa sexual femenina surge de las escasez de hombres que se puede dar en los grupos de enfermeras. En el de Xiomara, por ejemplo, “eran como cuarenta viejas y cinco hombres … Hasta allá se nos meteron esas viejas. Ellas habían pasado mucho tiempo solas en el monte y llegaron a buscar marido. Andaban con el cuento de que tal pelado está bueno y que este otro también”.

De acuerdo con la encuesta de la FIP, buena parte de las desmovilizadas se iniciaron sexualmente, siendo niñas, en el grupo armado. El 43% de las mujeres ingresaron vírgenes a la organización, y entre estas, una mayoría lo hicieron antes de los 13 años. El fenómeno es más notorio en la guerrilla que en los paramilitares. En el ELN, por ejemplo, el 63% de las mujeres eran vírgenes al vincularse, en las FARC el 55% y en las AUC el 14%.

En términos generales, la actividad sexual de los hombres no muestra un cambio significativo a raiz de la vinculación al grupo armado. La de las mujeres, por el contrario, sí se incrementa considerablemente. Las organizaciones guerrilleras se distinguen de los paramilitares pues son más los desmovilizados que reportan un aumento es su actividad sexual posterior a su vinculación y esto es particularmente marcado para las mujeres.

La aparente liberalidad sexual de las guerrilleras se percibe dentro del mismo grupo como algo reprochable, y no son extrañas las comparaciones con la prostitución. Un ex fariano opina que allá “la mujer pierde su feminidad … los hombres son muy machistas con la mujer, siempre explotándola sexualmente. Parte de la culpa es del hombre, parte es de la mujer porque ellas se relajan … ellas se vuelven prostitutas porque empiezan con un hombre  en una cama, y a la siguiente noche están en otra cama con otro hombre”.

El primer amor, amigo y apoyo de una reinsertada “me decía que las mismas guerrilleras me inducían a la prostitución porque se iban acompañadas al baño y se ponían a hablar de que tal guerrillero estaba bueno que esta noche me voy a acostar con tal otro, y que yo me veía decente, así que no me fuera a dejar influenciar por ellas”. Él mismo le explica que “en la guerrilla hay mujeres que se acuestan todas las noches con uno diferente: porque les prestan una bolsa, porque les regalan betún, porque les dan ropa interior o un champú, en fin …”

“Ahora Lozada tiene otra mujer, una chica de 16 años, de tetas enormes. Esta muchacha es una putica, tira con todo el mundo y es muy tonta” escribió Tanja, europea de vanguardia, en su diario. La confusión entre promiscuidad y prostitución está institucionalizada. “(A las peladas) las paran delante de todo el personal de la compañía y les han dicho: ustedes confundieron FARC-EP con BAR-EP, y les han dicho si ustedes quieren ganarse el cartón de prostitutas por qué no se quedaron en la civil”. El sexo casual, además está debidamente reglamentado: “para ese tipo de relación hay permiso los días miércoles y domingo pero hay que pedirlo. El compañero es con el que se está siempre”.

Al reinsertarse, los guerrilleros se buscan una mujer con costumbres sexuales distintas a las de sus compañeras. La antropóloga Kimbely Theidon que entrevistó desmovilizados señala que todos los hombres afirmaron no tener interés en contar con una mujer excombatiente como pareja porque “la mujer guerrillera es una puta”.

Para completar los guerrilleros son, como los mafiosos, asiduos clientes de la prostitución, muchos de ellos desde antes de vincularse a la organización. Una secuela de la activa participación en el mercado del sexo es la alta incidencia de enfermedades venéreas que sin duda -en un entorno al que ellas entran vírgenes y se les prohíben relaciones con civiles- han sido importadas por unos guerrilleros no muy amigos del condón. En efecto, la intensa actividad sexual dentro de los grupos armados no siempre se hace de manera segura. “Cada comandante entregaba condones con la dotación, pero los guerrilleros no los utilizaban. Los cargaban para evitar que los sancionaran. Y a veces uno encontraba condones colgados en las ramas de los árboles”. “Aquí se jode tanto, y sin preservativos, que el sida podría destruir toda la unidad” anota Tanja en su diario.

Mucho sexo sin las debidas precauciones acaba pasando factura. “Una buena parte de las enfermedades que afectaban a los guerrilleros eran las venéreas … Y era apenas lógico, porque había bastante promiscuidad y a veces los guerrilleros enfermos se quedaban callados y seguían con su vida sexual”. Cuando los exámenes salían positivos los médicos intercambiaban su silencio al respecto por la promesa de cambio en el comportamiento. Con algunos el arreglo funcionaba pero “otros se ponían por debajito de cuerda a tener relaciones sin importar que estuvieran contagiados de sífilis o herpes”.

En abierto contraste con la peculiar iniciación sexual de las mujeres en la guerrilla, la primera experiencia íntima de Tanja con un compañero de lucha fue un ardid ideado por ella para evitar sospechas después de un fallido atentado con explosivos. En medio de la discusión sobre el curso de acción luego del fracaso vieron la luz de una moto de la policía acercándose al vehículo en el que estaban. “Yo no lo pensé ni un segundo y me abalancé sobre mi compañero dándole un apasionado beso que lo dejó estupefacto y sin aire. Le susurré al oído que me metiera las manos en las tetas y actué como una fiera en celo hasta que los policías nos pusieron la luz de la moto en frente y se bajaron a examinar la escena … Mientras (él) les hacía comentarios machistas buscando su complicidad masculina yo simulaba estra avergonzada y me tapaba la cara entre sollozos”. El montaje fue tan eficaz que la autoridad acabó haciendo una recomendación escueta: “que le pague una pieza a la señorita porque aquí están prohibidas esas vainas”.

Ya en el monte, en medio de los rigores del curso básico de entrenamiento, Tanja se fijó en un “jovencito indígena” callado, taciturno y poco sociable con el que nadie hacía migas. De unos 20 años, con rasgos “totalmente aborígenes” era de la etnia Yucuna y había sido reclutado en el Amazonas. “Además de un bello cuerpo, esculpido en el trabajo y la guerra, tenía la mirada más transparente que yo había visto en mi vida … Me despertaba una ternura inmensa y entre charla y charla me enteré de que nunca habia tenido novia”. El contraste con la mayor parte de los guerrilleros en plan de conquista, cambiando de pareja y alardeando de su virilidad le hizo tomar a Tanja la decisión de ayudarlo a perder su virginidad. El joven captó el mensaje y una noche la visitó en su caleta. “Esperó mi reacción hasta que yo comencé a acariciarlo y lo besé en la boca y disfruté de su asombro y sus temblores haciendo las veces de maestra en las artes amatorias. Hicimos el amor varias veces bajo una oscuridad infinita y en medio de una sinfonía incesante de insectos que ahogaba sus gemidos. Holanda, Holanda, me decía al oído mientras su fuerza de joven del monte se apropiaba de mi cuerpo ansioso y extenuado”. 

El parte de victoria fue contundente. “A mi indiecito, que era virgen, lo he convertido en un dios del sexo”, escribió Tanja en su diario. También allí quedó claro que el encuentro estaba planeado con anterioridad, que la holandesa le había puesto los ojos a ese muchacho de otra comisión, “un indio, casi no habla … Tiene cuerpo bonito y es totalmente ingenuo. Espero empezar algo con él la próxima vez que venga, entre otras cosas con el propósito de escandalizar a todas las personas de acá. Todavía soy una chica rebelde, ja ja ja”.

En la misma entrada anota que una manera de ser diferente en la guerrilla sin convertirse en oveja negra es no empezar nada con los superiores. “En principio sería fácil para mí seducir a un comandante, por ser blanca”. Los mandos se fijaban en ella, algunos la buscaban, pero ella los ignoraba.

La facilidad de los comandantes guerrilleros para tener acceso sexual a sus compañeras de lucha no es una exclusividad de las FARC o el ELN con las niñas campesinas. Hay antecedentes más basados en el encarrete y la seducción que en la coerción pero con resultados similares. Casi la totalidad de las univesritarias de alta jerarquía en el M-19 que han escrito sus memorias cuentan haber tenido una relación con Jaime Bateman y por sus relatos se puede sospechar que hubo muchas más de ahí hacia la tropa. Vera Grabe reconoce que las enamoradas de su amante eran muchas, y no le importaban. Miriam Rodríguez, compañera de Carlos Pizarro, cuenta que el líder a veces decía “uno quiere tanto a las compañeras que termina deseándolas”. Y agrega que se trataba “de una persona de una vitalidad arrolladora. De pronto no era un hombre buen mozo, pero sí era un hombre atractivo, simpático, echado para adelante. Para él, hacer el amor era muchas veces como darse un abrazo prolongado”.  Margot Pizarro, Nina, militante del M-19 y hermana de Carlos confirma que “Jaime era un hombre que enamoraba, la gente se enamoraba de él”.

Una joven desmovilizada de las FARC señala que “para ser sincera la mayoría de las mujeres sí entran enamoradas de un guerrillero”. En este perfil encaja una de las amantes de Bateman, Peggy Ann Kielland,  para quien la seducción precedió al reclutamiento que casi se da en las FARC, desde antes del M-19. Pudo no ser la única pues ella misma anota que el gran seductor “utilizó a todo el mundo, pero todo el mundo se dejaba utilizar. Sabía que uno se volvía su incondicional”. Para quien fue capaz, en un hospital cercano a Moscú, de escaparse con las enfermeras para tomar vodka y bailar en el bosque no se puede descartar la utilización de sus dotes como mecanismo para reclutar.  Patricia Ariza, actriz y fundadora del Teatro la Candelaria cuenta como “cuando ese hombre nos descubrió ese otro país subterráneo en las montañas, lo primero que deseé con toda el alma fue irme para allá”. Santiago García fue definitivo  “para que no me fuera con el Flaco, y se lo agradezco”. De todas maneras, “durante varios años  Peggy, mi amiga, y yo trabajamos con Bateman para una especie de red misteriosa que él manejaba”.

Cambiando enamoramiento por fascinación y estrecha amistad se puede pensar en Esmeralda, la compañera de Jaime Bateman y madre de sus dos hijas, quien lo conoció ella sin terminar bachillerato y él con 24 años. “Él ya estaba metido en la revolución y hacía parte de las autodefensas. Álvaro Fayad y yo ingresamos y la primera tarea que nos asignaron, tal vez de prueba, fue ir a la calle 26 y esperar a un hombre que nos entregaría un paquete. Álvaro Fayad fue mi gran amigo de la vida. Cuando empecé con Pablo, Álvaro se sintió solitario y nos reclamaba porque no lo invitábamos siempre a almorzar”

Parecería que las relaciones extra matrimoniales de Bateman ocurrían dentro del grupo. Una persona cercana señala que “al flaco no le conocía novias: solamente a Esmeralda y a una periodista, nadie más”.

Adoctrinamiento voluntario y progresivo o forzado y tedioso

Al leer los documentos acordados por el gobierno con las FARC cualquier observador pensaría que en la guerrilla colombiana se discuten permanentemente, y con seriedad, una amplia gama de asuntos políticos, económicos, sociales y agrícolas. Si al ambicioso texto se le suma el escenario de las negociaciones, surge la tentación de imaginar una reedición de los barbudos de la Sierra Maestra o, como ya se ha sugerido, de los diálogos con los rebeldes urbanos del M-19, tan cercanos a Cuba.

La primera vez que Tanja vino a Colombia fue contratada como profesora para el colegio más costoso de Pereira. Allí conoció a un profesor de matemáticas que “si sabía darme las respuestas que me satisfacían, unas respuestas contundentes … Nosotros no solamente discutíamos sobre los procesos sociales en Colombia, leíamos documentos sobre la Revolución en Cuba, la Revolución en diversos países del mundo y me llevaba a los barrios pobres de Pereira”.

Era la época del despeje y ella empezó a escribir su tesis para la universidad holandesa sobre la guerrilla. Por eso “me tocó estudiar el proceso histórico colombiano, por qué nacieron las FARC, qué raíces tienen”. Con la disculpa del trabajo de grado estuvo en el Caguán buscando entrevistar comandantes. Ya tenía un contacto suficiente para poder pasar los retenes de la guerrilla. Allí quedó marcada por una manifestación política con discursos de Alfonso Cano y otros líderes. Y también en la zona de distensión tuvo la oportunidad de participar en una rumba que duró toda la noche. Bailó vallenatos y merengues y entonó canciones de protesta acompañada por su guitarra.  Al volver a Holanda “ya tenía la fiebre de la Revolución”.

En su segundo viaje a Colombia vino como espectadora privilegiada, para “mirar la toma del poder de este pueblo”. Sabía que “la revolución se va a dar acá, con la guerrilla más grande del mundo”. Cuando al poco tiempo decidió que podía aportar algo a la noble causa, se enteró que su colega en el colegio era un miliciano de las FARC que de inmediato la puso en contacto con las redes urbanas en Bogotá. El proceso de involucramiento en el conflicto siguió siendo puramente intelectual. Quedó fascinada con la forma en que sus inductores a la guerrilla “citaban, de memoria y al pie de la letra, párrafos completos del Pasajes de la guerra revolucionaria, el gran libro de Mao sobre la lucha armada”.

Al llegar al monte, ya formada política e ideológicamente, el adoctrinamiento básico al que eran sometidos los demás reclutas, en su mayoría menores de edad, resultó redundante para ella. “Al cabo de un mes, Lozada (el comandante) supo que tenía un verdadero cuadro revolucionario en sus manos y se dedicó a darle una especie de curso privado sobre la línea política de las FARC, la historia y la estructura de la organización”.

Antes de ser Tania la Guerrillera, Haydée tuvo una intensa actividad política. Creció en el seno de una familia combativa y revolucionaria. Sus padres fueron miembros del Partido Comunista Argentino y trabajaban activamente contra el gobierno. En su casa celebraban reuniones clandestinas, recibían refugiados judíos y llegaron a guardar armas. Desde niña Tania colaboraba en estas actividades, llevando mensajes y repartiendo propaganda.  A los catorce años militó en la Juventud Libre Alemana y poco después en el Partido Socialista Unificado. Fue en una reunión entre dirigentes estudiantiles alemanes y latinoamericanos cuando se encontró por primera vez con el Che Guevara. El alias de Tania era el mismo utilizado por la guerrillera soviética Zoja Kosmodemianskaja, detenida, torturada y asesinada en 1941 por los fascistas, y refleja una constante preocupación y un detallado conocimiento de  las luchas rebeldes en el mundo.

La incorporación al grupo armado en el monte fue para Tania la culminación de varios años dedicados al activismo político, y como tal la celebró. “A su llegada a la guerrilla, Tania se veía muy jubilosa, a pesar de caminar unos ocho o nueve kilómetros había llegado en condiciones físicas aceptables … Nos estrechó a todos, nos abrazó, brincó de júbilo, alegría espontánea”

La toma de conciencia de las rebeldes del M-19 fue también larga y progresiva. En el caso de Vera Grabe, empezó en el colegio con un maestro que admiraba y le encantaba : un profesor alemán de literatura e historia que le abrió los ojos y le transmitió su inmenso amor por Colombia. Todos sus estudiantes salieron comprometidos con la necesidad de cambiar y mejorar el mundo. Todavía en en el colegio, para un trabajo de investigación, "leímos lo que encontramos sobre Camilo Torres, el nacimiento del Partido Comunista, el MRL, el nacimiento del Frente Unido y las diversas tendencias del movimiento obrero".

Ya en la universidad, "el supermercado de las toldas y capillas políticas estaba en pleno furor … Era como mirar Colombia con los anteojos de lo que pasaba en otros lados … La Juco defendía su combinación de todas las formas de lucha, el todo vale. La Jupa reivindicaba el valor de la burguesía nacional y había ganado fuerza en la universidad privada : eran los guerrilleros del Chicó".

La injusticia social la vivieron en carne ajena, de nuevo bajo la guía de un profe que facilitó la conclusión que la violencia era la única vía. Fue después de un trabajo de campo en una región indígena -con el mismo tutor que en clase la había llamado mona imperialista, pero que luego le levantó el veto para mostrarle el verdadero país- que Vera Grabe vió con claridad que "sólo si cambiaban las estructuras sociales y políticas podía mejorar la vida de la gente. Eso significaba derrocar al sistema y para ello no había otro camino que las armas".

A pesar de lo obvia que es la inequidad en Colombia, la toma de conciencia a veces requiere un empujón del maestro intelectual. Emilia describe el proceso de tutelaje por su profesor universitario, coincidencialmente el mismo de Vera. "Era incansable en sus demandas, me cuestionaba, leíamos juntos, revisaba mis notas. No me pasaba una. Tenía que ser buena en mis estudios académicos pero también comprometida en mi práctica cotidiana. Observaba cada detalle de mi comportamiento y me regañaba cuando pensaba que las debilidades pequeño burguesas me estaban corrompiendo".

El ingreso al grupo armado de las universitarias no se dió al principio sino después de la adolescencia, fue gradual y tomó varios años de reflexión e incubación ideológica.  "Una especie de ligera invasión. Una seducción eficaz y sutil … No nos hacíamos revolucionarios de la noche a la mañana. Llegar a serlo era un proceso  personal de involucramiento político, afectivo, cotidiano". Así es como describe Vera Grabe la ruta para hacerse guerrillera. Fueron algunos amigos de la universidad los que facilitaron el tránsito de la vida civil a la militar, en un sendero en el que se mezclaron las lecturas de Lenin, Manuel Marulanda o Camilo Torres con la música de Violeta Parra y Mercedes Sosa. En su caso, la fase definitiva del proceso había estado precedida del "debate político sobre la reforma y política educativas, sobre el poder y la ideología" en la universidad de Hamburgo.

La búsqueda de verdades absolutas por parte de Emilia se inició aún más temprano con los Corazones Valientes y los Cruzados. El grupo de teatro Las Euménides que formó con unas amigas de colegio bajo la dirección de dos miembros del Partido Comunista Marxista Leninista lo complementaba con la participación en un grupo de estudio maoista.

El M-19 que las invitaba y acogía tampoco pretendía decisiones y definiciones bruscas. "No pedían más de lo que uno pudiera dar, daban por sentado  con tranquilidad que cada cual tiene sus procesos, y que un gran paso es a la larga la suma de un montón de pasitos".

Un caso muy curioso es el de Peggy Ann Kielland una de las novias de Jaime Bateman desde su época en las FARC pues es ella la que lo convence que la lucha armada exige un mínimo de educación doctrinaria y política. "Al crearse el CEIS (Centro de Estudios e Investigaciones Sociales) muchos de nosotros ingresamos con entusiasmo a estudiar economía política y filosofía marxista. Al Flaco le dio por decir que eso no servía para nada y causó un revuelo terrible entre sus amigos y seguidores. Tuvimos fuertes discusiones con él y lo convencioms. Entonces se comprometió a que estudiáramos juntos. Fueron unas sesiones de estudio muy interesantes" 

La toma de conciencia de las campesinas reclutadas niñas por la guerrilla es mucho más escueta, empírica y menos sujeta a discusión y análisis. La ideología es más justificación ex post que consideración a priori. Al interior de la guerrilla colombiana parecería incluso darse una relación perversa entre educación y convencimiento por la lucha armada. Diana, por ejemplo, que había empezado en la Juventud Comunista, "era una niña muy consentida, pero supremamente convencida. Era de las pocas guerrilleras que habían terminado el bachillerato".

Incluso cuando el reclutamiento de las jóvenes campesinas es tardío, a los 18 años, la labor previa de adoctrinamiento es precaria. Como cuenta Zenaida, “unos guerrilleros me dijeron que alguien de la familia tenía que irse para las FARC y que seguramente me tocaba a mi. En esos días yo andaba de parranda … Todo ese año y el siguiente me la pasé trabajando y tomando. Como estaba segura de que la guerrilla me llevaba tarde o temprano, más tomaba”.

La realidad del debate dentro de los grupos armados colombianos es igualmente pedestre, y presenta peculiaridades. Por un lado, las discusiones políticas, con métodos escueleros, son básicamente para las mujeres y en particular para las reclutadas cuando niñas. “Los cuadernos de Manuel Marulanda eran unos libritos que él había escrito sobre la guerra. Tocaba leerlos y transcribirlos en un cuaderno de los que usan en los colegios … Nos daban unas charlas sobre el reglamento, las normas de la organización, sobre este señor Carlos Marx, sobre libros de Jacobo Arenas, de Marulanda … Era una cantidad insoportable de cosas que no me interesaban para nada”, cuenta Zenaida, “al principio no les encontraba sentido a las charlas. Les tenía pereza, pero después me resigné y me tocó meterme”

De acuerdo con la encuesta a desmovilizados, las combatientes asisten en promedio unas treinta veces más al año que los hombres a reuniones en las que se habla de los objetivos políticos del grupo o de su ideología. Además, a los reclutados con menos de 13 años les tocan cuatro veces más reuniones que a los mayores.

La segunda particularidad de estas reuniones políticas en las montañas de Colombia es que son, principalmente, para quienes no reciben ninguna remuneración por parte del grupo armado. La misteriosa incompatibilidad entre un estipendio y el debate político es mucho más marcada entre las mujeres. Mientras una guerrillera que reporta no haber recibido ningún ingreso regular asistió en promedio a 180 reuniones cada año, algunas mujeres a quienes las FARC o el ELN les pagaron regularmente más de un salario mínimo fueron tan sólo a una sesión bi mensual.

El proceso de adoctrinamiento centrado en los más jóvenes no parece ser independiente de la práctica de reclutamiento forzado de menores. Victoria Palmera, alias la Costeña, con unos 30 años en la guerrilla, fue jefe política y coordinadora del frente 21 y “su papel dentro del grupo armado también ha sido la enseñanza ideológica a los menores que ingresan a las Farc”. Informes de inteligencia señalan que en las veredas de Chaparral y Rioblanco en Tolima la misma Victoria, “habría amenazado a las familias que no permitían que sus hijos fueran reclutados”.

Sobre el contenido y la calidad de las reuniones políticas y de adoctrinamiento, Eloisa da algunas pistas. “Bueno, yo escuchaba, no leía. Estudiábamos la vida del Che Guevara como el hombre nuevo … lo estudiábamos por su compromiso con una causa: la causa noble de la revolución para la construcción del socialismo. Y por su desinterés”.

Un amigo, aburrido con el rollo, le recomendó a Eloisa que buscara un libro de otra cosa y hablaban después. Ella, que acababa de ver su primera película, quedó preocupada. “Yo creía que la guerrilla estaba en todo el mundo y cuando me di cuenta de que no era así pensé que, definitivamente, mi cabeza estaba llena de aserrín”.

Al volver a casa buscó afanosamente un libro, cualquier libro. “Esa misma tarde empecé a preguntar quién tenía uno. Nadie, pero nadie tenía un libro en el pueblo. Creían que me había vuelto loca”. Por fin le sugirieron que en la parroquia podría encontrar algo. El padre Domingo no salía de su asombro. En todo el tiempo que llevaba en el pueblo nadie le había hecho tan insólita solicitud. No desaprovechó la oportunidad y le endosó la vida de un santo. También le recomendó ir a la biblioteca de Neiva, aclarándole que se trataba de un lugar en donde había muchos libros. “Uno va allá, pide el que quiera y se lo prestan”.

La encuesta FIP y el testimonio de Eloisa permiten sospechar que más que debate, lo que se da actualmente en los grupos armados es simple adoctrinamiento para párbulos, virtuales analfabetas, tal vez con herramientas pedagógicas similares a las utilizadas para atraerlos a las filas. “La música de los niños, de los jóvenes y de los más viejos son canciones guerrilleras y canciones de narcos. Punto”.

No sorprende que los combatientes reclutados más maduros asistan poco a las reuniones políticas. Y tampoco sorprende la alegría de Eloísa cuando, ya reinsertada, la bibliotecaria de Neiva le recomendó sus primeras lecturas: El sapo enamorado, El cocuyo y la mora y Yoco busca a su mamá.

Hay indicios de que ni siquiera el adoctrinamiento más básico logra sus propósitos. En medio de un enfrentamiento con el ejército, una reinsertada recuerda que “yo en mi pensamiento, le pedía a Dios que nos escondiera. Y escuchaba a las otras dos muchachas rezando, pidiendo que no nos fuera a pasar nada”. En otra ocasión “cuando Juancho alzó el bolso me di cuenta de que llevaba el cuaderno y una biblia chiquitica que le había prestado Ninfa”. Justo antes de desertar le insiste a su compañero de aventura, “si Dios quiere, si Dios quiere, a las seis de la mañana nos montamos en un helicóptero, si Dios quiere”.

El reglamento es para las de ruana

El adoctrinamiento al que son sometidos los jóvenes al ingresar a la guerrilla es poco ideológico o político. Tiene que ver ante todo con el rígido reglamento disciplinario que regulará todas sus actividades cotidianas. “El día del primer entrenamiento ya éramos 50 los reclutados. No nos dijeron nada, ni bienvenidos ni nada. Nos leyeron la disciplina a la que uno tiene que subordinarse, nos advirtieron de las cosas que nos podían pasar si no hacíamos caso”. 

“Hoy tenemos que estudiar por enésima vez los documentos de las FARC. Repetir lo que se ha explicado treinta veces: qué es una formación; por qué tenemos que ser disciplinados; o mejor, explique por qué no se le permite dormir cuando está en guardia”, escribió Tanja en su diario.

De acuerdo con una reinsertada a quien se le impuso como castigo “por mostrarse desalentada” el cuidado de un secuestrado era “difícil hallar a un guerrillero al que no hubieran castigado , al menos una vez, por romper cualquier norma de las FARC”

Los métodos pedagógicos son peculiares. “Los días más aburridores eran aquellos en los que nos leían los manuales. Después tocaba explicar lo que decían y si uno no era capaz, lo castigaban. Si uno se quedaba dormido lo hacían dar vueltas en redondo del aula y todo el mundo se burlaba”.

Las reglas no siempre están claramente especificadas en los manuales ni son predecibles. “En una ocasión impusieron la norma de que las mujeres que tuvieran el período no cocinaban, por higiene”.  A Machina, que rezongaba cuando la mandaban a cocinar, cada una de sus respuestas la va “anotando el comandante en un papelito y así le arman un prontuario … Le tocó cavar 300 metros de trinchera, cargar 200 viajes de leña y cocinar durante 30 días para los guerrilleros”. Marta  quien manejaba la emisora de las FARC en su zona y se atrevió a criticar algunos abusos de los comandantes, fue amarrada a un árbol por tres días.

La holandesa recibió penas leves, o le fueron condonadas faltas relativamente graves, como de consejo de guerra. La primera fue haber aprovechado el paso por un pueblo para usar un teléfono y llamar a su casa. Tanja se había ido al monte sin explicarles bien a sus padres a donde se iba. Se había limitado a enviarles una nota contándoles que se iba al campo a desarrollar una labor de educación a los campesinos y no aguantó la tentación de oír de nuevos sus voces.

La segunda, más delicada, fue la infracción continuada de consignar en su diario críticas a varios aspectos de la vida cotidiana en la guerrilla que, aunque escritos en holandés, quedaron expuestos  al mundo cuando fue allanado su campamento. “Qué aburrición … Tres meses dejé mi ropa afuera durante las noches y ahora me castigan por eso … No podemos funar y hacerlo parece que es tan grave como estar al lado del enemigo … Es para enloquecerse y ya no quiero más de eso … La mujer del comandante es una categoría aparte acá. Ellas tienen ciertos privilegios, siempre tienen toda la información y a veces hasta dan órdenes. Ellas sí tienen permiso para tener hijos”. “¿Cómo será cuando estemos en el poder? ¿Las mujeres de los comandantes en sus Ferrari Testa Rossa, con tetas de silicona, comiendo caviar”?

De no haber sido una mujer europea relevante para la opinión pública internacional, lo más seguro es que un desliz de ese calibre hubiese llevado a su fusilamiento. Jineth Bedoya, tras revisar a fondo los archivos de Raúl Reyes y su correspondencia con el Mono Jojoy, opina que fue gracias a la intervención del primero que Tanja se salvó. Ni siquiera fue sometida a un consejo de guerra.

La familia es una de las razones que con mayor frecuencia se menciona como motivo para la desmovilización. “Algunos ex guerrilleros incluso cuentan sus años con las FARC o ELN en términos del número de navidades que pasaron sin ver a sus familias”. La situación más común es no poder reunirse nunca con los familiares. Es una de las partes consideradas más duras del reglamento dentro de la guerrilla. 

Una ex guerrillera de las FARC relata que durante los dos años y medio en la guerrilla, “no pude ver a mi familia, no me dejaban. Porque ellos saben que si uno ve a su familia se le mueve el piso”.

Pasaron 18 años en el monte, para que Norbey, a quien “desde chiquito los papás lo habían entregado a la guerrilla” pudiera tener noticias de su familia. Mandó llevarlos a Santander para verlos, pero viajaron sólo la mamá y el hermano. “Ellos le contaron que la guerrilla había matado al papá hacía siete meses en la finca donde vivían. ¡La misma guerrilla! Y él, dizque guerrillero”.

“La guerrilla me sacó de la casa de mis padres. Me fui sin despedime de mi familia y nunca más la volví a ver”. Sólo después de 17 años y  tras su deserción Zenaida pudo volver a ver a sus padres.  Cuando los encontró de nuevo, “no los reconocí. Nos abrazamos y les dije que no se fueran a poner a llorar”. Cuando le preguntan al hermano si sabía que tenía una hermana guerrillera responde que todos creían que estaba muerta. “Yo al principio pensaba en ella, pero después uno se olvida”.

En los casos excepcionales en que se permite una visita, la comunicación entre las partes es precaria. “A los dos años, mi mamá se enteró de que había sido secuestrada por las FARC. Después de muchos peligros, logró que la llevarán al campamento donde yo me encontraba. Cuando ella llegó, yo había sido violada el día anterior y había recibido una golpiza que me había desfigurado la cara. Como había aprendido a ocultar mis sentimientos, me vi obligada a mentirle a mi madre sobre la situación. Sabía que si le contaba, posiblemente las dos no saldríamos vivas ese día. Me tocó inventarme un cuento para explicarle mi estado y omitir lo que me había sucedido en realidad”.

Otra reinsertada de las FARC cuenta que “sólo una vez me dejaron ir a mi casa pero creo que era porque ellos sabían que ella (la mamá) no estaba … Un diciembre, mi mamá estuvo en el entradero, la entrada del campamento, que es cerca de mi casa, pidiendo que la dejaran verme y no pudo entrar”.

Una de las prerrogativas más inusuales que ha tenido Tanja en las FARC fue la autorización para reunirse con su madre en Agosto del 2005, un momento en el que la situación estaba bastante difícil para la guerrilla. El propósito de la madre en esta visita era rescatarla del supuesto secuestro al que estaba sometida. Tanja le había implorado varias veces a su comandante que le permitiera “ir a ver a sus padres, le decía qque no soportaba su ausencia, le juraba que no cometería ningún error en el viaje y que regresaría muy pronto a las montañas”.

La situación se tornó dramática después de que Tanja habló por teléfono con sus padres. Regresó al campamento y le dijo a Lozada, el comandante, que no podría seguir mucho tiempo sin ver a sus padres.  Este se comunicó con Raúl Reyes para hablarle de la holandesa. Aunque el canciller de las FARC sabía de su presencia y le había mandado documentos para traducir, no conocía mucho su historia.  Lozada hizo énfasis en el papel que en el futuro podrían jugar Tanja y sus padres en las relaciones internacionales y la imagen de la guerrilla. Se consideró que el viaje de Tanja a Holanda tenía muchos riesgos, pero el mismo Reyes  dio el visto bueno para una visita de la señora Nijmeijer a su hija en las montañas.

Bombas en las milicias o en el monte con un pretendiente guerrillero

Tanja ingresó a las FARC sin saber manejar un arma, y sus primeras  dosis  fuertes de adrenalina las tuvo poniendo explosivos con milicias urbanas en las que pasó unos meses. Antes de irse al monte participó en atentados con bombas a una estación de policía, dos grandes almacenes y Transmilenio. Sabía utilizar el bodegón y el gorro chino, dos explosivos artesanales de gran impacto. Fue con los compañeros de milicia que Tanja aprendió a manejar armas cortas. Los fines de semana la llevaban a las afueras de Bogotá para enseñarle a armar  y desramar pistolas y hacer prácticas de tiro.

Para las jóvenes con buen nivel educativo el ingreso a la guerrilla tiene un componente lúdico, de peripecia y diversión. Olga Lucía Marín, compañera de Raúl Reyes de las FARC cuenta qie “yo había dado cursos en las escuelas regionales. Me gustaba esa actividad. Ya llevaba cinco años en la Juco. Quería expermientar cosas nuevas. Quería vivir más aventuras. Se habían acabado las expectactivas … Entonces aparecía como interesante el cuento de la guerrilla y dije: me voy”. Aprendió a manejar armas después de reclutada. “Aprendí a marchar. Cragaba armamento para aquí y para allá. La primera vez que me dieron un arma me mandaron para la guardia. Jacobo había ordenado que a otra muchacha y a mí nos enseñaran a manejar armas. Nos dieron una metra Ingram, cuadrada, pesada, espantosa”

Muchas de las insurgentes aprendieron a usar un fusil antes de vincularse, en un polígono campestre entre juego y coqueteo con un instructor de la misma guerrilla. En los grupos armados hay una alta proporción de jóvenes previamente entrenados en el manejo de armas. A veces, el asunto se inicia como diversión. “A los 12 años me gustaba llegar de la jornada de trabajo y ser parte de alguna de las bandas que teníamos con mis amigos: hacíamos pistolas con palos y caucheras, nos vengábamos de los que considerábamos nuestros enemigos y, a veces, dejábamos amarrado en un árbol a algún niño que nos cayera mal. Era un juego. Eso pensábamos, hasta que los paras nos vieron e intentaron reclutarnos”.

De acuerdo con la encuesta, en los varones se percibe una asociación negativa entre la pobreza y la experiencia con armas previa a la vinculación. Para las desmovilizadas, manejar armas antes de entrar al conflicto no depende de la riqueza salvo en el estrato más favorecido, donde la proporción es sustancialmente mayor. Más de la mitad de las mujeres, y dos de cada tres de los hombres provenientes del quintil más alto manejaban armas antes de ser reclutados.

Una de cada tres desmovilizadas aprendió a usar armas antes de hacer parte del grupo ilegal. Las campesinas, en promedio, supieron disparar dos años antes que los varones.  Y mientras para buena parte de ellos el inicio fue el servicio militar, la mitad de las mujeres de origen rural empuñó un arma por primera vez de la mano de un guerrillero. El gancho en las montañas de Colombia parece ser jugar a la guerra.

Estos datos son consistentes con una observación de Verdad Abierta: “para ganarse la confianza de los niños, subversivos no mayores de 20 años los llevan por momentos al monte para adiestrarlos en manejo de armas". Por eso María, una madre de familia de la zona rural de Rovira, no quiere que sus hijos “cambien el lápiz y los cuadernos por el monte y los fusiles … Lo que más le preocupa es la atracción del cabecilla de la columna guerrillera hacia su hija”.

Una de las variantes de la tesis de las causas objetivas de la violencia es que la falta de educación es un factor determinante de tales comportamientos. En la comparación entre la guerrilleras campesinas y las universitarias un corolario de esta tesis es que las primeras deberían ser más violentas que las segundas. Vale la pena por lo tanto ilustrar con un ejemplo que la relación entre nivel educativo y la violencia no es tan simple.

Alfaro Vive Carajo fue un clon del M-19 que operó allí entre 1980 y 1991.  De origen urbano, con líderes universitarios de clase alta -autocalificados democráticos, nacionalistas y antiimperialistas- robaron la espada del general Eloy Alfaro, montaron audaces golpes espectáculo y con la asesoría de los colombianos introdujeron  en el Ecuador los secuestros de impacto.

Santiago Kingman, uno de los fundadores, era profesor universitario en Quito y hacía parte del M-19. Con 27 años se consideraba el viejo del grupo. Patricia Peñaherrera, su novia, fue invitada casi adolescente  a guerrear en Colombia. Llegó a ser jefe de las fuerzas especiales del Eme. “En esa escuela yo hice una especialización que me costó casi mi personalidad”. 

La principal actividad de ese grupo élite era la toma de unidades militares del ejército colombiano. “Nos infiltrábamos ocho o diez personas en un cuartel y lo atacábamos desde adentro, utilizando técnicas vietnamitas”. En la última que participó y resultó herida  “entramos a que todos se mueran, el aniquilamiento total le llamaban ellos. Y eso es un combate muy duro, muy doloroso, porque cuando llegas las personas reaccionan, ellos también están formados para reaccionar militarmente con fusiles, granadas, explosivos y eso se volvió algo terrible, un incendio, volaban los techos, las sillas, las camas, las personas. Sí, tengo el recuerdo de que es como un infierno ... creo que un ser humano no está capacitado para vivir la guerra así”.

La violencia sexual en el conflicto

La creciente amalgama de víctimas

Laura Gil, politóloga y analista internacional, renunció en Septiembre de 2013 a la mesa de trabajo del programa “Mañanas Blu” en una cadena radial porque al parecer su jefe y un colega no la soportaban. Inmediatamente surgieron acusaciones de sexismo, acoso y misoginia.

La reacción de sumarla al paquete de víctimas de la violencia de género no tardó. Una conocida feminista comparó su situación con la de Pili, joven wayuu que en una película es encerrada durante doce lunas para el ritual de paso de niña a mujer. Menciona amenazas, azotes, bofetadas, lapidaciones, infibulación, escisión del clítoris y feminicido para concluír que “tanto en Laura Gil como en Pili está representada la eterna historia del encierro y silenciamiento de las mujeres”.

Si tal menjurje entre el percance laboral de una comentarista radial y las tradiciones de sometimiento femenino en un grupo indígena se propone sin sonrojo, cuando el suceso se relaciona con el deseo masculino la consigna es simple: sumar lo que se pueda bajo el rubro de violencia sexual. 

Para inflar el número de víctimas, las feministas norteamericanas empezaron magnificando el riesgo de violación. “Cada vez que un hombre se dirige a una mujer en la calle, ella debe contemplar la posibilidad de que la puedan violar" sentencia una de ellas en el Harvard Law Review en 1993. El activsimo funcionó y la amalgama se extendió. En el 2003 la Organización Mundial de la Salud incluyó en su definición de violencia sexual “los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados”. El piropo se convirtió en “acoso sexual callejero” y actualmente un movimiento mundial busca incluírlo en los códigos penales.

Recientemente, una encuesta sobre violencia sexual en zonas de conflicto contempla como ataque la “regulación de la vida social”, por ejemplo que el comandante paramilitar prohíba usar minifalda. Así, sumando peras con manzanas, se llega a un total de 490 mil víctimas de las cuales 176 mil fueron acosadas sexualmente y a 327 mil les reglamentaron la rutina. El dato aterrador con el porcentaje de mujeres víctimas de violencia sexual (17.6%) –que quintuplica el de las violaciones- queda listo para los titulares de prensa.

Uno de los informes del GMH adopta una visión tan laxa de la violencia sexual que considera que una de sus manifestaciones es la organización de una pelea de boxeo entre gays y sin el menor reparo califica un reinado de belleza de “violento evento”.

Mezclar indiscriminadamente mujeres afectadas por incidentes de cualquier gravedad es en últimas un irrespeto con las víctimas de los ataques más graves, como las violaciones, el reclutamiento de niñas o el aborto forzado que se diluyen y se banalizan. Además, al oscurecer el diagnóstico, el revuelto es contraproducente y dificulta la prevención de los ataques y su posterior reparación.

Las violaciones como arma de guerra

En 1937, el ejército japonés arrasó la antigua ciudad china de Nanking. En unas semanas murieron cerca de 300 mil personas, más que en medio siglo de conflicto colombiano.

Testimonios recogidos por la historiadora Iris Chang revelan ataques indiscriminados contra las mujeres. “Sin importar si eran jóvenes o viejas, ninguna pudo evitar ser violada. Mandábamos nuestros camiones para capturar muchas mujeres. Cada una de ellas se asignaba a 15 o 20 soldados para sexo y abuso”. Como la ley militar prohibía las violaciones, los oficiales les pedían a los soldados no dejar testigos. “Páguenles algún dinero o mátenlas cuando hayan acabado”, recomendaba un oficial.

En cien días de 1994 fueron asesinadas en Ruanda unas 800 mil personas, en su mayoría tutsis. Según Amnistía Internacional, Naciones Unidas estimaba en más de 250 mil las violaciones. “Durante la guerra, los milicianos venían buscando hombres para matar y niñas para tener sexo”, recuerda Clementine. Los nacidos del genocidio son conocidos como “hijos de malos recuerdos”, y la mayoría de las mujeres con quienes habló AI en marzo de 2003 en la prisión de Byumba “cumplían largas condenas por aborto o infanticidio”.

En el 2000 Helena Smith, periodista del Guardian, reportaba que según la OMS unas veinte mil mujeres kosovares fueron violadas en los dos años previos a la entrada de la OTAN a los balcanes. La Cruz Roja estimaba que en un sólo mes el número de bebés resultantes de las violaciones se acercaba a cien. Un ginecólogo del Hospital de la Universidad de Pristina anotaba que “todos practicábamos abortos a toda hora”.

Un año antes, Elisabeth Bumiller del New York Times señalaba tras dos semanas de entrevistas en Kosovo y Albania que la violación fue utilizada por las tropas serbias para golpear la esencia de la sociedad musulmana. Dos aldeanas le hablaron de 300 mujeres retenidas en tres casas por varios días. Cada noche se llevaban a cuatro de cada grupo. Al volver ninguna comentaba lo que le habían hecho. Un muro de colegio advertía “vamos a violar a sus mujeres, que darán a luz niños serbios”. La periodista aclaraba que “hasta el momento, no hay pruebas sólidas para Kosovo de las decenas de miles de violaciones sistemáticas que se reportaron en Bosnia”.

En el Auto 092 del 2008, la Corte Constitucional afirma que en el conflicto colombiano “la violencia sexual contra las mujeres es una práctica habitual, extendida, sistemática e invisible”. Basado en esa providencia, el GMH no duda en afirmar que “con la violencia sexual hay un cálculo estratégico por parte de los actores armados que hace de ella un arma de guerra contra las mujeres”.  Se trata de una estrategia de ataque no muy eficaz. El mismo GMH, precisa que una vez “revisado, depurado y actualizado” el anexo reservado de ese Auto pudo identificar, entre 1990 y 2010, 142 casos de violencia sexual. Estos siete ataques por año no fueron necesariamente violaciones. Incluyen “desnudez forzada, prostitución forzada, esclavitud sexual, intento de violación e imposición de un código de conducta”. El GMH menciona 32 casos anuales de violencia sexual identificados en el Registro Único de Víctimas entre 1985 y 2012, sin especificar el tipo de ataque.

Para el GMH la violencia sexual “irrumpió en el debate público global cuando, en conflictos internos como los de la Ex-Yugoslavia o Ruanda los tribunales, la academia y los movimientos de víctimas se vieron confrontados al hecho de que la violación había sido una práctica masiva que correspondía a estrategias y cálculos de actores de guerra”. Como en el país también hay conflicto armado, el escenario se importó tal cual. Los casos recopilados, sentencia el GMH, “confirmaron el uso de la violencia sexual como arma de guerra”.

Para un mismo lapso, por cada mujer violada en la guerra colombiana hubo cerca  de cien mil en Ruanda, treinta mil en Nanking y un millar en Bosnia o Kosovo. En esos conflictos étnicos el número de ataques sexuales ha sido similar al de mujeres asesinadas. En Colombia, por cada violación la confrontación armada ha dejado unas ochenta muertes femeninas.

Lo más lamentable de esta evidente exageración de la incidencia de las violaciones es que esconde las dos dimensiones más graves de la violencia sexual en el conflicto colombiano: el reclutamiento de niñas y los abortos forzados.

El coco de las guerrilleras

Sin la menor duda, Doris, reinsertada de las FARC admite que “a lo que sí le tengo miedo es a la palabra fudra (Fuerza de Despliegue Rápido) y al Arpía. A ese helicóptero sí que le tenemos miedo, él es el dios, el papá de los hombres. Cuando entra en los campamentos parece que tuviera una boca de fuego y mata a la gente de una”.

La mayoria de sus compañeros de frente habían sido reclutados en caseríos del departamento del Meta, obsesionados por la idea de un Ejército enemigo que por donde pasaba degollaba mujeres y ancianos. Dentro de la guerrilla, el coco persistía: “en las charlas nos contaban cómo los militares cogían a las guerrilleras desmovilizadas y luego las ponían boca abajo con las puertas abiertas, mirando al vacío y luego las botaban, después de violarlas … por eso yo estaba esperando que me hicieran eso después de que me entregué”.

Según Jineth Bedoya el testimonio de Doris es similar al de la mayoría de desmovilizadas a quienes la guerrilla “las ha alertado para que no se desmovilicen porque correrán es supuesta suerte: morir degolladas o lanzadas desde un helicóptero en vuelo”.

El mecanismo propagandístico utilizado para asustar a las guerrilleras no es más que la otra cara de la moneda del escenario de la “violación como arma de guerra” pero de una manera tal vez más coherente con los objetivos de la organización que le mete el miedo a las mujeres.

El general, el funcionario y la violencia sexual como política

Gonzalo Queipo de Llano fue un general franquista durante la guerra civil española. Es considerado “el primer militar que fomentó por la radio la violación de prisioneras”.

Desde el programa que cada noche emitía Radio Sevilla echaba unas peroratas misóginas que avergonzaron incluso a sectores de la derecha. “Nuestros valientes Legionarios y Regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y de paso, también a sus mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.

En una entrevista concedida en el 2009 un funcionario judicial colombiano anotaba que la violencia sexual de los paramilitares fue “una política digamos que tácita… ellos no daban una orden directa, ‘violen a las mujeres’, pero el mismo comportamiento que asumían los comandantes, la forma que trataban a las  mujeres hacía que los otros [dijeran:] ‘Ah… pero el comandante la trata a ella así, yo también hago lo mismo con otras mujeres’. Es como un patrón fluido y asimilado por el grupo… Era una forma de demostrar el poder, acechando a las mujeres, que eran discriminadas y consideradas como menos importantes por esos roles ancestrales y patriarcales”.

La responsabilidad de los líderes guerrilleros y paramilitares en las agresiones sexuales de sus subordinados es incierta. En La Habana parecen no saber de violencia sexual. Los ex combatientes de Justicia y Paz han sido reacios a admitir su participación en tales ataques. Comandantes paramilitares que han reconocido crímenes atroces niegan que las violaciones fueran una estrategia sistemática en su organización.

El GMH sostiene que sí hubo esa política, pero la evidencia al respecto es precaria. Nada comparable a los testimonios de conflictos étnicos, ni a las arengas de Queipo de Llano. Hay incluso indicios en contra, como la mujer violada por paramilitares que señala: “fuimos amenazadas y nos decían que si le decíamos al comandante Camilo nos mataban. Ahí me tocó estar con cuatro de ellos”. O el testimonio de Martín Sombra de las FARC, que confesó castigos por "desórdenes disciplinarios" –léase orientación no heterosexual- aclarando que “al único que no se perdonaba era al violador, a los otros se buscaba cómo volverlos al camino”.

En últimas, el argumento que ofrece el GMH es el mismo del funcionario judicial: “la violación sexual estratégica no siempre se configura por ser explícitamente ordenada por la comandancia pero sí se ejecuta como parte inherente de repertorios de dominio”.

Independientemente de si esta tesis servirá o no en procesos judiciales, sí es pertinente para entender la violencia sexual en el conflicto. Los datos muestran que la mayor presencia de actores armados en un departamento -medida por la tasa de homicidios- parece envalentonar a los atacantes sexuales extraños o conocidos por las víctimas que, a su vez, denuncian menos los ataques. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud del 2010, las correlaciones no son despreciables. 

El posconflicto requerirá esfuerzos mucho más sofisticados que perseguir penalmente unos violadores masivos de los grupos armados. Será necesario borrar entre la población las huellas de un machismo recrudecido por los matones. Al doblarse la tasa de homicidios –algo que equivaldría a decir que la intensidad del conflicto pasa de baja a media o de allí a alta- el número reportado de violaciones por una persona extraña en un departamento se incrementa en un 32% y las cometidas por conocidos en un 23%. El conflicto parece afectar, aunque en menor medida, la violencia sexual cometida por el esposo o compañero.

Simultáneamente, la intensidad del conflicto disminuye de manera sustancial la decisión de las mujeres de acudir a las autoridades para denunciar los ataques sexuales. Al doblarse la tasa de homicidios, las denuncias por violación disminuyen en un 41%.

Vale la pena insistir en lo desacertada que resulta la estrategia de reducir la violencia sexual en el conflicto a la metáfora del arma de guerra. Los testimonios de La Culebrita y de Eloisa muestran que no todas las combatientes están adecuadamente representadas en el informe del GMH ni en varios trabajos académicos sobre mujeres en el conflicto que acogieron sin reserva el escenario de violadores siempre extraños, enemigos en la contienda armada. El principal riesgo de violencia sexual en Colombia sigue estando cerca. Para la Culebrita y Eloísa estaba en la propia casa representado en hombres que mantenían una relación con la mamá y ninguna con los grupos armados.  

En una encuesta realizada por OXFAM en las zonas de conflicto el 46% de las víctimas de violación durante la década pasada señalan como atacante a alguien de la familia, y sólo 13% a un actor armado. Como ya se mencionó, entre combatientes desmovilizadas, según la encuesta de la FIP, las cifras respectivas son 65% y 5%. Las historias de la Culebrita y Eloísa ilustran la complejidad del fenómeno del reclutamiento juvenil y, sobre todo, la espantosa situación de las menores abusadas por conocidos y familiares. Algo está funcionando muy mal cuando la única instancia a la que una víctima repetida de violación acude es al amigo guerrillero que le enseña a defenderse con un arma o le señala como alternativa de escape el ingreso a un grupo armado.

Lo que preocupa es que el diagnóstico que se impuso, y de manera casi oficial, no ofrece ninguna sugerencia razonable de política para enderezar esa falla tan protuberante. A la Culebrita, violada repetidamente junto a sus hermanas por un amante de la mamá, no le hubiera aportado un ápice saber que en confrontaciones lejanas en los Balcanes o en el África los guerreros violan mujeres de otras etnias. Frente a sus ganas manifiestas de vomitar cuando abusaba de ella o de matar al cucho cuando lo hacía con sus hermanas, cualquier supuesta toma de conciencia sobre la violencia sexual era redundante. La asimilación de su suplicio al de una joven a la que los paras le prohiben el escote, en una confusa e inconducente amalgama de ataques de distinta gravedad, sería un insulto. Ni siquiera el dato de “millones” de colombianas violadas impunemente la hubiera ayudado, simplemente habría reforzado su sensación de impotencia. Cualquier esfuerzo que no contribuya a que desde el primer intento de abuso sexual una menor envíe señales de alarma para que una “autoridad competente” y legal la proteja será ineficaz, incluso contraproducente.

Los abortos forzados

En su Parábola de Pablo, Alonso Salazar relata un incidente que no encaja en el escenario típico del aborto. El Patrón, por amor a Victoria, Juan Pablo y Manuela, se propuso nunca tener hijos por fuera de su matrimonio. Cuando una de sus novias ocasionales, Wendy Chavarriaga, quedó en embarazo:
- Yo no quiero que tengas el hijo, le dijo él secamente
- Yo lo quiero tener, replicó ella
- No, no puedes

“Ante la estricta negativa la joven planeaba marcharse a tener su hijo a Estados Unidos. Pablo la invitó a Nápoles para tratar de convencerla por última vez. Sus argumentos, primero suaves y luego amenazantes, fueron inútiles. Ella se empecinó. Entonces Pablo hizo una seña y de uno de los cuartos salieron Pinina, la Yuca, Arcángel y un médico. La mujer no comprendía nada. La tomaron a la fuerza, la inyectaron y dopada la llevaron al puesto sanitario de la hacienda. Pablo salió para no escuchar los gritos y súplicas de la mujer. Sus hombres, asesinos a sangre fría, sintieron náuseas y vértigo cuando el médico empezó a extraer el feto … El Patrón quedó achantado durante varios días. Le dio duro hacerle eso a esa mujer”.

A raíz del romance que mantuvo con Jaime Bateman, máximo líder del M-19, Vera Grabe quedó esperando. Con “muchas ganas de tener un hijo suyo”, el embarazo alcanzó los cuatro meses. “Quería ese hijo. Pero su reacción fue tajante: no se puede, es imposible. Alegué: tranquilo, no se preocupe, que yo lo asumo sóla y no le voy a complicar la vida”. Él insistió recurriendo a la retórica laboral y política. “Tú eres una dirigente, y ¿quién te va a reemplazar en lo que haces?”.

Ella no quería abortar, pero el amor sin condiciones y la terquedad visceral pudieron más. “Fue tal su oposición y tal la entrega amorosa, que a pesar de lo que significaba una intervención a estas alturas y radicalmente contra mi voluntad, acabé por aceptar su decisión. No era la mía … Me fui para México para ver que hacía, y por teléfono le seguía alegando, pero usted no cedió, y yo cedí”. Desde la intervención ella se arrepintió. “Cuando desperté sentí un vacío que nunca había sentido. Ese grito, ese dolor, ¿qué lo iba a callar?”. Al drama se sumó la reacción de él. “Por eso me dolió tanto su llamada a los dos días, y su pregunta. ¿Ya saliste de eso? ¿Cómo te fue? Como si me hubiera sacado esa muela”.

Lo último que se esperaba de una mujer con esos antecedentes, treinta y tantos años y más de doce semanas de embarazo es que perdiera ese forcejeo que además fue por teléfono y a larga distancia. Vera Grabe, a quien el país vio con traje de campaña, armada, tomándose poblaciones con el M-19, arengando en la plaza pública, en una mesa con Tirofijo, no resistió el embate de alguien tan querido, progresista, “fresco y sin exigencias” como Jaime Bateman Cayón. La carta en la que se describe el incidente es parte del libro Razones de Vida. 

Un detalle paradójico es que años antes de estar enamorada de Bateman, a raíz de una acalorada discusión del comandante con una veintena de mujeres que lo criticaron por haber sugerido que no debería haber mujeres en el brazo armado del M-19, tuvo que cambiar de posición y aceptar lo que parecía ser una protección de los derechos de las mujeres. Cuenta Vera Grabe que “de allí surgió una ordenanza que escandalizó a mucha gente. Incluía: no al maltrato, sí al aborto, sí al derecho al control natal, igualdad de trato”. No pareció pertinente entonces hacer explícito que el aborto era no sólo un derecho sino una prerrogativa que puede ser rechazada por una mujer.

Bastante indicativo de que, en últimas, la motivación de Bateman para convencer a Vera Grabe de no tener ese hijo era la situación familiar de él y no el supuesto inconveniente que representaba un niño para el grupo armado es el relato de Estendi Puentes, actriz y fundadora del M-19. Ella le cuenta a Bateman que está embarazada y necesita abandonarlo todo. Él le responde “hermana, a tener ese hijo como sea”. Estendi recuerda que “todo el mundo condenaba mi actitud cuando comenzaba algo tan importante como el M-19. Bateman fue la única persona que me entendió y me defendió, argumentando que lo importante era que ese hijo mío naciera”.

El caso del comandante del M-19 puede considerarse más pertinente que la anécdota de Pablo Escobar cuando ordena el aborto de Wendy en la hacienda Nápoles. El problema no era Bateman guerrillero, pues no hubo fuerza ni amenazas. Si le ocurrió a Vera Grabe –comandante guerrera, educada, segura, independiente, dura, curtida, poderosa, respetada, temida- ante alguien tan descomplicado y de vanguardia, es fácil imaginar la indefensión de cualquier guerrillera campesina ante la rigidez, del reglamento y los comandantes, de los demás grupos armados.

En cualquier encuesta con la pregunta “¿alguna vez ha sido obligada a abortar?” tanto el caso de Wendy Chavarriaga como el de Vera Grabe saldrían registrados como positivos. Los embarazos eran incómodos para ellos por lo extra maritales, pero las circunstancias de uno y otro son bien distintas: está de por medio la diferencia entre persuadir y forzar, clave en materia sexual. 

De acuerdo con mujeres reinsertadas y con los correos entre comandantes guerrileros incautados por las autoridades, el aborto obligado es una de las manifestaciones más generalizadas y sistemáticas de la violencia sexual en el conflicto. Entre las combatientes puede pensar que por encima de las violaciones. Algunos estimativos alcanzan la impresionante cifra de mil al año. De un grupo de 112 mujeres que se desmovilizaron en el 2011, más de noventa habían sufrido por lo menos un aborto inducido. Martha, una de ellas, había sido obligada a abortar cuatro veces cuando hacía parte del frente 39 en el Guaviare.

Hay evidencia de que, al menos en la guerrilla, existe una política de interrupción de los embarazos que viene desde la cúpula: “es mejor no engendrar, porque toca eliminar” decía el Mono Jojoy. "Allá siempre nos decían que no hay que hacer niños para sufrir. Que no hay que hacer niños para el Bienestar. Que no hay que hacer niños para dejar botados" confirma Edilma, una reinsertada.

Sería conveniente establecer si las interrupciones no voluntarias han sido “a la Bateman” o “a la Escobar”. Existen testimonios desde el suministro de misoprostol hasta legrados a la fuerza, pero parece haber más amenazas, engaños y castigos que persuasión. En unas imágenes de finales del 2012 aparece alias Efrén Arboleda dirigiéndose a un grupo de jóvenes con un manual impreso en la mano. “Las mujeres no vinieron a la guerrilla a ser madres de familia ... se le hace consejo de guerra, se le hace legrado que pague su sanción común y corriente y siga trabajando … Ah, que es no quiere, que dice que lo quiere tener por encima de cualquier cosa. Póngale el cordel, amárrenla, haganle consejo de guerra y solución”

Romaña le reporta al bloque Oriental que "la cosa está jodida con tanta bomba, y a eso hay que sumarle que siete resultaron preñadas en los últimos cuatro meses. A Sindy tocó mandarla para Bogotá porque ya tenía cinco meses y se había escondido la barriga con faja, pero allá le sacaron el paquete. Se puede reintegrar el otro mes". Carolina Rodríguez anota en su diario que una noche “al lado de nuestro cuarto se escuchaba una muchacha llorando, gritaba que no, que por favor no… Al día siguiente me contaron que ella le tiene pavor a las inyecciones y sus gritos eran debido a la aplicación de la dosis obligatoria para evitar los embarazos”.

La idea de una política sistemática diseñada desde arriba para la práctica de abortos forzados en la guerrilla la confirma la disponibilidad, al menos para las FARC, de todo el equipo, el material y la capacidad humana para practicarlos. Clara Rojas que duró secuestrado varios años relata, por ejemplo, como dio a luz a su hijo con cesárea, en medio de la selva. En sus crónicas del Sumapaz, Pedro Salvatierra un secuestrado de las FARC describe en detalle una peculiar construcción en madera con techo de zinc. “Tratándose de un quirófano, tenían almacenada allí gran cantidad de material de cirugía. Darío sacaba pinzas, suturas, patos para trabajos de ginecología, tijeras, bolsas con todo tipo de mangueras y mangueritas, desinfectantes, droga, agujas para suturar, gasas, algodones, jeringas, tapabocas, guantes, en fin, cientos de utensilios, en apariencia destinados a implantar dispositivos intrauterinos y hacer pequeñas cirugías”.

Obviamente no se trata de las instalaciones hospitalarias más adecuadas y esa precariedad tiene secuelas. De acuerdo con Oscar, desmovilizado de las FARC, “tienen todos los instrumentos, las cucharas esas para sacarlo. Que diría yo que el 90% de las mujeres que les provocan el aborto quedan sufriendo. Usted habla con cualquier desmovilizada y casi todas tienen problema de matriz". Otro reinsertado confirma la idea de un equipo ginecológico –físico y humano- muy deficiente. “La mayoría de los abortos pues se hacen en las condiciones de la selva, con gente totalmente inexperta, y los métodos utilizados son absolutamente brutales ... Muchas veces se abre totalmente el estómago para sacar los fetos o se golpean determinados puntos del vientre para causar la muerte y una hemorragia severa”

Andrea, ex combatiente de las FARC cuenta que "cuando la prueba de embarazo salió positiva fue cuando me dijeron que me iban a hacer un aborto y yo dije que no que yo no iba a abortar. Tenía cuatro meses de embarazo y me dieron unas pastillitas y yo ni me di cuenta. Me las dieron fue en la comida. Y fue cuando el bebé se me muere en el vientre ... No me sacaron todo me lo hicieron como a los trancazos, como se dice. Me quedó residuos por dentro y por eso fue que me afecté".

Para las que se oponen a un aborto, no sólo lo sufren forzadas sino que luego, cuenta María, “hay consejos de guerra, hay cargada de leña, boleada de machete, hacer trinchera, hacer chontos, de todo un poquito. Las trincheras lo tienen que tapar a uno de hondo y de largo los metros que le digan a uno ... Le ponen un tiempo a uno para que termine la sanción. Si uno no la termina en tanto tiempo, se la doblan" . Andrea no se libró de las sanciones después de su interrupción obligada de embarazo. “Me colocaron 300 viajes de leña, me colocaron 100 viajes de agua, me colocaron 15 días de guarda nocturna, 15 días de guardia diurna. Y mejor dicho, cantidades de cosas”. Ante la pregunta de cual puede ser la sanción de un consejo de guerra María señala que el fusilamiento y que a una de sus amigas le tocó esa suerte.

Incluso cuando es físicamente imposible realizar el aborto la oposición al embarazo se manifiesta. Jineth Bedoya cuenta que en una de las escapadas del Mono Jojoy al acoso del ejército una joven guerrillera que había logrado ocultar su estado, “en plena marcha le contó a Jojoy que ya estaba por el sexto mes de gestación, pero aunque no la hizo abortar la obligó a cargar el equipo y el fusil … Al final el bebé nació. Nadie sabe qué pasó con él”.

Se puede plantear como hipótesis que el conflicto armado no necesariamente cambia la naturaleza de la violencia sexual en una sociedad sino que exacerba y agrava las manifestaciones ya existentes. Un elemento común al aborto forzado de la novia del capo, salvajemente coercitivo, y la amante del guerrillero, resultado de una hábil persuasión, es que ambos futuros padres tenían por su lado una familia ya establecida. Sin duda la motivación para obligar o convencer a abortar es inseperable de ese hecho. En el caso de Escobar era explícito. Una de las novias de Rasguño, el capo del Cartel del Norte del Valle cuenta que él a sus novias siempre les hacía explícito el dilema entre “amor o bebé”.

A diferencia de la violencia extrema de Escobar, o de variantes más leves de coerción que se puedan dar en la guerrilla, la situación de Bateman podría ser la de cualquier amante colombiana de un hombre casado con prole que no resiste la presión e interrumpe forzada su embarazo.  Interesa saber cuantas mujeres enfrentan tal situación en el país. Un estimativo conservador, basado en un estudio del Externado realizado en los años noventa, es que el 15% de las interrupciones de embarazo en Colombia las deciden los hombres. Dependiendo del total de abortos que se adopte, cada año entre 22 y 60 mil colombianas no pueden tener un hijo que querían. El orden de magnitud es similar al de la violencia de parejas que llega a Medicina Legal. Además de indignante, el caso es común. Un testimonio del mismo estudio da la visión masculina del escenario. “Yo con ella tenía una relación de amantes, como dicen. Yo tengo mi mujer y mi familia muy organizada y ella sale con esa. Yo no podía aceptar esa situación … Yo mismo la llevé al sitio que me habían recomendado”. Las mujeres expuestas a este atropello, podrían ser todas las sucursales en donde tal arreglo es clandestino. Un estimativo burdo sugiere que el número superaría el millón.

No es fácil encontrar en las sociedades que han sufrido conflictos civiles o étnicos evidencia de abortos forzados en mujeres que, como Vera Grabe, Wendy Chavarriaga, Andrea o textualmente miles de guerrilleras, definitivamente querían  tener un hijo que, además, era de un guerrero. Los testimonios de los balcanes, por ejemplo, lo que muestran es una explosión de mujeres que afanosamente buscan interrumpir un embarazo que ha sido resultado de una violación.

Los promotores de la apresurada y foránea doctrina de la violación como arma de guerra no han caído en cuenta de que cuando ese tipo de ataque ocurre de manera generalizada debe darse acompañado de una mayor demanda espontánea de mujeres por abortos. Para el departamento del Magdalena, en dónde el GMH hizo un detenido estudio de la violencia sexual se encontró que “de las 63 mujeres, niñas y jóvenes que sufrieron violaciones sexuales cinco quedaron embarazadas”. Esta proporcion cercana al 10% es lo que se ha encontrado en otros conflictos civiles. A pesar de que desde el 2006 los embarazos producto de una violación pueden ser interrumpidos legalmente, su número sigue siendo muy bajo.

Por el contrario, la altísima incidencia de abortos forzados, que por definición involucran a una mujer que desea tener un hijo, lo que sugieren es que en los grupos armados son mucho más relevantes las relaciones consensuales que las forzadas.

El problema de la maternidad de las mujeres combatientes tampoco surgión recientemente . También estuvo presente en el M-19 y fue objeto de un intenso debate en el año 1982, en la Octava conferencia. Vera Grabe recuerda que “se decía que las mujeres de la organización no podían tener hijos. Esa fue una actitud muy drástica que en esa época uno aceptaba, porque era tal el nivle de incondicionalidad y de entrega de las mujeres al proyecto que uno se decía: ‘pues sí, hay que decidir, o la revolcuión o los hijos’ ¿Qué tal? ¡No podíamos tener hijos porque los niños traían muchos problemas. El Flaco defendía esa posición. No se entendía para nada la dimensión compleja de la mujer y su necesidad vital de tener hijos. Y nosotras no teníamos la claridad ni la suficiente irreverencia para ser capaces de decirle no a esa actitud. Sólo hasta el 86 yo fui capaz de decir: ‘¡quiero tener un hijo y voy a tenerlo! Después veremos qué sucede’. Si uno no crea el hecho, las cosas nunca cambian”.  

Reclutamiento de menores,  derecho de pernada y apecho

La manifestación de violencia sexual en el conflicto colombiano que más afecta a la población civil femenina  ha sido el reclutamiento sistemático de jóvenes y niñas. Según un informe de Inteligencia de la Policía, basado en las versiones de las desmovilizadas y en documentos hallados en campamentos de varios frentes de los bloques Sur y Oriental, cada frente tiene una cuota de reclutamiento de mujeres, que deben tener entre 13 y 15 años. En el año 2011 correos interceptados por las autoridades dan cuenta que el secretariado había dado la orden de "hacer un reclutamiento masivo de adolescentes presionando a los padres" o utilizando "los métodos que sean necesarios".

Alias Walter Zorra, desmovilizado del frente 39 relata cómo Cadete, su ex comnadante, “es un hombre abusivo con las compañeras: si llegan 20 guerrilleras, a todas quiere usarlas y estar con ellas, no las respeta. Es un un sujeto que no debería estar siquiera vivo. Todo lo quiere a la fuerza y abusa de todas las muchachas". Sobre el Mono Jojoy, Jineth Bedoya señala que “el listado de mujeres que pasaron por sus cambuches es interminable … muchacha joven y bonita que veía llegar, muchacha que a los dos días ya estaba en su cama, pero no para toda la semana, sólo cuando él quería”.  Luis Eladio Pérez que pasó varios años cautivo con las FARC señala que “el caso de las mujeres es patético, son un objeto sexual. Una niña llega y el primero que cree tener derechos paara mantener relaciones sexuales es el propio comandante del Frente o cuadrilla”. En el documental Rosas y Fusiles hecho recientemente con guerrilleras en la Habana, la conducta que más se empeñan ellas en negar no son las violaciones, ni el reclutamiento forzado, sino ser “compañera sexual” de un guerrillero o “amante del comandante” como razón para entrar a la guerrilla.

Retomando la idea de que el conflicto colombiano ha consolidado o agravado conductas ya existentes, vale la pena buscar las posibles raíces de esta conducta que es inadecuado asimilar totalmente a una violación. Se trata básicamente del privilegio que toma un varón poderoso para iniciar sexualmente una joven, por lo general de  su servidumbre, no necesariamente a la fuerza y frecuentemente con el acuerdo de la familia que a cambio puede recibir ciertos beneficios.  Este tipo de abuso se conocía como el derecho de pernada y tiene en el  país una larga tradición. Durante la colonia, efectivamente, “muchos españoles convivieron con las mujeres que estaban a su disposición, básicamente a su servicio como criadas… La ilegitimidad y las relaciones extraconyugales estuvieron muy ligadas a la existencia de la población esclava en general, y a la de las mujeres esclavas en particular”. Además, “la convivencia podía pasar inadvertida porque las casas señoriales, con gran número de habitaciones, distribuídas en varios pisos, acogían a gran número de parientes y allegados cuya relación con el jefe de familia podía no estar clara”.

De este escenario, al parecer, persistieron vestigios hasta nuestros días.  En los Funerales de la Mamá Grande, por ejemplo, García Márquez hace una alusión explícita a tal situación. “Al margen de la familia oficial, y en ejercicio del derecho de pernada, los varones habían fecundado hatos, veredas y caseríos con toda una descendencia bastarda, que circulaba entre la servidumbre sin apellidos a título de ahijados, dependientes, favoritos y protegidos de la Mamá Grande”. Esta alusión a la práctica no es simple ficción literaria; tiene un sustrato real que el mismo autor relata en sus memorias. “Dentro del espíritu feudal de La Mojana, los señores de la tierra se complacían en estrenar a las vírgenes de sus feudos y después de unas cuantas noches de mal uso, las dejaban a merced de su suerte”

En las regiones esmeraldíferas hay una tradición que se conoce como el apecho, que es la versión local del mismo derecho de pernada. Un líder o patrón va por una carretera o está en el pueblo y ve una niña o adolescente que le gusta. Dependiendo de la edad habla con ella o con sus papás y compra la prerrogativa de ser el primero en ponerle el pecho encima, de allí viene el nombre de la abusiva práctica. Paga por ella para tenerla una noche, una semana, o el tiempo que sea. Si así lo decide, la vuelve su esposa, o su amante durante algunos años. Puede tener hijos con ella, pero el inicio de la relación ha sido una compra. Con la transacción, las familias campesinas pobres logran un período de bonanza. El padre o los hermanos son contratados, o les permiten un rebusque en la mina, a cambio de los favores sexuales de la muchacha. En la práctica, el abominable apecho se puede considerar el destino que le espera a cualquier joven campesina bonita de la zona.

Cuando quien ha pagado por una mujer ya no la quiere a su lado la endosa a uno de sus subordinados. Es común que una ex amante pase a tener relaciones con los escoltas del patrón. Por lo general, este proceso de degradación no termina en prostitución. Las mujeres de los burdeles, o las prepago de lujo, que también son parte esencial de la vida sexual de los esmeralderos, han venido siempre de otras regiones del país. Las apechadas, originarias de la zona, mantienen su estatus de amantes, o mantenidas por los mineros. Puede que acaben siendo llevadas a Bogotá o a las fincas de los patrones en los llanos.  Aunque lo normal es que los esmeralderos sigan respondiendo por sus hijos cuando cambian de mujer las demandas por alimentos o abandono han sido un rubro importante de la actividad de los juzgados.

El paralelo entre esta costumbre practicada hace siglos por los hacendados, hace décadas por los patrones de las esmeraldas, y el permamente interés de los capos del narcotráfico o los comandantes paramiltares por las colegialas de sus territorios de influencia, a las que buscan seducir sobornándolas a ellas o a unos padres que se vuelven sus cómplices es inmediato. Andrés López, alias Florecita en el cartel del norte del Valle y luego escritor habla en las Muñecas del Cartel del especial gusto y atracción que sienten los capos del narcotráfico por las menores de edad. “No necesitan esconder de nadie el encanto que les provocan las jóvenes de 15, 16 y 17 años. Cuanto más menores, mejor. No les importa lidiar con mujeres aún en desarrollo, casi niñas a las que pueden acceder con mil promesas y regalos, pero además a quienes manipulan con la ventaja de llevarles 15, 20 y hasta 30 años. Merodean en los colegios como aves de rapiña. Las seducen, las tientan para atraerlas con lo que a ellas les gusta: adrenalina, diversión y ropa de marca. Y después de gozar de sus firmes y –ojalá para ellos- virginales carnes, las desechan, las mandan para la casa con un par de millones de pesos y la instrucción de nunca volver”.

En el caso de los comandantes guerrilleros, al derecho de pernada habría simplemente que añadirle la reclusión forzada pero se trata en esencia del mismo abuso: el acceso a la virginidad de una joven que después podrá o no convertirse en su compañera habitual. Si lo hace tendrá los privilegios correspondientes o de lo contrario, será endosada como pareja sexual a los combatientes de menor rango.

Aunque en Colombia las penas contempladas para la seducción de menores son iguales a las de la violación es un desacierto confundir las dos conductas, sobre todo desde el punto de vista de la prevención o la posibilidad de perseguir y judicializar tales conductas. Una joven violada relata cómo sus padres murieron de pena moral tras el ataque. “Yo me puse a orar con mis papás. Me separaron del grupo y me llevaron para atrás; me golpearon; me desmayé. Me rompieron y se me unió. Fueron muchas camionetas, muchos hombres, mucho terror. Nos dieron la orden de desocupar porque si no, nos mataban. Yo tenía el negocio de hacer comida pero nos tocó salir con la mera ropita. A los 15 días, murió mi papá y a los otros 15, mi mamá”. Es un desatino, y un irrespeto con esta víctima, confundir tal incidente con la seducción de una joven lograda por la vía del soborno o el engaño. 

Acoso sexual paramilitar

Alfredo Molano cuenta la historia de la Mona, quien recién separada vivía con sus dos hijos y era enfermera auxiliar en una clínica a dónde llegaban uniformados heridos.

Supuso que eran soldados y no entendía por qué no los llevaban a hospitales militares. Un día su jefe le dijo que se preparara para una emergencia rural. Al llegar a un caserío, él mismo la tranquilizó. “Mona, son seres humanos … usted es profesional y sabe muy bien qué debemos hacer”. Entró a un galpón oscuro y maloliente y se puso a “hacer curaciones durante tres días seguidos”. Su trabajo fue excelente. “Me sentí reina. Me había dado entera. No sólo trataba de curarles las heridas, sino que les lavaba en la quebrada los uniformes y las medias”. Más tarde se le acercó el comandante. “Mona, muy querida vos, quedamos muy agradecidos con vos”. Le entregó un paquete que ella se echó al bolsillo sin abrirlo. Apenas llegó a la clínica se encerró a contar, “dos millones de pesos en billetes de cincuenta. ¡Una fortuna!”. Se fue acostumbrando a las misiones rurales bien pagas. Le gustaba ver a sus niños contentos y no sufrir con las cuentas de servicios públicos. También entendió que “los paramilitares eran gente corriente, que sufrían la guerra y que les hacía falta dinero”.

Cuando le dijeron que en el Bloque Caquetá estaban sin enfermera y necesitaban un reemplazo temporal, aceptó y al día siguiente salió hacia Florencia. Después de un viaje largo por avión, lancha y mula llegaron al campamento de Doblecero. Le pareció huraño. “Esperaba otro recibimiento, venía de voluntaria y no de combatiente regular”. Al día siguiente la presentó como parte del nuevo equipo médico. Así, “me dediqué en cuerpo y alma a mi oficio, a ser una cabal enfermera de guerra”.

Pronto estableció sus rutinas. Era la encargada del examen médico de reclutamiento y frente a ella pasaron desnudos muchos candidatos. Madrugaba a bañarse en la quebrada antes de que llegaran los demás. “Yo no me desnudaba delante de los hombres, así los conociera empelotos a todos”. La incomodaban bastante las miradas de los micos. Era un ambiente de machos. “La verdad es que mujeres armadas y que salieran al combate, pocas. Muy pocas. La gran mayoría eran prostitutas que traían o mandaban traer”.

Aprovechando una invitación a almorzar Doblecero le preguntó “Mona, ¿usted copia o no copia?”. Quedó desconcertada y respondió que no entendía. El comandante se le echó encima: “¿quiere dormir conmigo esta noche?”. A ella no le gustó nada la propuesta. “¿Sabe qué? Usted me irrespeta, yo soy la enfermera y no una de las putas que traen por aquí. Yo no soy la cantimplora de nadie”. No había terminado de hablar cuando recibió una tremenda bofetada. El frustrado seductor le gritó: “¡Yo soy su comandante y si digo que el cielo es morado, usted lo ve morado!”. Ella lo escupió, él la agarró del pelo, la tiró al suelo, le dio dos patadas en las costillas mientras la insultaba. “¡Malnacida! ¿Usted con quien cree que está hablando?”. Tardó días en recuperarse. Cuando Doblecero fue a visitarla ella le dijo que daba por terminada la relación con el Bloque, que le pagaran lo que le debían pues se iba. Él se mostró sorprendido. “¡Uy qué Mona más alebrestada, si sólo le hice un cariño”. Antes de irse le aclaró su nueva situación. “Qué pena pero usted de aquí no se puede ir. Usted ya hace parte de las autodefensas y usted ya no se manda sola; yo soy su mando y no puede irse. ¿Entendió?”. En seguida llamó a un patrullero: “a esta vieja démele entrenamiento militar, un fusil y un camuflado”. Así terminó la Mona de tigre.

Hay paramilitares, hay machismo, hay violencia sexual y hay una variada lista de ataques criminales contra la Mona. Pero el libreto comodín de la “violación como arma de guerra” ayuda bastante poco a describir, entender o evitar que se repitan las agresiones sufridas por la Mona. A ella tampoco le serviría ese guión si quisiera emprender una acción penal contra sus victimarios.  



La relación sexual que surge como una orden del comandante no es algo reciente, ni es patrimonio exclusivo de los paramilitares. No todas las mujeres acosadas resisten como la Mona. Dora Margarita cuenta cómo un día le dijeron que Fabio Vásquez, su jefe del ELN la llamaba. “Yo sentí temor. Allá uno era como una ovejita: sí, compañero; como usted diga compañero… Pero también estaba convencida de que todo lo que Fabio hacía era perfecto. En ese momento él no tenía compañera. Estaba en plan de conquista. Fabio no dormía en hamaca. Llegué a su pacera. Parecía una cama. Me pidió que me acostara a su lado. Yo no tenía deseos. Pero temía que si le desobedecía me hiciera un juicio y me condenara por algo que se inventara. Él podía arreglar alguna cosa. Como era el jefe … Después supe que Fabio armaba enredos entre las mujeres para separarnos, de modo que no nos contáramos lo que había hecho con unas y otras. Y con todas hacía lo mismo”.

El caso de Milena de las FARC, relatado por Dora Margarita del M-19, es diciente sobre los mecanismos del acoso sexual. “Tenía diecisiete años. Su única falta había sido no acostarse con el jefe de la escuadra. Entonces el hombre tomó represalias: le dio carga extra, la puso a cocinar y a prestar guardia muchos días”.

No todo es violencia sexual, también hay parejas

A finales de Agosto de 2013, el ejército colombiano abatió en la zona fronteriza con Panamá a Virgilio Antonio Vidal Mora, alias Sílver, líder del frente 57 de las FARC, uno de los mayores contribuyentes a la financiación del grupo guerrillero gracias a sus actividades de narcotráfico y mercado ilegal de armas.

La foto de Silver publicada en los medios junto con su compañera Mery es reveladora de una faceta bastante ignorada del conflicto: la vida de pareja en los grupos armados.  Traficante exitoso, Silver supo enamorarla. “Le manda traer ropa de marca y joyas” contaba un reinsertado.  Hasta le pagó viaje a Medellín para las cirugías de nariz y de senos. Reclutada por él siendo niña, nada se sabe sobre su primer encuentro sexual. La ternura de la foto indica que Mery jamás mencionará una violación. Dirá que no estaba lista, o que su familia la presionó. Podría incluso anotar que él la protegió del abuso en su hogar.

El romance de Silver y Mary es definitivamente invisible para Basta Ya, el informe final del GMH que adoptó sin matices el guión, importado intacto de conflcitos étnicos, de la violencia sexual como arma de guerra. El GMH aporta testimonios sobre el uso estratégico de las violaciones. “En la Estación Lleras de Algarrobo, fui violada por resistirme a asistir a donde el comandante Rubén. Después de esto me llevaron donde él y allí nuevamente me violaron y me torturaron; me ordenaron abandonar las tierras. Tengo un hijo producto de esta violación”, relata una mujer de Magdalena.

Pero también alude, sin comentarlas, a variantes que revelan un panorama más complejo. Una maestra no olvida “esa niña de doce años, llevada a empujones, llorando por todo el camino, que subió a pie la Sierra hasta la finca donde su padre negociaba con “El Patrón” su virginidad por 5 millones de pesos”. Otra mujer cuenta cómo, antes de endosársela al jefe paramilitar, una enfermera “me empezó a tocar, a manosear, me dice que me quite la ropa, pero que lo haga despacio, que vamos a ver un show o algo así”. Una joven recuerda que de niña el comandante “dijo que yo tenía que ser su mujer. Un día, volvió acompañado por dos guerrilleras para que ellas  me persuadieran. Ese día él me llevó y me tomó a la fuerza. Me dijo que mi virginidad sólo sería para él. Parecía un diablo”. Una candidata al reinado organizado por un comandante, “estaba feliz… mientras tomaban él decía que ella era su novia. Pero luego se la llevó a un cuarto y quiso abusar de ella”.

La simple lectura de prensa, o el seguimiento de alguna de las dramatizados de televisión, muestra con claridad que en el país los guerreros no sólo raptan y violan. También se encaprichan, se enamoran, seducen, persuaden, engañan o compran a las jóvenes o a sus familias. Y tales situaciones, como Silver conquistando, son aún más difíciles de juzgar o prevenir que la del enemigo depredador. La vida de pareja en el conflicto colombiano requiere un diagnóstico más elaborado y relevante. Poco aportan doctrinas globales como la del combatiente violador, incoherente no sólo con muchos testimonios sino con la práctica del aborto forzado, que incluso Mery tal vez ya sufrió.

Existen varios testimonios que muestran que al interior de los grupos armados las violaciones han estado relativamente bajo control. La compañera de Raúl Reyes relata cómo, cuando ella ingresó a las FARC, a pesar de que los hombres dormían al lado de las mujeres, “las parejas se acostaban en cambuches especiales que había detrás de la casa. Ellas se ennoviaban generalmente durante el día. En la noche, los hombres casi nunca se acercaban sexualmente a las mujeres. Sólo lo hacían si habían establecido una relación con ellas. Podían atreverse a buscarlas, claro está. Pero si uno no quería estar con ellos y llegaban a la fuerza, les armaba un escándalo y los sancionaban. Si uno aceptaba, era otra cosa”.

Los romances con guerreros

En Colombia es copiosa la evidencia de mujeres que establecen voluntariamente una relación de pareja con guerreros. A veces el flechazo es fulminante y definitivo. Un desmovilizado del M-19 relata cómo, recorriendo con un compañero una zona rural para echar raíces, al llegar a una casa “salió una mujer muy bella, joven, a saber qué se nos ofrecía. Le contamos quienes éramos. Era la hija mayor de un matrimonio campesino acomodado. Tomamos café y nos invitaron a reposar. Organizamos una reunión con los vecinos. Después del almuerzo, Olga, como se llamaba la mujer, se me acercó y con una sencillez tan bella como ella me preguntó: ‘¿usted tiene algo con el capitán? … Es que a mí me gusta’ afirmó mirándolo, y meses después se fueron a vivir juntos. Los mataron en el Tolima”.

Novias de sicarios, reinas de mafiosos o compañeras de rebeldes lo recuerdan y la coordinadora del informe Mujeres y guerra  del GMH incidentalmente lo confirma. Cuenta que oyó millones de veces que "las muchachitas buscaban a los paras”. Aún así, afirma que "eso puede ser, algunas, pero muchas no". Recuerda, con razón, que "no es justo meterlas en el mismo paquete" con las violaciones, pero no explica por qué el coqueteo o los romances voluntarios que nadie registra son tan escasos que no merecen discusión. Si se oyó el rumor, ¿qué tal que fueran muchas las que van tras un guerrero que realmente les gusta? En el país eso ha pasado hasta en los medios sociales más favorecidos.

En las FARC

Campesinas de Marquetalia

En Abril de 1964 Jacobo Arenas, del Partido Comunista, llegó a la región de Marquetalia, en donde estaba establecido Manuel Marulanda hacía unos años. Tenía conocimiento del plan del gobierno de Guillermo León Valencia contra la región. En una asamblea la comunidad decidió que en menos de 48 horas había que “evacuar a todos los que no se puedan asimilar a la vida guerrillera”. Según Jaime Guaracas, como el enfrentamiento con el gobierno se podía “prolongar por muchos años” ahí fue cuando Marulanda empezó a dirigir “la resistencia con sólo 52 campesinos varones y dos mujeres”. De esas mismas dos guerrilleras iniciales habla Laura Villa en el documental Rosas y Fusiles, realizado recientemente en la Habana, que muestra un par de fotos de ellas.

En Julio del mismo año 1964 se realizó una “asamblea general de los pobladores de Marquetalia” ya dentro de la selva. Jacobo Arenas escribe un detallado “diario de batalla” de esos días. No precisa quienes eran las dos combatientes a las que se refiere Guaracas pero sí hace algunas anotaciones sobre el papel de las mujeres de la región en el grupo del que surgirína las FARC. Cuenta cómo Ana Mercedes, la mujer de Rufino Mondragón, llamaba “ametralladora” a su máquina de escribir y pensaba en cómo “los pobres chulos se pondrán trompi-aburridos” al leer lo que con ella escribía. Le ofreció leche cocinada con flor de caúco para “que se le abra la inteligencia y no se ponga ronco cuando habla las tres y cuatro horas en las reuniones de masa”. Después le recomendó cuidarse “el guargüero porque a nosotros nos  hace mucha falta la educación, para saber de dónde viene uno y para dónde va”.

Por los mismos días Rosana le recuerda a Arenas una reunión de mujeres, que se llevó a cabo en la parte alta de la montaña, en un pueblo de seis caletas. “Allí están la hermosa Amalia, las tres Marías; las  Secundinas, discretas y afables con el caminante; doña Josefa,  que adora sus vacas, su última gallina y un curí; doña Julia y  sus hijas; doña Clela, Anita y Leonor, Myriam Narváez, la  presidente del Comité, pasa lista. Ocho se excusan porque  están atareadas preparando la carne de la semana. Sacrificaron  una vaca cebú y es necesario aprovechar hasta el pelo del animal”. Arenas lamenta que a la reunión no hayan asistido ocho compañeras pues se habló de “la triple esclavitud de la mujer”.

No todos los compañeros estaban de acuerdo con el comité femenino pues “dizque allí iban a perder a sus mujeres, a sus hijas; que ahora ellas discutían y hacían valer sus derechos frente a sus esposos y compañeros”. Otros hombres más preocupados por los asuntos militares que por las tareas domésticas pensaban en la “cuestión que hace relación a los secretos del movimiento. En el movimiento guerrillero hay cosas que tienen que ser absolutamente  secretas. El enemigo no tiene por qué darse cuenta de ellas.  Pero ocurre que hay compañeros que charlando, contándole  cosas a su mujer, o a su amigo, se van de la lengua y van soltando los secretos del movimiento. Su mujer le cuenta a su  comadre, a su hermana o a su amiga y éstas a otras y otros, hasta que el secreto del movimiento llega al oído del enemigo”. El ideólogo recuerda a Esperanza, su mujer y a sus hijos. “Tengo que pensar un poco en los míos. y escribirles diciéndoles que estoy  bien. Cuando recibo sus cartas me pongo alegre y siento como si me quitaran una carga de encima. Sus noticias me alientan y no siento cansancio”.

En algún momento Jacobo Arenas manifiesta su preocupación por la llegada de prostitutas a la región que, sin ninguna duda para él, son enviadas por los servicios de inteligencia del gobierno para infiltrarlos.

Las mujeres de Tirofijo

Como Marquetalia, Riochiquito fue otra de las llamadas “repúblicas independientes” situada en la Cordillera Central. Hasta ese lugar lograron escapar Marulanda y sus hombres para realizar la Primera Conferencia del Bloque Sur, en la que se hizo explícita la concepción político-militar de la guerrilla.

Dos cineastas franceses, Jean Pierre Sergent y Bruno Muel lograron entrar a la región antes de que el ejército cercara la zona y filmaron algunas escenas de la comunidad, del bombardeo al caserío y de la huída por el monte de los guerrilleros y varias familias campesinas. En una de las tomas antes del ataque aéreo se ve un grupo de unos veinte guerrilleros recibiendo adoctrinamiento político de un estudiante. Lo escuchan también cinco mujeres, entre las cuales dos jóvenes y una niña. A diferencia de los hombres, ninguna está armada ni tiene uniforme. Dos de ellas son las de la foto que Laura Villa -de la delegación de las FARC en la Habana- muestra como la de las primeras dos guerrilleras del grupo.

En el documental de los franceses se señala que la fuerza de los guerrilleros es su movilidad y que “el problema más urgente es el de las familias”. En las escenas de la huída por el monte se ven tanto mujeres como niños pero también aparece la imagen de una mujer con un uniforme similar al de los quince guerrilleros formados a su lado.

En el recuento de la larga marcha para atravesar la Cordillera que le hace a Arturo Álape, Tirofijo no habla de esas mujeres, ni siquiera las contabiliza. “Nosotros éramos 19 hombres” dice en algún momento el comandante. Insiste en la confianza que le da ser un “hombre que maneja sus hombres”. Sólo al llegar a la región del Sumapaz un guerrillero oriundo de la zona, Balín, menciona que “en total del grupo móvil éramos 27, incluyendo tres mujeres, entre ellas estaba la compañera mía”. O sea que las dos anónimas guerrilleras originales hicieron la travesía de la Cordillera, que fue bien dura: “llevábamos cinco días sin que nos dejaran en paz, ni siquiera tomar agua … no mijitos, aquí nos matan dormidos esos desgraciados … lo que se meta aquí todo se muere, hasta la respiración de cualquier sobreviviente”.

A principios de los años setenta, ya se han unido al grupo de campesinos alzados en armas algunos cuadros urbanos. Balín recuerda esa gente cansada, con ganas de llorar, como Jorge, un “muchacho de la ciudad que cayó en la desmoralización”. A pesar de los refuerzos urbanos, sigue habiendo poquísimas mujeres.  El fundador del M-19, Jaime Bateman Cayón, un mujeriego empedernido que fue secretario de Marulanda entre 1966 y 1970 cuando lo expulsaron del Partido Comunista y de las FARC, le contaría a Patricia Lara que en esa época “aprendí a dominar mis instintos de hombre. Eso, en la guerrilla, es muy importante. Como hay tan pocas mujeres, se desesperan los hombres que no tienen compañera ni saben dominarse. Por eso los guerrilleros deben ceñirse a unas norma éticas muy claras: las relaciones entre las parejas deben ser más o menos estables y públicas. No puede permitirse la infidelidad”. Sin tener sospecha de lo que vendría después, agrega que sin esa rígida regla sería “facilísimo que un comandante, por el hecho de serlo, ejerza privilegios sexuales o que una guerrillera que pase las noches de hamaca en hamaca, la liquiden en segundos”.  Bateman recuerda que “mientras hice parte de las FARC tuve dos compañeras: Peggy primero y Deyanira después” ambas por fuera del grupo y ambas militantes de la Juco. Aunque Peggy siempre quiso irse al monte él al final la dejó con la maleta hecha. Deyanira, por el contrario, se aburrió de su excesiva dedicación a la organización.

Con las jóvenes campesinas se presentaba un claro dilema para establecer relaciones amorosas no sólo por la necesidad de movilidad sino porque parte de las peticiones de la población rural al grupo armado era la protección, tanto de los “maleantes que robaban las vacas y las gallinas” como de las veredas “porque las muchachas no podían salir solas”. Así, incluso un tipo como Bateman tuvo que contenerse: “cuando estaba en las FARC bailaba con las campesinas”.

No está claro el momento en el que las FARC empezaron a reclutar activamente mujeres campesinas, ni mucho menos las razones que los llevaron a hacerlo. En el informe del GMH sobre las relaciones con la población civil se da un salto desde principios de los setenta -cuando “en las zonas de operaciones, se organizaba a colonos o productores campesinos, mujeres o jóvenes y niños, y se creaban Juntas de Acción Comunal”- hasta mediados de los ochenta cuando ya se ha consolidado el “reclutamiento de jóvenes, hombres y mujeres”.

En la visita que Alma Guillermoprieto le hizo a Tirofijo en Casa Verde en el año 1986 la periodista se sorprendió de que “su escolta estaba conformada básicamente por mujeres jóvenes … Aunque los comandantes de las FARC estaban envejeciendo, los guerrilleros y las guerrilleras eran de una juventud asombrosa”. Por la misma época cuando Arturo Álape le pregunta a Marulanda cuantos hijos tiene, él responde que “tengo unos hijos bastanticos; hasta ahora he dicho que tengo siete pero esa es la cuenta oficial. Esto es como las elecciones, hace falta averiguar los resultados de los municipios”. Un buen récord para alguien que a los 20 años alguno de sus compañeros consideraba un tipo “que no era irresponsable, no era mujeriego”.

Tirofijo manifiesta su deseo de que hubiera más mujeres en la guerrilla. “Imagínese, sería muy agradable contar uno con la mujer en las filas, estar con ella permenentemente, pero esa situación para uno es muy difñicil y complicada; pero sería de lo mejor”.  Él, por su parte, es como desprendido. “A mí siempre me es difícil enemorarme. Soy como durito para eso … yo siento un gran aprecio por las mujeres, las estimo, soy cariñoso, pues pienso que ellas son seres humanos igual que uno … Pero si ya me enamoro de una compañera y yo veo que hay algo que no me gusta, me desprendo enseguida, y eso no me afecta”.

A pesar del comentario sobre los hijos que pudo dejar por ahí dice que “no le gusta morder y huir …. no me gusta picar como en la guerrilla, con las mujeres no se puede eso de picar aquñi para luego volver a picar allá … Lo perjudicial es estar por ahí como un picaflor … No tener una posición ni saber a cual flor es a la que le va a llegar … No tienen posición los picaflores, porque viven ansiosos de picar todas las florecitas”. 

El reclutamiento de niñas y adolescentes campesinas es uno de los legados de las FARC bien complicados para el posconflicto. Sería útil entender cuando, cómo, dónde y por qué se tomó la decisión, pero es poco lo que se sabe. El contacto con varios farcólogos para aclarar el asunto fue infructuoso, y persiste el misterio para lo que ocurrió entre principios de los setenta y mediados de los ochenta.

Los amores de Zenaida

A los pocos meses de ser reclutada en Santander, Zenaida ya tenía una relación cercana con Hermides. “Él me respetaba mucho y esa protección de él hacia mí se fue transformando en algo más fuerte y nos enamoramos. Él me explicó que cuando uno entra a la guerrilla sólo se puede tener compañero permanente después de tres meses. “Había alguien que pasaba por las noches y me tocaba. Yo le conté a Hermides y él me dio una pistola para que le disparara si intentaba hacerme algo, pero después el tipo no volvió. Esa fue la única vez que el tipo quiso sobrepasarse”

Luego de haber tenido un hijo con Hermides, Zenaida conoció a Román en un hospital cuando estuvo enferma de paludismo. Al llegar, a él ya le habían hecho dos operaciones. “Era muy callado, muy educado. Me gustó tal vez su forma de ser. Nos tratamos como cinco días y le pedimos el permiso a Xiomara para estar juntos. Con ella no había problema porque a él lo querían mucho y tenía buena hoja de vida, y yo también. Nos hicimos pareja y quedé en embarazo”.

Xiomara le preguntó si estaba planificando y Zenaida le dijo que no. Le aplicaron una inyección pero ya era demasiado tarde. “Al mes exacto sentí los síntomas de embarazo, las ganas de vomitar, las náuseas, el mareo”. Se dijo “me voy a quedar callada porque aquí, si se dan cuenta, de una vez me hacen abortar, me sacan el bebé”. Nunca le había convencido el cuento de abortar y pensó “tengo que ocultarlo hasta que lo tenga. Sé que me lo van a quitar, como me quitaron al otro, pero al menos nace”.

Un día Román le dijo que terminaran. “Se había enamorado de otra muchacha”. A la semana a ella le notificaron. Román quiso hablarle.
-       ¿Es cierto que se va mañana?
-      
-       ¿Es cierto que está embarazada?
-       Sí, así es
-       ¿Y sí será que es mío?
-       Si quiere creer crea, y si no, de malas. Yo voy a ocultar este niño hasta donde más pueda. No se preocupe, que no lo voy a meter en problemas

Eloísa, romance con el enemigo

En contra de la doctrina sostenida como universal por el GMH de la violación como arma de guerra contra el enemigo, Eloísa, guerrillera, acabó enamorada de Alejandro, un soldado.  No sólo la memoria histórica ve imposible este romance. La familia de ella le tenía desconfianza visceral al ejército. “Cómo se le ocurre hablar con ese hombre? Pero ¿cómo se le ocurre? Ese hombre es capaz de matarla. Para ellos, los que vivimos aquí somos basura”

Ni siquiera los enamorados entendieron muy bien lo que pasó. Cuando se encontraron por primera vez, él estaba alerta con ella, el fusil en posición y pensaba, “si hace algún movimiento sospechoso le disparo … Pero no, ella me miraba a la cara, no movía los brazos, no movía nada. Sólo me miraba”. Ella, por su lado cuenta que “al soldado le dije sólo dos o tres cosas, porque aunque me pareciera simpático era el enemigo y no podía saber mucho de mí ni de mi familia, pero a pesar de que me gustaba quería que se fuera pronto. Si me llegaban a encontrar con él, solos, de noche, me podían llevar a un consejo de guerra … Mi primera sorpresa fue que no trató de forzarme a nada. Lo besé porque quise. Dijo que el martes siguiente volvería”.

Cuando se volvieron a ver, “el saludo fue un beso largo y cuando hablamos ella me dijo que quería contarme una cosa, pero que no era capaz. La miré y no dije nada. Yo sabía que la guerrilla estaba en el pueblo y no podía demorarme mucho”. Le propuso que se vieran unos días después en Neiva y le dio una postal en la que había escrito, “Eloísa, de verdad estoy enamorado”. Ella estuvo de acuerdo con volverlo a ver. “Me quité uno de los guantes y le cogí la mano. La tenía más helada que la mía. Ella me besó y yo le dí otro beso, pero en ese momento apareció la mamá”.

En Neiva fueron al bar Madremonet a beber algo y a charlar. “A pesar de que yo era un soldado profesional y sabía quien era ella, me concentré en sus palabras con la seguridad de que las iba a guardar para siempre, pues no se trataba de denunciarla, ni de echarle mano y entregarla. Me inetresaba mucho como mujer. Si yo hubiera sido otro la habrá hecho hablar y después la habría entregado. Pero qué va. Yo estaba enamorado”.
-       Yo nunca voy a contarle nada a nadie. Olvide que soy un soldado. Estoy aquí porque usted me gusta
-       ¿Qué le gusta? ¿Mis piernas? Eso debe ser lo que busca
-       Lo que busco es lo que usted tiene en la cabeza. Usted es una mujer interesante  … Y estoy enamorado
Se cuentan sus respectivas vidas y el día que el le dice “usted tiene que ser mía” la vuelve a besar. Y ella luego de “besos que me floreaban la boca” le hablar, sin entender por qué “del trato en el guerrilla, de los castigos, de los fusilamientos y nuevamente de aquellos que tuve que matar por defenderme”.

Volvieron al Madremonte. “Nos quedábamos allí,  a media luz, hablando en voz baja y mirándonos como si tratáramos de hipnotizarnos el uno al otro. A mí me gusta Alejandro porque sabe escuchar. Y sabe decir las cosas”. Él le contó que tenía otra compañera pero que no iba a seguir con ella.
-       Usted es la mujer que yo busco … Si quiere vivir conmigo váyase para Guayabal. Piénselo. Hable con su mamá y me avisa. Usted verá. ¿Se va conmigo o se queda?
-       Me voy con usted
Ella le contó a la mamá. “Él me quiere y yo también”. Al papá le dijo que “no sabía si volvería porque la guerrilla  nunca me perdonaría haberme ido con un soldado”. El papá estaba feliz, “huya de esta guerra usted que puede, y no vuelva hasta cuando se acabe todo esto”.

La cantante que nunca quiso ser guerrillera

Desde niña, Lida Cortez quería ser cantante. En el Caquetá, vivía en una finca con sus padres y 12 hermanos. Era una de las menores y por ser algo diferente de los demás su padre decía que ella no era de él.  Cantaba en el campo o en la casa, sóla o con sus hermanos haciéndole coro. Tocaban guitarra, batería o instrumentos improvisados con piedras y troncos. El padre con frecuencia los acolitaba.

Uno de los jornaleros de la finca tenía un hijo cinco años mayor que ella y siempre se gustaron. Sobre todo porque el trabajador a veces lo dejaba en la casa de Lidia y allí se encargaban de él como si fuera un hermano más. Lo alojaban, lo alimentaban y lo ayudaban con los estudios de primaria. Hasta que un día el joven dejó de ir a la casa.

Lidia estudió primaria en su pueblo pero para el bachillerato, a los doce, se fue a Florencia. Se graduó con 18 años y quiso empezar a trabajar para ser independiente. Una de sus amigas le dijo que en un pueblo del Caquetá había un puesto atendiendo un supermercado. Cuando le hicieron la inducción le pareció extraño que le dijeran que una de sus funciones era aprovechar la cercanía con la gente para saber sus movimientos. Le comunicaron que “tenía que vigilar a las personas, escuchar sus conversaciones, hacerme amiga de ellos para conocer novedades y cosas así, que no me gustaban. Me dijeron que trabajaba en la tienda, pero para la guerrilla de las Farc”.

Sin quererlo y por sorpresa quedó envuelta en la guerra. Su amiga le reveló que escaparse implicaba un grave peligro contra su vida. No tuvo opción distinta a entregar los reportes que le exigían sobre los movimientos de los lugareños. Trataba de no enterarse de los catsigos que le imponían a la gente que ella sapeaba.  Como miliciana nunca participó en acciones armadas. “A mí siempre que me pasaban un arma, eso me parecía muy pesado y no iba conmigo. Me tocaba manipularlas a veces pero nunca fui a las filas o a combates. Era una gallina para eso”. Lo único que le gustaba era participar en las actividades comunitarias de la guerrilla. Se reunían con las familias del pueblo y esos eventos le agradaban. Pero en esa época ni siquiera en esas reuniones cantó. “Se me acababa la voz y no me daban ganas. Estaba triste”.

Al pasar de ser miliciana a guerrillera activa se reencontró con aquel joven que tanto le había gustado desde niña. Sólo al verlo entendió por qué él no había vuelto. “Dentro del grupo empezamos a darle rienda suelta (a la relación)… y él era lo más familiar y cercano que tenía en ese momento. Mi familia no sabía que yo estaba ahí… Pero nos tocaba a escondidas porque no dejaban tener relaciones dentro de la guerrilla. Por esos encuentros nos iban a castigar, pero finalmente me salvé.” Al quedar embarazada convenció a su novio de que se escaparan. Tras una heroica jornada lograron huir. “Recién salimos teníamos miedo de entregarnos. Finalmente lo hicimos, nos llevaron a Bogotá y allá el papá de mi hijo se inscribió en el programa de desmovilizados. Yo no lo hice al principio porque no fui combatiente y por mi familia no quise hacerlo. Pero después las cosas se complicaron por mi seguridad y tuve que meterme”.

En el programa de la Agencia Colombiana para la Reintegración le hicieron acompañmiento psicológico, la capacitaron con el Sena y le permitieron revivir su pasión. En el proyecto ‘Canta conmigo’ la seleccionaron con otros desmovilizados con buena voz. Pudo presentarse ante nutrido público, cantó en el Show de las Estrellas y logró viajar a España donde conoció a Miguel Bosé. Con el grupo pereirano La Iguana y otro amigo desmovilizado compusieron la canción ‘Pido perdón’.

La relación con el padre del niño se acabó. Lida quedó a su cargo, trabaja como mesera y estudia asistencia administrativa. Reestableció contacto con su familia pero no volvió a la finca donde creció.

En el ELN

Las primeras Elenas

Cuando el ala rural del ELN no era más que un puñado de estudiantes y sacerdotes que huían del acoso militar después de la toma de Simacota, su líder Fabio Vásquez Castaño no permitía que las mujeres ingresaran a las filas. La prohibición no impedía que él introdujera campesinas de contrabando en su hamaca ni que se acostara con las compañeras militantes de la red urbana cuando ocasionalmente iban al monte.

Según Walter Broderick, el biógrafo del cura Pérez, la primera mujer que hizo parte del grupo guerrillero fue María Antonia, Toña, una mujer alegre y desparpajada de la costa Atlántica. Había sido educada en colegio de monjas y antes de tomar las armas estudió derecho. En sus ratos libres frecuentaba los bares y rumbeaderos de la capital. La primera vez que vió a Fabio Vásquez se dijo “¡mierda! ¡es marica!”. Esa primera impresión la corroboró después al encontrárselo en la Habana. Nunca en su vida había conocido un “tipo tan raro como ese”. Su impresión sólo se disipó cuando, ya en la guerrilla, el comandante intentó seducirla. De todas maneras, la faena de flirteo difería de los rituales a los que ella estaba acostumbrada. Fabio era un rústico pueblerino y Toña representaba todo lo que él detestaba: lo burgués, lo urbano, lo intelectual. Trató de cortejarla con frases de cajón, tratando de reproducir “las técnicas amorosas de la gente culta” pero a ella todo le sonaba postizo, como de película mexicana. “Su modelo era Jorge Negrete”.

Siendo la única mujer del grupo, con su encanto, su temperamento optimista y  sus actitudes casi hippies tenía a todos los guerrilleros fascinados, cuenta Broderick. “Como estaba recién llegada a la selva, seguía todavía en plan de maravillarse ante la belleza física de su entorno. Se extasiaba en presencia de una cascada de agua cristalina y recogía orquídeas y hojas de monte para decorar con ellas su boina”. La experiencia en el monte era para ella una especie de excursión dominical. Algunos le agradecían su presencia regalándole flores y Fabio no paraba de asediarla con sus torpes avances.

Al final Toña sucumbió. Una noche Vásquez Castaño se acostó a su lado y empezó a tocarla y a susurrarle impertinencias. Ella había tenido varios amantes en sus épocas de estudiante. Algo de Fabio la atraía pero ella luego recordaría esa noche como “el único encuentro sin ternura y sin placer … nada de caricias ni de juegos eróticos. Sólo la función fisiológica de un macho, que seguramente ni él mismo alcanzó a satisfacer”.  La experiencia le dejó un mal sabor y nunca más volvería a tener sexo con él. Las represalias no se hicieron esperar, el comandante no perdonaba a las mujeres que le descubrían su lado flaco, esa ramplonería en artes amatorias.

Otra de las primeras Elenas fue Rocío Agudelo, una joven campesina de la que cayó fulminantemente enamorado Ricardo Lara Parada. Se habían conocido de manera peculiar. Durante la toma de Remedios por el grupo de Manuel Vásquez liberaron a los presos y entre ellos se encontraba una mujer que pagaba cárcel por colaborar con la guerrilla. Tras el ataque al pueblo Ricardo, los Castaño, el cura Pérez y los demás combatientes se fueron a celebrar a la casa de la campesina que tenía varias hijas de distintas edades que hicieron buenas migas con los muchachos. Rocío y Lara Parada quedaron prendados. Al partir, él prometió enviarle un mensaje en cuanto pudiera pero ella no aguantó mucho más tiempo en su casa. “Ya estaba contagiada por el virus de la revolución y soñaba con acompañar a su hombre en las lides guerrilleras”. Pidió ingreso al ELN y la aceptaron. Sin embargo, la destinaron al grupo de Manuel Vásquez que ya había introducido la innovación de aceptar mujeres, empezando por su propia esposa y la novia de su hermano Antonio. Lara Parada seguía haciendo parte de un grupo exclusivamente masculino, en buena parte porque el cura Pérez no aceptaba que los superiores tuvieran lujos o privilegios especiales.

De clandestina a feminista

Gloria estudiaba economía en la Universidad de Antioquia. Tenía por lo menos cuatro pretendientes que la asediaban en una casa grande del barrio la Floresta. Su madre, una telefonista con seis hijos, trataba de espantarlos diciéndoles que ella era una coqueta irredimible y no tenía interés por ninguno. En realidad su propósito era asegurar que su hija terminara la carrera. Temía que “esa tendencia indeclinable al enamoramiento y las fiestas que la acompañaba desde los catorce años” atentara contra la posibilidad de volverse una profesional.

Era la época agitada del cura Camilo Torres y Gloria se contaba entre sus seguidores. Hasta allá llegó Fernando, un joven activista cristiano con un “halo heroico y un verbo elocuente” que hacía trabajo clandestino en una zona rural del mismo departamento. Al contarle a los estudiantes las proezas que realizaba en el campo los dejó tan impresionados que con una sola charla logró comprometer a media docena de ellos para que se fueran a poner en práctica sus ideas revolucionarias. Gloria “dejó todo y arrancó en menos de una semana. Se la llevó el mismo Fernando”. Llegó con ella a su pueblo y se la presentó al cura para que “la instruyera y la pusiera a trabajar en las veredas”.

La sorpresa de la madre de Gloria fue mayúscula cuando supo que había abandonado sus estudios por irse para el campo a educar y movilizar campesinos,  instalándose a vivir en las montañas en unas condiciones monacales y una intensa actividad. Ayudaba a una numerosa familia en las labores domésticas, daba cursos de modistería y por las noches impulsaba jornadas de alfabetización o reuniones de concientización política. Una vez al mes y con la disculpa de una labor revolucionaria Fernando la visitaba. Estaban tan enamorados como comprometidos con la causa.

Las costumbres campesinas eran excesivamente zanahorias al lado de la liberalidad estudiantil heredada de los hippies y Mayo del 68. A eso se sumaban las normas implícitas de un movimiento orientado por curas afines a la teología de la liberación. Después de una reunión del comité veredal de la Asociación de Usuarios Campesinos Gloria se fue a dormir con las jóvenes de la casa en uno de los cuartos y Fernando en otro. Él no aguantó y encontró la manera de entrar a los aposentos femeninos para decirle que la esperaba a afuera. “Hicieron el amor sobre sacos de café. De ese café en grano duro que talla el cuerpo. Contuvieron la respiración y trataron de no moverse demasiado para no despertar a nadie y también para no maltratar sus huesos”. Con el tiempo cayeron en cuenta que “la prohibición y la incomodidad se habían convertido en un acicate”.

León Valencia conoció a Gloria cuando el cura del pueblo le pidió como asunto urgente que se la llevara para Medellín. No le dio muchos detalles sino simplemente le dijo que los compañeros habían considerado prudente que saliera hacia la ciudad. En el camino la compañera de su amigo le contó a Valencia de su embarazo y que, además, Fernando estaba detenido en la cárcel de La Ladera de Medellín pues lo habían capturado con armas cerca del municipio de Urrao. La decisión de trasladarla se debía a que ni el cura ni los compañeros sabían cómo manejar la situación. “No veían conveniente contarles a unos campesionos chapados a la antigua que entre revolucionarios eran comunes las relaciones sexuales sin acudir al matrimonio”.

Pocos meses después, cuando Fernando salió de la cárcel, en una ceremonia “un poco discreta, un poco clandestina” el padre Ignacio celebró una misa que incluía matrimonio de la pareja y bautizo del hijo con apenas veinte días de nacido. La ceremonia se transformó en mitín político que, con leves variantes como la orientación sexual de los contrayentes, antecedió en casi cuatro décadas los debates sobre el matrimonio igualitario. “Se discutió sobre el amor, sobre la sinceridad en las relaciones, sobre el significado de la pareja en un mundo solidario como el que proponíamos y buscábamos. Parecía como si quisiéramos reinventar el vínculo más instintivo y milenario que existe entre los seres humanos”.

Luego de la discusión sobre el amor, Fernando tomó la palabra para un discurso sobre la necesidad de la guerra. El reciente golpe militar en Chile mostraba la imposibilidad de acceder al poder por la vía democrática y la necesidad de emprender la lucha armada. Informó que ya había establecido contactos con el ELN “para organizar entrenamientos y buscar asesoría en las acciones que se ibana emprender”.

Poco después, Fernando moriría en medio de una balacera al asaltar un cambiadero de cheques en Medellín. Dirigía una pequeña célula urbana encargada de “expropiación de dineros”. En una reunión realizada la misma ciudad para evaluar la acción armada urbana, León Valencia se encontró con la viuda del rebelde y pudo ver de nuevo al hijo. “Acariciándolo me ganó la ternura y le dije a Gloria que quería adoptarlo”. Un tiempo después, celebrando un cumpleaños del niño, se hicieron novios. Con la muerte de su marido, Gloria se apartó de la acción armada, consiguió un trabajo en la Caja Agraria que alternaba con una intensa labor política. “Era una activista obsesiva que andaba de reunión en reunión y de huelga en huelga y sacaba muy poco tiempo para su vida personal y poco tiempo para el niño que permanecía largas temporadas con la abuela”.

Cuando se fueron los invitados a la fiesta el romance latente tomó vuelo. Se hicieron evidentes las “ganas que teníamos de amarnos … nos fuimos a la cama. Ella tenía un loco afán por resarcir los tres años de abstinencia”. Decidieron vivir juntos, tuvieron una hija pero con los años la relación se deterioró. Valencia se acercaba a su decisión de irse para el monte al Comando Central del ELN y en contravía de esa intensificación de su compromiso con la revolución Gloria abandonó la militancia política. Inicialmente se trataba del desgaste natural por tanto esfuerzo y tan pocos resultados. Pero luego “empezó a cuestionar el proyecto mismo de revolución. Se había encontrado con un grupo de mujeres feministas y había empezado a compartir con ellas ideas y actividades”.

Desde ese nuevo flanco ideológico, las críticas a la izquierda revolucionaria eran mayores. Los acusaban de ser tan machistas como la derecha y señalaban la persistencia de actitudes y conductas patriarcales”. Las críticas vinieron acompañadas de una “bohemia intensa” por muchos meses. Aunque Valencia trató de “representar el papel que hacen muchas mujeres que ven salir a sus maridos a la rumba y lo reciben al filo de la madrugada” sólo aguantó unos meses.  Al final de su relación con Gloria, León Valencia ya había conocido a otra mujer que lo acompañaría a su aventura en el monte.

Las universitarias del M-19

Esmeralda la del Flaco

Fundadora del M-19, sicóloga, compañera de Jaime Bateman y madre de sus dos hijas, Esperanza cuenta que “Pablo era todo un hombre. Un padre maravilloso. Dejaba cualquier cosa por llegar a la casa a jugar con sus hijas. Amaba su casa. Yo creo que cuando una persona vive en la incertidumbre y la zozobra, necesita más que nadie un lugar, un punto de referencia … Él se sentía que allí en su casa nada le iba a pasar. Y nada le pasó. Era su refugio. Una vez dejó una reunión importante para llegar a ver una telenovela que le encantaba. Pablo era un hombre normal … Era fácil vivir con él. No gritaba. No era hacendoso, pero tampoco exigente. Era un excelente compañero, generoso, generosísimo. Amaba a la gente tal como era”.

“Lo conocí en la Universidad Libre. Yo estaba peladita. Cursaba sexto de bachillerato en 1964. Yo estaba en la librería cuando él entró con toda su alegría y contó que en la Unión Soviética las odontólogas eran todas unas mujeres gordas y furiosas”. Él en ese momento ya estaba en las FARC.  “Una vez el Flaco me llevó a su casa. Allí tenía la imprenta, el mimeógrafo donde se editaba Resistencia y Estrella Dorada, un periódico para los militares. Era garaje, imprenta y vivienda. Pablo salió a traer la comida y yo me quedé allí mirando todo. Mirando la vida de aquel hombre que era mi amante … el mimeógrafo, la tinta, los papeles ¡Lo amé tanto!”

Tener un esposo mujeriego nunca fue una molestia grave para Esmeralda. “Siempre supe cómo era él. Todo fue claro. Me dijo que me amaba mucho y quería tener un hijo, pero que no iba a cambiar. Yo lo sabía. Así lo conocí y así lo amé”.

Emilia y sus varios compas

Mª Eugenia Vásquez, Emilia del M-19, universitaria, estuvo en la toma de la Embajada de la República Dominicana y allí tuvo un tórrido romance con Alfre. “En esos dos meses recorrimos lo que muchas parejas en años, el amor era intenso, era el contacto con la vida y era sobre todo el inagotable generador de fuerza conjunta … En momentos en que el futuro es el minuto siguiente se disfruta al máximo estar en este territorio tan plenamente … Nuestro amor robaba minutos al descanso, jugueteando, rodando en el piso del baño, tallados en todos los huesos por las cananas, la granada o la pistola, o si la separábamos de nuestro cuerpo por momentos mientras una mano recorría la tibia y escasa piel descubierta al amor y la otra reposaba sobre la frialdad del acero. Nunca fueron más bellos los apuros y la incomodidad, nunca el amor tuvo más de goce y de angustia mezclados, nunca la ternura fue más viva”. 

Años atrás, cuando era universitaria y no tenía alias sino apodo, La Negra se enamoró de Ramiro, un compañero militante en una manifestación estudiantil, cuando estas eran violentas. "Apareció como Don Quijote, con un ladrillo en su mano, dispuesto a noquear a un policía a caballo que me acorralaba en una agitada pedrea. Sucumbí a su heroísmo. Con un hombre como ese, los sentimientos podían ser compatibles con la teoría".

Con Jaime Bateman también tuvo una aventura que él trató de iniciar cuando ella era casada y además, amiga de la esposa de Bateman. En cine “me fue cogiendo la mano y yo, por supuesto, como era una especie de guardia roja y era además amiga de Esmeralda, y conocía a su hija, Natalia, de chiquita y fuera de eso tenía marido, cuando salimos de ahí le dije: ‘Hermano,, ¿cómo es eso? Yo conozco a su mujer  y la quiero mucho. El Flaco soltó la carcajada y me respondió: ‘yo también la quiero. ¿Quién dijo que yo no la quería?’ Tuvieron que pasar seis años, una separación y un amante y el final de mi segundo matrimonio. Fui yo la que le insinué que ya podía arrastrarme el ala. Bastó que mi mano tocara su cuello para que al día siguiente, con el pretexto de felicitarme –estaba cumpliendo 25 años- me hiciera el amor detrás de una puerta, mientras mi mamá dormía en la otra pieza. No puedo decir que fui su amante. Sólo que nos encontrábamos de vez en cuando a media tarde o después de las seis … cuando le era posible abandonarse en mí para pensar en él por un minuto. Después se perdió y cuando le pregunté por qué, me respondió ‘porque me podía encarretar y … eso … no …”

Vera Grabe

Jaime Bateman Cayón, máximo líder del M-19, era casado con una de las militantes iniciales del grupo con la que tuvo dos hijas. Le gustaba el trago y la rumba y siendo un tipo encantador,  tuvo varias amantes dentro del Eme. Vera Grabe lo confirma. “Usted era como el príncipe azul, un ideal para tantas mujeres que lo adoraron y lo debieron soñar”.

Entre Bateman y Grabe no hubo amor a primera vista. Fue algo progresivo, sin que a ella le importaran la esposa, las hijas ni  las otras. “Las demás historias no me incumben, ni anteriores ni contemporáneas … Usted era fresco, sin exigencias, sin reclamos, sin expectativas … Me empezó a invadir el amor. Incondicional y total. Sin chistar ni preguntar ... sin sentir derecho a exigir nada … Coherente con su sabiduría y franqueza, siempre hay manera, espacio y tiempo en la vida para la convivencia de varios amores”.

Peggy Ann Kielland

Desde la primera vez que esta actriz del teatro La Candelaria vió a Jaime Bateman sintió su magnetismo. Tras un período de encuentros esporádicos, en el entierro simbólico de Camilo Torres, "antes de recibir un bolillazo, un brazo largo me agarró y me arrastró ... A una cuadra había un camión de gaseosas y de pronto todos comenzamos a bajar cajas y a tirar botellas a la policía ... El Flaco nos hizo entrar a El Cisne ... Era la primera acción en que yo me involucraba y estaba muy excitada. La policía entró al establecimiento. Pasamos de agache. Con este episodio, el Flaco se me convierte en héroe, es el héroe que me salva y guía".

Días después Bateman le cuenta que se va para la guerrilla. “Esto me produce tristeza pues en ese momento ya había entrado en su corazón”. Meses después lo vuelve a encontrar en una reunión. “Lo primero que siento son sus ojos,, con su brillo de picardía … Fue esa noche cuando iniciamos nuestros amores … No fue demasiado táctica porque eso ya venía como madurando y no fue más que definirse, en medio del trago. Ya al final de la fiesta, ya nos quedamos ahí … Era un hombre muy tierno, había una muy buena atracción y por lo tanto funcionaba la relación”.

“Nuestro romance en su primera etapa fue muy bello. Yo recorría el país entero para encontrame, aunque fuera por pocas horas, con él en cualquier hotelito del camino. El Flaco era una persona muy tierna, muy respetuosa de lo que uno pensaba o hacía. Confiaba mucho en la persona que quería. Había una comunicación muy intensa. Era un romántico: le encantaba y se recreaba con un bonito paisaje, con la luna, con un atardecer o una rosa amarilla”

Peggy nunca pasó de hacer trabajo clandestino urbano pero no porque no quisiera irse al monte con Bateman, su novio. “Ella, más que nadie, quería irse. Lo vendió todo, absolutamente todo lo que tenía y se fue a mi casa a esperar el día señalado. Subía mucho a Monserrate a ‘entrenar’, ¡pero el famoso día señalado nunca llegó!” cuenta su amiga Patricia Ariza.

Las periodistas

Virginia Vallejo

El amor súbito y contundente de Virginia Vallejo por Pablo Escobar no tuvo que ver con la violencia física sino con una manifestación que en el país se ha considerado equiparable: la violencia económica, el flagelo de la miseria. De cualquier manera, fue algo visceral y profundo desde ese momento único que ella misma describe con detalle.

Virginia había buscado una entrevista con Escobar con el fin de pedirle pauta publicitaria para su programadora de TV. El entonces político en ascenso la invita a que lo acompañe a hacer proselitismo en un basurero municipal. El escenario es de espanto y recuerda una sangrienta guerra. “Es el hedor de diez mil cadáveres en un campo de batalla a los tres días de una derrota histórica. Kilómetros antes de llegar ya empieza a sentirse”.

Ante tal atmósfera, que haría “retroceder de vergüenza al más duro de los hombres” el futuro amado avanza victorioso a su lado. La gente grita de entusiasmo. “Es él, don Pablo! ¡Llegó don Pablo! ¡Y viene con la señorita de la televisión!”.

Sensaciones tan fuertes como esos hombres y esas dificultades que enfrentan dejan huellas indelebles. “Junto a esa fetidez omnipresente, la mano guía de él en mi antebrazo transmitiéndome su fuerza … Y ya no me importan ni el hedor ni el espanto de aquel basurero, ni cómo consigue Pablo sus toneladas de dinero, sino las mil y una formas de magia que logra con ellas. Y su presencia junto a mí borra como por encanto el recuerdo de cada hombre que amé hasta entonces, y ya no existe sino él, y él es mi presente y mi pasado y mi futuro y mi único todo”.

Tanto las secuelas positivas del incidente, el apasionado romance con el capo, como las negativas, el desprecio de Virginia por el establishment y la élite de donde habían salido sus amantes anteriores, están relatados con detalle en sus memorias. El contraste entre el redentor y el resto del jet-set es palpable. “En un país donde ninguno de los magnates avaros tiene todavía avión propio, él pone una flota aérea a mi disposición … Hace el amor como un muchacho campesino, pero se cree un semental, y sólo tiene una cosa en común con los cuatro hombres más ricos de Colombia: yo. Y yo lo idolatro. Porque me adora, y porque es la cosa más divertida y exciting que haya pisado la faz de esta Tierra, y porque él no es avaro, sino espléndido”.

La que fue diva de la televisión colombiana describe una escena de amor armado con el gran capo. Tras regalarle una Beretta 9 mm, él le enseña a usarla. "Vas a convertirte en mujer de un guerrero y vine a explicarte lo que van a hacerte los organismos de seguridad ... Lo primero (será) arrancarte la ropa ... y tú eres ... la cosa más bella del mundo, ¿verdad mi vida? Por eso vas a quitarte ya ese vestido y te paras frente a esos espejos. Obedezco, porque siempre he adorado esas miradas inflamadas que preceden a todas sus caricias. Pablo descarga la Beretta y se coloca tras de mí ... Una y otra vez aprieta el gatillo, y una y otra vez me retuerce el brazo hasta que no aguanto más el dolor y aprendo a no dejarme desarmar ... No puedo dejar de pensar en dos luchadores espartanos ... Me somete una y otra vez mientras va utilizando toda aquella coreografía como una montaña rusa para obligarme a sentir el terror, a perder el temor, a ejercer el control, a imaginar el dolor ... a morir de amor ".

La mujer seducida por un potentado no sorprende. La enamorada de un matón es rara, y si divulga detalles del romance ya es excepcional. Por eso son valiosos estos relatos que muestran un vínculo misterioso entre el deseo femenino y la violencia. En el país han sido muchos los asesinos y demasiadas sus amantes como para ignorar esta faceta tan intrigante de la sexualidad de algunas mujeres, que no siempre tiene que ver con el arribismo. Es un hecho que los violentos tienen más parejas y son más exitosos sexualmente, no siempre forzadas. La evidencia al respecto es sólida, y no sólo en Colombia.

Laura Restrepo

En Mi guerra es la paz, Antonio Navarro cuenta uno de esos incidentes con alta adrenalina que terminaron en romance. Ante una pregunta sobre su relación con Laura Restrepo, el ex dirigente del M-19 ofrece un interesante relato.

“La conocí a mediados de 1984 el día de la primera conversación de paz en San Francisco. Yo estaba con unos compañeros bañándome en un río cuando vimos aterrizar el helicóptero en el que venía la Comisión de Paz. Cuando íbamos a recibirlos, se armó una balacera entre el Ejército y el grupo de Iván Marino que bajaba por una colina. El helicóptero tuvo que despegar nuevamente mientras los mandos militares daban la orden de parar el fuego. Al volver se bajaron Bernardo Ramírez, Horacio Serpa y Monseñor Darío Castrillón. Y Laura. Pero la tensión seguía. Les dijimos: “Aquí hay un combate, cuidado. Hay que bajar por una loma y hablar con el ejército”. Ramírez y monseñor Castrillón improvisaron una bandera blanca con la camisa del piloto y lograron que no hubiera más bala. En ese momento vi que Laura tenía frío, así que saqué de mi morral una chaqueta camuflada y se la presté. Luego, cuando fui a Bogotá, nos vimos varias veces y nos volvimos novios. Cuando sufrí el atentado en Cali estuvo conmigo, y luego nos fuimos a México y a Cuba”.

De manera similar al síndrome de Estocolmo, el encuentro en medio del peligro con un guerrero que ayuda a conjurarlo tienen un componente positivo de atracción, el vínculo afectivo con el protector, que surge de las pequeñas demostraciones de amabilidad que ayudan a la persona bajo presión a recuperar la tranquilidad. El vínculo, además, puede darse en ambas vías. Quien custodia desarrolla sentimientos recíprocos con la persona protegida.

Pero también hay un componente negativo de rechazo contra la autoridad responsable del peligro. Si el opositor de quien protege el guerrero causa un riesgo real, la enemistad transmitida puede ser intensa y persistente. En Laura Restrepo, la antipatía visceral hacia los opositores de su protector parece haber disminuido. El título inicial de su relato de los hechos, la Historia de una Traición, se convirtió en la Historia de un Entusiasmo. Hay incertidumbre en cuanto a la animadversión que persiste.

Sobre el amor hacia su salvador, se sabe que no fue permanente. El mismo Navarro cuenta cómo “en total estuvimos tres años juntos, hasta que un día me dijo: “o te vas de la casa o me voy”. Empaqué mis cuatro corotos y me fui … Mi relación con Laura fue muy intensa. Nos conocimos en un tiroteo, luego vino el atentado y después el viaje a México. Cuando llegó la rutina, creo que la relación fue perdiendo sabor para ella y me botó”.

Olga Behar: flirteo con emoción

El mismo día en que Antonio Navarro le ayudaba a Laura Restrepo a recuperarse de un susto por un tiroteo, Olga Behar estaba aún más cerca de la acción, con Iván Marino Ospina y su grupo.

A diferencia de los rehenes que sufren el Síndrome de Estocolmo retenidos contra su voluntad, Olga Behar había buscado insistentemente la situación en la que luego correría riesgo su vida. Le había dicho a Alvaro Fayad, “cuando se acerque la firma me llama al noticiero porque quiero ir al monte para bajar con la guerrilla hasta Corinto o el sitio que se escoja”. Como buena reportera, quería estar en primerísima fila, al lado de los rebeldes.

El evento de altísima adrenalina lo relata ella misma en Las Guerras de la Paz, un libro con título similar al que publicaría veinte años después Antonio Navarro. Colombia ha sido terreno fértil para este tipo peculiar de guerreros pacíficos. A diferencia del relato de Navarro, que hace referencia al romance posterior al incidente, Olga Behar no ha suministrado detalles sobre las secuelas del incidente, ni las conexiones que pudo tener con su matrimonio posterior con Gerardo Ardila, también comandante del M-19.

“Eran las 11 de la mañana cuando sentimos el ruido de las aspas cerca de nosotros. “Bajemos”, fue la orden y comenzó la acelerada caminata … Íbamos todos muy cargados … Durante más de una hora descendimos por trochas angostas, enredadas en un paisaje paradisíaco de verdes montañas y grises riachuelos … Los guerrilleros cantaban ...

De pronto … la ráfaga. No era un disparo que se había soltado. Era un ataque de frente hacia nosotros. Iván Marino Ospina asumió la vanguardia y recibía la información de su avanzada: “hay unos sesenta hombres, son soldados que nos disparan”. Se tomaron las primeras medidas: “fusiles adelante, pistolas y desarmados atrás” ... El tiroteo era intenso y la guerrilla estaba en desventaja … Ráfagas de metralleta y fusiles y cohetes hacían un dramático coro que duró una hora. El ejército estaría a unos 1.000 metros de nosotros. Mi camarógrafo a unos 100 metros de mí, haciendo las tomas que esa noche, vistas por la televisión, nos pusieron los pelos de punta.

Le pedí a Iván Marino Ospina una chaqueta oscura, para no ser blanco de ataques al moverme ... De pronto, me vi frente a Israel Santamaría, quien me aconsejó “vaya a la retaguardia con los desarmados”, a lo que yo le respondí: “usted no puede ser tan de malas como para morirse aquí conmigo; así es que me quedo, a ver si aprendo algo”. Creo que esa arriesgada decisión le infundió un poco más de confianza. Aceptó y comenzó a indicarme. Nos cubrimos con la pared de una casita blanca. Desde la barandita, Israel puso en funcionamiento su Fal contra algo que se movió en la distancia … “le dí, cayó para atrás”, dijo feliz, pero el guerrillero no tuvo tiempo para celebrar. Después supimos que había herido a un teniente del ejército.

Todos los disparos venían hacia nosotros del lado izquierdo. De un momento a otro salieron desde el lado derecho. “Estamos rodeados” debió pensar todo el mundo … al menos eso pensamos Santamaría y yo. Ya iban a responder los guerrilleros, cuando llegó corriendo un campesino y gritó “no vayan a disparar, es Navarro Wolf que viene del río hacia acá”.

No es arriesgado pensar que después de semejante aventura, de un susto tan monumental, Olga Behar haya no sólo fortalecido la admiración que sentía  por los comandantes del M-19 sino una particular animadversión contra los enemigos del grupo. En este caso, al pánico hay que sumarle que los guerrilleros no eran captores,  ella los había buscado, se estaban defendiendo de un ataque sorpresivo del ejército, lo hacían en desventaja, poco antes bajaban cantando por idílicos parajes e iban camino hacia un momento histórico. Difícil concebir condiciones más favorables para una impronta indeleble contra quienes sabotearon tan glorioso escenario.

El gran misterio

La mayor parte de los testimonios sugieren que las armas, el peligro, la tensión y el estrés, tal vez por la adrenalina, refuerzan la química del flirteo, del amor y del sexo. El goce con angustia atrae y cautiva. Un arma puede ser excitante, así la porte un insurgente como Alfre o un reaccionario. La anotación no sobra, pues en Colombia parecería haberse extendido hasta la pareja el estatus especial del rebelde, con quien sí puede haber amor genuino. Con los narcos se cree que es comprado y con los paras forzado; para pasiones comparables, Emilia se considera célebre, Virginia patética y las jóvenes que quieren levantarse un para ni cuentan.

Salvo la estricta regulación a la que están sometidos, y el determinante desequilibrio por géneros, la lógica y la dinámica de los romances entre compañeros combatientes no parece muy distinta a la de los que ocurren por fuera de los grupos armados, como lo reflejan los testimonios de las guerrilleras campesinas. Más difíciles de entender son las mujeres que con un buen nivel educativo y viviendo legalmente se sienten atraídas por los guerreros. Un psiquiatra estudioso de los amores con hombres violentos da una pista. "Es difícil imaginar algo más excitante que tener el control sobre alguien lo suficientemente poderoso como para quitarle la vida a otro".

La atracción por las armas, por ejemplo, no parece ser una peculiaridad de las niñas campesinas que aprenden a usarlas con un amigo guerrillero que después las convencerá de ingresar al grupo armado. Brenda, una de las novias de Luis Hernando Gómez Bustamante, Rasguño, el capo del norte del Valle habla de su gusto por pistolas, revólveres y hasta mini Uzis adquirido a su lado. “A mí me encantaba ese cuento. Una vez hicimos un concurso y yo era novata y todo, pero me fue bien. Quedé con un morado y todo y al final me pusieron Nikita, como la vieja de televisión”.

La fascinación con los fierros alcanza a quienes, en el entorno de los grupos armados, ni siquiera aprenden a manejarlas. Patricia Ariza, amiga de una de las novias de Bateman, cuenta cómo el líder guerrillero “una vez llegó a casa con una metra. Era la primera vez que veíamos de cerca un artefacto de esos. Nos enseñó parte por parte del aparato.Lo armó allí frente a nuestros ojos. A mí se me saltabael corazón. Me impresionó tanto eso que propusiomos después editar una tarjeta con el dibujo de un fusil y la descripción de cada una de sus partes. Esa tarjeta roja le llegó a todo el mundo. Iba firmada por Manuel Marulanda de su puño y letra”.

Se puede hilar más fino y plantear que en esos romances habría algo de política, y no de la tradicional. Se trataría de mujeres ávidas de poder que manipulan, explotan o buscan someter con sus encantos a los machos alfa. Algunas lo logran, y con más de uno. La Bella Otero es la plusmarquista mundial con unas ocho majestades en su haber entre las cuales un sospechoso de genocidio. Virginia Vallejo ostenta el récord nacional con varios cacaos y, por poco, los dos principales capos colombiano. Emilia tuvo relaciones con más de un comandante, posicionándose bien en la clandestinidad. Este podium podría servir para entender las ligas menores, las muchachitas cuya ambición de poder es más modesta: municipal o veredal.

Otra posibilidad la ofrece un terapeuta experto en altibajos de pareja y que denomina besadora de sapos a quien espera “transformar con amor a cualquier hombre”. Una variante es la enfermera de turno, la altruista que necesita dolor, sangre y heridos de quien ocuparse. Esa pista también da luces distintas a la de víctima. De nuevo, la política contamina el romance pero más a la izquierda: "me sacrifico por curarlo y salvo al mundo". Parte de eso pretendía Virginia amando a Pablo.

Quedan muchas incógnitas y preguntas por resolver. Ojalá más novias de guerreros contaran por qué y cómo amaron hombres violentos. Para no quedar en relatos light de muñecas de cartel, ni en rumores de adolescentes deslumbradas por comandantes paras, sería interesante tener más testimonios de mujeres maduras, educadas, incluso feministas, que también han tenido su desliz con un guerrero. En un conflicto tan largo seguro que las hay. Permitirían refinar el guión del lado femenino de la guerra.

Amores cortos o remunerados

Romances restringidos y rotación sexual

La realidad de un monumental desequilibrio por géneros entre los combatientes –siete u ocho guerrilleros varones por cada mujer- hace que las relaciones estables sean menos funcionales que la  rotación de parejas -o mejor de mujeres- y la promiscuidad.  Bajo esta perpectiva se entiende mejor la estricta regulación a la que está sometida la formalización de las relaciones afectivas.

En un video colgado en la red por el “Equipo de Formación” del ELN, Alejandra anota que "en el momento que consigue el novio debe dirigirse a los mandos porque debe respetar las normas. Tiene que pedir el permiso de 3 meses y si se entiende con la pareja pues procede al matrimonio  y después de que ya esté matrimoniado pues hasta donde se entienda". En los orígenes del grupo las restricciones eran aún más fuertes puesto que en el ala militar el reclutamiento de mujeres estuvo inicialmente prohibido.

En las FARC, la regulación de las parejas tiene su origen no sólo en consideraciones militares sino en la ideología comunista. Desde la época de Marquetalia, antes de la iniciación del grupo como ejército popular, se contemplaban rigurosos trámites para formalizar una relación. “Cuando una pareja quería casarse, lo planteaba al organismo correspondiente; una muchacha se quería con un compañero, si pertenecía al comité femenino, lo informaba en su organización y el compañero lo planteaba en las filas o en la juventud comunista. Intervenían las dos organizaciones, se concretaba finalmente un acuerdo, en todo sentido benéfico para los dos, se exigían responsabilidades, se le pedía el consentimiento a los padres, se llevaba al comando y este autorizaba”. Los organismos hablaban con los padres de la pareja, que se comprometía por escrito a cumplir con lo acordado y el comando legalizaba la unión. El encargado de los trámites se llamaba Guillermo y era conocido como Coltejer. “El acuerdo firmado testimoniaba el firme deseo de la pareja de responder ante la organización por la unión”. No se podía acudir a la Iglesia, una restriccion redundante para la zona, a donde los curas no entraban no por “control de la dirección, más bien por negligencia de los religiosos”.

La tendencia a regular en la vida familiar y de pareja incluso por fuera del grupo armado persiste en la actualidad. El ‘Manual de convivencia para el buen funcionamiento de las comunidades’ que impulsan el Frente Arturo Medina de las FARC, los miembros del Partido Comunista Clandestino, los activistas del Movimiento Bolivariano y los milicianos es una guía para orientar a la población civil en los más variados aspectos.  Según León Valencia, “se meten en todo. Obligan a cada uno de los habitantes mayores de 15 años a participar en las acciones comunales. Regulan las transacciones comerciales, las fiestas, las relaciones laborales, las familiares y la educación”.

Volviendo a la guerrilla, además de los requisitos estipulados en el reglamento, está también el saboteo informal a las parejas que se enamoran. "Viví con una muchacha nueve años, dentro del movimiento. O sea allá uno si cree en el amor. Pero allá si uno siente algo por la mujer o la mujer siente algo por uno allá le dicen que  es, vulgarmente, un huevón. Acá el amor es la causa, la revolución, el proceso. ¿Está muy tragado? entonces hay que separarlo”, cuenta un reinsertado de las FARC. Edilma, desmovilizada del ELN también tuvo su amor en el monte, pero la separaron. "Entonces estuvimos ahí y que no, que qué va. Y es porque se dieron cuenta y eso fue a escondidas. Se dieron cuenta y a él lo trasladaron para Santa Elena del Opón y a mí me mandaron para una selva horrible”.

Desde la época de su ingreso a las FARC, la compañera de Raúl Reyes señala las dificultades de la vida afectiva dentro de la guerrilla. “Las relaciones de pareja me parecían muy complicadas. Yo estaba acostumbrada a que había primero un período de galanteo, de noviazgo. Y si iba a tener una relción sexual era sobre la base de  que sentía deseo. Yo había tenido relaciones sexuales con mis novios de la ciudad. Pero eso de que en la guerrilla uno iniciaba una relación e inmediatamente tenía que irse a la cama, no me gustaba”.

En los inicios del ELN, según Dora Margarita, “el tema de la pareja no se mencionaba en el reglamento. Pero era claro que Fabio Vásquez no permitía que las parejas se juntaran. Si sabía que un hombre y una mujer eran pareja, los separaba y mandaba al hombre para otro campamento”.

En los seis meses que estuvo conviviendo con las FARC, esta observadora del M-19 dice que sólo conoció una pareja estable. “Los tipos cambiaban con frecuencia de compañera. Apenas terminaban con una, otro tenía licencia para abordarla. Era como si dijeran: ‘yo no tengo ya nada con ella, hágale usted. Ya la usé, ahora es su turno’. Las mujeres se dejaban sin protestar. Ese cambio de parejas no generaba conflicto entre los tipos, entre las mujeres sí. En ocasiones dejaban de hablarse”.  Una mujer bogotana que llevó el diario de su secuestro señala su sorpresa ante lo que alcanzaba a oir por las noches. “Se escuchaban carcajadas y gritos exagerados de las mujeres; alguna de ellas en broma  gritaba: ‘me van a violar, ja, ja, ja’. Me asombró su forma de vida,  tan rara para mí, pero me dio la impresión de que la pasaban rico”. También corrobora los testimonios sobre una alta rotación de parejas. “Ellas no tienen una pareja estable, van rotando entre varios. Los que llevan secuestrados bastante tiempo testifican que las han visto mínimo con tres hombres diferentes en los últimos meses. Una de esas niñas es de Villa Rica. Su padrastro trató de violarla varias veces y esa fue la razón para irse de su casa y tomar las armas. Es muy joven y tiene una cara muy bonita. Ha sido utilizada por varios guerrilleros. Ella estaba enamorada de uno de ellos pero los separaron y los enviaron a misiones distintas. Luego fue violada por otro tipo. Hoy ella tiene menos de 15 años y ha tenido varios usuarios (no puedo decir que amantes)”.

Desde el punto de vista de los guerrilleros varones, la actvidad sexual también se percibe como peculiar. Un combatiente del M-19, enamorado de Claudia, una abogada ajena al grupo, cuenta cómo con ella “nos encarretábamos en la cama y no hablábamos una sola palabra de política . En la escuela (militar del EME) todos parecían tener amores o amoríos con todas. Eso me daba desconfianza. Yo no quería hacer amistades, sino hacer operativos”. De todas maneras, en ese grupo, el mismo guerrillero anota que “en la organización estaba prohibido que un guerrillero urbano viviera acompañado”.

Miércoles y domingo ellos escogen

Fuera de restricciones reglamentarias y sabotaje informal a las relaciones afectivas, en la guerrilla existen mecanismos para forzar la promiscuidad.

Zenaida, una desmovilizada, establece una clara distinción entre el compañero “con el que se está siempre” y las relaciones casuales “los días miércoles y domingo”. El sistema está institucionalizado y se lleva a cabo en el mismo lugar donde se imparte adoctrinamiento político. En el libro sobre su cautiverio, Ingrid Betancourt describe el esquema. “Había dos días de la semana en que los guerrilleros podían pedir permiso para compartir la caleta con alguien más: los miércoles y los domingos”. Son los hombres quienes presentan su solicitud al comandante. Si la elegida no acepta, el mismo pretendiente tiene la opción de insistir. “Las muchachas podían negarse una o dos veces pero no tres a riesgo de hacerse llamar al orden por falta de solidaridad revolucionaria”. Una manera de evitar ser objeto pasivo del deseo varonil es convertirse en “ranguera” -emparejarse con alguien de rango, con un comandante- lo que además implica prerrogativas como “mejor comida, perfume, joyitas, aparaticos electrónicos y ropa más bonita”.

Doris, otra ex combatiente, tuvo siete parejos en la guerrilla y anota que “en las FARC tenemos tres estados para las relaciones con alguien: el ‘novio’ sólo es para besitos, el ‘mozo’ es para tener relaciones los miércoles y los domingos, y el ‘socio’ que es con el que se duerme todas las noches”. Luis Eladio Pérez, también testigo cautivo, confirma la práctica. Las guerrilleras, según él, tienen que “prestar favores sexuales los miércoles y los domingos a sus otros compañeros, bajo el lema de que hay que cooperar y ayudar al desestrés y a que haya un mejor ambiente". Carolina, otra secuestrada, señala en su diario que “los guerrilleros se reúnen los miércoles y los domingos en la noche y hacen juegos y nosotros desde nuestro cuarto escuchamos sus carcajadas”.

Oscar, desmovilizado del frente 35, está tal vez pensando en esos divertimentos cuando afirma que “ellas ejercen cierto grado de su sexualidad. Porque son más los guerrilleros que las guerrilleras. Entonces comienza como una forma disimulada de prostitución. Muchas veces ‘que me escoja y lléveme para la comisión que usted va’. Entonces ya también uno aprende a manejar esas cosas. Sí, disimuladamente, porque eso no está permitido. La prostitución no está permitida dentro de las FARC pero se ejerce. Se tapa o se disimula con otras formas. Eso era una de las peleas en mi frente que yo decía que eso era un relajo, que eso era una prostitución legalizada".

Hace unos años un ex fariano contó en SoHo la versión pasteurizada del evento bisemanal anotando que eran encuentros siempre consensuales. Con respecto al déficit de compañeras afirmó, con una insólita aritmética, que “al menos hay las suficientes como para satisfacer la demanda sexual de parte y parte”. La tozuda realidad de sólo tres mujeres por cada siete varones combatientes no se puede evadir con maromas mentales ni con esquemas forzados de rotación de parejas. La guerrilla colombiana -como los paras y los narcos- ha recurrido a la fórmula ancestral de casi cualquier ejército, la  prostitución. Los guerreros no sólo violan sino que lo piden, pero deben pagar. Los arreglos específicos son variados: hay testimonios desde un sistema como el de Pantaleón y las visitadoras hasta la estrategia de las redimidas, pasando por el típico burdel o la cortesana de pueblo. En cualquier caso, la práctica está tan asimilada que en su diario Carolina menciona unos guerrilleros “discutiendo acerca del sexo oral, y uno de ellos les explicaba a los otros que eso era sexo por horas”.

Las peculiares y complejas relaciones de pareja en los grupos armados colombianos no interesaron a los historiadores oficiales del conflicto, que optaron por no apartarse de las doctrinas internacionales en boga. Pero para la reinserción habrá que lidiar con las secuelas de estos arreglos y costumbres sexuales.

El sexo en la guerrilla visto por una secuestrada

Carolina es una “madre de familia, profesional, bogotana de clase media alta” que en el 2001, recién casada, fue secuestrada junto con su esposo por las FARC.

Durante su cautiverio llevó un cuaderno de notas que, seis años después de escapársele a sus captores, publicó como libro. En el campamento que estuvo los guerrilleros y guerrilleras eran “todos jóvenes, algunos demasiado, parecían casi niños”.  Inicialmente se sorprendió con lo que oía por las noches, “carcajadas y gritos exagerados de las mujeres; alguna de ellas en broma  gritaba: ‘me van a violar, ja, ja, ja’. Me asombró su forma de vida,  tan rara para mí, pero me dio la impresión de que la pasaban rico”.

Sus anotaciones son consistentes con los testimonios de varias desmovilizadas. “Aquí hay siete guerrilleras. Todas tienen menos de 16 años. Es muy triste: ellas son casi prostitutas … estas niñas están siendo usadas por los guerrilleros, o mejor, por el sistema de este grupo”. Piensa que es una manera de tener contentos a los hombres, con enormes costos para las mujeres. “Hay una niñita de 14 años que tiene una enfermedad pues los secuestrados comentan que orina con sangre … Ellas no tienen una pareja estable, van rotando entre varios. Los que llevan secuestrados bastante tiempo las han visto mínimo con tres hombres diferentes en los últimos meses”. A una de esas niñas “el padrastro trató de violarla varias veces y esa fue la razón para irse de su casa y tomar las armas. Ha sido utilizada por varios guerrilleros. Estaba enamorada de uno de ellos pero los separaron... Luego fue violada por otro tipo. Tiene menos de 15 años y ha tenido varios usuarios (no puedo decir que amantes)”.

Observa que a las guerrilleras no parece afectarlas mucho ese trato, y lo asocia con el bajo nivel educativo, que percibe en varias dimensiones. Una de las guerreritas, la Pollo, ignoraba que uno de los secuestrados lo era y al enterarse le decía “váyase, váyase y yo digo que no lo ví”. La enfermera “es una niña que a duras penas sabe leer, le dicen así porque reparte las pastillas”. Otro joven, con 17 años, tenía una hija de tres. La mujer secuestrada los considera unos irresponsables. En alguna ocasión a dos guerrilleros se les disparó el arma. “¡Dos tiros en menos de media hora! Esa segunda vez sí me dio mucha rabia porque los bobos esos estaban muertos de la risa”. Sobre la contracepción anota que “a ellas les ponen una inyección obligatoria cada mes para evitar que queden embarazadas, pero muchas de ellas tienen problemas. Una lleva seis meses sin el período, otra tiene hemorragias que le duran hasta dos meses”. De la política de control natal se enteró porque una noche “se escuchaba una muchacha llorando, gritaba que no, que por favor no… Al día siguiente me contaron que ella le tiene pavor a las inyecciones y sus gritos eran debido a la aplicación de la dosis obligatoria”.

Coincidiendo con relatos de otros secuestrados que mencionan reclutamiento de jóvenes en los burdeles de las zonas cocaleras, Carolina señala que una de las siete mujeres del frente había sido prostituta antes de ingresar a las FARC. También hace alusión a otra guerrillera peculiar. “Acá se ven casos casi de prostitución. En la tropa nueva llegaron cinco mujeres. Hay una de pelo claro, de cara muy bonita y muy vanidosa. Tiene su caleta decorada con hebillas, moños, esmaltes, maquillaje y maripositas. Hoy se maquilló demasiado y salió a pasear toda orgullosa para que los cuchos le echaran piropos”. Su torpeza como combatiente le pareció evidente. “Camina con tanto cuidado, que si la persigue el ejército la bajan de inmediato”.

Carolina y su esposo resultaron indirectamente beneficiados por el cambio que, desde el Cagúan, se dio en los procedimientos de selección y entrenamiento de farianos y farianas: el día que lograron escaparse “estaba de guardia la vanidosa del pelo claro”. Para una reinserción pensada alrededor de la solución de problemas campesinos tradicionales, ese deterioro será costoso. En un ambiente rural bien machista no se ve claro el porvenir de esas jóvenes que, cuando no están hostigadas por helicópteros, llevan una vida tan divertida pero “tan rara” a los ojos de una secuestrada urbana y universitaria.

Miseria afectiva y prostitución

Antes de morir ajusticiado un guerrillero le manda saludes a Rocío. “¿Es la puta gorda de San Vicente?” le preguntan. “Sí, esa. Ella me gusta … Mejor dicho, dígale que yo la quiero, que qué buena hembra”.

Una mujer del EPL recuerda que las prostitutas eran aceptadas en los campamentos. Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaban las jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla.  La Mona, enfermera en un frente paramilitar anota que a ella no le molestaba esa costumbre porque “era una manera rápida y eficaz para aligerar de energías a los combatientes, evitar deserciones y tener a los muchachos contentos”. El problema eran las enfermedades venéreas que ella tuvo que curar al por mayor y “hacer cientos de exámenes de sida”. Señala que “los hombres en la guerra se vuelven más necesitados de sexo, hablan de eso día y noche”. Las necesidades, según ella, llevan al homosexualismo que casi nunca se acepta.

Uno de cada tres de los desmovilizados encuestados por la Fundación Ideas para la Paz (FIP) reporta haber pagado por tener relaciones sexuales antes de su vinculación al conflicto. Como algunos jóvenes ingresan a los grupos armados sin experiencia sexual previa, esta proporción esconde un poco la magnitud del fenómeno. Con relación a los iniciados sexualmente, el porcentaje es un respetable 38%. No se observan discrepancias sustanciales entre los combatientes de origen rural y los urbanos, pero entre los más pobres la proporción es mayor. 

El ELN se diferencia tanto de las FARC como de las AUC por reclutar menos varones con experiencia en sexo venal. Como lo sugieren los testimonios, una vez en el grupo la costumbre persiste, con más fuerza entre los paramilitares (57%) que en la guerrilla (18%). Sólo al desmovilizarse la incidencia del sexo pago entre los guerreros se reduce sustancialmente a menos del 10%.

Los encuentros sexuales por dinero podrían no ser simples caprichos personales de los combatientes sino algo más institucionalizado. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen”. La encuesta FIP corrobora el escenario de servicios prestados al grupo, no a los combatientes individuales, puesto que las relaciones con prostitutas las reportan incluso quienes no recibían ninguna remuneración regular de la organización.

La proporción de clientes de la prostitución entre los hombres colombianos no se conoce. Una encuesta realizada hace dos años entre estudiantes universitarios arrojó un porcentaje del 6%, varias veces inferior al de los guerreros. En términos internacionales, el peso de quienes compran servicios sexuales entre los combatientes es casi el doble de lo observado para los hombres de los mercados de sexo más activos del planeta, los países asiáticos. En Tailandia, por ejemplo, supuesta meca del comercio sexual, tan sólo el 24% de los hombres encuestados por un fabricante de preservativos reporta haber pagado por tener relaciones sexuales. En Vietnam, líder mundial, la cifra es del 34% y en la China del 22%, casi la mitad de la de los insurgentes colombianos. En Alemania y Holanda, donde la prostitución no tiene ninguna restricción, la fracción alcanza apenas el 6%, similar a la de los universitarios nacionales.

Una damisela del conflicto, la geisha paisita, tiene su teoría sobre por qué en los grupos armados siempre hay clientela fija: “los combatientes también necesitan el aliciente del amor para pelear con valentía”. Al igual que los narcotraficantes, los guerreros constituyen uno de los segmentos más pujantes de la demanda por servicios sexuales en Colombia. Desde la perspectiva de las organizaciones esto no sorprende: la prostitución para atender ejércitos es tanto universal como milenaria. Un dato interesante de la encuesta a desmovilizados es que la afición por el sexo venal se observa desde antes del ingreso de los jóvenes al grupo armado. El mejor predictor de un guerrillero o paramilitar acudiendo a una prostituta es haber tenido esa experiencia antes del reclutamiento. Sea cual sea la visión que se tenga sobre los clientes del sexo pago sería conveniente no ignorar esa característica de los jóvenes que se vinculan al conflicto, ni tampoco el hecho que las organizaciones armadas ilegales parecen haber desarrollado mecanismos para atraerlos, puesto que allí se concentran de manera considerable.

En la misma entrevista concedida a la TV Argentina, Ingrid Betancourt cuenta que "en general las guerrilleras son campesinas que ejercieron la prostitución, por lo que ven a las FARC como un ascenso". Luis Eladio Pérez, que pasó siete años secuestrado por las FARC comparte tal apreciación. “La guerrilla recluta mujeres que han sido prostituidas casi desde niñas, y para ellas ser guerrilleras representa una opción de vida, aunque en realidad se convierten en prostitutas de las FARC”. Teniendo en cuenta que estos cautiverios transcurrieron en zona cocalera –“nosotros íbamos de cocal en cocal” dice Ingrid- se puede sospechar que los mecanismos de reclutamiento se han extendido y racionalizado hasta el punto de matar dos pájaros de un tiro, reclutando simultáneamente a los raspachines con sus damiselas.

La dificultad de distinguir algunas guerrilleras de prostitutas la tuvo Eladio Pérez desde el principio de su secuestro cuando lo llevaron al Caquetá a reunirlo con los demás cautivos de las FARC. En algún momento, en la frontera entre con el Ecuador, “la guerrilla mandó a unas muchachas bien chuscotas. Yo no sé si eran guerrilleras o prostitutas conseguidas ahí o pagadas para que entretuvieran el puesto de policía. Me hicieron pasar como médico, terminé hasta recetando Viagra”. Posteriormente se consolidó con el intercambio de sexo por favores económicos que practican las rangueras, “aquellas guerrilleras que tienen relaciones o amores o se han asociado con los guerrilleros que ocupan cierto rango, cierta posición. Como ellos tienen acceso al manejo de dinero y como casi siempre quedan extras, se pueden dar el lujo de comprarles un detalle”. De esta manera la ranguera, que puede haber sido antes de militar en las FARC una prostituta, evidentemente, mejora su estatus. “Se siente superior a las demás, pues tiene algo que la hace notoramente diferente”. A diferencia de las prostitutas de los narcos que por lo general no pasaban de ser aventuras transitorias  de quienes mantenían paralelamente su esposa e hijos, en el caso de la guerrilla pueden llegar a ser la mujer de la que los comandantes se enamoran y que no tiene que competir con una familia.

La presencia de prostitutas al lado de los combatientes es tan antigua que según Jacobo Arenas, a principios de los años sesenta, antes de organizarse formalmente las FARC, a la zona de Marquetalia en donde se fueron al monte unos cincuenta campesinos armados dirigidos por Marulanda, comenzaron a llegar a la región “mujeres de diferente profesión, entre ellas mujerzuelas de mala muerte. En general, estas "damas" son agentes de los servicios de inteligencia del gobierno. Esta es una cuestión en que los altos mandos militares y el gobierno ponen todo su empeño y su dinero, porque les produce según ellos excelentes resultados. En realidad, esa gente lleva a los puestos militares toda clase de informes. Hay elementos de estos sumamente astutos y logran, incluso, infiltrarse en las filas de los guerrilleros”.

Después de la travesía de la cordillera con los primeros guerrilleros de las FARC, Tirofijo trata de por qué fracasaron muchos de los intentos anteriores. Hace alusión indirecta al problema de la falta de mujeres y a la necesidad de recurrir a la prostitución. “Indisciplina en los desplazamientos, indisciplina en los sitios de caleta, indisciplina  en la relación con la población civil y eso nos trajo muchas fallas … Que nos traigan una botella de aguardiente y un par de invitados  o de invitadas al campamento, que mañana vamos a tal sitio”.

Casas de consuelo y fuentes de soda

Una de los casos más agudos y masivos de violencia sexual en el siglo XX fue el engranaje oficial que el alto mando japonés estableció durante la segunda guerra mundial con mujeres de toda el Asia para atender a sus tropas. Aunque inicialmente contaban con prostitutas japonesas voluntarias, ante la rápida expansión militar optaron por el reclutamiento forzado de jóvenes en varios países.

En 1995, Mun, una de las coreanas obligadas a atender los burdeles militares nipones contó su historia a la escritora francesa Juliette Morillot. Se trataba de una política oficial y abierta. Al colegio de Mun se presentaron para captar voluntarias cuatro japoneses, dos de ellos con uniforme de la policía militar. Cuando las promesas de trabajo utilizadas como señuelo dejaron de servir recurrieron a la fuerza. A Mun la raptó un coreano que había ido con los japoneses a su colegio. Varias de sus compañeras fueron secuestradas por policías.

No hubo escrúpulos en cuanto a edad o actividad de las víctimas. El grupo de Mun era de colegialas, varias prepúperes y una menor de 11 años. “Cuando bajamos al puerto cualquiera hubiera pensado que se trataba de una excursión escolar. Algunas venían todavía en uniforme”. Les insistían que las llevaban a trabajar como meseras, por lo que debían vestirse de manera especial. Un oficial las acompañó a escoger sus atuendos. En la violación con la que iniciaron su nueva vida participó incluso un médico del ejército, que se quedó con la menor de ellas. Al poco tiempo ya estaban degradadas. “La primera semana de mi encierro, recibí más de veinte soldados por día. No tenía sino algunos minutos después de cada uno para lavarme y ya el siguiente empujaba la puerta. Después el ritmo se aceleró  y con el paso del tiempo me di cuenta de que los oficiales venían menos y los reemplazaron soldados rasos. Más rústicos. Más jóvenes. Pero menos exigentes. Les temía menos que a los de mayor grado pues no esperaban nada distinto que mi pasividad y llevarlos a un placer que no duraba más de algunos segundos para montarse y evacuar. Los oficiales, por el contrario, querían atenciones. Algunos, tal vez nostálgicos de las geishas de su país hubieran querido verme bailar o cantar. Servirles vino. Partían  decepcionados de la pobreza de mis talentos y como con la fatiga el brillo de mi belleza y la atracción de lo nuevo no tardaron en desdibujarse, los oficiales pronto me dejaron de lado a cambio de las nuevas cosechas más frescas de Corea”.

Aún se debate la magnitud de la prositución militar japonesa. El historiador Yoshiaki Yoshimi estima en dos mil el número de centros y hasta en doscientas mil las mujeres que con engaños, compra o rapto llegaron de Corea, China, Taiwan, Filipinas e Indonesia para atender en las casas de consuelo –comfort houses- con las que se pretendía reducir la incidencia de violaciones, controlar la transmisión de venéreas y recompensar a la tropa por los largos períodos en el frente. El término comfort nada tenía que ver con las deplorables condiciones en las que estas esclavas sexuales atendían a los soldados japoneses, que se referían a ellas como baños públicos. El impacto sobre las violaciones fue mínimo. Un militar declaró luego que “las mujeres gritaban, pero no nos importaba si ellas vivían o morían. Éramos los soldados del emperador. Tanto en los burdeles militares como en las aldeas, violábamos sin titubeos”.

Algunos trabajos recientes sobre el conflicto colombiano casi sugieren que en materia de prostitución forzada los actores armados serían una especie de ejército nipón en pequeña escala. En el informe final del GMH, no sólo se ignora el vigoroso comercio sexual jalonado hace años por el narcotráfico, sino que se repite el guión que cualquier manifestación de esa actividad es forzada y se da en paralelo con violaciones generalizadas.

Una etnografía que el mismo GMH hizo sobre el comercio sexual en El Placer, Putumayo, contradice la visión doctrinaria que lamentablemente se adoptó para el informe final. Algunos fragmentos de este minucioso trabajo de campo –que acabó siendo deformado y silenciado- evidencian que no siempre, ni siquiera en todas las guerras, la  inducción al sexo venal es como la de las colegialas coreanas raptadas por los japoneses.

En esta zona cocalera, primero bajo control de la guerrilla y luego de los paramilitares, un sitio popular de reunión era la fuente de soda, en realidad una especie de cantina. “Allí se vendía licor y se bailaba. Los clientes eran hombres civiles y armados de distintas edades atendidos por mujeres jóvenes. Muchas de ellas llegaron a la zona como raspachines, cocineras o empleadas de servicio en fincas cocaleras o laboratorios … La dureza de estas labores y la mala paga motivaron a las jóvenes a la búsqueda de un trabajo “menos pesado”, de “buena paga” y donde tuvieran otro tipo de interacción social dentro del casco urbano de El Placer. Muchas encontraron en los puestos de fuentes de soda lo que necesitaban trabajando allí como meseras. Para  algunas de ellas, este lugar se convirtió en la entrada al mundo de la prostitución”.

Un comandante entrevistado se refiere a esas cafeterías como la “universidad” de las jóvenes. “Las peladas comienzan a trabajar en las fuentes de soda, ya empiezan a compartir con los pelados que salían: “Yo trabajo hasta tales horas y luego nos vemos para ir a la residencia”. No eran trabajadoras declaradas, sino más que todo reservadas”.

Para las prostitutas ya establecidas, o sea menos “ocultas o solapadas” que las meseras, el escenario tampoco concuerda con la casa de consuelo descrita por Mun. “Llevábamos las mujeres allá, iban sesenta o cuarenta ... Se armaban carpas, se mataban dos o tres animales y se preparaba la comida ahí. Bailaban, se bañaban y hacían sus necesidades”. Pese a la burda denominación utilizada por el entrevistado para los encuentros sexuales, el ambiente descrito era de fuente de soda temporal, de cantina campestre improvisada, pero definitivamente no de baño público.

La visitadora venezolana

En el año 2002, una escort venezolana en ese entonces de 19 años hizo parte de un grupo de mujeres que fueron llevadas a un campamento de las FARC cerca de la frontera. Una década después habló con su colega, la española Marta Prats, que colgó en su blog la historia de “Mi Amiguita, Visitadora de las F.A.R.C.”.  El escenario es más parecido que las fuentes de soda a las casas de consuelo del ejército japonés pero con final feliz.

Luego de un viaje de tres días por tierra, atravesando la frontera, las mujeres llegan al lugar donde se realiza una primera selección. “A las que no cumplen los requisitos de belleza se las devuelve a su casa previo pago de unos 300 euros actuales. Las demás siguen el camino en unos pequeños camiones con techo de lona que traquetrean por caminos llenos de fango, con un calor insoportable, subiendo y cruzando montañas, adentrándose poco a poco en la selva”.

En una aldea donde las recibe un médico ginecólogo se quedan un día entero para chequeos y pruebas del VIH. Nuevamente, las que no pasan el filtro las devuelven. La amiguita “piensa a veces en esos tremendos guerrilleros, tiene miedo de que la violen, de que la maten, comienza a oírse por la noche el fuego cruzado de ambos bandos”. Llegan por fin al campamento, en un claro de la selva. “Solo hay barracones de madera, chamizos de hojas de palma y nada más. Para trabajar disponen de unas pequeñas chozas. Hay un guerrillero que es el que controla a los hombres que vuelven cansados de luchar y que disponen de algún día de asueto … Los hombres hacen fila delante de la puerta de cada una de ellas, disponen solo de 20 minutos. Les dan preservativos, vienen lavados de un rio cercano”.

Las mujeres hacen “rayitas en una libreta para ir controlando cuantos hombres han pasado. El guardia también controla y lo hace bien. Al que se pasa, un tiro. Hubo uno que se quitó el preservativo, la chica gritó y el guardia sin mediar palabra lo tiroteó en el pié. No hubo más, los demás se comportaron”.

Sólo al final del mes, cuando se devuelvan, recibirán todo el dinero de las cuentas que llevan en la libreta, unos 10 euros por cada servicio. No es mucho pero para lo que se ofrece no está tan mal. “Es un sexo sencillo y rápido. Allí solo se folla. Allí los machos nunca besan a una prostituta. Allí los hombres son sencillos, cobran y quieren diversión”.  Cuando un guerrillero se encapricha con una de ellas, le solicita dormir toda la noche, y las chicas se ponen contentas “porque ganan más y follan menos”.

A los pocos días ya se siente la rutina.  “Lo peor es la comida, un mismo rancho que comparten todos, cocinan lo que pueden, no hay carne, ni arroz, ni fruta. A veces traen y cocinan serpientes, que como es carne todos se lanzan a disfrutarla y comerla. Es una pequeña fiesta”.

Transcurrido un mes el retorno se hace difícil pues el ejército está cerca.  “Se oye fuego cruzado, tiros, granadas, no hay paso para ellas y hay menos trabajo”. A las chicas les empiezan las dudas sobre la posibilidad de cobrar por su trabajo. Por fortuna para la amiguita, le ha gustado a un guerrillero “viejito, uno de los duros, un histórico, hombre culto, militar que dejó el ejército y se unió a las Farc”. Consigue que le paguen pero sigue preocupada pues teme que la capturen los militares y le encuentren los fajos de billetes. Su amigo le hace esconder el dinero dentro de sus botas altas.

Cuando la llegada del ejército al campamento es inminente el comandante se la lleva con sus guardaespaldas a su hacienda que queda a unos tres días por tierra desde el campamento. Llegan de noche a “una finca inmensa en medio de zonas de pastoreo de mucho ganado, cuadras con caballos, cerdos, cabras, gallinas, cultivos de frutales, yuca, maíz. Una casa con habitaciones de suelo de mármol, baños, jacuzzi… Tras un mes en la selva… no se lo cree! Pasan allí un mes los dos juntos. Disfrutan de la vida”.

Cómo empezar una nueva vida

Destetarse del conflicto

“Mi adicción es la pandilla” le confesaba un marero salvadoreño a un periodista, revelando escuetamente una faceta de la violencia que no se discutirá en la Habana y es la de la dependencia adictiva, el enganche, que provocan las bandas violentas entre sus integrantes. 
Robert Brenneman, sociólogo norteamericano, ha estudiado de cerca la conversión de los pandilleros centroamericanos en hermanos evangélicos. En uno de los mejores libros disponibles sobre maras y pandillas, describe las diferencias entre los pastores protestantes y la iglesia católica para enfrentar la violencia juvenil en la región. Los primeros carecen de personal capacitado y asalariado. No disponen de financiación oficial. Su fuerza se basa en contactos directos y habilidad para relacionarse con los vecinos y jóvenes del barrio. Los programas católicos, por el contrario, están inmersos en una gran burocracia. Las estrategias de rehabilitación de pandilleros difieren sustancialmente. Entre los evangélicos el desafío se descompone en una suma de pequeños logros individuales, como sacar a un marero concreto del grupo que opera en el barrio e impedir que vuelva a caer en la droga, el alcohol o la violencia. El objetivo de las intervenciones católicas es más vago y ambicioso: alterar las condiciones sociales que empujaron a los jóvenes a las pandillas.
El método de los evangélicos para recuperar mareros es similar al que se emplea en otros ámbitos para desintoxicar. Se busca el destete de la adicción, como gráficamente se denomina ese proceso en francés. La médula del programa de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, por ejemplo, es que al ingresar al grupo, con el apoyo de todos, empieza una nueva vida. Entre ex pandilleros convertidos, este afán es explícito en su voluntad de abandonar por completo la vida loca. El desafío es sin medias tintas: no se puede ser un poquito menos alcohólico o violento, toca dejar de serlo. “Salir de la pandilla es como si volvieras a nacer”.
Las negociaciones con las FARC en Cuba tienen un talante más católico que evangélico. Las trascendentales discusiones sobre cambios sociales opacan el punto crítico de la reintegración a la vida civil de combatientes que, reclutados cada vez menores, hace rato parecen mareros sin tatuajes. El país cuenta con varias cohortes de adictos al conflicto por las vías más tradicionales y tenaces: dinero, sexo, poder y a veces pura adrenalina. “Para mí fue la militancia más sollada, ¡porque pasábamos más bueno! A pesar de que en el ELN es muy alto el sentido de sacrificio, logramos hacer una militancia que no era alrededor del sufrimiento y del dolor, sino del goce de encontrarnos; de saber que había otros parceros iguales en todo el país haciendo cosas … Era gozarse de estarle haciendo cagadas al sistema, y eso es una cosa que aún hoy me parece inmensamente placentera: ¡me parece que es delicioso hacerle cagadas a este sistema!”
La mecánica de plenipotenciarios y equipos de apoyo en La Habana no permite vislumbrar cómo es que las disertaciones sobre desarrollo agrario integral contribuirán a que los violentos logren destetarse del conflicto o que las mujeres reclutadas e iniciadas sexualmente a la fuerza o en clara posición de subordinación vuelvan a sus regiones a restablecer vínculos familiares o a crear nuevos lazos afectivos. Es en esta dimensión no económica, sobre la cual existe tan poca preocupación y en dónde son tan escasos el conocimiento y la experiencia -como abundantes y dañinos los prejuicios- en dónde son más críticas las diferencias por género

Taxistas, ornitólogos, plasticidad cerebral y posconflicto

En Londres, los choferes de taxi deben poder recordar unas 25.000 calles. Para obtener la licencia se preparan por varios años y presentan un examen que sólo la mitad de los candidatos aprueba. Eleanor Maguire se ha dedicado a investigar el cerebro de los taxistas londinenses. Se centró en el hipocampo, la zona crítica para la memoria, y con Imágenes por Resonancia Magnética (IRM) midió su tamaño en diversos grupos: conductores experimentados, recién admitidos, candidatos antes del entrenamiento y, como control, gente por fuera del gremio. Encontró que el volumen del hipocampo está correlacionado con el tiempo dedicado a ser taxista.

Ninguna persona sin interés profesional por las aves es capaz de distinguir un grajo de un cuervo negro. Los ornitólogos los diferencian fácilmente gracias a la reconversión del área cerebral dedicada al reconocimiento facial. Para hacer traducción simultánea se requiere un entrenamiento largo y minucioso; la inhibición de ciertas zonas del cerebro es lo que permite la automatización del proceso. Entre las cotizadas “narices” de la industria del perfume, que descubren y mezclan fragancias, la experiencia laboral se refleja en mayor desarrollo de las áreas cerebrales olfatorias. Algo equivalente ocurre con deportistas, músicos o bailarines. Gracias a la tecnología IRM se sabe que detrás de la especialización profesional hay una enorme plasticidad cerebral. Las neuronas son en extremo maleables, y las diferentes áreas cerebrales se adaptan en función del oficio o actividad.

Esta flexibilidad no debe entenderse como un respaldo a la tesis de que somos una tábula rasa totalmente moldeable por la educación. Las transformaciones cerebrales no eliminan las diferencias y predisposiciones innatas sino que parecen reforzarlas. Entre los taxistas estudiados por Maguire sólo los que aprobaron el examen mostraron alteraciones importantes en el hipocampo; quienes no pasaron la prueba sufrieron cambios mínimos. Los sujetos dotados de un hipocampo plástico son los que logran entrenarse para almacenar un mapa urbano en su cerebro.
El desarrollo de la neurología -de los oficios y de las actividades criminales- invita a pensar en los desafíos del posconflicto colombiano. La evidencia sobre las peculiaridades cerebrales de los violentos es demasiado voluminosa para ignorarla. De combatientes colombianos tal vez nunca se hagan IRM pero sería imprudente suponer que sus actividades cotidianas o simplemente vivir en la ilegalidad no dejaron una impronta en el cerebro, un órgano que se adapta, especializa y es más maleable de lo que se pensaba.

No sólo las víctimas del conflicto requieren seguimiento psicológico. Serían útiles algunas intervenciones que ayuden a la reinserción y disminuyan la probabilidad de reincidencia de los victimarios. Para la reconciliación, será indispensable matizar los efectos más nefastos del adoctrinamiento. “Habíamos como unos 20 niños menores de 15 años, era una cancha. De las 4 a las 9 era el entrenamiento para nosotros. Para que uno se adaptara como a los golpes … Como empezar a cogerle odio a personas que uno jamás se imaginó que tocaba odiarlas. Igual eso es lo que le enseñan a uno”.

 Mujeres arriesgadas

Steven Pinker y Elizabeth Spelke ofrecieron una excelente síntesis del estado actual del debate sobre la importancia relativa de la naturaleza y la crianza en las diferencias de género. Recapitulando la evidencia sobre las pocas discrepancias innatas entre hombres y mujeres, Pinker mencionó la actitud hacia el riesgo: ellos son naturalmente más arriesgados que ellas. Las agresiones y el crimen, asuntos histórica y universalmente varoniles, serían una secuela de esta brecha básica. Spelke no comentó esta observación pues se concentró en rebatir, de manera convincente, la idea de diferentes predisposiciones naturales en las habilidades matemáticas e intelectuales.

La neuróloga Lise Elliot se ha dedicado a desmontar todos los mitos sobre las asimetrías naturales entre los sexos. Concluye que el cerebro es en extremo maleable, y pequeñísimas particularidades al nacer se amplifican por la educación y la cultura hasta consolidar los estereotipos de género. Incluso una mujer tan empeñada en superar prejuicios considera que la disparidad en la actitud hacia el riesgo y la competitividad podría ser innata. “Si los hombres deben competir más intensamente para encontrar pareja, la evolución pudo haber dotado sus cerebros para asumir mayores riesgos".

Sara Blaffer Hrdy, antropóloga evolucionista, ofrece una explicación basada en su especialidad, la maternidad. Para ella la clave está en la supervivencia de los hijos, mucho más amenazada cuando la madre toma riesgos. Del padre, en últimas, se podría prescindir para la crianza pero una mujer no puede darse el lujo de amamantar su bebé herida o discapacitada. De ahí surgiría según ella la mayor cautela observada  en las mujeres de cualquier cultura y en cualquier época.

Las guerrilleras colombianas le interesarían a Hrdy pues muestran una relación positiva inesperada entre embarazo y toma de riesgos. La predicción simple sería que personas naturalmente cautas –y culturalmente sometidas- al entrar a una organización que restringe los nacimientos, optarían por seguir las normas, usar contraceptivos y, en caso de accidente, interrumpir su embarazo cuanto antes. Las escasas cifras y los testimonios sobre aborto forzado -la manifestación más característica y tal vez más generalizada de violencia sexual en el conflicto colombiano- muestran algo diferente. La maternidad no impide que estas mujeres afronten grandes peligros: como el aborto obligado, los castigos si se oponen, o la decisión de desertar.

Un caso impactante es el de Edilma, desmovilizada del ELN.  “El que no arriesga un huevo no tiene un pollo. Entonces yo dije no, mi estrategia es quedar embarazada. Era una solución. Yo decía si quedo embarazada me van a hacer abortar y me sacarán al médico. Y yo decía: me sacan a la sabana y me les escapo no sé para donde. Resulta que lo intenté cinco mil veces y nunca quedaba embarazada". Después lo logró, la sacaron a abortar pero terminó escapándose, “no como había planeado, sino con una barriga de ocho meses y medio … Ese día alcancé a llegar hasta la mitad del minado y cuando estuve ahí como en la mitad sentí que me dijeron ¡alto ahí!. Y al piso.  Entonces   lo que hice fue con semejante barrigota caerme ahí en el puro camino”.

Cuando Lidia Cortez, primero miliciana y luego combatiente de las FARC, supo que estaba embarazada pensó que podrán obligarla a abortar. Trató de convencer al padre del hijo de que se escaparan. Primero él se negó pero a los tres meses de embarazo decidieron huir. “Teníamos todos los miedos. Los riesgos los tomamos todos. Fue maluco porque nos persiguieron”. Salieron en una lancha con otros combatientes cuando “desde un barranco nos agarraron a bala. Yo iba en la mitad del barco y no me alcanzaron, pero a algunos sí les dieron. Creo que sí murieron ahí”.

Imposible saber si estas mujeres eran intrépidas desde que ingresaron a la guerrilla o si el entrenamiento las curtió para superar temores. Tal vez convergen ambos factores y el segundo reforzó el primero. Lida Cortez, se consideraba una gallina antes y dentro de la guerrila  anota que “tal vez de esos dos años salió la mujer que hay acá. Quizá eso me volvió fuerte, dejé de ser una niña consentida. Fue como una cachetada en la que se me dijo: ¡despierte, que la vida no es color de rosa mija!”. Lo cierto es que en el posconflicto habrá un grupo de mujeres ex combatientes atípicamente seguras, temerarias y capacitadas para competir.

La misma Elliot plantea que el diferencial no explicado de salarios, el famoso techo de cristal, es más una urna protectora contra los riesgos de la que se resisten a salir algunas mujeres. Y que contra esa brecha instintiva se requiere entrenamiento  específico. En contravía de la doctrina del victimismo femenino -cultivada con tanto esmero en círculos académicos- las guerrilleras cuentan con el adiestramiento básico recomendado por Elliot: cooperar, asumir riesgos y competir. Con un complemento educativo y de formación en destrezas específicas se podría esperar que salgan al mercado laboral con ciertas aptitudes poco comunes entre las mujeres.

El mal antecedente de las universitarias reinsertadas

Los rebeldes sin víctimas

Fuera de la falta de presencia femenina en la mesa de negociación, un nubarrón sobre la mesa de diálogo en Cuba es el tratamiento de las víctimas. No se sabe si las FARC les pedirán perdón. La reticencia de los grupos armados colombianos para arrepentirse de sus desafueros no es nueva. Lo usual ha sido minimizar la responsabilidad y las secuelas de las acciones, deformar intenciones, culpar al Estado y magnificar la confusión combatiente-víctima.

En las memorias de Maria Eugenia Vásquez, alias Emilia del M-19, publicadas en 1998 y traducidas al inglés por una editorial universitaria norteamericana en el 2005, la alusión a las víctimas es tangencial, y las manifestaciones de arrepentimiento todavía más escasas. Cuenta, por ejemplo, cómo José Raquel Mercado “apareció muerto” cerca del parque El Salitre. Igualmente ligero es el recuerdo de los rehenes en la Embajada de la República Dominicana. “Me sentí como Alí Babá a la entrada de la cueva de los tesoros. Cada embajador tenía un valor de cambio específico en la negociación por prisioneros políticos”.

Aún más lamentable es el relato sobre el manejo de unos secuestrados. “Afranio me dijo que debía traer nuevos huéspedes a la casa. El día acordado, me levanté temprano con el Flaquito para recogerlos. Estaba muy nerviosa, sobre todo por mi falta de experiencia como chofer … El Flaquito abrió la puerta trasera del carro y sentí que varias personas subieron. Podía oir su rápida respiración … Cuando arrancó el jeep mi miedo desapareció. Me sentí distinta, como si alguien más estuviera actuando … Al entrar a un garage los huéspedes salieron y el Flaquito les dio sus capuchas. El hotel estaba lleno. Los huéspedes estaban instalados y un poco más tarde bajé para ponerlos al día sobre sus condiciones … Me saludaron y noté un acento extranjero, algo que me pareció excitante. ¡Ya éramos internacionalistas!”

La frescura de guía turística termina cuando Emilia rememora las detenciones sufridas por su grupo. “No hay nada más aberrante que someter a una persona por la fuerza. La impotencia hiere lo más profundo del ser”.  En las reflexiones finales trata de entender cómo los veían quienes sufrieron sus ataques. “Yo me uní a un bando de la guerra, mientras la mayoría de la gente permaneció indefensa en el medio. Esa responsabilidad fue difícil de soportar”. En últimas, el principal reproche de Emilia a sus compañeros del M-19 es no haber superado los estereotipos de género y ser tan machistas como los demás colombianos.

Si eso es lo más cercano al perdón a las víctimas que se pudo lograr de una universitaria que terminó trabajando en la defensa de los derechos de mujeres afectadas por el conflicto, si la publicación de esas memorias sín víctimas fue premiada en Colombia y endosada por la academia internacional, no cabe esperar mucho remordimiento de los halcones en la Habana.

El hermano gemelo ecuatoriano del M-19, el grupo Alfaro Vive Carajo, demuestra que sí se puede tener una actitud más conducente a la reconciliación, más realista y más crítica con los desafueros del pasado. A pesar de los golpes que les diera el gobierno de Febres Cordero, los alfaros resistieron hasta la presidencia de Rodrigo Borja, socialdemócrata con el que negociaron la entrega de armas y un acuerdo de paz.

Recientemente la periodista Isabel Dávalos hizo un documental sobre el grupo. Entrevistó a varios de sus integrantes reinsertados y aburguesados. A pesar de mantener vivo el interés por la política, tienen una percepción de su pasado radicalmente distinta a la que lograron aclimatar los ex combatientes colombianos en cuyos testimonios es bien precaria la conciencia de que causaron más daño que beneficios.

En los ecuatorianos, con un lenguaje simple y descomplicado, es transparente la impresión de que se trató de una locura juvenil.  “Los Alfaro pueden pensar haber sido un símbolo de bacanería … La aventura no es solamente que te vas a dar bala sino que te estás arriesgando en grupo entre una gallada y estás compartiendo intensamente eso que estás haciendo” anota Kingman con una fotografía de Pizarro y Navarro en el fondo. Nada que ver con el tono heroico, acartonado y trascendental de los ex M-19  al relatar, con escaso arrepentimiento, su lucha armada. Todo lo que hicieron, insisten, fue por la paz. Una pretensión incongruente con una acción como la que traumatizó a la Peñaherrera.  Es lamentable que el ejemplo para las FARC sean combatientes-intelectuales arrogantes y no gente capaz de arrepentirse.

Reforzando el temor del pésimo ejemplo de un proceso de paz anterior que no alcanzó a generar el más mínimo arrepentimiento entre los combatientes reinsertados es muy ilustrativo el legado que ha persistido en las generaciones, ya maduras, de hijos de la guerra.  A mediados del 2013 se llevó a cabo en las afueras de Bogotá la primera reunión de hijos del M-19.  Uno de ellos, que no pudo asistir al evento, envió desde París una patética pero reveladora carta. No quería fallarle a la memoria, ni “a nuestros muertos, a nuestros desaparecidos, no fallarle a tanta gente linda que lo dio todo por un país lleno de injusticias”. Recuerda cómo sus padres, alias Jorge y María, “entre muchas hazañas, estuvieron en la Embajada”. No menciona a las víctimas del grupo, que desde el exilio se hacen borrosas.

Desconcierta que a esas alturas personas tan empapadas del conflicto, tan afectadas por su dinámica y tan educadas como los M-19 y sus herederos se les vayan por completo las luces trivializando y justificando ex post la violencia, como muestra esta misiva que aún celebra una toma de rehenes. En las memorias dedicadas a su hija, publicadas tras una década de vida civil, Vera Grabe habla de la “certeza de que nuestras armas habían buscado ser lo más amables, efectivas, y menos aplastantes posible, y que con ellas habíamos contribuído a cambiar la política del país, introducido un lenguaje fresco, hablado por primera vez de paz, hecho nuestra la democracia como propósito, conducta y acto, y recuperado el diálogo como principio de la acción política”.

Gustavo Petro, en el 2007, precisa que nunca asesinó a nadie y declara que no siente vergüenza por haberse alzado en armas. Armas que, según él, son “un  mecanismo formidable para la comunicación y conexión con la gente”. Anota que el M-19 “hizo vibrar la sociedad colombiana … la sacó de la pesadumbre. Innovó los métodos y el discurso … Colombia necesitaba el uso de las armas”. Remata sentenciando que “las armas enseñan y estimulan la política”.  Con tales premisas no sorprende que considere a Jaime Bateman “una de las personas más valiosas de la historia de Colombia”.  Antonio Navarro reserva su mayor admiración para Carlos Pizarro, “uno de los cinco hombres más importantes del siglo XX en Colombia”.

La memoria que han elaborado los del Eme sobre su participación en la guerra es definitivamente mesiánica y autocomplaciente. La crítica ha sido escasa. Parecería que los ataques, los asesinatos, los secuestros y las víctimas quedaron reducidos a sus “justas proporciones” y que el país casi debería agradecerles las lecciones de democracia y debate político a bala. 

No habrá verdad, justicia, reparación ni reconocimiento de las víctimas mientras unos ex combatientes sigan fungiendo de próceres e insistan que la suya sí fue una lucha armada necesaria, legítima, con héroes y secuelas positivas. La superación de una guerra a cuyo deterioro y suciedad contribuyó bastante la irresponsabilidad delirante del M-19 no aguanta la peregrina tesis de que ciertas violencias fueron aceptables y otras no. El ¡basta ya! debe ser total, retroactivo, sin arandelas ni excepciones.

No debimos entregar los fierros


A finales del 2009 Alfredo Molano publicó la historia de vida de Adelfa, una ex Eme cuya experiencia ilustra algunas dificultades prácticas de la reinserción. La arrogancia y la incapacidad para reconocer errores son un primer gran obstáculo. Después de reiterar la versión casi oficial sobre la toma de Palacio - “una simple denuncia armada” al presidente-  Adelfa menciona una reunión en 1988 para evaluar el operativo. “Muchos decían, y yo con ellos, que si no hubiéramos realizado esa locura, habríamos quedado como las FARC, en la manigua, y la consigna del Flaco era la contraria, salir de la oscuridad y golpear en la cabeza”. Algunos siguen viendo en esa barbaridad algo positivo. E insuficiente, pues como había que seguir la línea trazada por Jaime Bateman vino el problema, según Adelfa, de identificar las cabezas: ¿Lleras? ¿Turbay? ¿López? De ese profundo análisis “se originó el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado”.

En plena negociación con una guerrilla reacia a entregar las armas, no tranquiliza el comentario de Adelfa sobre ese paso: “fue una ceremonia fúnebre para muchos. Los muchachos se habían enamorado de sus fierros; sin ellos sentían un vacío profundo. Las armas son poder puro, en el dedo. Soltar ese poder era también perder la libertad, estar sometido a la voluntad del otro y ese otro era nuestro enemigo, el que nos había decretado la muerte. Era renunciar al futuro”. No se entiende bien qué esperaban ella y sus compañeros al firmar la paz, pues lamenta que se fueron “sumergiendo en la vida de los que buscábamos salvar. Una vida del mismo color todos los días”. En la vida común y corriente de los civiles, algunos rebeldes se aburren.

Aunque pensó que con la desmovilización se ahorraría la angustia, el temor, y la “zozobra del miedo” se dio cuenta de que estaban, literalmente, adictos a la acción armada. “El miedo hace falta, es un compañero que se echa de menos; da fuerza, enerva. Es guía. A veces teníamos que recurrir al terror para recordarnos que éramos los mismos de antes y nos inventábamos allanamientos, cárceles, desapariciones … para no dejarnos desaparecer”. La atormentaba haber entregado no sólo las armas sino “la ilusión de un mundo mejor, justo, limpio, luminoso”. Alcanzó a pensar “en volver a ponerle precio a la vida, en volver a los fierros. Los fierros son los fierros y uno, con uno en la mano, se hace obedecer”.

Adelfa no precisa el tiempo que tarda curar el desasosiego y superar el tedio por la falta de adrenalina, cuantos años toma destetarse del conflicto. Pero si se trata de algo tan persistente como la admiración que aún manifiestan hacia el pasado violento del M-19 sus amnistiados y allegados hay razones para preocuparse. Actualmente se pueden identificar varias cabezas del establecimiento que hacen ver lejanas la utopía, la justicia, la luz y la igualdad. Algunas son más autoritarias, fundamentalistas, pendencieras, corruptas o cerradas al diálogo que las que quedaron después de la toma de Palacio. Según la doctrina del influyente Bateman –el sancocho nacional con matoneo previo- habría que golpearlas. Por fortuna, Adelfa cortó definitivamente con su pasado y decidió que la entrega de armas era sin vuelta atrás. Pero tal vez algunos de sus compañeros, o los combatientes de otros grupos, no tengan esa claridad mental. Y quienes mejor podrían orientarlos nada que lo hacen. A estas alturas, en un país con tanto guerrero activo y desmovilizado aburrido, los reinsertados exitosos del M-19 no han tenido la entereza y la sensatez de contribuír a la reconciliación revaluando las tesis del Flaco, reconociendo públicamente que a pesar de sus encantos causó muchas víctimas y señalándole a las nuevas generaciones que esa, definitivamente, no era la vía. Por el contrario, mantienen vivo el culto al máximo e irremplazable líder ignorando que fue, como mínimo, cómplice de homicidio, secuestrador, narco y traficante de armas.  

Qué mamera todo, si acaso el sexo


Después de los acuerdos de paz cuenta que “me fui desesperando del desempleo, del rebusque y del empleo … Todo me sabía igual, a mierda”. La realidad de ganarse la vida tenía que ser “sin la humillación de volvernos choferes de taxi, artesanitos de agáchese, y lo peor, amas de casa". Para ella el desempleo era "buscar sin dignidad la zanahoria prometida” pero un empleo era aún peor, “comerse la zanahoria envenenada”. Cansada de vivir de gorra, salió a buscar trabajo como todo el mundo, como el pueblo. Estaba segura de que jamás volvería a ser maestra. Consiguió empleo como mesera en un restaurante que quebró después del asalto que le hicieron dos compañeros del M-19. “Tuve la franqueza de contarles dónde trabajaba y qué hacía. Lo hice como para matar el fantasma. Y me dejaron sin el pan y sin el queso”.

Como ella sabía de gente, había trabajado por la gente y ahora “sabía sentir sus dolores” intentó algo con participación de la comunidad, “una chanfa que estaba de moda”. Le resultó fácil entrar al Ministerio de Salud, lleno de conocidos y compañeros "que seguían llamándose por sus alias”. La mandaron a un pueblito en Urabá y tuvo que presenciar un asesinato. Relató ante las autoridades lo que vió y no quiso saber nada más de ese lugar. Al volver a Bogotá se encontró con Mireya, una compañera exitosa -“muy elegante, de vestidito sastre gris ratón con cuellito de terciopelo negro, pelo pintado y dedo parado”- que le contó el secreto, “fabuloso, compa, fabuloso: la venta de una vaina para enflaquecer llamada yerbalight”. Le explicó cómo debía trabajar sólo al principio para que después otros camellaran por ella, ganando así no sólo dinero sino estatus. “Es como poner a trabajar lo que el Flaco Bateman llamó la cadena de afectos pero en vez de ser de pendejadas, ahora es económica, de plata, compa, de platica, contante y sonante”. Aceptó el desafío y visitó primero a quien “le había enseñado el arte del engaño para sobrevivir”. La sorpresa fue que esta compañera se había tomado en serio lo de la nueva vida y ahora seguía sobreviviendo “pero sin engañar a nadie, sin mentir”. Encima, le dio una lección de dignidad que la hizo sentir como una traidora.

Visitó después a un comandante que ahora trabajaba con el gobierno, “tenía oficina, carro oficial y escoltas. Y, por tanto, barriga”. Un buen cliente para yerbalight. Se ganó su plata pero “los tacones me pesaban, el sastre me asfixiaba y la carreta me hacía sentir infeliz”. Sacó “cuentas morales” y decidió regalarle el sastre a Mireya. Llenó formularios y pasó hojas de vida sin resultados. Las deudas se acumulaban. Estuvo a punto de volver a los fierros pero aguantó. “Con mis principios y mi dignidad, así sea el infierno”.

Tuvo un intermedio feliz, un romance con un ex M-19 mucho mayor que, literalmente, se la comió a cuentos.  “Me metió en su vida como me envolvía en sus cuentos. Nos descubrimos el cuerpo como quinceañeros y nos lo gozábamos entero y por partes, al detal y al por mayor”. Sólo esos “orgasmos largos que tardaban en irse … Nos hacían olvidar las armas, escondían los miedos”. A pesar de eso, terminó dejándolo, quiso pasar esa página. El problema más áspero fue encontrar otro trabajo que también era indignante. La empresa no sólo competía con recicladores sino que pertenecía a “los hijos de gente muy encumbrada en la política y el ejército … Me reventaba la ironía, el sarcasmo del destino: tener que volverme un agente de mis enemigos, un agente al servicio de su bolsillo. Trabajar para ellos, directamente, sin más ni más. Era humillante, demasiado humillante … me sentía una traidora, una humillada, una regalada, una esquirola, una criminal”.

La educación y la doctrina antes del reclutamiento parecen perjudiciales a la hora de la desmovilización. Paradójicamente puede ser más fácil reinsertar campesinas apenas con primaria que pesimistas profesionales, universitarias formadas básicamente para criticar el sistema y, si acaso, vivir de la burocracia.

Para ellas la cuestión familiar será más dura

Las perspectivas de reintegración de las mujeres combatientes son aún más difíciles de predecir que las de los varones enganchados al conflicto, pero pintan sombrías pues el comportamiento sexual y reproductivo de ellas fue más manipulado, regulado y por ende resultará más afectado por la guerra que el de ellos. Mª Eugenia Vásquez, en un trabajo con  Donny Meertens, destaca “la estigmatización social de la que fueron objeto las excombatientes por considerárselas doblemente transgresoras: por una parte, por haber infringido las normas de convivencia pacífica y haber ejecutado acciones violentas contra el establecimiento y por la otra por haber ido en contra de los patrones de comportamiento establecidos para las mujeres”.
Todos los testimonios disponibles indican que afectiva y sexualmente las mujeres salen mucho más perjudicadas de las organizaciones armadas que los hombres. Las razones son tan simples como ancestrales: no es lo mismo ser violada que violar, no es lo mismo quedar embarazada que embarazar una compañera, no es lo mismo abortar forzadamente que ni siquiera enterarse de un retraso y no es lo mismo tener prohibido construír una familia que poder hacerlo, incluso estando activo dentro del grupo, como lo hace una fracción importante de los hombres. Sobre las tres primeras diferencias no vale la pena extenderse en argumentos. Sobre la última, refiriéndose a sus compañeros varones del M-19, Vera Grabe anota que ellos pudieron encontrar “una manera de preservar y cuidar su familia y de resguardarla como su puerto y remanso, con una compañera leal que criaba y cuidaba a los hijos e hijas”. Ella misma sufrió en carne propia la incompatibilidad, como mujer, entre la guerra y la familia al verse obligada a abortar por el mismo compañero que mantenía esposa y dos hijas en la ciudad.  
Los datos de la encuesta apuntan en la misma dirección. Mientras que entre los varones reinsertados dos de cada tres logran conformar una pareja con una persona ajena al grupo armado, para las mujeres la fracción es apenas la mitad: tan sólo una de cada tres parece tener la posibilidad de formar una familia ajena al conflicto. Las demás se dividen por igual entre quienes no consiguen pareja y las que mantienen una relación, lejana, peculiar, tal vez compartida, con alguien de la organización ilegal.

Un trencito camuflado

En las maras centroamericanas el trencito es el ritual de iniciación de las jóvenes al volverse pandilleras: las violan en grupo. En el portal de la Mara Salvatrucha se explica que así como los hombres, para hacerse mareros, deben aguantar una golpiza, las mujeres “tienen que brindar servicios sexuales a los miembros masculinos de la banda. Después de un ritual así la chica es admitida y tiene que contar con más ataques parecidos”. Al ser minoría en la pandilla, quedan declaradas propiedad colectiva sin los problemas de rivalidades o búsqueda de exclusividad en la hiperactiva vida sexual del grupo.
Los mareros aceptan con descaro que compartir sus mujeres, incluso con no pandilleros a los que les cobran, es algo que hacen mientras llevan “la vida loca”. Al salirse de la pandilla y calmarse buscarán una “chavala decente” para tener sus hijos. El porvenir de las pasajeras del trencito por fuera de la mara es más complicado y azaroso. Es común que sigan en el oficio al que fueron inducidas no por misteriosos traficantes de mujeres sino por sus propios compañeros, los pandilleros proxenetas.
No conozco ningún caso de demanda judicial por violencia sexual por parte de una ex pandillera contra quienes, después del rito de iniciación, se convirtieron en compinches de aventuras y parranda. La aceptación social del trencito y la vida loca es tal que algunos académicos progresistas se las han arreglado para señalar que la pandilla es una vía para la liberación sexual de las mujeres.
La principal diferencia entre la vida sexual de las mareras y la de las guerrilleras es que para las primeras la explotación es explícita, aceptada y descarada. Las maras y pandillas no cuentan con una retórica ideológica para legitimarla, como ocurre en la guerrilla. Pero los principales rasgos son similares: inicio en situación de total indefensión de la mujer, alta promiscuidad disfrutada y simultáneamente criticada por los hombres, prohibición de tener relaciones con personas por fuera del grupo -una restricción que no aplica a los hombres- y rechazo posterior a ese tipo de mujer, una simple socia o compañera de combate, en el momento de reintegrarse a la sociedad para formar una familia.
Aunque en las encuestas son pocas las reinsertadas que reportan haber sido violadas en la guerrilla, siendo tan niñas cuando las reclutaron queda la inquietud de si el camión en el que a algunas las recogieron, como a Marta o a Liliana, no era en realidad un trencito camuflado. Es fácil prever que la violencia sexual por hombres del mismo grupo no será uno de los capítulos más demandados de la justicia transicional. La violación inicial estará lejana en el tiempo y se habrá hecho difusa y confusa al haberse dado con compañeros o comandantes con los que la combatiente luchó después, o con algún miembro de la familia a la que quisiera volver.

Mujeres adictas al sexo


“Como un alcohólico describiendo su primer trago” María le recordó que a los 11 años se encerraba con un joven mayor a besarse. “Me sentía eufórica, y entendí que siempre necesitaría esto para ser feliz”. A los 17 años un novio sin interés por hacerlo a toda hora la confundió y frustró pues “estaba programada para ser sexual”. En la universidad el sexo aumentó, al igual que su desconfianza hacia los hombres.

De 16 años, Heather empezó relaciones sexuales con Mark, que insistió en mantenerlas secretas. Al irse él para la universidad ella empezó a acostarse con jóvenes que ni siquiera le gustaban. Mark tenía otra novia pero llamaba cuando estaba borracho. Para no dejarse afectar por ese juego, Heather se acostaba con otros. Tenía la lista de conquistas y sintió que ganaba poder con su capacidad seductora.

Tori perdió la virginidad con un compañero que salió a pregonar  que era una cualquiera. Decidió que jamás otro hombre tendría ese poder sobre ella. Cortó con él y se dedicó a acostarse con sus amigos. A los 16 años conoció un señor mucho mayor que la llevó a su casa y la abordó de una manera que sólo en la terapia Tori asimiló a una violación; siempre creyó que había sido culpa suya. La vida universitaria giró alrededor de la cama. “Me acostaba con cualquiera. Todo en mi mundo era sexo. De no haber tenido suficiente dinero, me hubiera vuelto stripper, o escort”.

Siendo estudiante, Barbara conoció un divorciado de treinta años y sin empleo. No lo quería pero se sentía poderosa ayudándolo. Durante el posgrado salió con un drogadicto y jugador que después de un poker le pidió que se acostara con el ganador para saldar la deuda. Ella aceptó porque no quería arriesgar la relación a pesar de que él la evadía permanentemente. Para compensar empezó a tener cada vez más compañeros de cama casuales. 

McDaniel resume el dilema de estas mujeres. “La necesidad de una relación afectiva se estrella con un verdadero terror por sentirse cercana y dependiente de alguien”. Los vínculos “no los establecen con una persona sino con la experiencia de sentirse sexual”. La inseguridad en las relaciones afectivas proviene, según la terapista, del abuso o los problemas familiares cuando niñas. A los cuatro años, por ejemplo, María se sintió sola una noche, llamó a su mamá pero vino el papá. Asustada, insistió en ver a su madre y lo que recibió fue una cachetada. En una celebración familiar, Barbara corrió a abrazar al papá que llegaba cuando oyó que su mamá decía: “esa niña me va a quitar a mi marido”. Con un padre mujeriego que siempre llegaba tarde, a los cinco años Tori encontró una noche a su mamá llorando. Se había tomado unas pepas y después le contaron que trataba de hacerse daño.

“El sexo es lo único feliz que había en mi vida”, cuenta una ex combatiente sobre su vida en la guerrilla. “Sola me parecía que no era nadie … Pasaba el calor de las noches pero cuando amanecía terminaba todo porque era posible que esa misma tarde, chao, adiós. Y a hacer cuenta que no lo había visto. Más adelante conocía a otro, más adelante a otro. A olvidarse de ellos y a pensar en que no existieron”. A este testimonio se le puede sumar que el abuso reportado por no pocas desmovilizadas hace parecer juego de niñas los sufridos por María, Barbara o Tori, que la virginidad la perdieron no como estudiantes con el novio sino en el grupo armado con un comandante, que ese inicio ocurrió en promedio a los 14 años mientras para las demás colombianas es a los 17 y para el 2% más activo en la cama a los 16, que los guerrilleros disfrutan la disponibilidad sexual de sus compañeras pero las critican por fáciles, que la promiscuidad no es sólo decisión personal sino que está activamente promovida por una férrea organización que, además, sabotea los romances y prohibe tener hijos. Ante tales arandelas no se requiere ser Kelly McDaniel para vislumbrar el lío que habrá que afrontar en el posconflicto con esa dimensión no laboral de la reinserción.

Del cambuche a la casa

“La casa se cargaba en la espalda; de ese tamaño era la privacidad … Todo ser humano hace nido, llámese casa o cambuche, que permanece o se desarma todos los días y se lleva a cuestas como lo hace el caracol”. Es evidente que a las mujeres combatientes de carne y hueso, tan diferentes de Tanja, no se les podrá simplemente sugerir que vuelvan a sus casas, que ya se firmó la paz. No sólo porque, como acertadamente señala Vera Grabe, el concepto de casa en el monte es bastante peculiar sino porque algunas de ellas se separaron de sus familias en términos desfavorables, a veces huyendo de los abusos o la represión, y es alta la proporción de las que no tienen buenas perspectivas para instalarse en una casa fija, para encontrar una pareja e iniciar una nueva familia.
Zenaida es una mujer atípica en la guerrilla colombiana pues se las arregló para tener dos hijos, que fueron la principal razón para que desertara. Restablecer la comunicación con ellos se convirtió en una ardua tarea. Con el mayor, el consejo que le dieron fue no ir “tan a la ligera”, mejor tratar de iniciar una amistad para irse conociendo y que luego él “la pudiera aceptar como mamá”. Cuando viajó a visitarlo, “me miró y nos saludamos como si nada, como si yo no fuera su mamá. Fue duro”. Días después hablaron por teléfono y ella le pidió perdón por haberlo abandonado. Con el menor, de cinco años, las cosas tampoco fueron fluídas : “traté de abrazarlo pero se me escondió. Ese momento fue muy duro”.
La mayor parte de las relaciones dentro de la guerrilla surgen en medio de la falta de información sobre el otro y la obvia desconfianza que eso genera. Así lo perciben tanto la mujer de origen campesino como la rebelde universitaria. Zenaida cuenta cómo “desde el principio me dí cuenta de que en la guerrilla no se dice la verdad; un ejemplo de esto es el hecho de cambiarnos de nombre. Yo empecé a acostumbrarme a que me contaran mentiras y por esta razón nunca me atreví a preguntarle a Hermides por la familia”. En el mismo sentido apuntan los recuerdos de Vera Grabe. “Todos los días nos encontrábamos con alguien que se volvía nuestro amigo sin que supiéramos su nombre ni nos importara saberlo. Nos enamorábamos de alguien cuya historia ignorábamos … No se prometía nada, no se preguntaba nada. Si no debías saber del otro, si no debías preguntar qué hacía, llegabas al extremo de no atreverte a preguntarle por sus sentimientos”. El dilema es claro: se opta por las relaciones, y el sexo, casuales y sin compromiso o se desafían las normas y la seguridad del grupo. “La intimidad implica romper silencios, conocerse, contar la propia historia … El amor era protector pero igualmente transgresor del secreto”.
Muchos años después de reinsertada, una amiga de Vera Grabe le reprochaba aún no haber perdido el vicio de la clandestinidad. Aceptando el reclamo, Vera lo veía claro en “la inmensa dificultad que me costaba hablar de mí, expresar lo que sentía y quería, contar cosas de mi vida. Si me preguntaban  qué iba a hacer, a dónde iba, donde estaba, me resultaba difícil contestar”.  Si la vida en la guerrilla deja tales secuelas en quien entró voluntariamente, bien educada, intelectual y emocionalmente madura, consciente de su decisión, que alcanzó posiciones de liderazgo en el grupo armado y al salir hizo públicas sus memorias no es difícil imaginar los estragos del conflicto en quienes entraron tal vez forzadas o engañadas siendo niñas, perdieron su virginidad en manos de un total desconocido con autoridad militar sobre ellas, tuvieron dificultades para asimilar las razones políticas por las que luchaban, recibieron castigos arbitrarios por asuntos baladíes, tuvieron una vida afectiva y sexual como mínimo inestable y azarosa, les fue negada la posibilidad de ver a su familia y les estuvo vetada la construcción de una nueva, o de conocer algo o alguien por fuera del grupo. Tampoco parece descabellado sospechar que esas secuelas se manifestarán con particular rigor no en el ámbito económico o laboral, sino en el restableciemiento de los vínculos familiares y la reinvención de las relaciones afectivas para empezar una nueva vida.

El deseo de ser madre

Incluso las rebeldes universitarias con buenas perspectivas de actividad política o laboral pensaron con frecuencia en la familia que tendrían, necesariamente al dejar de ser combatientes. Tania la Guerrillera se deleitaba pensando en los varios mulatitos que tendría con su compañero de lucha Ulises Estrada. Parecería redundante hacer énfasis en lo fundamental que resulta la familia en cualquier proceso de reinserción, pero vale la pena hacerlo, por ejemplo transcribiendo en los términos de Vera Grabe la experiencia del M-19. “La familia fue, en medio de todo, lo perdurable: tanto la familia de origen como la que se construye … Cuando en 1998 se realizó una evaluación del proceso de reinserción, la absoluta mayoría de ex combatientes destacó, como uno de sus logros más apreciables, el reencuentro con su familia y la posibilidad de construir familia”.
En el mismo sentido, tras su trabajo con ex combatientes paramilitares, Enzo Nussio reitera que “tener una vida familiar estable es considerado por la mayoría de los excombatientes como uno de sus principales logros … La familia  es la red social natural y más importante para los excombatientes”.
Zenaida señala cómo a toda costa se trataban de prevenir los embarazos, y se pregunta por qué los esfuerzos resultaban infructuosos. “Tenían inyecciones, pastillas y otras cosas más, como dispositivos intrauterinos. Con todos esos métodos no sé cómo quedaba en embarazo tanta guerrillera”. Tras los fracasos de la contracepción, y a pesar de que “a las que quedaban preñadas los mismos comandantes les mandaban sacar el bebé … algunas mujeres se callaban por seis meses o un poco más”.
Eso mismo hizo ella tras su segundo embarazo. Al sentir “los síntomas de embarazo, las ganas de vomitar, las náuseas, el mareo” se dijo “me voy a quedar callada porque aquí, si se dan cuenta, de una vez me hacen abortar, me sacan el bebé … Tengo que ocultarlo hasta que lo tenga. Sé que me lo van a quitar, como me quitaron al otro, pero al menos nace”.
Tener hijos en la guerrilla sin esconderlo es un provilegio reservado a ciertas mujeres . Olga Lucía Marín, comandante de las FARC, recuerda que disfrutó mucho el embarazo. “Me encantó sentir que mi hija se movía”. Tuvo que salir del monte para tener su hija. “Descubrí la maternidad. Es lo más hermoso del mundo. Talvez si la hubiera descubierto antes, habría tenido más hijos. Qué lindo era tener a mi hija en mis manos, tocarla”.
No sería prudente encasillar a las guerrilleras que buscaron por todos los medios tener hijos, que incluso desertaron por su deseo de formar una familia, dentro de las discípulas de Simone de Beauvoir y otras pensadoras aún más radicales, para quienes la maternidad es un artificio cultural impuesto. Sus historias son precisamente contra ejemplos contundentes de esta teoría y muestran la terquedad de inclinaciones que resisten las prohibiciones, amenazas y la contracepción o aborto forzados. “La añoranza de tener familia siempre está presente, tanto aquella de la cual se proviene como la que se construye o se quiere construir … Tarde o temprano, el deseo, natural o cultural, de ser madre aparecía”. Estas observaciones no provienen de un prelado o un político conservador sino de la comandante y madre Vera Grabe. Sugieren que una parte crucial de la reinserción de mujeres combatientes dependerá de sus posibilidades para optar por el “estereotipo” tradicional de la maternidad, tan menospreciado en ciertos círculos intelectuales.  

Reconstruír la feminidad

Luego de sus entrevistas con reinsertados Kimberly Theidon destaca la importancia de reconstruír la masculinidad de los antiguos guerreros como requisito para su adecuada resocialización. En esencia, sugiere desmilitarilzarla. Es probable que el desafío de rehacer la masculinidad de los hombres que no combatieron, para que acepten o se relacionen con una mujer ex combatiente, sea aún mayor. Quienes siguieron con su vida  deben ser menos abiertos a los cambios culturales. Al fin y al cabo, pensarán, las que llegan transformadas son ellas.
Igualmente complejo podría ser el desafío de alterar la feminidad de las mujeres que vuelven del conflicto. Si para los hombres la principal dificultad radica en el cómo se puede lograr eso, para ellas puede haber incluso desacuerdos en cuanto a la necesidad de hacerlo. No siempre las secuelas de la vida militar se perciben como un pasivo. En su tesis de grado de una universidad bogotana, una politóloga anota que “las FARC son un paso para la liberalización y la madurez femenina. Es decir, se rompe con los estereotipos tradicionales de lo femenino y lo masculino. La mujer que ingresa a las FARC deja de ser una mujer subordinada, maltratada, sin importancia, dedicada exclusivamente a las labores domésticas para convertirse en una mujer libre, importante como consecuencia de su rol dentro de la organización y con poder dado por el arma que porta”.

De cualquier manera, la experiencia de diálogos anteriores y en otros países sugiere que cuando los temas de género no se abordan desde el principio explícitamente, sobre todo por mujeres, luego quedan excluídos de la agenda y de los programas post-conflicto. Este punto es crítico en Colombia para las futuras desmovilizadas, con alto riesgo de exclusión y discriminación. Luego de varios talleres con excombatientes se encontró que la experiencia en la guerrilla puede ser un factor de respeto para ellos pero de desprestigio para ellas. Los padres que se fueron a la guerra dejando a sus hijos regresan como héroes, las mujeres como madres que los abandonaron o, si se las reclutaron niñas, como mujeres promiscuas.

El rechazo es tan extendido que surge de donde menos se esperaría. Como lamenta una reinsertada “yo tengo amigas feministas y a veces trabajamos juntas, pero muchas veces no me siento cómoda porque hay algo allí, como un recelo, y es súper sutil, es muy sutil … hay algo raro en ellas; como que no le perdonan a uno, yo no sé … Yo sí he sufrido la estigmatización de parte de las mujeres feministas; a ellas les parece pavoroso que uno haya estado en la guerra … hay un poco de ¡qué pereza las guerreras!”.

El abismo del posconflicto

La brecha que separa la ardua vida de las jóvenes farianas de la romántica y excitante trayectoria de Tanja sin duda aumentará en el posconflicto. Al fin y al cabo, a pesar de lo diferentes que fueron los entornos sociales, económicos y familiares de la holandesa y las campesinas antes de vincularse a la lucha armada, su vida en el monte ha transcurrido básicamente dentro de la misma rutina y, salvo ciertas prerrogativas con el reglamento, unas y otra han soportado los mismos rigores y avatares de la vida clandestina en medio de la guerra. Esta aparente similitud es transitoria. Para la holandesa el paso por la guerrilla colombiana se ha ido convirtiendo en un trampolín hacia una tal vez rutilante carrera política o en la burocracia internacional, mientras que para sus compañeras de lucha la metáfora más adecuada sería la del rodadero o despeñadero hacia una vida tan azarosa y precaria como la que llevaban de niñas al ser reclutadas por el grupo armado. 

Desde el punto de vista estrictamente laboral, y de acuerdo con lo que reportan las mujeres desmovilizadas en la encuesta de la FIP, su situación empeoró con el conflicto. Es mayor el porcentaje de las marginadas del circuito económico después de la desmovilización que antes de su reclutamiento. Aunque la encuesta no da mayores detalles sobre las condiciones bajo las cuales las mujeres trabajan como empleadas o en un negocio, su situación laboral no difiere sustancialmente de la de los desmovilizdos varones. Cerca de la mitad de las mujeres y un porcentaje levemente inferior de los hombres consiguen un empleo, mientras que alrededor de la quinta parte -tanto ellas como ellos- terminan trabajando en un negocio propio.

“Soy mujer y he hablado con guerrilleras presas y son jodidísimas, muchas incluso más que los guerrillos. Tienen carácter, personalidad, son fuertes. O sea, de bobas no tienen un pelo, están bastante formadas y disciplinadas”, anota una comentarista a un artículo sobre las combatientes. Es probable que la sagacidad, el manejo del riesgo, el respeto a la autoridad mezclado con la ruptura de ciertos esquemas de subordinación y de estereotipos de género ayude a la reinserción laboral de las reinsertadas. Valdría la pena tratar de identificar los sectores económicos para los cuales sus habilidades de guerreras con una vida privada totalmente regulada podrían ser un activo.

Es en el ámbito extra económico, y en particular en el de la vida de pareja, en donde se hacen palpables y se consolidan las diferencias por género que se fueron configurando a lo largo de la vida en el grupo armado. La principal diferencia tiene que ver con la posibilidad que tienen los hombres, mucho más que las mujeres, de tener una relación de pareja por fuera del grupo armado, y por esa vía formar una familia no directamente vinculada a la guerra.

“Nos conocimos cuando yo estaba dentro de las autodefensas y después de que nos desmovilizamos nos casamos y eso” anota un ex combatiente de Barrancabermeja. “La espera de Penélope estaba reservada a las mujeres y madres de hijos e hijas de compañeros, quienes estaban por fuera del conflicto” señala Vera Grabe sobre la asimetría de la vida de pareja en el M-19. No parece existir el equivalente masculino de Penélope, que espera a la guerrera volver a casa. Los hijos, en los casos excepcionales en los que se permite tenerlos a las mujeres, son de guerrilleros y terminan siendo entregados a famiias de terceros para que los críen.

Para las mujeres reinsertadas las perspectivas pintan precarias, bastante más que para sus compañeros varones. No se conocen esquemas adecuados de reinserción a la sociedad que, en forma adicional a un empleo, dependen de reparar vínculos familiares y reinventar relaciones de pareja. Marta señala que “por estas experiencias de abuso sexual siendo tan joven, aprendí a odiar a los hombres. Todos los días se veían muchos atropellos a los que nos sometían como mujeres, independientemente de nuestra edad … Aprendí que la mujer para los hombres de las FARC, es un objeto sexual que sirve además para matar y para cocinar”.

Después de entrevistar paramilitares desmovilizados, Enzo Nussio anota que “para algunos ex combatientes, y particularmente para las mujeres la vegüenza es su legado emocional predominante. Esto está en parte relacionado con el sentimiento de haber descuidado obligaciones importantes hacia sus familias o sus novios”. Una ex combatiente de Barrancabermeja lo resume, “para mí eso no es orgullo, para mí eso es vergüenza”.

Para Tanja Superstar, por el contrario, el porvenir luce glorioso. “Yo veo el futuro con mucho optimismo , estamos trabajando, educando a la gente, preparando la toma del poder … Estamos preparándonos como una guerrilla que en el futuro pueda dirigir el país … Aquí me moriré en esta selva o me verán en Bogotá en primera línea” proclama entusiasta en una entrevista. En esa rutilante carrera posconflicto habrá menos bala pero no menos acción: política, mundo, admiradores cultos, entrevistas, biografías, películas. Ella lo presiente. Por algo en un mensaje a su familia canta “no llores por mí Argentina” fungiendo de Evita, la amante del pueblo, de los descamisados.