Publicado en El Espectador, Diciembre 29 de 2016
Sí, 2016 fue un annus horribilis. Pero
los desastres desnudaron contradicciones del poder, y eso siempre es saludable.
Sobre Brexit, Manuel Castells destacó
el sinsentido de llamar racistas a quienes rechazan a ciudadanos europeos que compiten
legalmente por trabajo y beneficios sociales, no a inmigrantes del tercer
mundo. Protestaron los perjudicados por la globalización, silenciados con el
dogma de que ese nirvana beneficia a todos, que es la mejor doctrina económica
posible. Una obtusa y bien remunerada tecnocracia -incondicional del libre
flujo de cualquier cosa menos trabajo no calificado- insiste que el voto
refleja ignorancia, cuando el embrollo es la rabia por la incapacidad para
meter en cintura y hacer tributar a banqueros y multinacionales que con mano
invisible se apropiaron del laissez faire, para enriquecerse sin fronteras ni
talanqueras, ni una mínima aflicción por las inequidades.
Igualmente desconectada resultó nuestra
élite intelectual, que predica amor y altruísmo pero fue incapaz de soportar
una votación adversa. Desde Brexit advirtieron la posibilidad del No, por una
razón similar: la estupidez popular. La decisión contraria al Acuerdo estaría
determinada por las mentiras del uribismo –oficialmente, no hubo falacias oficiales-
que se impondrían por “la poca educación e información que tienen los votantes
colombianos”. Que el texto sometido a votación fuera críptico y desconocido era
un detalle insignificante. Un diálogo opaco debió ser suficiente, pero “sus
históricos avances no son registrados por el colombiano de a pie” que rehuye la
verdad. Después hubo análisis sesudos, precisos. Supimos que con el embuste de
la ideología de género los opositores “lograron sacar cerca de 2 millones de
votos”.
Sobre la norteamérica profunda que
eligió a Trump, Trent Lapinski, empresario de comunicaciones, hizo algo inusual
en las redes: seguir gente que piensa distinto, en su caso trumpistas. Encontró
americanos “privados de derechos, gente normal como usted y yo, que aún no se
repone de la gran recesión. Están indignados con Obama Care, guerras que no
cesan, acuerdos comerciales que acaban empleos y más impuestos”. Recomienda
“abandonar los espacios seguros del pensamiento correcto, romper las cajas de
resonancia y aceptar el desafío de verse al otro lado de la barrera” pero,
sobre todo, respetar las ideas por igual, en forma independiente de la
autoridad establecida. Por otra parte, la élite culta olvidó que los
demócratas, alguna vez representantes de la clase trabajadora, perdieron la
mayoría del congreso en 1994 tras la firma del NAFTA por el esposo de Hillary,
tan del “establishment” como ella y escogido a dedo para ser presidente por
Pamela Digny, cortesana multimillonaria. Tampoco importa que los horrorosos muros anunciados por Trump
para trancar inmigrantes se vengan construyendo hace años en varias fronteras y
que Obama haya deportado más gente que cualquier presidente norteamericano.
La fanaticada del Sí será
corresponsable de lo que ocurra electoralmente en Colombia. Apenas se empieza a
calibrar el desacierto de alborotar sectores literalmente reaccionarios
-opuestos a cualquier innovación- por una razón simple: no confían en doctrinas
caducas, sin debate, con mal diagnóstico de la inseguridad, cuentas alegres y
mayor tributación regresiva. Algo similar ocurre en Francia con la izquierda
que está eligiendo a Marine Le Pen. Acá más que allá el cuadro lo completa un
ejecutivo sin cortapisas, un simil
de realeza a la que sólo le faltan las pelucas. Una anotación sobre el
régimen francés -“la única concesión a la modernidad es que el pueblo está
autorizado para elegir al monarca”- le encaja al dedillo a nuestras estirpes
hereditarias. La de Santos, con fast control legislativo y judicial, quedó
plasmada en un regio retrato palaciego. En un país desgarrado por la
desigualdad, no hubo reparos a esta provocación clasista; la paz con Nobel,
Buckingham Palace y esa elegancia tan poco uribista acallaron la crítica. No es
casual que no nos enteremos de mermelada casera como el peluquero privado del
socialista François Hollande, con remuneración mensual de casi diez mil euros.
Hay élites menos pomposas que se creen
víctimas. Una escena memorable de 2016 fue la delegación LGBT en Cuba.
Acostumbrados a la democracia de pequeño comité, en la otra Corte, discutieron
el “enfoque de género” con la organización más machista del país. Los
cristianos también viajaron allá para lo mismo, pero al revés. Ambos volvieron
felices, demostrando la pertinencia y profundidad del intercambio de ideas. Poquísimas
instancias tuvieron ese acceso privilegiado al poder paralelo en el breve lapso
para mejorar el Acuerdo; habría sido más sencillo no colgarle tanta arandela y,
de pasada, no provocar al nuevo peso pesado de la política, con mayor fuerza
electoral que quienes dejarán las armas.
Les deseo un 2017 tranquilo, placentero
y con los pies bien puestos sobre la tierra. Para evitar líos violentos, mejor
que esté escriturada y en el catastro.
Caparrós, Martín (2016) “El año en que chocamos con nosotros mismos”. El País, Nov 11
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Maya, Guillermo (2016). “Brexit: derrota a las élites”: El Tiempo, Jul 7
Mera Villamizar, Daniel (2016). “Consecuencias ideológicas y programáticas de la paz para los partidos”. El Espectador, Oct 21
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