Publicado en El Espectador, Marzo 22 de 2018
Gutiérrez de Pineda, Virginia (1968, 2000). Familia y Cultura en Colombia. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia
Un mito
contemporáneo tan arraigado como absurdo es el de las motivaciones de los
clientes de la prostitución.
A finales de
los ochenta, seguramente sin haber entrevistado nunca a alguien que comerciara con su cuerpo, Kate Millet
sentenciaba que “no es sexo lo que la prostituta vende, en realidad es su
degradación”. Feministas que homogeneizan las sexualidades y se sienten voceras
de mujeres silenciadas, despojadas de su autonomía y capacidad de agencia,
impusieron esa leyenda a pesar de toda la evidencia testimonial en contra. “Consideramos
que la prostitución no tiene nada que ver con el sexo, sino que es un
intercambio que explota a una de las partes y está enraizado en el poder
masculino”. El discurso ha sido adoptado hasta por varones taimados con doble
vida que, como Victor Hugo, asimilan las prostitutas a esclavas pero mantienen
algunas a su servicio.
Un dato
revelador de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) sobre los
clientes de la prostitución en Colombia es su estado civil. Quienes más
recurren al mercado donde se intercambia dinero por relaciones sexuales son los
hombres que no tienen sexo en el hogar. Mientras que entre varones casados o en
unión libre el porcentaje que declara haber sido cliente de la prostitución el
último año es del 2.1%, para quienes no cuentan con una pareja establecida
–solteros, separados, divorciados y viudos- la proporción es cuatro veces
mayor, 9.5%. En cualquier edad, los usuarios con pareja estable representan la
misma baja proporción; es a partir de los cuarenta años que se configura el
grueso de la clientela, con solterones y hombres que estuvieron casados o
unidos.
Además, este grupo reporta menor actividad sexual, cada tres semanas,
que los emparejados con un encuentro semanal. Esta peculiaridad, inexistente en
otras sociedades, sugiere un mercado de parejas y sexo casual bien precario.
Según la ENDS, el desierto que atraviesan separadas y viudas es más angustioso
que el masculino.
Hace más de
medio siglo Virginia Gutiérrez hizo anotaciones aún pertinentes sobre el
mercado del sexo. “Son también clientes de la prostitución elementos seniles
que buscan en este servicio un retorno a su seguridad sexual en la época de
decadencia física”. Con relación a los colombianos que deciden no casarse, la
aguda observadora señaló que “la sociedad santandereana ofrece dentro de las
clases altas la presencia de hombres solteros sobre cuarenta años, muy
solventes y de activa vida social, atados a una familia ilegítima… Su honradez
y moral humanas son tan hondas, que se inhibe para contraer legalmente con otra
y marginar su hogar de procreación inicial… Mujer e hijos son seres casi
extraños. Convive con ellos, pero no los integra como esposa o descendientes ni
lo identifican como esposo y padre”. Es precisamente en Santander donde todavía
se concentran esos solterones mayores de 40 años, que en ese departamento
representan el 10% de los hombres, contra un 6% a nivel nacional. Si en el país
los usuarios de la prostitución son uno de cada veinte varones, entre este
grupo peculiar la proporción es cinco veces superior, uno de cada cuatro.
Así, el
bulto de demandantes de sexo pago en el país está constituído por patriarcas
otoñales bien distantes del varón que somete a su esposa y alrededor del cual,
antes del #MeToo, se centró el feminismo durante las últimas décadas.
Hilando fino, multar a los
clientes de la prostitución, como propuso Clara Rojas, podría incluso
considerarse trato discriminatorio: penalización atada al estado civil.
Militares,
paras, guerrilleros, bandidos, pandilleros y demás bárbaros sin pareja han
violado o sometido históricamente mujeres, obligándolas a prostituirse, pero
sería insensato equipararlos a los ciudadanos que en Colombia compran servicios
sexuales a quienes reiteran que los ofrecen voluntariamente. La intervención de
ese mercado debería centrarse en las menores de edad que, en un complejo
enredo, tampoco son siempre forzadas, o lo son por familiares. Alguna
gobernante audaz podría también tratar de activar el lánguido mercado de
parejas de segunda mano que actualmente impulsa la prostitución.
Un buen
compromiso entre preocupación por las mujeres, respeto a la evidencia y sentido
común lo ofrece, de nuevo, Camille Paglia. “La prostituta no es, como pretenden
las feministas, víctima de los hombres sino conquistadora, una proscrita que
controla los canales sexuales entre la naturaleza y la cultura”. Eso mismo
anota con sus términos Margarita, colombiana que ejerce el oficio en España. “Llegan
con falta de amor, quieren que seamos mimosas: se les hace una pequeña caricia
y ya están a los pies de uno”. Para acabar de desafiar el mito, el aporte de la
ENDS parece de Perogrullo: el escenario
favorable a la prostitución -de miseria sexual, no de dominación- es más
común entre los hombres sin pareja en casa.
Bindel, Julie (2017). “Why prostitution should never be legalised”. The Guardian, Oct 11
De Miguel, Ana (2017). Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Ediciones Cátedra. Universitat de Valencia
Gutiérrez de Pineda, Virginia (1968, 2000). Familia y Cultura en Colombia. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia
Månsson, Sven-Axel (2014) “Men’s practices in prostitution and their implications for social work”. prostitution.procon.org
Monto, MA, Milrod C (2014). “Ordinary or peculiar men? Comparing the customers of prostitutes with a nationally representative sample of men”. International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology, Jul;58(7):802-20.
Ockrent, Christine et Sandrine Treiner, (2006). Le livre Noir de la Condition des Femmes. Éditions XO
Paglia, Camille (1991). Sexual Personae. Art and Decadence from Nefertiti to Emily Dickinson. New York: Vintage Books
Younès, Monique et Martin Cadoret (2016). “L'exposition "Eros Hugo" révèle la vie sexuelle débridée de Victor Hugo”. RTL, Ene 12