Publicado en El Espectador, Diciembre 7 de 2017
Castioni, Nicole (1998). Le Soleil au bout de la nuit. Paris: Albin Michel
Celis Albán, Francisco (2007). Confesiones de una puta cara. Bogotá: Intermedio
Day, Sophie (2007). On the game. Women and Sex Work. London: Pluto Press
Le Blond & Lucas (1899, 2008). Du tatouage chez les prostituées. Lyon: Éditions À Rebours
Rubio, Mauricio (2011): "La maternidad de las prostitutas". La Silla Vacía, Ago 9
________ (2012). "Tatuajes y amor". El Malpensante, Edición Nº 135, Octubre
Surfistinha, Bruna (2007). El dulce veneno del escorpión. Memorias de una prostituta Brasileña. Madrid: Maeva
Con
explicaciones doctrinarias y contraevidentes jamás se podrá prevenir la
prostitución de menores, ni entender quienes y cómo abandonan el oficio.
Alexandre
Lacassagne (1843-1924) fue un médico legista francés que promovió la investigación
inductiva, basada en minucioso trabajo de campo. Se especializó en los tatuajes
y dos de sus discípulos, Le Blond y Lucas, se interesaron por los de las prostitutas.
Tras entrevistar a una treintena de mujeres y calcar directamente de la piel
sus tatuajes, publicaron un libro peculiar. Anotan que, “jurando amor y
fidelidad eterna”, ellas se dejaban tatuar el nombre de algún cliente
convertido en amante. Eran comunes las iniciales P.V.L., Pour La Vie, para toda la vida. Una joven, en el oficio desde los
19 años, tenía dos corazones en su brazo, adornados con flores y palomas
sosteniéndolos bajo un “unidos P.V.L.”. Inscripciones similares se repetían, a
veces con un detalle trágico, como un puñal simbolizando la separación. En su
estudio clásico sobre la prostitución en París, Alexandre Parent du Châtelet
señaló que algunas mujeres eran expertas en borrarse los tatuajes para escribir
el nombre del siguiente gran amor.
Las
parisinas que marcaban su piel no han sido las únicas enamoradas ejerciendo el oficio.
En una encuesta hecha en Bogotá a 250 prostitutas, cerca de la mitad recordó
una relación estable o romántica con algún cliente. Entre las londinenses, el
término trabajo se usa para el sexo sin afecto, con extraños. Pero también está
el novio, o el sugar daddy, que
pueden surgir de la misma clientela. Incluso en un segmento pragmático y
negociante como las prepago colombianas de “alto standing”, se percibe esa
inclinación. “Hay que meterle sensibilidad al rollo, algo de corazón, porque si
no, no tiene gracia y termina siendo eso: acostarse simplemente por plata…
Quiero conocer a alguien con quien formalizar el cuento de la familia”,
confiesa Paula, una paisa instalada en Bogotá. El gran dilema de Bruna, escort brasileña, para enamorarse
de algún asiduo es que, cuando sea para toda la vida, ella desearía un hombre
que no frecuente mujeres como ella, que le sea fiel.
En la
película Princesas de Fernando
León de Aranoa, Caye, prostituta madrileña, le confiesa a Zule, dominicana, que
añora no tener quién la quiera. Un día conocen dos tipos en un bar y al salir
se preguntan si los van a tratar como novios o como clientes. Ese dilema lo
tuvo Dania Londoño, la mujer que enredó al servicio secreto de Obama en
Cartagena: la amiga con la que estaba en una discoteca decidió no cobrarle al
levante mientras ella sí trató al suyo comercialmente y por eso insistió en el
pago.
Nicole
Castioni, jueza asesora del Tribunal Criminal y antigua diputada al parlamento
de Ginebra, cuenta en su autobiografía que antes de su brillante carrera vendió
su cuerpo en París durante cinco años. Una anécdota suya ilustra la persistencia
del enamoramiento en ese medio del que logró salir para estudiar derecho y ser
profesional. Años después volvió a Saint-Deins para hablar con sus antiguas
compañeras. Al verla “estaban convencidas de que me había casado con un hombre
rico. Cuando supieron que era diputada y jueza me hicieron el vacío. Eso era
traicionarlas mientras que la boda con un millonario no”.
Si un
romance puede ayudar a retirarse, otro con quien no toca es a veces la entrada
a la prostitución. Así le ocurrió a la misma Nicole Castioni. Siendo joven se
escapó de su casa -donde fue abusada repetidamente- para irse con Jean-Michel,
de quien estaba perdidamente enamorada. “Me hacía regalos, me llevaba a hoteles
de lujo, viajábamos en Ferrari”. La primera vez que él le pidió que se acostara
con otro fue un favor, para pagar una deuda. Ella ya consumía cocaína. Luego,
“alternando obsequios, golpes y droga, me hizo saber que iba a trabajar en
Saint-Denis, que su madre tenía un apartamento allí y que yo iba a acostarme
con los clientes en ese lugar".
Convendría mermarle
al discurso militante –abolicionista o sindical- para privilegiar etnografías,
testimonios, novelas y guiones, complejos, matizados, contradictorios, pero más
realistas. Sólo así se podrán humanizar las prostitutas, reconociéndoles
capacidad de agencia, sentimientos y la remota posibilidad de enamorarse. Cuando
se problematice la mirada exclusivamente económica o política se podrán
comprender un poco mejor las tortuosas vías de entrada a la actividad en una
sociedad machista -requisito para prevenir la trata de menores-, las eventuales
salidas y dos fenómenos casi ininteligbles. Uno, peculiar a las colombianas, es
la alta proporción de madres en el oficio; otro, que casi no las atañe pues
actúan en redes femeninas, es la misteriosísima relación de dependencia con
chulos maltratadores. Nicole Castioni sentencia: "yo me prostituí por
amor”. Tratándose de una jueza, es apenas sensato creerle.
Castioni, Nicole (1998). Le Soleil au bout de la nuit. Paris: Albin Michel
Celis Albán, Francisco (2007). Confesiones de una puta cara. Bogotá: Intermedio
Day, Sophie (2007). On the game. Women and Sex Work. London: Pluto Press
Le Blond & Lucas (1899, 2008). Du tatouage chez les prostituées. Lyon: Éditions À Rebours
Rubio, Mauricio (2011): "La maternidad de las prostitutas". La Silla Vacía, Ago 9
________ (2012). "Tatuajes y amor". El Malpensante, Edición Nº 135, Octubre
Surfistinha, Bruna (2007). El dulce veneno del escorpión. Memorias de una prostituta Brasileña. Madrid: Maeva