Publicado en El Espectador, Agosto 31 de 2017
Alzate, Heli, Maria Ladi Londono (1984). “Vaginal erotic sensitivity”. Journal of Sex & Marital Therapy, 1521-0715, Volume 10, Issue 1, 1984, Pages 49 – 56. Texto completo del artículo
Alzate, Heli, Maria Ladi Londono (1987). “Subjects' Reactions to a Sexual Experimental Situation”. The Journal of Sex Research, Vol. 23, No. 3. pp. 362-367.
Regular
cualquier mercado exige entenderlo. Ese requisito elemental no se cumple con la
prostitución en el país para contrarrestar la presión abolicionista
internacional.
A principios
de los ochenta un estudio comparó parejas con diferentes orientaciones sexuales
y encontró que las lesbianas tenían relaciones con menor frecuencia que los
demás grupos. Varios artículos mencionaron parejas femeninas que, con el
tiempo, abandonaban la actividad sexual. Trabajos históricos, como el libro Boston Marriages, recordaron épocas con
relaciones románticas sin sexo entre mujeres. Se acuñó la frase lesbian bed death (muerte de la cama
lésbica) que fue objeto de críticas, burlas e intenso debate. Se propusieron
dos explicaciones. Una, que las lesbianas seguían padeciendo el
condicionamiento de su sexualidad, con énfasis en la maternidad y la crianza,
que se reforzaba con dos de ellas juntas. En el otro extremo, se anotó que en
las parejas lesbianas la verdadera sexualidad femenina por fin se podía
manifestar: “tienen sexo con la frecuencia que tendrían las demás mujeres si
pudieran salirse con la suya”.
El concepto lesbian bed death fue criticado por
patológico y heterosexista. Se señaló la inconveniencia de limitar lo sexual a
las relaciones con contacto genital conducentes al orgasmo y se propuso incluir
acercamientos o caricias mutuas y otras manifestaciones de afecto. Se descartó
la frecuencia como indicador de salud sexual de una relación, enfatizando que
las lesbianas gastan más tiempo en los preparativos y los encuentros que las
parejas heterosexuales. Algunas feministas cuestionaron la idea misma de que el
sexo es un componente necesario de una relación sana; sugirieron que en algunos
romances entre mujeres podría ser redundante.
Puesto que la discusión tuvo lugar en EEUU, donde la prostitución es ilegal,
quedó silenciado el papel de las lesbianas en el mercado del sexo, fenómeno que
llamó la atención de los higienistas del siglo XIX y que también desafía la
universalidad de la coerción y el sometimiento: son mujeres que deciden no sólo
participar sino rentabilizar su orientación sexual.
También en
los ochenta, Helí Alzate y Maria Ladi Londoño, sexólogos colombianos más
reconocidos en el exterior que en su tierra, encontraron experimentalmente que
un grupo de prostitutas tenía mayor facilidad para llegar al orgasmo que otro
de feministas. En las condiciones menos favorables y románticas imaginables -en
un consultorio, con testigos, manualmente y sin preámbulos- las primeras
mostraron no tener problemas para, literalmente, gozarse la sesión, algunas con
repetición, mientras las segundas apenas la soportaron como una experiencia
para reflexionar sobre su sexualidad.
Este
resultado casi accidental de una investigación sobre el orgasmo femenino,
publicada en prestigiosos journals, es
pertinente para otra crítica a la propuesta de Clara Rojas de multar la compra
de sexo como en algunos países de Europa. Lo que sugiere el experimento de
nuestros más prestantes sexólogos, y corrobora la opacidad, hipocresía y casi
mala fe de algunos argumentos contra la prostitución, es que en esa discusión
está mal representada la población supuestamente beneficiaria de la
ilegalización, cuya vocería ha sido apropiada por quienes muestran no
comprenderla, ni compartir su sexualidad, ni sus gustos, ni sus prioridades, ni
sus necesidades. No deberían buscar intervenir un oficio quienes rehusan
observarlo, entenderlo y analizarlo, que lo consideran indigno, lo rechazan por
principio y pretenden erradicarlo sin preocuparse por las consecuencias. Pocas
veces se ha desatendido de manera tan flagrante la voz de mujeres declaradas
víctimas.
Convencidas
de que cualquier hombre es un violador potencial, con una sexualidad
radicalmente distinta a la de las prostitutas, algunas de ellas lesbianas, de
pronto con cama muerta, las feministas que buscan abolir el mercado del sexo constituyen
un despropósito equivalente a unos homófobos legislando sobre matrimonio gay, o
a delegar la regulación del paracaidismo, la escalada y demás deportes de alto
riesgo en personas cuyo fin de semana típico sea quedarse en casa cocinando,
leyendo, viendo TV o jugando cartas en familia. Su único y obsesivo reflejo
será prohibir cuanto antes esas actividades con argumentos bien simples: les
disgustan y son peligrosas. No tendrán voluntad ni capacidad para identificar
su razón de ser, sus complejidades, matices y eventuales beneficios, que
siempre los hay. Defenderán sin mayor evidencia la falacia de que ahí no puede
haber gusto, ni placer, sino sometimiento y coerción.
Desde la
otra orilla, la del trabajo sexual, se defiende una tesis también insólita y
contraria a la evidencia: que se trata de un oficio como cualquier otro. Una
secuela lamentable de la falta de pragmatismo para analizar el mercado del sexo
en Colombia es no poder entender por qué una actividad supuestamente dañina,
riesgosa y degradante atrae practicantes cada vez menores, de clase media o
alta, incluso con buena educación. La reflexión sobre la prostitución, que
exige regulación no solo laboral, debe empezar por ahí, por el principio.
Alzate, Heli, Maria Ladi Londono (1984). “Vaginal erotic sensitivity”. Journal of Sex & Marital Therapy, 1521-0715, Volume 10, Issue 1, 1984, Pages 49 – 56. Texto completo del artículo
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