Romances con galanes marchitos

Publicado en El Espectador, Junio 15 de 2017

El escenario de viejos verdes adinerados que explotan sexualmente jóvenes del tercer mundo desafía consideraciones geriátricas mínimas, y alguna evidencia.

Los envejecidos varones del mundo desarrollado se están retirando de sus trabajos, del mercado de parejas, y del sexo. El impulso tardío que puede darles el Viagra destaca la desatinada preocupación del feminismo por unos supuestos abusadores, cuando en realidad se trata de una masa creciente de machos sexagenarios casi impotentes. Formateados como cristianos o puritanos, son tan inofensivos que, en la cuesta de la tercera edad, requieren ayudas artificiales para satisfacer sexualmente a su pareja, cuando la tienen. Están tan domesticados que en el verano se echan en una playa sin siquiera mirar lascivamente los senos desnudos que se asolean a su lado. Es absurdo el afán por multarlos cuando contratan servicios sexuales de mujeres que por lo general los atienden y consuelan voluntariamente. Quienes acuden al segmento callejero y precario del mercado, el de víctimas de las mafias de traficantes, con frecuencia son inmigrantes ilegales, como ellas.

En su novela Plataforma, Michel Houllebecq señala que para la miseria sexual de los varones occidentales Tailandia ofrece dos paliativos: la destreza de sus prostitutas y, por otro lado, las mínimas exigencias y expectativas que las mujeres le imponen al matrimonio, con el consecuente atractivo de los europeos como eventuales compañeros estables. El escritor inglés John Burdett los denomina “refugiados del feminismo” y señala que entre ellos hay gran demanda no sólo por sexo pago efímero sino por relaciones duraderas. Hombres poco apreciados en sus países son valorados por "mujeres thaï felices de encontrar a alguien que simplemente haga su trabajo y espere volver a su hogar” cada día.

Estas circunstancias concuerdan mejor con los testimonios que el turismo sexual de ancianos pedófilos con jóvenes sometidas a la explotación sexual. Y es más consistente con la demografía de los países industrializados. Un pensionado alemán confiesa que “yo no soy pesimista, pero Loi es 25 años menor que yo… Es lo mejor que me ha podido pasar. Echo de menos a mis hijos, por supuesto; pero he encontrado algo que ha hecho mi vida mil veces mejor de lo que nunca pensé que podría ser”. También es común el abuelo que no se atreve a emigrar pero manda con regularidad pequeñas sumas de dinero a una tailandesa mucho menor y le escribe recomendándole que deje de ir al bar, que se cuide del Sida, que próximamente le enviará algunos regalos. “Mientras tuve dinero todo funcionó bien. Ella podía gastarlo”, anota un despechado. Compró casa y carro que su nueva novia hipotecó y vendió; después, al retirarse de su trabajo, ella lo dejó. “En Tailandia, el dinero es el gran afrodisíaco. Lo he pensado a menudo en los bares. Me gustaría saber que harían conmigo si no tuviera nada”. Resulta desconcertante por lo ingenua y descarada la actitud de estos señores que van al otro lado del mundo a comprar amor y, tras visitar bares y salas de masaje, se dan cuenta de que a las mujeres lo que les interesa es el dinero, que sus sentimientos no son una mercancía, y se sienten deprimidos, frustrados, hasta engañados.

También hay solteros que van a divertirse y para quienes el juego es simple: buscar gangas para mucho sexo variado y barato. Ambas cohortes coinciden en que las prostitutas tailandesas son “más afectuosas, leales, inocentes y naturales” que las mujeres occidentales, o al menos eso les hacen creer. También es claro para ellos que allí la disponibilidad de sexo la facilita la pobreza de las mujeres comparada con el poder adquisitivo de los clientes. De todas maneras, los reconforta sentir que atraen a esas agraciadas jóvenes, sin importar edad ni apariencia. Sin embargo, no saben manejar el acercamiento. El hechizo se empieza a romper, y las relaciones a deteriorarse, cuando ellas cuentan sus historias y hablan de sus proyectos.

El sexo comercial no altera los planes esenciales de vida de buena parte de las prostitutas tailandesas: casarse y formar una familia, aspiraciones típicas entre mujeres con escasa educación en sociedades patriarcales. Lucy, joven prostituta entrevistada por un periodista español, anota que "a mi no me gusta fuck fuck. Quiero tener un marido que me cuide, y tener hijos. Pero es muy difícil. Los chicos no quieren casarse con una prostituta. Quieren chicas vírgenes que no sepan fuck fuck". Con los años, un viejito europeo con más ahorros que prejuicios, que la aprecie como es, podría ser una buena opción para Lucy. A pesar de algunas similitudes, la variante de estos romances con clientela femenina es otro cuento. 




Un inventario de la voluminosa literatura que desafía el mito de las mujeres traficadas:
Agustín, Laura (2008). Sex at the margins. Migration, Labour, Markets and the Rescue Industry. London NY: Zed Books

Aldama, Zigor (2004). Asia, burdel del mundo. Bilbao : Editorial Elea

Burdett, John (2004). Bangkok 8. London : Corgi

Davidson, J y S.J. Taylor (1994). Sex Tourism–Thailand. ECPAT. Citado por Thorbek (2002) p. 33 y 34

Houellebecq, Michel (2001). Plateforme. Paris : Flammarion


Ratanaloan Mix, Parpairat (2002). “Four cases from Hamburg” en Thorbek & Pattanaik (2002) pp. 86 a 99

Rubio, Mauricio (2010). Viejos verdes y ramas peladas. Una mirada global a la prostitución. Bogotá: Universidad Externado de Colombia. Versión digital

Ruenkaew, Pataya (2002). “The Transnational Prostitution of Thai Women to Germany: A Variety of Transnational Labour Magration?” en Thorbek & Pattanaik (2002) pp. 69 a 85


Thorbek, Susanne & Bandana Pattanaik (2002) Ed. Transnational prostitution. Changing global patterns. London : Zed Books

Estudiantes, turistas y jineteras

Publicado en El Espectador, Junio 1 de 2017

El mercado del sexo en Cuba, pujante bajo la dictadura de Batista, resurgió por donde menos se esperaba.

Lorna relata un trueque corriente. Frente al Hotel Nacional un capitán de policía le pide su carnet de identidad. “¿Eres jinetera? … entonces podemos llegar a un arreglo”. Un sargento sale del carro y abre la puerta. Entre ambos la suben y se la llevan a una casita cerca del malecón en donde le ordenan desnudarse. Mandy, conocido chulo de La Habana, que estuvo preso cinco años por atraco, anota que “la mayoría de las putas de aquí tienen universidad y como están aprendiendo también en la universidad de la calle, entonces se convierten en fieras”.

Tras la revolución quedó prohibido el comercio sexual. A finales de los ochenta, Fidel se ufanaba de que en su país no existían casinos, ni casas de citas, ni droga. Cuando cayó el bloque soviético se emprendieron reformas para corregir la dependencia del comercio con los países socialistas. La búsqueda de divisas llevó a darle prioridad al turismo internacional.

Mucho antes, la consolidación de un mercado negro tanto de productos básicos como de dólares estimuló el rebusque en torno a los extranjeros. Uno de los capítulos de esta economía clandestina fue el jineterismo, nombre originalmente empleado para cualquier intercambio con turistas, funcionarios expatriados, o estudiantes extranjeros. Un forastero obtenía gabelas si ofrecía acceso a divisas y a ciertos artículos muy apreciados, como un desodorante, un jean o una camiseta impresa. El noviazgo con expatriado le daba a una joven cubana el derecho de acompañarlo a ciertos lugares vedados. Casarse con uno de ellos le permitía salir de la isla sin renunciar a su nacionalidad.

Aunque nunca se llegó a prohibir enamorarse de un europeo, el coqueteo y flirteo con ellos resultaba complicado. Acompañarlos a sus hoteles implicaba enfrentar estrictos controles. Los encuentros con foráneos se empezaron a hacer en las posadas, equivalentes a nuestros moteles. En sus inicios, el jineterismo fue fundamentalmente titimanía: el afán por volverse amante de alguien capaz de ofrecer una vida mejor.

La encarnación concreta de ese príncipe azul no se limitó al visitante o al ejecutivo expatriado, casi siempre casado. Una buena veta cargada de hormonas fue la de los universitarios africanos. Originarios de países aún más pobres que Cuba, la isla les ofrecía buenos estudios a precios accesibles. Las primeras cohortes tuvieron que soportar un racismo brutal. Pero con la guerra de Angola, la percepción sobre el Africa cambió y se asimiló el papel de un isla poderosa y benefactora que ayudaba a los países en dificultades.

Con mejor imagen, la penuria de bienes de consumo ayudó a que estos estudiantes extranjeros empezaran a convertirse en privilegiados. Era bien fácil el acceso a mujeres a cambio de cigarrillos, ropa interior, jabones, perfumes. Según un congolés, “un año después de mi llegada, me había acostado con ocho cubanas. Desde hace ocho años, ya perdí la cuenta del número de mujeres que he tenido”.

Muchos de los universitarios africanos se volvieron pequeños traficantes más preocupados por enriquecerse que por estudiar. A través de los contactos en sus embajadas lograban acceso a las diplotiendas y adquirían artículos por fuera del alcance de los cubanos. Esta alianza foránea concentraba un dinámico mercado de compraventa de divisas así como una valiosa miscelánea de consumo. En una de las representaciones diplomáticas “desde el embajador hasta el funcionario de más bajo nivel, cada uno había creado una red con estudiantes para tráficos de todo tipo”.

El estatus de universitarios y el hecho de que el régimen buscara integrarlos con los cubanos facilitaba que cualquier muchacha mantuviera relaciones con ellos. Con menos peligros, ofrecían lo mismo que los turistas: dólares, bienes de consumo y la eventual salida de la isla. Los más locuaces alimentaban el sueño con historias extraordinarias sobre su clase social y sus contactos en los países de origen. Algunas estudiantes buscaban la lotería “acostándose con varios estudiantes africanos en la misma universidad o viajando de provincia en provincia, errando por las residencias”.


La crisis de los noventa cambió varias cosas. El poder adquisitivo y el encanto de los estudiantes africanos se deterioró; dejaron de ser buenos amantes, se volvieron menos románticos y perdieron refinamiento. El turismo masivo trajo buenos partidos con orígenes, ocupaciones y oficios diversos. Pero para las jineteras el extranjero siguió siendo, más que un vulgar cliente, un novio potencial con el que van al restaurante o a la discoteca antes de acostarse. Y alguien que, de pronto, les ofrece nuevas perspectivas. Con la llegada de europeas profesionales y solventes, existe ahora un arreglo similar, aunque menos extendido, para los jóvenes cubanos que tienen buen ritmo y alguna gracia.



Cardenense (2007). “Este tema es para vampiressa. Confesiones de una jinetera”. Secretos de Cuba, Jun 10



Schak, Sami (1999). La prostitution à Cuba - Communisme, ruses et débrouille. Paris: L’Harmattan

Valle, Amir (2008). Habana Babilonia: la Cara Oculta de las Jineteras. Zeta Bolsillo