Publicado en El Espectador, Marzo 24 de 2016
Tras una carta de su hija recordándole
que su familia lo necesita “por encima de todo y de todos”, el presidente de
Bancolombia renunció.
Su reemplazo tendrá un sueldo similar
al que recibiría alguna Ana Botín local. Sin duda había pocas candidatas al cargo,
no por falta de capacidad, o preparación, sino de disposición.
Trabajé en una institución estatal
dirigida por una mujer, con varias jefas de unidad y división. Había arreglos
personales, variables e informales, de intensidad y condiciones laborales, pero
no sueldos diferenciales por género, como ocurre hace décadas en ministerios,
tribunales, universidades, centros de investigación, agencias multilaterales
etc… Al abandonar la carrera pública, y la posibilidad de remuneraciones
astronómicas en la jungla financiera que husmeé, sabía que dedicarme a leer,
escribir y enseñar implicaba sacrificar ingresos. Efectivamente, mi salario es
inferior al de compañeros de universidad con trabajos parecidos, pero no me
siento discriminado: fue una decisión que tomé. El balance es positivo, por
privilegios no pecuniarios como horario flexible, actividades paralelas,
despachar en la casa y compartir en familia las tardes después del colegio. La
información salarial nunca capta esas sutilezas; por eso las estadísticas sin testimonios
de soporte pueden ser engañosas.
Conozco mujeres exitosas que sacrificaron
inmejorables perspectivas de trabajo para disfrutar relaciones personales y
dedicarse a menesteres que juzgaron más gratificantes. La alumna más brillante
que tuve dejó huella en todos los puestos que ocupó, hasta cargos públicos de primer
nivel. No le dio la gana ser ministra, ni gerente de multinacional: prefirió
dedicarse a pintar. Otra amiga, graduada cum laude, ingeniera estrella en una
firma constructura, también se aburrió. Quería tiempo para ella. Sorprendidos y
afanados, sus jefes le propusieron convertirla en socia y su familia ofreció
financiarle la oportunidad de su vida. No la disuadieron y volvió a sus hijas,
a perfeccionar habilidades culinarias y a viajar. Una tercera escéptica
salarial tuvo un excelente puesto en Paris con marido encargado del hogar y las
hijas. La experiencia fue gratificante por tres años pero mejor “dedicarse
tranquila y sencillamente a trabajar en algo que lo hace a uno feliz, sin
presiones competitivas, ocupándose del ocio y la familia. Me siento realizada,
serena y satisfecha con mi vida”. Estas retiradas precoces son privilegiadas,
pero ilustrativas: a veces “no quiso” es más preciso que “no la dejaron”. Sus
renuncias destacan un arcaísmo del mercado laboral, la inflexibilidad horaria.
Susan Pinker, autora de “La Paradoja
Sexual”, anota que muchas mujeres, preparadas como nunca, lóngevas y felices
con sus vidas, lo son precisamente por evitar trabajos mejor remunerados que
exigen dedicación absoluta, horarios absurdos, y atentan contra la vida
familiar y social, o el cultivo de otros intereses. Anota que ellas “tienen
objetivos múltiples en sus vidas y, por lo tanto, nociones más variadas de lo
que es el éxito. Horarios flexibles y un trabajo que las realice superan el
estatus y el dinero” tan apreciados por los hombres. Empezando por mi esposa
-que a pesar del gusto por su oficio, y la insistencia del jefe, rehúsa
emplearse tiempo completo- esa observación aplica a muchas mujeres de mi
entorno. En 2012 escribí sobre Marina, una extraordinaria taxista que también
endosa la variante de la Ley de Pambelé: “es mejor trabajar menos que trabajar
más”.
Fuera de historias cercanas, y la
marcada preferencia por un empleo con dedicación parcial –60% de las
colombianas lo quisieran, sólo 7% lo tienen- no conozco para el país evidencia
como la ofrecida por Pinker. Seguimos bajo el dictado que “ambos géneros
deberíamos tener participación equitativa en todos los oficios y profesiones”,
dogmático mandato que silencia e irrespeta gustos, prioridades y elecciones femeninas.
En los países escandinavos, con alto ingreso y sin igualitarismo barato,
mujeres y hombres se dedican a lo que les place, y la realidad está bien lejos
de esa paridad multisectorial que mentalidades más burocráticas que sensibles y
pragmáticas pretenden imponer, confundiendo democracia de mercado con sindicato
estatal.
Superado el acceso diferencial a la
educación, sentencias generales como “las mujeres ganan menos”, o “están más
desempleadas que los hombres”, enturbian la discriminación, siempre difícil de
probar. Identificarla y superarla requiere diagnósticos precisos, focalizados. Emplearse
depende de muchos condicionantes, y en un mercado sin salarios establecidos por
decreto, cada remuneración es un complejo acuerdo entre dos partes, casi nunca
una imposición, mucho menos un complot contra media humanidad. “Todas y todos”
quisiéramos mejor sueldo, pero no a cualquier costo. Suponer que las mujeres desconocen
los mercados, ignoran lo que les conviene, y no pueden negociar una
remuneración que corresponda al trabajo que ofrecen, es más maternalismo que
feminismo.
Campos, Cristian (2010). “De mujeres alfa y machos beta: Entrevista con Susan Pinker”. Tercera Cultura, Feb 16
García, Carlos Arturo (2016) “Habla autora de carta que hizo renunciar al presidente de Bancolombia”. El Tiempo, Marzo 13
Pinker, Susan (2009). The Sexual Paradox: Men, Women and the Real Gender Gap. NY: Scribner
Rimm, Sylvia (1999). See Jane Win. The Rimm Report. NY: Three Rivers Press
Rubio, Mauricio (2012) “Optimismo y empuje de mujer, desde un taxi”. El Espectador, Jun 28
Ruiz-Navarro, Catalina (2016). "Aguacates” y “tacones”. El Espectador, Mar 9