Publicado en El Espectador, Julio 6 de 2017
Favereau, Éric (2017). "Simone Veil une vie debout". Libération, Juin 30
El legado de
esta gran pensadora y política excede con creces sus aportes al feminismo. La
militancia doctrinaria debería aprender de un espíritu tan libre y poco
gregario.
Descubrí a
Simone Veil estudiando el aborto. Su célebre discurso ante el parlamento
francés en 1974, con el que logró la legalización, le bastaría para un lugar
destacado en la historia del feminismo. En una Asamblea con 9 mujeres y 481
hombres ganó un pulso de tres días con sus noches contra machos y antisemitas
insultándola. Siendo un verdadero hito, ella no entendía su fama por ese logro:
“pienso que la ley Neuwirth que autorizó la píldora es mucho más importante”. Criticó
el sistema de excepciones, que aquí se confunde con despenalización; mientras nuestra
jurisprudencia sigue siendo prohibicionista, reaccionaria y paternal, para ella
lo fundamental era la decisión libre de las mujeres. Y convenció.
En estos
días, he quedado asombrado por esa mujer brillante, “siempre de pie”,
multifacética, comprometida, contestataria, compleja, temperamental e imposible
de encasillar; por la mezcla de independencia, rigor, principios verticales y
espiíritu crítico: “mi primer reflejo es decir no, oponerme. No para contrariar
sino para forzar que se exploren otras vías”. En una época en la que dogmas,
doctrinas, etiquetas y trinos contaminaron la política; cuando proselitistas y activistas
acorralan el debate y la reflexión, desprecian la evidencia, ignoran
prioridades y hasta pisotean la ciencia y el sentido común, hará falta una
“gigante de la causa de las mujeres, cuya estatura hace ver ridículas a muchas
enanas del feminismo a nuestro alrededor”. La historiadora Annette Wieviorka
recuerda que “su principal temor era la relativización, exactamente lo que
ocurre hoy”.
Impresiona el
desapego a la cartilla feminista que mostró al participar en una manifestación
contra del matrimonio igualitario. Semejante herejía ha incomodado. Varios
medios franceses reportaron que ella simplemente salió a “saludar manifestantes”;
una periodista de Le Monde la disculpó
anotando con displicencia que sí fue feminista, pero también “una mujer de su
época”. El descache desnuda lo que las doctrinas dan por descontado: que las
soluciones a un variado abanico de conflictos sociales y políticos complejos
deben seguir un guión progresista uniforme, ya escrito y predecible,
ineludible, dictado por las militancias. La incorrección de Simone Veil destaca
lo obvio: se puede ser feminista sin apoyar la agenda gay, varonil y ajena, cuando
no contraria, a las prioridades de las mujeres.
No están
claras las razones para ese rechazo; algunos señalan que la preocupaba la
adopción homosexual. También cabe una conjetura. En el tope de la epidemia de
sida, ella fue voluntaria en el hospital parisino de Broussais a donde llegaban
muchos afectados por la enfermedad; queda así descartado el comodín de la
homofobia. Es factible que tomara conciencia de que la lucha por el matrimonio
homosexual surgió vinculada al sida, como anotó el periodista gay Jesse Dorris.
Su oposición reflejaría un desacuerdo con la militancia actual -de consignas
ligeras, desfiles e imagen, no de argumentos- por haber opacado y deformado el debate.
Su mensaje podría ser tan simple como “aún no me convencen”.
A Simone
Veil la marcó definitivamente que a los 16 años la deportaran a un campo de
concentración en Alemania. Décadas después calificó de “totalmente inexacto” el
análisis de Hannah Arendt sobre el nazismo. Rechazó el “masoquismo intelectual”
sobre la banalidad del mal. “Demasiado cómodo. Decir que todo el mundo es
culpable equivale a decir que nadie lo es”. También criticó duramente al Estado
francés: “si los deportados no hablamos es porque no quisieron escucharnos”.
"No soy
activista de corazón, pero me siento feminista, muy solidaria con las mujeres
que sea. Estoy más segura entre mujeres, puede que esto se deba a la
deportación. Allí la ayuda entre mujeres era desinteresada, generosa. La de los
hombres no. Y la resistencia del llamado sexo débil también era mayor". Bien
lejos de las recalcitrantes que desprecian la belleza por convertir mujeres en
objetos sexuales, Simone Veil no tuvo reparo en reconocer, con realismo y mucha
seguridad, que se salvó de la cremación por ser bonita. "Estuve protegida
por una mujer que me dijo "eres demasiado bella para morir aquí" y me
mandó a otro campo con un régimen menos duro". Cual diva, con desparpajo,
atribuyó ese golpe de suerte a un gesto de coquetería: “rociarse el pelo y el
cuerpo con un perfume de Lanvin antes de quedarse desnuda en las duchas de
Auschwitz”. Su redentora fue Stenia, prostituta polaca, “gritona, andrógina,
cruel”, que fungía de guardiana de las prisioneras. Ojalá alguna buena
novelista o guionista rescate y explore a fondo esta escena que el idealismo
querrá sepultar. “Soy una optimista, pero no albergo ilusiones. De esa terrible
experiencia guardé la convicción de que algunos seres humanos son capaces de lo
mejor y de lo peor”.
Amón, Ruben (2017). ¿Por qué ella?. El País, Jun 30
Chemin, Anne (2017) “Simone Veil était une féministe, mais aussi une femme de son temps”. Le Monde, Juin 30
Favereau, Éric (2017). "Simone Veil une vie debout". Libération, Juin 30
FC (2017). Simone Veil sur la Shoah : "Nous n'avons pas parlé parce qu'on n'a pas voulu nous écouter”. France Culture, 30 Juin
Schwartzbrod, Alexandra (2017) “Annette Wieviorka : «Ce que Simone Veil craignait le plus, c’était la relativisation»”. Libération, 30 Juin
Veil, Simone (1974). Discurso ante la Asamblea, 26 de Noviembre de 1974. Versión completa en Español
Weill, Nicolas (2012). “La "banalité du mal", nouvel examen critique”, Le Monde des Livres, Juin 28