Publicado en El Espectador, Noviembre 29 de 2018
Brighelli, Jean-Paul (2018) “Voilà Manu, les « gens qui ne sont rien » sont venus te chercher”. Causeur, Nov 26
Luce, Edward (2017). The Retreat of Western Liberalism. NY: Atlantic Monthly Press
Mouillard, Sylvain et Gurvan Kristanadjaja (2018) "Gilets jaunes à Paris : «Ce n'est que le début de la révolte !»" Libération, 24 nov
Waintraub, Judith (2018): “Dominique Reynié : «La révolte des “gilets jaunes” est celle des classes moyennes qui se sentent piégées»”. Le Figaro, Nov 23
La subida del impuesto al combustible fue
el detonante, pero la protesta francesa escaló hasta una demostración masiva de
indignación y hastío con el régimen Macron y el establecimiento.
En un video viral, una hipnoterapeuta regaña
al presidente. “Estamos hasta aquí de los controles técnicos que desaprueban la
mitad de los carros. Eso a usted no le importa, con vehículos oficiales que nosotros
pagamos. Nadie dice nada. No podemos estar en la calle protestando: tenemos que
trabajar para pagar impuestos. Hace años promovían los motores diesel porque
contaminaban menos. Ahora, todo ese parque automotor les molesta, toca renovarlo.
¿Usted sí cree que puedo cambiar de carro? La proliferación de radares para poner
multas ya parece un bosque. ¿Qué hace usted con esa plata?”. Es la contracara del
discurso ambientalista, con dolientes cuya insatisfacción estalló por el estilo
monárquico de Macron. “Quien siembra desprecio recoge ira”, le recordaron.
Alguien propuso identificar la protesta
con el chaleco amarillo que, por ley, toda persona tiene que llevar en su
vehículo por si se vara. El movimiento se expandió y las quejas aumentaron en
número y diversidad hasta llegar prácticamente a cualquier cosa: precio de
alquileres, escasez de empleos, mengua del poder adquisitivo, deslocalización
de empresas… Una sátira en la red agregó el exceso de acné, la falta de novia o
el aborto sólo para mujeres. Todo lo que generara incomodidad, frustración o
estrés podía sumarse a este levantamiento “ciudadano y apolítico”, sin
coordinación ni liderazgo visibles, que se transformó en bloqueo de vías y
accesos a las ciudades. El transporte por carretera quedó paralizado. “Bloquear,
bloquear, sin ninguna reflexión” parecía ser la consigna.
El gobierno Macron y algunos
intelectuales quisieron desacreditar la protesta señalando que los brotes de
violencia eran impulsados desde la extrema derecha, que había criticado la decisión
oficial de restringir la manifestación en Paris al Champ de Mars.
“Esto no es sino el comienzo de la
revuelta”, tituló con el deseo Libération
citando a un radical parisino. “Es el levantamiento de una clase media atrapada”
precisó un politólogo en el Figaro. Para
encajar el fenómeno en sus guiones, un sesudo historiador lo asimiló a las
revueltas campesinas del ancient régime.
A pesar de las obstrucciones e incomodidades, la protesta ha tenido amplio
apoyo: muchos automovilistas llevan su chaleco amarillo doblado y bien visible
bajo el parabrisas, un gesto que también les sirve de passe-partout. “Si yo no fuera diputada, estaría en la calle para
decir que no estoy contenta”, declaró una parlamentaria elegida por el partido de
Macron. Las consecuencias de la protesta también son palpables. Se alcanzaron a
ver estanterías vacías en los supermercados, un ícono del desabastecimiento.
El contagioso pesismismo contrasta con
la euforia de hace tres décadas al caer el muro de Berlín. En Colombia, se
celebraba la paz con el M-19; vendría luego el “compatriotas, bienvenidos al
futuro” de un presidente negociante, demagogo, designado a dedo por la familia
de un mártir, que poco después le asestaría un alevoso golpe a la legalidad y a
la democracia con una séptima papeleta que supuestamente arreglaría el país
pero que generó nefastas secuelas que hicieron metástasis: corrupción
monumental, justicia podrida y desbarajuste institucional endémico. No todos nuestros
males provienen del conflicto y el bajo mundo: en las cumbres política, empresarial,
académica e intelectual se cometieron desaciertos por los que nadie responde y se
reincide con ingenuidad, o cinismo.
Los excesos de intervención estatal en
las relaciones sociales, económicas, laborales y familiares, que parecían
superados al desaparecer la cortina de hierro, le dieron paso a un soberano paquidérmico,
etéreo, inasible, alcabalero, entrometido hasta en las preferencias
individuales y el lenguaje, que para mucha gente ya resulta impagable, generando rechazo y desespero. Una
sociedad liberal de inmigrantes acabó eligiendo presidente a Trump, fanático de
los muros para contener flujos de refugiados que, además, recibió ayuda y admira
la manera de gobernar de Vladimir Putin. Fascismo y comunismo, monstruos del
siglo XX, se funden ahora en alianzas de burocracias monopólicas, privadas y
públicas, que cogobiernan presionadas tanto por activismos idealistas como por codiciosos
lobbies empresariales. Los paganinis son los mismos.
Quienes patalean indignados por la
arbitrariedad estatal también la emulan: bloqueando vías, decidiendo quién
circula y estropeando patrimonio ajeno fungen de autoridad caprichosa sin
reparar en los costos que imponen. Además, claman por soluciones estatales y mayor
gasto público sin saber cómo financiarlos, ni siquiera identificarlos como parte
crucial del problema. Una pregunta elemental -¿quién pagará los daños?- se considera
reaccionaria. Parafraseando a un responsable intelectual de este ubicuo malestar,
el Estado de Bienestar parece ser el opio que narcotiza a las clases medias
desarrolladas, o a quienes aspiran a serlo, como la élite universitaria colombiana,
que aún protesta sin una masa de adeptos a su causa, sin chaleco amarillo.
Brighelli, Jean-Paul (2018) “Voilà Manu, les « gens qui ne sont rien » sont venus te chercher”. Causeur, Nov 26
Luce, Edward (2017). The Retreat of Western Liberalism. NY: Atlantic Monthly Press
Mouillard, Sylvain et Gurvan Kristanadjaja (2018) "Gilets jaunes à Paris : «Ce n'est que le début de la révolte !»" Libération, 24 nov
Waintraub, Judith (2018): “Dominique Reynié : «La révolte des “gilets jaunes” est celle des classes moyennes qui se sentent piégées»”. Le Figaro, Nov 23