Las piernas y las agallas de Virginia


Virginia Vallejo relata su memorable encuentro con Iván Marino Ospina, justo antes de la toma del Palacio de Justicia. Lo describe no como los sofisticados seductores que fueron los demás comandantes sino como un crudo tropero. "A su lado Escobar parece un Adonis ... desde que me pone los ojos encima no despega de mi rostro, ni de mi cuerpo, ni de mis piernas una mirada inflamada que hasta el sol de hoy no recuerdo haber visto en otro hombre". Cuando le habla de los temblones y ella comete la imprudencia de preguntarle cómo se meten en el cuerpo esos animales, si por la boca o la nariz, él responde muy galante "devorándome con los ojos como si quisiera darme una demostración que me deje convencida". "Mucho más abajo.¡Se meten por todos los orificios del cuerpo, sobre todo los que quedan bieeen abajo! Y para las compañeras el problema es doble". Poco después ella sale, pero detrás de una puerta oye al líder del M-19 negociando el precio de la vuelta de Palacio con Pablo Escobar y averiguando si un hembrononón como ese no podría hacer parte del pago. “¿Usted de dónde la sacó tan completica? Uuyyy, hermano, como cruza y descruza esas piernas … y cómo huele … y cómo se mueve! ¿Así es en la cama?”. 

Se puede o no creerle a Virginia. A mí no se me ocurre cual podría ser el propósito de armar tales historias. La gente cuando inventa no lo hace con tanto detalle. Me han parecido tan reales, consistentes y verosímiles como las detalladas descripciones de sus escenas amorosas con Escobar, que no viene al caso reproducir, pero que llevan a añorar relatos similares de las novias del Eme con sus amados de la época. Y que hacen más creíble la información que ella suministra sobre la toma. Enamorados como esos siempre comparten secretos y expectativas.

Un punto clave es que, según Virginia, la toma de Palacio no se planeó, como pretenden sin ruborizarse los del M-19, en una especie de despacho de abogados que planean una estrategia judicial, sino entre guerreros. Los más duros del momento. No ha salido de los del Eme ningún escenario alternativo lejanamente plausible sobre cómo se planeó ese operativo.

Otro aspecto importante, es que fue su calidad de amante de Escobar, no de periodista con contactos, lo que le permitió, no sólo asistir a esa escena con Ospina sino saber, como pocas personas en el país, lo que estaba pasando el día de la toma. La conjetura acá es que las Virginias de los del Eme, que según la amante de Escobar las hubo, también deben tener información privilegiada, que no han querido compartir. 

Rigurosa o no, tal vez edulcorada, Virginia, tan vilipendiada, tuvo las agallas de escribir sus memorias, contar detalles de su romance con el Patrón y datos claves que supo gracias a esa situación. Sus colegas, calladas, nunca tuvieron la entereza de hacer explícitos sus conflictos de interés afectivos. Así, han contribuido, por defecto, a reforzar prejuicios, a idealizar a los del Eme, a que se les crean todas las inverosímiles, estrafalarias, explicaciones que han dado para sus actuaciones, incluyendo la trivialización de la toma de Palacio. Como cualquiera de sus atropellos, ese incidente crucial está pasando a la historia como una loca travesura, un lamentable error, del que ni siquiera los líderes estaban enterados. Por esa vía, se ha contribuido a estigmatizar, sacándola totalmente de contexto, la chapuza de los militares para contener el asalto. 

Con la noción de verdad, justicia y reparación tan en boga, cómo caerían de bien unas autobiografías, aún tardías. Como la de Virginia. Servirían mucho, así estuvieran plagadas de arandelas emotivas y cursis para salvar la imagen y acomodar los hechos al discurso altruísta, como han venido haciendo muy aplicados los del M-19, que se quedaron solitos contando e interpretando su historia. Es como si lo único que quedara de Pablo Escobar fueran los relatos de Popeye,  el Osito, Alba Marina y el abrazo de Juan Pablo con los hijos de Galán. 

Los reportajes que no se hicieron, las verdaderas primicias después de un cuarto de siglo, ayudarían a aclarar ese lunar tan grande de la historia del conflicto. Como contribuyó la de Virginia en el caso Santofimio. Yo insistiría, es mi conjetura clave, que en Colombia existe por lo menos una periodista respetable -por ejemplo la colega que vio al lado de Virginia Vallejo la toma- que podría corroborar que lo del juicio armado pero inocuo es pura carreta y que, entrando al Palacio de Justicia, tomando rehenes y negociando su entrega, los del Eme esperaban tomarse el poder, como los Sandinistas en el  Congreso en Managua en 1978. Para mí, y sobre eso también me podré extender, el romance de Laura Restrepo y Antonio Navarro, vigente en ese momento clave, y roto poco después, fue el indicio inicial que me llevó a ese íntimo convencimiento, imposible de demostrar, pero al que le caben varios indicios más, y algo de retórica. 

Esos relatos que faltan, escritos por gente que vivió esa toma tan de cerca como Virginia, pero que no ha contado lo que sabe, servirían además para pasar la página de un período vergonzoso del periodismo colombiano, seducido por unos rebeldes tan audaces e irresponsables como irresponsablemente idealizados y protegidos por los medios. Puestas las cosas, si no en su sitio por lo menos en uno menos oscuro, de pronto, se podría enderezar la arriesgada deriva que, como sugiere el caso de la fiscal Buitrago contra el coronel Plazas, está tomando no sólo la justicia penal contra los militares, sino el caldeado y fanático enfrentamiento en las tribunas. Palabra que tal vez sí.