Viendo la toma con Virginia

El fantasma del Palacio de Justicia aún ronda. La última aparición la hizo de la mano del testigo Villareal o Villamizar en el juicio al coronel Plazas. La cuestión no converge hacia la claridad, todo lo contrario. Las opiniones se polarizan ante unos hechos tan confusos como siempre. Nadie al margen de la investigación puede aportar algo sobre lo que pasó. En lo que sí se puede meter la cucharada es en la interpretación de los hechos conocidos. Ahí persisten imprecisiones que desafían el más elemental sentido común. La más flagrante es la de los motivos que tuvo el M-19 para la toma. No vale la pena insistir en la quema de expedientes del narcotráfico, algo ya bastante discutido. Yo me atrevo a ir más lejos para proponer como conjetura, como especulación, que aún lo de los expedientes era un co-producto. El objetivo era más simple, ambicioso y, para ellos, digno: tomarse el poder. ¿No era ese su leitmotiv, siempre vigente y en esa ocasión reforzado con una tregua rota?

En sus memorias, Virginia Vallejo, anota que “todo el mundo bien informado sabe que algunas de las mujeres más interesantes, atractivas o importantes de los medios de comunicación son novias de los comandantes del M-19 … Ninguna de mis colegas me pregunta por Pablo Escobar ni yo les pregunto a ellas por los comandantes Antonio Navarro o Carlos Pizarro". Primer indicio: mujeres informadas cercanas a, emparejadas con, la cúpula del Eme sabían lo que realmente estaba pasando. Virginia, amante educada e inteligente de Escobar, tenía claro el plan.  ¿Por qué subestimar por ingenuas a las colegas ennoviadas con los del Eme?

Para el día que marcó un quiebre en la historia del conflicto, que sigue  sin aclararse, cuenta Virginia que "el M-19 se ha tomado el Palacio de Justicia. Mi colega y yo volamos a mi suite y nos sentamos juntas frente al televisor. Lo último que se le ocurriría a mi amiga es que yo sea amante de Pablo Escobar. Y lo último que se me pasaría a mí por la cabeza es que mi compañera sea la novia de uno de los dirigentes del M-19”. Esta escena se presta para un ejercicio mental, algo como psicología hipotética ex-post.

Como cuenta Virginia, sólo por el hecho de ser amante de Pablo, ella tuvo información privilegiada sobre la toma. No es un despropósito sospechar que esa misteriosa colega, la novia del rebelde, no sólo sabía, como Virginia, lo que estaba en juego ese día sino que además, ya metiéndole suspicacia, hacía fuerza porque los del grupo de su amado coronaran. O sea que llegaran a la etapa de negociación de los ilustres rehenes. Es común eso de solidarizarse con los proyectos, así sean arriesgados, de la persona que uno quiere.

Por tratarse de una periodista, no de una vulgar guerrera, es apenas prudente pensar que la colega de Virginia deseaba que en el audaz operativo no se derramara una sola gota de sangre. Eso, además, es lo que han sostenido hasta el cansancio los del Eme. Ellos no querían una batalla, simplemente buscaban poner una demanda armada.

En Colombia, todos sabemos que lo de los retenidos es mejor que sea limpio, y se limite al puro forcejeo verbal. Algo como Turbay vs La Chiqui. Fue esa lo que acabó imponiéndose como modelo de una negociación civilizada. Así, lo deseable era que los del Eme pudieran llegar a lo que, como todos los rebeldes colombianos, sabían hacer tan bien. A la misma carreta persuasiva con la que aprendieron a sacarle el máximo jugo a un rehén. Se sabe que en ese arte, en el momento de la toma, los del Eme seguían siendo expertos. Lo mostraron luego con Álvaro Gómez.

Se puede suponer que la misteriosa colega de Virginia pensaba que sin bala de por medio, con sólo la trivial amenaza, lo de la toma, en últimas, hubiera sido un diálogo, que además era por la paz. ¿Cómo no entusiasmarse con esa loable perspectiva?

Fue tal vez por eso, estirando a tope el caucho de lo hipotético, que cayeron tan mal esos chapuzas que dizque vinieron a salvar la democracia, maestro. Cuando el plan era que la verdadera democracia, por la que tanto habían luchado los del Eme en muchos sancochos nacionales, viniera como resultado de la negociación, de la entrega a cuenta gotas de los magistrados. ¿Como no tenerle tirria a ese ejército que saboteó violentamente un diálogo? ¿Que no se detuvo para respetar la vida de los rehenes?

No importa que se requiera infinita ingenuidad, o toneladas de mala fe, o nada de sentido común, o todo eso junto, para pensar que, en manos de tan duchos extorsionistas, los magistrados iban a ser puestos en libertad sin ninguna contraprestación. Es mucho lo que logra el amor por un hombre valiente.

De este ejercicio hipotético, basado en tratar de ponerse en los zapatos de la novia de un rebelde, sale una conjetura que se puede elaborar, documentar, y amerita una entrada adicional: las alianzas del M-19 en ese momento -guerrillas, paras, narcos y milicias- les hubieran permitido, negociando rehenes pacíficamente, como en la Embajada en 1980, incrustarse en el poder. El rescate que se esperaba lograr por la entrega de los magistrados con vida no era un simple “juicio para la historia”. Palabra que no.