Julio de 2012
En las poblaciones sobre los ejes viales cerca a
Bogotá, como La Mesa o Gachancipá, en el retorno de los puentes se forman
enormes trancones. Hasta la fecha, ningún Goyeneche local ha propuesto imponer
el pico y placa como el que ya lleva varios años soportando la capital.
En el centro de Amberes, en Bélgica, un atasco que
duraba hasta la madrugada era peculiar: el tour
d’amour. Como lo describe un vecino, “a las 4am, el lugar seguía lleno de
vehículos circulando lentamente, pitando y con tipos gritándole a las mujeres
que bailaban en las vitrinas”.
En el siglo XVI la congestión en Roma la causaban
las cortesanas que salían a exhibirse en sus carruajes. “La Vía Sacra, no se
salva, ni la Vía Lata. Ellas bajan las calles, vestidas con esplendor y atraviesan
el Ponte Sisto con insolente gloria”.
Es de Perogrullo anotar que controlar el tráfico en
cualquier lugar exige un diagnóstico certero de su dinámica. El remedio
apresurado, la arbitrariedad, la evaluación amañada de los costos agravan la
dolencia, como nos consta a los bogotanos.
Para entrometerse en el comercio sexual no han
faltado Goyeneches. El entusiasmo con los eventuales logros de leyes
escandinavas les ha llevado a proponer la penalización, sancionando a los
clientes. Pretenden que se controlen locales con una herramienta supuestamente
universal. Ignoran que la prostitución en distintos lugares y épocas es tan
disímil como las causas de los trancones en Bogotá, Gachancipá, Amberes o Roma
renacentista.
Hace una década, a la congestión ruidosa de Amberes
se sumaron las mafias que traían mujeres del Este para las vitrinas. Nada
hubiera favorecido más al crimen organizado que la ilegalización. La
administración municipal decidió regular y resolvió algo más que el lío del
tráfico.
Como en muchas ciudades, la zona roja de Amberes se
consolidó alrededor de la actividad portuaria. En Amsterdam, cuando se autorizó
el comercio sexual en 1413 se justificó porque se trataba de algo “necesario en
las grandes ciudades comerciales como la nuestra”. En el puerto chino de Xiamen
se contaban a finales del siglo XIX cerca de cuatro mil burdeles.
Los marineros que pagan amores furtivos son un caso
particular del terreno más fértil para el comercio venal: hordas de solteros.
Las guerras dejan monumentales desbalances demográficos que, desde siempre, han
alimentado la prostitución. En 1189, la tercera cruzada zarpó con un barco
lleno de prostitutas. El establecimiento del servicio militar obligatorio en
Francia, en 1872, tuvo un impacto notorio sobre la actividad. Durante la
primera guerra mundial, en ciudades pequeñas como Rouen o Calais, había
burdeles con lámpara azul para los oficiales o roja para los soldados. Con la
llegada de tropas norteamericanas a Tailandia después de la segunda guerra y,
posteriormente, con el conflicto de Vietnam, la venta de sexo se disparó. En
Saigon el número estimado de meretrices pasó de 10 mil en 1968 a casi 100 mil
seis años más tarde. Los centros R&R (Rest
and Recreation) florecieron para atender cerca de un millón de gringos.
Incluso en España, las “actividades de los soldados del Tío Sam se
materializaban en un extenso florecimiento de lupanares allí donde ponían su
delicada bota”. Algo similar debe estar ocurriendo por Tolemaida.
No siempre la demanda masiva por servicios sexuales
ha sido castrense. En el siglo XIII en Paris había edificios en los que
convivían armónicamente profesores y alumnos en los salones de clase y
dormitorios con prostitutas en los locales a la calle. Por la misma época, los
beneficios del burdel oficial de Toulouse se los repartía el municipio con la
universidad. Actualmente la preferencia por hijos varones y los abortos
selectivos en el Asia, han llevado a un inmenso superávit masculino que
constituye el principal combustible del mayor mercado de sexo del planeta.
Grandes movimientos migratorios también han
favorecido el comercio venal. El boom
paralelo a la industrialización europea que afanó a los higienistas estuvo
precedido de una gran concentración urbana de jóvenes campesinos. La fiebre del
oro atrajo a California hombres solteros de todo el mundo que llenaban los
prostíbulos.
Los lugares que bullen en hormonas masculinas, y
sólo esos, favorecen el tráfico de mujeres para atenderlos. Hacia 1870 los burdeles
de San Francisco compraban jóvenes chinas por unos cien dólares para
condenarlas a la esclavitud, con una esperanza de vida en la actividad de tan
sólo seis años. El término trata de
blancas se acuñó para el flujo de mujeres, sobre todo polacas, que llegaban
a Buenos Aires para atender inmigrantes europeos.
El tráfico de mujeres no ha sido exclusividad de
las mafias. La reputación de Nueva Orleans como centro de prostitución de
calidad surgió de los envíos que las autoridades francesas hacían con quienes
caían en las redadas de la metrópoli. El savoir
faire llegaba al nuevo mundo. Australia se colonizó con una extraña mezcla
de convictos y prostitutas deportados por la corona inglesa. Un caso
paradigmático de trabajadores inmigrantes, militares y turismo sexual con apoyo
oficial es el de Curazao, en donde el gobierno holandés estableció en los
cuarenta el prostíbulo Campo Alegre.
La tolerancia que existe en Las Vegas se debe a los
mineros, el segmento más influyente de la población en sus primeros años. En
Butte, Montana, la venta de sexo siempre fue ilegal, pero en los años treinta
un oficial de policía admitía que “tenemos que tolerar la zona roja. Butte está
llena de mineros jóvenes y vigorosos, que no son casados y no pueden vivir sin
mujeres … Tuvimos que ignorar la prohibición”.
El comercio sexual bajo exceso de mujeres es
diferente. El reverso de los soldados en las trincheras son novias o esposas
sólas en sus hogares. Algunas urbes concentran inmigración femenina. La
prostitución se confunde entonces con oficios precarios como el de sirvienta,
camarera o copera y es el último eslabón de una cadena de arreglos informales
de pareja con los que se compite por varones escasos. Los traficantes sobran.
La reina del cabaret de sitios con alta masculinidad se convierte en la pobre
empleada acosada sexualmente por patrones con ínfulas de sultán y despreciada
por sus congéneres. Es el ambiente propicio para que sean perseguidas, tal como
ocurrió después de los episodios bélicos en las ciudades europeas, en los
inicios del feminismo en Inglaterra y en los años cuarenta en los EEUU.
En Colombia han coexistido los dos tipos de
comercio sexual, que se refuerzan. También hay una dinámica exportación y más
recientemente unos polos de atracción turística. A la situación típica de
inmigrantes campesinas que se ofrecían en las urbes se han sumado zonas de
frontera, explotación minera o conflicto semejantes al lejano oeste. A
principios del siglo XX en algunos barrios de Bogotá se contabilizaban el doble
de mujeres que de hombres; en Medellín el grueso de la fuerza de trabajo fabril
era femenina. La vinculación al servicio doméstico o los internados en las
fábricas fueron un escenario propicio para la entrada clásica al oficio:
seducción y abandono. La demanda estaba garantizada.
Las
prostitutas europeas y cuarentonas que llegaron a principios de siglo al
país no encajan en la vision victimista contemporánea. La Violencia, luego
guerrillas y paras provocaron migraciones y desbalances demográficos regionales
que mantuvieron ese legado. El narcotráfico, con la colosal riqueza de usuarios
intensivos, indujo a su alrededor una pujante industria de servicios sexuales.
La llegada a España y Holanda de colombianas de
veinte añitos, muy independientes de chulos, antecedió en cerca de tres décadas
el reciente flujo migratorio hacia Europa. Muchas de ellas se casaron con
clientes y algunas con sus patrones, sentando las bases para reclutar en sus
sitios de origen las nuevas generaciones de embajadoras colombianas en el oficio.
Las supuestas mafias son redes de amigas, vecinas y familiares.
El panorama de la prostitución es complejo. En un
país que ha pagado con sangre las prohibiciones moralistas, y tan proclive a
las mafias, sería irreponsable tratar de emular lo que se hizo en Suecia. Ni
siquiera algo tan sencillo de entender como el tráfico automotor es fácil de
intervenir, ni se sabe quien acabará perjudicado. En los lugares aledaños a
Bogotá los comerciantes se benefician con los trancones de fin de semana.
Podría haber incluso alguna prepago pueblerina que por fin se esté levantando
al chofer que la sacará de allí para empezar una nueva vida.