Agosto de 2012
Como Valérie Thasso, María deja claro que estuvo enganchada
a la promiscuidad. "Por cerca de diecisiete años viví como un fuego, pero en
ningún momento fue por el dinero. Lo hice por nada. Yo vivía con mis padres,
pero a los doce años me fui de la casa
... No perdí mi virginidad cobrando, siempre me negué a recibir lo que
querían darme. Estuve con el mayor
número de hombres que pude conseguir. Lo que yo hice, lo hice por un deseo
insaciable. Para mí esa era la vida". Cuenta cómo, por pura curiosidad, se
unió a un grupo de hombres que zarpaban en un barco. "Ví algunos jóvenes,
unos diez, parados en el muelle, con cuerpos atractivos y pensé que era justo
lo que yo quería. Como de costumbre, sin ninguna vergüenza, les dije 'llévenme
a donde vayan, no dejaré de ser lo que soy por ustedes'. ¿Qué decir sobre lo
que ocurrió en aquel barco? Llegué a convencer incluso a los que no querían. No
hubo ningún tipo de perversión que no les enseñara".
Las citas son de una traducción de la Vida de Santa María de Egipto escrita por Sofronio, patriarca de
Jerusalén. La historia se transmitió en los círculos monásticos desde el siglo
VI. Al llegar a Jerusalén con los peregrinos embarcados en Alejandría, María
continúa con la vida promiscua hasta su súbita conversión. Con un trozo de pan
y unas monedas se va para el desierto en donde permanece muchos años hasta que
un monje, Zosimas, la encuentra por casualidad, oye su historia y le da la
comunión. Luego volverá para enterrarla.
Pelagia era una reconocida actriz de Antioquía. Un día pasa con
sus acompañantes y su servidumbre, ataviada con lujosos ornamentos -y poco más
que eso- frente a un grupo de monjes cristianos reunidos en un recinto abierto.
Todos los religiosos evitan mirarla salvo el obispo Nono que no le quita los
ojos de encima. "¿No los deleitó semejante belleza? A mí me dejó
fascinado". Hace un paralelo entre la cortesana que invierte todo el
tiempo en el cuidado de su apariencia para satisfacer a sus amantes y el tibio
cristiano que dedica tan sólo unos minutos al día para que su alma luzca bien
ante Cristo. "Deberíamos convertirnos en discípulos de esta mujer
lasciva".
Días después la actriz llega a la iglesia en el momento del
sermón de Nono. Queda tan seducida por sus palabras como él por su figura. El
relato menciona el "delicado tema del amor que surge entre ambos".
Ella le escribe y lo busca pues "existe la posibilidad de que sus manos
puedan salvarme". Él, reconociendo su debilidad, le pide que no trate de
tentarlo. De todas maneras se reúnen y él la bautiza. Una vez convertida,
Pelagia le pide un atuendo de hombre y se escapa por la noche para el desierto
sin que nadie más lo sepa. Años más tarde, cuando el diácono Santiago se dirige
a Palestina, Nono le pide que visite a Pelagio, un ermitaño eunuco. Santiago
llega a la celda del solitario cuando acaba de morir. Sólo en las preparaciones
del entierro se da cuenta que el ermitaño venerado por su austeridad y sus
oraciones era en realidad Pelagia.
Thais era una bella y rica prostituta, tan popular que sus
amantes se peleaban por ella. Pafnucio, un patriarca de Egipto queda intrigado
con su fama. Vestido de civil va a visitarla y le habla. Ella queda tan
impresionada con sus palabras que quema todos sus vestidos y lo sigue al desierto
en donde él la deja encerrada en un convento de clausura para dedicarse a la
oración. Años más tarde, cuando el monje recibe la señal de que Thais ya ha
sido perdonada va a su celda pero ella ya no quiere salir. Dos semanas después
muere.
Se cree que Thais es la misma Paesia que al morir los padres
convirtió su casa en hospicio. Con el tiempo los recursos se agotaron y empezó
a enfrentar serias dificultades económicas. Algunos hombres se aprovecharon de
su situación y la indujeron a la prostitución.
Abraham, otro asceta
del desierto, crió a María su sobrina huérfana desde niña. A los veinte
años un monje se enamora perdidamente de ella. Por varios meses le hace
veladamente la corte hasta que logra entrar en su habitación. El turbado
religioso se abalanza sobre ella y prácticamente la viola. Atormentada por su
eventual responsabilidad en el incidente, María huye desesperada y se vuelve
prostituta. Años más tarde, Abraham disfrazado de militar la saca del burdel y
la convence de que vuelva al desierto en donde vive arrepentida hasta su
muerte.
La más conocida de las prostitutas convertidas del
cristianismo es María Magdalena. Según una de las versiones de su vida, se
trata de la hija de una familia noble y rica que vivía en el castillo de
Magdala. La menor de tres hermanos, María estaba prometida a San Juan
evangelista. Era en su honor que se celebraban las bodas de Caná. En aquella
ocasión, Juan deja a su novia para seguir a Jesús y ella, por puro
resentimiento, se vuelve meretriz.
En la tradición cristiana la preocupación por las
prostitutas ha sido algo más complejo que la condena de las conductas de
algunas mujeres. Hay despechadas, promiscuas que ni siquiera cobran, abusadas,
confundidas. Se aborda el tema de los romances furtivos entre extraños o la
faceta violenta de la seducción. Resulta paradójico, y revelador del
oscurantismo contemporáneo, que en estas historias de hace dos milenios los
caminos hacia la prostitución sean
más sutiles e impredecibles que el trillado escenario de la miseria y la esclavitud
al que se intenta actualmente reducir uno de los fenómenos más complejos e
intrigantes de cualquier época. Pero más interesante aún que esta visión
universal, atemporal y heterogénea del sexo venal es el auditorio al que iban
dirigidos los relatos cristianos, que son una extraña mezcla de biografía,
literatura erótica y manual de auto ayuda. Los lectores de las historias de las Marías eran los monjes,
los mismos ascetas que, con frecuencia disfrazados de clientes, buscaban
redimir a las mujeres que ofrecían su cuerpo.
Las Marías, Pelagia y Thais son parte sustancial de una
literatura monástica que desde el siglo cuarto fue contada, repetida y adaptada
fundamentalmente para los monasterios. La elección de la castidad como sistema
de vida fue lo que dio origen a estas historias que, según Benedicta Ward, una
recopiladora, reflejan dos hechos fundamentales. El primero es el
reconocimiento de la fuerza del deseo sexual en la experiencia humana. El
segundo es la conciencia de que ese deseo juega un papel central tanto en la
pareja como en la vida célibe con votos de castidad, y que debe ser
domesticado. Es factible que un monje mantenga la castidad controlando sus
impulsos, pero se requiere un enorme esfuerzo. La virginidad, dice esta
tradición, se restaura con lágrimas.
En la actualidad el interés y la curiosidad por la
prostitución casi desaparecieron. En una época en la que la política pública
depende supuestamente del conocimiento detallado, sistemático y científico, en
el tema del comercio sexual es prácticamente imposible encontrar el afán por
entender e informarse que mostró el monje Zosimas ante el relato de María de
Egipto. “No me ocultes nada de tu vida, cuéntamelo todo … Habla, no interrumpas
el ritmo de una narración tan benéfica”.
A diferencia de los ascetas que, con morbo de confesor, se
esforzaban por conocer todos los detalles de la vida de las prostitutas que
buscaban convertir, hoy por hoy la función redentora la asumieron personas
iluminadas a quienes poco les interesan las visicitudes de una actividad de la
cual están logrando extirpar hasta su médula, las relaciones sexuales.