Septiembre de 2012
Alexandre
Lacassagne (1843-1924) fue un toxicólogo y médico legista francés. Promotor de
la antropología criminal en la línea de Lombroso, se especializó en el estudio
de los tatuajes. Dos de sus discípulos, Le Blond y Lucas, se interesaron por
los de las prostitutas. Aunque común en ciertos grupos masculinos de la época
–militares, marinos y criminales- la práctica era excepcional entre mujeres. Se
consideraba “un indicio nefasto sobre la moralidad del sujeto”.
Luego de
analizar los dibujos que calcaron directamente de la piel de unas treinta
prostitutas, Le Blond y Lucas identificaron dos circunstancias que llevaban a
esas mujeres a marcar sus cuerpos. La primera era cuando bajo la influencia de
un individuo también tatuado y “jurando amor y fidelidad eterna” se dejaban
grabar el nombre o las iniciales por el mismo amante. La segunda, menos
frecuente, era al sucumbir ante la retórica y el álbum de muestras de un
tatuador profesional en algún café.
F.,
antigua lavandera “desviada de sus funciones” a los 18 años, había inscrito en
su brazo derecho “amo a mi pequeño hombre. Amada P.L.V.”, sobre dos espadas que
indicaban que el elegido era un militar. P.L.V. (Pour La Vie) eran iniciales muy comunes. El mismo tatuaje sirvió
para sobreponerle luego otro nombre. Posteriormente F. tuvo que recurrir a su
brazo izquierdo para el “amo a G.Martin”, también “para toda la vida”.
L.,
costurera y mujer pública desde los 19 años, tenía dos corazones en su brazo
derecho, adornados con flores y palomas sosteniéndolos, bajo un “están unidos para toda la vida.
Alphonse B”. Inscripciones similares se repetían, a veces con algún símbolo
trágico como un puñal, que indicaba que una separación sería terrible.
En su
estudio sobre la prostitución en Paris, Alexandre Parent du Châtelet señala que
algunas mujeres eran expertas en borrar tatuajes para poder escribir el nombre
de su nuevo amante. “Pude constatar la existencia de 15 cicatrices sobre los
brazos, el cuello y el pecho de una joven que sólo tenía 25 años”.
Las
aventuras amorosas de prostitutas con sus clientes no son una peculiaridad de
estas francesas que dejaron constancia en su piel. Han sido recurrentes en
varios lugares y épocas. Los samurais exigían de las tayu, mujeres entrenadas para ser amadas pero esconder sus
sentimientos, pruebas de amor más contundentes que un tatuaje, como arrancarse
una uña o incluso cortarse un dedo delante de ellos. A finales del s XVII hubo
en el Japón prácticamente una epidemia de hara-kiris
dobles de prostitutas con sus clientes. En los reglamentos a veces minuciosos
de los burdeles ha sido común la prohibición de establecer relaciones
sentimentales, un indicio inequívoco de que se dan. Patricia, travesti “preceptora de la ética de burdel” en Barranquilla
hace unas décadas le daba como consejo clave a sus pupilas, las collas, nunca “llorarle a un cliente en
parranda” sobre sus desengaños amorosos en el oficio. En la misma arenosa, en El Palo de Oro, el bolero que más le
pedían a Celio González “las putas emocionadas que cantaban en coro” era Total, si me hubieras querido.
En una
encuesta que hicimos en el Externado a 250 prostitutas de Bogotá en el 2008,
cerca de la mitad admitió haber tenido una relación estable (51%) o haberse
enamorado alguna vez de un cliente (48%).
Entre las veteranas, la proproción alcanza casi tres de cada cuatro.
Existe en el oficio un sistema de fidelización cuyo segundo nivel es el cliente
especial, seguido del amigo, del novio, después del amante y por fin del
marido. “Después de hacer muchos servicios con el mismo tipo, es muy frecuente
que surja una amistad” precisa Bruna, escort carioca.
Sophie
Day, en una detallada etnografía de prostitutas en Londres, encontró mujeres
que hablaban de “una variedad de arreglos en los cuales el sexo ha sido fuente
de placer, amor y largo alcance”. Una de ellas, Olivia, opinaba que con sus
clientes regulares era más viable establecer una relación sólida que con
quienes no sabían nada de su oficio. Pensaba que su sugar daddy era más marido que el hombre que había sido a
intervalos su esposo, su ex y su coinquilino.
Es
frecuente que con el marido se tengan hijos, y que esa sea una eventual salida
de la actividad, tal vez la más buscada. Si la nueva vida no cuaja, se retorna
al mercado para volver a intentarlo en un ciclo de ilusión, desencanto y
reincidencia similar al de las francesas con sus tatuajes.
Incluso
en un segmento pragmático y empresarial de la actividad como las prepago de
lujo se percibe el rastro de esa atávica inclinación. “Siempre hay que meterle
algo de sensibilidad, algo de corazón al rollo, porque si no, no tiene gracia y
termina siendo eso: acostarse simplemente por plata … Quiero conocer a alguien
con quien formalizar el cuento de la familia y eso. Hacia eso voy, básicamente
en la vida”, confiesa Paula O, una paisa instalada en Bogotá.
Nicole
Castioni, juez asesora del Tribunal Criminal de Ginebra, antigua diputada al
parlamento en la misma ciudad y candidata este año en las elecciones a la
Asamblea Nacional Francesa, cuenta en su libro Le Soleil au bout de la nuit que antes de esa exitosa carrera vivió
cinco años como Gisele, ofreciendo su cuerpo en París. Pudo escaparse de la
prostitución gracias a una hepatitis que la obligó a volver por varias semanas
a la casa de sus padres en Suiza. Allí también se desenganchó de la cocaína que
consumía desde joven. Al recuperarse y buscar trabajo se dio cuenta que ganaría
en un mes lo que antes se hacía en un día. Estudió derecho y forjó a pulso una
carrera. Varios años después de retirada de los andenes, pudo comprobar lo
tenaz que es la búsqueda de enamoramiento –o mínimo de una buena alianza- en el
oficio. "Quise volver a Saint-Denis, saber de mis antiguas compañeras.
Muchas de ellas seguían allí y vinieron a hablarme. Estaban convencidas de que
me había casado con un hombre rico. Cuando supieron que era diputada y juez
asesor me hicieron el vacío. Eso era traicionarlas mientras que la boda con un
millonario no, la boda era el final feliz de un cuento".
Si un
romance puede ayudar a retirarse, al menos temporalmente, otro con quien no
toca es a veces la puerta de entrada a la prostitución. Así le ocurrió a Nicole
Castioni. Bastante joven se escapó de su casa -donde sufrió abusos por varios
años por alguien cercano a la familia- para reunirse con Jean-Michel, de quien
estaba profundamente enamorada. “Él me hacía regalos, me llevaba a hoteles de
lujo, viajábamos en Ferrari”. La primera vez que su amor le pidió que se
acostara con otro fue como un favor, para pagar una deuda. Nicole ya consumía
cocaína. Luego, “alternando obsequios, golpes y droga, me hizo saber que iba a
trabajar en Saint-Denis, que su madre tenía un apartamento allí y que yo iba a
acostarme con los clientes en ese lugar".
Es
indispensable aceptar la posibilidad del enamoramiento para comprender no sólo
todas las vías de entrada o salida de la actividad sino sobre todo otro
capítulo: el de los misteriosísimos vínculos de algunas prostitutas con sus
chulos. "Yo me prostituí por amor”, concluye Nicole. Agrega que “entonces
la prostitución era un pequeño negocio pero hoy tiene mucho que ver con el
tráfico de drogas y el de armas".
Algo ha
cambiado el sentido de los tatuajes con respecto a los analizados por los
discípulos de Lacassagne. Hace unos meses la policía española desmanteló una
red de rumanos que marcaban en sus muñecas a las mujeres con un código de
barras y el monto de la deuda contraída con la organización “como señal de
identidad y certificado de propiedad”.