Publicado en El Espectador, Noviembre 9 de 2017
Gracias a Linda María Cabrera de Sisma Mujer por la información sobre el desarrollo del proceso contra Páramo.
El acoso
sexual es casi imposible de sancionar por la falta de pruebas. Los escándalos
recientes indican que eso se
podría solucionar.
Stella
García, contratista de una entidad distrital, fue acosada sexualmente por
Camilo Páramo, ejecutivo de la misma oficina. El relato del incidente en la Sentencia
T-265/16
de la Corte Constitucional es escueto. Días después de anunciarle que la quería
apoyar laboralmente, y tras haber cerrado la puerta de la oficina a donde la
había llamado, Páramo “se baja la cremallera del pantalón y saca sus genitales
y me pide que le haga sexo oral… de una vez me dice que pasara al baño… me hace
una señal diciéndome que no responde lo que me va a pasar, yo abrí la puerta y
salí de la oficina”.
Tras el
percance, el viacrucis. La afectada buscó desesperadamente alguna instancia que
sancionara a Páramo. Presentó quejas y mandó copia a cuanta entidad pública se
le ocurrió. Además de largo e inoficioso, el periplo tuvo ribetes insólitos,
como exigirle la historia clínica -“consultas médicas de sicología y/o
psiquiatría efectuadas en los últimos 18 meses”- negarle sus pretensiones porque
el incidente no había ocurrido en el marco del conflicto armado –¿acoso como
arma guerra?- y no reconocerla como sujeto procesal.
La
Procuraduría absolvió a Páramo por “duda razonable” ante la “ausencia de
testigos durante el hecho de violencia sexual”, como si no fuera esa, precisamente,
la limitante inherente al acoso. Del relato de los hechos, por la tranquilidad
y el descaro del agresor, se puede deducir que era más reincidente que
principiante. Fue un hombre canchero, curtido, cuyo desparpajo indica un
historial de faenas exitosas.
Si antes de
acudir a la justicia Stella García hubiera mandado un correo a todas las
mujeres eventuales víctimas de Páramo, tal vez habría logrado reunir varios
testimonios. Fue esa dinámica de cascada la que terminó hundiendo
profesionalmente al productor de cine Harvey Weinstein, y que acabará
metiéndolo en serios líos penales: ante las denuncias de 14 mujeres que,
después de un testimonio inicial, dicen haber sido violadas por él, sumadas al
casi centenar por acoso, la policía de Nueva York afirma que puede armar un sólido
proceso criminal contra el ex gurú cinematográfico, y arrestarlo. De forma
menos masiva, otros casos mediatizados de acoso también tuvieron el mismo
efecto: provocar una cadena de denuncias.
Tras el
escándalo Weinstein, la actriz Alyssa Milano invitó a las víctimas de ataques
similares a manifestarse por redes sociales reproduciendo el hashtag #MeToo. Se estima que varios
millones de mujeres alrededor del mundo respondieron. Ante eso, Claudia
Palacios anunció el “ocaso del acoso”. Arlene Tickner señaló que la estrategia
creaba conciencia sobre la dimensión epidémica del problema pero que “su
alcance transformativo puede ser bastante reducido”. Yo agrego que,
específicamente, tales acciones no le hacen cosquillas a tipejos como Camilo
Páramo quien solo gracias a la tenacidad de Stella García y Sisma Mujer terminó
exilándose para evadir la acción de la justicia.
También por
un cúmulo de quejas, Michael Fallon, ministro de defensa británico, tuvo que
renunciar. Admitió que su comportamiento pasado había estado “por debajo de los
altos estándares requeridos”. Otros siete diputados conservadores están siendo
investigados. Curiosamente, “todo empezó con una lista con 40 nombres que
circuló por los mentideros de Westminster, recopilada anónimamente y sin
contrastar, que mezcla rumores de comportamiento inapropiado y acusaciones de
agresiones sexuales graves”. En algunas sociedades, los chismes aún producen
vergüenza y renuncias políticas, aún sin paparazzi.
Con un
pequeño esfuerzo adicional, el murmullo puede abrirle paso a testimonios
formales que, sumados, dejan de ser débiles y anónimos para hacerse solidarios
y contundentes en procesos judiciales robustos. Sofisticando el #MeToo, unas
pragmáticas inglesas, Mujeres Laboristas Anónimas, montaron el sitio web LaborToo para que sus compañeras compartan
“confidencialmente sus quejas sobre abusos sexuales, acoso y discriminación”.
Este procedimiento para acopiar testimonios protege la identidad de las
denunciantes mientras atrae a otras. “Habrá muchas más víctimas que se
atreverán a contar sus historias en los próximos días y semanas” predijo una
persona cercana al actor Kevin Spacey, acusado por un colega de haber abusado
de él cuando era menor de edad. El teatro londinense donde Spacey trabajó
durante más de una década abrió una línea especial para las denuncias.
Sería
ingenuo suponer que en Colombia los acosadores son siempre oficinistas grises,
desconocidos y burdos como Páramo. Debe haber “ricos y famosos”, encantadores
con largo historial, que ahora deberán cruzar los dedos para que no les estalle
el escándalo detonante, ni les monten buzones virtuales de quejas anónimas.
Ojalá que, por defender la intimidad y el buen nombre de los poderosos, el
mismo legalismo que precluye una demanda de acoso por falta de pruebas no vaya
a vetar esa eficaz astucia.
Gracias a Linda María Cabrera de Sisma Mujer por la información sobre el desarrollo del proceso contra Páramo.
AFP (2017). “La actriz Paz de la Huerta asegura que Harvey Weinstein la violó dos veces”. El País, Nov 3
Alonso, Nicolás (2017). “La policía de Nueva York recaba pruebas para arrestar a Harvey Weinstein”. El País, Nov 3
Boboltz, Sara (2017). “Other Men Come Forward With Harassment Allegations Against Kevin Spacey”, The Huffpost, Nov 1