Publicado en El Espectador, Noviembre 2 de 2017
A pesar de haber nacido hombres y conservar
sus características masculinas básicas, las mujeres trans pretenden asemejarse
a quienes siempre lo fueron.
En las cárceles femeninas acosan sexualmente;
cual pandilleros, matonean a supuestas congéneres; imaginan que les llega la
regla, sueñan con un embarazo y al tener sexo entre ellas se declaran lesbianas.
Semejantes alucinaciones indignan a feministas nacidas mujeres que ahora son
etiquetadas TERF (Trans Exclusionary Radical Feminist) por el activsimo trans. El
rifirrafe está candente, y va para largo. El Comité Olímpico Internacional, la
sexología, cualquier disciplina biológica o médica les daría la razón a las féminas
naturales; incluso el mercadeo lleva a la misma conclusión: LGBT es una ficción.
L, G y T son mundos aparte.
“En los ochentas hubo siete bares de lesbianas.
Uno a uno han ido cerrando”, anota una ejecutiva de San Francisco, California. Algunos
lo intentaron, pero pretender una clientela uniforme ya no es factible.
Entretanto, en la misma ciudad, los bares gais funcionan a tope.
También en California, una diferencia crucial
entre parejas homosexuales es que el 32% de lesbianas tienen hijos, mientras para
gais el porcentaje es casi la quinta parte. No abunda información sobre mujeres
trans pero la cifra debe ser aún menor. La prostitución T alcanza máximos
históricos en el mundo. Una representante, Yvonne, tras seis años viviendo con
Fabián, antiguo cliente, anota: “uy, a mí no me gustan los niños, eso para mí
no es”.
“Las parejas de lesbianas son menos urbanas
que sus contrapartes gais, que tienden a localizarse en áreas con mayor
concentración de personas en su misma
situación” señala el Gay and
Lesbian Atlas. Mientras que el estado norteamericano
con más densidad de parejas gais es California, para las lesbianas el sitio
preferido es el bucólico Vermont. El Valle de las Muñecas, idílico paraje
sabanero, es un equivalente femenino de Chapinero Alto, barrio gay bogotano. Muchas
mujeres trans están aún más concentradas, en hoteles de la zona roja.
El único negocio para lesbianas que ha
sobrevivido en San Francisco es Olivia, una agencia de viajes que ofrece cruceros. “La compañía, con música y viajes,
reunió mujeres que de otra manera nunca se habrían conocido” dice orgullosa su
presidenta, tal vez TERF. Al entablar una relación, el viaje en barco por
varios días es para una lesbiana equivalente a pasar un rato por un bar gay. Un
crucero sería el “cruising” a
otro ritmo.
Las agencias de publicidad sospechan que el
nicho LGBT es fundamentalmente G. La editora de Curve Magazine, una de las escasas revistas lesbianas, pidió que
dejaran de pautar con fotos de parejas de hombres, supuesto equivalente de las lesbianas
en las revistas masculinas. On our backs,
publicación adulta lanzada en
medio de la “guerra del sexo” entre dos vertientes del feminismo, desapareció
en papel en el 2006 para volverse sitio virtual de encuentros. El comentario de
una lectora en Amazon sobre una recopilación de sus relatos eróticos es
diciente: “las historias se interrumpían apenas empezaba lo bueno. Lo erótico no tiene por qué ser pornográfico, pero
¡al menos finalicen las escenas de sexo!”, una objeción inaplicable al porno T.
El problema para un mercado lésbico
focalizado se deriva de cómo definen ellas su sexualidad y determinan su
comunidad. Las encuestas en EE.UU. muestran sistemáticamente que son más
numerosas quienes se identifican como bisexuales que como lesbianas. Otras
simplemente rechazan cualquier rótulo y se consideran primordialmente mujeres,
actitud a años luz de las trans que proclaman y exhiben a los cuatro vientos su
nueva identidad.
En 2002, Mónica, dueña del Bar Dos Lunas, sólo tenía conocimiento
de otros dos bares bogotanos de lesbianas. Todos habían fracasado, como en
California. Guillermo de la Torre opina que ellas “tienden más al gueto. Son
menos sociables, menos identificables”. Admite que él no frecuenta bares pues está emparejado y “son más para
levantes”. Édison Ramirez, zar de la vida
nocturna gay estima que había “entre bares, cafés y discotecas, unos 65
sitios”. Eso sin contar que “Bogotá pasó de tener dos saunas, a tener trece: más que Nueva York”. Ante esta proliferación
de sitios gais, “de lesbianas creo que sólo hay dos o tres, no más”. Confirma
las dificultades para atender esa clientela: “el hombre gay es muy físico;
ellas son más sentimentales; en ellas no predomina la fuerza de la atracción
física”. Un poco la antítesis de las mujeres T.
Volviendo a las TERF, sería interesante saber
qué proporción de lesbianas, o de mujeres, se identifican con una trans. Como
la empatía requiere algo de similitud, conjeturo que ese porcentaje es bien
bajo, una hipótesis que el activismo LGBT no aceptará contrastar. Pero la artificial
y precaria alianza comienza a hacer agua por las grietas de la incoherencia.
Buchanan, Wyatt (2006) “Marketplace finds lesbians an attractive, but elusive, niche”. The Chronicle, September 7
Cassell, Heather (2010). “Publisher sells SF-based Curve magazine”. ebar.com, Oct 10
Celis Albán, Francisco (2002). Colombia erótica. Bogotá: Intermedio
Celis Albán, Francisco (2002). Colombia erótica. Bogotá: Intermedio
Gates, Gary & Jason Ost (2004). “Facts and Findings from The Gay and Lesbian Atlas”. Urban Institute
Gómez, Juan Sebastian (2012). “Camas vacías”. Historias de Asfalto
Riese (2010) “What Does a Lesbian Sex Magazine Look Like?”. NSFW Sunday, April 18
Taormino, Tristan (1998). “In the lesbian sex wars, the 'pro-sex' contingent came out on top. So where's the porn?”, The Boston Phoenix