Publicado en El Espectador, Octubre 26 de 2017
María fue célebre
como anfitriona de un programa de entrevistas en televisión. Nadie sospechó que
sufría maltrato severo en su hogar.
Rompió su silencio
públicamente en 2004. “Quienes hemos estado expuestas debemos hablar”. Lloró
desconsoladamente, se sintió avergonzada. Sólo su hermana sabía lo que pasaba,
sin poder hacer nada. Dos años antes, María había acudido a la justicia. Ya
estaba separada, pero una conversación telefónica con su ex esposo fue tan
amenazante que temió por su vida. En la comisaría de familia contó que el gran
amor de su vida, el padre de sus hijos, la maltrató durante diez años. Estando
embarazada, la golpeó hasta hacerle perder el sentido. Podía agredirla por algo
tan nimio como darle al hijo comida “inadecuada”. El resumen de la denuncia –de
ocho horas- señala que "el abuso físico ha empeorado con el tiempo y se ha
vuelto más intenso. Por ejemplo, si NN (el compañero) bebió alcohol, los golpes
estarán a la orden del día. Ella nos cuenta que aprendió a eludir ciertas
situaciones para evitar la furia y los golpes de NN".
El agresor fue
arrestado y condenado por malos tratos, pero María piensa que es difícil romper
la dinámica sin comprender lo que pasa. Según ella, se trata siempre de eventos
insignificantes que nadie denunciaría pero que conducen a otros más serios.
“Pienso que muchas mujeres se identifican conmigo. Encuentras a alguien que
parece tu gran amor. Todo es increíblemente divertido, y tú eres tan complicada”.
En medio de esa maravillosa etapa, “él se pone celoso porque tenías demasiado
cerca a otro hombre en una fiesta… Yo no entiendo lo que te molesta, pero ok,
si eso es tan importante para ti, me adapto”. A partir de allí, él no quiere
que ella vaya a ciertas reuniones, porque los asistentes “pueden pensar que es
muy sexy”.
Llega el día en que
“realmente quieres ir a esa reunión, son solo dos horas por la tarde. Tras la
primera batalla, no lo percibes. No te sientes una mujer golpeada, tirada en el
suelo y destrozada. Pero el proceso ha comenzado”. El hombre sale de casa, y vuelve
acongojado, con un enorme ramo de rosas. “Será un ciclo. Hombro, rosas, golpe, rosas,
puños, rosas”. Al final, María acabó detestando las rosas, no las recibió más.
Pero el abuso continuó, y la pasión retornó a menudo. La relación fue
tormentosa. María tiene temperamento fuerte. Algunas veces se atrevió a
devolver el golpe, aunque siempre sintió que estaba en desventaja. Lo peor era
la angustia por cometer errores, por no saber cuándo sería la próxima vez. Supo
que no era la primera en soportar a ese tipo. La justicia llamó a declarar a
una ex novia y contó que años atrás fue golpeada por NN: le rompió el pómulo y
terminó en el hospital.
“Sus celos y deseo de
control siempre estuvieron presentes”, anota María. En una ocasión la acusó de
haberle sido infiel con un personaje muy conocido. Le dio varios puñetazos. Las
batallas no eran tan frecuentes como los insultos sexuales: “maldito coño”,
“puta desgraciada”. Los niños presenciaban lo que pasaba, veían y oían todo. Sin
embargo, por el bien de ellos, María guardó silencio. Pensó que era un buen
padre. Aún no entiende cómo soportó ese calvario por tanto tiempo.
Siendo más violenta,
esta historia es similar a la de Diana
-una bogotana constantemente supervisada por su marido- cuyo testimonio está
resumido en la sentencia T 697/14 de la Corte Constitucional. En ambos casos,
se trata de parejas educadas, profesionales, y corroídas con un patrón similar:
un celoso enfermizo, probablemente infiel, que en algún momento duda de la
paternidad de sus hijos, que le reprocha a la esposa una supuesta sexualidad
descontrolada, la insulta, la golpea, y ella se adapta. María podría ser otra
de las tantas colombianas o latinoamericanas que sufren una cultura en extremo
machista, plagada de taras patriarcales.
Lo desconcertante es
que María Carlshamre viviera su drama en Suecia -sociedad con equidad de género
ejemplar, en todos los ámbitos- y que las agresiones sufridas en su hogar no
sean excepcionales, como ella misma sugiere. La información disponible lo
confirma, para todos los países escandinavos. La llamada “paradoja nórdica”
–indicadores insuperables de igualdad con violencia contra la mujer más aguda
que en el resto de Europa- sorprende a todo el mundo: burocracia, ONGs,
feminismo y academia. La obsesión por la dimensión histórica y política de las
relaciones de pareja, el afán por atribuír todos los problemas al patriarcado,
ha silenciado el factor más protuberante en la vida cotidiana de María, Diana y
millones de mujeres en el mundo: celos patológicos de su compañero, que no son
normales ni podrán mitigarse ignorándolos.
Alvarez, Lizette (2005). “Sweden faces facts on violence against women”. The New York Times, Mar 30
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Garne, Cecilia (2004). “Min man slog mig i tio år" ("Mi esposo me golpeó durante diez años"). Expressen, Mar 7
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