Publicado en El Espectador, Octubre 19 de 2017
Rubio, Mauricio (2017). "Celina y los celos". El Espectador, Sep 6
El noviazgo de Diana
y Jorge, con “celos desmedidos y maltrato psicológico y físico”, duró 9 años. Contrajeron
matrimonio civil a finales de 2003.
Jorge empeoraba con
el trago. En una fiesta, acusó a su esposa de esconderse en el baño con otro
hombre. Armó un escándalo, le gritó, la insultó delante de todos y se fue. Diana
resultó aislada de sus parientes, incluso de la hermana y el cuñado, que vivían
cerca pero dejaron de visitarla: Jorge no quería recibirlos. Mostraba “actitudes
intimidantes, obsesivas, celosas, machistas y dominantes frente a ella”. Le
revisaba las carteras y la ropa, verificaba su forma de vestir y la acusaba
constantemente “de ser prepago y no asumir su rol de esposa y madre”.
Un día, tras un
ataque de celos, Jorge sacó a su hija mayor del jardín infantil para hacer una
prueba de ADN que confirmara su paternidad. El resultado fue positivo, pero Diana
decidió irse de la casa y presentar una demanda de divorcio. Citó a Jorge ante una
Comisaría de Familia para conciliar alimentos y regular las visitas a su hija. Los
cónyuges decidieron ir a terapia de pareja y reiniciar la relación marital. Ella
regresó al hogar y meses después nació la segunda hija.
Diana empezó a
trabajar en la Fiscalía en un cargo que implicaba viajar fuera de la ciudad.
Los celos de su esposo se agudizaron y buscó evitar a toda costa que ella se
desplazara. Constantemente la incriminaba, diciéndole que “quien sabe con qué favores”
lograba tantos viajes. Cuando salió una comisión a Washington, según declaró su
jefe, ella “me pidió que no la considerara; me comentó muy nerviosa que
prefería no indisponer a su esposo que sufría de unos celos agresivos y
enfermizos… hasta el día de hoy no ha viajado al exterior… me dejó muy claro
que por los celos de su esposo ella prefería ser reemplazada”.
Jorge le hacía
constantes reproches por “coquetear” con sus compañeros de trabajo, con sus
jefes y con “todo aquel que se cruce en su carrera o en su vida”. La acusó hasta
de sostener relaciones con el Fiscal General y el Vice Fiscal. Varias veces la
siguió, acechó y acusó de flirtear con colegas. Le advertía que iba a “levantar
a golpes a ese fulano con el que almorzaba”. Diana no volvió a salir al
mediodía. Esa actitud “infundada e injusta”, fue sistemática y llegó a
manifestaciones físicas: su esposo la golpeó cuando discutieron porque ella quería
asistir a una reunión social de la oficina.
Diana denunció las
agresiones ante la Unidad de Armonía Familiar de la Fiscalía, donde se inició
una investigación por violencia intrafamiliar. Después amplió la denuncia pues
debía viajar a Cartagena por motivos de trabajo y quería llevar a sus hijas
para pasar el fin de semana. Ante la propuesta, su esposo reaccionó “agresiva y
posesivamente”. Dijo que ella inventaba esos viajes y usaba a las niñas para
“hacer de las suyas”. Volvió a complementar su querella cuando la hija mayor no
quiso ir a misa con Jorge, pues prefería estar con ella. “Él, furioso, lo que
hizo fue raptarme de mis brazos a la menor… salió hacia el garaje vociferando
contra mí y montó al carro a la niña. Ante la negativa a mi súplica, traté de
subirme y él me empujó”. La Fiscalía solicitó entrevistas psiquiátricas a ambos
cónyuges. El dictamen de Medicina Legal destacó un “funcionamiento celotípico machista
que se complementa a su vez con una acomodación de la mujer que implica
pasividad y dependencia”.
La justicia subestimó
esta historia bien documentada de celotipia constante, predecible y violenta, tal
vez creciente, por debilidad de las pruebas. Si Diana hubiese acudido a la
jurisdicción penal buscando la encarcelación de su marido, tal vez se
entendería tan pusilánime decisión. Pero no, ella simplemente insistía en
divorciarse ante un juzgado de familia y quien calificó de improcedente su demanda
fue una mujer, la jueza. Diana tuvo que poner una tutela, que fue negada en
primera y segunda instancia.
Fuera de Medicina
Legal, en todas estas diligencias, nadie se interesó por Jorge y sus celos
enfermizos. Ni siquiera se sabe si también es mujeriego, algo que se puede
sospechar: como anota Celina,
que aguantó ambas taras por décadas, “el que las hace, las imagina”. Ni la
erudición académica, ni la experiencia activista -consultadas por la Corte
Constitucional para la revisión de la tutela- ni distintas instancias de un
Estado cuya altísima prioridad es proteger a la mujer de todas las formas de
violencia se apartaron de la ideología en boga: se trata de un hombre machista como
cualquier otro, un engendro de la cultura patriarcal.
CC (2014). Sentencia T-967/14 Corte Constitucional
Rubio, Mauricio (2017). "Celina y los celos". El Espectador, Sep 6