Publicado en El Espectador, Noviembre 16 de 2017
Adams, Katherine (2017). “I Don’t Support Feminism If It Means Murdering All Men”. The Onion, Oct 28
Akerlof, George A. (1970). “The Market for "Lemons": Quality Uncertainty and the Market Mechanism”. The Quarterly Journal of Economics, Vol. 84, No. 3. Aug, pp. 488-500.
El tristemente célebre
asunto de escritores invitados a Francia sin escritoras deja varias lecciones.
Aunque fue una gaffe de dos mujeres acomodadas en el
poder, quedó confirmado que en una sociedad machista con educación deficiente
los agravios son responsabilidad del patriarcado, que tiene sus esbirras (sic).
Defendiendo lo indefendible, algunos escritores confundieron una mala decisión
burocrática con una señal de mercado.
Descubrimos otra
faceta de una feminista versátil, ponderada y ecuánime, la crítica literaria.
Dejó entrever un remedio drástico, doloroso, pero a largo plazo inevitable:
censurar, tal vez quemar, novelas masculinas, por su flagrante misoginia. Empezando por Gabo, cómplice de sus indómitos
personajes, todos los escritores del boom
latinoamericano son “asquerosamente machistas” y sus nefastas enseñanzas solo
podrán superarse cuando privilegiemos la
literatura femenina.
Una joven escritora reveló
sus dotes de ensayista. Con dinero para escribir y estudiar literatura en la
Universidad de California, conocedora de la simpleza de los personajes
femeninos en las novelas de hombres, se fajó una disertación tan filosófica
como científica sobre masculinidades. Generosamente compartió pormenores del
trabajo de campo para su tratado sobre el género masculino, breve pero
deslumbrante. “He estado tranquila, observándolos en fiestas: hablando entre
ellos. Presentando sus libros: entre ellos. Los he visto en bares, y mientras
yo bailo, ellos se quedan en una esquina, entre ellos. A veces hablo con ellos,
a veces ellos conmigo, y algunas de esas veces siento que hay una masculinidad
que quiere salir de la brutal relación 'oprimidas vs. opresores'. Ese presagio
de masculinidad no quiere un mundo solo entre ellos, porque francamente qué
puta pereza”.
Con igual profundidad
describió la angustiosa realidad de escritoras como ella. “Operamos a muerte en
dos frentes: el esencial, habitación y dinero; y el social-político: ser
reconocidas como sujetos”. En contraste con la muelle vida masculina, denuncia
la agobiante necesidad de trabajar ocho horas diarias o más “para comer y pagar
la habitación propia” y, encima, escribir, convencer editores. Para más inri,
toca “sacar tiempo para resistir y protestar, una y otra vez, para que nuestra
presencia no sea tenida por broma en un mundo que de manera repetitiva y vulgar
se decide entre ellos”.
Ellos, así, genérico,
somos todos los hombres. Qué puta pereza la minucia. Si acaso, distinguir
fachistas de progres, pero no mucho más. Todos somos machos alfa consagrados,
como Trump, Putin, Uribe, Rajoy o Weisntein. Quien medio logre su visto bueno,
pues Obama, Puidgemont o Fajardo, mientras pela el cobre.
Para medio entender
por qué ellas aplanan las diferencias individuales me sirvió uno de los pocos
modelos económicos que recuerdo de la universidad, el del “market for lemons” (mercado
automotor de segunda mano, los cacharros) de George Akerlof. La idea es simple: ante la ignorancia del comprador
de un vehículo usado sobre la calidad, optará por achacarle los desperfectos
comunes en el mercado. El vendedor nunca arreglará los daños pues ese esfuerzo
no será reconocido por una clientela condenada a la mala calidad, nivelada por
lo bajo con retoques cosméticos. No compensa invertirle a algo caracterizado
como “lemon”: mediocre, francamente defectuoso.
En los mercados de
parejas, de amigos o de socios, debe ocurrir algo similar: ellas aguantando imperfecciones, sin que
nadie responda, sin chance de garantía. Ellos, guardando apariencias, repitiendo
el guión correcto, con sensibilidad de género, como hicieron algunos aduladores
en el #MeToo. El comentario que toca, la buena acción del día y poco más. No
paga esforzarse por cambios sustanciales si se sabe que todos somos igual de
machistas. La reputación, la mala calaña masculina ya va en las alcantarillas. Es
el corolario del cúmulo de acosadores poderosos cayendo como fichas de dominó.
Una feminista gringa anota: “no soporto el feminismo si eso significa tener que
asesinar a todos los hombres”.
Como un cacharro de
quinta, la calidad de cualquier varón ni siquiera hay que testearla. En su muro
de Facebook uno de ellos se atrevió a preguntarle a una comentarista: ”¿nos
conocemos como para afirmar tan alegremente que soy machista?”. Rápidamente fue
puesto en su sitio: “yo no necesito conocerlo para saber eso”. Ellos son así,
se sabe. No hay que identificarlos, ni interesarse por sus ideas, sus
sentimientos, sus dilemas, sus proyectos o su historia. Es accesorio hablar con
ellos. Como máximo, observarlos desde una pista de baile. Hablan carajadas, no
piensan sino en sexo, no las oyen ni las dejan hablar, pero manejarán el mundo,
su mediocre mundo patriarcal. Eso dictaminó una estudiante sacrificada en
California que será escritora famosa, y la invitarán a Francia, y le darán el
Goncourt, por ser mujer, porque se lo merece, porque con sus personajes
diversos, con raíces pero con alas, empáticos e igualitarios, que “respirarán
solos” en su obra, volverá trizas la masculinidad opresora, tal como anunció la
nueva crítica literaria.
Akerlof, George A. (1970). “The Market for "Lemons": Quality Uncertainty and the Market Mechanism”. The Quarterly Journal of Economics, Vol. 84, No. 3. Aug, pp. 488-500.
Calvache, Valentina (2017). “El mundo de ellos”. Vice, Nov 8
Ruiz-Navarro, Catalina (2017). “¿Dónde están las colombianas?” El Espectador, Nov 8
Torres Duarte, Juan David (2017). “Catalina Ruiz Navarro no sabe leer a Gabriel García Márquez”. El Espectador, Nov 10