Publicado en El Espectador, Septiembre 7 de 2017
Entrevista con Celina en Agosto de 2017
Goodeoct, Erica (2002) “Jealous? Maybe It's Genetic. Maybe Not”. The New York Times, Oct 8
A los 13 años, Celina se casó. Tuvo tres
hijos, enviudó y a los 17 estaba de nuevo emparejada con quien la engañaría en su
propia cama, con su mejor amiga.
No aguantó la ofensa. “Mi mamá me enseñó un
credo: uno podía ser rejuntada, o casada, o lo que fuera, pero la cama había
que respetarla como el altar donde se decía la santa misa”. Tenía una navaja y “se
me atravesó el demonio; la cogí y me les boté. Quería dañarle la cara a ella pero
el sinvergüenza estaba encima y la tapaba. Le volví nada esa jeta a él”.
- Celina
¿por qué hizo eso?
- Mamita,
¿cual fue el credo que usted me enseñó?
- Si,
pero usted es mujer y él es hombre
- A mí
me respetan mi cama
Huyó de su pueblo en Antioquia hacia Bogotá.
Trabajó por días y luego interna. “Un día salí y le gusté a una persona que
también me agradó, empezamos a acercarnos pero como suavecito”. Al poco tiempo
él le pidió que vivieran juntos. Ella todavía desconfiaba de los hombres.
“Seguimos tratándonos pero como de cada ocho días y no más… me fui enamorando
de él… al fin me vine a vivir acá al barrio”. Obviamente le recordó su credo.
“Mire, usted es muy enamorado pero no me vaya a hacer eso en la cama porque no
se lo perdono. Si usted quiere estar con otra vieja, váyase por allá a un hotel
o donde se le de la gana, pero mi pieza me la respeta, mi cama me la respeta”.
Él cumplió la promesa de no meter amantes a
la casa pero no dejó de ser muy mujeriego. “Ya me tenía como aburrida, como
cansada. Yo le llevaba el almuerzo y era bocadito para una, bocadito para otra.
Hubo hasta siete, ahí sentadas. Mi mamá me enseñó que uno no pelea con el
compañero en la calle. Entonces yo no decía nada sino que venía con esa rabia,
esa ira tan horrible. Cuando llegaba por la noche me agarraba con él, y él me
pegaba mucho, me pegaba por yo pelearle por las otras mujeres”.
En esa época él trabajaba lustrando en la
calle. Y Celina tuvo que compartir la comida con una romería permanente de
rivales. “Yo le decía que no tenía por qué cocinarle a otras. Que si les iba a dar
el almuerzo, que las llevara a un restaurante. Pero que mi comida era para él y
no más. Que yo le lavaba los chiros a él no más, que yo le planchaba a él y no
más”.
Fueron muchos los cuernos. A veces él se
perdía hasta una semana y al volver se quejaba: “ay, pero Celina no se preocupa
por uno, es de las que uno llega a la casa y no pregunta nada”. Tuvieron tres
hijos y él por su lado otros tres.
“Un día yo me puse brava, y
me le separé. Le dije no lo aguanto más porque usted cada rato con una vieja, a
lo último yo resulto hasta con una enfermedad”.
De puro celoso, nunca quiso que Celina
trabajara. “El que las hace, las imagina”, anota ella. Todas las peleas eran
por las mujeres o los celos de él. Tras una separación de ocho años, y un
aparatoso revés con una joven que lo botó “vino a pedirme canoa. Y yo lo
perdoné pero con una condición: si usted va a seguir con su carajadita, otra
vez para afuera”. La vejez lo ajuició, pero siguió celándola. Con 86 años,
Celina todavía tiene que aguantar que a veces él llegue preguntándole que dónde
metió al mozo.
Por simple observación y algunas lecturas,
hace rato tengo claro que los celos son congénitos, diferentes por sexo –un
punto debatido- y, sin duda, muy variables entre personas. Celina y el credo de
su madre sugieren que el límite para que se manifiesten sí parece cultural. Las
feministas aciertan al buscar redefinir la frontera de tolerancia con los
celos. Se equivocan desconociendo su naturaleza instintiva y cometen un error
garrafal, hasta mortífero, al predicar que esa dolencia sólo se cura con educación,
sin dar pistas sobre qué hacer con quienes ya causan estragos. A diferencia del
autocontrol de Celina –un solo ataque con “ira e intenso dolor”- la celotipia puede
ser tan dañina que lo más razonable sea evitar una pareja que la padezca. Con
menos doctrina y más ciencia se podría medir ese riesgo, sin volverlo de nuevo
atenuante penal, para que alguna autoridad lo certifique a tiempo, mientras
inventan fármacos contra ese “monstruo de ojos verdes que se burla de la carne
de la que se alimenta”.
Entrevista con Celina en Agosto de 2017
Goodeoct, Erica (2002) “Jealous? Maybe It's Genetic. Maybe Not”. The New York Times, Oct 8
Harris, Christine R. (2004). “The Evolution of Jealousy”. American Scientist, Vol 94