Publicado en El Espectador, Febrero 25 de 2016
Colprensa (2105) "La infidelidad es considerada como maltrato en Colombia". El Colombiano, Julio 30
Gamboa, Santiago (2016). "País del Sagrado Corazón". El Espectador, Feb 19
Martínez Lloreda, Diego (2016): "Como anillo al dedo". El País.com.co. Feb 19
Ocampo Madrid, Sergio (2016). “El delito de ser gay”. El Tiempo, Feb 17
Pulzo (2016). “Esposa de Carlos Ferro asume defensa del exviceministro y su familia en escándalo sexual” Pulzo.com, Feb 18
Rubio, Mauricio (2015). "Matrimonio, lavado de calzoncillos y cuernos". El Espectador, Agosto 12
Parece consolidada la concesión de
licencias LGBT de irresponsabilidad. Pocos acusados o cuestionados cuentan con
el paraguas que protegió a Carlos Ferro.
A Jorge Armando Otálora, cincuentón aún
soltero, no lo habrían linchado si hubiera declarado ser gay, presentando sus
horrorosos modales, madrazos, portazos y patanería, como angustias de armario;
aclarando que Astrid fue solo amiga y el destinatario del pornoselfie un
tinieblo. Este escenario delirante encaja perfectamente en la teoría de género:
protección garantizada a quien se libere de la represión heterosexual.
Ferro salió mejor librado que Otálora a
pesar de que su presunto delito parece más grave, y que la prueba hecha pública
es mayor indicio de ilegalidad. A cualquier senador no gay, en idénticas
circunstancias con una mujer policía, le hubiera ido peor. Si se suman las
argucias para celebrar el amarillismo de Daniel Coronell y criticar el de Vicky
Dávila, cuya audacia fue comparada al “islam de los ayatolás y los mulás” que criminalizan
la homosexualidad, es claro que al ex vice lo salvó ser bisexual. Funcionó el
blindaje LGBT, que diluye yerros individuales entre la exclusión y el odio
sufridos por un colectivo de víctimas.
En la utopía LGBT la gente no solo está
libre de toda sospecha, también desaparecieron las diferencias entre sexos.
Cualquier hombre -G, B o T- puede evadir responsabilidades, no aceptar errores
ni alterar conductas, sino limitarse a exigir derechos, en armonioso coro con
mujeres -L, B o T- radicalmente distintas en sexualidad, machismo, agresividad,
empatía, valores, relación con el poder y el largo etcétera que desvela
feministas. Nadie en su sano juicio diría que Ferro se asemeja más a
parlamentarias lesbianas que a patriarcas mujeriegos del Congreso, pero eso es
lo que pregona el activismo: a ciertos hombres los define no su sexo sino el
objeto de su deseo. Siendo así, falta una burrada de letras para alargar la
sigla del gremio. Pillos y corruptos variopintos habrán tomado nota del eficaz
escudo protector asociado a la orientación sexual diversa, que ya ni requiere
intervención militante explícita: está asimilado por intelectuales, medios y
redes sociales progres.
A mediados de 2015, en una sentencia
recibida sin debate, el Consejo de Estado asimiló la infidelidad a una forma de
maltrato a la mujer. El video de Ferro coqueteando con un alferez ha debido
generar un mínimo rechazo acorde con la nueva jurisprudencia. Las defensoras de
la mujer callaron; evaden un espinoso tema plagado de dilemas y con tufo
religioso. Más fácil y correcto preocuparse por la diversidad sexual,
primerísima prioridad en la lucha contra el patriarcado.
El ex funcionario perdonado al aire por
su esposa generó reacciones encontradas. Mientras unos vieron una apología de
“los sagrados valores de la familia”, o una madre que “instintivamente trató de
proteger a sus hijos” manipulada por el cobarde esposo, otras aplaudieron a la
heroína pragmática que desactivó el escándalo, sin descartar la eventual existencia
de un acuerdo conyugal de poliamor.
La infidelidad masculina en Colombia es
mucho más común que la femenina, y constituye un detonante recurrente de
violencia doméstica: eso muestra la evidencia disponible y lo recalca la
sentencia del Consejo de Estado. Para constatar su impacto devastador basta
conocer unos casos, leer testimonios o, como hicieron compungidos quienes
crucificaron a Vicky Dávila, ponerse en los zapatos de la esposa engañada.
Fuera del mal ejemplo que dio como figura pública –no por bisexual sino por
mentiroso- Ferro entrevistado en Blu Radio, con cara de yo no fui, sin pedir
disculpas, insistiendo que no actuó mal, parapetado en la mano cogida y las
palabras redentoras de la principal afectada, mandó un deplorable mensaje de
trivialización e impunidad de una conducta que deteriora y destruye muchos
hogares colombianos. Hay que reiterar lo obvio: los estragos los causa el
cónyuge infiel, no quien lo desenmascara. Se requieren altas dosis de
hipocresía para responsabilizar del daño a la persona que ventila la ofensa y mucho
cinismo para acusarla de homofobia si es con otro hombre.
El caso Ferro hizo evidente que sobre
las aventuras extra maritales de los poderosos no hay debate serio, que se
elude por considerarlo moralista y conservador. Así pensaban en Francia antes
de DSK, último político célebre beneficiario del silencio cómplice con el que
ya no cuenta el primer mandatario galo. Lo que ha debido ser una discusión
informada y urgente sobre sexo, política y corrupción, con el incidente
enmarcado en sus escabrosos antecedentes y valorado por su impacto real, con un
mínimo de consideración por el interés público, no solo por la conveniencia personal
de un embustero, fue una cacofonía de emociones, miopía social, sesgos
ideológicos, manipulación y dogmas -religiosos, feministas y LGBT-
milagrosamente fundidos para blindar a Ferro.
REFERENCIAS
Gamboa, Santiago (2016). "País del Sagrado Corazón". El Espectador, Feb 19
Martínez Lloreda, Diego (2016): "Como anillo al dedo". El País.com.co. Feb 19
Ocampo Madrid, Sergio (2016). “El delito de ser gay”. El Tiempo, Feb 17
Pulzo (2016). “Esposa de Carlos Ferro asume defensa del exviceministro y su familia en escándalo sexual” Pulzo.com, Feb 18
Rubio, Mauricio (2015). "Matrimonio, lavado de calzoncillos y cuernos". El Espectador, Agosto 12