Publicado en El Espectador, Diciembre 31 de 2015
El día de la violencia contra la mujer,
Alejandra Borrero visitó el congreso para sensibilizar padres de la patria a
punta de colorete.
El evento quedó plasmado en una hermosa
foto de la actriz pintándole los labios a un dócil senador Gerlein. Es una
imagen conmovedora del chocante sainete. El equivalente teatral del "usted no sabe quien soy yo"
es algo como "usted no entiende lo que hago". El interlocutor queda alelado,
como se ve al congresista, y como me sentí ante la instantánea. Para poder
descifrar algo pedí la opinión de colegas y amigas.
Obtuve primero una reflexión sobre
Gerlein: “tener ideas radicales no quiere decir tratar mal a la gente y puedes
ser un tipo regodo pero educado y dejarte poner pintalabios”. Hubo opiniones duras,
“la violencia contra las mujeres requiere políticas y no pintaditas de labios”;
“¡qué pesar que los esfuerzos por sensibilizar sean tan culos!”. Otras fueron
escépticas con los actos simbólicos “que tienen algo muy teatral, pero hay
quienes sostienen que pueden servir”, o se puede “caer en lo banal y que no se
discuta”. Incluso quien anotó que las alegorías “dan un mensaje acerca de las
causas que defendemos… son una forma de activismo silencioso que invita a
sumarse a estas mismas causas” advirtió que “si separamos el símbolo de su
significado, son actos ridículos”.
Es clave entonces la coherencia entre simbología
y finalidad de la acción. Para promover un carnaval, pintarle los labios a unos
políticos sería más que adecuado. La misma travesura para defender derechos femeninos
ya es menos obvia, como sí fue ese día la alusión al travestismo. Según Isabel
Londoño, “en Colombia un hombre que se pinta los labios es una ‘loca’”.
Carolina Sanín anotó que “la causa de las mujeres no es necesaria ni
exactamente la misma que la causa de los transexuales". Yo quedé pensando
que el montaje hubiera sido imbatible como apoyo a las minorías LGBT: una
célebre L seduciendo a un duro anti T en un recinto con suficientes G y B para
una comunidad del anillo.
Asociar labios masculinos pintados con menos
violencia de género requiere elucubraciones. Sospecho que la lógica de este
circo fue el postulado de la teoría queer que el género es una elección, que
puede ser temporal; si los hombres fungen de mujeres, poniéndose falda, brasier
o colorete, desarrollan empatía con ellas y no las maltratan. Como congresistas,
les tienen mayor consideración. El pintalabios era para pedirles “legislar
sobre dos temas en defensa de la mujer: los atentados con ácido y los
feminicidios”. Qué disparate suponer que legisladores levemente feminizados
entenderán mejor esos fenómenos; con esa lógica, ¿por qué no tacones y media
velada? Si se buscaran aliados permanentes, ¿unos implantes? Una de mis consultadas
sospecha que el show lo financió una agencia multilateral. Es deprimente que el
lobby por los derechos femeninos haya llegado tan bajo, a la bufonada sexista. Además
de tortuosa y absurda, la performance fue irrespetuosa con las víctimas, y con
las mujeres.
La foto del año en temas de género
tiene varios mensajes tácitos. Uno, un férreo opositor a la agenda LGBT dejándose
pintar los labios no cuadra con la idea de que evade el diálogo; si falta
debate parlamentario en ciertos temas es tal vez porque el activismo no está
preparado para ventilar dilemas y contradicciones; prefiere un pequeño comité
de juristas sensibles a las modas intelectuales. Dos, la militancia no dialoga
ni discute por su aislamiento mental: se tragó enteras unas teorías
estrafalarias importadas que poca gente conoce y mucha menos respalda; nadie
entiende los actos simbólicos o provocadores que monta, y que debería explicar,
como los chistes malos. Tres, si el congreso es un antro de corruptos adictos a
la mermelada, la militancia progre se adaptó y utiliza sus propios menjurjes
con el mismo objetivo: el pupitrazo. Cuatro, en ese juego tan deplorable dizque
de debate público ya estaría metida la burocracia internacional, engolosinada
con un activismo bastante ramplón. ¿Y los medios? Ahí, tomando fotos
taquilleras, sirviendo de caja de resonancia y cerrando el círculo vicioso de
la ligereza. Ojalá esta bella imagen, que refleja un estado de cosas horrible, ayude
en el nuevo año a racionalizar estrategias para impulsar reformas legislativas
a favor de las mujeres. Feliz 2016.