Publicado en El Espectador, Marzo 23 de 2017
Kertzman, Fanny (2017). “Tranquila mijita, que ese se va rapidito”. Las2Orillas, Marzo 12
Al morir Fidel
Castro se hizo evidente su popularidad entre las mujeres. Pero hubo una cubana
brillante, preparada y consagrada a la revolución que nunca se dejó seducir.
“Hasta siempre,
comandante” fue la frase más trillada para lamentar el deceso del tirano,
insólitamente ensalzado por una vanguardia intelectual que desde lejos se
proclama democrática. En medio de la nostalgia por esa revolución inspiradora,
con silencio cómplice sobre un régimen totalitario, mitómano y devastador, fue
refrescante leer a María Isabel Rueda relatando orgullosa cuando el barbudo
seductor, “enfundado en su ridículo uniforme militar recién confeccionado”, no
logró impresionarla. Fidel se descompuso y enfureció porque ella no se prestó
al jueguito de la seducción. La implacable persecución del sátrapa dominicano
Leonidas Trujillo a Minerva Mirabal, que culminó con su vil asesinato, empezó por
un desaire en un baile.
Para el tenso
encuentro habanero entre la periodista y el dictador cabría una interpretación
política: ella es demasiado conservadora para apreciarlo. Otra lectura es que
deslumbrarse con él requería una mezcla de mamertismo, hipocresía y principios
maleables; para no adularlo bastaba sentido común. El dilema se volvía peliagudo
cuando el déspota coqueteaba. María Isabel se estará preguntando cuántas
mujeres resistieron el magnetismo y poder de quien engatusó a nuestros dos
premios Nobel. Tal vez hubo menos desgano a la izquierda que a la derecha, pero
muy pocas se atrevieron a contarlo. Hilda Molina, neuróloga cubana fuera de
serie, se arriesgó no sólo a resistir el flirteo del soberano mujeriego sino a
criticar su política de salud y renunciar a la burocracia. Sus observaciones coinciden
con las de la columnista colombiana: Castro era un niño malcriado cuando una
mujer no satisfacía sus caprichos; sabía “sorberle toda su energía con el fin
de agotarla, evitando así que ella se ocupara de algo distinto a él mismo”, como
precisa quien ha aguantado tipos de esa calaña.
Hilda era estudiante
de medicina cuando en 1973 conoció a Fidel y le contó en qué pensaba
especializarse. La reacción fue tan impertinente como machista:
"¡Neurocirujana! ¿Con esas manitos y con tu pequeña estatura?". El megalómano
debió creer que esa sofisticada rama de la medicina era solo para adonis
corpulentos como él.
En 2011, desde su
exilio en Argentina, tras publicar “Mi verdad”, la historia de su
distanciamiento del régimen, Hilda anota en una entrevista que quisiera volver
a Cuba para ejercer la medicina como toca, atendiendo pacientes locales, no
haciendo negocio con extranjeros pudientes. Califica al sistema cubano de “triturador
de seres humanos, tanto si lo sirves como si te le opones pacíficamente''.
Resume su relación con el supremo casanova durante los ocho años que trabajó en
el Centro Internacional de Restauración Neurológica. Como un mafioso
encaprichado, el comandante podía regalarle flores y alabarla en público pero
también mandar esbirros para amenazarla si no asistía a una recepción.
“Los relatos sobre
Fidel Castro son resultado de mis conversaciones con él por largas horas, no
porque yo lo busqué, sino porque él me buscaba”. Ante la pregunta de hasta
dónde llegaron sus relaciones personales responde: “no lo puedo decir porque
nunca lo hizo explícito, tal vez porque yo no le permití que lo hiciera… Él
trató de tener un acercamiento más personal, por lo menos yo vi el intento
cuando me decía: “¿Pero tú no sabes hablar de otra cosa que no sea trabajo?” Un
día que seguí hablando de los pacientes me mira así con una cara de tristeza y
me dice: “Tú quieres mucho a tus pacientes, ¿verdad?… qué dichosos son los
pacientes tuyos, verdad que son dichosos”. ¿Qué puedo yo pensar? A lo mejor no explicitó algo y se
sintió con derecho”. Cual patrón acosador, la agobiaba con recurrentes
indagaciones. “¿A ti te gusta mucho el perfume, verdad?... Ese huele muchísimo
mejor, ¿cómo se llama?”. Al enterarse de que era Only, de Julio Iglesias, “se
paró como un resorte… ese mercenario está hablando mal de Cuba, difamándonos…
está bien. Será un mercenario pero el perfume huele muy bien, no lo dejes de
usar”.
Sobre por qué no
pudo abandonar la isla cuando dejó de ser funcionaria, opina que “Fidel Castro
pensó que yo era propiedad privada de él. Y no toleró que yo, allí mismo, de
frente, dijera: se acabó”. Por personas que fueron a interceder a su favor sabe
que dijo: “no, esa traidora no sale más, tiró como un trapo sucio las
condecoraciones”. La admirable insumisa piensa que la veía “como su esclava de
lujo”. Castro fue para Hilda Molina “una de las personas más inteligentes que
he conocido en mi vida, pero estamos ante una inteligencia desalmada. Es un
sicópata”. En buen romance: hasta nunca, patético verdugo.
Cancio, Wilfredo (2011). Entrevista con Hilda Molina. Publicada en CaféFuerte, tomada de BaracuteyCubano
EFE (2009) "Hilda Molina califica a Fidel Castro de 'verdugo'" El Nuevo Herald, Jun 15
Kertzman, Fanny (2017). “Tranquila mijita, que ese se va rapidito”. Las2Orillas, Marzo 12