Publicado en El Espectador, Marzo 30 de 2017
Auxiliando a políticos desprestigiados,
expertos internacionales y la ONU proponen una majadería en lugar del índice
que nos dio varios campeonatos.
Hace un año, según Gallup, Colombia
encabezaba otra vez el ranking mundial de la felicidad. Los escépticos se
preguntaron cómo era posible semejante hazaña, sin la paz firmada, Uribe
trinando, Ordoñez procurador y tanta desigualdad. Al menospreciar ese índice se
ignora una tradición, iniciada en 1977, que actualmente hace entrevistas
anuales a casi 70 mil personas en más de sesenta países, con muestras
representativas de la población. El resultado más heterodoxo de esta encuesta,
obvio para quien haya viajado, es que en la aldea global la felicidad no
depende del ingreso. El Washington Post anotó que en los países desarrollados “nos
acongojamos con la epidemia de depresión, la anomia social y el aislamiento
virtual. Los colombianos no se preocupan por esas cosas y prefieren sentarse en
la calle, cocinar un sancocho en una olla inmensa sobre una hoguera, beber y
reirse con familiares y vecinos”.
La atención está siendo desviada hacia
otro indicador promovido por Naciones Unidas (ONU) y lanzado el “Día
Internacional de la Felicidad”, cursilería ya establecida. Como el del PIB o la
transparencia, el nuevo ordenamiento lo encabezan países de Europa del Norte y destaca
la felicidad de vivir en sociedades ricas e igualitarias, con instituciones que
funcionan y ayudas estatales. Este año Noruega desplazó a Dinamarca, que bajó
al segundo lugar; siguen Islandia, Suiza, Finlandia, Holanda… (bostezo). Aunque
la importancia del nivel económico en el podio es evidente, periodistas progres
insisten en razones sensibleras. En Noruega, por ejemplo, está el koselig “que
remite a la sensación de bienestar y calidez, ligada al sentimiento de
pertenencia a un grupo” y en Dinamarca el hygge, “que vendría a ser lo
acogedor, sentarse en la terraza de un café disfrutando de los rayos de sol que
anuncian la primavera”; básicamente un sancocho callejero menos tropical y
aderezado con seguridad social.
Los titulares insinuaron que los
noruegos nos derrotaron tras una caída en nuestros índices de felicidad, cuando
los nórdicos ni siquiera están en la lista Gallup y en la ONU puntean hace rato.
El informe que impulsa el nuevo indicador destaca correlaciones con variables
arbitrariamente escogidas como factores de felicidad por unos académicos. Por
eso los medios creyeron que ahí había un sofisticado cálculo, más riguroso que
la metodología chismosa de Gallup, que pregunta directamente por esa inasible
sensación. Pero no, el índice que nos desbancó también está basado en
percepciones subjetivas de felicidad. ¿Por qué tales discrepancias entre las
dos encuestas?
El quid de la propuesta burocrática es
una metáfora del esfuerzo constante, el capital acumulado paso a paso, la
carrera brillante o la salvación eterna; la pregunta es transparente: “imagine
una escalera, con peldaños numerados desde 0 el más bajo hasta 10 el más alto.
La parte de arriba de la escalera representa la mejor vida posible para usted.
¿En qué escalón diría usted que está en este momento?” Entre más cerca del
tope, más feliz.
Difícil concebir algo tan materialista,
maternal y escuelero, digno de maestra, entrenador, supervisora o cura. Nada
más alejado del koselig, el hygge o el sancocho dominguero que esta alucinación
tecnocrática: los deberes revueltos con satisfacción, diversión, pasarla bien y
“ausencia de inconvenientes o tropiezos”. Si así fuera, se llamarían placeres,
y la alegoría apropiada sería tirarse por un rodadero gritando. Solamente
fariseos, artistas prepotentes, pedagogas idealistas o políticos cínicos
pregonan el nirvana del esfuerzo y el trabajo.
La encuesta Gallup es otro paseo: sin
echar línea, averigua lo que sienten las personas, no la evaluación de su
existencia, “preguntando sobre experiencias positivas y negativas. Las primeras
incluyen estar descansado, sonreir, reir, disfrutar, sentirse respetado y
haciendo algo interesante; las negativas escrutan estrés, tristeza, dolor
físico, preocupación y rabia”. Además, indagan por el día anterior a la
encuesta, no por la vida entera, o eterna.
“Felicidad es todavía lo que los
políticos no se atreven a prometer directamente” anotaba hace unos años
Fernando Savater. El taimado y aburrido indicador ONU rompe con esa tradición. “La
felicidad se considera de manera creciente la medida apropiada del progreso
social y el objetívo de la política pública”, sermonea un experto global.
“Redefinir la narrativa del crecimiento para poner el bienestar del pueblo en
el centro del gobierno” predica otro. Una felicidad medible y alcanzable
embellecerá el ramillete de ofertas electorales: limitarse al desarrollo
económico con locomotoras será insuficiente, poco igualitario, excluyente, neoliberal,
anti ecológico, hasta arribista y de mal gusto. Además de las agencias
multilaterales alineadas con ese noble propósito, para animarnos a ser felices
como escandinavos, habrá pedagogía, propaganda, apoyo mediático, empresarial, académico
y oenegero, como con la paz. ¡Hueepa! ¡Seamos felices YA!
Clifton, Jon (2015). “Who Are the Happiest People in the World? The Swiss or Latin Americans?” Gallup Blog, Apr 24
Escobar, Melba (2017). “Felices los felices”. El Espectador, Mar 22
Helliwell, John, Richard Layar & Jeffrey Sachs (2017). World Happiness Report. Varios Centros
Savater, Fernando (2017). “El contenido de la felicidad”. Punto de Lectura, Ago
Sevillano, Elena (2017) “Los países más felices del mundo”. El País, Mar 20
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