Los clientes de la prostitución
en Colombia
Un Análisis con la
Encuesta Nacional de Demografía y Salud 2015
Mauricio
Rubio
Abril
de 2018
Docente investigador - Facultad
de Economía
Universidad Externado de Colombia
Resumen
La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS)
de 2015 es la primera fuente de información sobre prostitución colombiana por
el lado de los clientes. Permite comparar las características de los usuarios e
identificar los factores asociados a la decisión de acudir al mercado del sexo.
En este trabajo se presentan los resultados de ese ejercicio. Tras una
introducción, en la primera parte se calcula la magnitud de la clientela y se
hace una estimación del tamaño del negocio. En la segunda sección, exploratoria
e inductiva, se identifican y analizan las variables de la ENDS que ayudan a
discriminar a los clientes de quienes no lo son. En la tercera, más
tradicional, se resumen las pocas teorías disponibles sobre la clientela de la
prostitución y, en la medida de lo posible, se contrastan con los datos de la
ENDS y fuentes testimoniales. En la cuarta sección se señalan algunas
características esenciales del mercado del sexo en Colombia no cubiertas por la
ENDS, y en la quinta se hacen recomendaciones para regularlo, con énfasis en la
prevención de la prostitución adolescente.
Abstract
The 2015 National Survey of Demography and Health (Encuesta Nacional de
Demografía y Salud - ENDS) is the first source of information about Colombian
prostitution customers. It allows to compare the characteristics of users with
those of other men. Thus, the factors associated with being a client can be
analyzed. The results of that exercise are presented in this paper. In the
first exploratory section, an inductive approach is used to identify the
variables of the ENDS that help discriminate customers. In the second part,
which is more traditional, the few theories available in the literature on
prostitution clientele are summarized and contrasted with the ENDS and other
sources. After pointing out a few essential characteristics of the sex market
in Colombia outside the scope of the ENDS, some arguments are made on why that
market should be regulated, specially to prevent teenage prostitution.
Tabla de Contenidos
Introducción....... 1
Lo que muestran los datos de la ENDS 2015....... 2
La magnitud de la clientela y del negocio en Colombia... 2
El perfil de los clientes colombianos... 4
Entornos favorables a la prostitución... 9
El impacto simultáneo de las distintas variables... 10
Teorías
disponibles sobre la clientela....... 12
Desequilibrios
demográficos... 12
Evidencia para Colombia sobre desequilibrios demográficos... 14
Un mercado estratificado... 17
Las motivaciones individuales de los clientes... 19
Características de la prostitución colombiana no cubiertas por la ENDS....... 26
Un sesgo de la encuesta... 26
Demanda especial: corruptos, criminales y mafiosos... 27
Clientela poderosa atraída por las menores de edad... 27
Sugerencias para regular el mercado....... 29
Prevenir la
prostitución adolescente... 29
Impuestos y aportes a la seguridad social... 30
Combatir la discriminación y el clasismo... 31
Superar un discurso inconducente... 34
Referencias....... 35
Agradecimientos
Una versión preliminar de este trabajo fue
presentada en el coloquio sobre “Relaciones de poder hombre-mujer. Sobre ética,
política y sexo” organizado por el Centro de Ética y Democracia de la Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi de Cali, el 22 de
febrero de 2018. Agradezco a Rafael Silva Vega, director del Centro, la invitación
a participar en el evento así como sus comentarios. También agradezco las críticas
de las personas participantes en el coloquio y especialmente las de Jerónimo
Botero Marino, decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Universidad Icesi.
Introducción
Cuando
a finales del siglo XIX el médico español Prudencio Sereñana y Partagás
recopiló estimativos del número de prostitutas en varias ciudades europeas
encontró diferencias abismales. En Viena, por ejemplo, estaban registradas cerca
de tres mil mujeres por cien mil habitantes. En la no muy lejana Bruselas
apenas pasaban de cien.
Un siglo más tarde la Guardia Civil
española realizó un detallado censo de mujeres en los clubs de carretera. Las diferencias por país de origen eran
notables, incluso como proporción de la inmigración femenina de cada
nacionalidad. Lideraban la actividad las brasileras, seguidas por colombianas y
dominicanas. De Ecuador, Bolivia o Perú había proporciones ínfimas (Rubio,
2002). Actualmente en los burdeles virtuales españoles, se mantiene un
ordenamiento similar.
La composición por nacionalidades de la
prostitución latinoamericana en la península ibérica muestra que los países de
los cuales salen más mujeres a venderse en Europa son mayoritariamente mestizos
y no se caracterizan por la precariedad económica. Por el contrario, son
sociedades con un ingreso per cápita superior al promedio de la región. A su
vez, las sociedades más pobres no participan en el activo mercado del sexo
español.
Al interior de un país también se dan
sustanciales diferencias regionales. Frente a las demás ciudades colombianas, Pereira es como la Viena del
siglo XIX. Con menos del 1% de la población del país, allí nacieron el 10% de
las prositutas censadas por la Policía Nacional en 2010. La fama de esta ciudad
cafetera como gran centro de prostitución llegó hace unos años hasta las
páginas de la prensa española con el tradicional recetario de explicaciones: la
ciudad inmersa en la crisis, el derrumbe del precio del grano, el terremoto,
las redes transnacionales (Ruiz, 2010)
Basta tomar en serio las brechas regionales
para ser escéptico con las explicaciones comunes y globales sobre el comercio
sexual. Al igual que el liderazgo que lograron ciertas zonas colombianas en la
exportación de cocaína, el escenario más consistente con la alta concentración
y persistencia geográfica del comercio sexual es la consolidación de redes que
transmiten el saber hacer del negocio a su entorno cercano de familiares,
vecinos y conocidos. La continuidad de la oferta, a su vez, la garantiza una
demanda oportunista. Ambas partes del mercado se conocen poco.
La Encuesta Nacional de Demografía y Salud
(ENDS) de 2015 es una valiosa fuente de información sobre los clientes de la prostitución
colombiana. Se trata de una muestra, aleatoria y representativa de la población
masculina, con cerca de 30 mil encuestados, que permite hacer ejercicios
estadísticos para identificar las características de los usuarios, comparándolos
con las del resto de hombres que, como grupo de control, ayudan a identificar
los factores asociados a la decisión de acudir como demandante al mercado del
sexo. En este trabajo se presentan los resultados de ese ejercicio.
Lo que muestran los datos de la ENDS 2015
La
magnitud de la clientela y del negocio en Colombia
Segín la ENDS, 34.8% de los colombianos -un poco más de 5 millones de hombres
entre 13 y 59 años- han pagado alguna vez en su vida por tener relaciones
sexuales. Para estándares internacionales esta cifra es alta, una de las
mayores del mundo. Según la Global Sex
Survey realizada por Durex en 2006 [1] los países asiáticos lideran la demanda
por prostitución en el mundo y, dentro de ellos, se destaca Vietnam, con un 34%
[2].
Al interior de estos grupos de países también se observan importantes variaciones.
En Europa, por ejemplo, a principios de los años noventa, algunos estimativos sobre
el porcentaje de demandantes de prostitución españoles llegaban al 39% (Månsson,
2014).
Gráfica
1
La cifra sobre pago por servicios sexuales
durante los últimos 12 meses es bastante inferior, 5.2% -816 mil hombres-,
sugiriendo una demanda transitoria por prostitución que para algunos, tal vez,
corresponde al inicio de la vida sexual en un país machista.
El mercado se puede suponer segmentado de
acuerdo con la capacidad adquisitiva de sus clientes, lo que permite hacer un
estimativo del volumen total del negocio. Con base en la información de las
tarifas en cada uno de los estratos en la ciudad de Bogotá [3],
teniendo en cuenta la participación de los clientes en el total nacional,
decreciente según la riqueza [4],
y con una frecuencia estimada de servicios
[5]
se tendría un volumen total del negocio cercano a los U$ 380 millones al año [6].
Los datos de la ENDS corroboran una gran
disparidad regional de la prostitución colombiana. Mientras en algunos
departamentos, como Guaviare o Arauca, más de la mitad de los hombres reportan
haber pagado alguna vez por tener relaciones sexuales, en otros como Tolima o
Cauca la proporción es del 20%. Como se señaló, no todos esos demandantes se
vuelven habituales, y esa decisión también varía por región. El departamento de
San Andrés es donde la proporción de clientes recientes es mayor, 10%, mientras
en Vaupés apenas llega al 1%. De todas maneras, persiste una correlación
relativamente alta (58%) entre el haber pagado “alguna vez” y el “último año”,
lo que indica que ciertos entornos serían más favorables que otros para el
mercado del sexo.
Gráfica
2
Se puede plantear que si por aguna
razón surge una alta demanda por
servicios sexuales, habrá un flujo de mujeres que, con o sin impulso de
traficantes, emigrarán hacia ese lugar a satisfacerla, como buscaban hacer las
jóvenes europeas a principios del siglo XX hacia Viena. Una vez consolidado, el
comercio sexual en una localidad actuaría como incentivo para que los hombres
alrededor de ese lugar acudan a él.
El
perfil de los clientes colombianos
La ENDS muestra que, a pesar de sus altos
niveles actuales, la demanda por prostitución viene descendiendo en Colombia.
Mientras que en la cohorte de hombres mayores de 50 años casi la mitad (45.3%)
reportan haber pagado por sexo alguna vez en la vida, en la generación más
joven, con menos de 20 años, la cifra no alcanza el 10%. El dato concerniente
al último año, que hace más nítida la comparación entre generaciones, muestra
que la proproción de adultos que utilizaron servicios sexuales (6.7%) es casi
el doble de la correspondiente a los jóvenes (3.8%).
Gráfica
3
El perfil de los clientes por quintiles de
riqueza y nivel educativo confirma la tendencia decreciente de la demanda por
prostitución en el país. El porcentaje de usuarios en los estratos bajos (6.5%)
más que duplica el observado en el quintil superior de la riqueza (2.6%). La
diferencia por nivel educativo es aún mayor: la fracción de hombres sin ninguna
educación que pagaron recientemente por tener sexo (11%) casi cuadruplica la de
aquellos con estudios después del bachillerato (2.9%).
Gráfica
4
Un dato bien revelador sobre las
características del mercado del sexo en Colombia es el estado civil de los
usuarios. Quienes más recurren a un mercado en donde pueden comprar relaciones íntimas
son los hombres que por su situación marital no tienen sexo en el hogar. La
diferencia no es despreciable. Mientras que entre los hombres casados o en
unión libre el porcentaje que reporta haber pagado por servicios sexuales el
último año es 2.1%, entre quienes no cuentan con una pareja establecida
–solteros, separados, divorciados y viudos- la proporción es más de cuatro
veces superior, 9.5%. Al analizar el perfil tanto por estado marital como por
rangos etáreos se observa que los clientes casados de la prostitución
representan una cifra baja y estable alrededor del 2%. Entre quienes no viven con una pareja,
la demanda aumenta continuamente con el paso del tiempo. A partir de los
cuarenta años se configura el grueso de la clientela, una cuarta parte de los
hombres, constituída por solteros mayores y por quienes alguna vez estuvieron
casados o en unión.
Gráfica
5
No parece casualidad que el grupo que
concentra buena parte de la clientela de la prostitución reporte menor
actividad sexual: una vez cada tres semanas frente a un encuentro semanal
registrado en promedio por los hombres con pareja estable [7]
. Esta peculiaridad sugiere que para los solteros maduros, que no han tenido
nunca una compañera permanente, o para quienes la tuvieron en el pasado pero no
la conservan, la posibilidad de conocer otras personas para relacionarse, o para
tener sexo casual, es precaria [8].
Esa abstinencia o “miseria sexual” sería la principal razón para acudir a una
prostituta.
Este escenario es consistente con otro
dato de la ENDS: la continencia reportada por las mujeres sin pareja estable,
con relación a las casadas o en unión, que no solo es alta sino mucho mayor que
la de los hombres.
Gráfica
6
En la ENDS se hicieron varias preguntas para
conocer la opinión de los encuestados sobre los roles de género [9]
y la violencia contra la mujer [10].
Con base en las respectivas respuestas se pudo construír un índice que varía
entre 0 para quienes manifiestan total desacuerdo con los estereotipos de
género y con las justificaciones para maltratar a las mujeres y 1 para los
hombres más machistas [11].
Los datos de la ENDS señalan una asociación positiva y estrecha entre este índice
de machismo y haber pagado por sexo, pero la separación de la muestra entre quienes
tienen pareja permanente y quienes no la tienen revela que este sigue siendo el
factor determinante de la demanda por servicios sexuales.
En efecto, para cualquier quintil en la
escala de machismo, los hombres sin pareja estable acudieron más al mercado del
sexo el último año. La proporción de clientes entre los casados muy machistas
es similar a la observada entre solteros o separados en los rangos inferiores
de la escala de machismo.
El impacto del machismo sobre la clientela
de la prostitución es diferente a corto plazo (haber pagado por sexo el último
año) que a largo plazo (alguna vez en la vida): en este último caso, en los
niveles bajos de machismo es mayor la proporción de clientes entre los
emparejados que entre los no unidos. La importancia del matrimonio o la unión
permanente sobre la demanda por servicios sexuales se hace evidente en la parte
derecha de la gráfica, que muestra a quienes fueron clientes alguna vez pero
dejaron de serlo. Se destacan por su importancia los hombres que en el momento
de la encuesta tenían una pareja permanente: allí se concentra la mayor
proporción de hombres que dejaron de ser clientes de la prostitución. Entre
ellos, el índice de machismo no muestra mayor efecto sobre la decisión de
contratar servicios sexuales. El matrimonio o la unión permanente aparecen como
un eficaz antídoto contra la demanda por prostitución.
Gráfica
7
Fuera del estado marital, distintas
variables de la ENDS sobre antecedentes familiares o vida de pareja del
encuestado se asocian con el pago por servicios sexuales. La primera es la edad
de inicio de la actividad sexual: los clientes de la prostitución reportan
haber tenido sexo por primera vez más temprano en su vida que quienes no acuden
a ese mercado. La segunda es el recuerdo de que la madre fuera golpeada por el
padre en el hogar. La tercera es no haber tenido medio hermanos por el lado
materno, un indicio de exclusividad de la madre. El número total de parejas a
lo largo de la vida también muestra una asociación con el pago por servicios
sexuales [12].
Gráfica
8
Otro factor individual que incide sobre la
compra de servicios sexuales es ser la persona que de manera exclusiva, sin
interferencia de la cónyuge o compañera, toma las decisiones de gasto en el
hogar. Confirmando el efecto determinante del estado civil, estas variables
muestran la importancia que tienen la vida familiar y las decisiones sexuales
de los encuestados sobre la demanda por prostitución.
Entornos
favorables a la prostitución
Algunas variables de la ENDS agregadas por
departamentos muestran un poder explicativo sobre la decisión individual de
contratar servicios sexuales. Una de ellas, que a primera vista parecería
redundante, es la incidencia promedio de clientes de la prostitución en cada
departamento, magnitud que podría tomarse como proxy del tamaño del mercado y
por lo tanto de la disponibilidad de tales servicios. La segunda, que da más luces sobre los determinantes culturales
de la demanda individual, es el promedio departamental observado para la
diferencia entre la edad de inicio
sexual de las mujeres y la de los hombres.
Mientras en aquellos departamentos –como
San Andrés, Arauca o la Guajira- en los que las mujeres inician su vida sexual
en promedio dos años después que los hombres la demanda por servicios sexuales
está bastante por encima del promedio, en aquellos en los que esa diferencia de
edades es del orden de seis meses –Guanía o Vaupés- la proporción de clientes
de la prostitución es muy baja.
Gráfica
9
El
impacto simultáneo de las distintas variables
Al considerar la interacción simultánea de
todas las variables –individuales y del entorno- analizadas hasta este punto
sobre la decisión de acudir al mercado de la prostitución se obtienen
resultados interesantes, algunos imprevistos, que se resumen a continuación. De lejos, el factor que en
Colombia más ayuda a explicar el pago de servicios sexuales el último año es no
tener una pareja estable, que multiplica por casi 8 los chances de hacerlo.
Tabla 1
Fuera del estado marital, como factores
individuales que aumentan los
chances de pagar por servicios sexuales, le siguen en importancia [13]
:
- la
edad (cada año aumenta en 6% los
chances)
-
el número de parejas anteriores (por año de actividad sexual); cada relación
adicional incrementa en 23% la probabilidad de ser cliente
- el
índice de machismo (pasar del mínimo al máximo de la escala) cuadruplica los
chances de pagar por sexo
- decidir
solo los gastos familiares (+78%)
- que
la madre haya sido golpeada por el padre (+22%)
Como variables individuales que disminuyen la probabilidad de ser
cliente de la prosttución están:
- la
riqueza (cada quintil -19%)
- el
número de hijos (cada hijo -13%)
- la
edad de inicio de la vida sexual (cada año adicional -6%)
- la
educación (cada nivel primaria, bachillertao, superior -16%)
- no
tener medio hermanos por el lado materno (-23%)
Con respecto a los factores ambientales, o
sea del entorno en el que se toma la decisión, son dos los que muestran un
impacto positivo y estadísticamente significativo sobre el pago por servicios
sexuales. Uno, la inicidencia promedio de clientes en el departamento que, aún
con un nivel de agregación tan burdo como puede ser esta unidad administrativa,
corrobora la idea de parámetros regionales que acaban incidiendo en la decisión
individual de pagar por sexo. Ceteris
paribus, pasar de un departamento en donde no existe la posibilidad de
contratar servicios sexuales a otro en el que todos los hombres lo hacen
multiplicaría casi por siete (6.6) los chances de que un hombre promedio lo
haga.
El segundo parámetro del entorno que, como
se señaló, suministra elementos para entender la dinámica del mercado más allá
de su simple persistencia, es el promedio departamental de la diferencia en la
edad de inicio sexual entre mujeres y hombres. La magnitud del impacto no es
despreciable: cada año de ventaja de los hombres en cuando a la primera vez que
tienen sexo casi duplica (+94%) los chances de que un varón de ese departamento
acuda a la prostitución.
Otro síntoma de la influencia del entorno
sobre las decisiones individuales es que al introducir en la ecuación estimada
una variable dummy (ficticia) para los dos departamentos con mayor proporción
de clientes, y los dos en el otro extremo, se obtienen coeficientes estadísticamente
significativos, positivos en el primer caso, negativos en el segundo, artificio
que refleja que todas las variables utilizadas en la ecuación dejan sin
explicar algunos efectos regionales.
Teorías disponibles sobre la clientela
Desequilibrios demográficos
Un escenario fértil como pocos para el
surgimiento de la prostitución es el que se podría denominar la tierra de frontera: cuando volúmenes
importantes de hombres solteros buscan fortuna y migran hacia territorios poco
habitados. Ese sería el caso de la colonización de ciertas provincias
Australianas, la fiebre del oro en el oeste estadounidense en el siglo XIX, la
llegada de inmigrantes europeos sin familia que, por la misma época, se
radicaron en Buenos Aires (Guy,
1994), o las distintas fiebres de productos básicos –el oro, el caucho, la
quina, las esmeraldas, la coca- que de manera recurrente se han presentando en
América Latina. La escasez relativa de mujeres puede alcanzar dimensiones
considerables. A mediados del s. XIX en San Francisco, California, alcanzó a
haber cincuenta hombres por cada mujer (Leigh, 1996). Consecuentemente, varios
cronistas de la época hablan de una verdadera invasión de prostitutas provenientes
de distintos países (Pourner, 1997 y Leigh, 1996).
El excedente de hombres también se ha dado
en contextos urbanos, como Paris durante la segunda mitad del siglo XIX la
inmigración generó un enorme desequilibrio de sexos. El “vasto proletariado
masculino en estado de miseria sexual” se agravaba con el flujo de obreros temporales
de la construcción (Corbin, 1982). En ciudades colombianas como Bogotá o
Medellín también se dieron a lo largo de los siglos XIX y XX importantes flujos
migratorios campesinos, tanto de hombres como de mujeres, que no siempre
encontraron mercados de parejas establecidos y por ende fomentaron la demanda
por prostitución (Martínez y Rodríguez, 2002).
El simple restablecimiento del equilibrio
demográfico ha sido suficiente para la reducción sustancial del sexo pago. Una
vez que en Paris se estabilizó la inmigración, vinieron las familias y se
impuso el modelo conyugal entre el proletariado, bajó significativamente la
prostitución (Corbin, 1982) . Algo
similar ocurrió en San Francisco y en varios de los poblados californianos
cuando empezaron a llegar y conformarse las familias.
Históricamente, una fuente importante de
superávit transitorio de hombres en una localidad han sido los cuarteles,
campamentos o contingentes militares, como las bases estadounidenses en el
Pacífico. En Filipinas, Corea del Sur y Okinawa se construyeron instalaciones
especiales para atender con esclavas sexuales a soldados y marinos. Se habla de
más de un millón de mujeres (Moon,
1997). En menor escala, algo similar ocurrió en España con la llegada, en los
años cincuenta, de la Sexta Flota a Barcelona y la construcción de bases cerca
de Madrid, Zaragoza, Sevilla y Cádiz
(García, 2002, p.69). El establecimiento del servicio militar
obligatorio en Francia, en 1872, tuvo un impacto notorio sobre la actividad en
las localidades dónde había cuarteles o puertos de guerra (Corbin, 1982, p. 295).
Otra variante del exceso masculino son los
movimientos asociados a los flujos comerciales en los puertos [14],
o donde se emprenden grandes obras de infraestructura con mano de obra foránea
soltera. Cuando, en 1880, los franceses iniciaron la construcción del canal de
Panamá, hubo gran demanda por servicios sexuales que atrajo prostitutas del
Caribe y latinoamérica (Chaumont
et. al., 2017).
La industria turística también ha servido
de aliciente a la prostitución desde hace siglos (Sereñana, 1882, p. 36) . El
algunos lugares exóticos el sexo hace parte integral del mercadeo del turismo y la línea que separa la venta de
servicios sexuales de la rumba, el interés por lo ecológico, o el flirteo se
hace tenue (Agustín , 2004). La situación se caracteriza por una abismal
disparidad en el poder de compra entre los clientes y quienes venden servicios
sexuales.
Un caso paradigmático, apoyado por las
autoridades, donde hubo militares, trabajadores inmigrantes y turismo es el de
Curazao, en dónde el gobierno colonial holandés, en los años cuarenta,
estableció un gigantesco prostíbulo (Claassen y Polanía, 1998 p. 13).
Evidencia
para Colombia sobre desequilibrios demográficos
Los datos de la ENDS agrupados por
departamentos no ayudan a corroborar la hipótesis del desequilibrio demográfico
favorable a la prostitución. La proporción de hombres que no tienen una pareja
estable ya se asocia positivamente con el reporte de haber sido cliente. Aunque
el índice de correlación sigue siendo bajo sería apresurado descartar estos
factores demográficos puesto que se trata de una agregación demasiado burda,
que esconde lo que ocurre a nivel de las localidades.
Gráfica
10
Una guarnición militar como Tolemaida,
situada en las inmediaciones de Melgar, Tolima, puede impulsar de manera
definitiva la prostitución local, incluso atraer oferta de servicios sexuales
desde Bogotá (Triviño, 2012), pero no alcanza a alterar de manera perceptible
el desequilibro entre hombres y mujeres del departamento.
San Andrés, que según la ENDS lidera la
demanda por servicios sexuales en Colombia, se destaca por una gran afluencia
de turistas y alta presencia de narcotraficantes, usuarios tradicionales. Hace
unos años, tras la adjudicación a Ecopetrol y dos socios extranjeros de una
amplia área de explotación cercana a la isla de Providencia, las autoridades
locales manifestaban temor porque “una estación petrolera acabe con la vida insular:
que la presencia de los trabajadores petroleros en sus días de descanso
estimule la prostitución” (León, 2011).
Un periódico de Florencia, Caquetá, anota
que allí “operaban tres de las 10 brigadas móviles que funcionan en el sur del
país, cada una de ellas con cuatro batallones de soldados. Estamos en la zona
de Colombia que mayor presencia de la Fuerza Pública tiene. Eso significa
muchos, pero muchos hombres solos”
(CECC, 2015). Alguien que trabajó hace una década con el Plan Colombia,
en la base antinarcóticos de la Policía y con el batallón Joaquín París en San
José del Guaviare, calificaba la zona como una “tierra de nadie” estrictamente
controlada por militares. De manera coloquial, describe un doble desequilibrio:
superávit de lugareñas como resultado del conflicto y, a la vez, de hombres
foráneos que demandan servicios sexuales ofrecidos por mujeres, también ajenas
a la región, que además satisfacen clientela local. “La ciudad está llena de
viudas jóvenes con muchos hijos… En los sitios de rumba las mujeres lo sacan a
uno a bailar lo que suene… Los prostíbulos más famosos están llenos de
muchachitas divinas del Eje Cafetero” (Gómez Córdoba, 2008).
Durante el conflcto colombiano aumentó la
prostitución donde quiera que llegaban los grupos armados. “En la década de los
ochenta, en pleno auge de los cultivos de coca y con la presencia de la
guerrilla, se construyeron los primeros grandes prostíbulos en las inspecciones
y veredas” (Ramírez, 2012, p. 77).
La presencia del bando opuesto tuvo un impacto similar. “Durante los siete años
de dominio paramilitar en El Placer y sus veredas más cercanas... los
paramilitares promovieron la prostitución” (Ramírez, 2012, p. 173).
Un comandante paramilitar recuerda cómo
“tomábamos un sector, llevábamos las mujeres allá, iban sesenta o cuarenta. Se
armaban carpas, se mataban dos o tres animales y se preparaba la comida ahí.
Bailaban, se bañaban y hacían sus necesidades. Ellas duraban por ahí hasta las
cuatro de la tarde. Llegaban por ahí cien hombres, ciento veinte. Y ese día se
atendía esa compañía, al otro día se sacaba otra compañía diferente, de pronto
también iban mujeres diferentes” (Ramírez, 2012, p. 177).
Estos testimonios ilustran lo que, con
datos agregados por departamentos, y también individuales, se observa con la
ENDS. Un indicador departamental de presencia paramilitar [15]
muestra una asociación positiva con el reporte de haber pagado por servicios
sexuales alguna vez. Aunque la
relación para el total de departamentos no es estrecha, la gráfica sugiere una
división de los departamentos en dos categorías, una con mayor prostitución que
la otra pero en ambas un impulso similar de la presencia paramilitar. El
paramilitarismo está lejos de ser el principal factor determinante pero sí un
fenómeno con capacidad de aumentar los niveles –altos o bajos- de prostitución
en una localidad.
Gráfica
11
Esa interpretación de la gráfica es
consistente con el análisis estadístico de los datos individuales. Si la
ecuación presentada atrás con el efecto simultáneo de las distintas variables
se estima introduciendo como variable “ambiental” el índice de paramilitarismo,
y se restringe la muestra a las zonas rurales, se confirma que su impacto es
estadisticamente significativo (z = 3.3) y de una magnitud considerable: pasar de
un departamento sin presencia paramilitar a otro en el cual la totalidad de los
municipios estuvieran controlados por estos guerreros multiplicaría por 2.3 los
chances de que el hombre típico de ese departamento pague por servicios
sexuales. La mecánica parecería simple: los comandantes paramilitares llevan a
la región prostitutas para atender a su tropa y la disponibilidad de esos
servicios atrae a los demás habitantes de esas localidades. Para la presencia
de la guerrilla o del ejército no se observa un impacto similar, lo que se
puede explicar por la proporción más alta de mujeres dentro de los grupos
insurgentes y el mayor control de los comandantes sobre la tropa en ambas organizaciones.
Un mercado estratificado
Otra característica de la prostitución en muchos
lugares y épocas ha sido la estratificación del mercado en distintos segmentos,
para atender una demanda que varía considerablemente de acuerdo a la posición
social y económica de los demandantes [16].
En un libro costumbrista holandés del s. XVIII, se distinguen cuatro tipos
de prostitutas, “la clasificación sigue la acostumbrada jerarquía en la que una
prostituta tiene más categoría y pide más dinero a medida que atiende a menos
clientes y es menos visible en público”
(Van de Pol, 2004, p. 17).
La idea de estratificación del mercado del
sexo es importante porque define su dinámica de acuerdo con la capacidad
económica de los clientes más poderosos y la posibilidad de tener exclusividad
en esos servicios, un esquema que también se adecúa a las preferencias de
quienes los ofrecen: pocos clientes que paguen sumas importantes por un
tratamiento especial, similar a una relación matrimonial, en lugar de muchos
clientes pasajeros de bajos recursos. Vanesa, por ejemplo, menciona al cliente
pudiente que “se enamora de la prostituta, le paga la deuda y la pone a vivir
como reina” (Cortés, 2012, p. 59 ).
Los datos de la ENDS corroboran esta
visión por estratos económicos y muestran que la segmentación también presenta
importantes diferencias regionales.
Gráfica 12
Para el total del país, 73% de los
clientes se sitúan en los dos quintiles inferiores de la riqueza y sólo 5% en
el más alto. Para Bogotá, por el contrario, 63% están en los segmentos
favorecidos y ninguno en el más pobre. Algo similar ocurre en la parte urbana
de Antioquia y Valle. En estas tres zonas se puede pensar en una clientela con
alto poder adquisitivo, como los ejecutivos o los narcotraficantes que empujan al
alza el valor de los servicios sexuales. Un burdel de la capital, por ejemplo, está
especializado en hombres de negocios extranjeros que pagan entre 200 y 500
dólares la hora. Su propietario anota orgulloso que su clientela no es de
narcos: “prefiero un cliente que se gaste un millón dos veces al mes y no uno
que venga y se gaste en una noche 16 millones pero que me espante a tres de
esos que son gente decente” (SoHo, 2017).
Incluso en estratos populares es
perceptible el impacto del narcotráfico. En zonas cocaleras, las mujeres
“cobran caro; están acostumbradas al raspachín, que llega con plata y paga lo
que le pidan” (Gómez Córdoba,
2008).
Las
motivaciones individuales de los clientes
Según la caracterización más generalizada
del cliente de la prostitución, se trata de un tipo cualquiera, un John, prácticamente imposible de distinguir
de los demás hombres. “Sabemos que los clientes del mercado del sexo son gente
ordinaria que lleva vidas ordinarias y que por distintas razones compran bienes
y servicios sexuales. Su participación en el mercado no implica de ninguna
manera que no tengan una relación sexual estable” (Zeno-Zencovich, 2011, p. 25). Desde principios del siglo XX ,
Abraham Flexner, educador norteamericano, señalaba que “la demanda por parte de
los hombres es tan común que se puede considerar generalizada” (Citado por Legardenier
& Bouamama, 2006, p. 22 ).
Los datos de la ENDS no avalan esa falta
de rasgos distintivos. Como se vió, en uno de los países con la mayor proporción
de clientes del mundo, más de una decena de variables ayudan a distinguirlos, y
de manera estadísticamente significativa, de quienes no lo son. Al reducir la
muestra a los hombres sin pareja permanente, el bulto de la demanda, se
mantienen los signos y la significancia de las variables que los separan del
resto. Lo mismo ocurre al tener como variable dependiente haber pagado por sexo
alguna vez en la vida, una decisión más común. Incluso cuando se restringe la
muestra al departamento de Guaviare en donde la mayoría de los hombres (57%) reportan
haber sido clientes alguna vez, cuatro variables –edad cronológica y de inicio
sexual, número de parejas en la vida y hogar con violencia doméstica- conservan
su poder para distinguirlos de quienes no han pagado por sexo.
A pesar de que las disciplinas
evolucionistas no han propuesto teorías específicas para la clientela de la
prostitución, sí han formulado hipótesis que ayudan a explicar ciertas características
de esa demanda. La primera sería la preferencia de los hombres por la variedad de
parejas, que facilitaría una mayor frecuencia de relaciones sexuales, menos
duraderas y comprometidas. Detrás de estas características estaría el llamado
efecto Coolidge: la capacidad observada en los machos de varias especies para
recuperarse más rapidamente entre dos cópulas sucesivas si es con una hembra
distinta cada vez (Wilson, 1982).
La segunda, asociada al mismo efecto, la relativa facilidad con la que pueden
tener sexo con personas distintas a su pareja habitual, incluso desconocidas, y
la tercera sería la preferencia de los hombres por las mujeres jóvenes. En
conjunto, estas anotaciones resumen la más pertinente: la prostitución hace
parte, junto con el matrimonio, del ámbito de la vida familiar y las decisiones
de pareja.
Para este planteamiento global, como se
señaló, la ENDS ofrece evidencia sólida a favor. Los hombres colombianos que
pagan por servicios sexuales difieren de manera crucial en su estado civil y
otras variables del ámbito de las estrategias de pareja como la edad de inicio,
o el número de compañeras sexuales a lo largo de la vida.
La ENDS también permite contrastar
hipótesis más específicas. Una aclaración que conviene hacer para Colombia es
que, a partir de cierta edad, la frecuencia de relaciones sexuales de las
mujeres disminuye, tanto para las que viven con una pareja estable como, de
manera más marcada, para aquellas que no.
Gráfica
13
Las personas casadas o en unión libre
menores de 35 años, muestran una inactividad sexual promedio que, siendo
levemente inferior para los hombres, es del orden de diez días. A partir de
allí, el período de abstinencia reportado por las mujeres sube drásticamente
para llegar a más de dos meses a partir de los cincuenta años. Para los hombres
emparejados la continencia también aumenta pero mucho menos que la de las
mujeres. Así, en la cohorte de personas entre 45 y 49 años con pareja estable se
observa, entre ellas y ellos, una diferencia de cincuenta días en el lapso sin
actividad sexual. Para las personas de esa misma edad solteras, separadas o
viudas, la brecha alcanza a superar los tres años. Así, para los hombres
colombianos mayores, sobre todo si no tienen pareja estable, hay un incentivo
para acudir al mercado del sexo pago: las posibilidades de tenerlo sin pagar parecen
bien precarias.
Sorprende que este quiebre en la
frecuencia de relaciones sexuales no se vea acompañado de un incremento en la
infidelidad reportada por los hombres casados o unidos a partir de esas edades
críticas. Lo que ocurre es que, por un lado, ellos vienen con un mayor historial
de infidelidad, que ayuda a explicar su menor abstinencia sexual en todas las
edades. Por otro lado, ese cambio en la sexualidad femenina puede estar implicando
un aumento en las separaciones, después de las cuales ellos, más que ellas, emprenden
una nueva vida de pareja.
De todas maneras, es claro que una estrategia
masculina para mantener la abstinencia sexual en niveles bajos es aumentando el
número de parejas, tal como plantean las disciplinas evolucionistas. Tanto los
clientes de la prostitución como quienes no lo son logran reducir de 20 a 10
días sus períodos de abstinencia con cuatro o cinco parejas al año en lugar de
una sola. En los casados o unidos la magnitud de la reducción es menor (de 7 a
4-5 días) pero también la logran aumentando el número de parejas.
Gráfica
14
Aunque en la ENDS no se indagaba por
relaciones sexuales con personas desconocidas, la marcada diferencia entre
mujeres y hombres sobre la última relación sexual con una amistad “casual” (13%
de ellas contra 40% de ellos) tiende a corroborar para Colombia una
observación recurrente en la
literatura de la psicología evolucionista: los hombres se muestran más
dispuestos que las mujeres a tener sexo con alguien que no conocen (Clark &
Hatfield, 1989). Esta diferente actitud hacia las relaciones íntimas con gente
extraña, inherente a la prostitución, ayudaría a explicar por qué, según la misma
ENDS, mientras 0.04% de las mujeres
anotan que su último compañero de cama antes de la encuesta fue un “trabajador
sexual”, para los hombres el respectivo porcentaje es del 1%, o sea una relación de 26 a 1.
Gráfica
15
Una revisión de la literatura anglosajona
sobre los clientes sugiere que los hombres contratan servicios sexuales por las
más diversas razones, como el gusto por ciertas prácticas específicas, por
deficiencias en la relación con la pareja, por buscar algo diferente al flirteo
tradicional o por la emoción de participar en algo clandestino. Algunos
estudios aluden a que para algunos clientes también son importantes los
aspectos sociales y emocionales del sexo pago (Huschke & Schubotz, 2016).
Sorprendentemente, en esos trabajos no se
hace ninguna referencia a la edad o estado civil de los usuarios que, como
muestran con claridad los datos de la ENDS, son las dos variables críticas para
explicar la decisión de algunos colombianos de acudir al mercado del sexo.
Hace más de medio siglo, la antropóloga
Virginia Gutiérrez hizo anotaciones aún pertinentes sobre el mercado del sexo
en Colombia. “Son también clientes de la prostitución elementos seniles que
buscan en este servicio un retorno a su seguridad sexual en la época de
decadencia física. Se cree que el comercio sexual es un estímulo de renovación
biológica en estas edades” (Gutiérrez,1968,
2000, p. 432). Con respecto a los colombianos que deciden no casarse, la aguda
observadora señaló que “la sociedad santandereana ofrece dentro de las clases
altas la presencia de hombres solteros sobre cuarenta años, muy solventes y de
activa vida social. Al estudiar sus vidas íntimas siempre se halla que están
atados a una familia ilegítima… No es que este hombre se sienta obligado a
permanecer célibe, pues su honradez y moral humanas son tan hondas, que se
inhibe para contraer legalmente con otra y marginar su hogar de procreación
inicial… Hallé que en estos hogares mujer e hijos eran seres casi extraños a
aquél. Convivía con ellos, pero no los integraba como esposa o descendientes ni
lo identificaban como esposo y padre” (Gutiérrez,1968, 2000, p. 432). Es
precisamente en Santander donde todavía se concentran esos solteros mayores de
40 años, que en ese departamento representan el 10% de los hombres, contra un
6% a nivel nacional. Si en el país los usuarios de la prostitución son uno de
cada veinte varones, entre este grupo peculiar la proporción es cinco veces
superior, uno de cada cuatro.
Existen unos pocos trabajos de economistas
que consideran que la demanda por sexo pago es un componente adicional del
mercado matrimonial, que hace prte de de las decisiones, de hombres y mujeres,
sobre cómo, con quien, y en qué condiciones elegir una pareja (Edlund & Korn 2002). También señalan
la inclinación a buscar más de una pareja como uno de los determinantes de la demanda por servicios
sexuales. “Puede haber algunos que valoren la promiscuidad y el gusto por la
variedad” (p. 186). Para estos trabajos, la característica económica más
notoria de este mercado es la alta remuneración recibida por las prostitutas para
su nivel educativo (p. 182), una
observación que avalan múltiples testimonios.
En el estrato bajo del oficio en Bogotá es
recurrente la idea de que los ingresos que se obtienen ejerciendo la
prostitución son bien superiores a los de cualquier alternativa disponible. “Es
el trabajo más lucrativo que conozco. Sin estudio. solo hay oportunidades para
lavar pisos o de sirvienta, y mal pago” (Espitia, 2018). En el segmento más alto también hay
conciencia de que se gana más que en los otros empleos disponibles. “Yo estudio
ingeniería química… en cuanto a la parte económica gana uno super bien (unos
mil dólares ) a la semana … es
difícil salir de ese mundo porque obviamente se gana mucho dinero”. Estas sumas
las avala el dueño del
establecimiento hablando de un cliente: “es un separado y tiene una hija. Desde
hace cinco años ha pagado semanalmente (entre 200 y 350 dólares) por estar con
Sofía” (SoHo 2017).
El otro punto en el que hacen énfasis las
mujeres bogotanas, ajeno a gran parte de la literatura, es la flexibilidad de
los horarios del oficio, que permite atender a la familia. “Me va bien.
Realizando otras labores no
viviría con las comodidades que
vivo. Tengo tiempo para cuidar a mi abuela y mi hija” (Espitia, 2018).
Como se señaló atrás, la información de la
ENDS sobre los clientes, el número de servicios al año y el precio promedio que
pagan en distintos estratos [17],
permite calcular el tamaño del negocio. Para Bogotá, con esa información y el porcentaje
de clientes de esa ciudad en la ENDS se puede calcular en unos 70 millones de
dólares anuales el volumen del mercado del sexo. Con un estimativo entre 6 y 12 mil para el número total de
prostitutas en la capital [18]
se llegaría a unos ingresos mensuales para cada una entre un poco más de 500 y
1000 dólares al mes, o sea de dos a cuatro veces el salario mínimo colombiano. De
esta manera parece corroborarse la información de un ingreso superior al que se
podría obtener en oficios con escasa calificación laboral.
Al preguntarse por qué se regula la
actividad sexual, el juez Richard Posner anota que “la prostitución puede ser
tanto un sustituto como un complemento de las relaciones conyugales” (1992, p.
158). Edlund y Korn (2002) plantean que el excedente de ingresos en el mercado
del sexo dada la calificación laboral se podría explicar por los beneficios que
las prostitutas dejan de percibir al renunciar a las posibilidad del matrimonio.
Esta observación es pertinente para el mercado del sexo colombiano con dos
precisiones. La primera es que aunque, en efecto, el matrimonio parece
incompatible con la oferta de servicios sexuales, la inmensa mayoría de las
prostitutas colombianas son madres cabeza de familia. La segunda es que la
“renuncia” al matrimonio, más que un simple cálculo de costos y beneficios
económicos, podría ser también un rechazo emotivo, visceral, hacia esa
institución, por ejemplo por la decepción de haber vivido durante la infancia y
juventud sus múltiples problemas. Los testimonios al respecto son reiterativos
(Cortés, 2012 y Espitia, 2018).
Sobre los clientes de la prostitución, es
común la opinión de que son manipulables: “se creen todo lo que uno les dice,
se dejan engañar. Si les coges el truquito los manejas con un dedo” (Cortés,
2012 , p. 44). Abundan los testimonios de mujeres inducidas a la prostitución
por amigas, que sabían en lo que se metían, que no fueron engañadas y mucho
menos forzadas. En niveles bajos del oficio en Bogotá, ante la pregunta de si
se sentían con algún tipo de poder frente a sus clientes, se recogieron
impresiones como “tengo poder con los convencidos por el amor… Los hombres mayores son especiales, se
complacen y se dejan manejar,
entregan el dinero muy fácil” (Espitia, 2018).
En alguna medida, los datos de la ENDS
corroboran estos testimonios. Por una parte por el perfil de los clientes: la
mayor parte de los demandantes colombianos tienen carencias sexuales y tal vez
afectivas que hacen verosímiles los testimonios sobre la posibilidad de que
puedan ser manipulados para obtener de ellos el máximo provecho posible.
Por otro lado, la idea del rechazo al
matrimonio como un motor del mercado del sexo, postulada por la teoría
económica, y explíctamente manifestada por una fracción, al parecer importante,
de las prostitutas [19] parecería
tener un equivalente entre los clientes: por la alta proporción de separados y
divorciados – o sea incómodos con la relación matrimonial- y, por otro lado,
porque el recuerdo de haber presenciado violencia en el hogar es un factor que
aumenta los chances de buscar relaciones más pasajeras que el vínculo
matrimonial.
Características de la prostitución colombiana no
cubiertas por la ENDS
Un sesgo
de la encuesta
Un gran desacierto de la ENDS es no
haberle hecho a las mujeres una pregunta equivalente a la de los hombres sobre
su participación voluntaria en el mercado del sexo. A ellas sólo se les
preguntó si habían sido forzadas a
intercambiar sexo por dinero. Este lamentable silencio impide conocer la
magnitud del mercado por el lado de la oferta, indispensable para diagnosticar
aspectos críticos, como la incidencia de Infecciones de Transmisión Sexual (ITS),
o la violencia contra quienes ofrecen servicios sexuales o evaluar cualquier eventual
intervención. Peor aún, este
elemento sexista de la encuesta impide indagar sobre uno de los aspectos más
críticos del mercado del sexo colombiano: la magnitud y la dinámica de la
prostitución adolescente indudablemente impulsada por el narcotráfico. Es difícil imaginar las ventajas de
invisibilizar a una población de mujeres que existen, que serán marginadas,
estigmatizadas, que correránn riesgos, pero que con frecuencia se inician en la
prostitución de manera voluntaria. En lugar de insistir dogmáticamente que no
puede aceptarse que eso sea una decisión, valdría la pena, para prevenirla,
conocer las circusntancias en las que se toma y saber qué diferencia a las jóvenes
que ingresan al oficio de aquellas que no lo hacen.
Demanda
especial: corruptos, criminales y mafiosos
Otro aspecto sobre el cual es imposible
hacer un diagnóstico a partir de la ENDS, y difícil de enmendar, son las
relaciones de la prostitución con ciertos clientes peculiares, cuya importancia
destacan múltiples testimonios: los delincuentes en general y los corruptos,
mafiosos y grandes criminales en particular. En la historia reciente del
conflicto armado colombiano ha sido lamentablemente silenciado el impacto del
narcotráfico y otros grupos armados ilegales sobre la prostitución, sobre todo
la juvenil. Algunos ejercicios preliminares con datos de la ENDS, muestran, como
se señaló, que la presencia paramilitar en un departamento a principios de la
década tuvo un impacto, considerable y estadísticamente significativo, sobre
los chances de que un habitante del sector rural de ese departamento pague por
servicios sexuales. Es fácil conjeturar que un efecto equivalente se dio por el
lado de la oferta de servicios sexuales.
Otro aspecto que ha sido silenciado en
Colombia es el de la prostitución como eficaz mecanismo de corrupción. Una escort de lujo anota que “me llamó la
atención que mi jefa conocía a casi todos los ilustres personajes que se
acercaban… Cuando nos hablaba de ellos no escatimaba detalles sobre sus
trayectorias políticas, en los medios, en el mundo empresarial y en las
entidades oficiales… Iba a presentarnos a la ‘gente más importante de este
país’. Incluso nos relacionaría con el ‘mismísimo Presidente” (Giraldo, 2014,
p. 140). Otra joven prepago recuerda que “yo estuve con los Rodríguez Orejuela
en muchas Ferias de Cali donde me presentaban a los alcaldes y gobernadores,
senadores, diputados del Valle del Cauca, industriales etc..” (Serrano, 2007,
p. 33)
Clientela
poderosa atraída por las menores de edad
A falta de información sistemática y
rigurosa, la complejidad del reclutamiento de menores para la prostitución se
debe ilustrar con testimonios. Parece evidente que existen escenarios en los
que se recurre a engaños, tal vez amenazas, que dan lugar a situaciones
claramente tipificadas como delitos. Recientemente se descubrió cerca de
Cartagena una tenebrosa “cacería” de menores de edad a quienes grupos de
hombres, algunos extranjeros, pagaban para poder perseguirlas durante la noche
en una finca y luego violarlas en grupo.
La deplorable práctica de hostigar jóvenes
como presas de caza permite destacar que en el mercado del sexo, cuando no está
regulado, una parte de la clientela muestra una preferencia definitiva por las
mujeres adolescentes, incluso niñas. Las historias de los mafiosos más
poderorsos abundan en testimonios al respecto. “Los traquetos tenían la
costumbre de regalarse mujeres entre ellos mismos; incluso los regalos más
costosos eran niñas vírgenes que sus compinches conseguían en las comunas de
Medellín” (Giraldo, 2014, p. 78). Una prepago de lujo confirma que esa inclinación
no es exclusiva de los narcotraficantes: “tal vez mi figura de adolescente era
lo que más les llamaba la atención a esos viejos… Yo sentía que todos –en
especial, los hombres mayores- me veían como a una niña recién salida del
colegio” (p. 37). Kukis, de una agencia intermediaria, “buscaba jovencitas
lindas que reclutaba en las comunas”. Su clientela no se limitaba al bajo mundo,
también trabajaba con “periodistas y políticos que necesitan niñas paisas para
un fin de semana” (pp. 62 y 64). Sobre esa preferencia por las menores es
reveladora la campaña publicitaria de un burdel andaluz con la promoción
“vuelta al cole” y la foto de una prostituta disfrazada anunciando en un
tablero una “fiesta de colegialas” (Valdés, 2017).
No todos los escenarios de reclutamiento
son tan escabrosos como el de la cacería. A veces el gancho está en redes
sociales con ofertas de trabajo que, aunque engañosas, terminan siendo
atractivas para las jóvenes. La insistencia de una madre para encontrar a su
hija colegiala, quien desapareció de su casa diciendo que estaba trabajando en
un vivero fuera de Bogotá, permitió desarticular una red que contrataba menores
para un burdel en las cercanías de Melgar (Medina, 2017).
Las pesquisas de un concejal de
Bucaramanga le permitieron identficar una trama para “poner en cada colegio de
la ciudad a una adolescente, que generalmente cursa grados entre 10 y 11, para
que se dedique a reclutar a otras menores que quieran ganar plata por tener
relaciones con hombres mayores” (Barragán, 2017). Un profesor universitario utilizaba a su compañera sexual adolescente
para que le consiguiera compañeras de colegio a quienes les pagaba por sus
servicios, como hacía con la joven proxeneta (Carvajalino, 2018).
Sugerencias para regular el mercado
Prevenir la prostitución adolescente
Dejando de lado las siempre complejas
intervenciones tradicionales (sanitarias, de zonificación, de seguridad) la
regulación de la prostitución en Colombia enfrenta como gran dificultad un diagnóstico
tan sesgado y politizado que opacó que se trata de una parte del mercado
sexual, de parejas, y no de un atentado político a la igualdad. El debate se
polarizó en dos extremos, el abolicionismo, que pretende erradicar el comercio
sexual y el “laissez–faire”, que lo considera una parte adicional, como
cualquier otra, del mercado laboral. Ambas posiciones dejaron de lado el tema
crucial de la prostitución adolescente, que es tal vez la principal razón para
intervenir la actividad en Colombia, buscando prevenir su ejercicio precoz.
Además de estar por fuera de la ley, una
justificación para desincentivar la vinculación de menores de edad al mercado
del sexo es que las colombianas que ejercen el oficio, madres en su mayoría,
manifiestan de forma casi unánime no querer que sus hijas se dediquen a esa
actividad. “¿Qué tal ? ¡Jamás ! ¿Qué madre va a querer que su hija se
prostituya?” (Espitia, 2018). Carmen
Cortés, socióloga que entrevistó prostitutas colombianas en España, anota que “todas
coinciden en que si sus hijas algún día descubrieran a lo que se dedican o han
tenido que dedicarse para sacarlas adelante, se morirían de vergüenza, y que si
quisieran seguir su ejemplo, lo dejarían, y jamás les permitirían entrar en un
mundo tan doloroso” S24 (2013).
Vale la pena destacar que los detalles del
incidente de la cacería de jóvenes cerca de Cartagena se supieron gracias a las
revelaciones de una prostituta a quien uno de sus clientes le pidió que lo
acompañara a presenciarlo (Semana, 2018). La observación que las prostitutas
adultas son un aliado insustituíble en el combate contra el tráfico de mujeres
y menores de edad es frecuente entre las trabajadoras sexuales activistas
europeas, que también señalan que uno de los costos de ilegalizar la actividad
es no poder contar con esta colaboración.
La oposición a que las hijas sigan en el
oficio viene de quienes encuentran que la remuneración es satisfactoria para su
nivel educativo. Se puede
establecer un paralelo con los resultados obtenidos con la ENDS para los
clientes: si aumentar el nivel educativo desincentiva la mercantilización del
sexo por el lado de la demanda, cabe esperar un efecto similar por el lado de
la oferta. En ese punto coinciden prácticamente la totalidad de los testimonios
de las prostitutas colombianas: solo con educación se previene la vinculación
al mercado sexual. Se puede anotar que penalizar a los clientes colombianos,
como se hace en países desarrollados con cubrimiento educativo universal, bajas
tasas de deserción escolar y poca demanda por servicios sexuales, lanzando a la
clandestinidad a un grupo importante de mujeres cabeza de hogar, unas cien mil, cuya obsesión es educar a sus hijas con
lo obtenido en el oficio, sería no sólo una intervención con enorme costo
social, sino una manera torpe de sabotear la prevención de la prostitución en
la próxima generación de mujeres.
Impuestos
y aportes a la seguridad social
Tanto el tamaño del negocio como el monto de los
ingresos revelados en algunos testimonios sugieren que la regulación debería
empezar por formalizar la actividad, tributar y contribuír a la seguridad
social, tanto para los empleadores como para las mujeres que trabajan como
“cuenta propias”.
Cobrar impuestos no requiere mayor argumentación:
es el precio de la legalidad, y una razón adicional para no buscar que, a
través de la penalización de los clientes, la actividad se vuelva clandestina. Otra ventaja de la tributación es la de
regular el mercado empezando por los estratos superiores, casi siempre libres
de la acción estatal.
En la sentencia (T-629/10) la Corte Constitucional
(CC) defendió los derechos de la señora Lais,
una prostituta, al revisar una tutela contra el bar donde trabajaba. Llama la
atención lo que motivó la tutela: un embarazo. Lais quedó esperando, no abortó,
le informó de su estado al empleador, este le dijo que siguiera laborando como
de costumbre, pero ella le anotó que por ser mellizos era un caso de alto
riesgo. La pusieron entonces a administrar el bar. Después, otro empleado
asumió las funciones de Lais, le cambiaron el horario, y un buen día la
devolvieron para su casa. Se trataba de una futura madre no primeriza. En su
fallo, la CC le concedió a Lais el amparo de los derechos fundamentales a la
igualdad de trato ante la ley, al trabajo, la seguridad social y la protección
de la mujer en estado de embarazo.
En el año 2011, con un tamaño del negocio cercano
al doble del colombiano, las
autoridades holandesas se volvieron estrictas buscando que las prostitutas,
hasta entonces tratadas con cierta benevolencia por su situación de víctimas,
empezaran a pagar el 33% de los ingresos que en principio les corresponde
tributar (Holligan, 2011).
También en Holanda, destacando una de las
características del oficio –trabajo desgastante durante unos pocos años- , las
prostitutas solicitaron que se les permita cotizar para su pensión con un
régimen similar al que tienen los futbolistas en ese país: ahorrando sumas
superiores en los años más activos, durante su juventud (Ellyatt, 2013).
Combatir
la discriminación y el clasismo
Otro problema del debate actual sobre
prostitución es que se centra en el segmento “popular–callejero”, el visible e
incómodo para algunas personas, e ignora el “estrato alto” del oficio, bastante
opaco, cuando es esa la fracción que atrae mujeres jóvenes y lidera la dinámica
del mercado. “Cuando yo era niña decía ‘Ay, ¿cuando me veré mezclada con
traquetos?’ Porque ese era el caché, tener amistades mafiosas”, anota Vanesa (Cortés,
2012, p. 59).
“Cuando no se tiene conocimiento de cómo se ejerce el trabajo sexual, sacan
excusas porque no saben cómo regularlo” (Rivera y García, 2018), anota Fidelia
Suárez, líder del Sindicato de
Trabajadoras Sexuales de Colombia a raíz del conflicto entre los habitantes del
barrio La Capuchina en Bogotá y los hoteles por horas o moteles en los que se
concretan los intercambios sexuales con las mujeres que se ofrecen en la calle,
a la vista de los transeúntes. Las
apresuradas “intervenciones” a la
prostitución callejera normalmente vienen acompañadas de abusos policiales.
En el 2016 hubo varios incidentes violentos
de la policía al detener a algunas mujeres por ofrecer servicios sexuales en
una plaza de San Victorino en Bogotá (EE, 2016 y 2016a). Cuesta imaginar
semejante operativo –con bofetada de una mujer policía a una de las detenidas-
en otros escenarios del sexo pago. Nunca se oye de redadas contra prepagos
universitarias que ofecen GFE (girl
friend experience) y desde el campus concretan citas por redes sociales o
celular. Allí sonaría destemplado el comentario policial tras los abusos: “¿por
qué no educan a esas putas?" (EE, 2016).
El clasismo permea hasta el lenguaje
impuesto por el activismo. El giro considerado correcto, “mujer que ejerce la
prostitución”, acuñado para evitar términos degradantes que conlleven la idea
de un oficio permanente, no tiene equivalentes como “dama que practica el
escortismo” o “universitaria en situación de prepagada”, a pesar de que su
dedicación es más ocasional, y por períodos más cortos (Rubio, 2013).
También en 2016, las autoridades
capitalinas requisaron residencias en la localidad de Santafé. Recordaron la
prohibición de “prestar el sevicio por ratos”: fuera de la zona de tolerancia
no puede haber prostitución (Hernández, 2016). Esta restricción también atañe
únicamente al estrato precario y visible de la actividad, el de la calle. Cuando
el sexo se ofrece con negocios de fachada -como saunas, spas o salas de masaje-, servicio a domicilio, hoteles cinco
estrellas para extranjeros, se esfuman los controles. A veces hasta se
revierten. En Cartagena, un agente de la policía acompañó a Dania Londoño para
cobrarle sus servicios a un escolta del presidente Barack Obama que se negaba a
pagarle; al convertirse en figura mediática, ella aclaró el abismo existente
entre una prostituta y una prepago, que “puedes sacar a cenar, que se viste
bien, que habla y actúa como una señora” (Arbeláez, 2012).
Además de acciones judiciales por intromisión
en la vida íntima de algún poderoso, inspecciones sorpresivas de la policía en
lugares sofisticados también dejarían pruebas irrefutables de comercio sexual
fuera de la zona de tolerancia.
Las mujeres que se ofrecen en la vía
pública, y sus clientes, son la parcela pobre, arrinconada y declinante del
mercado del sexo, ignorada hasta por “catadores” que, informando a la clientela
de estrato alto, prueban “prostis” en burdeles o prepagos independientes “que
citas por teléfono y ves por Twitter o páginas web y te encuentras con ellas en
un motel o residencia” (Guerrero, 2015). “Recuerdo uno que me hizo una reseña
divina, súper buena gente”, anota satisfecha una joven evaluada por un catador.
El amplio territorio de estos especialistas en “degustar mujeres alquiladas”
sobrepasa con creces la zona roja de la ciudad que con tanto esmero vigilan las
autoridades municipales.
Nathalia Guerrero, reportera, anota que si
se dedicara a la prostitución, Twitter sería “la principal herramienta para
vender mi producto… Con poca censura, reduce el contacto con el cliente hasta
el momento del encuentro, y aumenta la eficiencia, la clientela y la discreción
que encontraría en una esquina, parada con una falda diminuta durante toda la
noche” (Guerrero, 2015). Le faltó agregar que se ahorraría problemas con las autoridades,
a quienes sólo acudiría para una emergencia con algún matón o cuando no le paguen
lo acordado, como Dania Londoño.
Resultaría bastante ingenuo pretender que
este tipo de reportajes no tienen ningún efecto sobre la clientela, ni sobre la
oferta de servicios sexuales por parte de menores. Para el objetivo de prevenir
la prostitución adolescente, debería ser el estrato alto, elegante, glamuroso y
rentable del mercado el más sometido a supervisión, vigilancia, control y cobro
de impuestos. Algo similar puede decirse del periodismo de “denuncia”, local o
extranjero, cuyos reportajes con entrevistas a menores de edad muestran la
total impunidad con que se puede tener acceso sexual a ellas en Colombia; parecen
más spots publicitarios del mercado, que incentivan tanto la oferta como la
demanda, que esfuerzos por combatir intercambios abiertamente ilegales.
Quienes abogan por la abolición, la
prohibición o la criminalización de los clientes no hablan de prepagos y
escorts, ni en Colombia, ni en Europa, ni siquiera en Suecia, donde también las
hay (Dyer, 2016). Los segmentos sofisticados, pudientes y dinámicos de la
prostitución incomodan porque desafían el dogma de una actividad siempre
forzada. Como señala con tino Fidelia Suárez, para regular la prostitución es
indispensable tener un diagnóstico idóneo. Sin lugar a dudas el elemento más
contraevidente del discurso contemporáneo es que se trata de un fenómeno
dirigido por mafias de traficantes. Si esa fuera realmente la situación,
prevenir la prostitución adolescente sería una intervención simple, al menos en
teoría: perseguir criminalmente esas organizaciones. Lamentablemente, el
escenario no es tan sencillo, y las medidas basadas en una radiografía
deficiente serán siempre ineficaces, incluso contraproducentes.
Superar
un discurso inconducente
La retórica de la prostitución siempre
forzada no contribuye a prevenir la vinculación precoz al oficio, ni por el
lado de los clientes, ni por el de las menores de edad que aceptan y encuentran
atractivo que les paguen por tener sexo: bastará que constaten que fue un
acuerdo voluntario, consensual, para que ambos incumplan la ley sin dificultad.
Una prepago adolescente cuenta cómo en la primera agencia que trabajó la calmaron
diciéndole “tú no le haces nada malo a nadie… cuando recibas el primer pago te
sentirás más tranquila”. Efectivamente, al atender a uno de sus primeros
clientes, un anciano, “se me vino a la mente que era como mi novio, pero no me
hacía hacerle o pedirle ciertas cosas” (Ale, 2009, pp. 17 y 29). Sin
traficantes de por medio el intercambio funciona fluidamente.
Se sabe que categorías como “tráfico de
personas” o “esclavitud sexual” están plagadas de imprecisiones conceptuales y abundan
en cifras infladas, poco basadas en datos reales (Vanwesenbeeck, 2017). A pesar
de eso, las autoridades colombianas siguen desperdiciando recursos y esfuerzos,
persiguiendo unas mafias vaporosas en lugar de centrarse en prevenir la
influencia perversa de familias o amistades que inducen a las adolescentes a que
se ganen un dinero fácil al abandonar sus estudios.
Incluso entidades serias y
tradicionalmente interesadas en la evidencia rigurosa y sistemática, como las
responsables de la ENDS, han sucumbido a dogmas y prejuicios para adoptar una
política de avestruz: renunciaron,
por consideraciones ideológicas, a indagar sobre los factores que llevan a las
jóvenes colombianas a la prostitución desde edades cada vez más tempranas –así
lo sugiere la ENDS [20]- como
demandan clientes muy poderosos que, si alguna vez los criminalizan por comprar
servicios sexuales, no tendrán mayor inconveniente en sumar esa infracción a
sus abultados prontuarios.
Referencias
Agustín, Laura (2004). “Lo no hablado:
deseos, sentimientos y la búsqueda de pasárselo bien” en Osborne (2004) pp. 181
a 191
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[1] Ver un análisis
de los resultados en Rubio (2010)
[2] La comparación
entre estas dos fuentes debe hacerse con cautela pues las dos encuestas se
hicieron con metodologías distintas. La de Durex fue por Internet de tal manera
que garantizaba el anonimato pero no que la muestra fuera aleatoria ni
representativa, propiedades que sí tiene la ENDS, que se hizo cara a cara. Se
puede pensar que en la primera están sobre representados los clientes de la
prostitución mientras que en la segunda es posible que haya habido sub registro
de esa conducta por incomodidad con la persona que hacía la encuesta. Lo
anterior apuntaría a que el liderazgo de Colombia podría ser más marcado.
[3] Según Marlen
Espitia Angel, asesora de la Alcaldía y experta en el tema, los precios serían
de $20 mil pesos en el nivel más pobre, ascendiendo de allí a $50, $100, $150 y
$200 mil en los superiores .Datos suministrados en Marzo de 2018
[4] Desde 36% en el
más bajo, 37%, 15%, 8% y 5% en los demás, ver la estratificación de los
clientes en una sección posterior de este trabajo
[5] Con base en una
de las preguntas de la ENDS, la abstinencia sexual promedio de los clientes, se
puede calcular en 21 el número de servicios pagados el último año.
[6] Con una población
masculina, entre 13 y 59 años, de 15.7 millones según el DANE, y una tasa de cambio de $
2.802 pesos por dólar en Abril 3 de 2018. https://geoportal.dane.gov.co/midaneapp/pob.html, http://www.xe.com/es/currencyconverter/convert/?Amount=1&From=USD&To=COP
[7] La frecuencia
sexual se calcula a partir de la pregunta sobre el tiempo transcurrido entre la
última vez que tuvo relaciones y el momento de la encuesta.
[8] Esta conjetura
requiere un análisis más detallado del mercado de parejas entre personas
separadas, divorciadas o viudas que se sale del alcance de este trabajo. Lo que
también podrían estar mostrando los datos es una segmentación entre quienes
duran muy poco tiempo sin una pareja estable y aquellos que tienen más
dificultades para conseguirla.
[9] Se pregunta si
está de acuerdo o en desacuerdo con las siguientes afirmaciones: 1) El papel
más importante de las mujeres es cuidar su casa y cocinar para su familia 2) Cambiar pañales, bañar a los(as)
niños(as) y alimentarlos es responsabilidad de las mujeres 3) Son las mujeres
quienes deben tomar las precauciones para no embarazarse 4) Cuando se tienen que tomar las
decisiones en la casa, los hombres tienen la última palabra 5) Sería un
atrevimiento que la mujer pida usar condón 6) Los hombres son la cabeza del
hogar 7) Los hombres necesitan de una mujer en la casa 8) La mujer se debe
casar virgen 9) La mujer es libre de decidir si quiere trabajar 10) Una buena
esposa obedece a su esposo siempre 11) Una mujer puede escoger sus amistades
aunque a su pareja no le guste 11) Es normal que los hombres no dejen salir
sola a su pareja
[10] 1) Algunas veces se justifica golpear a las mujeres 2) Una mujer debe
aguantar la violencia del marido para mantener su familia unida 3) Los hombres
de verdad son capaces de controlar a sus parejas 4) A veces está bien que los
hombres golpeen a sus parejas 5) Se justifica pegarle a la pareja cuando ha
sido infiel 6) Las mujeres que siguen con sus parejas después de ser golpeadas
es porque les gusta
[11] Para eso, se
estimó el primer componente principal de estas variables, que luego se
normalizó para que variara entre 0 y 1.
[12] Para no distorsionar el efecto de esta variable con la edad, que acaba
siendo factor determinante en el número de parejas que se han tenido en la
vida, se dividió ese total por el número de años de actividad sexual (la edad
de quien responde menos la edad a la que tuvo su primera relación sexual).
[13] Ordenada por
nivel de significancia estadística, columna derecha, estadística z, en la Tabla 1. El cambio en los chances de
pagar por servicios sexuales es igual, en término porcentuales, al valor del
coeficiente, restándole 1, para los factores que los aumentan. Para los que
tienen efecto negativo la caída es igual, también porcentualmente, a 1 más el
coeficiente.
[14] Un ejemplo sería
el de Cádiz en el siglo XVIII cuando desplazó a Sevilla como gran centro
comercial. (García, 2002, p. 11)
[15] Para cada
departamento en el que hubo presencia paramilitar se considera la proporción de
municipios afectados. Datos tomados de González (2012)
[16] Para Grecia (Bullough & Bullough,
1987), Roma (Evans, 1979), Nueva York en el siglo XIX ” (Walkowitz, 2000, p.
392), China Imperial (Rubio, 2010)
[17] Ver sección
inicial sobre magnitud del negocio
[18] Según Patricia
Mugno, funcionaria de la Alcaldía de Bogotá encargada de estos temas.
[19] De 16 mujeres
entrevistadas en Bogotá por Marlen Espietta en Marzo y Abril de 2018, solo una
de ellas manifestó no rechazar la institución matrimonial.
[20] Variables que
afectan la demanda por servicios sexuales, como la iniciación sexual precoz, la
alta rotación de parejas o la infidelidad, se presentan cada vez más temprano
entre hombres y mujeres.