Publicado en El Espectador, Abril 19 de 2018
Coignard, Jérôme (1990). On a volé la Joconde. Paris: Pol'Art
Un lunes de
Agosto de 1911 la Gioconda desapareció del Louvre sin que nadie entendiera cómo.
La
vigilancia sobre las obras de arte era precaria. Además, Mona Lisa era menos
valorada y conocida que hoy. Fue a raíz del robo que se volvió famosa. La única
pista era el marco del cuadro abandonado en el museo. Con una larga lista de
posibles responsables, se pensó desde un coleccionista perverso hasta un
admirador obsesionado; incluso Picasso y Apolinaire fueron interrogados.
La pesquisa
contó con conocimiento criminalístico de punta. Recién perfeccionada la
técnica, la policía pudo tomar las huellas dactilares que quedaron en el marco.
Se compararon sin éxito con las de todas las personas que tuvieron acceso al
museo ese día. También se convocó a los trabajadores de una empresa de
mantenimiento. El único que no atendió la citación fue Vincenzo Peruggia, un
inmigrante italiano que dos años después confesaría el robo. Un policía lo
visitó en su apartamento, le hizo preguntas, pero su perfil era tan diferente
al de los eventuales sospechosos que ni siquiera cotejó sus huellas dactilares
y mucho menos imaginó que allí mismo estaba escondido el tesoro.
A finales de
1913 Peruggia logró sacar a la Mona Lisa en un baúl de doble fondo para
devolverla a Italia. Desde París le había escrito a un galerista florentino, a
quien le pidió recompensa. Lo esperó en su hotel para que hiciera examinar la
obra pero al confirmarse su autenticidad, la policía italiana detuvo a
Peruggia, que no entendía semejante ingratitud: él esperaba una medalla por su
noble gesto.
Sobre las
motivaciones de Peruggia ha habido varias hipótesis. La familia y su abogado
sostenían que actuó por patriotismo y venganza ante el maltrato sufrido en
Francia como inmigrante. Una película alemana de 1931 destaca su amor por
Mathilde, una joven tan parecida a la Gioconda que lo habría empujado a robar
su retrato. Art Lover, obra de teatro
de Jules Tasca, retomó la influencia de Mathilde, una ex prostituta, para armar
un triángulo amoroso con Vincenzo y la Gioconda.
Un
documental reciente, disponible en Netflix, de Joe Medeiros, quien lleva
treinta años obsesionado con la historia, describe a Mathilde como una humilde
alsaciana que Peruggia conoció trabajando, que fue su amante y prometida hasta
que ella le descubrió cartas de otras mujeres y lo abandonó. Es bastante
inverosímil este escenario de la joven provinciana que de buenas a primeras se
convierte en amante de un pobre extranjero discriminado y resentido al que,
además, abandona por tener demasiadas mujeres. Tal situación era imposible en
una época de miseria sexual generalizada entre los obreros solteros inmigrantes.
Sobre todo cuando los protocolos matrimoniales le sumaban a la virginidad la
norma informal de no relacionarse con gente ajena a la región de origen.
En realidad,
Perugia había conocido a Mathilde pagando por sus encantos. Un periódico de la
época cuenta que ella estaba un día en el parque con Giulio Bonario, un
vividor, cuando se encontraron con Peruggia. Cenaron y fueron a un salón de
baile en dónde, tras una discusión, Bonario apuñaló a la joven. Peruggia se
ocupó de ella y la llevó a donde una italiana de su barrio que la atendió por
tres semanas hasta que se recuperó. “La mujer herida se convirtió en su amante.
Era tan hermosa que él la mostraba orgullosamente a sus amigos”.
Solo así
resulta creíble la propuesta teatral de Tasca: la prostituta rescatada por el
inmigrante que le prometió cielo y tierra. El triángulo amoroso entre Vincenzo,
Mathilde y la Gioconda hubiera dado en el clavo si el dramaturgo no lo hubiera
contaminado con elucubraciones sobre el dilema de la madona y la puta.
Con un par
de conjeturas se aclara el asunto. Para Mathilde, la puñalada de Bonario habría
sido la gota que rebosó la copa de los riesgos del oficio y el gesto de
Peruggia al encargarse de ella un primer paso tierno y cautivador. Tras la
convalecencia, el inmigrante habría tenido que seducirla a crédito,
asegurándole que pronto iba a vender la Mona Lisa. Es imposible creer que Mathilde
no supiera nada de semejante tesoro escondido, como le dijo a las autoridades.
Era lo único que tenía Vincenzo para retenerla. Es diciente que, en esa misma
declaración, ella hiciera alusión al baúl que escondía la obra y asegurara
haberle advertido a su prometido que, cuando se casaran, ella no aceptaría tener
algo tan aparatoso en su hogar. En otros términos, “la Gioconda o yo”. El amor
por Mathilde habría precipitado la decisión de Peruggia de llevar la Gioconda a
Italia para venderla. La jugosa transacción era indispensable para convencer a su
prometida de que él sí podía garantizarle el futuro que ella merecía.
* Facultad de Economía, Externado de
Colombia
Coignard, Jérôme (1990). On a volé la Joconde. Paris: Pol'Art
Madigan, Cherise (2017). “'Tonight Show' writer to speak on new documentary”. Manchester Journal, Oct 17
Sasoon, Donald (2001). Becoming Mona Lisa. The MAking of a Global Icon. NY, London: Hartcourt
Scotti, R.A. (2009). Vanished Smile. The Mysterious Theft of Mona Lisa. NY: Alfred Knoff
Scotti, R.A. (2009). Vanished Smile. The Mysterious Theft of Mona Lisa. NY: Alfred Knoff