Un breve repaso
de algunas oleadas de prostitución
sugiere que estas responderían, más que a la situación económica, social, legal
o política, a desequilibrios demográficos esenciales y, más específicamente, a
movimientos migratorios con los que se quiebra el balance de géneros en la
población. Así, se pueden señalar dos situaciones básicas caracterizadas por un
exceso de hombres o por uno de mujeres. Otra dimensión tiene que ver con si el
flujo migratorio es transitorio o permanente. Esta asociación rudimentaria
entre demografía y venta de servicios sexuales ha quedado clara en varios
trabajos sobre historia de la prostitución en lugares específicos [1].
Bajo esta premisa, es posible tipificar algunos escenarios que, históricamente,
han mostrado ser fértiles para el surgimiento de la prostitución.
El primer
escenario es el que se podría denominar la prostitución de tierra de frontera que surge cuando un volumen importante de
hombres solteros buscan fortuna y colonizan territorios hasta entonces poco
habitados. Este sería el caso de la colonización de ciertas provincias
Australianas, la fiebre del oro en el oeste estadounidense en el siglo XIX, la
llegada de inmigrantes europeos que, por la misma época, se radicaron en Buenos
Aires en un alto porcentaje sin familia, o las distintas fiebres de productos básicos –el oro, el caucho, la quina, las
esmeraldas, la coca- que de manera recurrente se han presentando en América
Latina. En tales escenarios, la escasez relativa de mujeres puede alcanzar
dimensiones considerables. En San Francisco, California, a mediados del s. XIX
había una mujer por cada treinta hombres. En el condado de Sacramento, por la
misma época, las mujeres eran tan sólo el 7% de la población. En Buenos Aires,
según el censo de 1869, había entre los extranjeros menores de 40 años, más del
doble de hombres que de mujeres. Para algunas nacionalidades el índice de
masculinidad alcanzaba el 300%. (Guy, 1994, pp. 38 y 39). La situación de
excedente de hombres también se ha dado en contextos urbanos, alejados de la
frontera, como Paris durante la segunda mitad del siglo XIX. Hacia 1860 en lo
que Corbin denomina un verdadero far west
la inmigración a la capital francesa había implicado un enorme desequilibrio de
sexos. El déficit de mujeres, y en particular de jóvenes solteras era
considerable. La situación de este “vasto proletariado masculino en estado de miseria sexual” se agravó con el flujo
masivo de inmigrantes temporales –como obreros de la construcción- que venían
del campo. Todos estos factores estimularon el desarrollo de la prostitución
popular. (Corbin, 1982, pp. 276 y 277).
Tales escenarios
con un gran superávit de hombres solteros en busca de oportunidades económicas
han sido generalmente en extremo propicios para la prostitución, impulsada por
la demanda. En California varios
cronistas de la época hablan de una gran invasión de prostitutas (Pourner,
1997). En Australia, las eventuales fuerzas del mercado recibieron el decidido
apoyo de la Corona Británica que en la segunda mitad del s XVIII y principios
del XIX envió barcos enteros con mujeres convictas, muchas de las cuales eran
prostitutas. “El exceso de hombres convertía a Buenos Aires en una ciudad
excepcional de la Argentina y explicaba la fascinación que producía en las
mujeres criollas e inmigrantes. Las mujeres pobres podían servir de diversión
de los inmigrantes solteros y a los nativos que buscaban relaciones sexuales
ilícitas. En el años que se realizó el censo (1869), había 185 prostitutas
declaradas y 47 rufianes trabajando en Buenos Aires … Los funcionarios del
censo estimaban que (estas cifras) representaban sólo un 10 por ciento del
total” (Guy, 1994, p. 40). En China, el déficit de mujeres jóvenes, ocasionado
parcialmente por la política del hijo único, se ha visto acompañado de un
incremento en la prostitución (Edlund y Korn, 2002 p. 206).
En varias
oportunidades, el simple restablecimiento del equilibrio demográfico ha sido
suficiente para la reducción sustancial de las actividades sexuales por pago.
Una vez que en Paris, hacia finales del s. XIX se estabilizó la inmigración, vinieron las familias y se
impuso el modelo conyugal entre el proletariado, se dio una baja significativa
en la prostitución (Corbin, 1982, p. 278). Algo similar ocurrió en San
Francisco y en general en varios de los poblados californianos cuando empezaban
a llegar las familias. De manera consecuente cambiaban no sólo la incidencia
sino las actitudes hacia la prostitución.
Una variante del escenario con exceso de inmigrantes
masculinos se observa cuando se dan desequilibrios de género no por efecto de
las migraciones sino por movimientos transitorios asociados a la actividad
portuaria o turística. En el siglo XVIII en Cádiz el aumento de la actividad
portuaria, por la introducción de barcos de mayor tonelaje que ya no llegaban a
Sevilla y financiera trajo un
inmediato incremento de la prostitución. “De siempre se ha sabido que
los puertos son lugares perfectos para el amor mercenario: ¿Dónde si no se
encontrará un continuo enjambre de hombres con dinero fresco y pocos días para
gastarlo, tras la sequía amorosa de las largas travesías?” (García, 2002, p.
11).
La noción del turismo sexual, por otra parte, no es tan
reciente como parece. Sereñana, un higienista catalán que escribe a finales del
s. XIX menciona como antecedentes de la prostitución en Suiza, en el siglo XV,
el familiar escenario del viajero que compra servicios sexuales: “la
prostitución, en Berna, empezó primitivamente en los establecimientos
balnearios, a los cuales concurrían gran número de extranjeros" (Sereñana,
1882 p. 36). Chris y Hall (2001) señalan que por mucho tiempo el turismo fue
fundamentalmente una actividad masculina. Aún cuando, introducido el turismo de
masas, a mediados del siglo XIX, las mujeres empezaron a viajar, inicialmente
se hacían viajes con chaperones para protegerlas de eventuales ataques, o de la
violencia sexual. De todas maneras, continúa siendo una actividad que, cuando
no es en familia, se emprende en grupos segregados por género. Para ciertos
destinos persiste el sesgo masculino. De acuerdo con datos de la CEPAL, en Cuba
en el año 2000, por ejemplo, el número de turistas hombres entre 25 y 60 años
fue el doble del de mujeres en el mismo rango de edad. Sólo recientemente
aparecen referencias de mujeres que pagan a hombres por servicios sexuales en
el contexto de un viaje turístico.
Con frecuencia el sexo hace parte integral del mercadeo
vacacional. En 1995 la revista italiana Viaggare
declaró que Cuba era el “paraíso del turismo sexual”. Al año siguiente, el
incremento de viajeros italianos a la isla fue del 68% (Trumbull, 2001, p.
358). En los lugares exóticos, la lógica de la prostitución se asocia con el
ocio, lo lúdico, el pasárselo bien y
la línea que separa la venta de servicios sexuales de la rumba, del interés por
lo ecológico, o del simple flirteo se hace tenue. “¿Qué es lo que pasa en los
barcos? Son fiestas, con música, mucha bebida y comida, y sexo en todos lados …
Para algunas mujeres es una oportunidad para ganarse un dinerito, para otras es
más bien un ambiente de mucho festejo y éstas rechazarían rotundamente la
etiqueta de prostituta …Turistas ecológicos también buscan sexo con personas
percibidas como más naturales, más cerca de la tierra; guías maya incluyen
romance en la excursión por los monumentos, y algunas ceremonias pueden incluir
ritos sexuales …” (Agustín, 2004, pp. 183 y 186). Sevilla (2003) también
señala, para Cali, la continuidad entre la rumba y los amores comerciales.
El escenario del turismo sexual sería propicio para
describir la prostitución en lugares como Tailandia, las Filipinas o, en
América Latina, Cuba, Brasil o República Dominicana. Sobre las dos oleadas de
la prostitución en Cuba, la primera bajo el régimen de Batista y la segunda
durante los noventa tras el apretón económico a raíz del desplome soviético,
Trumbull (2001) hace algunas precisiones. En primer lugar, antes de la
revolución, la mayor parte de las mujeres que vendían servicios sexuales en
Cuba encajaban bien en el esquema de la mujer campesina que migra a la Habana
en busca de oportunidades. Segundo, a pesar de la reputación de la Habana como
un gran Casino en dónde desembarcaban los hombres de negocios y turistas
estadounidenses, o de íconos como el Tropicana, el grueso de la clientela de
las prostitutas seguía siendo local. Luego de su virtual eliminación por parte
del régimen socialista, a la segunda oleada, caracterizada por las llamadas jineteras, contribuyó no sólo el impresionante
incremento del sector turístico –desde 1995 creció cerca del 19% al año- sino
las reformas cambiarias. Recibir pagos en divisas implica, en un mercado en
extremo restringido, un enorme poder de compra, y por lo tanto un altísimo
precio por la venta de servicios sexuales.
Otro posible
exceso transitorio de hombres se da con la proximidad de cuarteles, campamentos
o contingentes militares. Un ejemplo típico de este escenario son las bases
militares estadounidenses en el Pacífico. En Filipinas, Corea del Sur y Okinawa
un pujante comercio sexual sirve a soldados y marinos de estas bases militares.
Moon (1997) habla de más de un millón de mujeres que habrían vendido servicios
sexuales a los militares estadounidenses desde la guerra de Corea. Con eufemismos
como anfitrionas, animadoras especiales, mujeres de negocios o de consuelo (comfort women) que atienden a los
militares en sus períodos de descanso y relajamiento se ha consolidado, con el
visto bueno de las autoridades tanto coreanas como estadounidenses, una pujante
industria del sexo. Los coreanos han sido menos benévolos en términos de
denominación y hablan bien de putas o de princesas
occidentales. La misma autora sugiere que, en una insólita versión a gran
escala de las antiguas alianzas tribales basadas en el intercambio de mujeres,
estos gobiernos han visto esta actividad como una manera de conservar
relaciones amistosas entre ambos países y mantener contentos a los soldados que
han luchado por la libertad de los coreanos. Un escenario similar se observó en
España con la llegada, en los años cincuenta, de la Sexta Flota a Barcelona y
la construcción de las bases de Torrejón, Zaragoza, Morón y Rota: “los
permanentes programas de actividades de los soldados del Tío Sam se
materializaban en un extenso florecimiento de lupanares allí donde ponían su
delicada bota” (García, 2002, p.
69).
El
establecimiento del servicio militar obligatorio en Francia, en 1872, también
tuvo un impacto notorio sobre la actividad en las localidades dónde había
cuarteles o puertos de guerra. A favor jugaba no sólo la alta concentración de
hombres jóvenes solteros en un mismo lugar sino el hecho que se encontraban,
protegidos por el anonimato, alejados de las presiones familiares y
pueblerinas, normalmente contrarias al comercio sexual. (Corbin, 1982, p. 295).
El ejército francés, aún después de la prohibición de los burdeles, mantuvo en
Argelia, hasta 1960, los Burdeles Militares de Campaña (BMC) (Nor, 2001, p.
24).
Otra variante del exceso masculino son los movimientos asociados a los
flujos comerciales en los puertos [2],
o donde se emprenden grandes obras de infraestructura con mano de obra foránea
soltera. Cuando, en 1880, los franceses iniciaron la construcción del canal de
Panamá, hubo gran demanda por servicios sexuales que atrajo prostitutas del
Caribe y latinoamérica (Chaumont
et. al., 2017).
Un caso
paradigmático en el que se combina el elemento de trabajadores inmigrantes,
militares y ramificaciones al turismo, con el apoyo de las autoridades
inspiradas en la noción agustiniana del mal menor, es el de la isla caribeña de
Curazao, en dónde el gobierno colonial holandés, en los años cuarenta,
estableció el prostíbulo Campo Alegre –después Le Mirage- para atender las
necesidades sexuales de los marinos holandeses, los militares de los Estados
Unidos y los trabajadores migrantes de las multinacionales . Además “guardar el
honor y la virtud de las mujeres locales solamente se permitía trabajar a
mujeres extranjeras”. (Claassen y Polanía, 1998, p. 13)
Las
consecuencias que tiene sobre la prostitución la cercanía con los militares en
tiempos de guerra es más compleja puesto que la noción de intercambio o de
venta de servicios se puede tornar confusa e incrementarse la incidencia de
violaciones o abusos. En la Guerra Civil Española se dio, al parecer, un
incremento del comercio sexual tanto del lado de los republicanos como de los
nacionales, a pesar de que ambos bandos, por razones diferentes, buscaban
erradicarlo. “Parece que en el curso de la guerra y en los primeros años de la
posguerra el lenocinio se disparó hasta alcanzar cotas hasta entonces
desconocidas. Los datos referidos a contagios sifilíticos son elocuentes. En
1941, el Patronato de Protección de la Mujer contabilizó un total de 64.498
casos de sífils en todo el país; seis años más tarde la cifra ascendía a
267.573” (Moreno y Vásquez, 2002, p. 243)
García (2002)
sugiere tres explicaciones para el vínculo entre guerra y prostitución. La
primera es la del carpe diem: “el
¡goza el día! de Horacio brilla como ningún otro astro. La inseguridad de si se
vivirá mañana empuja a disfrutar del hoy, y ello explica que en la Guerra Civil
Española, y por encima de ideologías tan dispares, la aproximación a la
sexualidad fuese de similar frenesí en los dos bandos … Se observa un enorme
parecido en la materialización de los amores clandestinos y mercenarios”. La
segunda explicación, más tradicional, es
la de la miseria, que se agravó con la guerra que “sería en sí un
semillero de prostitución. Muchas mujeres en los dos campos hubieron de prestar
sus cuerpos para conseguir techo, alimentos o la salvaguardia de la propia vida
o la de algún ser querido”. Estaría por último, la del imperio de los sentidos, el hecho que, “en tiempos de guerra, las
fronteras entre la prostitución, el consuelo, la necesidad, el desahogo, el
amor, el deseo y cualquier perversión de los sentidos, resultan en extremo
volátiles” [3].
A esto habría que sumar las llamadas dragonadas
“todo un desafuero de violaciones, cuyos protagonistas … apuntan siempre a las
vecinas del lugar conquistado” (Moreno y Vásquez, 2002, p. 244).
Los testimonios
recopilados sobre violencia sexual y violaciones masivas en distintas guerras [4]
sugieren que, bajo distintas formas, se puede hablar de una asociación entre
uno y otro fenómeno. En los conflictos de baja intensidad la cuestión puede ser
aún más compleja, pues al lado del florecimiento de las actividades de
prostitución en ciertas zonas, se pueden presentar, mezclados con las tareas de
soporte a los combatientes ejercidas por las mujeres, esquemas de reclutamiento
forzoso de menores con objetivos sexuales, que se complican aún más con las
retaliaciones a raíz de los cambios de control de los territorios.
El segundo gran
escenario que ha resultado favorable a la prostitución se caracteriza,
paradójicamente, por la situación demográfica inversa: un exceso de mujeres
solteras que fluyen hacia los centros urbanos atraídas por elementos tan
variados como la acelerada urbanización, el desarrollo de algún sector
económico clave o la mejora en los medios de transporte, o bien huyendo de
situaciones adversas –hambrunas, guerras- en sus regiones de origen. Este
escenario, que se podría denominar de prostitución por inmigración femenina en
la metrópoli, sería el que
caracteriza las primeras etapas de industrialización en varias capitales
europeas a mediados del siglo XIX o, unas décadas más tarde, en algunos centros
urbanos de Latinoamérica. A principios del siglo XX en Bogotá, por ejemplo,
sólo 3 de cada 10 habitantes había nacido en la ciudad. En un alto porcentaje,
las mujeres no eran oriundas de la ciudad sino de las provincias circundantes.
Así, en algunos barrios, se contabilizaban el doble de mujeres que de hombres
(Urrego, 2002, p. 199). Por la misma época en Medellín el 73% de la fuerza de
trabajo fabril estaba compuesta por mujeres, en buena parte inmigrantes de los
pueblos cercanos, 82% de las cuales eran jóvenes y solteras y tenían entre 15 y
24 años” (Reyes, 2002, p. 221). Esta podría ser, en esencia, la situación
actual en Europa, al menos con respecto a la prostitución proveniente de
América Latina.
Una situación de
exceso de mujeres de bajos recursos también se puede presentar después de una
guerra. Próspero Merimée, autor de Carmen
menciona en su correspondencia el efecto de las guerras carlistas sobre la
prostitución madrileña, sugiriendo implícitamente una situación de gran déficit
de hombres: “ya se imagina usted que las hijas de los carlistas exilados, las
mujeres de los funcionarios cesantes, las viudas de los fusilados, las hijas de
los arruinados por siete años de miseria están encantadas de acostarse con un
extranjero honrado que les abre la bolsa” (Citado por García, 2002, p. 30).
Rioyo (2004) habla de la llegada a España de las gabachas, mujeres francesas
que huían de la primera gran guerra, “con sus macarras a cuestas” y que
revolucionaron la prostitución madrileña con el ofrecimiento del sexo oral, el
llamado francés. Describe además la
lamentable situación de las mujeres de los suburbios madrileños al cabo de la guerra
civil, “muchas jóvenes de boquitas pintadas que tomaban el tranvía al centro y
se dedicaban a hacer la carrera … Las pobres prostitutas soñaban con ser las
bien pagás … La práctica de la prostitución, que había sido ilícita según la
ley del 35, vuelve a ser regulada, vuelve a ser autorizada” (Rioyo, 2004, pp.
470 y 471). En Colombia, como se expone adelante, las zonas más azotadas en la
época denominada La Violencia fueron
importantes focos de expulsión de mujeres que terminaron vendiendo servicios sexuales
en las ciudades (Martínez y Rodríguez, 2002). En los lugares de origen de la
emigración de hombres, como Galicia, también puede presentarse un superávit
femenino. (En el siglo XVIII) “a Castilla se sabía que bajaban mujeres gallegas
y asturianas, disfrazadas de hombres. Mezcladas con las cuadrillas de
segadores, hacían negocio por el camino, durante las faenas agrícolas y a la
vuelta, a modo de acompañantes y entretenedoras de los grupos” (García, 2002, p. 12).
No sólo la incidencia, sino ciertas características, las
consecuencias, la aceptación social de la prostitución, la correspondiente
legislación y las relaciones con las mafias parecen depender de la naturaleza
del desequilibrio demográfico. Aunque contrastar con rigor esta hipótesis sobrepasa
el alcance de este trabajo, vale la pena simplemente ilustrarla haciendo
énfasis en el punto que el escenario demográfico también es determinante de la
relación entre prostitución y delincuencia.
En los lugares
denominados de frontera, con exceso
de hombres solteros en busca de oportunidades, parece más crítico el problema
de criminalidad asociada al comercio sexual. Por una parte, la prostitución es
más explícita. En Buenos Aires a principios del s XX, lugar típico de este
escenario, el comercio sexual fue algo tan visible que generó toda una cultura,
la del tango, a su alrededor. Por otra parte, en ese contexto hay más
violencia, en buena medida asociada con la competencia, textualmente a muerte,
por un recurso escaso. Así, se genera una mayor necesidad de protectores para ejercer el oficio.
Dentro de la Argentina la existencia de proxenetas era significativa, y
manifiesta, en la capital, allí donde se concentraba el exceso de inmigración
masculina. “El año del censo (1869) 185 auto-declaradas prostitutas y 47
proxenetas trabajaban en Buenos Aires. A nivel nacional, por el contrario,
solamente 361 personas, principalmente mujeres, declaraban un empleo
relacionado con el comercio sexual” (Guy, 1990, p. 42). Así, no parece simple
coincidencia que en el lunfardo, la
jerga del tango, existan numerosos vocablos para la figura del rufián [5]
que es un término casi desconocido en lugares donde, como Bogotá, la
prostitución estuvo más asociada con la inmigración de mujeres. Se puede
conjeturar que esta tradición de un comercio sexual sin rufianes ha persistido
y ayudaría a explicar la relativa independencia con la que actúan las
prostitutas colombianas en Europa, un asunto paradójico dada la gran cantidad y
variedad de mafias disponibles en su país. En efecto, se ha señalado que, a
diferencia de sus colegas dominicanas, o de las mujeres africanas o de Europa
del Este, las prostitutas colombianas, desde la llegada de la primera
generación a Holanda, pudieron deshacerse de los proxenetas –pimps- y construir una reputación de
mujeres independientes y auto-empleadas (Zaitch, 2002, p. 208). Este punto se
analizará en detalle más adelante.
El escenario con
exceso de hombres parece el terreno más fértil para el tráfico, la trata de blancas y las mafias. Es fácil
argumentar que, sea cual sea el motivo por el cual llegan a un lugar más
hombres que mujeres, hay en ese escenario una ventana de oportunidad para el
negocio del tráfico de mujeres, que corrige, mediante la coerción o el engaño,
la falla del mercado demográfico. Por
otro lado, la mayor visibilidad que se da para la prostitución cuando hay
superávit masculino, puede generar algunas reacciones negativas. Con relación a
las prostitutas extranjeras que, a principios del siglo XX, trabajaban en
Barrancabermeja, se señala que fueron puestas en la picota pública “por la
forma espontánea y ruidosa como ofrecían sus servicios a los hombres: salían de
sus cuartos o a las puertas de sus casas en ropas íntimas, incluso a plena luz
del día, y con un acento afrancesado le ofrecían al primero que pasara echarse
un polvo o hacer un amor” (Hoyos, 2002, p. 167). A pesar de la observación,
anterior se puede pensar que, dada la escasez relativa de mujeres, en esa
situación se da un mejor estatus para las prostitutas, que por consiguiente son
mejor aceptadas, incluso muy apreciadas. Así lo refleja un comentario hecho en
Buenos Aires. “Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una
mujer que se acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo
que paga ella con la plata del mishé? ¿Se imagina la felicidad de comer con los
tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo quiénes
son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo mientras
los tiras lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos hombres, lo
prefiere a usted, únicamente a usted? Eso es muy lindo, amigo, cuando se hace
la carrera” Arlt (1929).
En la situación
opuesta, la inmigración de mujeres a la metrópoli, se observa por lo general
una mayor clandestinidad y variedad de los intercambios sexuales. La
prostitución se confunde, en el esquema típicamente patriarcal, con una variada
gama de arreglos extra matrimoniales o con los oficios femeninos más precarios,
como el servicio doméstico, o el de camarera. Al no darse ya una competencia
entre hombres por mujeres escasas, sino probablemente lo contrario, se observa
menos violencia, y por lo tanto una menor necesidad de protección. Por otro
lado, es dónde cabe esperar un mayor rechazo social y moral a la prostitución,
con un claro sesgo de género. Por otro lado, puesto que se trata de un
escenario bajo el cual muchas mujeres, no sólo las prostitutas, están migrando,
de manera voluntaria, la función del traficante resulta redundante. En lugar de
mafias es más pertinente hablar de simples intermediarios, o redes de soporte,
que se confunden con los que, legalmente, sirven de apoyo a la inmigración
global. Con esto en mente, no sorprende que las supuestas mafias de traficantes
de mujeres de Latinoamérica hacia Europa sean tan esquivas a la evidencia.
Bajo el
escenario del turismo sexual, el papel de los intermediarios tampoco resulta
fundamental. Incluso la tarea de mercadeo no requiere de altos niveles de
organización y puede surgir espontánea e informalmente. La prostitución se
ejerce de manera independiente, es menos clandestina, y tampoco requiere
esfuerzos especiales de protección. “En Cuba no hay una red de burdeles, ni un
sistema organizado de prostitución en los bares: de hecho la vinculación de
terceros en la organización de la prostitución es rara” [6].
En República Dominicana, “mientras las niñas y adolescentes involucradas en
prostitución tradicional (en burdeles) eran introducidas a esta práctica por
amigas, los niños y adolescentes en neoprostitución
(en calles, parques, playas y discotecas) se iniciaban más temprano y buscaban
a sus clientes por sí mismos desde sus inicios en la prostitución” (OT-IPEC,
2002, p. 15).
En los ambientes
turísticos, puesto que la línea que separa el comercio sexual de la rumba o el
galanteo es tenue, los contactos y arreglos para impulsarlo no son ilegales, y
pueden estar dentro de los círculos cercanos a quien se ofrece. Los sitios en
dónde se concentran los turistas se convierten en los lugares señalados para
los intercambios. En República Dominicana, ”quienes más influencia tienen en
inducir a los menores de edad a las prácticas sexuales comerciales son los
amigos y amigas. La cuarta parte de la población estudiada (25.4%) obtuvo su
primer cliente a través de un amigo o amiga. La proporción de casos en que el
primer intercambio de favores sexuales por dinero o regalos fue intermediado
por otra persona, en términos promedios, es de apenas 10.2%. Sin embargo,
cuando se trata del sexo femenino es de alrededor de 15% (14.5%). Esas otras
personas que fungen como intermediarias en esa primera vez son fundamentalmente
la pareja, dueños de negocios y personas conocidas” (OIT-IPEC, p. 118). Además,
el hecho que quien vende servicios sexuales actúe de local frente a un extranjero de paso, sin vínculos establecidos en
el lugar, puede explicar la mayor seguridad para ejercer el oficio. Como los
sitios de recepción del turismo se benefician del influjo de divisas, cabe
esperar poco rechazo, social o legal, hacia un oficio que refuerza la actividad
económica.
La prostitución
inducida por las bases militares es la que mejor encaja en el tradicional
esquema del mal menor tolerado e
incluso promovido por las autoridades. Los servicios de protección y el control
de los eventuales desórdenes son responsabilidad de las mismas estructuras
militares que demandan los servicios sexuales. De acuerdo con Moon (1997) en
Corea, tanto las USK (US Forces Korea) como las autoridades coreanas han
controlado virtualmente donde, cuando y como las anfitrionas especiales trabajan y viven.
El repaso de las
distintas modas abolicionistas sugiere que estas se han dado no en los lugares
con grandes desequilibrios demográficos, sino en las sociedades que, tras un
balance de géneros relativamente consolidado, se enfrentan a un desequilibrio
coyuntural, generalmente por exceso de mujeres inmigrantes. Tal sería el caso
de Suecia, Finlandia, Canadá, los EEUU o Inglaterra.
La globalización y el aumento de los flujos migratorios resultante, entre
muchos otros factores, de la drástica reducción en los costos de transporte han
hecho factible la confluencia, en un mismo lugar, de prostitución de distinta
naturaleza. Es lo que al parecer, estaría ocurriendo en la actualidad en
Europa, siempre bajo un contexto general de inmigración con excedente femenino.
[2] Un ejemplo sería
el de Cádiz en el siglo XVIII cuando desplazó a Sevilla como gran centro
comercial. (García, 2002, p. 11)
[4] Tal vez el caso más analizado es el de Bosnia-Herzegovina. Ver
Stiglmayer (1994) y Wood (2004), quien también resume los casos de las tropas
soviéticas en Alemania, las japonesas en China, y los conflictos de, Sierra
Leona, Sri Lanka y El Salvador ver Wood (2004).
[5] Tan sólo en las palabras iniciadas por C del diccionario lunfardo se
encuentran caferata, cafiolo, cafirulo, cafisho, canfinfla, caraliso y
cadenero.
Ver
http://members.fortunecity.com/detalles2002/elpais/costumbres/lunfardo/c-lunfa.html
[6] Davidson, Julie (1996) “Sex Tourism in Cuba.” Race and Class 38. July 1996 citada por Trumbull (2001) p 359