Publicado en El Espectador, Junio 24 de 2018
En
sociedades intransigentes, incapaces de negociar, la opción política más
factible son los péndulos.
Cuando hace
dos años los diputados españoles no podían elegir presidente, una amiga
holandesa, genuinamente desconcertada, preguntaba “¿por qué no negocian?”. Para
ella era obvio que unos programas los podía ejecutar la izquierda, otros el
centro y algunos la derecha.
El
pragmatismo de Europa del norte empieza con algo tan elemental como no
pretender ejecutar toda la agenda política con la misma ideología. Es ingenua y
perversa la insistencia en que los gobiernos sean monolíticamente de izquierda
o de derecha, alternándose como un gran péndulo, con costos monumentales. Hay
casi tantos péndulos como frentes de política pública, y es un desacierto
pretender que estén siempre coordinados.
La campaña
presidencial fue un lamentable ejemplo de extremismos anunciando los desastres
que ocasionaría el contrincante al ejecutar su recetario ideológico completo.
Son muchos los frentes de política que en distintos momentos necesitan ajustes
específicos. La corrupción, por ejemplo, requiere medidas reaccionarias
-implacable represión- pero también de avanzada: prevenir con educación. Los
cultivos ilícitos exigen sopesar visiones antagónicas y poder corregir errores,
incluso cambios de rumbo de 180º. Jalar siempre para el mismo lado conduce al
desastre.
En la
reducción del conflicto armado sirvió alternar la zanahoria pastranista con el
garrote uribista y con las prebendas santistas para que las Farc firmaran la
paz. Fue un desacierto no sentarse a negociar de veras con la oposición. Por
eso persisten desacuerdos sobre la JEP, pero el Acuerdo no quedará “vuelto
trizas”. #LaResistencia ya anunció que no tolerará ajustes: todo o nada,
intransigencia absoluta.
Una teoría alucinante
que oí del antiuribismo es que la amenaza guerrillera fue un invento militar
para sacarle plata a los gringos y robarse una parte. La versión pacifista
intensa no llega tan lejos pero sí plantea que del Caguán a La Habana había
vuelo directo y que el gobierno Uribe fue puro odio y despojo de tierras. Que
el Nobel hiciera parte de esos halcones no desvela a nadie.
La izquierda
asimiló un enfrentamiento con un grupo armado a una guerra civil para colgar
arandelas que poco o nada tienen que ver con la guerra: problemas de la mujer,
minorías sexuales, influencia religiosa… Las militancias insisten en la misma
monumental agenda política, un todo monolítico, puro, inalterable: sólo una
ruta, indicada por ellas, conduce a la paz; lo militar es irrelevante, nocivo.
Sin justicia
seguirá la corrupción y el desastre judicial requiere un giro a la derecha:
recuperar el formalismo, devolverle relevancia a los procedimientos e identificar
yerros. La élite constitucionalista aún no reconoce que la justicia actual,
desencuadernada y corrupta, es un legado de la Constitución del 91, la
irreprochable. El formalismo civilista que paralizaba dio paso a una justicia
proactiva, acelerada e impredecible que revuelca continua y exponencialmente lo
que sea. Es un remedo de common law
pero con jueces amarrados a los códigos, sin apego al precedente ni a la
jurisprudencia. Que cualquier juez, a veces sin tener ni idea del tema, pueda
con una tutela tumbar sentencias de instancias superiores, ordenar gasto o
entremeterse en asuntos privados produce escozor, sobre todo con decisiones tomadas
en quince días como única restricción procedimental. Quienes hoy se rasgan las
vestiduras por la propuesta de una sola Corte de cierre silencian que ya existe
una equivalente, establecida por la puerta trasera, sin discusión democrática
previa y ningún contrapeso. También hay muchísimos juzgados igualmente
omnímodos a nivel municipal: el desorden y la opacidad de la información han
impedido calibrar las arbitrariedades y la corrupción en instancias inferiores.
En materia
de inclusión, tolerancia y respeto por las ideas ajenas, pretensiones
tradicionales de la izquierda, la reacción ante el resultado electoral deja
claro que esas virtudes realmente hacen falta donde más las reclaman. Algunos
trinos ilustrativos: “pudimos ser libres, pero elegimos seguir siendo
esclavos... Yo no parí pa esta
mierda… Colombia solo quiere la muerte…. un país lleno de gente indolente que
le encanta revolcarse en la mierda”. Incluso mentes serenas anuncian brotes de
discriminación contra madres solteras, educación confesional y eventual
confrontación bélica con Venezuela. Influyentes feministas pelaron el cobre: no
se sienten representadas por la primera mujer que llega, por elección popular,
al segundo cargo público. Confirmaron ser una élite incongruente y caprichosa:
como nos gusta o guácala. Con la izquierda dizque democrática en ese delirio,
sentenciando que el centro no existe, ¿por qué no darle un chance a quien no
sólo ganó sino que se anuncia conciliador?
La
fanaticada agraviada tendrá que aterrizar y desmenuzar su ambicioso proyecto de
sociedad ideal -rechazado por mayoría- para emprender reformas parciales,
factibles y negociadas. No hacerlo sería un harakiri, hvn. Fuera de dividir el
péndulo, se pueden adornar las partes con algo taquillero y paspartú:
¡Foucault, mk!
Kalmanovitz, Salomón (2018). "Un gobierno de Duque". El Espectador, Jun 17
Rubio, Mauricio (2011). "Entre la informalidad y el formalismo. La Acción de Tutela en Colombia". Documento de Trabajo, Facultad de Economía, Externado de Colombia. Versión Digital
Rubio, Mauricio (2016). "La Divina Corte". El Espectador, Mayo 4
Winegard, Bo (2017) “Centrism: A Moderate Manifesto”. Quillette, August 29
Rubio, Mauricio (2011). "Entre la informalidad y el formalismo. La Acción de Tutela en Colombia". Documento de Trabajo, Facultad de Economía, Externado de Colombia. Versión Digital
Rubio, Mauricio (2016). "La Divina Corte". El Espectador, Mayo 4
Winegard, Bo (2017) “Centrism: A Moderate Manifesto”. Quillette, August 29