Acoger extranjeros

Publicado en El Espectador, Julio 26 de 2018

Heródoto, historiador griego, cuenta que en Babilonia las mujeres tenían una obligación. Sin importar su clase social, “una vez en su vida debían visitar el templo de Venus para entregarse a un extranjero”. Las más ricas llegaban en carruajes cubiertos y con sirvientes acompañándolas. Las demás se sentaban en el terreno aledaño con una corona de cuerdas sobre su cabeza. Los visitantes “se pasean y escogen a la que más les gusta. Cuando una mujer está en ese lugar no puede volver a su casa sin que un extranjero le haya lanzado monedas sobre sus rodillas”. Para estar con ella bastaba invocar a la diosa Mylitta, nombre babilonio de Venus o Afrodita. La ley protegía a quien pagaba: por modesto que fuera el monto, era dinero sagrado. La mujer no podía rechazar a nadie. Solo el sexo con un foráneo la liberaba de su deuda con la diosa y le permitía no dejarse comprar más, por ninguna suma. Las jóvenes atractivas y elegantes no permanecían mucho en el templo, “pero las feas se quedaban más tiempo para satisfacer la ley, algunas hasta por tres o cuatro años”.

La llamada prostitución hospitalaria o sagrada se expandió con el culto de Venus hacia Chipre y Fenicia. Dos siglos antes, el profeta Baruc había descrito el mismo escenario en Babilonia. Las cuerdas representaban el vínculo frágil con el pudor que un amor fulminante podía quebrar. El forastero que quería una mujer la llevaba amarrada por un extremo hacia los cedros bajo cuya sombra podían estar juntos. El sacrificio era mejor recibido por la diosa cuando el adquiriente “en sus arranques amorosos lograba romper impetuosamente todas las ataduras que surgían como obstáculo”.

Tres siglos y medio después de Heródoto, Estrabón también relató cómo las mujeres de Babilonia se entregaban a los extranjeros. Este “campo de prostitución” se encontraba en un terreno sagrado alrededor del templo, en dónde “ni el ojo de un padre ni el de un marido podían perturbar”. Según varios observadores, el ceremonial acabó afectando las costumbres de la ciudad, que se relajaron hasta transformarla “en un espantoso lugar de libertinaje”. Ni siquiera la invasión de los persas, con saqueo, destrucción de murallas, edificios y tumbas pudo transformarla. Las familias temían que sus hijas se prostituyeran con los visitantes y los maridos desconfiaban de sus esposas. Aumentaron las borracheras y los desórdenes. “No sólo las mujeres públicas se abandonaban de esa manera; también las damas más calificadas y sus hijas lo hacían”.

Jóvenes de ambos sexos entraban al servicio de la diosa por períodos más o menos largos. Cuando salían del templo, sin avergonzarse, dejaban en el altar lo ganado con su cuerpo. A las mujeres no les faltaban pretendientes. Las que habían atendido el mayor número de extranjeros eran las más solicitadas en matrimonio.

Bajo los auspicios de la diosa, nacieron gran cantidad de niñas que, sin conocer a su padre, venían desde pequeñas a acompañar a su madre al templo. Los fenicios prostituían a sus hijas vírgenes para mejorar la hospitalidad. La diosa Astarté tenía altares en casi todas las islas del Mediterráneo, además de Grecia, Italia y la península Ibérica. En cada lugar “el pueblo, al aceptar un culto que halagaba sus pasiones, le agregaba algunos rasgos de sus costumbres y su carácter”.

Es fácil entender que la prostitución hospitalaria se estableciera principalmente para atender a los marinos fenicios a lo largo de las costas por dónde comerciaban. Según Pierre Dufour, historiador francés del s XIX, la costumbre se volvió sagrada cuando los sacerdotes quisieron participar en un festín atractivo y rentable para ellos, protegido por una diosa. El culto de Venus era desigual, “sedentario para las mujeres, nómada para los hombres”. En la Ciudad de Dios, San Agustín precisa que en realidad había tres Venus: la de las vírgenes, la de las mujeres casadas y la de las cortesanas.


Las disciplinas evolucionistas señalan que una diferencia fundamental entre mujeres y hombres es la disposición al sexo con extraños. Además de antídoto contra la guerra, o una manera de afrontar la desfloración, se puede especular que el ritual babilónico era un entrenamiento sexual favorable a los hombres, o reclutamiento velado de prostitutas. Los egipcios eliminaron el eufemismo de la religión pero el comercio sexual forzado sólo sería ilegalizado por Constantino, confirmando el papel crucial del cristianismo en el avance de los derechos de las mujeres. El emperador derogó la ley que prohibía casarse con una prostituta para hacerlo con Teodora, su amor de juventud y de burdel. Esta célebre cortesana, iniciada en lo más bajo del oficio, masturbando esclavos, se empeñó como emperatriz en redimir mujeres “caídas”, siguiendo la tradición cristiana de comprensión y tolerancia con las insumisas, castas o promiscuas, que rechazaban el matrimonio arreglado por la familia.





Bullough, Vern & Bonnie Bullough (1987). Women and Prostitution. A social History. Búfalo: Prometheus Books

Dufour, Pierre (1861). Histoire de la Prostitution chez tous les Peuples de Monde. Tome Premier. Bruxelles: Librairie Universelle de Rozez



Evans, Hilary (1979). 
Harlots, whores & hookers. A history of prostitution. New York: Dorset Press