Publicado en El Espectador, Julio 26 de 2018
Bullough, Vern & Bonnie Bullough (1987). Women and Prostitution. A social History. Búfalo: Prometheus Books
Dufour, Pierre (1861). Histoire de la Prostitution chez tous les Peuples de Monde. Tome Premier. Bruxelles: Librairie Universelle de Rozez
Evans, Hilary (1979). Harlots, whores & hookers. A history of prostitution. New York: Dorset Press
Heródoto,
historiador griego, cuenta que en Babilonia las mujeres tenían una obligación. Sin
importar su clase social, “una vez en su vida debían visitar el templo de Venus
para entregarse a un extranjero”. Las más ricas llegaban en carruajes cubiertos
y con sirvientes acompañándolas. Las demás se sentaban en el terreno aledaño
con una corona de cuerdas sobre su cabeza. Los visitantes “se pasean y escogen
a la que más les gusta. Cuando una mujer está en ese lugar no puede volver a su
casa sin que un extranjero le haya lanzado monedas sobre sus rodillas”. Para
estar con ella bastaba invocar a la diosa Mylitta, nombre babilonio de Venus o
Afrodita. La ley protegía a quien pagaba: por modesto que fuera el monto, era
dinero sagrado. La mujer no podía rechazar a nadie. Solo el sexo con un foráneo
la liberaba de su deuda con la diosa y le permitía no dejarse comprar más, por
ninguna suma. Las jóvenes atractivas y elegantes no permanecían mucho en el
templo, “pero las feas se quedaban más tiempo para satisfacer la ley, algunas hasta
por tres o cuatro años”.
La llamada prostitución
hospitalaria o sagrada se expandió con el culto de Venus hacia Chipre y
Fenicia. Dos siglos antes, el profeta Baruc había descrito el mismo escenario
en Babilonia. Las cuerdas representaban el vínculo frágil con el pudor que un
amor fulminante podía quebrar. El forastero que quería una mujer la llevaba
amarrada por un extremo hacia los cedros bajo cuya sombra podían estar juntos.
El sacrificio era mejor recibido por la diosa cuando el adquiriente “en sus arranques
amorosos lograba romper impetuosamente todas las ataduras que surgían como obstáculo”.
Tres siglos
y medio después de Heródoto, Estrabón también relató cómo las mujeres de
Babilonia se entregaban a los extranjeros. Este “campo de prostitución” se
encontraba en un terreno sagrado alrededor del templo, en dónde “ni el ojo de
un padre ni el de un marido podían perturbar”. Según varios observadores, el
ceremonial acabó afectando las costumbres de la ciudad, que se relajaron hasta
transformarla “en un espantoso lugar de libertinaje”. Ni siquiera la invasión
de los persas, con saqueo, destrucción de murallas, edificios y tumbas pudo
transformarla. Las familias temían que sus hijas se prostituyeran con los visitantes
y los maridos desconfiaban de sus esposas. Aumentaron las borracheras y los
desórdenes. “No sólo las mujeres públicas se abandonaban de esa manera; también
las damas más calificadas y sus hijas lo hacían”.
Jóvenes de
ambos sexos entraban al servicio de la diosa por períodos más o menos largos.
Cuando salían del templo, sin avergonzarse, dejaban en el altar lo ganado con
su cuerpo. A las mujeres no les faltaban pretendientes. Las que habían atendido
el mayor número de extranjeros eran las más solicitadas en matrimonio.
Bajo los
auspicios de la diosa, nacieron gran cantidad de niñas que, sin conocer a su
padre, venían desde pequeñas a acompañar a su madre al templo. Los fenicios
prostituían a sus hijas vírgenes para mejorar la hospitalidad. La diosa Astarté
tenía altares en casi todas las islas del Mediterráneo, además de Grecia,
Italia y la península Ibérica. En cada lugar “el pueblo, al aceptar un culto
que halagaba sus pasiones, le agregaba algunos rasgos de sus costumbres y su
carácter”.
Es fácil
entender que la prostitución hospitalaria se estableciera principalmente para
atender a los marinos fenicios a lo largo de las costas por dónde comerciaban.
Según Pierre Dufour, historiador francés del s XIX, la costumbre se volvió
sagrada cuando los sacerdotes quisieron participar en un festín atractivo y
rentable para ellos, protegido por una diosa. El culto de Venus era desigual, “sedentario
para las mujeres, nómada para los hombres”. En la Ciudad de Dios, San Agustín precisa que en realidad había tres
Venus: la de las vírgenes, la de las mujeres casadas y la de las cortesanas.
Las
disciplinas evolucionistas señalan que una diferencia fundamental entre mujeres
y hombres es la disposición al sexo con extraños. Además de antídoto contra la
guerra, o una manera de afrontar la desfloración, se puede especular que el
ritual babilónico era un entrenamiento sexual favorable a los hombres, o
reclutamiento velado de prostitutas. Los egipcios eliminaron el eufemismo de la
religión pero el comercio sexual forzado sólo sería ilegalizado por
Constantino, confirmando el papel crucial del cristianismo en el avance de los
derechos de las mujeres. El emperador derogó la ley que prohibía casarse con
una prostituta para hacerlo con Teodora, su amor de juventud y de burdel. Esta célebre
cortesana, iniciada en lo más bajo del oficio, masturbando esclavos, se empeñó
como emperatriz en redimir mujeres “caídas”, siguiendo la tradición cristiana
de comprensión y tolerancia con las insumisas, castas o promiscuas, que
rechazaban el matrimonio arreglado por la familia.
Bullough, Vern & Bonnie Bullough (1987). Women and Prostitution. A social History. Búfalo: Prometheus Books
Dufour, Pierre (1861). Histoire de la Prostitution chez tous les Peuples de Monde. Tome Premier. Bruxelles: Librairie Universelle de Rozez
Evans, Hilary (1979). Harlots, whores & hookers. A history of prostitution. New York: Dorset Press