Publicado en El Espectador, Agosto 22 de 2019
La popular
aplicación para citas entre desconocidos podría servir para iniciarse en el
sexo pago.
“Trabajadoras
sexuales piden bloquear Tinder”, tituló Actualidad
Panamericana en 2015. La posibilidad de matches
virtuales perjudicó a las mujeres que atienden la demanda sexual en estratos
altos. “Ahora cuando a un man le entra la arrechera, solo prende el aparatejo
este y va levantando de una polvo. Ese es un cliente que perdemos” explicaba
una de ellas, molesta con la tecnología.
No fue por casualidad
que encontré ese artículo tan premonitorio. Apareció cuando googleé “Tinder
prostitution” después de presenciar una peculiar escena en el parque Mont Juic
en Barcelona. Al subir buscando un sitio calmado y con buena vista para leer crucé
una adolescente elegantemente vestida, con unos incomodísimos zapatos plateados
de tacón puntilla: 15 cm que superaban
con creces el máximo recomendado. Aunque en España al madrugar por el periódico
es más común encontrarse gente trasnochada que trotando, era demasiado tarde
para ser el final de una noche de rumba. Además, lucía recién maquillada y
peinada.
Al rato la
enigmática joven pasó frente a mí acompañada por otra mujer con una cámara Nikon
envidiable. Hablaban alguna lengua eslava e iniciaron una glamurosa sesión de
modelaje y fotografía. Era domingo, no había equipo de luces, y por ende
aquellas sensuales tomas no eran profesionales. Después, en un paraje escondido,
alcancé a ver que la modelo, dándome la espalda, se bajaba la blusa
descubriendo los hombros y tal vez parte de los senos mientras su compañera la retrataba
de frente. Entendí que la sesión no era para revistas de moda en Croacia o
Bulgaria. Pensé que esa jovencita de pronto se anunciaría como escort
ofreciendo GFE, “Girl Friend Experience”: noviazgo simulado por dinero. Me
pareció improbable que fuera a utilizar alguno de los anuncios personales en
los que con el infaltable “18 añitos” posan, ligeras de ropas y con tacón
puntilla, prostitutas mayores. Fue ahí que pensé en Tinder como discreta,
progresiva y poco comprometedora puerta de entrada al sexo comercial.
Google confirmó mis
sospechas más allá de la clarividencia panamericana. “Tinder: más que una
aplicación para citas se ha vuelto un catálogo de prepagos” titula Q’Pasa sin datos ni testimonios. Un
periódico inglés le preguntó a varias prostitutas “por qué estaban todas en
Tinder”. Sarah les respondió que por la misma razón que otras mujeres de su
edad: para averiguar cuántos hombres hay cerca y contactarlos de manera fácil y
segura. A diferencia de muchas usuarias, a Sarah no le interesa conocer
solteros porque busque novio, ni siquiera para tener una aventura. Su negocio
se ha duplicado con Tinder. Empezó a usarlo cuando una amiga, también escort,
le dijo con desparpajo, “¿dónde más tienes a tu disposición una base de datos con
todos los hombres dispuestos a tirar ya mismo en tu zona?”
Los trucos que usan
las profesionales para distinguirse de las demás mujeres, un problema
milenario, son simples. También permiten evadir eventuales restricciones de los
administradores de Tinder. Ha sido usual una seña arbitraria que rápidamente se
generaliza. En Londres proponen “80 rosas por la mejor noche de tu vida”. Antes
del Brexit, la tasa de cambio libra esterlina/rosa era uno a uno. Para otra acompañante, la gran ventaja de
la app es librarse del acoso policial
que no cesa ni siquiera cuando la actividad está legalizada.
El atractivo de Tinder
para hombres que demandan sexo sin compromiso, algo menos común entre mujeres, es
obvio: directo al grano, sin antesalas ni rodeos. Lilly, que también se conecta
para trabajar, lo sabe. “Los hombres siempre pagarán por sexo. Todos los que he
conocido por Tinder buscan eso, no es salir lo que les interesa”. La enorme brecha
por género en las expectativas sexuales produce chats tan insólitos como ilustrativos:
-
Usted quiere cosas gratis.
Tiene que pagar
-
¡Ahh! ¿es usted prostituta?
-
No, no lo soy. Pero si vamos a
tener algo sin afecto, quiero dinero, prefiero ser directa
Esa misma
consideración puede ser más elaborada. Una periodista gringa, aburrida al constatar
que muchos hombres usan Tinder como fuente de sexo gratuito, sin dinero ni cariño, se pregunta cuánto
deberían cobrar las mujeres para recuperar lo invertido en el servicio, además de
los inconvenientes de esa variante high-tech
del acoso. Su conclusión es decepcionantemente neoliberal: “el mercado debería
fijar ese valor”.
Fuera de Actualidad Panamericana, en Colombia nadie
sabe nada sobre este uso de Tinder. Sorprende el desinterés por lo que parece ser
economía naranja: emprendimiento en servicios intensivo en tecnología. A pesar
de ganar millonadas, los dueños de la app
no explotan laboralmente a nadie pues el feminismo surrealista ya decretó que cobrar
por sexo no es trabajo. Eso sí, exigirá que detengan por trata a las fotógrafas
de adolescentes en los parques.
AP (2015). "Trabajadoras sexuales piden bloquear Tinder". Actualidad Panamericana, Ago 1
Cullinane, Sophie (2014) “Meet The Tinder Prostitutes”. Grazia, Aug 27
Gardner, Lucy and Danni Levy (2014). “Hot girl on Tinder might be a hooker”. The Sun, Nov 7
Margs, Andy (2018). “Tinder: Mas que una aplicación para citas se ha vuelto en un catalogo de prepagos”. Q’Pasa, Marzo 24
Sánchez, Lorena (2014). "Una ecuación para saber cuántos centímetros de tacón puedes aguantar". Quo, Jul 24
Silver, Shani (2018). “Women Of Tinder: What Should We Charge For Sex?” medium.com, Oct 21
Silver, Shani (2018). “Women Of Tinder: What Should We Charge For Sex?” medium.com, Oct 21
Sirgalt (2018) “Not a prostitute - just wants money for sex”. Reddit