Causó revuelo la propuesta -centros especializados en comercio sexual- con la que administración distrital trata de abordar uno de los problemas más complejos y recurrentes de cualquier ciudad en cualquier época: cómo regular geográficamente la prostitución. Una posible razón para el escepticismo es la mala experiencia con la zona de tolerancia de la localidad de Santa Fé, establecida hace más de una década, y en dónde el panorama actual es desolador.
La cercanía a la estación del ferrocarril de La Sabana, que en sus orígenes hizo del barrio Santa Fé un lugar apetecido por las familias ricas, fue también la causa de su posterior deterioro. Tras una época de boom a raíz de la llegada de judíos que huían del nazismo y construyeron allí sus residencias, el bogotazo provocó la emigración de familias cuyas casas fueron reemplazadas por hoteles para los viajeros que llegaban a la capital. Con el declive del transporte ferroviario estos inmuebles se convirtieron en alojamiento por horas para el amor furtivo. Los primeros focos de prostitución callejera en la Avenida Caracas se ampliaron e invadieron la localidad.
Una evolución similar se dio en el barrio Guayaquil de Medellín, que por su cercanía a la estación del ferrocarril de Antioquia, había surgido como lugar apreciado por la élite para fijar su residencia. Con el tiempo fue perdiendo su carácter de barrio elegante para convertirse en el sitio de llegada de los arrieros con su mercancía. Proliferaron almacenes, chicherías, hoteles baratos y prostíbulos. Además, en la misma estación “funcionaban verdaderas bandas de trata de blancas cuya misión era reclutar incautas campesinas con promesas de vida esplendorosa y fácil”.
Las zonas rojas bien definidas de las ciudades europeas resultaron de una evolución espontánea en las inmediaciones de los muelles con sus hordas de marinos, con una dinámica similar a la de estos dos puertos secos colombianos que acogían viajeros, comerciantes y migrantes.
En América Latina, la mayor experiencia con zonas de tolerancia la tiene México. A lo largo de la frontera con los EEUU se identificaron hace unos años dos tipos de zonas: los distritos, localizados en las áreas turísticas tradicionales, y los conjuntos cerrados creados en la posguerra específicamente para el comercio sexual. El distrito es un sector de la ciudad que concentra bares, nightclubs, casinos, restaurantes, bailaderos u hoteles y en donde la prostitución es una opción más, no siempre visible, dentro de la oferta de entretenimiento adulto. Es el legado de una época en la cual los llamados vicios jugaron un papel determinante del turismo.
Los conjuntos cerrados o ciudades de muchachos (boy’s towns) difieren de los distritos por su localización, su organización y su entorno. Desde sus orígenes estuvieron físicamente aislados del resto de la ciudad, por lo general con un sólo acceso a través de una mala carretera. Esa única entrada, con portal y guardias armados permite mantener cierto control, cobrar el acceso y configurar la principal ventaja del conjunto: un ambiente permisivo pero seguro tanto para las prostitutas como para los clientes. Es usual que cuenten con un servicio médico. La prostitución no es ilegal en México pero para ejercerla se debe tener un registro y someterse a exámenes periódicos. Las mujeres no registradas, las clandestinas que ejercen en la calle, no son admitidas al conjunto.
Hasta principios de los años noventa, antes de la irrupción del narcotráfico, la actividad estaba claramente estratificada en los conjuntos, desde los grandes y vistosos clubes, atendidos por costosas jóvenes escorts para extranjeros y ejecutivos, hasta las llamadas accesorias, pequeñas habitaciones abiertas directamente al espacio público que permitían a las mujeres mayores ofrecerse a bajo precio.
El origen de los distritos y los conjuntos fue diferente. Los primeros surgieron en la última década del siglo XIX y recibieron un gran impulso con la prohibición en los EEUU. Los gringos viajaron masivamente al sur en búsqueda de alcohol, sexo, juego y diversiones exóticas como los toros y las riñas de gallos. En los años veinte el cónsul americano hablaba de Tijuana como “el sitio más inmoral, degenerado y absolutamente perverso que haya visto”. Con la gran depresión los distritos colapsaron para sólo reponerse en los años cincuenta, sobre todo en las ciudades cercanas a las bases militares norteamericanas.
Los conjuntos cerrados aparecieron a mitad del siglo XX como reacción al deterioro de los distritos, para limpiar la imagen de las áreas turísticas. El modelo específico de estas zonas cercadas situadas fuera del perímetro urbano fueron los campamentos que, en 1916, establecieron empresarios mexicanos y chinos para las tropas americanas que ocuparon Chihuahua. Eran versiones precursoras de las “comfort stations” de las guerras en el Asia.
Los últimos años han marcado el declive del turismo sexual en la frontera norte. Chiapas, al sur, se ha consolidado como nuevo polo de atracción para sexoservidoras de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala que alternan con mexicanas oriundas de distintas regiones. Aunque hay oferta sexual en varios tipos de establecimientos, o en la calle, son comunes las zonas de tolerancia creadas, de nuevo, para limpiar la imagen de las ciudades. Una de las más famosas es la Zona Galáctica, donde “trabajan unas 130 mujeres. Se trata de un área completamente enmallada que guarda un conjunto de 16 módulos con 11 cuartos cada uno. Los módulos fueron concesionados a particulares, que cobran una renta a las sexoservidoras. La policía municipal se encarga de la seguridad. Al ingresar se pasa por un riguroso cacheo. La tarifa de entrada es de cinco pesos”. A ese monto se llegó luego de una protesta de las mujeres que alegaban que la tarifa inicial propuesta (15 pesos) era la mitad de lo que ellas cobraban por su servicio. Además, “demandaron que los servicios de salud municipal las dotaran de los condones necesarios para ejercer su trabajo sin riesgos, y mayor vigilancia y seguridad”.
La zonificación del barrio Santa Fé en Bogotá parece un intento fallido por regular un distrito ya deteriorado, mientras la nueva propuesta permite vislumbrar un modelo de conjuntos cerrados. Una evidente falla de la actual zona de tolerancia fue ignorar la incompatibilidad entre el mercado sexual callejero y la vivienda familiar, o los colegios. Una educadora amenazada varias veces por delincuentes de la zona cuenta la anécdota de un niño de primaria que en una actividad escolar preguntó sorprendido por qué las profesoras estaban todas vestidas.
El conjunto cerrado o centro dedicado exclusivamente a la prostitución, la zona de tolerancia con entrada vigilada y acceso restringido, como contempla la propuesta de modificación al Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá no es una gran novedad. Tampoco es un invento mexicano, ni siquiera una innovación reciente de los militares. Se trata de la versión moderna y parcial de la mancebía, una institución medieval española -que valdrá la pena analizar- concebida “para asegurar el orden social y la tranquilidad en las villas y ciudades”.