Junio de 2014
En Plataforma, Michel Houllebecq plantea que para la miseria sexual de los europeos existen dos consuelos en un país como Tailandia: la destreza de sus prostitutas y las mínimas exigencias y expectativas que las mujeres le imponen al matrimonio. “Parece haber un cuadre casi perfecto entre los hombres occidentales, quienes no son apreciados ni respetados en sus países, y las mujeres Thaï, quienes estarían felices de encontrar alguien que simplemente haga su trabajo y espere volver a su hogar y a su tranquila familia al acabar la jornada. Una manera simple de ver esto son los avisos clasificados personales. La mujer occidental quiere alguien con cierto tipo de presencia, que tenga destrezas sociales como el baile o las conversaciones inteligentes, alguien que sea interesante y excitante y seductor. Ahora vea lo que las jóvenes tailandesas dicen que quieren. Es realmente simple. Una y otra vez manifiestan que estarán felices de comprometerse para siempre con un hombre que quiera mantener un empleo fijo”.
El mercado global de parejas descrito por el novelista francés concuerda con muchos testimonios. Y es consistente con la demografía, en retiro, de los países europeos. Para los que John Burdett denomina refugiados del feminismo existen diversas posibilidades de relaciones duraderas con las mujeres asiáticas. Una revisión de la percepción de clientes alemanes sobre las prostitutas tailandesas, basada en entrevistas y cartas escritas por ellos es ilustrativa. Un retirado confiesa que “yo no sé lo que va a pasar. Yo no soy pesimista, pero Loi es 25 años menor que yo … Y es lo mejor que me ha podido pasar. Echo de menos a mis hijos, por supuesto; pero he encontrado algo que ha hecho mi vida mil veces mejor de lo que nunca pensé que podría ser”. También es común la situación del sexagenario que manda una y otra vez pequeñas sumas de dinero a una mujer tailandesa mucho menor pero que también le escribe recomendándole dejar de ir al bar, manifestándole su temor por el SIDA y prometiéndole más ayuda próximamente. Algunos entrevistados se muestran preocupados por la carga financiera de mujeres que los engañan. “No te das cuenta al principio. De hecho mientras tuvimos dinero todo funcionó bien. Ella podía gastarlo”. Ese mismo europeo cuenta cómo le compró a su novia una casa y un carro que ella hipotecó y vendió. Después, al pensionarse, lo abandonó. Las quejas van desde la mujer que cobraba más de lo acordado por una noche hasta las pérdidas cuantiosas. La autora del trabajo sobre estas relaciones señala con mucho tino la paradójica actitud de estos hombres que van a comprar amor y tras visitar bares y hoteles se dan cuenta de que lo que a las mujeres les interesa es el dinero, que el afecto no es tan fácil de comprar, y se sienten deprimidos, frustrados, engañados.
De todas maneras, entre los clientes europeos de prostitutas tailandesas hay acuerdo en que estas son “más afectuosas, leales, inocentes y naturales” que las mujeres occidentales. También es claro para ellos que la disponibilidad de sexo en Tailandia se debe a la pobreza de las mujeres que lo ofrecen. Los reconforta sentir que estas mujeres jóvenes se sientan atraídas por ellos, sin importarles la edad ni la apariencia. Sin embargo, no saben manejar el acercamiento. El hechizo se empieza a romper, y las relaciones a dañarse, cuando ellas hablan de sus vidas.
El sexo comercial no erradica sino que refuerza las expectativas esenciales de muchas de las prostitutas: casarse y tener hijos. Estas aspiraciones no son atípicas entre mujeres con escasa educación en sociedades patriarcales. Como aclara una joven thai entrevistada por un periodista español. "A mi no me gusta fuck fuck. Quiero tener un marido que me cuide, y tener hijos. Pero es muy difícil. Los chicos no quieren casarse con una prostituta. Quieren chicas vírgenes que no sepan fuck fuck".
Varias etnografías confirman que se trata de mujeres que buscan no sólo mejorar su situación económica sino, también, encontrar un parejo, tal vez enamorarse. Entre las solteras que se van de Tailandia “la pobreza y las dificultades financieras no necesariamente son la causa de la emigración a Alemania, puesto que la mayor parte de las mujeres pertenecen a la clase media y ganan lo suficiente para mantenerse … Aparte de mejores ingresos, tienen como aspiración oculta casarse con un extranjero bien establecido … En el marco de su historia de vida, la migración empezó cuando una relación familiar terminó”. Muchas de las emigrantes después de la prostitución militar comparten una historia común, “habían sido mia chaos (esposa alquilada) de soldados norteamericanos durante la guerra de Vietnam. Cuando las bases militares salieron de Tailandia, estas mujeres no pudieron, o no quisieron, encontrar un trabajo. Migraron a Bangkok y trabajaron en clubes nocturnos, bares o salones de masajes. En ese entorno, fueron estimuladas por amigas, trabajadoras sexuales migrantes, para unirse a la prostitución en Alemania”.
Desde mediados de los ochenta también ha habido mujeres sin antecedentes en el comercio sexual que se van a Europa. “Wimala tenía un novio extranjero que venía y pasaba sus vacaciones con ella todos los años … Muchas de ellas empezaron como prostitutas viajeras. Para quedarse más tiempo, tuvieron que establecer relaciones con alemanes. Muchas trabajadoras sexuales inmigrantes se casaron con este propósito (obtener la visa). A veces se trataba de un falso matrimonio … Después de un tiempo encontraron un hombre con el que realmente querían empezar una familia, entonces se divorciaron de sus esposos contratados y se casaron con maridos verdaderos”.
Hoy por hoy hablar simultáneamente de amor y prostitución parece un despropósito, una incompatibilidad que se refuerza. Como señala Francesco Alberoni, “el enamoramiento no puede desarrollarse cuando no dispone de un lenguaje mediante el cual expresarse”. Entre las víctimas del tráfico de seres humanos cuyo único sentimiento políticamente válido sería el síndrome de Estocolmo y, en el otro extremo, las trabajadoras sexuales politizadas centradas en los derechos que afectan su carrera, no ha quedado espacio para banalidades como el amor.
Al igual que las tailandesas, las colombianas y latinas que llegan al viejo continente a ofrecer toda una gama de servicios de cuidado –a los niños, a los ancianos, a los enfermos, en el hogar- y a veces sexo venal podrían estar escapándose de un entorno conservador, asfixiante y patriarcal, o de la falta hombres asociada a la violencia, para buscar un trabajo o una pareja, un papito europeo que las valore. “En el sentimentalismo que se da alrededor del desarraigo se olvida la miríada de posibilidades de sentirse miserable en casa. Mucha gente está huyendo de los prejuicios pueblerinos, de trabajos sin futuro, de calles peligrosas, de padres sobre protectores y de novios violentos. La casa puede ser también un lugar aburrido y sofocante” anota Laura Agustín, una lúcida crítica de la “industria del rescate” como denomina a la burocracia obsesionada con la trata de personas con fines de explotación sexual. Estas mujeres buscan mejores perspectivas económicas y, tal vez, rehacer sus vidas con alguien más responsable y ávido de afecto que el novio bien machista dejado atrás. Es probable, aunque suene a herejía, que un enamoramiento correspondido sea el paso definitivo hacia su emancipación.