Publicado en El Espectador, Mayo 1 de 2014
Una posible explicación para el embrujo del Flaco, máximo lider del M-19, sobre quienes lo conocieron es la alquimia del amor.
Su atractivo no dependía de los poderes sobrenaturales que algunos le atribuyen, ni de sus excepcionales dotes de conversador y rumbero, que por supuesto ayudaban. Había algo más instintivo, corporal, con los sentidos, la biología y las feromonas. Una periodista señala que “cuando el Flaco llegaba, lo primero que percibías era su olor. No recuerdo haber conocido a nadie que tuviera un almizcle tan peculiar. Se sentía su olor antes que su presencia”. Peggy su novia también menciona el “olor fuerte, olor a sudor”. Es ese el aroma que utilizan los sitios de encuentros de alta tecnología: las mujeres entrevistan sólo a quienes las han impresionado con feromonas en una camiseta impregnada de sudor.
Una anécdota ilustra la versatilidad y rapidez del flechazo del comandante. Cuando los del Eme alquilaron un apartamento en la playa, en un piso 17, la dueña vivía aún más arriba y a Bateman le caía tan mal que había advertido que si se encontraban con esa burguesa ni se la presentaran. Al cruzarse con ella en el ascensor, “no habíamos terminado de subir cuando el Flaco ya había establecido una relación maravillosa con esa señora, ella lo había invitado al penthouse a mirar el mar desde allá”. Su arte no dependía de la comunicación verbal. En un viaje a Rusia estuvo hospitalizado y tras una complicada operación permaneció dos semanas “con las piernas cruzadas e inmovilizadas”. Aún así, “hizo el amor con una enfermera”. Conquistó a otras para que le llevaran vodka y tomar con ellas. Cuando se mejoró “se iban para un bosque y las hacía bailar vallenatos. Él era muy malo para hablar ruso. Para bailar, no”.
La magia del Flaco volvía trizas cualquier pretensión de reciprocidad. Una novia acepta que “siempre hay una manera, espacio y tiempo para la convivencia de varios amores … usted sabrá a cuantas más, pero a mí me tramó, songo sorongo. Me empezó a invadir el amor. Incondicional y total. Sin chistar ni preguntar. Daba gracias a la vida por su amor, sin sentir derecho a exigir nada”. Todas sus amantes y la madre de sus hijas padecieron esa misma entrega total.
Es inevitable con esos testimonios no pensar en otras personas famosas por la fascinación que lograron sobre sus seguidores. Evita Perón se acerca, pero el descomunal magnetismo del Flaco se asemeja más al de otra mujer que, sin ser particularmente hermosa, se inmortalizó como la Bella Otero. Su intrigante vida la resume una reunión en 1898 en un lujoso hotel de Montecarlo a la que asistieron el zar Nicolás II, Leopoldo II de Bélgica, Eduardo de Gales, Alberto I de Mónaco y Nicolás de Montenegro. El propósito de tan exclusiva cumbre: celebrarle los treinta años a la Bella, amante de todos. Simplemente con verla en un escenario, el empresario que la lanzó al estrellato quedó perdidamente enamorado. Por fortuna se dio cuenta de que el mismo flechazo afectó a muchos de los que la vieron dizque bailando aquella noche. Decidió gastar todo su patrimonio preparándola para una presentación en Nueva York. Allí la Bella cautivó a quien le serviría de trampolín para conquistar industriales, nobles europeos y hasta al Sha de Persia. Los dejaba tan deslumbrados como adolescentes enamorados. Uno de los pocos que pudo verle defectos fue el crítico, seguramente gay, que escribió “anoche vimos cantar y oímos bailar a la señorita Otero”.
Como la actividad política del comandante, el oficio de bailarina de la Bella Otero era lo de menos. Se trataba de una fachada para reclutar un séquito de adeptos útiles a sus propósitos, tan hechizados e incondicionales que vieron en ellos sólo cualidades. Las víctimas del Flaco y quienes no lo conocimos podemos recordar que ese hombre tan adorado también fue secuestrador, cómplice de asesinato de civiles, narco, traficante de armas, instigador del MAS y promotor de la guerra sucia. Tragarse el sapo de los crímenes de las FARC sería más sencillo si Tirofijo, Cano o Timochenko hubieran tenido algo del encanto de Bateman, quien blanqueó su imagen seduciendo a una élite de intelectuales. Los demás comandantes del M-19 aprendieron de él que en la lucha por el poder el amor es tan importante como la guerra. No cometieron el error fariano de seducir sólo guerrilleras y mantuvieron románticas aventuras con periodistas influyentes comprometidas con la paz. Eso sí, sin la magia e infalibilidad del Flaco, o de la Bella.
REFERENCIAS
Lewis, Arthur (1968). La Belle Otero. A Biography. New York: Pocket Books
Prioleau, Betsy (2003). Seductress. Women Who Ravished the World and Their Lost Art of Love. Penguin
Tournier, Paul (2003). Las cortesanas. Barcelona: Manontropo
Villamizar, Darío (2007). Jaime Bateman. Biografía de un revolucionario. Bogotá: Intermedio Editores