Mujeres en el conflicto armado
Sin mujeres en la mesa
de negociación 1
Olvidaron a Tania la
Guerrillera 3
El entorno de las
rebeldes y el de las campesinas 4
Separarse de los padres
o huír del padrastro 7
La Culebrita que se
voló de la casa 8
El Demonio a veces vive
cerca 8
De las universitarias
anti-sistema a las niñas desescolarizadas 10
Vírgenes para los
comandantes y tutora sexual del guerrillerito 12
Adoctrinamiento
voluntario y progresivo o forzado y tedioso 17
El reglamento es para
las de ruana 21
Bombas en las milicias
o en el monte con un pretendiente guerrillero 23
La violencia sexual en
el conflicto 25
La creciente amalgama
de víctimas 25
Las violaciones como
arma de guerra 25
El coco de las
guerrilleras 27
El general, el
funcionario y la violencia sexual como política 27
Los abortos forzados 29
Reclutamiento de
menores, derecho de pernada y
apecho 33
Acoso sexual
paramilitar 36
No todo es violencia
sexual, también hay parejas 37
Los romances con
guerreros 38
En las FARC 39
Campesinas de
Marquetalia 39
Las mujeres de Tirofijo 40
Los amores de Zenaida 42
Eloísa, romance con el
enemigo 42
La cantante que nunca
quiso ser guerrillera 43
En el ELN 45
Las primeras Elenas 45
De clandestina a
feminista 46
Las universitarias del
M-19 48
Esmeralda la del Flaco 48
Emilia y sus varios
compas 48
Vera Grabe 49
Peggy Ann Kielland 49
Las periodistas 50
Virginia Vallejo 50
Laura Restrepo 51
Olga Behar: flirteo con
emoción 52
El gran misterio 53
Amores cortos o
remunerados 54
Romances restringidos y
rotación sexual 54
Miércoles y domingo
ellos escogen 56
El sexo en la guerrilla
visto por una secuestrada 57
Miseria afectiva y
prostitución 58
Casas de consuelo y
fuentes de soda 61
La visitadora
venezolana 63
Cómo empezar una nueva
vida 64
Destetarse del
conflicto 64
Taxistas, ornitólogos,
plasticidad cerebral y posconflicto 65
Mujeres arriesgadas 66
El mal antecedente de
las universitarias reinsertadas 67
Los rebeldes sin
víctimas 67
No debimos entregar los
fierros 70
Qué mamera todo, si
acaso el sexo 71
Para ellas la cuestión
familiar será más dura 72
Un trencito camuflado 72
Mujeres adictas al sexo 73
Del cambuche a la casa 75
El deseo de ser madre 76
Reconstruír la
feminidad 77
El abismo del
posconflicto 77
Sin mujeres en la mesa de negociación
En
Septiembre del 2012, acompañado de Michelle Bachelet, el presidente Juan Manuel
Santos anunció la nueva política de equidad de género. Días después afirmó que
las mujeres “participarán activamente en el proceso de paz”. A pesar de los
buenos propósitos, el grupo responsable de los diálogos con las FARC en La
Habana acabó siendo de puros halcones. Ni una paloma. En el evento político de
la década las mujeres han estado en la retaguardia como simple soporte técnico de
un equipo negociador exclusivamente varonil. Con mucha razón, las organizaciones de mujeres han
protestado, “paz sin nosotras no es paz”.
Si
no hubo inspiración con la filosofía de la ley de cuotas, por lo menos han
debido observarse las directivas del Consejo de Seguridad de la ONU para
incrementar la participación femenina en todos los niveles de las decisiones
conducentes a la solución de conflictos, empezando por la mesa de negociación.
Luego
de revisar los documentos de los procesos de desmovilización durante los años noventa,
Luz María Londoño y Yoana Nieto concluyen que “en la mesa en que se trama la
paz, la voz de las mujeres no parece haber estado presente. Ni su voz ni ellas
mismas”. Del total de firmantes, 280 son hombres y sólo 15 mujeres. En los
acuerdos con seis grupos insurgentes, no hay sino una mujer guerrillera como
signataria. Quienes los suscribieron en representación del gobierno, como
veedores o testigos fueron sólo varones.
Parecería
vigente el principio enunciado hace unos años por un colombiano experto en
diálogos, Alvaro Leyva Durán: “la guerra es entre hombres y las soluciones a la
guerra tienen que ser entre hombres”. Ese, precisamente, es uno de los errores que
se está repitiendo. De partida, se trata de una gran imprecisión: hace años el
conflicto colombiano dejó de ser sólo masculino. Entre las personas
desmovilizadas de siete grupos guerrilleros en los años noventa una de cada
cuatro era mujer. En la actualidad
se estima que en algunos grupos armados la participación femenina podría estar
rondando el 30%.
Hicieron
falta negociadoras en la mesa porque la simple presencia femenina hubiera
facilitado el proceso. Con razón se ha dicho que un requisito para acordar el
fin de una guerra es convencerse de la imposibilidad de ganarla. Un problema
esencial de los hombres en las confrontaciones es su terca y visceral
pretensión de que serán vencedores. La lógica femenina ante los conflictos es
diferente: más que ganarlos se busca evitarlos.
En la
encuesta a desmovilizados realizada por la Fundación Ideas para la Paz (FIP),
es diciente una discrepancia por género. Ante una pregunta sobre si “en algún
momento sintió que iban a ganar la guerra” sistemáticamente las mujeres fueron
menos optimistas sobre la posibilidad de vencer que los hombres. Entre excombatientes de las guerrillas, ser
mujer disminuye casi a la mitad y de forma estadísticamente significativa los chances de haber pensado que podían
ganar la guerra. Incluso el impacto del asedio de la fuerza pública es inferior
a este nítido efecto género.
En
un proceso tan cargado de simbolismo hubiera sido útil enviarle a quienes dejan
las armas una señal clara sobre los avances de las últimas décadas en la
situación de la mujer. Es por ahí que más se añora una figura femenina en el
equipo oficial de negociadores. A pesar de la retórica igualitaria, el camino
desde las montañas de Colombia hasta la equidad de género será largo y tortuoso
para las mujeres que dejen las armas. Según una excombatiente, “en la
guerrilla, más que una mujer muy abeja
que sabía pensar, yo sólo les servía para cocinarles, para la hamaca, para
llevar a un muerto, para informar los movimientos del enemigo, y tenía que
decir que sí y callarme”. Incluso cuando se logra algo de representación
política femenina, los roles persisten. Una desmovilizada anota que “en la
negociación política (las mujeres) vuelven a la cocina, a hacer la comida y a
lavarles la ropa a ellos … A mí que era vocera me desinformaban para que no
llegara a las ruedas de prensa”.
Por
estas razones incomoda que, empezando con la compañera de Tirofijo ante los medios, las FARC le hayan dado más protagonismo a
las mujeres que el gobierno. Y el verdadero golazo que anotaron los
guerrilleros más viejos del mundo en las negociaciones de Cuba fue Tanja
Nijimeijer, la holandesa que sirve de enlace con la prensa internacional. Esta
magistral movida de relaciones públicas ya estaba cantada hace varios años
tanto por los comandantes del grupo sedicioso como por sus simpatizantes en los
medios de comunicación.
En
un libro escrito por Gabriel Angel, un guerrillero urbano de la vieja guardia,
se destaca la experiencia de esta mujer proletaria en el campo, que “salvo su
acento, nada la distingue de las demás … (es) como un bello botón de muestra,
de lo que son y representan todas … Alexandra, Holanda como la llamamos con
cariñoso deleite nosotros, es una combatiente más de las FARC”. Su única
particularidad, según él, es que “da gusto oírla cantar por ahí, siempre a
media voz, en holandés, inglés o quizás en qué lengua extranjera”. Se trataría,
en síntesis, de una campesina como las demás, sólo que trilingüe. Ella misma lo
confirma: “recuerde que yo también soy campesina. Del campo de Holanda, pero
campesina al fin y al cabo”.
Un
excomandante político de las Farc, miembro del frente “Cacique Gaitana” y
desmovilizado en el 2003 anota que Tanja “representa un instrumento
propagandístico muy eficiente que le permitirá a las Farc tratar de lavar su
imagen internacional … (Eso) está planificado desde hace más de un año, tiempo
en el que Tanja se ha estado preparando”; el mismo observador estima que “para
un guerrillero común llegar a esas instancias se requieren 20 o más años de
vida guerrillera, sin embargo la publicidad de Tanja previa a estos diálogos
consolidó una imagen por lo menos enigmática ” y anota que ella pudo ascender
aceleradamente gracias a “su conocimiento de inglés, su nacionalidad, unas
veces con su innata capacidad analítica y otras valiéndose de argucias sexuales”.
El
Mono Jojoy la consideraba una extraordinaria estudiante. “Es una revolucionaria
europea, es una internacionalista y a través de ella pueden llegar muchos más,
porque la explotación es mundial”. En los archivos digitales de su computador
se halló “correspondencia en la que consta que la guerrilla tiene la intención
de utilizar a la holandesa para la promoción internacional del movimiento”.
El
terreno estaba bien abonado. León valencia, uno de los analistas más reputados
del conflicto colombiano no tuvo inconveniente en establecer un paralelo entre
Tanja e Ingrid Betancourt, ambas envueltas por el conflicto. “Tenían muchas
cosas en común. Eran mujeres jóvenes, inteligentes, profesionales y hermosas.
Una de origen colombiana tenía la nacionalidad francesa. La otra, nacida en
Holanda, deambulaba en las montañas del sur del país como una colombiana más.
Ambas ligadas a Europa y a Colombia de una manera profunda. Y lo más
importante, compartían una tragedia: la crueldad del conflicto armado que desde
hace más de cuatro décadas vive nuestro país”.
No
sorprende que en un diálogo con la familia de Tanja hace unos años el
periodista Jorge Enrique Botero les anunciara premonitoriamente que “si la paz
se logra en una mesa de negociaciones, estoy seguro de que ella estará
allí”.
Así,
reavivando la nostalgia de los barbudos de la Sierra Maestra y,
paradójicamente, gracias a la imagen de una mujer europea, se está logrando
pasteurizar ante el mundo la imagen del grupo guerrillero. La estrategia ha
dado sus frutos. El titular de una entrevista publicada por El País español es diciente: “el
Gobierno intenta convertirnos en culpables en vez de en víctimas”. La foto que
acompaña el reportaje muestra una Tanja fatigada, “cansada de estar
defendiéndome continuamente”, que sólo recupera el ánimo al contar “que
entiende mejor el mundo desde que siguió el curso de marxismo que la
organización da a todos los guerrilleros” y ya se muestra entusiasmada “al
hablar sobre el contacto con la población”.
Lo más insólito del papel de Tanja como supuesta
vocera de las mujeres en el conflicto, de esta cara de las FARC, como la denomina un periodista argentino, es que
encarna la antítesis de las combatientes colombianas de hoy. Se trata más de una
réplica caduca de las universitarias seducidas por el M-19, como Vera Grabe o
Mª Eugenia Vásquez, Emilia, que
volvieron de la lucha armada para dedicarse a la política, o sea lo mismo que
hacían antes de enrolarse.
El
hilo conductor de este ensayo es el contraste entre este nuevo e inusitado ícono
del conflicto colombiano y las combatientes farianas o elenas contemporáneas,
en su gran mayoría de origen campesino. Para ilustrar esa brecha recurriré al
ya desproporcionado número de reportajes y entrevistas hechas a Tanja por
periodistas nacionales y extranjeros, así como a dos biografías, cuya simple
publicación es un buen termómetro de la fascinación que esta figura –el
paradigma de la rebelde- despierta en mentes progresistas, sobre todo masculinas.
Ocasionalmente señalaré las no pocas coincidencias existentes entre la
holandesa y las rebeldes de otra época, las guerrilleras universitarias del
M-19. Tanto Vera Grabe como Emilia ya
se han hecho cargo de publicar sus memorias. La información disponible sobre
las miles de guerilleras colombianas no es mucho más copiosa ni detallada de la que a la fecha se
tiene sobre esta holandesa que es una protagonista atípica tanto en su tierra
como en las montañas de Colombia. Para respaldar los testimonios utilizaré
análisis de los datos pertinentes de la mencionada encuesta a desmovilizados
realizada por la FIP, cuyos principales resultados se presentan en el anexo.
Olvidaron a Tania la Guerrillera
Si la elección del equivalente femenino y moderno
de Robin Hood fue un acierto publicitario, en lo que no atinaron las FARC ni la
holandesa fue en el alias de Alexandra, que no inspira mucho. Bastaba con dejar
la versión en español de su nombre para una verdadera moñona: la profesora
sensible, rebelde y altruísta que además hubiera evocado a la audaz espía y compañera
de lucha del Che Guevara.
Es probable que a los cubanos mayores el
protagonismo de Tanja en La Habana les recuerde a la argentina Haydee Támara
Bunke, alias Tania la Guerrillera, famosa rebelde dada de baja en Bolivia pocos
meses antes que Ernesto Che Guevara, quien para algunos fue su amante. Nacida
en 1937 en Buenos Aires, educada en Alemania Oriental, de donde eran sus
padres, Haydee fue una destacada estudiante que hablaba fluidamente español,
inglés, alemán y ruso. Atraída por la revolución castrista viajó a Cuba en
donde pronto se abrió paso gracias al dominio de esos idiomas. Luego de unirse a las milicias de
defensa de la revolución, tuvo la oportunidad de servirle de traductora a su
compatriota el Che de quien al parecer estuvo enamorada toda la vida.
En la isla, su inteligencia, su compromiso con
los ideales de la revolución y su multiculturalismo le permitieron ascender
dentro de la burocracia. Participó en varias misiones secretas en Europa haciéndose
pasar con diferentes nombres por ciudadana checa, española e italiana. Su
sofisticada formación en inteligencia y técnicas conspirativas la recibió en el
equipo de Manuel Piñeiro, Barbarroja,
el mismo personaje que años más tarde entrenaría a los rebeldes del M-19 para
luego apoyarlos en algunas de sus audaces acciones en el país.
A finales de 1964, bajo el nombre de Laura
Gutiérrez Bauer, Tania fue enviada como punta de lanza a Bolivia para exportar
la revolución hacia América Latina. En La Paz se hizo amiga de empresarios,
artistas, intelectuales y políticos, incluyendo al presidente René Barrientos.
Desde un apartamento enviaba por radio mensajes cifrados a los líderes de La
Habana y simultáneamente organizaba una célula rebelde. Al llegar el Che a
Bolivia Tania se unió a su grupo en las montañas y, según algunas fuentes, se
convirtió en su amante. A mediados
de 1967, con una pierna herida, altísima fiebre e invadida de parásitos fue
muerta con otros ocho guerrilleros por el ejército boliviano. Fidel Castro la
declaró heroína de la Revolución Cubana y el pintor ecuatoriano Oswaldo
Guayasamín hizo un retrato suyo para regalárselo a Salvador Allende, en cuya
oficina estaba colgado en el momento del ataque a La Moneda en 1973.
Como Tanja de las FARC, Tania la Guerrillera era
no sólo combativa rebelde sino romántica guitarrista y cantante, además de
acordeonista. También le gustaba escribir, en su caso poemas después de los
enfrentamientos con los militares. Uno de sus últimos textos fue el que no
recibió la debida atención de la holandesa en el momento de decidir un alias
con mayor impacto y sentido histórico. "Un día mi nombre será olvidado / y
nada de mí quedará sobre la Tierra".
El entorno de las rebeldes y el de las campesinas
Las
diferencias entre los antecedentes sociales y familiares de Tanja o las demás
rebeldes universitarias y, por otro lado, los de las campesinas colombianas
reclutadas por las FARC o el ELN no podían ser más abismales. Las primeras son
un ejemplo ilustrativo de que la vida sin apuros económicos no es una vacuna
contra la violencia política. Sus historias alcanzan a sugerir que la relación
entre educación y actividades subversivas no siempre es predecible. Bajo
determinadas circunstancias el poder preventivo de la escolaridad puede
convertirse en la vía a través de la cual se inocula en algunas personas la
rebeldía anti sistema. No ha sido suficientemente debatido en el país este tipo
de capital social perverso a través del cual fueron jóvenes de una élite
intelectual los que se involucraron como líderes en un conflicto que, según
ellos mismos, se originó en la falta de oportunidades.
Hans,
el padre de Tanja, se formó como técnico de la construcción y Ría su madre
manejaba una tienda en Denekamp. La hermana mayor era trabajadora social y la
menor terminó siendo enfermera. De niña Tanja iba todos los días en bicicleta
al colegio Twents Carmel en su pueblo en Holanda. Quedaba tan cerca de su casa
que algunas veces esperaba a oír la campana para salir y aún así llegaba puntualmente.
Tania
la Guerrillera fue una mujer muy culta que además de cuatro idiomas sabía de
literatura, pintura y música. Estudió piano, guitarra y casi profesionalmente
el acordeón. Siendo niña recibió cursos de pintura, dibujo y tomó clases de
ballet. Más tarde tuvo entrenamiento en equitación y tiro e incluso alcanzó a
participar en varias competencias. La relación con su familia era firme y
armoniosa. “En forma ostensible ella demostraba satisfacción al contarnos su
vida, la de sus padres (a quienes idolatraba), al igual que la del resto de su
familia. También se sentía complacida al entregarnos sus recuerdos sobre su
infancia y adolescencia”, precisa uno de los responsables de su preparación
operativa en Cuba.
Vera
Grabe también destaca la permanente sensación de seguridad durante su niñez,
“ese hilo firme que recorre todos y cada uno de los recuerdos de infancia: la
certeza de que tanto mi hermana como yo éramos bienvenidas, amadas,
protegidas”. Recuerda las casas con jardines, pisos de madera y chimeneas, así
como sus estudios en el Colegio Andino. Hija de inmigrantes alemanes, más que
educada, también era una joven culta. “Fieles a la tradición familiar, a los
nueve años mis padres me matricularon en clases de solfeo y violoncelo”.
A
pesar de esta sugestiva evidencia en contra, que en Colombia podría complementarse con historias de
vida de varios comandantes guerrilleros, narcotraficantes o paramilitares, la
precariedad económica como principal y casi única explicación de la violencia
sigue teniendo promotores en el país.
"La pobreza fue el factor que impulsó a la mayoría de estos jóvenes
a formar parte de la guerra" sentencia sin titubeos Natalia Springer,
experta en el conflicto. En el mismo artículo, sin embargo, ofrece el
testimonio de José que -como el de Tanja, Tania, Vera o Emilia- no concuerda con tan categórica afirmación.
No aporta
mucho a la comprensión del conflicto colombiano señalar que, siendo el campo
colombiano poco desarrollado, la mayor parte de las campesinas reclutadas provienen
de entornos económicamente desfavorecidos. Una desmovilizada lo ilustra. “Vivía
con mis padres y dos hermanos en una casa de dos habitaciones, en la finca de
mi abuelo paterno. Era una casa muy chiquita … mis padres dormían en una
habitación. En la otra había tres camas y ahí dormíamos los siete hermanos. Yo
dormía con mi hermana mayor y el hermano que me seguía. Para estudiar, lo
hacíamos primero uno y luego los otros; era la única forma porque no había
plata. Por eso yo no hice sino hasta tercero de primaria”.
Según la
encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz, el nivel educativo
de los padres de los combatientes es bastante bajo. Entre el 20-25% de ellos no
tienen ninguna educación, un poco más de la mitad cuentan con primaria y tan
sólo una quinta parte con bachillerato o estudios superiores. Casi la totalidad
de los reinsertados, tanto hombres como mujeres, abandonaron sus estudios antes
de vincularse con algún grupo armado.
Los datos
anteriores, sin embargo, no son suficientes para adjudicarle a la pobreza un
poder determinante sobre la participación en el conflicto. La precariedad
económica también la sufren millones de jóvenes de las zonas rurales que no se
vincularon a los grupos armados
ilegales y que permanecen invisibles a la hora de analizar las razones por las
cuales algunos jóvenes, muy pocos proporcionalmente, son reclutados.
Las
condiciones económicas tampoco ayudan a explicar de qué lado del conflicto se
alinearán quienes deciden entrar a una organización armada. “La miseria, la
angustia de acostarse sin comer, y otra angustia: la de no tener un pan para
mañana … llegó el momento en que no tenía con qué pagar un autobús, un
refresco, nada … Yo estaba dispuesto a embarcarme en lo que saliera, siempre y
cuando fuera legal” cuenta un militar enamorado de una guerrillera. El hermano
de Zenaida, una ex fariana, también terminó en el ejército.
La principal razón aducida en la encuesta para haber ingresado a un grupo
armado es económica. Sin embargo, este hecho no da cuenta de las diferencias
por género, por lugar de origen y por tipo de organización entre los jóvenes
vinculados al conflicto. Mientras la mitad de los hombres provenientes de zonas
urbanas anotan que lo hicieron por razones económicas, tan sólo una de cada cinco
de las mujeres campesinas –el segmento más vulnerable de la población- menciona
esa motivación. Además, los grupos armados que acogen jóvenes buscando mejorar
sus ingresos son básicamente los paramilitares (56%), no la guerrilla (16%).
Un
indicador de la riqueza familiar basado en las características de la vivienda
reportadas en la misma encuesta no muestra, para las mujeres ex combatientes,
ninguna relación entre la pobreza y la militancia. Las del nivel alto mencionan
razones económicas tanto como las más pobres. En los hombres si se da una
relación, pero contraria a la esperada: al disminuir la riqueza se hace menos
frecuente la alusión a las motivaciones materiales.
Difícil
entender cómo es que la pobreza empuja a los jóvenes a ingresar a una organización
en la que lo normalmente no les pagarán nada. De acuerdo con la encuesta, dos
de cada tres mujeres y cuatro de cada diez hombres no recibían ninguna
remuneración monetaria por parte del grupo del que se desmovilizaron. Es
precisamente entre los ex combatientes de origen rural que se concentran
quienes no percibían un pago monetario: 56% de los hombres y 80% de las
mujeres. El no ofrecer ningún salario a los combatientes es una práctica más
común en la guerrilla que en los grupos paramilitares. Además, sorprende
encontrar que la proporción de personas no remuneradas decrece con el indicador
de riqueza de las familias, siendo la asociación negativa más nítida entre las
mujeres. La remuneración mensual promedio varía considerablemente entre los
grupos armados pero en el agregado a mayor nivel relativo de riqueza de las familias, es mayor la
mensualidad recibida por los combatientes. Este sistema que refuerza la
inequidad anterior al reclutamiento es más marcado con las mujeres: se les paga
más a las que provienen de hogares con menos dificultades económicas.
La desconexión con el dinero de las guerrilleras rasas es tal que
incluso para las incursiones al mundo a algunas de ellas las envían con un
responsable de manejarlo. Zenaida recuerda cómo para una misión “la plata se la
dieron a Wilson, que iba de comandante. Él era el encargado de comprarnos la
gaseosa, la comida”. La primera vez que estuvo por su cuenta en Bogotá, se le
acabaron los fondos en los primeros días, pues “cómo no me iba a gastar esa plata, si después de tantos años en
la guerrilla nunca me habían dado nada”.
Para
el primer contacto con el grupo armado no se observan diferencias apreciables
por género pero sí entre guerrilla y paramilitares. Más del 40% de los
desmovilizados de la insurgencia señalan que el acercamiento inicial provino
del grupo. Entre los ex combatientes de las AUC la proporción se reduce al 20%
y ganan importancia tanto los familiares o amigos ya en armas como la
iniciativa de la persona desmovilizada.
Cuando
el acercamiento provino del grupo armado sí se observa una incidencia de la
pobreza. Las organizaciones ilegales son las que mejor siguen el guión de las
causas objetivas del conflicto: a mayor precariedad es más probable que el
reclutamiento se haya dado por iniciativa del grupo. Por el contrario, si la
vinculación fue buscada por la persona desmovilizada o por su entorno -familia
o amigos- el mayor nivel económico incrementa los chances de unirse al
conflicto. Así ocurre con la guerrilla o los paramilitares y el efecto es más
nítido en las mujeres. Mientras el 37% de las más pobres dicen haber tenido la
iniciativa para la guerra, entre las del quintil más alto el porcentaje sube al
63%.
El
gancho monetario que usan los paramilitares al enrolar adolescentes dista
bastante de la situación dramática de alivio de la pobreza. El director de un
proyecto educativo en varios municipios de los Llanos Orientales y del
Magdalena Medio, en estrecho contacto con profesores, resume el procedimiento
de captura de niñas por los paracos. “Un bacán
las contacta y les dice que el patrón les manda saludos; con los saludos o un
poco después les llega un celular de regalo; después las llevan a comprar ropa
y a comer un helado … a veces llega una lavadora o una nevera nuevas para la
mamá”.
Para
algunos el conflicto es como un ascenso a las grandes ligas de la ilegalidad.
Un joven reclutado por el ex novio de la hermana cuenta cómo se volvió el sapo que transmitía recados del
comandante a la gente del pueblo. “Un celular era nuestro medio de
comunicación; él me daba una orden y yo nunca decía que no. Por dar una razón
me ganaba entre 200.000 y 300.000 pesos. ¡Cómo me gustaba esa vida! Tenía plata
rápida y contacto con las armas que antes eran hechas de palo”.
Separarse de los padres o huír del padrastro
La primera
y triste separación de la rebelde holandesa de su familia -en la que no hay
trazas de maltrato o abuso- fue para instalarse en una ciudad universitaria. Al terminar su bachillerato Tanja quiso
cambiar de vida. Quería explorar otros horizontes, tomar distancia de sus
padres. “Estaba cansada de ver a la misma gente y hacer día tras día lo mismo.
Odiaba la rutina”. En la universidad de Groningen encontró los estudios que se
adaptaban a sus ansias de recorrer mundo y conocer otras culturas. En esa
pequeña y apacible urbe estudiantil podría ser independiente. Al instalarse,
sus padres la acompañaron para escoger la casa donde viviría. Pensó que por
primera vez en su vida “estaba realmente sola, que de ese momento en adelante
las decisiones sobre su vida las tomaría ella y sólo ella”. Con susbsidio
estatal y ayuda de su familia no tuvo problema para encontrar un cuarto en una
casa compartida con tres estudiantes más.
A
diferencia de este ritual de inicio de vida adulta apoyado por los padres y
parcialmente financiado por el gobierno, un porcentaje no despreciable de las
combatientes representadas por Tanja fueron separadas a la fuerza o con engaños
de sus familias, o bien se refugiaron en la guerrilla huyendo de parientes que
las violentaban.
La
recurrente explicación económica para el reclutamiento de menores por grupos
armados ilegales ha sido complementada recientemente, para las mujeres, con la
de la violencia sexual. Se habla de cientos, miles, de niñas “violadas,
abusadas y maltratadas física y sicológicamente por los hombres armados”. Se
afirma que “la violencia de género y la violencia sexual en conflictos armados
son perpetradas como actos de venganza, como aliciente para la moral de los
soldados, como un método de infligir terror y humillación en la población”. El
problema, sin embargo, parece mucho más complejo, presenta aristas más
sombrías, y en ocasiones puede tener origen doméstico.
La Culebrita que se voló de la casa
Guillermo
La Chiva Cortés estuvo secuestrado varios meses por las FARC. Tras su
liberación Alexandra Samper le hizo un entrevista que fue publicada post mortem
en El Malpensante.
En
el cautiverio La Chiva se hizo amigo de una guerrillera “bonita y guapa” que a
sus veinticuatro años “era una berraca”. En las caminatas él recogía flores y
se las regalaba. “Fue una gotica de luz en medio de ese mierdero”. El apodo que
le puso salió de un tatuaje que ella misma se había hecho. Una noche que se
quedaron solos en un campamento, La Chiva le preguntó “¿tú por qué te metiste
en esta vaina?”. Ella le contó que vivía en un pueblito cerca de La Dorada, con
dos hermanas menores y su mamá, que era prostituta. “Arriendo el local por
horas”, les decía y para que nunca se metieran en esas insistía: “más que
suficiente con una puta en la casa”.
Cuando
la Culebrita tenía catorce años, la mamá llevaba un amante a tomar trago a la
casa. Ya borracho, “antes de llegarle ella, se entraba a la pieza donde yo
dormía con mis dos hermanas. El cucho violaba a alguna de las tres y después se
largaba a dormir la borrachera”. Las hijas eran físicamente incapaces de frenar
al abusador y sabían que la mamá, cansada y con tragos, tampoco haría nada. Al
llegar la guerrilla al pueblo la Culebrita conoció a uno de los muchachos y se
gustaron. El pelado era querido y supo los detalles del viacrucis. “Cuando se
arrima a mi catre, me toca aguantarme las ganas tan berracas de vomitar
mientras me clava, pero cuando está en esas con mis hermanitas me dan ganas es
de matarlo”. El nuevo mejor amigo le dijo a la Culebrita que tendría que
encontrar una solución definitiva, que la vaina no era tan difícil. Así le
enseñó a manejar su revólver.
Un
día que la mamá y el abusador estaban tomando, la Culebrita se quedó despierta
hasta que lo oyó entrar a la pieza. “El cucho se fue derecho para el colchón de
mi hermanita, yo me quedé quieta haciéndome la dormida. Oí cuando se bajó la
bragueta, a mí me dio un escalofrío por toda la espalda. Y cuando se estaba
quitando los pantalones saqué el revólver de debajo de mi almohada. Me senté en
la cama, apunté reteniendo el aire como me habían enseñado y le propiné seis
tiros sobre el cuerpo”. El pretendiente y protector guerrillero la estaba
esperando afuera. “Me fugué de la casa con él y así fue que me uní a las Farc”.
El Demonio a veces vive cerca
Eloísa , una ex guerrillera, decidió que su padrastro
sería su papá pues su padre biológico, a quien llama El Demonio, abusó de ella desde los ocho años. “Nunca le he contado
esto a nadie, ni a mi mamá, porque él se enfurecía y decía que si hablaba me
cosía los labios. Y también me callaba por miedo a las lenguas del pueblo, que
son largas … Llegaba con una botella de cerveza en la mano y yo volvía a decir
`estoy despierta, esto no es un sueño, es la realidad´… Él roncaba un tanto y
cuando dejaba de roncar, me decía: `Usted no es mi hija. Usted es mi mujer´”.
Con
tales fechorías en casa el reclutamiento estuvo servido en bandeja. Cuando, a
los nueve años, Eloísa trató de evadirse con cien tabletas de Novalgina,
quienes la encontraron desfallecida en la calle fueron los de la ronda nocturna
de la guerrilla. A los trece le mandó un mensaje al comandante de turno.
“Díganle que quiero ingresar. Yo también soy capaz de disparar un fusil”.
Refiriéndose
al levantamiento de los nasa, Salud Hernández anota que “es la región donde más
menores de edad reclutan las Farc, sobre todo niñas, debido al maltrato y
abusos sexuales que sufren en sus familias”.
No
son pocas las jóvenes campesinas que han buscado refugio a la violencia de su
entorno inmediato en los grupos armados. Entre las que respondieron la encuesta,
una de cada cinco señala haber sufrido abuso sexual antes de la vinculación.
Para las citadinas la cifra es menor pero sigue siendo alta, 13%. Los
principales responsables de los atropellos no son los guerreros sino quienes
viven con ellas en la casa, o por ahí cerca. El 65% de las campesinas
sexualmente abusadas antes de entrar al conflicto señalan a un familiar como
responsable. Tan sólo un 5% reporta haber sido agredida por alguien del grupo
armado. Para las mujeres de origen urbano, la participación de los guerreros en
el abuso es más alta pero siempre inferior a la de los familiares.
El
impacto del abuso sexual es duradero. En los momentos de pasión con algún
guerrillero, a Eloísa se le “encaramaba la rabia a la cabeza” porque le parecía
que estaba con El Demonio y sentía
unas ganas tremendas de atacarlo. Cuando en su frente le dieron a las mujeres
la orden de ajusticiar un infiltrado a cuchilladas, ella sólo tuvo que pensar
que era El Demonio y “por fin le
había llegado su momento. Ahí me calenté … le dí dos veces. Con fuerza. Con
todo lo que me daba el brazo”. Algo sorprendido, el comandante preguntó de
dónde había salido semejante guerrera. “¿Guerrera? yo no era más que una hija
ofendida”.
Un
día, cuando niña, Eloísa se había quedado en el salón de clase pensando en la
lección de escritura cuando recibió un puño en el oído derecho. Era don Agustín
muy molesto porque le había desobedecido la prohibición de no salir a recreo.
“Se me fue el mundo … duré más de dos meses con un zumbido en el oído y un
mareo que me tumbaba”. Fue a quejarse al comandante. En la guerrilla las cosas
no funcionaron mucho mejor. “Lo que encontré allí fue más agobio”. Eso sí,
aprendió a defenderse. No sólo mató a los que quisieron abusar de ella sino que
cuando El Demonio volvió a empujarla
contra el colchón sacó la treinta y ocho y disparó al suelo. Lo dejó como un
pobre diablo.
Incluso
cuando no hay abuso contra los menores, en algunas regiones la guerrilla
representa la autoridad a la que se acude en casos de violencia en el hogar.
Así lo refleja el testimonio de Zenaida Rueda. “Lo malo de mi papá era que se
emborrachaba y le pegaba a mi mamá. Barría el piso con ella. Hasta que apareció
la guerrilla. Ellos no permitían que los maridos les pegaran a las mujeres. A
un vecino le dieron una tunda con la chapa de una correa por haberle pegado a
la mujer … Entre los hermanos nos inventábamos que habíamos visto a la
guerrilla, camino a la escuela, para que mi papá no le pegara a mi mamá”.
El
fenómeno no es reciente. Ya en la década de los ochenta Dora Margarita,
combatiente del M-19 que convivió seis meses con las FARC señalaba que la
guerrilla era una instancia protectora, o un imán afectivo, para las jóvenes
campesinas y que las motivaciones para ingresar eran diferentes a las de los
hombres. “La mayoría de las que ingresabn a las Farc lo hacían para huir del
maltrato familiar, de la persecución de los padrastros y del exceso de trabajo
que les ponían en la casa. Algunas lo hacían porque les atraía algún
guerrillero o les llamaba la atención el poder que generaban las armas. Los
hombres, en cambio, se metían a la guerrilla más porque a ellos sí les gustaban
las armas”.
De las universitarias anti-sistema a las niñas desescolarizadas
Tanja
no permaneció toda su carrera alojada en el lugar que le ayudaron a encontrar
sus padres en Gotingen. Al conocer un grupo de okupas se fue a vivir con ellos en una casa grande invadida y
convertida en centro de reuniones de activistas de izquierda. Había conocido a
Christian en un bar y él fácilmente la convenció de que era una verdadera
estupidez pagar un alquiler si podía vivir sin hacerlo en alguna casa
abandonada. Además, así protestaban contra los propietarios inescrupulosos, a
quienes llamaban ordeñadores de casas. Esa misma noche aceptó con gusto su
primera incursión en la ilegalidad.
Al
lado de de la casa okupada funcionaban una taberna, un restaurante vegetariano,
un centro de acopio de ropa usada para gente de escasos recursos y una imprenta
rústica para afiches y panfletos.
Tanja alternaba su actividad académica con un trabajo de mesera en el
restaurante y colaboraba en la distribución de ropa. La energía le alcanzaba
para las rumbas en la taberna y “para hacer el amor con los novios de ocasión
hasta la madrugada”. Sumaba así a su formación profesional “una apasionada
introducción a las ideas de izquierda … Les amargaba la vida a las autoridades
y arañaba el orden y la tradición de una sociedad vieja y aburrida”.
El
restaurante vegetariano también le permitió enfrentarse al sistema capitalista
en su dimensión depredadora. El no comer carne iba más allá de una decisión de
salud personal, evitando toxinas, y era un gesto de protesta social y
protección de la vida animal.
Aunque
las causas políticas que la motivaban eran múltiples –derechos humanos, medio
ambiente, inmigración ilegal, guerras en el tercer mundo, feminismo, minorías-
no era muy dada a profundizar, prefería ideas simples y contundentes. En eso la
apoyaba Christian su compañero okupa que no cesaba de repetirle que “actuar no
es más que un paso lógico para descargar los sentimientos y las convicciones”.
A miles de kilómetros de distancia y un par de décadas después, los activistas
holandeses compartían la misma filosofía Tupamara de dejarse llevar por los
hechos y la acción que en Colombia había inspirado a las jóvenes universitarias
del M-19 tan educadas, inquietas y amantes del riesgo como Tanja.
La
rebeldía de Vera Grabe, el mal
genio contra el mundo y la turbulencia empezaron con la adolescencia. “Una
búsqueda propia, una tormenta
individual”. Más tarde “se nos juntó todo. Flores y fusiles. Bob Dylan y el Che
Guevara. Dos caminos para los jóvenes que no les gustaba el mundo que recibían.
Unos lo hicieron de manera pacífica. Otros tomaron la vía armada … Resultaron
todo tipo de mestizajes. Como leer a Marx fumando marihuana”. Para sus 16 años
recibió como regalo las obras completas de Bertolt Bretch y un afiche del Che
Guevara.
Mientras
Tanja, Vera y Mª Eugenia se vincularon motu propio a las Farc o al EME habiendo
pasado por la universidad y fogueadas en acciones políticas, las niñas
campesinas lo hicieron, a veces forzadas o engañadas, en ocasiones como una
escapada más de la casa y abandonando la escuela sin su bachillerato.
Varios
datos de la encuesta apuntan en esa dirección. La deserción escolar, un factor
determinante de ingreso a un grupo armado, difiere entre hombres y mujeres ex
combatientes. Mientras la mayoría de los varones señalan que dejaron de
estudiar por razones económicas, las mujeres aducen menos esa razón. Casi tan
importante (22%) es la mención que dejaron la escuela para ingresar
directamente a un grupo armado, un tránsito automático que reporta tan sólo el
6% de los varones.
Difícil
saber, de los 13 infantes que en Mayo de 2011 la guerrilla se llevó de varios
colegios de Puerto Guzmán en el Putumayo, cuantos habrían sido previamente
persuadidos. En todo caso, cuesta trabajo imaginar que las rutinas concretas de
reclutamiento no forzado de menores para el conflicto se basen en extensas y
sesudas argumentaciones históricas sobre la explotación capitalista, o el
problema agrario sin resolver. Una periodista de Foreign Affairs describe una mecánica bastante ligth pero tal vez más realista, muy similar a la utilizada por las
maras y pandillas en Centroamérica. A ellas les prometen que ya no habrá más
abusos, o directamente las seducen con los fierros. A ellos los atraen
“prometiéndoles una motocicleta, un celular, ropa cool, y todo lo que les ayude a levantar novia”.
De
acuerdo con una reinsertada, un quiebre en los métodos de reclutamiento de las
FARC se dio con la zona de distensión del Caguán, cuando crecieron de tal
manera las candidaturas que el asunto se les salió de las manos, sin poder
distinguir si se trataba de infiltrados o delincuentes. “Cuando yo llegué a la
guerrilla, era requisito indispensable pertenecer a una familia conocida en la
región. Pero en la época de la zona de despeje, los reclutadores iban a las
zonas cocaleras, donde había cientos de raspachines y comenzaban a andar para arriba
y para abajo en moto, con buenas camisas, jeans, lociones … entraban a las
discotecas a bailar y tomar trago … Ya borrachos les decían: ¿ustedes por qué
no ingresan a la guerrilla? Allá tienen de todo y si se portan bien les
enviamos plata a la familia; además, van a vivir muy bien”.
El
atractivo de las FARC en la época del despeje fue tal que “en San Vicente del
Caguán, niños, niñas y jóvenes solicitan con cierta regularidad ante la
Personería Municipal, la Inspección de Policía o la Defensoría del Pueblo que
intercedan para su ingreso a las FARC”.
Carolina
Rodríguez, una profesional bogotana secuestrada anota en su diario en el 2001
que en el campamento, en la zona de despeje, “había muchos guerrilleros y
guerrilleras, todos jóvenes, algunos demasiado, parecían casi niños … Hay unas
muchachas bonitas, otras son tan niñas …”. Una de ellas, a quien le decían La
Pollo, no se había dado cuenta de que uno de los cautivos era secuestrado y
apenas entendió la situación le decía “váyase, váyase y yo digo que no lo ví”.
La supuesta enfermera “es una niña que a duras penas sabe leer, le dicen así
porque es quien reparte las pastillas y por ahí tomaría un curso para poner
inyecciones”. Otro de los jóvenes, Andrés, con 17 años tenía una hija de tres y
antes de entrar a la guerrilla trabajaba como raspachín. El grupo de
secuestrados se pega un gran susto cuando a uno de los guerrilleros se le
escapa un disparo en una habitación y a la media hora a otro le sucedió lo
mismo en otra caleta. “¡Dos tiros en menos de media hora! Esa segunda vez sí me
dio mucha rabia porque los bobos esos estaban muertos de la risa”.
Para
contrarrestar estos métodos de vinculación, con algo de audacia se podría proponer que las niñas
campesinas jueguen a la guerra con la fuerza pública. Violeta recuerda que tal estrategia tiene sus bemoles, pues el
flirteo con los uniformados legales es una actividad bastante regulada por la
guerrilla. “Fíjese que un día unos hombres uniformados, pero no del Ejército,
interrumpieron la clase en el colegio. Entraron al salón y uno abrió una lista
que tenía y leyó el nombre de las niñas que debían irse del pueblo o dejar de
salir con los policías si querían seguir vivas”.
Vírgenes para los comandantes y tutora sexual del guerrillerito
Marta cuenta que
fue recogida con otros 50 menores en Barrancabermeja. Al llegar al campamento
de las FARC los recibió un niño de nueve años, “con un fusil más grande que
él”. Los alinearon y empezó el adoctrinamiento. “A los dos o tres días de
nuestra llegada al campamento, un comandante me sacó del grupo y me llevó a un
cambuche donde me violó, me golpeó y posteriormente me amarró. Allí duré una
semana … Este episodio me volvió a abrir una herida muy profunda que llevaba en
mi alma: cuando tenía 7 años había sido violada por un tío, sin que hubiera
podido hacer nada”.
Liliana recuerda que una mañana al salir a comprar
lo del desayuno “me encontré con un camión del que bajaron dos hombres armados
y me dijeron simplemente: súbase. Eso fue todo”. Al día siguiente en el campamento
comprendió que no era la única menor reclutada. Ahora, “éramos parte de la
guerrilla de las Farc … Acababa de empezar mi pesadilla. Cinco días después el
comandante del campamento me violó”.
Anne
Phillips, la periodista de Foreign
Affairs, reporta la historia de Atena,
maltratada con frecuencia por su hermano. Tras una golpiza se escapó de la casa
y llegó a un pueblo en donde Paco, un amable viejito, se le acercó para
ofrecerle protección y aventuras si lo acompañaba a una finca. A las dos
semanas, Atena supo que no podría irse de allí aunque quisiera. En ese momento
no le importó. Al fin y al cabo su mamá nunca la defendió de las muendas y
nadie la había invitado a un helado como hicieron los guerrilleros que estaban
en la finca. Eso sin hablar de la posibilidad de integrar una nueva familia que
prometía igualdad de género.
Si
el reclutamiento de infantes fuera siempre forzado, como el de Marta o Liliana,
tal vez sería más fácil saber cómo reaccionar –con fuerza pública y fiscales-
que ante una vinculación como la de Atena, Eloísa o la Culebrita que vieron en
el grupo armado un eventual refugio contra la violencia en su hogar.
Atena
se demoró en hablarle a la periodista de sus actividades nocturnas en el
campamento, específicamente de sus obligaciones sexuales. “La mayoría de las
mujeres reclutadas, independientemente de su edad, se ven obligadas a atender a
los guerrilleros, en un esfuerzo por mantener la moral de la tropa y evitar el
riesgo de seguridad que implican las aventuras amorosas con civiles”.
El
caso no parece ser excepcional. “(Las campesinas) llegaban y como había muchos
más hombres que mujeres entonces eran como los buitres: uy llegó carne fresca.
Entonces las muchachitas sin experiencia, los muchachos les caían y las
muchachas se dejaban llevar” confirma una ex fariana en una entrevista. De
acuerdo con Marta, “al haber sido
violada tan pronto llegué al campamento, me di cuenta que era la regla y no la
excepción”.
Zenaida
Rueda habla de Hermides, “el guerrillero que me recibió cuando recien me
reclutaron en Santander” y con el que tendría un hijo. Otra ex combatiente de
16 años, es más explícita en cuando a la pasividad femenina para emparejarse.
“Él me pidió para su frente, porque allá a las mujeres las piden los hombres;
piden a la mujer que les guste de las que salen a formar. Pero hay veces que
cuando las llaman a formar es para que las escojan”.
Tras
la iniciación o la escogencia, viene el acoso de los superiores. A la misma
Zenaida, años después, el Mono Jojoy, “llegó a mi cambuche y de una me echó los
perros. Me propuso que tuviéramos algo a escondidas, que por la noche hablaba
con los guardias de él para que yo me fuera a dormir a su cambuche y que si yo
necesitaba algo, él me lo regalaba”. Jojoy no tenía una amante sino varias,
además de Shirley su compañera habitual que terminó dejándolo por mujeriego.
Alias
Joaquín Gómez reporta en un
mensaje que Édgar Tovar, del frente 48 "ha caído en relajo sexual al tener
relaciones con 38 guerrilleras, a todas las mujeres del frente las ha pasado
por las armas con excepción de Patricia, la compañera de Hernán Benítez, pero
ha hecho este trabajo con reserva y habilidad".
A
mediados del 2008 en un correo que Gentil Duarte, jefe del séptimo frente de
las FARC le envía al Mono Jojoy le relata, entre otras “imprudencias” cometidas
por Canaguaro con mujeres recién reclutadas el haber obligado a tener
relaciones sexuales con él para no ser castigadas, a sabiendas de que ya le
habían diagnosticado sífilis. “En el frente hay un relajo muy tremendo; algunos
quieren tirar con todas, y tocó sacar para Bogotá a las dos que estaban
pringadas. Ya se sabe que Canaguaro fue el del daño en ese grupo".
Las
prerrogativas sexuales de los comandantes no son cosa nueva. Fabio Vásquez
líder del ELN cuando era escasa la participación de mujeres en la guerrilla no
permitía que las parejas se juntaran, pero eso no le impedía andar siempre
acompañado de bellas jóvenes. “El único que podía tener una mujer en el
campamento era él. Los demás vivían en total abstinencia. Fabio las cogía por
turnos. Duraba con cada una siete u ocho meses, se aburría y escogía otra”,
cuenta Dora Margarita.
La
idea de fuerza o acoso se va desvaneciendo en la actividad sexual posterior
dentro del grupo armado. De acuerdo con la misma Zenaida, a Gaitán, un
comandante que siempre manejaba mucha plata en efectivo -normalmente bajo la
custodia de la mujer que andaba con él- “se le arrimaban las chinas porque él
les daba regalos”. A Rigo, un hijo enano de Marulanda, “le gustaban las mujeres
monas, altas. Y las conseguía. Como era el hijo de Marulanda, las guerrilleras
se le arrimaban”.
Ocasionalmente
la iniciativa sexual femenina surge de las escasez de hombres que se puede dar
en los grupos de enfermeras. En el de Xiomara, por ejemplo, “eran como cuarenta
viejas y cinco hombres … Hasta allá se nos meteron esas viejas. Ellas habían
pasado mucho tiempo solas en el monte y llegaron a buscar marido. Andaban con
el cuento de que tal pelado está bueno y que este otro también”.
De
acuerdo con la encuesta de la FIP, buena parte de las desmovilizadas se
iniciaron sexualmente, siendo niñas, en el grupo armado. El 43% de las mujeres
ingresaron vírgenes a la organización, y entre estas, una mayoría lo hicieron
antes de los 13 años. El fenómeno es más notorio en la guerrilla que en los
paramilitares. En el ELN, por ejemplo, el 63% de las mujeres eran vírgenes al
vincularse, en las FARC el 55% y en las AUC el 14%.
En
términos generales, la actividad sexual de los hombres no muestra un cambio
significativo a raiz de la vinculación al grupo armado. La de las mujeres, por
el contrario, sí se incrementa considerablemente. Las organizaciones
guerrilleras se distinguen de los paramilitares pues son más los desmovilizados
que reportan un aumento es su actividad sexual posterior a su vinculación y esto
es particularmente marcado para las mujeres.
La
aparente liberalidad sexual de las guerrilleras se percibe dentro del mismo
grupo como algo reprochable, y no son extrañas las comparaciones con la
prostitución. Un ex fariano opina que allá “la mujer pierde su feminidad … los
hombres son muy machistas con la mujer, siempre explotándola sexualmente. Parte
de la culpa es del hombre, parte es de la mujer porque ellas se relajan … ellas
se vuelven prostitutas porque empiezan con un hombre en una cama, y a la siguiente noche están en otra cama con
otro hombre”.
El
primer amor, amigo y apoyo de una reinsertada “me decía que las mismas
guerrilleras me inducían a la prostitución porque se iban acompañadas al baño y
se ponían a hablar de que tal guerrillero estaba bueno que esta noche me voy a
acostar con tal otro, y que yo me veía decente, así que no me fuera a dejar
influenciar por ellas”. Él mismo le explica que “en la guerrilla hay mujeres
que se acuestan todas las noches con uno diferente: porque les prestan una
bolsa, porque les regalan betún, porque les dan ropa interior o un champú, en
fin …”
“Ahora
Lozada tiene otra mujer, una chica de 16 años, de tetas enormes. Esta muchacha
es una putica, tira con todo el mundo y es muy tonta” escribió Tanja, europea
de vanguardia, en su diario. La confusión entre promiscuidad y prostitución
está institucionalizada. “(A las peladas) las paran delante de todo el personal
de la compañía y les han dicho: ustedes confundieron FARC-EP con BAR-EP, y les
han dicho si ustedes quieren ganarse el cartón de prostitutas por qué no se
quedaron en la civil”. El sexo casual, además está debidamente reglamentado:
“para ese tipo de relación hay permiso los días miércoles y domingo pero hay
que pedirlo. El compañero es con el que se está siempre”.
Al
reinsertarse, los guerrilleros se buscan una mujer con costumbres sexuales
distintas a las de sus compañeras. La antropóloga Kimbely Theidon que
entrevistó desmovilizados señala que todos los hombres afirmaron no tener
interés en contar con una mujer excombatiente como pareja porque “la mujer
guerrillera es una puta”.
Para
completar los guerrilleros son, como los mafiosos, asiduos clientes de la
prostitución, muchos de ellos desde antes de vincularse a la organización. Una
secuela de la activa participación en el mercado del sexo es la alta incidencia
de enfermedades venéreas que sin duda -en un entorno al que ellas entran
vírgenes y se les prohíben relaciones con civiles- han sido importadas por unos
guerrilleros no muy amigos del condón. En efecto, la intensa actividad sexual
dentro de los grupos armados no siempre se hace de manera segura. “Cada
comandante entregaba condones con la dotación, pero los guerrilleros no los
utilizaban. Los cargaban para evitar que los sancionaran. Y a veces uno
encontraba condones colgados en las ramas de los árboles”. “Aquí se jode tanto,
y sin preservativos, que el sida podría destruir toda la unidad” anota Tanja en
su diario.
Mucho
sexo sin las debidas precauciones acaba pasando factura. “Una buena parte de
las enfermedades que afectaban a los guerrilleros eran las venéreas … Y era
apenas lógico, porque había bastante promiscuidad y a veces los guerrilleros
enfermos se quedaban callados y seguían con su vida sexual”. Cuando los
exámenes salían positivos los médicos intercambiaban su silencio al respecto
por la promesa de cambio en el comportamiento. Con algunos el arreglo
funcionaba pero “otros se ponían por debajito de cuerda a tener relaciones sin
importar que estuvieran contagiados de sífilis o herpes”.
En
abierto contraste con la peculiar iniciación sexual de las mujeres en la
guerrilla, la primera experiencia íntima de Tanja con un compañero de lucha fue
un ardid ideado por ella para evitar sospechas después de un fallido atentado
con explosivos. En medio de la discusión sobre el curso de acción luego del
fracaso vieron la luz de una moto de la policía acercándose al vehículo en el
que estaban. “Yo no lo pensé ni un segundo y me abalancé sobre mi compañero
dándole un apasionado beso que lo dejó estupefacto y sin aire. Le susurré al
oído que me metiera las manos en las tetas y actué como una fiera en celo hasta
que los policías nos pusieron la luz de la moto en frente y se bajaron a
examinar la escena … Mientras (él) les hacía comentarios machistas buscando su
complicidad masculina yo simulaba estra avergonzada y me tapaba la cara entre
sollozos”. El montaje fue tan eficaz que la autoridad acabó haciendo una
recomendación escueta: “que le pague una pieza a la señorita porque aquí están
prohibidas esas vainas”.
Ya
en el monte, en medio de los rigores del curso básico de entrenamiento, Tanja
se fijó en un “jovencito indígena” callado, taciturno y poco sociable con el
que nadie hacía migas. De unos 20 años, con rasgos “totalmente aborígenes” era
de la etnia Yucuna y había sido reclutado en el Amazonas. “Además de un bello
cuerpo, esculpido en el trabajo y la guerra, tenía la mirada más transparente
que yo había visto en mi vida … Me despertaba una ternura inmensa y entre charla
y charla me enteré de que nunca habia tenido novia”. El contraste con la mayor
parte de los guerrilleros en plan de conquista, cambiando de pareja y
alardeando de su virilidad le hizo tomar a Tanja la decisión de ayudarlo a
perder su virginidad. El joven captó el mensaje y una noche la visitó en su
caleta. “Esperó mi reacción hasta que yo comencé a acariciarlo y lo besé en la
boca y disfruté de su asombro y sus temblores haciendo las veces de maestra en
las artes amatorias. Hicimos el amor varias veces bajo una oscuridad infinita y
en medio de una sinfonía incesante de insectos que ahogaba sus gemidos.
Holanda, Holanda, me decía al oído mientras su fuerza de joven del monte se
apropiaba de mi cuerpo ansioso y extenuado”.
El
parte de victoria fue contundente. “A mi indiecito, que era virgen, lo he
convertido en un dios del sexo”, escribió Tanja en su diario. También allí
quedó claro que el encuentro estaba planeado con anterioridad, que la holandesa
le había puesto los ojos a ese muchacho de otra comisión, “un indio, casi no
habla … Tiene cuerpo bonito y es totalmente ingenuo. Espero empezar algo con él
la próxima vez que venga, entre otras cosas con el propósito de escandalizar a
todas las personas de acá. Todavía soy una chica rebelde, ja ja ja”.
En
la misma entrada anota que una manera de ser diferente en la guerrilla sin
convertirse en oveja negra es no empezar nada con los superiores. “En principio
sería fácil para mí seducir a un comandante, por ser blanca”. Los mandos se
fijaban en ella, algunos la buscaban, pero ella los ignoraba.
La
facilidad de los comandantes guerrilleros para tener acceso sexual a sus
compañeras de lucha no es una exclusividad de las FARC o el ELN con las niñas
campesinas. Hay antecedentes más basados en el encarrete y la seducción que en
la coerción pero con resultados similares. Casi la totalidad de las
univesritarias de alta jerarquía en el M-19 que han escrito sus memorias
cuentan haber tenido una relación con Jaime Bateman y por sus relatos se puede
sospechar que hubo muchas más de ahí hacia la tropa. Vera Grabe reconoce que
las enamoradas de su amante eran muchas, y no le importaban. Miriam Rodríguez,
compañera de Carlos Pizarro, cuenta que el líder a veces decía “uno quiere
tanto a las compañeras que termina deseándolas”. Y agrega que se trataba “de
una persona de una vitalidad arrolladora. De pronto no era un hombre buen mozo,
pero sí era un hombre atractivo, simpático, echado para adelante. Para él,
hacer el amor era muchas veces como darse un abrazo prolongado”. Margot Pizarro, Nina, militante del
M-19 y hermana de Carlos confirma que “Jaime era un hombre que enamoraba, la
gente se enamoraba de él”.
Una
joven desmovilizada de las FARC señala que “para ser sincera la mayoría de las
mujeres sí entran enamoradas de un guerrillero”. En este perfil encaja una de
las amantes de Bateman, Peggy Ann Kielland, para quien la seducción precedió al reclutamiento que casi
se da en las FARC, desde antes del M-19. Pudo no ser la única pues ella misma
anota que el gran seductor “utilizó a todo el mundo, pero todo el mundo se
dejaba utilizar. Sabía que uno se volvía su incondicional”. Para quien fue
capaz, en un hospital cercano a Moscú, de escaparse con las enfermeras para
tomar vodka y bailar en el bosque no se puede descartar la utilización de sus
dotes como mecanismo para reclutar.
Patricia Ariza, actriz y fundadora del Teatro la Candelaria cuenta como
“cuando ese hombre nos descubrió ese otro país subterráneo en las montañas, lo
primero que deseé con toda el alma fue irme para allá”. Santiago García fue
definitivo “para que no me fuera
con el Flaco, y se lo agradezco”. De todas maneras, “durante varios años Peggy, mi amiga, y yo trabajamos con
Bateman para una especie de red misteriosa que él manejaba”.
Cambiando
enamoramiento por fascinación y estrecha amistad se puede pensar en Esmeralda,
la compañera de Jaime Bateman y madre de sus dos hijas, quien lo conoció ella
sin terminar bachillerato y él con 24 años. “Él ya estaba metido en la
revolución y hacía parte de las autodefensas. Álvaro Fayad y yo ingresamos y la
primera tarea que nos asignaron, tal vez de prueba, fue ir a la calle 26 y
esperar a un hombre que nos entregaría un paquete. Álvaro Fayad fue mi gran
amigo de la vida. Cuando empecé con Pablo, Álvaro se sintió solitario y nos
reclamaba porque no lo invitábamos siempre a almorzar”
Parecería que las relaciones extra matrimoniales de Bateman
ocurrían dentro del grupo. Una persona cercana señala que “al flaco no le
conocía novias: solamente a Esmeralda y a una periodista, nadie más”.
Adoctrinamiento voluntario y progresivo o forzado y tedioso
Al
leer los documentos acordados por el gobierno con las FARC cualquier observador
pensaría que en la guerrilla colombiana se discuten permanentemente, y con
seriedad, una amplia gama de asuntos políticos, económicos, sociales y
agrícolas. Si al ambicioso texto se le suma el escenario de las negociaciones,
surge la tentación de imaginar una reedición de los barbudos de la Sierra
Maestra o, como ya se ha sugerido, de los diálogos con los rebeldes urbanos del
M-19, tan cercanos a Cuba.
La
primera vez que Tanja vino a Colombia fue contratada como profesora para el
colegio más costoso de Pereira. Allí conoció a un profesor de matemáticas que
“si sabía darme las respuestas que me satisfacían, unas respuestas contundentes
… Nosotros no solamente discutíamos sobre los procesos sociales en Colombia,
leíamos documentos sobre la Revolución en Cuba, la Revolución en diversos
países del mundo y me llevaba a los barrios pobres de Pereira”.
Era
la época del despeje y ella empezó a escribir su tesis para la universidad
holandesa sobre la guerrilla. Por eso “me tocó estudiar el proceso histórico
colombiano, por qué nacieron las FARC, qué raíces tienen”. Con la disculpa del
trabajo de grado estuvo en el Caguán buscando entrevistar comandantes. Ya tenía
un contacto suficiente para poder pasar los retenes de la guerrilla. Allí quedó
marcada por una manifestación política con discursos de Alfonso Cano y otros
líderes. Y también en la zona de distensión tuvo la oportunidad de participar
en una rumba que duró toda la noche. Bailó vallenatos y merengues y entonó
canciones de protesta acompañada por su guitarra. Al volver a Holanda “ya tenía la fiebre de la Revolución”.
En
su segundo viaje a Colombia vino como espectadora privilegiada, para “mirar la
toma del poder de este pueblo”. Sabía que “la revolución se va a dar acá, con
la guerrilla más grande del mundo”. Cuando al poco tiempo decidió que podía
aportar algo a la noble causa, se enteró que su colega en el colegio era un
miliciano de las FARC que de inmediato la puso en contacto con las redes
urbanas en Bogotá. El proceso de involucramiento en el conflicto siguió siendo
puramente intelectual. Quedó fascinada con la forma en que sus inductores a la
guerrilla “citaban, de memoria y al pie de la letra, párrafos completos del Pasajes de la guerra revolucionaria, el
gran libro de Mao sobre la lucha armada”.
Al
llegar al monte, ya formada política e ideológicamente, el adoctrinamiento
básico al que eran sometidos los demás reclutas, en su mayoría menores de edad,
resultó redundante para ella. “Al cabo de un mes, Lozada (el comandante) supo
que tenía un verdadero cuadro revolucionario en sus manos y se dedicó a darle
una especie de curso privado sobre la línea política de las FARC, la historia y
la estructura de la organización”.
Antes
de ser Tania la Guerrillera, Haydée tuvo una intensa actividad política. Creció
en el seno de una familia combativa y revolucionaria. Sus padres fueron
miembros del Partido Comunista Argentino y trabajaban activamente contra el
gobierno. En su casa celebraban reuniones clandestinas, recibían refugiados
judíos y llegaron a guardar armas. Desde niña Tania colaboraba en estas
actividades, llevando mensajes y repartiendo propaganda. A los catorce años militó en la Juventud
Libre Alemana y poco después en el Partido Socialista Unificado. Fue en una
reunión entre dirigentes estudiantiles alemanes y latinoamericanos cuando se
encontró por primera vez con el Che Guevara. El alias de Tania era el mismo
utilizado por la guerrillera soviética Zoja Kosmodemianskaja, detenida,
torturada y asesinada en 1941 por los fascistas, y refleja una constante
preocupación y un detallado conocimiento de las luchas rebeldes en el mundo.
La
incorporación al grupo armado en el monte fue para Tania la culminación de
varios años dedicados al activismo político, y como tal la celebró. “A su
llegada a la guerrilla, Tania se veía muy jubilosa, a pesar de caminar unos
ocho o nueve kilómetros había llegado en condiciones físicas aceptables … Nos
estrechó a todos, nos abrazó, brincó de júbilo, alegría espontánea”
La toma de conciencia de las rebeldes del M-19
fue también larga y progresiva. En el caso de Vera Grabe, empezó en el colegio
con un maestro que admiraba y le encantaba : un profesor alemán de
literatura e historia que le abrió los ojos y le transmitió su inmenso amor por
Colombia. Todos sus estudiantes salieron comprometidos con la necesidad de
cambiar y mejorar el mundo. Todavía en en el colegio, para un trabajo de
investigación, "leímos lo que encontramos sobre Camilo Torres, el
nacimiento del Partido Comunista, el MRL, el nacimiento del Frente Unido y las
diversas tendencias del movimiento obrero".
Ya en la universidad, "el supermercado de
las toldas y capillas políticas estaba en pleno furor … Era como mirar Colombia
con los anteojos de lo que pasaba en otros lados … La Juco defendía su
combinación de todas las formas de lucha, el todo vale. La Jupa reivindicaba el
valor de la burguesía nacional y había ganado fuerza en la universidad
privada : eran los guerrilleros del Chicó".
La injusticia social la vivieron en carne ajena,
de nuevo bajo la guía de un profe que facilitó la conclusión que la violencia
era la única vía. Fue después de un trabajo de campo en una región indígena
-con el mismo tutor que en clase la había llamado mona imperialista, pero que
luego le levantó el veto para mostrarle el verdadero país- que Vera Grabe vió
con claridad que "sólo si cambiaban las estructuras sociales y políticas
podía mejorar la vida de la gente. Eso significaba derrocar al sistema y para
ello no había otro camino que las armas".
A pesar de lo obvia que es la inequidad en
Colombia, la toma de conciencia a veces requiere un empujón del maestro
intelectual. Emilia describe el proceso de tutelaje por su profesor
universitario, coincidencialmente el mismo de Vera. "Era incansable en sus
demandas, me cuestionaba, leíamos juntos, revisaba mis notas. No me pasaba una.
Tenía que ser buena en mis estudios académicos pero también comprometida en mi
práctica cotidiana. Observaba cada detalle de mi comportamiento y me regañaba
cuando pensaba que las debilidades pequeño burguesas me estaban corrompiendo".
El ingreso al grupo armado de las universitarias
no se dió al principio sino después de la adolescencia, fue gradual y tomó
varios años de reflexión e incubación ideológica. "Una especie de ligera invasión. Una seducción eficaz y
sutil … No nos hacíamos revolucionarios de la noche a la mañana. Llegar a serlo
era un proceso personal de
involucramiento político, afectivo, cotidiano". Así es como describe Vera
Grabe la ruta para hacerse guerrillera. Fueron algunos amigos de la universidad
los que facilitaron el tránsito de la vida civil a la militar, en un sendero en
el que se mezclaron las lecturas de Lenin, Manuel Marulanda o Camilo Torres con
la música de Violeta Parra y Mercedes Sosa. En su caso, la fase definitiva del
proceso había estado precedida del "debate político sobre la reforma y
política educativas, sobre el poder y la ideología" en la universidad de
Hamburgo.
La búsqueda de verdades absolutas por parte de
Emilia se inició aún más temprano con los Corazones Valientes y los Cruzados.
El grupo de teatro Las Euménides que formó con unas amigas de colegio bajo la
dirección de dos miembros del Partido Comunista Marxista Leninista lo
complementaba con la participación en un grupo de estudio maoista.
El M-19 que las invitaba y acogía tampoco
pretendía decisiones y definiciones bruscas. "No pedían más de lo que uno
pudiera dar, daban por sentado con
tranquilidad que cada cual tiene sus procesos, y que un gran paso es a la larga
la suma de un montón de pasitos".
Un caso muy curioso es el de Peggy Ann Kielland una
de las novias de Jaime Bateman desde su época en las FARC pues es ella la que
lo convence que la lucha armada exige un mínimo de educación doctrinaria y
política. "Al crearse el CEIS (Centro de Estudios e Investigaciones
Sociales) muchos de nosotros ingresamos con entusiasmo a estudiar economía
política y filosofía marxista. Al Flaco le dio por decir que eso no servía para
nada y causó un revuelo terrible entre sus amigos y seguidores. Tuvimos fuertes
discusiones con él y lo convencioms. Entonces se comprometió a que estudiáramos
juntos. Fueron unas sesiones de estudio muy interesantes"
La toma de conciencia de las campesinas
reclutadas niñas por la guerrilla es mucho más escueta, empírica y menos sujeta
a discusión y análisis. La ideología es más justificación ex post que
consideración a priori. Al interior de la guerrilla colombiana parecería
incluso darse una relación perversa entre educación y convencimiento por la
lucha armada. Diana, por ejemplo, que había empezado en la Juventud Comunista, "era
una niña muy consentida, pero supremamente convencida. Era de las pocas
guerrilleras que habían terminado el bachillerato".
Incluso cuando el reclutamiento de las jóvenes
campesinas es tardío, a los 18 años, la labor previa de adoctrinamiento es
precaria. Como cuenta Zenaida, “unos guerrilleros me dijeron que alguien de la familia tenía que
irse para las FARC y que seguramente me tocaba a mi. En esos días yo andaba de
parranda … Todo ese año y el siguiente me la pasé trabajando y tomando. Como
estaba segura de que la guerrilla me llevaba tarde o temprano, más tomaba”.
La realidad del
debate dentro de los grupos armados colombianos es igualmente pedestre, y
presenta peculiaridades. Por un lado, las discusiones políticas, con métodos
escueleros, son básicamente para las mujeres y en particular para las
reclutadas cuando niñas. “Los cuadernos de Manuel Marulanda eran unos libritos
que él había escrito sobre la guerra. Tocaba leerlos y transcribirlos en un
cuaderno de los que usan en los colegios … Nos daban unas charlas sobre el
reglamento, las normas de la organización, sobre este señor Carlos Marx, sobre
libros de Jacobo Arenas, de Marulanda … Era una cantidad insoportable de cosas
que no me interesaban para nada”, cuenta Zenaida, “al principio no les
encontraba sentido a las charlas. Les tenía pereza, pero después me resigné y
me tocó meterme”
De acuerdo con
la encuesta a desmovilizados, las combatientes asisten en promedio unas treinta
veces más al año que los hombres a reuniones en las que se habla de los
objetivos políticos del grupo o de su ideología. Además, a los reclutados con
menos de 13 años les tocan cuatro veces más reuniones que a los mayores.
La
segunda particularidad de estas reuniones políticas en las montañas de Colombia
es que son, principalmente, para quienes no reciben ninguna remuneración por
parte del grupo armado. La misteriosa incompatibilidad entre un estipendio y el
debate político es mucho más marcada entre las mujeres. Mientras una
guerrillera que reporta no haber recibido ningún ingreso regular asistió en
promedio a 180 reuniones cada año, algunas mujeres a quienes las FARC o el ELN
les pagaron regularmente más de un salario mínimo fueron tan sólo a una sesión
bi mensual.
El
proceso de adoctrinamiento centrado en los más jóvenes no parece ser
independiente de la práctica de reclutamiento forzado de menores. Victoria
Palmera, alias la Costeña, con unos
30 años en la guerrilla, fue jefe política y coordinadora del frente 21 y “su
papel dentro del grupo armado también ha sido la enseñanza ideológica a los
menores que ingresan a las Farc”. Informes de inteligencia señalan que en las
veredas de Chaparral y Rioblanco en Tolima la misma Victoria, “habría amenazado
a las familias que no permitían que sus hijos fueran reclutados”.
Sobre
el contenido y la calidad de las reuniones políticas y de adoctrinamiento, Eloisa da algunas pistas. “Bueno, yo
escuchaba, no leía. Estudiábamos la vida del Che Guevara como el hombre nuevo …
lo estudiábamos por su compromiso con una causa: la causa noble de la
revolución para la construcción del socialismo. Y por su desinterés”.
Un
amigo, aburrido con el rollo, le recomendó a Eloisa que buscara un libro de
otra cosa y hablaban después. Ella, que acababa de ver su primera película,
quedó preocupada. “Yo creía que la guerrilla estaba en todo el mundo y cuando
me di cuenta de que no era así pensé que, definitivamente, mi cabeza estaba
llena de aserrín”.
Al
volver a casa buscó afanosamente un libro, cualquier libro. “Esa misma tarde
empecé a preguntar quién tenía uno. Nadie, pero nadie tenía un libro en el
pueblo. Creían que me había vuelto loca”. Por fin le sugirieron que en la
parroquia podría encontrar algo. El padre Domingo no salía de su asombro. En
todo el tiempo que llevaba en el pueblo nadie le había hecho tan insólita
solicitud. No desaprovechó la oportunidad y le endosó la vida de un santo.
También le recomendó ir a la biblioteca de Neiva, aclarándole que se trataba de
un lugar en donde había muchos libros. “Uno va allá, pide el que quiera y se lo
prestan”.
La
encuesta FIP y el testimonio de Eloisa permiten sospechar que más que debate,
lo que se da actualmente en los grupos armados es simple adoctrinamiento para
párbulos, virtuales analfabetas, tal vez con herramientas pedagógicas similares
a las utilizadas para atraerlos a las filas. “La música de los niños, de los
jóvenes y de los más viejos son canciones guerrilleras y canciones de narcos.
Punto”.
No
sorprende que los combatientes reclutados más maduros asistan poco a las
reuniones políticas. Y tampoco sorprende la alegría de Eloísa cuando, ya
reinsertada, la bibliotecaria de Neiva le recomendó sus primeras lecturas: El sapo enamorado, El cocuyo y la mora y Yoco
busca a su mamá.
Hay
indicios de que ni siquiera el adoctrinamiento más básico logra sus propósitos.
En medio de un enfrentamiento con el ejército, una reinsertada recuerda que “yo
en mi pensamiento, le pedía a Dios que nos escondiera. Y escuchaba a las otras
dos muchachas rezando, pidiendo que no nos fuera a pasar nada”. En otra ocasión
“cuando Juancho alzó el bolso me di cuenta de que llevaba el cuaderno y una
biblia chiquitica que le había prestado Ninfa”. Justo antes de desertar le
insiste a su compañero de aventura, “si Dios quiere, si Dios quiere, a las seis
de la mañana nos montamos en un helicóptero, si Dios quiere”.
El reglamento es para las de ruana
El
adoctrinamiento al que son sometidos los jóvenes al ingresar a la guerrilla es
poco ideológico o político. Tiene que ver ante todo con el rígido reglamento
disciplinario que regulará todas sus actividades cotidianas. “El día del primer
entrenamiento ya éramos 50 los reclutados. No nos dijeron nada, ni bienvenidos
ni nada. Nos leyeron la disciplina a la que uno tiene que subordinarse, nos
advirtieron de las cosas que nos podían pasar si no hacíamos caso”.
“Hoy
tenemos que estudiar por enésima vez los documentos de las FARC. Repetir lo que
se ha explicado treinta veces: qué es una formación; por qué tenemos que ser
disciplinados; o mejor, explique por qué no se le permite dormir cuando está en
guardia”, escribió Tanja en su diario.
De
acuerdo con una reinsertada a quien se le impuso como castigo “por mostrarse
desalentada” el cuidado de un secuestrado era “difícil hallar a un guerrillero
al que no hubieran castigado , al menos una vez, por romper cualquier norma de
las FARC”
Los
métodos pedagógicos son peculiares. “Los días más aburridores eran aquellos en
los que nos leían los manuales. Después tocaba explicar lo que decían y si uno
no era capaz, lo castigaban. Si uno se quedaba dormido lo hacían dar vueltas en
redondo del aula y todo el mundo se burlaba”.
Las
reglas no siempre están claramente especificadas en los manuales ni son
predecibles. “En una ocasión impusieron la norma de que las mujeres que
tuvieran el período no cocinaban, por higiene”. A Machina, que rezongaba cuando la mandaban a cocinar, cada
una de sus respuestas la va “anotando el comandante en un papelito y así le
arman un prontuario … Le tocó cavar 300 metros de trinchera, cargar 200 viajes
de leña y cocinar durante 30 días para los guerrilleros”. Marta quien manejaba
la emisora de las FARC en su zona y se atrevió a criticar algunos abusos de los
comandantes, fue amarrada a un árbol por tres días.
La
holandesa recibió penas leves, o le fueron condonadas faltas relativamente
graves, como de consejo de guerra. La primera fue haber aprovechado el paso por
un pueblo para usar un teléfono y llamar a su casa. Tanja se había ido al monte
sin explicarles bien a sus padres a donde se iba. Se había limitado a enviarles
una nota contándoles que se iba al campo a desarrollar una labor de educación a
los campesinos y no aguantó la tentación de oír de nuevos sus voces.
La
segunda, más delicada, fue la infracción continuada de consignar en su diario
críticas a varios aspectos de la vida cotidiana en la guerrilla que, aunque
escritos en holandés, quedaron expuestos
al mundo cuando fue allanado su campamento. “Qué aburrición … Tres meses
dejé mi ropa afuera durante las noches y ahora me castigan por eso … No podemos
funar y hacerlo parece que es tan grave como estar al lado del enemigo … Es
para enloquecerse y ya no quiero más de eso … La mujer del comandante es una
categoría aparte acá. Ellas tienen ciertos privilegios, siempre tienen toda la
información y a veces hasta dan órdenes. Ellas sí tienen permiso para tener
hijos”. “¿Cómo será cuando estemos en el poder? ¿Las mujeres de los comandantes
en sus Ferrari Testa Rossa, con tetas de silicona, comiendo caviar”?
De
no haber sido una mujer europea relevante para la opinión pública
internacional, lo más seguro es que un desliz de ese calibre hubiese llevado a
su fusilamiento. Jineth Bedoya, tras revisar a fondo los archivos de Raúl Reyes
y su correspondencia con el Mono Jojoy, opina que fue gracias a la intervención
del primero que Tanja se salvó. Ni siquiera fue sometida a un consejo de guerra.
La
familia es una de las razones que con mayor frecuencia se menciona como motivo
para la desmovilización. “Algunos ex guerrilleros incluso cuentan sus años con
las FARC o ELN en términos del número de navidades que pasaron sin ver a sus
familias”. La situación más común es no poder reunirse nunca con los
familiares. Es una de las partes consideradas más duras del reglamento dentro
de la guerrilla.
Una
ex guerrillera de las FARC relata que durante los dos años y medio en la
guerrilla, “no pude ver a mi familia, no me dejaban. Porque ellos saben que si
uno ve a su familia se le mueve el piso”.
Pasaron
18 años en el monte, para que Norbey, a quien “desde chiquito los papás lo
habían entregado a la guerrilla” pudiera tener noticias de su familia. Mandó
llevarlos a Santander para verlos, pero viajaron sólo la mamá y el hermano.
“Ellos le contaron que la guerrilla había matado al papá hacía siete meses en
la finca donde vivían. ¡La misma guerrilla! Y él, dizque guerrillero”.
“La
guerrilla me sacó de la casa de mis padres. Me fui sin despedime de mi familia
y nunca más la volví a ver”. Sólo después de 17 años y tras su deserción Zenaida pudo volver a
ver a sus padres. Cuando los
encontró de nuevo, “no los reconocí. Nos abrazamos y les dije que no se fueran
a poner a llorar”. Cuando le preguntan al hermano si sabía que tenía una
hermana guerrillera responde que todos creían que estaba muerta. “Yo al
principio pensaba en ella, pero después uno se olvida”.
En
los casos excepcionales en que se permite una visita, la comunicación entre las
partes es precaria. “A los dos años, mi mamá se enteró de que había sido
secuestrada por las FARC. Después de muchos peligros, logró que la llevarán al
campamento donde yo me encontraba. Cuando ella llegó, yo había sido violada el
día anterior y había recibido una golpiza que me había desfigurado la cara.
Como había aprendido a ocultar mis sentimientos, me vi obligada a mentirle a mi
madre sobre la situación. Sabía que si le contaba, posiblemente las dos no
saldríamos vivas ese día. Me tocó inventarme un cuento para explicarle mi
estado y omitir lo que me había sucedido en realidad”.
Otra
reinsertada de las FARC cuenta que “sólo una vez me dejaron ir a mi casa pero
creo que era porque ellos sabían que ella (la mamá) no estaba … Un diciembre,
mi mamá estuvo en el entradero, la entrada del campamento, que es cerca de mi
casa, pidiendo que la dejaran verme y no pudo entrar”.
Una
de las prerrogativas más inusuales que ha tenido Tanja en las FARC fue la
autorización para reunirse con su madre en Agosto del 2005, un momento en el
que la situación estaba bastante difícil para la guerrilla. El propósito de la
madre en esta visita era rescatarla del supuesto secuestro al que estaba
sometida. Tanja le había implorado varias veces a su comandante que le
permitiera “ir a ver a sus padres, le decía qque no soportaba su ausencia, le
juraba que no cometería ningún error en el viaje y que regresaría muy pronto a
las montañas”.
La
situación se tornó dramática después de que Tanja habló por teléfono con sus
padres. Regresó al campamento y le dijo a Lozada, el comandante, que no podría
seguir mucho tiempo sin ver a sus padres.
Este se comunicó con Raúl Reyes para hablarle de la holandesa. Aunque el
canciller de las FARC sabía de su presencia y le había mandado documentos para
traducir, no conocía mucho su historia.
Lozada hizo énfasis en el papel que en el futuro podrían jugar Tanja y
sus padres en las relaciones internacionales y la imagen de la guerrilla. Se
consideró que el viaje de Tanja a Holanda tenía muchos riesgos, pero el mismo
Reyes dio el visto bueno para una
visita de la señora Nijmeijer a su hija en las montañas.
Bombas en las milicias o en el monte con un pretendiente guerrillero
Tanja
ingresó a las FARC sin saber manejar un arma, y sus primeras dosis fuertes de adrenalina las tuvo poniendo explosivos con
milicias urbanas en las que pasó unos meses. Antes de irse al monte participó
en atentados con bombas a una estación de policía, dos grandes almacenes y
Transmilenio. Sabía utilizar el bodegón y el gorro chino, dos explosivos
artesanales de gran impacto. Fue con los compañeros de milicia que Tanja
aprendió a manejar armas cortas. Los fines de semana la llevaban a las afueras
de Bogotá para enseñarle a armar y
desramar pistolas y hacer prácticas de tiro.
Para
las jóvenes con buen nivel educativo el ingreso a la guerrilla tiene un
componente lúdico, de peripecia y diversión. Olga Lucía Marín, compañera de
Raúl Reyes de las FARC cuenta qie “yo había dado cursos en las escuelas
regionales. Me gustaba esa actividad. Ya llevaba cinco años en la Juco. Quería
expermientar cosas nuevas. Quería vivir más aventuras. Se habían acabado las
expectactivas … Entonces aparecía como interesante el cuento de la guerrilla y
dije: me voy”. Aprendió a manejar armas después de reclutada. “Aprendí a
marchar. Cragaba armamento para aquí y para allá. La primera vez que me dieron
un arma me mandaron para la guardia. Jacobo había ordenado que a otra muchacha
y a mí nos enseñaran a manejar armas. Nos dieron una metra Ingram, cuadrada,
pesada, espantosa”
Muchas
de las insurgentes aprendieron a usar un fusil antes de vincularse, en un
polígono campestre entre juego y coqueteo con un instructor de la misma
guerrilla. En los grupos armados hay una alta proporción de jóvenes previamente
entrenados en el manejo de armas. A veces, el asunto se inicia como diversión.
“A los 12 años me gustaba llegar de la jornada de trabajo y ser parte de alguna
de las bandas que teníamos con mis amigos: hacíamos pistolas con palos y
caucheras, nos vengábamos de los que considerábamos nuestros enemigos y, a
veces, dejábamos amarrado en un árbol a algún niño que nos cayera mal. Era un
juego. Eso pensábamos, hasta que los paras nos vieron e intentaron
reclutarnos”.
De
acuerdo con la encuesta, en los varones se percibe una asociación negativa
entre la pobreza y la experiencia con armas previa a la vinculación. Para las
desmovilizadas, manejar armas antes de entrar al conflicto no depende de la
riqueza salvo en el estrato más favorecido, donde la proporción es
sustancialmente mayor. Más de la mitad de las mujeres, y dos de cada tres de
los hombres provenientes del quintil más alto manejaban armas antes de ser
reclutados.
Una
de cada tres desmovilizadas aprendió a usar armas antes de hacer parte del
grupo ilegal. Las campesinas, en promedio, supieron disparar dos años antes que
los varones. Y mientras para buena
parte de ellos el inicio fue el servicio militar, la mitad de las mujeres de
origen rural empuñó un arma por primera vez de la mano de un guerrillero. El
gancho en las montañas de Colombia parece ser jugar a la guerra.
Estos
datos son consistentes con una observación de Verdad Abierta: “para ganarse la
confianza de los niños, subversivos no mayores de 20 años los llevan por
momentos al monte para adiestrarlos en manejo de armas". Por eso María, una madre de familia de la zona
rural de Rovira, no quiere que sus hijos “cambien el lápiz y los cuadernos por
el monte y los fusiles … Lo que más le preocupa es la atracción del cabecilla
de la columna guerrillera hacia su hija”.
Una
de las variantes de la tesis de las causas objetivas de la violencia es que la
falta de educación es un factor determinante de tales comportamientos. En la
comparación entre la guerrilleras campesinas y las universitarias un corolario
de esta tesis es que las primeras deberían ser más violentas que las segundas.
Vale la pena por lo tanto ilustrar con un ejemplo que la relación entre nivel
educativo y la violencia no es tan simple.
Alfaro
Vive Carajo fue un clon del M-19 que operó allí entre 1980 y 1991. De origen urbano, con líderes
universitarios de clase alta -autocalificados democráticos, nacionalistas y
antiimperialistas- robaron la espada del general Eloy Alfaro, montaron audaces
golpes espectáculo y con la asesoría de los colombianos introdujeron en el Ecuador los secuestros de
impacto.
Santiago
Kingman, uno de los fundadores, era profesor universitario en Quito y hacía
parte del M-19. Con 27 años se consideraba el viejo del grupo. Patricia Peñaherrera,
su novia, fue invitada casi adolescente
a guerrear en Colombia. Llegó a ser jefe de las fuerzas especiales del
Eme. “En esa escuela yo hice una especialización que me costó casi mi
personalidad”.
La
principal actividad de ese grupo élite era la toma de unidades militares del
ejército colombiano. “Nos infiltrábamos ocho o diez personas en un cuartel y lo
atacábamos desde adentro, utilizando técnicas vietnamitas”. En la última que
participó y resultó herida
“entramos a que todos se mueran, el aniquilamiento total le llamaban
ellos. Y eso es un combate muy duro, muy doloroso, porque cuando llegas las
personas reaccionan, ellos también están formados para reaccionar militarmente
con fusiles, granadas, explosivos y eso se volvió algo terrible, un incendio,
volaban los techos, las sillas, las camas, las personas. Sí, tengo el recuerdo
de que es como un infierno ... creo que un ser humano no está capacitado para
vivir la guerra así”.
La violencia sexual en el conflicto
La creciente amalgama de víctimas
Laura
Gil, politóloga y analista internacional, renunció en Septiembre de 2013 a la
mesa de trabajo del programa “Mañanas Blu” en una cadena radial porque al
parecer su jefe y un colega no la soportaban. Inmediatamente surgieron
acusaciones de sexismo, acoso y misoginia.
La
reacción de sumarla al paquete de víctimas de la violencia de género no tardó.
Una conocida feminista comparó su situación con la de Pili, joven wayuu que en
una película es encerrada durante doce lunas para el ritual de paso de niña a
mujer. Menciona amenazas, azotes, bofetadas, lapidaciones, infibulación,
escisión del clítoris y feminicido para concluír que “tanto en Laura Gil como
en Pili está representada la eterna historia del encierro y silenciamiento de
las mujeres”.
Si
tal menjurje entre el percance laboral de una comentarista radial y las
tradiciones de sometimiento femenino en un grupo indígena se propone sin
sonrojo, cuando el suceso se relaciona con el deseo masculino la consigna es
simple: sumar lo que se pueda bajo el rubro de violencia sexual.
Para
inflar el número de víctimas, las feministas norteamericanas empezaron
magnificando el riesgo de violación. “Cada vez que un hombre se dirige a una
mujer en la calle, ella debe contemplar la posibilidad de que la puedan violar"
sentencia una de ellas en el Harvard Law
Review en 1993. El activsimo funcionó y la amalgama se extendió. En el 2003
la Organización Mundial de la Salud incluyó en su definición de violencia
sexual “los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados”. El piropo se
convirtió en “acoso sexual callejero” y actualmente un movimiento mundial busca
incluírlo en los códigos penales.
Recientemente,
una encuesta sobre violencia sexual en zonas de conflicto contempla como ataque
la “regulación de la vida social”, por ejemplo que el comandante paramilitar
prohíba usar minifalda. Así, sumando peras con manzanas, se llega a un total de
490 mil víctimas de las cuales 176 mil fueron acosadas sexualmente y a 327 mil
les reglamentaron la rutina. El dato aterrador con el porcentaje de mujeres
víctimas de violencia sexual (17.6%) –que quintuplica el de las violaciones-
queda listo para los titulares de prensa.
Uno
de los informes del GMH adopta una visión tan laxa de la violencia sexual que
considera que una de sus manifestaciones es la organización de una pelea de
boxeo entre gays y sin el menor reparo califica un reinado de belleza de
“violento evento”.
Mezclar
indiscriminadamente mujeres afectadas por incidentes de cualquier gravedad es
en últimas un irrespeto con las víctimas de los ataques más graves, como las
violaciones, el reclutamiento de niñas o el aborto forzado que se diluyen y se
banalizan. Además, al oscurecer el diagnóstico, el revuelto es contraproducente
y dificulta la prevención de los ataques y su posterior reparación.
Las violaciones como arma de guerra
En
1937, el ejército japonés arrasó la antigua ciudad china de Nanking. En unas
semanas murieron cerca de 300 mil personas, más que en medio siglo de conflicto
colombiano.
Testimonios
recogidos por la historiadora Iris Chang revelan ataques indiscriminados contra
las mujeres. “Sin importar si eran jóvenes o viejas, ninguna pudo evitar ser
violada. Mandábamos nuestros camiones para capturar muchas mujeres. Cada una de
ellas se asignaba a 15 o 20 soldados para sexo y abuso”. Como la ley militar
prohibía las violaciones, los oficiales les pedían a los soldados no dejar
testigos. “Páguenles algún dinero o mátenlas cuando hayan acabado”, recomendaba
un oficial.
En
cien días de 1994 fueron asesinadas en Ruanda unas 800 mil personas, en su
mayoría tutsis. Según Amnistía Internacional, Naciones Unidas estimaba en más
de 250 mil las violaciones. “Durante la guerra, los milicianos venían buscando
hombres para matar y niñas para tener sexo”, recuerda Clementine. Los nacidos
del genocidio son conocidos como “hijos de malos recuerdos”, y la mayoría de
las mujeres con quienes habló AI en marzo de 2003 en la prisión de Byumba
“cumplían largas condenas por aborto o infanticidio”.
En
el 2000 Helena Smith, periodista del Guardian,
reportaba que según la OMS unas veinte mil mujeres kosovares fueron violadas en
los dos años previos a la entrada de la OTAN a los balcanes. La Cruz Roja
estimaba que en un sólo mes el número de bebés resultantes de las violaciones
se acercaba a cien. Un ginecólogo del Hospital de la Universidad de Pristina
anotaba que “todos practicábamos abortos a toda hora”.
Un
año antes, Elisabeth Bumiller del New
York Times señalaba tras dos semanas de entrevistas en Kosovo y Albania que
la violación fue utilizada por las tropas serbias para golpear la esencia de la
sociedad musulmana. Dos aldeanas le hablaron de 300 mujeres retenidas en tres
casas por varios días. Cada noche se llevaban a cuatro de cada grupo. Al volver
ninguna comentaba lo que le habían hecho. Un muro de colegio advertía “vamos a
violar a sus mujeres, que darán a luz niños serbios”. La periodista aclaraba
que “hasta el momento, no hay pruebas sólidas para Kosovo de las decenas de
miles de violaciones sistemáticas que se reportaron en Bosnia”.
En
el Auto 092 del 2008, la Corte Constitucional afirma que en el conflicto
colombiano “la violencia sexual contra las mujeres es una práctica habitual,
extendida, sistemática e invisible”. Basado en esa providencia, el GMH no duda
en afirmar que “con la violencia sexual hay un cálculo estratégico por parte
de los actores armados que hace de ella un arma de guerra contra las mujeres”. Se trata de una estrategia de ataque no
muy eficaz. El mismo GMH, precisa que una vez “revisado, depurado y actualizado”
el anexo reservado de ese Auto pudo identificar, entre 1990 y 2010, 142 casos
de violencia sexual. Estos siete ataques por año no fueron necesariamente
violaciones. Incluyen “desnudez forzada, prostitución forzada, esclavitud
sexual, intento de violación e imposición de un código de conducta”. El GMH
menciona 32 casos anuales de violencia sexual identificados en el Registro
Único de Víctimas entre 1985 y 2012, sin especificar el tipo de ataque.
Para
el GMH la violencia sexual “irrumpió en el debate público global cuando, en
conflictos internos como los de la Ex-Yugoslavia o Ruanda los tribunales, la
academia y los movimientos de víctimas se vieron confrontados al hecho de que
la violación había sido una práctica masiva que correspondía a estrategias y
cálculos de actores de guerra”. Como en el país también hay conflicto armado,
el escenario se importó tal cual. Los casos recopilados, sentencia el GMH,
“confirmaron el uso de la violencia sexual como arma de guerra”.
Para
un mismo lapso, por cada mujer violada en la guerra colombiana hubo cerca de cien mil en Ruanda, treinta mil en
Nanking y un millar en Bosnia o Kosovo. En esos conflictos étnicos el número de
ataques sexuales ha sido similar al de mujeres asesinadas. En Colombia, por
cada violación la confrontación armada ha dejado unas ochenta muertes
femeninas.
Lo
más lamentable de esta evidente exageración de la incidencia de las violaciones
es que esconde las dos dimensiones más graves de la violencia sexual en el
conflicto colombiano: el reclutamiento de niñas y los abortos forzados.
El coco de las guerrilleras
Sin
la menor duda, Doris, reinsertada de las FARC admite que “a lo que sí le tengo
miedo es a la palabra fudra (Fuerza
de Despliegue Rápido) y al Arpía. A ese helicóptero sí que le tenemos miedo, él
es el dios, el papá de los hombres. Cuando entra en los campamentos parece que
tuviera una boca de fuego y mata a la gente de una”.
La
mayoria de sus compañeros de frente habían sido reclutados en caseríos del
departamento del Meta, obsesionados por la idea de un Ejército enemigo que por
donde pasaba degollaba mujeres y ancianos. Dentro de la guerrilla, el coco
persistía: “en las charlas nos contaban cómo los militares cogían a las
guerrilleras desmovilizadas y luego las ponían boca abajo con las puertas
abiertas, mirando al vacío y luego las botaban, después de violarlas … por eso
yo estaba esperando que me hicieran eso después de que me entregué”.
Según
Jineth Bedoya el testimonio de Doris es similar al de la mayoría de
desmovilizadas a quienes la guerrilla “las ha alertado para que no se
desmovilicen porque correrán es supuesta suerte: morir degolladas o lanzadas
desde un helicóptero en vuelo”.
El
mecanismo propagandístico utilizado para asustar a las guerrilleras no es más
que la otra cara de la moneda del escenario de la “violación como arma de
guerra” pero de una manera tal vez más coherente con los objetivos de la
organización que le mete el miedo a las mujeres.
El general, el funcionario y la violencia sexual como política
Gonzalo
Queipo de Llano fue un general franquista durante la guerra civil española. Es
considerado “el primer militar que fomentó por la radio la violación de
prisioneras”.
Desde
el programa que cada noche emitía Radio Sevilla echaba unas peroratas misóginas
que avergonzaron incluso a sectores de la derecha. “Nuestros valientes
Legionarios y Regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que
significa ser hombre. Y de paso, también a sus mujeres. Después de todo, estas
comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre?
Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas.
No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.
En
una entrevista concedida en el 2009 un funcionario judicial colombiano anotaba
que la violencia sexual de los paramilitares fue “una política digamos que
tácita… ellos no daban una orden directa, ‘violen a las mujeres’, pero el mismo
comportamiento que asumían los comandantes, la forma que trataban a las mujeres hacía que los otros [dijeran:]
‘Ah… pero el comandante la trata a ella así, yo también hago lo mismo con otras
mujeres’. Es como un patrón fluido y asimilado por el grupo… Era una forma de
demostrar el poder, acechando a las mujeres, que eran discriminadas y
consideradas como menos importantes por esos roles ancestrales y patriarcales”.
La
responsabilidad de los líderes guerrilleros y paramilitares en las agresiones
sexuales de sus subordinados es incierta. En La Habana parecen no saber de
violencia sexual. Los ex combatientes de Justicia y Paz han sido reacios a
admitir su participación en tales ataques. Comandantes paramilitares que han
reconocido crímenes atroces niegan que las violaciones fueran una estrategia
sistemática en su organización.
El
GMH sostiene que sí hubo esa política, pero la evidencia al respecto es
precaria. Nada comparable a los testimonios de conflictos étnicos, ni a las
arengas de Queipo de Llano. Hay incluso indicios en contra, como la mujer
violada por paramilitares que señala: “fuimos amenazadas y nos decían que si le
decíamos al comandante Camilo nos mataban. Ahí me tocó estar con cuatro de
ellos”. O el testimonio de Martín Sombra de las FARC, que confesó castigos por
"desórdenes disciplinarios" –léase orientación no heterosexual- aclarando
que “al único que no se perdonaba era al violador, a los otros se buscaba cómo
volverlos al camino”.
En
últimas, el argumento que ofrece el GMH es el mismo del funcionario judicial:
“la violación sexual estratégica no siempre se configura por ser explícitamente
ordenada por la comandancia pero sí se ejecuta como parte inherente de
repertorios de dominio”.
Independientemente
de si esta tesis servirá o no en procesos judiciales, sí es pertinente para
entender la violencia sexual en el conflicto. Los datos muestran que la mayor
presencia de actores armados en un departamento -medida por la tasa de
homicidios- parece envalentonar a los atacantes sexuales extraños o conocidos
por las víctimas que, a su vez, denuncian menos los ataques. De acuerdo con los
datos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud del 2010, las correlaciones
no son despreciables.
El
posconflicto requerirá esfuerzos mucho más sofisticados que perseguir
penalmente unos violadores masivos de los grupos armados. Será necesario borrar
entre la población las huellas de un machismo recrudecido por los matones. Al
doblarse la tasa de homicidios –algo que equivaldría a decir que la intensidad
del conflicto pasa de baja a media o de allí a alta- el número reportado de
violaciones por una persona extraña en un departamento se incrementa en un 32%
y las cometidas por conocidos en un 23%. El conflicto parece afectar, aunque en
menor medida, la violencia sexual cometida por el esposo o compañero.
Simultáneamente,
la intensidad del conflicto disminuye de manera sustancial la decisión de las
mujeres de acudir a las autoridades para denunciar los ataques sexuales. Al
doblarse la tasa de homicidios, las denuncias por violación disminuyen en un
41%.
Vale
la pena insistir en lo desacertada que resulta la estrategia de reducir la
violencia sexual en el conflicto a la metáfora del arma de guerra. Los
testimonios de La Culebrita y de Eloisa muestran que no todas las combatientes están
adecuadamente representadas en el informe del GMH ni en varios trabajos académicos
sobre mujeres en el conflicto que acogieron sin reserva el escenario de
violadores siempre extraños, enemigos en la contienda armada. El principal
riesgo de violencia sexual en Colombia sigue estando cerca. Para la Culebrita y
Eloísa estaba en la propia casa representado en hombres que mantenían una
relación con la mamá y ninguna con los grupos armados.
En
una encuesta realizada por OXFAM en las zonas de conflicto el 46% de las
víctimas de violación durante la década pasada señalan como atacante a alguien
de la familia, y sólo 13% a un actor armado. Como ya se mencionó, entre combatientes
desmovilizadas, según la encuesta de la FIP, las cifras respectivas son 65% y
5%. Las historias de la Culebrita y Eloísa ilustran la complejidad del fenómeno
del reclutamiento juvenil y, sobre todo, la espantosa situación de las menores
abusadas por conocidos y familiares. Algo está funcionando muy mal cuando la
única instancia a la que una víctima repetida de violación acude es al amigo
guerrillero que le enseña a defenderse con un arma o le señala como alternativa
de escape el ingreso a un grupo armado.
Lo
que preocupa es que el diagnóstico que se impuso, y de manera casi oficial, no
ofrece ninguna sugerencia razonable de política para enderezar esa falla tan
protuberante. A la Culebrita, violada repetidamente junto a sus hermanas por un
amante de la mamá, no le hubiera aportado un ápice saber que en confrontaciones
lejanas en los Balcanes o en el África los guerreros violan mujeres de otras
etnias. Frente a sus ganas manifiestas de vomitar cuando abusaba de ella o de matar
al cucho cuando lo hacía con sus hermanas, cualquier supuesta toma de
conciencia sobre la violencia sexual era redundante. La asimilación de su
suplicio al de una joven a la que los paras le prohiben el escote, en una
confusa e inconducente amalgama de ataques de distinta gravedad, sería un
insulto. Ni siquiera el dato de “millones” de colombianas violadas impunemente
la hubiera ayudado, simplemente habría reforzado su sensación de impotencia. Cualquier
esfuerzo que no contribuya a que desde el primer intento de abuso sexual una
menor envíe señales de alarma para que una “autoridad competente” y legal la
proteja será ineficaz, incluso contraproducente.
Los abortos forzados
En
su Parábola de Pablo, Alonso Salazar
relata un incidente que no encaja en el escenario típico del aborto. El Patrón,
por amor a Victoria, Juan Pablo y Manuela, se propuso nunca tener hijos por
fuera de su matrimonio. Cuando una de sus novias ocasionales, Wendy
Chavarriaga, quedó en embarazo:
- Yo
no quiero que tengas el hijo, le dijo él secamente
- Yo
lo quiero tener, replicó ella
-
No, no puedes
“Ante
la estricta negativa la joven planeaba marcharse a tener su hijo a Estados
Unidos. Pablo la invitó a Nápoles para tratar de convencerla por última vez.
Sus argumentos, primero suaves y luego amenazantes, fueron inútiles. Ella se
empecinó. Entonces Pablo hizo una seña y de uno de los cuartos salieron Pinina,
la Yuca, Arcángel y un médico. La mujer no comprendía nada. La tomaron a la
fuerza, la inyectaron y dopada la llevaron al puesto sanitario de la hacienda.
Pablo salió para no escuchar los gritos y súplicas de la mujer. Sus hombres,
asesinos a sangre fría, sintieron náuseas y vértigo cuando el médico empezó a
extraer el feto … El Patrón quedó achantado durante varios días. Le dio duro
hacerle eso a esa mujer”.
A
raíz del romance que mantuvo con Jaime Bateman, máximo líder del M-19, Vera
Grabe quedó esperando. Con “muchas ganas de tener un hijo suyo”, el embarazo
alcanzó los cuatro meses. “Quería ese hijo. Pero su reacción fue tajante: no se
puede, es imposible. Alegué: tranquilo, no se preocupe, que yo lo asumo sóla y
no le voy a complicar la vida”. Él insistió recurriendo a la retórica laboral y
política. “Tú eres una dirigente, y ¿quién te va a reemplazar en lo que
haces?”.
Ella
no quería abortar, pero el amor sin condiciones y la terquedad visceral
pudieron más. “Fue tal su oposición y tal la entrega amorosa, que a pesar de lo
que significaba una intervención a estas alturas y radicalmente contra mi
voluntad, acabé por aceptar su decisión. No era la mía … Me fui para México
para ver que hacía, y por teléfono le seguía alegando, pero usted no cedió, y
yo cedí”. Desde la intervención ella se arrepintió. “Cuando desperté sentí un
vacío que nunca había sentido. Ese grito, ese dolor, ¿qué lo iba a callar?”. Al
drama se sumó la reacción de él. “Por eso me dolió tanto su llamada a los dos
días, y su pregunta. ¿Ya saliste de eso? ¿Cómo te fue? Como si me hubiera
sacado esa muela”.
Lo
último que se esperaba de una mujer con esos antecedentes, treinta y tantos
años y más de doce semanas de embarazo es que perdiera ese forcejeo que además
fue por teléfono y a larga distancia. Vera Grabe, a quien el país vio con traje
de campaña, armada, tomándose poblaciones con el M-19, arengando en la plaza
pública, en una mesa con Tirofijo, no resistió el embate de alguien tan
querido, progresista, “fresco y sin exigencias” como Jaime Bateman Cayón. La
carta en la que se describe el incidente es parte del libro Razones de Vida.
Un
detalle paradójico es que años antes de estar enamorada de Bateman, a raíz de
una acalorada discusión del comandante con una veintena de mujeres que lo
criticaron por haber sugerido que no debería haber mujeres en el brazo armado
del M-19, tuvo que cambiar de posición y aceptar lo que parecía ser una
protección de los derechos de las mujeres. Cuenta Vera Grabe que “de allí
surgió una ordenanza que escandalizó a mucha gente. Incluía: no al maltrato, sí
al aborto, sí al derecho al control natal, igualdad de trato”. No pareció
pertinente entonces hacer explícito que el aborto era no sólo un derecho sino
una prerrogativa que puede ser rechazada por una mujer.
Bastante
indicativo de que, en últimas, la motivación de Bateman para convencer a Vera
Grabe de no tener ese hijo era la situación familiar de él y no el supuesto
inconveniente que representaba un niño para el grupo armado es el relato de
Estendi Puentes, actriz y fundadora del M-19. Ella le cuenta a Bateman que está
embarazada y necesita abandonarlo todo. Él le responde “hermana, a tener ese
hijo como sea”. Estendi recuerda que “todo el mundo condenaba mi actitud cuando
comenzaba algo tan importante como el M-19. Bateman fue la única persona que me
entendió y me defendió, argumentando que lo importante era que ese hijo mío
naciera”.
El
caso del comandante del M-19 puede considerarse más pertinente que la anécdota
de Pablo Escobar cuando ordena el aborto de Wendy en la hacienda Nápoles. El
problema no era Bateman guerrillero, pues no hubo fuerza ni amenazas. Si le
ocurrió a Vera Grabe –comandante guerrera, educada, segura, independiente,
dura, curtida, poderosa, respetada, temida- ante alguien tan descomplicado y de
vanguardia, es fácil imaginar la indefensión de cualquier guerrillera campesina
ante la rigidez, del reglamento y los comandantes, de los demás grupos armados.
En
cualquier encuesta con la pregunta “¿alguna vez ha sido obligada a abortar?”
tanto el caso de Wendy Chavarriaga como el de Vera Grabe saldrían registrados
como positivos. Los embarazos eran incómodos para ellos por lo extra maritales,
pero las circunstancias de uno y otro son bien distintas: está de por medio la
diferencia entre persuadir y forzar, clave en materia sexual.
De
acuerdo con mujeres reinsertadas y con los correos entre comandantes
guerrileros incautados por las autoridades, el aborto obligado es una de las
manifestaciones más generalizadas y sistemáticas de la violencia sexual en el
conflicto. Entre las combatientes puede pensar que por encima de las
violaciones. Algunos estimativos alcanzan la impresionante cifra de mil al año.
De un grupo de 112 mujeres que se desmovilizaron en el 2011, más de noventa
habían sufrido por lo menos un aborto inducido. Martha, una de ellas, había
sido obligada a abortar cuatro veces cuando hacía parte del frente 39 en el
Guaviare.
Hay
evidencia de que, al menos en la guerrilla, existe una política de interrupción
de los embarazos que viene desde la cúpula: “es mejor no engendrar, porque toca
eliminar” decía el Mono Jojoy. "Allá siempre nos decían que no hay que
hacer niños para sufrir. Que no hay que hacer niños para el Bienestar. Que no
hay que hacer niños para dejar botados" confirma Edilma, una reinsertada.
Sería
conveniente establecer si las interrupciones no voluntarias han sido “a la
Bateman” o “a la Escobar”. Existen testimonios desde el suministro de
misoprostol hasta legrados a la fuerza, pero parece haber más amenazas, engaños
y castigos que persuasión. En unas imágenes de finales del 2012 aparece alias
Efrén Arboleda dirigiéndose a un grupo de jóvenes con un manual impreso en la
mano. “Las mujeres no vinieron a la guerrilla a ser madres de familia ... se le
hace consejo de guerra, se le hace legrado que pague su sanción común y
corriente y siga trabajando … Ah, que es no quiere, que dice que lo quiere
tener por encima de cualquier cosa. Póngale el cordel, amárrenla, haganle
consejo de guerra y solución”
Romaña
le reporta al bloque Oriental que "la cosa está jodida con tanta bomba, y
a eso hay que sumarle que siete resultaron preñadas en los últimos cuatro
meses. A Sindy tocó mandarla para Bogotá porque ya tenía cinco meses y se había
escondido la barriga con faja, pero allá le sacaron el paquete. Se puede
reintegrar el otro mes". Carolina Rodríguez anota en su diario que una
noche “al lado de nuestro cuarto se escuchaba una muchacha llorando, gritaba
que no, que por favor no… Al día siguiente me contaron que ella le tiene pavor
a las inyecciones y sus gritos eran debido a la aplicación de la dosis obligatoria
para evitar los embarazos”.
La
idea de una política sistemática diseñada desde arriba para la práctica de
abortos forzados en la guerrilla la confirma la disponibilidad, al menos para
las FARC, de todo el equipo, el material y la capacidad humana para
practicarlos. Clara Rojas que duró secuestrado varios años relata, por ejemplo,
como dio a luz a su hijo con cesárea, en medio de la selva. En sus crónicas del
Sumapaz, Pedro Salvatierra un secuestrado de las FARC describe en detalle una
peculiar construcción en madera con techo de zinc. “Tratándose de un quirófano,
tenían almacenada allí gran cantidad de material de cirugía. Darío sacaba
pinzas, suturas, patos para trabajos de ginecología, tijeras, bolsas con todo
tipo de mangueras y mangueritas, desinfectantes, droga, agujas para suturar,
gasas, algodones, jeringas, tapabocas, guantes, en fin, cientos de utensilios,
en apariencia destinados a implantar dispositivos intrauterinos y hacer
pequeñas cirugías”.
Obviamente
no se trata de las instalaciones hospitalarias más adecuadas y esa precariedad
tiene secuelas. De acuerdo con Oscar, desmovilizado de las FARC, “tienen todos
los instrumentos, las cucharas esas para sacarlo. Que diría yo que el 90% de
las mujeres que les provocan el aborto quedan sufriendo. Usted habla con
cualquier desmovilizada y casi todas tienen problema de matriz". Otro
reinsertado confirma la idea de un equipo ginecológico –físico y humano- muy
deficiente. “La mayoría de los abortos pues se hacen en las condiciones de la
selva, con gente totalmente inexperta, y los métodos utilizados son
absolutamente brutales ... Muchas veces se abre totalmente el estómago para
sacar los fetos o se golpean determinados puntos del vientre para causar la
muerte y una hemorragia severa”
Andrea,
ex combatiente de las FARC cuenta que "cuando la prueba de embarazo salió
positiva fue cuando me dijeron que me iban a hacer un aborto y yo dije que no
que yo no iba a abortar. Tenía cuatro meses de embarazo y me dieron unas
pastillitas y yo ni me di cuenta. Me las dieron fue en la comida. Y fue cuando
el bebé se me muere en el vientre ... No me sacaron todo me lo hicieron como a
los trancazos, como se dice. Me quedó residuos por dentro y por eso fue que me
afecté".
Para
las que se oponen a un aborto, no sólo lo sufren forzadas sino que luego,
cuenta María, “hay consejos de guerra, hay cargada de leña, boleada de machete,
hacer trinchera, hacer chontos, de todo un poquito. Las trincheras lo tienen
que tapar a uno de hondo y de largo los metros que le digan a uno ... Le ponen
un tiempo a uno para que termine la sanción. Si uno no la termina en tanto
tiempo, se la doblan" . Andrea no se libró de las sanciones después de su
interrupción obligada de embarazo. “Me colocaron 300 viajes de leña, me
colocaron 100 viajes de agua, me colocaron 15 días de guarda nocturna, 15 días
de guardia diurna. Y mejor dicho, cantidades de cosas”. Ante la pregunta de
cual puede ser la sanción de un consejo de guerra María señala que el
fusilamiento y que a una de sus amigas le tocó esa suerte.
Incluso
cuando es físicamente imposible realizar el aborto la oposición al embarazo se
manifiesta. Jineth Bedoya cuenta que en una de las escapadas del Mono Jojoy al
acoso del ejército una joven guerrillera que había logrado ocultar su estado, “en
plena marcha le contó a Jojoy que ya estaba por el sexto mes de gestación, pero
aunque no la hizo abortar la obligó a cargar el equipo y el fusil … Al final el
bebé nació. Nadie sabe qué pasó con él”.
Se
puede plantear como hipótesis que el conflicto armado no necesariamente cambia
la naturaleza de la violencia sexual en una sociedad sino que exacerba y agrava
las manifestaciones ya existentes. Un elemento común al aborto forzado de la
novia del capo, salvajemente coercitivo, y la amante del guerrillero, resultado
de una hábil persuasión, es que ambos futuros padres tenían por su lado una
familia ya establecida. Sin duda la motivación para obligar o convencer a
abortar es inseperable de ese hecho. En el caso de Escobar era explícito. Una
de las novias de Rasguño, el capo del Cartel del Norte del Valle cuenta que él
a sus novias siempre les hacía explícito el dilema entre “amor o bebé”.
A
diferencia de la violencia extrema de Escobar, o de variantes más leves de
coerción que se puedan dar en la guerrilla, la situación de Bateman podría ser
la de cualquier amante colombiana de un hombre casado con prole que no resiste
la presión e interrumpe forzada su embarazo. Interesa saber cuantas mujeres enfrentan tal situación en el
país. Un estimativo conservador, basado en un estudio del Externado realizado
en los años noventa, es que el 15% de las interrupciones de embarazo en
Colombia las deciden los hombres. Dependiendo del total de abortos que se
adopte, cada año entre 22 y 60 mil colombianas no pueden tener un hijo que
querían. El orden de magnitud es similar al de la violencia de parejas que
llega a Medicina Legal. Además de indignante, el caso es común. Un testimonio
del mismo estudio da la visión masculina del escenario. “Yo con ella tenía una
relación de amantes, como dicen. Yo tengo mi mujer y mi familia muy organizada
y ella sale con esa. Yo no podía aceptar esa situación … Yo mismo la llevé al
sitio que me habían recomendado”. Las mujeres expuestas a este atropello,
podrían ser todas las sucursales en donde tal arreglo es clandestino. Un
estimativo burdo sugiere que el número superaría el millón.
No
es fácil encontrar en las sociedades que han sufrido conflictos civiles o
étnicos evidencia de abortos forzados en mujeres que, como Vera Grabe, Wendy
Chavarriaga, Andrea o textualmente miles de guerrilleras, definitivamente
querían tener un hijo que, además,
era de un guerrero. Los testimonios de los balcanes, por ejemplo, lo que
muestran es una explosión de mujeres que afanosamente buscan interrumpir un embarazo
que ha sido resultado de una violación.
Los
promotores de la apresurada y foránea doctrina de la violación como arma de
guerra no han caído en cuenta de que cuando ese tipo de ataque ocurre de manera
generalizada debe darse acompañado de una mayor demanda espontánea de mujeres
por abortos. Para el departamento del Magdalena, en dónde el GMH hizo un
detenido estudio de la violencia sexual se encontró que “de las 63 mujeres,
niñas y jóvenes que sufrieron violaciones sexuales cinco quedaron
embarazadas”. Esta proporcion cercana al 10% es lo que se ha encontrado en
otros conflictos civiles. A pesar de que desde el 2006 los embarazos producto
de una violación pueden ser interrumpidos legalmente, su número sigue siendo
muy bajo.
Por
el contrario, la altísima incidencia de abortos forzados, que por definición
involucran a una mujer que desea tener un hijo, lo que sugieren es que en los
grupos armados son mucho más relevantes las relaciones consensuales que las
forzadas.
El
problema de la maternidad de las mujeres combatientes tampoco surgión
recientemente . También estuvo presente en el M-19 y fue objeto de un intenso
debate en el año 1982, en la Octava conferencia. Vera Grabe recuerda que “se
decía que las mujeres de la organización no podían tener hijos. Esa fue una
actitud muy drástica que en esa época uno aceptaba, porque era tal el nivle de
incondicionalidad y de entrega de las mujeres al proyecto que uno se decía:
‘pues sí, hay que decidir, o la revolcuión o los hijos’ ¿Qué tal? ¡No podíamos
tener hijos porque los niños traían muchos problemas. El Flaco defendía esa
posición. No se entendía para nada la dimensión compleja de la mujer y su
necesidad vital de tener hijos. Y nosotras no teníamos la claridad ni la
suficiente irreverencia para ser capaces de decirle no a esa actitud. Sólo
hasta el 86 yo fui capaz de decir: ‘¡quiero tener un hijo y voy a tenerlo!
Después veremos qué sucede’. Si uno no crea el hecho, las cosas nunca
cambian”.
Reclutamiento de menores, derecho de pernada y apecho
La
manifestación de violencia sexual en el conflicto colombiano que más afecta a
la población civil femenina ha
sido el reclutamiento sistemático de jóvenes y niñas. Según un informe de
Inteligencia de la Policía, basado en las versiones de las desmovilizadas y en
documentos hallados en campamentos de varios frentes de los bloques Sur y
Oriental, cada frente tiene una cuota de reclutamiento de mujeres, que deben
tener entre 13 y 15 años. En el año 2011 correos interceptados por las
autoridades dan cuenta que el secretariado había dado la orden de "hacer
un reclutamiento masivo de adolescentes presionando a los padres" o
utilizando "los métodos que sean necesarios".
Alias
Walter Zorra, desmovilizado del frente 39 relata cómo Cadete, su ex comnadante,
“es un hombre abusivo con las compañeras: si llegan 20 guerrilleras, a todas
quiere usarlas y estar con ellas, no las respeta. Es un un sujeto que no
debería estar siquiera vivo. Todo lo quiere a la fuerza y abusa de todas las
muchachas". Sobre el Mono Jojoy, Jineth Bedoya señala que “el listado de
mujeres que pasaron por sus cambuches es interminable … muchacha joven y bonita
que veía llegar, muchacha que a los dos días ya estaba en su cama, pero no para
toda la semana, sólo cuando él quería”.
Luis Eladio Pérez que pasó varios años cautivo con las FARC señala que
“el caso de las mujeres es patético, son un objeto sexual. Una niña llega y el
primero que cree tener derechos paara mantener relaciones sexuales es el propio
comandante del Frente o cuadrilla”. En el documental Rosas y Fusiles hecho
recientemente con guerrilleras en la Habana, la conducta que más se empeñan
ellas en negar no son las violaciones, ni el reclutamiento forzado, sino ser
“compañera sexual” de un guerrillero o “amante del comandante” como razón para
entrar a la guerrilla.
Retomando
la idea de que el conflicto colombiano ha consolidado o agravado conductas ya
existentes, vale la pena buscar las posibles raíces de esta conducta que es
inadecuado asimilar totalmente a una violación. Se trata básicamente del
privilegio que toma un varón poderoso para iniciar sexualmente una joven, por
lo general de su servidumbre, no
necesariamente a la fuerza y frecuentemente con el acuerdo de la familia que a
cambio puede recibir ciertos beneficios.
Este tipo de abuso se conocía como el derecho de pernada y tiene en
el país una larga tradición.
Durante la colonia, efectivamente, “muchos españoles convivieron con las
mujeres que estaban a su disposición, básicamente a su servicio como criadas…
La ilegitimidad y las relaciones extraconyugales estuvieron muy ligadas a la
existencia de la población esclava en general, y a la de las mujeres esclavas
en particular”. Además, “la convivencia podía pasar inadvertida porque las
casas señoriales, con gran número de habitaciones, distribuídas en varios
pisos, acogían a gran número de parientes y allegados cuya relación con el jefe
de familia podía no estar clara”.
De
este escenario, al parecer, persistieron vestigios hasta nuestros días. En los Funerales de la Mamá Grande, por ejemplo, García Márquez hace una
alusión explícita a tal situación. “Al margen de la familia oficial, y en
ejercicio del derecho de pernada, los varones habían fecundado hatos, veredas y
caseríos con toda una descendencia bastarda, que circulaba entre la servidumbre
sin apellidos a título de ahijados, dependientes, favoritos y protegidos de la
Mamá Grande”. Esta alusión a la práctica no es simple ficción literaria; tiene
un sustrato real que el mismo autor relata en sus memorias. “Dentro del
espíritu feudal de La Mojana, los señores de la tierra se complacían en
estrenar a las vírgenes de sus feudos y después de unas cuantas noches de mal
uso, las dejaban a merced de su suerte”
En
las regiones esmeraldíferas hay una tradición que se conoce como el apecho, que
es la versión local del mismo derecho de pernada. Un líder o patrón va por una
carretera o está en el pueblo y ve una niña o adolescente que le gusta.
Dependiendo de la edad habla con ella o con sus papás y compra la prerrogativa
de ser el primero en ponerle el pecho encima, de allí viene el nombre de la
abusiva práctica. Paga por ella para tenerla una noche, una semana, o el tiempo
que sea. Si así lo decide, la vuelve su esposa, o su amante durante algunos
años. Puede tener hijos con ella, pero el inicio de la relación ha sido una
compra. Con la transacción, las familias campesinas pobres logran un período de
bonanza. El padre o los hermanos son contratados, o les permiten un rebusque en
la mina, a cambio de los favores sexuales de la muchacha. En la práctica, el
abominable apecho se puede considerar el destino que le espera a cualquier
joven campesina bonita de la zona.
Cuando
quien ha pagado por una mujer ya no la quiere a su lado la endosa a uno de sus
subordinados. Es común que una ex amante pase a tener relaciones con los
escoltas del patrón. Por lo general, este proceso de degradación no termina en
prostitución. Las mujeres de los burdeles, o las prepago de lujo, que también
son parte esencial de la vida sexual de los esmeralderos, han venido siempre de
otras regiones del país. Las apechadas, originarias de la zona, mantienen su
estatus de amantes, o mantenidas por los mineros. Puede que acaben siendo
llevadas a Bogotá o a las fincas de los patrones en los llanos. Aunque lo normal es que los
esmeralderos sigan respondiendo por sus hijos cuando cambian de mujer las
demandas por alimentos o abandono han sido un rubro importante de la actividad
de los juzgados.
El
paralelo entre esta costumbre practicada hace siglos por los hacendados, hace
décadas por los patrones de las esmeraldas, y el permamente interés de los
capos del narcotráfico o los comandantes paramiltares por las colegialas de sus
territorios de influencia, a las que buscan seducir sobornándolas a ellas o a
unos padres que se vuelven sus cómplices es inmediato. Andrés López, alias Florecita en el cartel del norte del
Valle y luego escritor habla en las Muñecas
del Cartel del especial gusto y atracción que sienten los capos del
narcotráfico por las menores de edad. “No necesitan esconder de nadie el
encanto que les provocan las jóvenes de 15, 16 y 17 años. Cuanto más menores,
mejor. No les importa lidiar con mujeres aún en desarrollo, casi niñas a las que
pueden acceder con mil promesas y regalos, pero además a quienes manipulan con
la ventaja de llevarles 15, 20 y hasta 30 años. Merodean en los colegios como
aves de rapiña. Las seducen, las tientan para atraerlas con lo que a ellas les
gusta: adrenalina, diversión y ropa de marca. Y después de gozar de sus firmes
y –ojalá para ellos- virginales carnes, las desechan, las mandan para la casa
con un par de millones de pesos y la instrucción de nunca volver”.
En
el caso de los comandantes guerrilleros, al derecho de pernada habría
simplemente que añadirle la reclusión forzada pero se trata en esencia del
mismo abuso: el acceso a la virginidad de una joven que después podrá o no
convertirse en su compañera habitual. Si lo hace tendrá los privilegios
correspondientes o de lo contrario, será endosada como pareja sexual a los
combatientes de menor rango.
Aunque
en Colombia las penas contempladas para la seducción de menores son iguales a
las de la violación es un desacierto confundir las dos conductas, sobre todo
desde el punto de vista de la prevención o la posibilidad de perseguir y
judicializar tales conductas. Una joven violada relata cómo sus padres murieron
de pena moral tras el ataque. “Yo me puse a orar con mis papás. Me separaron
del grupo y me llevaron para atrás; me golpearon; me desmayé. Me rompieron y
se me unió. Fueron muchas camionetas, muchos hombres, mucho terror. Nos dieron
la orden de desocupar porque si no, nos mataban. Yo tenía el negocio de hacer
comida pero nos tocó salir con la mera ropita. A los 15 días, murió mi papá
y a los otros 15, mi mamá”. Es un desatino, y un irrespeto con esta víctima,
confundir tal incidente con la seducción de una joven lograda por la vía del
soborno o el engaño.
Acoso sexual paramilitar
Alfredo Molano cuenta la historia de
la Mona, quien recién separada vivía con sus dos hijos y era enfermera auxiliar
en una clínica a dónde llegaban uniformados heridos.
Supuso que eran soldados y no
entendía por qué no los llevaban a hospitales militares. Un día su jefe le dijo
que se preparara para una emergencia rural. Al llegar a un caserío, él mismo la
tranquilizó. “Mona, son seres humanos … usted es profesional y sabe muy bien
qué debemos hacer”. Entró a un galpón oscuro y maloliente y se puso a “hacer
curaciones durante tres días seguidos”. Su trabajo fue excelente. “Me sentí
reina. Me había dado entera. No sólo trataba de curarles las heridas, sino que
les lavaba en la quebrada los uniformes y las medias”. Más tarde se le acercó
el comandante. “Mona, muy querida vos, quedamos muy agradecidos con vos”. Le
entregó un paquete que ella se echó al bolsillo sin abrirlo. Apenas llegó a la
clínica se encerró a contar, “dos millones de pesos en billetes de cincuenta.
¡Una fortuna!”. Se fue acostumbrando a las misiones rurales bien pagas. Le
gustaba ver a sus niños contentos y no sufrir con las cuentas de servicios
públicos. También entendió que “los paramilitares eran gente corriente, que
sufrían la guerra y que les hacía falta dinero”.
Cuando le dijeron que en el Bloque Caquetá
estaban sin enfermera y necesitaban un reemplazo temporal, aceptó y al día
siguiente salió hacia Florencia. Después de un viaje largo por avión, lancha y
mula llegaron al campamento de Doblecero. Le pareció huraño. “Esperaba otro
recibimiento, venía de voluntaria y no de combatiente regular”. Al día
siguiente la presentó como parte del nuevo equipo médico. Así, “me dediqué en
cuerpo y alma a mi oficio, a ser una cabal enfermera de guerra”.
Pronto estableció sus rutinas. Era
la encargada del examen médico de reclutamiento y frente a ella pasaron
desnudos muchos candidatos. Madrugaba a bañarse en la quebrada antes de que
llegaran los demás. “Yo no me desnudaba delante de los hombres, así los
conociera empelotos a todos”. La incomodaban bastante las miradas de los micos.
Era un ambiente de machos. “La verdad es que mujeres armadas y que salieran al
combate, pocas. Muy pocas. La gran mayoría eran prostitutas que traían o
mandaban traer”.
Aprovechando una invitación a
almorzar Doblecero le preguntó “Mona, ¿usted copia o no copia?”. Quedó
desconcertada y respondió que no entendía. El comandante se le echó encima:
“¿quiere dormir conmigo esta noche?”. A ella no le gustó nada la propuesta.
“¿Sabe qué? Usted me irrespeta, yo soy la enfermera y no una de las putas que
traen por aquí. Yo no soy la cantimplora de nadie”. No había terminado de
hablar cuando recibió una tremenda bofetada. El frustrado seductor le gritó:
“¡Yo soy su comandante y si digo que el cielo es morado, usted lo ve morado!”.
Ella lo escupió, él la agarró del pelo, la tiró al suelo, le dio dos patadas en
las costillas mientras la insultaba. “¡Malnacida! ¿Usted con quien cree que
está hablando?”. Tardó días en recuperarse. Cuando Doblecero fue a visitarla
ella le dijo que daba por terminada la relación con el Bloque, que le pagaran
lo que le debían pues se iba. Él se mostró sorprendido. “¡Uy qué Mona más
alebrestada, si sólo le hice un cariño”. Antes de irse le aclaró su nueva
situación. “Qué pena pero usted de aquí no se puede ir. Usted ya hace parte de
las autodefensas y usted ya no se manda sola; yo soy su mando y no puede irse.
¿Entendió?”. En seguida llamó a un patrullero: “a esta vieja démele
entrenamiento militar, un fusil y un camuflado”. Así terminó la Mona de tigre.
Hay paramilitares, hay machismo, hay
violencia sexual y hay una variada lista de ataques criminales contra la Mona.
Pero el libreto comodín de la “violación como arma de guerra” ayuda bastante
poco a describir, entender o evitar que se repitan las agresiones sufridas por la
Mona. A ella tampoco le serviría ese guión si quisiera emprender una acción
penal contra sus victimarios.
La relación sexual que surge como
una orden del comandante no es algo reciente, ni es patrimonio exclusivo de los
paramilitares. No todas las mujeres acosadas resisten como la Mona. Dora
Margarita cuenta cómo un día le dijeron que Fabio Vásquez, su jefe del ELN la
llamaba. “Yo sentí temor. Allá uno era como una ovejita: sí, compañero; como
usted diga compañero… Pero también estaba convencida de que todo lo que Fabio
hacía era perfecto. En ese momento él no tenía compañera. Estaba en plan de
conquista. Fabio no dormía en hamaca. Llegué a su pacera. Parecía una cama. Me pidió que me acostara a su lado. Yo no
tenía deseos. Pero temía que si le desobedecía me hiciera un juicio y me
condenara por algo que se inventara. Él podía arreglar alguna cosa. Como era el
jefe … Después supe que Fabio armaba enredos entre las mujeres para separarnos,
de modo que no nos contáramos lo que había hecho con unas y otras. Y con todas
hacía lo mismo”.
El caso de Milena de las FARC,
relatado por Dora Margarita del M-19, es diciente sobre los mecanismos del
acoso sexual. “Tenía diecisiete años. Su única falta había sido no acostarse
con el jefe de la escuadra. Entonces el hombre tomó represalias: le dio carga
extra, la puso a cocinar y a prestar guardia muchos días”.
No todo es violencia sexual, también hay parejas
A
finales de Agosto de 2013, el ejército colombiano abatió en la zona fronteriza
con Panamá a Virgilio Antonio Vidal Mora, alias Sílver, líder del frente 57 de
las FARC, uno de los mayores contribuyentes a la financiación del grupo
guerrillero gracias a sus actividades de narcotráfico y mercado ilegal de
armas.
La
foto de Silver publicada en los medios junto con su compañera Mery es
reveladora de una faceta bastante ignorada del conflicto: la vida de pareja en
los grupos armados. Traficante
exitoso, Silver supo enamorarla. “Le manda traer ropa de marca y joyas” contaba
un reinsertado. Hasta le pagó
viaje a Medellín para las cirugías de nariz y de senos. Reclutada por él siendo
niña, nada se sabe sobre su primer encuentro sexual. La ternura de la foto
indica que Mery jamás mencionará una violación. Dirá que no estaba lista, o que
su familia la presionó. Podría incluso anotar que él la protegió del abuso en
su hogar.
El
romance de Silver y Mary es definitivamente invisible para Basta Ya, el informe final del GMH que adoptó sin matices el guión,
importado intacto de conflcitos étnicos, de la violencia sexual como arma de
guerra. El GMH aporta testimonios sobre el uso estratégico de las violaciones.
“En la Estación Lleras de Algarrobo, fui violada por resistirme a asistir a
donde el comandante Rubén. Después de esto me llevaron donde él y allí
nuevamente me violaron y me torturaron; me ordenaron abandonar las tierras.
Tengo un hijo producto de esta violación”, relata una mujer de Magdalena.
Pero
también alude, sin comentarlas, a variantes que revelan un panorama más
complejo. Una maestra no olvida “esa niña de doce años, llevada a empujones,
llorando por todo el camino, que subió a pie la Sierra hasta la finca donde su
padre negociaba con “El Patrón” su virginidad por 5 millones de pesos”. Otra
mujer cuenta cómo, antes de endosársela al jefe paramilitar, una enfermera “me
empezó a tocar, a manosear, me dice que me quite la ropa, pero que lo haga despacio,
que vamos a ver un show o algo así”. Una joven recuerda que de niña el
comandante “dijo que yo tenía que ser su mujer. Un día, volvió acompañado por
dos guerrilleras para que ellas me
persuadieran. Ese día él me llevó y me tomó a la fuerza. Me dijo que mi
virginidad sólo sería para él. Parecía un diablo”. Una candidata al reinado
organizado por un comandante, “estaba feliz… mientras tomaban él decía que ella
era su novia. Pero luego se la llevó a un cuarto y quiso abusar de ella”.
La
simple lectura de prensa, o el seguimiento de alguna de las dramatizados de
televisión, muestra con claridad que en el país los guerreros no sólo raptan y
violan. También se encaprichan, se enamoran, seducen, persuaden, engañan o
compran a las jóvenes o a sus familias. Y tales situaciones, como Silver
conquistando, son aún más difíciles de juzgar o prevenir que la del enemigo
depredador. La vida de pareja en el conflicto colombiano requiere un
diagnóstico más elaborado y relevante. Poco aportan doctrinas globales como la
del combatiente violador, incoherente no sólo con muchos testimonios sino con
la práctica del aborto forzado, que incluso Mery tal vez ya sufrió.
Existen
varios testimonios que muestran que al interior de los grupos armados las
violaciones han estado relativamente bajo control. La compañera de Raúl Reyes
relata cómo, cuando ella ingresó a las FARC, a pesar de que los hombres dormían
al lado de las mujeres, “las parejas se acostaban en cambuches especiales que
había detrás de la casa. Ellas se ennoviaban generalmente durante el día. En la
noche, los hombres casi nunca se acercaban sexualmente a las mujeres. Sólo lo
hacían si habían establecido una relación con ellas. Podían atreverse a
buscarlas, claro está. Pero si uno no quería estar con ellos y llegaban a la
fuerza, les armaba un escándalo y los sancionaban. Si uno aceptaba, era otra
cosa”.
Los romances con guerreros
En
Colombia es copiosa la evidencia de mujeres que establecen voluntariamente una
relación de pareja con guerreros. A veces el flechazo es fulminante y
definitivo. Un desmovilizado del M-19 relata cómo, recorriendo con un compañero
una zona rural para echar raíces, al llegar a una casa “salió una mujer muy
bella, joven, a saber qué se nos ofrecía. Le contamos quienes éramos. Era la
hija mayor de un matrimonio campesino acomodado. Tomamos café y nos invitaron a
reposar. Organizamos una reunión con los vecinos. Después del almuerzo, Olga,
como se llamaba la mujer, se me acercó y con una sencillez tan bella como ella
me preguntó: ‘¿usted tiene algo con el capitán? … Es que a mí me gusta’ afirmó
mirándolo, y meses después se fueron a vivir juntos. Los mataron en el Tolima”.
Novias
de sicarios, reinas de mafiosos o compañeras de rebeldes lo recuerdan y la
coordinadora del informe Mujeres y guerra del GMH incidentalmente lo confirma.
Cuenta que oyó millones de veces que "las muchachitas buscaban a los
paras”. Aún así, afirma que "eso puede ser, algunas, pero muchas no".
Recuerda, con razón, que "no es justo meterlas en el mismo paquete"
con las violaciones, pero no explica por qué el coqueteo o los romances
voluntarios que nadie registra son tan escasos que no merecen discusión. Si se
oyó el rumor, ¿qué tal que fueran muchas las que van tras un guerrero que
realmente les gusta? En el país eso ha pasado hasta en los medios sociales más
favorecidos.
En las FARC
Campesinas de Marquetalia
En
Abril de 1964 Jacobo Arenas, del Partido Comunista, llegó a la región de
Marquetalia, en donde estaba establecido Manuel Marulanda hacía unos años.
Tenía conocimiento del plan del gobierno de Guillermo León Valencia contra la
región. En una asamblea la comunidad decidió que en menos de 48 horas había que
“evacuar a todos los que no se puedan asimilar a la vida guerrillera”. Según
Jaime Guaracas, como el enfrentamiento con el gobierno se podía “prolongar por
muchos años” ahí fue cuando Marulanda empezó a dirigir “la resistencia con sólo
52 campesinos varones y dos mujeres”. De esas mismas dos guerrilleras iniciales
habla Laura Villa en el documental Rosas y Fusiles, realizado recientemente en
la Habana, que muestra un par de fotos de ellas.
En
Julio del mismo año 1964 se realizó una “asamblea general de los pobladores de
Marquetalia” ya dentro de la selva. Jacobo Arenas escribe un detallado “diario
de batalla” de esos días. No precisa quienes eran las dos combatientes a las
que se refiere Guaracas pero sí hace algunas anotaciones sobre el papel de las
mujeres de la región en el grupo del que surgirína las FARC. Cuenta cómo Ana
Mercedes, la mujer de Rufino Mondragón, llamaba “ametralladora” a su máquina de
escribir y pensaba en cómo “los pobres chulos se pondrán trompi-aburridos” al
leer lo que con ella escribía. Le ofreció leche cocinada con flor de caúco para
“que se le abra la inteligencia y no se ponga ronco cuando habla las tres y
cuatro horas en las reuniones de masa”. Después le recomendó cuidarse “el
guargüero porque a nosotros nos
hace mucha falta la educación, para saber de dónde viene uno y para
dónde va”.
Por
los mismos días Rosana le recuerda a Arenas una reunión de mujeres, que se
llevó a cabo en la parte alta de la montaña, en un pueblo de seis caletas.
“Allí están la hermosa Amalia, las tres Marías; las Secundinas, discretas y afables con el caminante; doña
Josefa, que adora sus vacas, su
última gallina y un curí; doña Julia y
sus hijas; doña Clela, Anita y Leonor, Myriam Narváez, la presidente del Comité, pasa lista. Ocho
se excusan porque están atareadas
preparando la carne de la semana. Sacrificaron una vaca cebú y es necesario aprovechar hasta el pelo del
animal”. Arenas lamenta que a la reunión no hayan asistido ocho compañeras pues
se habló de “la triple esclavitud de la mujer”.
No
todos los compañeros estaban de acuerdo con el comité femenino pues “dizque
allí iban a perder a sus mujeres, a sus hijas; que ahora ellas discutían y
hacían valer sus derechos frente a sus esposos y compañeros”. Otros hombres más
preocupados por los asuntos militares que por las tareas domésticas pensaban en
la “cuestión que hace relación a los secretos del movimiento. En el movimiento
guerrillero hay cosas que tienen que ser absolutamente secretas. El enemigo no tiene por qué
darse cuenta de ellas. Pero ocurre
que hay compañeros que charlando, contándole cosas a su mujer, o a su amigo, se van de la lengua y van
soltando los secretos del movimiento. Su mujer le cuenta a su comadre, a su hermana o a su amiga y
éstas a otras y otros, hasta que el secreto del movimiento llega al oído del
enemigo”. El ideólogo recuerda a Esperanza, su mujer y a sus hijos. “Tengo que
pensar un poco en los míos. y escribirles diciéndoles que estoy bien. Cuando recibo sus cartas me pongo
alegre y siento como si me quitaran una carga de encima. Sus noticias me
alientan y no siento cansancio”.
En
algún momento Jacobo Arenas manifiesta su preocupación por la llegada de
prostitutas a la región que, sin ninguna duda para él, son enviadas por los
servicios de inteligencia del gobierno para infiltrarlos.
Las mujeres de Tirofijo
Como
Marquetalia, Riochiquito fue otra de las llamadas “repúblicas independientes”
situada en la Cordillera Central. Hasta ese lugar lograron escapar Marulanda y
sus hombres para realizar la Primera Conferencia del Bloque Sur, en la que se
hizo explícita la concepción político-militar de la guerrilla.
Dos
cineastas franceses, Jean Pierre Sergent y Bruno Muel lograron entrar a la
región antes de que el ejército cercara la zona y filmaron algunas escenas de
la comunidad, del bombardeo al caserío y de la huída por el monte de los
guerrilleros y varias familias campesinas. En una de las tomas antes del ataque
aéreo se ve un grupo de unos veinte guerrilleros recibiendo adoctrinamiento
político de un estudiante. Lo escuchan también cinco mujeres, entre las cuales
dos jóvenes y una niña. A diferencia de los hombres, ninguna está armada ni
tiene uniforme. Dos de ellas son las de la foto que Laura Villa -de la
delegación de las FARC en la Habana- muestra como la de las primeras dos
guerrilleras del grupo.
En
el documental de los franceses se señala que la fuerza de los guerrilleros es
su movilidad y que “el problema más urgente es el de las familias”. En las
escenas de la huída por el monte se ven tanto mujeres como niños pero también
aparece la imagen de una mujer con un uniforme similar al de los quince
guerrilleros formados a su lado.
En
el recuento de la larga marcha para atravesar la Cordillera que le hace a
Arturo Álape, Tirofijo no habla de esas mujeres, ni siquiera las contabiliza.
“Nosotros éramos 19 hombres” dice en algún momento el comandante. Insiste en la
confianza que le da ser un “hombre que maneja sus hombres”. Sólo al llegar a la
región del Sumapaz un guerrillero oriundo de la zona, Balín, menciona que “en
total del grupo móvil éramos 27, incluyendo tres mujeres, entre ellas estaba la
compañera mía”. O sea que las dos anónimas guerrilleras originales hicieron la
travesía de la Cordillera, que fue bien dura: “llevábamos cinco días sin que
nos dejaran en paz, ni siquiera tomar agua … no mijitos, aquí nos matan
dormidos esos desgraciados … lo que se meta aquí todo se muere, hasta la
respiración de cualquier sobreviviente”.
A
principios de los años setenta, ya se han unido al grupo de campesinos alzados
en armas algunos cuadros urbanos. Balín recuerda esa gente cansada, con ganas
de llorar, como Jorge, un “muchacho de la ciudad que cayó en la
desmoralización”. A pesar de los refuerzos urbanos, sigue habiendo poquísimas
mujeres. El fundador del M-19,
Jaime Bateman Cayón, un mujeriego empedernido que fue secretario de Marulanda
entre 1966 y 1970 cuando lo expulsaron del Partido Comunista y de las FARC, le
contaría a Patricia Lara que en esa época “aprendí a dominar mis instintos de
hombre. Eso, en la guerrilla, es muy importante. Como hay tan pocas mujeres, se
desesperan los hombres que no tienen compañera ni saben dominarse. Por eso los
guerrilleros deben ceñirse a unas norma éticas muy claras: las relaciones entre
las parejas deben ser más o menos estables y públicas. No puede permitirse la
infidelidad”. Sin tener sospecha de lo que vendría después, agrega que sin esa
rígida regla sería “facilísimo que un comandante, por el hecho de serlo, ejerza
privilegios sexuales o que una guerrillera que pase las noches de hamaca en
hamaca, la liquiden en segundos”.
Bateman recuerda que “mientras hice parte de las FARC tuve dos
compañeras: Peggy primero y Deyanira después” ambas por fuera del grupo y ambas
militantes de la Juco. Aunque Peggy siempre quiso irse al monte él al final la
dejó con la maleta hecha. Deyanira, por el contrario, se aburrió de su excesiva
dedicación a la organización.
Con
las jóvenes campesinas se presentaba un claro dilema para establecer relaciones
amorosas no sólo por la necesidad de movilidad sino porque parte de las
peticiones de la población rural al grupo armado era la protección, tanto de
los “maleantes que robaban las vacas y las gallinas” como de las veredas
“porque las muchachas no podían salir solas”. Así, incluso un tipo como Bateman
tuvo que contenerse: “cuando estaba en las FARC bailaba con las campesinas”.
No
está claro el momento en el que las FARC empezaron a reclutar activamente
mujeres campesinas, ni mucho menos las razones que los llevaron a hacerlo. En
el informe del GMH sobre las relaciones con la población civil se da un salto
desde principios de los setenta -cuando “en las zonas de operaciones, se
organizaba a colonos o productores campesinos, mujeres o jóvenes y niños, y se
creaban Juntas de Acción Comunal”- hasta mediados de los ochenta cuando ya se
ha consolidado el “reclutamiento de jóvenes, hombres y mujeres”.
En
la visita que Alma Guillermoprieto le hizo a Tirofijo en Casa Verde en el año
1986 la periodista se sorprendió de que “su escolta estaba conformada
básicamente por mujeres jóvenes … Aunque los comandantes de las FARC estaban
envejeciendo, los guerrilleros y las guerrilleras eran de una juventud
asombrosa”. Por la misma época cuando Arturo Álape le pregunta a Marulanda
cuantos hijos tiene, él responde que “tengo unos hijos bastanticos; hasta ahora
he dicho que tengo siete pero esa es la cuenta oficial. Esto es como las
elecciones, hace falta averiguar los resultados de los municipios”. Un buen
récord para alguien que a los 20 años alguno de sus compañeros consideraba un
tipo “que no era irresponsable, no era mujeriego”.
Tirofijo
manifiesta su deseo de que hubiera más mujeres en la guerrilla. “Imagínese,
sería muy agradable contar uno con la mujer en las filas, estar con ella
permenentemente, pero esa situación para uno es muy difñicil y complicada; pero
sería de lo mejor”. Él, por su
parte, es como desprendido. “A mí siempre me es difícil enemorarme. Soy como
durito para eso … yo siento un gran aprecio por las mujeres, las estimo, soy
cariñoso, pues pienso que ellas son seres humanos igual que uno … Pero si ya me
enamoro de una compañera y yo veo que hay algo que no me gusta, me desprendo
enseguida, y eso no me afecta”.
A
pesar del comentario sobre los hijos que pudo dejar por ahí dice que “no le
gusta morder y huir …. no me gusta picar como en la guerrilla, con las mujeres
no se puede eso de picar aquñi para luego volver a picar allá … Lo perjudicial
es estar por ahí como un picaflor … No tener una posición ni saber a cual flor
es a la que le va a llegar … No tienen posición los picaflores, porque viven
ansiosos de picar todas las florecitas”.
El
reclutamiento de niñas y adolescentes campesinas es uno de los legados de las
FARC bien complicados para el posconflicto. Sería útil entender cuando, cómo,
dónde y por qué se tomó la decisión, pero es poco lo que se sabe. El contacto
con varios farcólogos para aclarar el asunto fue infructuoso, y persiste el
misterio para lo que ocurrió entre principios de los setenta y mediados de los
ochenta.
Los amores de Zenaida
A
los pocos meses de ser reclutada en Santander, Zenaida ya tenía una relación
cercana con Hermides. “Él me respetaba mucho y esa protección de él hacia mí se
fue transformando en algo más fuerte y nos enamoramos. Él me explicó que cuando
uno entra a la guerrilla sólo se puede tener compañero permanente después de
tres meses. “Había alguien que pasaba por las noches y me tocaba. Yo le conté a
Hermides y él me dio una pistola para que le disparara si intentaba hacerme
algo, pero después el tipo no volvió. Esa fue la única vez que el tipo quiso
sobrepasarse”
Luego
de haber tenido un hijo con Hermides, Zenaida conoció a Román en un hospital
cuando estuvo enferma de paludismo. Al llegar, a él ya le habían hecho dos
operaciones. “Era muy callado, muy educado. Me gustó tal vez su forma de ser.
Nos tratamos como cinco días y le pedimos el permiso a Xiomara para estar
juntos. Con ella no había problema porque a él lo querían mucho y tenía buena
hoja de vida, y yo también. Nos hicimos pareja y quedé en embarazo”.
Xiomara
le preguntó si estaba planificando y Zenaida le dijo que no. Le aplicaron una
inyección pero ya era demasiado tarde. “Al mes exacto sentí los síntomas de
embarazo, las ganas de vomitar, las náuseas, el mareo”. Se dijo “me voy a
quedar callada porque aquí, si se dan cuenta, de una vez me hacen abortar, me
sacan el bebé”. Nunca le había convencido el cuento de abortar y pensó “tengo
que ocultarlo hasta que lo tenga. Sé que me lo van a quitar, como me quitaron
al otro, pero al menos nace”.
Un
día Román le dijo que terminaran. “Se había enamorado de otra muchacha”. A la
semana a ella le notificaron. Román quiso hablarle.
-
¿Es cierto que se va mañana?
-
Sí
-
¿Es cierto que está embarazada?
-
Sí, así es
-
¿Y sí será que es mío?
-
Si quiere creer crea, y si no, de malas. Yo voy
a ocultar este niño hasta donde más pueda. No se preocupe, que no lo voy a
meter en problemas
Eloísa, romance con el enemigo
En
contra de la doctrina sostenida como universal por el GMH de la violación como
arma de guerra contra el enemigo, Eloísa, guerrillera, acabó enamorada de
Alejandro, un soldado. No sólo la
memoria histórica ve imposible este romance. La familia de ella le tenía
desconfianza visceral al ejército. “Cómo se le ocurre hablar con ese hombre?
Pero ¿cómo se le ocurre? Ese hombre es capaz de matarla. Para ellos, los que
vivimos aquí somos basura”
Ni
siquiera los enamorados entendieron muy bien lo que pasó. Cuando se encontraron
por primera vez, él estaba alerta con ella, el fusil en posición y pensaba, “si
hace algún movimiento sospechoso le disparo … Pero no, ella me miraba a la
cara, no movía los brazos, no movía nada. Sólo me miraba”. Ella, por su lado
cuenta que “al soldado le dije sólo dos o tres cosas, porque aunque me
pareciera simpático era el enemigo y no podía saber mucho de mí ni de mi
familia, pero a pesar de que me gustaba quería que se fuera pronto. Si me
llegaban a encontrar con él, solos, de noche, me podían llevar a un consejo de
guerra … Mi primera sorpresa fue que no trató de forzarme a nada. Lo besé
porque quise. Dijo que el martes siguiente volvería”.
Cuando
se volvieron a ver, “el saludo fue un beso largo y cuando hablamos ella me dijo
que quería contarme una cosa, pero que no era capaz. La miré y no dije nada. Yo
sabía que la guerrilla estaba en el pueblo y no podía demorarme mucho”. Le
propuso que se vieran unos días después en Neiva y le dio una postal en la que
había escrito, “Eloísa, de verdad estoy enamorado”. Ella estuvo de acuerdo con
volverlo a ver. “Me quité uno de los guantes y le cogí la mano. La tenía más
helada que la mía. Ella me besó y yo le dí otro beso, pero en ese momento
apareció la mamá”.
En
Neiva fueron al bar Madremonet a beber algo y a charlar. “A pesar de que yo era
un soldado profesional y sabía quien era ella, me concentré en sus palabras con
la seguridad de que las iba a guardar para siempre, pues no se trataba de
denunciarla, ni de echarle mano y entregarla. Me inetresaba mucho como mujer.
Si yo hubiera sido otro la habrá hecho hablar y después la habría entregado.
Pero qué va. Yo estaba enamorado”.
-
Yo nunca voy a contarle nada a nadie. Olvide que
soy un soldado. Estoy aquí porque usted me gusta
-
¿Qué le gusta? ¿Mis piernas? Eso debe ser lo que
busca
-
Lo que busco es lo que usted tiene en la cabeza.
Usted es una mujer interesante … Y
estoy enamorado
Se
cuentan sus respectivas vidas y el día que el le dice “usted tiene que ser mía”
la vuelve a besar. Y ella luego de “besos que me floreaban la boca” le hablar,
sin entender por qué “del trato en el guerrilla, de los castigos, de los
fusilamientos y nuevamente de aquellos que tuve que matar por defenderme”.
Volvieron
al Madremonte. “Nos quedábamos allí,
a media luz, hablando en voz baja y mirándonos como si tratáramos de
hipnotizarnos el uno al otro. A mí me gusta Alejandro porque sabe escuchar. Y
sabe decir las cosas”. Él le contó que tenía otra compañera pero que no iba a
seguir con ella.
-
Usted es la mujer que yo busco … Si quiere vivir
conmigo váyase para Guayabal. Piénselo. Hable con su mamá y me avisa. Usted
verá. ¿Se va conmigo o se queda?
-
Me voy con usted
Ella
le contó a la mamá. “Él me quiere y yo también”. Al papá le dijo que “no sabía
si volvería porque la guerrilla
nunca me perdonaría haberme ido con un soldado”. El papá estaba feliz,
“huya de esta guerra usted que puede, y no vuelva hasta cuando se acabe todo
esto”.
La cantante que nunca quiso ser guerrillera
Desde
niña, Lida Cortez quería ser cantante. En el Caquetá, vivía en una finca con
sus padres y 12 hermanos. Era una de las menores y por ser algo diferente de
los demás su padre decía que ella no era de él. Cantaba en el campo o en la casa, sóla o con sus hermanos
haciéndole coro. Tocaban guitarra, batería o instrumentos improvisados con
piedras y troncos. El padre con frecuencia los acolitaba.
Uno
de los jornaleros de la finca tenía un hijo cinco años mayor que ella y siempre
se gustaron. Sobre todo porque el trabajador a veces lo dejaba en la casa de
Lidia y allí se encargaban de él como si fuera un hermano más. Lo alojaban, lo
alimentaban y lo ayudaban con los estudios de primaria. Hasta que un día el
joven dejó de ir a la casa.
Lidia
estudió primaria en su pueblo pero para el bachillerato, a los doce, se fue a
Florencia. Se graduó con 18 años y quiso empezar a trabajar para ser
independiente. Una de sus amigas le dijo que en un pueblo del Caquetá había un
puesto atendiendo un supermercado. Cuando le hicieron la inducción le pareció
extraño que le dijeran que una de sus funciones era aprovechar la cercanía con
la gente para saber sus movimientos. Le comunicaron que “tenía que vigilar a
las personas, escuchar sus conversaciones, hacerme amiga de ellos para conocer novedades
y cosas así, que no me gustaban. Me dijeron que trabajaba en la tienda, pero
para la guerrilla de las Farc”.
Sin
quererlo y por sorpresa quedó envuelta en la guerra. Su amiga le reveló que
escaparse implicaba un grave peligro contra su vida. No tuvo opción distinta a
entregar los reportes que le exigían sobre los movimientos de los lugareños.
Trataba de no enterarse de los catsigos que le imponían a la gente que ella
sapeaba. Como miliciana nunca participó
en acciones armadas. “A mí siempre que me pasaban un arma, eso me parecía muy
pesado y no iba conmigo. Me tocaba manipularlas a veces pero nunca fui a las
filas o a combates. Era una gallina para eso”. Lo único que le gustaba era
participar en las actividades comunitarias de la guerrilla. Se reunían con las
familias del pueblo y esos eventos le agradaban. Pero en esa época ni siquiera
en esas reuniones cantó. “Se me acababa la voz y no me daban ganas. Estaba
triste”.
Al
pasar de ser miliciana a guerrillera activa se reencontró con aquel joven que
tanto le había gustado desde niña. Sólo al verlo entendió por qué él no había
vuelto. “Dentro del grupo empezamos a darle rienda suelta (a la relación)… y él
era lo más familiar y cercano que tenía en ese momento. Mi familia no sabía que
yo estaba ahí… Pero nos tocaba a escondidas porque no dejaban tener relaciones
dentro de la guerrilla. Por esos encuentros nos iban a castigar, pero
finalmente me salvé.” Al quedar embarazada convenció a su novio de que se
escaparan. Tras una heroica jornada lograron huir. “Recién salimos teníamos
miedo de entregarnos. Finalmente lo hicimos, nos llevaron a Bogotá y allá el
papá de mi hijo se inscribió en el programa de desmovilizados. Yo no lo hice al
principio porque no fui combatiente y por mi familia no quise hacerlo. Pero
después las cosas se complicaron por mi seguridad y tuve que meterme”.
En
el programa de la Agencia Colombiana para la Reintegración le hicieron
acompañmiento psicológico, la capacitaron con el Sena y le permitieron revivir
su pasión. En el proyecto ‘Canta conmigo’ la seleccionaron con otros
desmovilizados con buena voz. Pudo presentarse ante nutrido público, cantó en
el Show de las Estrellas y logró viajar a España donde conoció a Miguel Bosé.
Con el grupo pereirano La Iguana y otro amigo desmovilizado compusieron la
canción ‘Pido perdón’.
La
relación con el padre del niño se acabó. Lida quedó a su cargo, trabaja como
mesera y estudia asistencia administrativa. Reestableció contacto con su
familia pero no volvió a la finca donde creció.
En el ELN
Las primeras Elenas
Cuando
el ala rural del ELN no era más que un puñado de estudiantes y sacerdotes que
huían del acoso militar después de la toma de Simacota, su líder Fabio Vásquez
Castaño no permitía que las mujeres ingresaran a las filas. La prohibición no
impedía que él introdujera campesinas de contrabando en su hamaca ni que se
acostara con las compañeras militantes de la red urbana cuando ocasionalmente
iban al monte.
Según
Walter Broderick, el biógrafo del cura Pérez, la primera mujer que hizo parte
del grupo guerrillero fue María Antonia, Toña, una mujer alegre y desparpajada
de la costa Atlántica. Había sido educada en colegio de monjas y antes de tomar
las armas estudió derecho. En sus ratos libres frecuentaba los bares y
rumbeaderos de la capital. La primera vez que vió a Fabio Vásquez se dijo
“¡mierda! ¡es marica!”. Esa primera impresión la corroboró después al
encontrárselo en la Habana. Nunca en su vida había conocido un “tipo tan raro
como ese”. Su impresión sólo se disipó cuando, ya en la guerrilla, el
comandante intentó seducirla. De todas maneras, la faena de flirteo difería de
los rituales a los que ella estaba acostumbrada. Fabio era un rústico
pueblerino y Toña representaba todo lo que él detestaba: lo burgués, lo urbano,
lo intelectual. Trató de cortejarla con frases de cajón, tratando de reproducir
“las técnicas amorosas de la gente culta” pero a ella todo le sonaba postizo,
como de película mexicana. “Su modelo era Jorge Negrete”.
Siendo
la única mujer del grupo, con su encanto, su temperamento optimista y sus actitudes casi hippies tenía a
todos los guerrilleros fascinados, cuenta Broderick. “Como estaba recién
llegada a la selva, seguía todavía en plan de maravillarse ante la belleza
física de su entorno. Se extasiaba en presencia de una cascada de agua
cristalina y recogía orquídeas y hojas de monte para decorar con ellas su
boina”. La experiencia en el monte era para ella una especie de excursión
dominical. Algunos le agradecían su presencia regalándole flores y Fabio no
paraba de asediarla con sus torpes avances.
Al
final Toña sucumbió. Una noche Vásquez Castaño se acostó a su lado y empezó a
tocarla y a susurrarle impertinencias. Ella había tenido varios amantes en sus
épocas de estudiante. Algo de Fabio la atraía pero ella luego recordaría esa
noche como “el único encuentro sin ternura y sin placer … nada de caricias ni
de juegos eróticos. Sólo la función fisiológica de un macho, que seguramente ni
él mismo alcanzó a satisfacer”. La
experiencia le dejó un mal sabor y nunca más volvería a tener sexo con él. Las
represalias no se hicieron esperar, el comandante no perdonaba a las mujeres
que le descubrían su lado flaco, esa ramplonería en artes amatorias.
Otra
de las primeras Elenas fue Rocío Agudelo, una joven campesina de la que cayó
fulminantemente enamorado Ricardo Lara Parada. Se habían conocido de manera
peculiar. Durante la toma de Remedios por el grupo de Manuel Vásquez liberaron
a los presos y entre ellos se encontraba una mujer que pagaba cárcel por
colaborar con la guerrilla. Tras el ataque al pueblo Ricardo, los Castaño, el
cura Pérez y los demás combatientes se fueron a celebrar a la casa de la
campesina que tenía varias hijas de distintas edades que hicieron buenas migas
con los muchachos. Rocío y Lara Parada quedaron prendados. Al partir, él
prometió enviarle un mensaje en cuanto pudiera pero ella no aguantó mucho más
tiempo en su casa. “Ya estaba contagiada por el virus de la revolución y soñaba
con acompañar a su hombre en las lides guerrilleras”. Pidió ingreso al ELN y la
aceptaron. Sin embargo, la destinaron al grupo de Manuel Vásquez que ya había
introducido la innovación de aceptar mujeres, empezando por su propia esposa y
la novia de su hermano Antonio. Lara Parada seguía haciendo parte de un grupo
exclusivamente masculino, en buena parte porque el cura Pérez no aceptaba que
los superiores tuvieran lujos o privilegios especiales.
De clandestina a feminista
Gloria
estudiaba economía en la Universidad de Antioquia. Tenía por lo menos cuatro
pretendientes que la asediaban en una casa grande del barrio la Floresta. Su
madre, una telefonista con seis hijos, trataba de espantarlos diciéndoles que
ella era una coqueta irredimible y no tenía interés por ninguno. En realidad su
propósito era asegurar que su hija terminara la carrera. Temía que “esa
tendencia indeclinable al enamoramiento y las fiestas que la acompañaba desde
los catorce años” atentara contra la posibilidad de volverse una profesional.
Era
la época agitada del cura Camilo Torres y Gloria se contaba entre sus
seguidores. Hasta allá llegó Fernando, un joven activista cristiano con un
“halo heroico y un verbo elocuente” que hacía trabajo clandestino en una zona
rural del mismo departamento. Al contarle a los estudiantes las proezas que
realizaba en el campo los dejó tan impresionados que con una sola charla logró
comprometer a media docena de ellos para que se fueran a poner en práctica sus
ideas revolucionarias. Gloria “dejó todo y arrancó en menos de una semana. Se
la llevó el mismo Fernando”. Llegó con ella a su pueblo y se la presentó al
cura para que “la instruyera y la pusiera a trabajar en las veredas”.
La
sorpresa de la madre de Gloria fue mayúscula cuando supo que había abandonado
sus estudios por irse para el campo a educar y movilizar campesinos, instalándose a vivir en las montañas en
unas condiciones monacales y una intensa actividad. Ayudaba a una numerosa
familia en las labores domésticas, daba cursos de modistería y por las noches
impulsaba jornadas de alfabetización o reuniones de concientización política.
Una vez al mes y con la disculpa de una labor revolucionaria Fernando la
visitaba. Estaban tan enamorados como comprometidos con la causa.
Las
costumbres campesinas eran excesivamente zanahorias al lado de la liberalidad
estudiantil heredada de los hippies y Mayo del 68. A eso se sumaban las normas
implícitas de un movimiento orientado por curas afines a la teología de la
liberación. Después de una reunión del comité veredal de la Asociación de
Usuarios Campesinos Gloria se fue a dormir con las jóvenes de la casa en uno de
los cuartos y Fernando en otro. Él no aguantó y encontró la manera de entrar a
los aposentos femeninos para decirle que la esperaba a afuera. “Hicieron el
amor sobre sacos de café. De ese café en grano duro que talla el cuerpo.
Contuvieron la respiración y trataron de no moverse demasiado para no despertar
a nadie y también para no maltratar sus huesos”. Con el tiempo cayeron en
cuenta que “la prohibición y la incomodidad se habían convertido en un
acicate”.
León
Valencia conoció a Gloria cuando el cura del pueblo le pidió como asunto
urgente que se la llevara para Medellín. No le dio muchos detalles sino
simplemente le dijo que los compañeros habían considerado prudente que saliera
hacia la ciudad. En el camino la compañera de su amigo le contó a Valencia de
su embarazo y que, además, Fernando estaba detenido en la cárcel de La Ladera
de Medellín pues lo habían capturado con armas cerca del municipio de Urrao. La
decisión de trasladarla se debía a que ni el cura ni los compañeros sabían cómo
manejar la situación. “No veían conveniente contarles a unos campesionos
chapados a la antigua que entre revolucionarios eran comunes las relaciones
sexuales sin acudir al matrimonio”.
Pocos
meses después, cuando Fernando salió de la cárcel, en una ceremonia “un poco
discreta, un poco clandestina” el padre Ignacio celebró una misa que incluía
matrimonio de la pareja y bautizo del hijo con apenas veinte días de nacido. La
ceremonia se transformó en mitín político que, con leves variantes como la
orientación sexual de los contrayentes, antecedió en casi cuatro décadas los
debates sobre el matrimonio igualitario. “Se discutió sobre el amor, sobre la
sinceridad en las relaciones, sobre el significado de la pareja en un mundo
solidario como el que proponíamos y buscábamos. Parecía como si quisiéramos
reinventar el vínculo más instintivo y milenario que existe entre los seres
humanos”.
Luego
de la discusión sobre el amor, Fernando tomó la palabra para un discurso sobre
la necesidad de la guerra. El reciente golpe militar en Chile mostraba la
imposibilidad de acceder al poder por la vía democrática y la necesidad de
emprender la lucha armada. Informó que ya había establecido contactos con el
ELN “para organizar entrenamientos y buscar asesoría en las acciones que se
ibana emprender”.
Poco
después, Fernando moriría en medio de una balacera al asaltar un cambiadero de
cheques en Medellín. Dirigía una pequeña célula urbana encargada de
“expropiación de dineros”. En una reunión realizada la misma ciudad para
evaluar la acción armada urbana, León Valencia se encontró con la viuda del
rebelde y pudo ver de nuevo al hijo. “Acariciándolo me ganó la ternura y le
dije a Gloria que quería adoptarlo”. Un tiempo después, celebrando un
cumpleaños del niño, se hicieron novios. Con la muerte de su marido, Gloria se
apartó de la acción armada, consiguió un trabajo en la Caja Agraria que
alternaba con una intensa labor política. “Era una activista obsesiva que
andaba de reunión en reunión y de huelga en huelga y sacaba muy poco tiempo
para su vida personal y poco tiempo para el niño que permanecía largas
temporadas con la abuela”.
Cuando
se fueron los invitados a la fiesta el romance latente tomó vuelo. Se hicieron
evidentes las “ganas que teníamos de amarnos … nos fuimos a la cama. Ella tenía
un loco afán por resarcir los tres años de abstinencia”. Decidieron vivir
juntos, tuvieron una hija pero con los años la relación se deterioró. Valencia
se acercaba a su decisión de irse para el monte al Comando Central del ELN y en
contravía de esa intensificación de su compromiso con la revolución Gloria
abandonó la militancia política. Inicialmente se trataba del desgaste natural
por tanto esfuerzo y tan pocos resultados. Pero luego “empezó a cuestionar el
proyecto mismo de revolución. Se había encontrado con un grupo de mujeres
feministas y había empezado a compartir con ellas ideas y actividades”.
Desde
ese nuevo flanco ideológico, las críticas a la izquierda revolucionaria eran
mayores. Los acusaban de ser tan machistas como la derecha y señalaban la
persistencia de actitudes y conductas patriarcales”. Las críticas vinieron
acompañadas de una “bohemia intensa” por muchos meses. Aunque Valencia trató de
“representar el papel que hacen muchas mujeres que ven salir a sus maridos a la
rumba y lo reciben al filo de la madrugada” sólo aguantó unos meses. Al final de su relación con Gloria,
León Valencia ya había conocido a otra mujer que lo acompañaría a su aventura
en el monte.
Las universitarias del M-19
Una misma guerrillera se inició en el
ELN, después hizo parte del M-19 y
conoció de cerca a las FARC por las labores de la Coordinadora Nacional
Guerrillera opina que es en ese último grupo en donde había más machismo. “En las
Farc los hombres eran de verdad quienes mandaban, y las mujeres quienes
obedecían. Ellas eran sumisas, no discutían mucho. Las ponína a cocinar y a
pagar guardia. Las consideraban como de su propiedad … Había una discriminación
contra la mujer, una especie de rechazo soterrado por haberse atrevido a
incursionar en un terreno tan propio de los hombres”.
Esmeralda la del Flaco
Fundadora
del M-19, sicóloga, compañera de Jaime Bateman y madre de sus dos hijas,
Esperanza cuenta que “Pablo era todo un hombre. Un padre maravilloso. Dejaba
cualquier cosa por llegar a la casa a jugar con sus hijas. Amaba su casa. Yo
creo que cuando una persona vive en la incertidumbre y la zozobra, necesita más
que nadie un lugar, un punto de referencia … Él se sentía que allí en su casa
nada le iba a pasar. Y nada le pasó. Era su refugio. Una vez dejó una reunión
importante para llegar a ver una telenovela que le encantaba. Pablo era un
hombre normal … Era fácil vivir con él. No gritaba. No era hacendoso, pero
tampoco exigente. Era un excelente compañero, generoso, generosísimo. Amaba a
la gente tal como era”.
“Lo
conocí en la Universidad Libre. Yo estaba peladita. Cursaba sexto de
bachillerato en 1964. Yo estaba en la librería cuando él entró con toda su
alegría y contó que en la Unión Soviética las odontólogas eran todas unas
mujeres gordas y furiosas”. Él en ese momento ya estaba en las FARC. “Una vez el Flaco me llevó a su casa.
Allí tenía la imprenta, el mimeógrafo donde se editaba Resistencia y Estrella
Dorada, un periódico para los militares. Era garaje, imprenta y vivienda. Pablo
salió a traer la comida y yo me quedé allí mirando todo. Mirando la vida de
aquel hombre que era mi amante … el mimeógrafo, la tinta, los papeles ¡Lo amé
tanto!”
Tener
un esposo mujeriego nunca fue una molestia grave para Esmeralda. “Siempre supe
cómo era él. Todo fue claro. Me dijo que me amaba mucho y quería tener un hijo,
pero que no iba a cambiar. Yo lo sabía. Así lo conocí y así lo amé”.
Emilia y sus varios compas
Mª
Eugenia Vásquez, Emilia del M-19,
universitaria, estuvo en la toma de la Embajada de la República Dominicana y
allí tuvo un tórrido romance con Alfre. “En esos dos meses recorrimos lo que
muchas parejas en años, el amor era intenso, era el contacto con la vida y era
sobre todo el inagotable generador de fuerza conjunta … En momentos en que el
futuro es el minuto siguiente se disfruta al máximo estar en este territorio
tan plenamente … Nuestro amor robaba minutos al descanso, jugueteando, rodando
en el piso del baño, tallados en todos los huesos por las cananas, la granada o
la pistola, o si la separábamos de nuestro cuerpo por momentos mientras una
mano recorría la tibia y escasa piel descubierta al amor y la otra reposaba
sobre la frialdad del acero. Nunca fueron más bellos los apuros y la
incomodidad, nunca el amor tuvo más de goce y de angustia mezclados, nunca la
ternura fue más viva”.
Años
atrás, cuando era universitaria y no tenía alias sino apodo, La Negra se enamoró de Ramiro, un
compañero militante en una manifestación estudiantil, cuando estas eran
violentas. "Apareció como Don Quijote, con un ladrillo en su mano,
dispuesto a noquear a un policía a caballo que me acorralaba en una agitada
pedrea. Sucumbí a su heroísmo. Con un hombre como ese, los sentimientos podían
ser compatibles con la teoría".
Con
Jaime Bateman también tuvo una aventura que él trató de iniciar cuando ella era
casada y además, amiga de la esposa de Bateman. En cine “me fue cogiendo la
mano y yo, por supuesto, como era una especie de guardia roja y era además
amiga de Esmeralda, y conocía a su hija, Natalia, de chiquita y fuera de eso
tenía marido, cuando salimos de ahí le dije: ‘Hermano,, ¿cómo es eso? Yo
conozco a su mujer y la quiero
mucho. El Flaco soltó la carcajada y me respondió: ‘yo también la quiero.
¿Quién dijo que yo no la quería?’ Tuvieron que pasar seis años, una separación
y un amante y el final de mi segundo matrimonio. Fui yo la que le insinué que
ya podía arrastrarme el ala. Bastó que mi mano tocara su cuello para que al día
siguiente, con el pretexto de felicitarme –estaba cumpliendo 25 años- me
hiciera el amor detrás de una puerta, mientras mi mamá dormía en la otra pieza.
No puedo decir que fui su amante. Sólo que nos encontrábamos de vez en cuando a
media tarde o después de las seis … cuando le era posible abandonarse en mí para
pensar en él por un minuto. Después se perdió y cuando le pregunté por qué, me
respondió ‘porque me podía encarretar y … eso … no …”
Vera Grabe
Jaime
Bateman Cayón, máximo líder del M-19, era casado con una de las militantes
iniciales del grupo con la que tuvo dos hijas. Le gustaba el trago y la rumba y
siendo un tipo encantador, tuvo
varias amantes dentro del Eme. Vera Grabe lo confirma. “Usted era como el
príncipe azul, un ideal para tantas mujeres que lo adoraron y lo debieron
soñar”.
Entre
Bateman y Grabe no hubo amor a primera vista. Fue algo progresivo, sin que a
ella le importaran la esposa, las hijas ni las otras. “Las demás historias no me incumben, ni
anteriores ni contemporáneas … Usted era fresco, sin exigencias, sin reclamos,
sin expectativas … Me empezó a invadir el amor. Incondicional y total. Sin
chistar ni preguntar ... sin sentir derecho a exigir nada … Coherente con su
sabiduría y franqueza, siempre hay manera, espacio y tiempo en la vida para la
convivencia de varios amores”.
Peggy Ann Kielland
Desde
la primera vez que esta actriz del teatro La Candelaria vió a Jaime Bateman
sintió su magnetismo. Tras un período de encuentros esporádicos, en el entierro
simbólico de Camilo Torres, "antes de recibir un bolillazo, un brazo largo
me agarró y me arrastró ... A una cuadra había un camión de gaseosas y de
pronto todos comenzamos a bajar cajas y a tirar botellas a la policía ... El
Flaco nos hizo entrar a El Cisne ... Era la primera acción en que yo me
involucraba y estaba muy excitada. La policía entró al establecimiento. Pasamos
de agache. Con este episodio, el Flaco se me convierte en héroe, es el héroe
que me salva y guía".
Días
después Bateman le cuenta que se va para la guerrilla. “Esto me produce
tristeza pues en ese momento ya había entrado en su corazón”. Meses después lo
vuelve a encontrar en una reunión. “Lo primero que siento son sus ojos,, con su
brillo de picardía … Fue esa noche cuando iniciamos nuestros amores … No fue
demasiado táctica porque eso ya venía como madurando y no fue más que
definirse, en medio del trago. Ya al final de la fiesta, ya nos quedamos ahí …
Era un hombre muy tierno, había una muy buena atracción y por lo tanto
funcionaba la relación”.
“Nuestro
romance en su primera etapa fue muy bello. Yo recorría el país entero para
encontrame, aunque fuera por pocas horas, con él en cualquier hotelito del
camino. El Flaco era una persona muy tierna, muy respetuosa de lo que uno
pensaba o hacía. Confiaba mucho en la persona que quería. Había una
comunicación muy intensa. Era un romántico: le encantaba y se recreaba con un
bonito paisaje, con la luna, con un atardecer o una rosa amarilla”
Peggy
nunca pasó de hacer trabajo clandestino urbano pero no porque no quisiera irse
al monte con Bateman, su novio. “Ella, más que nadie, quería irse. Lo vendió
todo, absolutamente todo lo que tenía y se fue a mi casa a esperar el día
señalado. Subía mucho a Monserrate a ‘entrenar’, ¡pero el famoso día señalado
nunca llegó!” cuenta su amiga Patricia Ariza.
Las periodistas
Virginia Vallejo
El
amor súbito y contundente de Virginia Vallejo por Pablo Escobar no tuvo que ver
con la violencia física sino con una manifestación que en el país se ha
considerado equiparable: la violencia económica, el flagelo de la miseria. De
cualquier manera, fue algo visceral y profundo desde ese momento único que ella
misma describe con detalle.
Virginia
había buscado una entrevista con Escobar con el fin de pedirle pauta
publicitaria para su programadora de TV. El entonces político en ascenso la
invita a que lo acompañe a hacer proselitismo en un basurero municipal. El
escenario es de espanto y recuerda una sangrienta guerra. “Es el hedor de diez
mil cadáveres en un campo de batalla a los tres días de una derrota histórica.
Kilómetros antes de llegar ya empieza a sentirse”.
Ante
tal atmósfera, que haría “retroceder de vergüenza al más duro de los hombres”
el futuro amado avanza victorioso a su lado. La gente grita de entusiasmo. “Es
él, don Pablo! ¡Llegó don Pablo! ¡Y viene con la señorita de la televisión!”.
Sensaciones
tan fuertes como esos hombres y esas dificultades que enfrentan dejan huellas
indelebles. “Junto a esa fetidez omnipresente, la mano guía de él en mi
antebrazo transmitiéndome su fuerza … Y ya no me importan ni el hedor ni el
espanto de aquel basurero, ni cómo consigue Pablo sus toneladas de dinero, sino
las mil y una formas de magia que logra con ellas. Y su presencia junto a mí
borra como por encanto el recuerdo de cada hombre que amé hasta entonces, y ya
no existe sino él, y él es mi presente y mi pasado y mi futuro y mi único
todo”.
Tanto
las secuelas positivas del incidente, el apasionado romance con el capo, como
las negativas, el desprecio de Virginia por el establishment y la élite de donde habían salido sus amantes
anteriores, están relatados con detalle en sus memorias. El contraste entre el
redentor y el resto del jet-set es
palpable. “En un país donde ninguno de los magnates avaros tiene todavía avión
propio, él pone una flota aérea a mi disposición … Hace el amor como un muchacho
campesino, pero se cree un semental, y sólo tiene una cosa en común con los
cuatro hombres más ricos de Colombia: yo. Y yo lo idolatro. Porque me adora, y
porque es la cosa más divertida y exciting que haya pisado la faz de esta
Tierra, y porque él no es avaro, sino espléndido”.
La
que fue diva de la televisión colombiana describe una escena de amor armado con
el gran capo. Tras regalarle una Beretta 9 mm, él le enseña a usarla. "Vas
a convertirte en mujer de un guerrero y vine a explicarte lo que van a hacerte
los organismos de seguridad ... Lo primero (será) arrancarte la ropa ... y tú
eres ... la cosa más bella del mundo, ¿verdad mi vida? Por eso vas a quitarte
ya ese vestido y te paras frente a esos espejos. Obedezco, porque siempre he
adorado esas miradas inflamadas que preceden a todas sus caricias. Pablo
descarga la Beretta y se coloca tras de mí ... Una y otra vez aprieta el
gatillo, y una y otra vez me retuerce el brazo hasta que no aguanto más el
dolor y aprendo a no dejarme desarmar ... No puedo dejar de pensar en dos
luchadores espartanos ... Me somete una y otra vez mientras va utilizando toda
aquella coreografía como una montaña rusa para obligarme a sentir el terror, a
perder el temor, a ejercer el control, a imaginar el dolor ... a morir de amor
".
La
mujer seducida por un potentado no sorprende. La enamorada de un matón es rara,
y si divulga detalles del romance ya es excepcional. Por eso son valiosos estos
relatos que muestran un vínculo misterioso entre el deseo femenino y la
violencia. En el país han sido muchos los asesinos y demasiadas sus amantes
como para ignorar esta faceta tan intrigante de la sexualidad de algunas
mujeres, que no siempre tiene que ver con el arribismo. Es un hecho que los
violentos tienen más parejas y son más exitosos sexualmente, no siempre
forzadas. La evidencia al respecto es sólida, y no sólo en Colombia.
Laura Restrepo
En Mi guerra es la paz, Antonio Navarro
cuenta uno de esos incidentes con alta adrenalina que terminaron en romance.
Ante una pregunta sobre su relación con Laura Restrepo, el ex dirigente del
M-19 ofrece un interesante relato.
“La
conocí a mediados de 1984 el día de la primera conversación de paz en San
Francisco. Yo estaba con unos compañeros bañándome en un río cuando vimos
aterrizar el helicóptero en el que venía la Comisión de Paz. Cuando íbamos a
recibirlos, se armó una balacera entre el Ejército y el grupo de Iván Marino
que bajaba por una colina. El helicóptero tuvo que despegar nuevamente mientras
los mandos militares daban la orden de parar el fuego. Al volver se bajaron
Bernardo Ramírez, Horacio Serpa y Monseñor Darío Castrillón. Y Laura. Pero la
tensión seguía. Les dijimos: “Aquí hay un combate, cuidado. Hay que bajar por
una loma y hablar con el ejército”. Ramírez y monseñor Castrillón improvisaron
una bandera blanca con la camisa del piloto y lograron que no hubiera más bala.
En ese momento vi que Laura tenía frío, así que saqué de mi morral una chaqueta
camuflada y se la presté. Luego, cuando fui a Bogotá, nos vimos varias veces y
nos volvimos novios. Cuando sufrí el atentado en Cali estuvo conmigo, y luego
nos fuimos a México y a Cuba”.
De
manera similar al síndrome de Estocolmo, el encuentro en medio del peligro con
un guerrero que ayuda a conjurarlo tienen un componente positivo de atracción,
el vínculo afectivo con el protector, que surge de las pequeñas demostraciones
de amabilidad que ayudan a la persona bajo presión a recuperar la tranquilidad.
El vínculo, además, puede darse en ambas vías. Quien custodia desarrolla sentimientos
recíprocos con la persona protegida.
Pero
también hay un componente negativo de rechazo contra la autoridad responsable
del peligro. Si el opositor de quien protege el guerrero causa un riesgo real,
la enemistad transmitida puede ser intensa y persistente. En Laura Restrepo, la
antipatía visceral hacia los opositores de su protector parece haber
disminuido. El título inicial de su relato de los hechos, la Historia de una Traición, se convirtió
en la Historia de un Entusiasmo. Hay
incertidumbre en cuanto a la animadversión que persiste.
Sobre
el amor hacia su salvador, se sabe que no fue permanente. El mismo Navarro
cuenta cómo “en total estuvimos tres años juntos, hasta que un día me dijo: “o
te vas de la casa o me voy”. Empaqué mis cuatro corotos y me fui … Mi relación
con Laura fue muy intensa. Nos conocimos en un tiroteo, luego vino el atentado
y después el viaje a México. Cuando llegó la rutina, creo que la relación fue
perdiendo sabor para ella y me botó”.
Olga Behar: flirteo con emoción
El
mismo día en que Antonio Navarro le ayudaba a Laura Restrepo a recuperarse de
un susto por un tiroteo, Olga Behar estaba aún más cerca de la acción, con Iván
Marino Ospina y su grupo.
A
diferencia de los rehenes que sufren el Síndrome de Estocolmo retenidos contra
su voluntad, Olga Behar había buscado insistentemente la situación en la que
luego correría riesgo su vida. Le había dicho a Alvaro Fayad, “cuando se
acerque la firma me llama al noticiero porque quiero ir al monte para bajar con
la guerrilla hasta Corinto o el sitio que se escoja”. Como buena reportera,
quería estar en primerísima fila, al lado de los rebeldes.
El
evento de altísima adrenalina lo relata ella misma en Las Guerras de la Paz, un libro con título similar al que
publicaría veinte años después Antonio Navarro. Colombia ha sido terreno fértil
para este tipo peculiar de guerreros pacíficos. A diferencia del relato de
Navarro, que hace referencia al romance posterior al incidente, Olga Behar no
ha suministrado detalles sobre las secuelas del incidente, ni las conexiones
que pudo tener con su matrimonio posterior con Gerardo Ardila, también
comandante del M-19.
“Eran
las 11 de la mañana cuando sentimos el ruido de las aspas cerca de nosotros.
“Bajemos”, fue la orden y comenzó la acelerada caminata … Íbamos todos muy
cargados … Durante más de una hora descendimos por trochas angostas, enredadas
en un paisaje paradisíaco de verdes montañas y grises riachuelos … Los
guerrilleros cantaban ...
De
pronto … la ráfaga. No era un disparo que se había soltado. Era un ataque de
frente hacia nosotros. Iván Marino Ospina asumió la vanguardia y recibía la
información de su avanzada: “hay unos sesenta hombres, son soldados que nos
disparan”. Se tomaron las primeras medidas: “fusiles adelante, pistolas y desarmados
atrás” ... El tiroteo era intenso y la guerrilla estaba en desventaja … Ráfagas
de metralleta y fusiles y cohetes hacían un dramático coro que duró una hora.
El ejército estaría a unos 1.000 metros de nosotros. Mi camarógrafo a unos 100
metros de mí, haciendo las tomas que esa noche, vistas por la televisión, nos
pusieron los pelos de punta.
Le
pedí a Iván Marino Ospina una chaqueta oscura, para no ser blanco de ataques al
moverme ... De pronto, me vi frente a Israel Santamaría, quien me aconsejó “vaya
a la retaguardia con los desarmados”, a lo que yo le respondí: “usted no puede
ser tan de malas como para morirse aquí conmigo; así es que me quedo, a ver si
aprendo algo”. Creo que esa arriesgada decisión le infundió un poco más de
confianza. Aceptó y comenzó a indicarme. Nos cubrimos con la pared de una
casita blanca. Desde la barandita, Israel puso en funcionamiento su Fal contra
algo que se movió en la distancia … “le dí, cayó para atrás”, dijo feliz, pero
el guerrillero no tuvo tiempo para celebrar. Después supimos que había herido a
un teniente del ejército.
Todos
los disparos venían hacia nosotros del lado izquierdo. De un momento a otro
salieron desde el lado derecho. “Estamos rodeados” debió pensar todo el mundo …
al menos eso pensamos Santamaría y yo. Ya iban a responder los guerrilleros,
cuando llegó corriendo un campesino y gritó “no vayan a disparar, es Navarro
Wolf que viene del río hacia acá”.
No
es arriesgado pensar que después de semejante aventura, de un susto tan
monumental, Olga Behar haya no sólo fortalecido la admiración que sentía por los comandantes del M-19 sino una
particular animadversión contra los enemigos del grupo. En este caso, al pánico
hay que sumarle que los guerrilleros no eran captores, ella los había buscado, se estaban
defendiendo de un ataque sorpresivo del ejército, lo hacían en desventaja, poco
antes bajaban cantando por idílicos parajes e iban camino hacia un momento
histórico. Difícil concebir condiciones más favorables para una impronta
indeleble contra quienes sabotearon tan glorioso escenario.
El gran misterio
La
mayor parte de los testimonios sugieren que las armas, el peligro, la tensión y
el estrés, tal vez por la adrenalina, refuerzan la química del flirteo, del
amor y del sexo. El goce con angustia atrae y cautiva. Un arma puede ser
excitante, así la porte un insurgente como Alfre o un reaccionario. La
anotación no sobra, pues en Colombia parecería haberse extendido hasta la
pareja el estatus especial del rebelde, con quien sí puede haber amor genuino.
Con los narcos se cree que es comprado y con los paras forzado; para pasiones
comparables, Emilia se considera célebre, Virginia patética y las jóvenes que
quieren levantarse un para ni cuentan.
Salvo
la estricta regulación a la que están sometidos, y el determinante
desequilibrio por géneros, la lógica y la dinámica de los romances entre
compañeros combatientes no parece muy distinta a la de los que ocurren por
fuera de los grupos armados, como lo reflejan los testimonios de las
guerrilleras campesinas. Más difíciles de entender son las mujeres que con un
buen nivel educativo y viviendo legalmente se sienten atraídas por los
guerreros. Un psiquiatra estudioso de los amores con hombres violentos da una
pista. "Es difícil imaginar algo más excitante que tener el control sobre
alguien lo suficientemente poderoso como para quitarle la vida a otro".
La
atracción por las armas, por ejemplo, no parece ser una peculiaridad de las
niñas campesinas que aprenden a usarlas con un amigo guerrillero que después
las convencerá de ingresar al grupo armado. Brenda, una de las novias de Luis
Hernando Gómez Bustamante, Rasguño,
el capo del norte del Valle habla de su gusto por pistolas, revólveres y hasta
mini Uzis adquirido a su lado. “A mí me encantaba ese cuento. Una vez hicimos
un concurso y yo era novata y todo, pero me fue bien. Quedé con un morado y
todo y al final me pusieron Nikita, como la vieja de televisión”.
La
fascinación con los fierros alcanza a quienes, en el entorno de los grupos
armados, ni siquiera aprenden a manejarlas. Patricia Ariza, amiga de una de las
novias de Bateman, cuenta cómo el líder guerrillero “una vez llegó a casa con
una metra. Era la primera vez que veíamos de cerca un artefacto de esos. Nos
enseñó parte por parte del aparato.Lo armó allí frente a nuestros ojos. A mí se
me saltabael corazón. Me impresionó tanto eso que propusiomos después editar
una tarjeta con el dibujo de un fusil y la descripción de cada una de sus
partes. Esa tarjeta roja le llegó a todo el mundo. Iba firmada por Manuel
Marulanda de su puño y letra”.
Se
puede hilar más fino y plantear que en esos romances habría algo de política, y
no de la tradicional. Se trataría de mujeres ávidas de poder que manipulan,
explotan o buscan someter con sus encantos a los machos alfa. Algunas lo
logran, y con más de uno. La Bella Otero es la plusmarquista mundial con unas
ocho majestades en su haber entre las cuales un sospechoso de genocidio.
Virginia Vallejo ostenta el récord nacional con varios cacaos y, por poco, los
dos principales capos colombiano. Emilia tuvo relaciones con más de un
comandante, posicionándose bien en la clandestinidad. Este podium podría servir
para entender las ligas menores, las muchachitas cuya ambición de poder es más
modesta: municipal o veredal.
Otra
posibilidad la ofrece un terapeuta experto en altibajos de pareja y que
denomina besadora de sapos a quien espera “transformar con amor a cualquier
hombre”. Una variante es la enfermera de turno, la altruista que necesita
dolor, sangre y heridos de quien ocuparse. Esa pista también da luces distintas
a la de víctima. De nuevo, la política contamina el romance pero más a la
izquierda: "me sacrifico por curarlo y salvo al mundo". Parte de eso
pretendía Virginia amando a Pablo.
Quedan
muchas incógnitas y preguntas por resolver. Ojalá más novias de guerreros
contaran por qué y cómo amaron hombres violentos. Para no quedar en relatos
light de muñecas de cartel, ni en rumores de adolescentes deslumbradas por
comandantes paras, sería interesante tener más testimonios de mujeres maduras,
educadas, incluso feministas, que también han tenido su desliz con un guerrero.
En un conflicto tan largo seguro que las hay. Permitirían refinar el guión del
lado femenino de la guerra.
Amores cortos o remunerados
Romances restringidos y rotación sexual
La realidad de un monumental desequilibrio
por géneros entre los combatientes –siete u ocho guerrilleros varones por cada
mujer- hace que las relaciones estables sean menos funcionales que la rotación de parejas -o mejor de
mujeres- y la promiscuidad. Bajo
esta perpectiva se entiende mejor la estricta regulación a la que está sometida
la formalización de las relaciones afectivas.
En un video colgado en la red por el “Equipo
de Formación” del ELN, Alejandra anota que "en el momento que consigue el
novio debe dirigirse a los mandos porque debe respetar las normas. Tiene que
pedir el permiso de 3 meses y si se entiende con la pareja pues procede al
matrimonio y después de que ya
esté matrimoniado pues hasta donde se entienda". En los orígenes del grupo
las restricciones eran aún más fuertes puesto que en el ala militar el
reclutamiento de mujeres estuvo inicialmente prohibido.
En las FARC, la regulación de las parejas
tiene su origen no sólo en consideraciones militares sino en la ideología
comunista. Desde la época de Marquetalia, antes de la iniciación del grupo como
ejército popular, se contemplaban rigurosos trámites para formalizar una
relación. “Cuando una pareja quería casarse, lo planteaba al organismo
correspondiente; una muchacha se quería con un compañero, si pertenecía al
comité femenino, lo informaba en su organización y el compañero lo planteaba en
las filas o en la juventud comunista. Intervenían las dos organizaciones, se
concretaba finalmente un acuerdo, en todo sentido benéfico para los dos, se
exigían responsabilidades, se le pedía el consentimiento a los padres, se
llevaba al comando y este autorizaba”. Los organismos hablaban con los padres
de la pareja, que se comprometía por escrito a cumplir con lo acordado y el comando
legalizaba la unión. El encargado de los trámites se llamaba Guillermo y era
conocido como Coltejer. “El acuerdo firmado testimoniaba el firme deseo de la
pareja de responder ante la organización por la unión”. No se podía acudir a la
Iglesia, una restriccion redundante para la zona, a donde los curas no entraban
no por “control de la dirección, más bien por negligencia de los religiosos”.
La tendencia a regular en la vida familiar y
de pareja incluso por fuera del grupo armado persiste en la actualidad. El ‘Manual
de convivencia para el buen funcionamiento de las comunidades’ que impulsan el
Frente Arturo Medina de las FARC, los miembros del Partido Comunista
Clandestino, los activistas del Movimiento Bolivariano y los milicianos es una
guía para orientar a la población civil en los más variados aspectos. Según León Valencia, “se meten en todo.
Obligan a cada uno de los habitantes mayores de 15 años a participar en las
acciones comunales. Regulan las transacciones comerciales, las fiestas, las
relaciones laborales, las familiares y la educación”.
Volviendo a la guerrilla, además de los
requisitos estipulados en el reglamento, está también el saboteo informal a las
parejas que se enamoran. "Viví con una muchacha nueve años, dentro del
movimiento. O sea allá uno si cree en el amor. Pero allá si uno siente algo por
la mujer o la mujer siente algo por uno allá le dicen que es, vulgarmente, un huevón. Acá el amor
es la causa, la revolución, el proceso. ¿Está muy tragado? entonces hay que
separarlo”, cuenta un reinsertado de las FARC. Edilma, desmovilizada del ELN
también tuvo su amor en el monte, pero la separaron. "Entonces estuvimos
ahí y que no, que qué va. Y es porque se dieron cuenta y eso fue a escondidas.
Se dieron cuenta y a él lo trasladaron para Santa Elena del Opón y a mí me
mandaron para una selva horrible”.
Desde la época de su ingreso a las FARC, la
compañera de Raúl Reyes señala las dificultades de la vida afectiva dentro de
la guerrilla. “Las relaciones de pareja me parecían muy complicadas. Yo estaba
acostumbrada a que había primero un período de galanteo, de noviazgo. Y si iba
a tener una relción sexual era sobre la base de que sentía deseo. Yo había tenido relaciones sexuales con
mis novios de la ciudad. Pero eso de que en la guerrilla uno iniciaba una
relación e inmediatamente tenía que irse a la cama, no me gustaba”.
En los inicios del ELN, según Dora
Margarita, “el tema de la pareja no se mencionaba en el reglamento. Pero era
claro que Fabio Vásquez no permitía que las parejas se juntaran. Si sabía que
un hombre y una mujer eran pareja, los separaba y mandaba al hombre para otro
campamento”.
En los seis meses que estuvo conviviendo con
las FARC, esta observadora del M-19 dice que sólo conoció una pareja estable.
“Los tipos cambiaban con frecuencia de compañera. Apenas terminaban con una,
otro tenía licencia para abordarla. Era como si dijeran: ‘yo no tengo ya nada
con ella, hágale usted. Ya la usé, ahora es su turno’. Las mujeres se dejaban
sin protestar. Ese cambio de parejas no generaba conflicto entre los tipos,
entre las mujeres sí. En ocasiones dejaban de hablarse”. Una mujer bogotana que llevó el diario
de su secuestro señala su sorpresa ante lo que alcanzaba a oir por las noches.
“Se escuchaban carcajadas y gritos exagerados de las mujeres; alguna de ellas
en broma gritaba: ‘me van a
violar, ja, ja, ja’. Me asombró su forma de vida, tan rara para mí, pero me dio la impresión de que la pasaban
rico”. También corrobora los testimonios sobre una alta rotación de parejas. “Ellas
no tienen una pareja estable, van rotando entre varios. Los que llevan
secuestrados bastante tiempo testifican que las han visto mínimo con tres
hombres diferentes en los últimos meses. Una de esas niñas es de Villa Rica. Su
padrastro trató de violarla varias veces y esa fue la razón para irse de su
casa y tomar las armas. Es muy joven y tiene una cara muy bonita. Ha sido
utilizada por varios guerrilleros. Ella estaba enamorada de uno de ellos pero
los separaron y los enviaron a misiones distintas. Luego fue violada por otro
tipo. Hoy ella tiene menos de 15 años y ha tenido varios usuarios (no puedo
decir que amantes)”.
Desde el punto de vista de los guerrilleros
varones, la actvidad sexual también se percibe como peculiar. Un combatiente
del M-19, enamorado de Claudia, una abogada ajena al grupo, cuenta cómo con
ella “nos encarretábamos en la cama y no hablábamos una sola palabra de
política . En la escuela (militar del EME) todos parecían tener amores o
amoríos con todas. Eso me daba desconfianza. Yo no quería hacer amistades, sino
hacer operativos”. De todas maneras, en ese grupo, el mismo guerrillero anota
que “en la organización estaba prohibido que un guerrillero urbano viviera
acompañado”.
Miércoles y domingo ellos escogen
Fuera de restricciones reglamentarias y
sabotaje informal a las relaciones afectivas, en la guerrilla existen
mecanismos para forzar la promiscuidad.
Zenaida, una desmovilizada, establece una
clara distinción entre el compañero “con el que se está siempre” y las
relaciones casuales “los días miércoles y domingo”. El sistema está
institucionalizado y se lleva a cabo en el mismo lugar donde se imparte
adoctrinamiento político. En el libro sobre su cautiverio, Ingrid Betancourt
describe el esquema. “Había dos días de la semana en que los guerrilleros
podían pedir permiso para compartir la caleta con alguien más: los miércoles y
los domingos”. Son los hombres quienes presentan su solicitud al comandante. Si
la elegida no acepta, el mismo pretendiente tiene la opción de insistir. “Las muchachas
podían negarse una o dos veces pero no tres a riesgo de hacerse llamar al orden
por falta de solidaridad revolucionaria”. Una manera de evitar ser objeto
pasivo del deseo varonil es convertirse en “ranguera” -emparejarse con alguien
de rango, con un comandante- lo que además implica prerrogativas como “mejor
comida, perfume, joyitas, aparaticos electrónicos y ropa más bonita”.
Doris, otra ex combatiente, tuvo siete
parejos en la guerrilla y anota que “en las FARC tenemos tres estados para las
relaciones con alguien: el ‘novio’ sólo es para besitos, el ‘mozo’ es para
tener relaciones los miércoles y los domingos, y el ‘socio’ que es con el que
se duerme todas las noches”. Luis Eladio Pérez, también testigo cautivo,
confirma la práctica. Las guerrilleras, según él, tienen que “prestar favores
sexuales los miércoles y los domingos a sus otros compañeros, bajo el lema de
que hay que cooperar y ayudar al desestrés y a que haya un mejor
ambiente". Carolina, otra secuestrada, señala en su diario que “los
guerrilleros se reúnen los miércoles y los domingos en la noche y hacen juegos
y nosotros desde nuestro cuarto escuchamos sus carcajadas”.
Oscar, desmovilizado del frente 35, está tal
vez pensando en esos divertimentos cuando afirma que “ellas ejercen cierto
grado de su sexualidad. Porque son más los guerrilleros que las guerrilleras.
Entonces comienza como una forma disimulada de prostitución. Muchas veces ‘que
me escoja y lléveme para la comisión que usted va’. Entonces ya también uno
aprende a manejar esas cosas. Sí, disimuladamente, porque eso no está
permitido. La prostitución no está permitida dentro de las FARC pero se ejerce.
Se tapa o se disimula con otras formas. Eso era una de las peleas en mi frente
que yo decía que eso era un relajo, que eso era una prostitución
legalizada".
Hace unos años un ex fariano contó en SoHo
la versión pasteurizada del evento bisemanal anotando que eran encuentros
siempre consensuales. Con respecto al déficit de compañeras afirmó, con una
insólita aritmética, que “al menos hay las suficientes como para satisfacer la
demanda sexual de parte y parte”. La tozuda realidad de sólo tres mujeres por
cada siete varones combatientes no se puede evadir con maromas mentales ni con
esquemas forzados de rotación de parejas. La guerrilla colombiana -como los
paras y los narcos- ha recurrido a la fórmula ancestral de casi cualquier
ejército, la prostitución. Los
guerreros no sólo violan sino que lo piden, pero deben pagar. Los arreglos específicos
son variados: hay testimonios desde un sistema como el de Pantaleón y las
visitadoras hasta la estrategia de las redimidas, pasando por el típico burdel
o la cortesana de pueblo. En cualquier caso, la práctica está tan asimilada que
en su diario Carolina menciona unos guerrilleros “discutiendo acerca del sexo
oral, y uno de ellos les explicaba a los otros que eso era sexo por horas”.
Las peculiares y complejas relaciones de
pareja en los grupos armados colombianos no interesaron a los historiadores
oficiales del conflicto, que optaron por no apartarse de las doctrinas
internacionales en boga. Pero para la reinserción habrá que lidiar con las
secuelas de estos arreglos y costumbres sexuales.
El sexo en la guerrilla visto por una secuestrada
Carolina es una “madre de familia,
profesional, bogotana de clase media alta” que en el 2001, recién casada, fue
secuestrada junto con su esposo por las FARC.
Durante su cautiverio llevó un cuaderno de
notas que, seis años después de escapársele a sus captores, publicó como libro.
En el campamento que estuvo los guerrilleros y guerrilleras eran “todos
jóvenes, algunos demasiado, parecían casi niños”. Inicialmente se sorprendió con lo que oía por las noches,
“carcajadas y gritos exagerados de las mujeres; alguna de ellas en broma gritaba: ‘me van a violar, ja, ja, ja’.
Me asombró su forma de vida, tan
rara para mí, pero me dio la impresión de que la pasaban rico”.
Sus anotaciones son consistentes con los
testimonios de varias desmovilizadas. “Aquí hay siete guerrilleras. Todas
tienen menos de 16 años. Es muy triste: ellas son casi prostitutas … estas
niñas están siendo usadas por los guerrilleros, o mejor, por el sistema de este
grupo”. Piensa que es una manera de tener contentos a los hombres, con enormes
costos para las mujeres. “Hay una niñita de 14 años que tiene una enfermedad
pues los secuestrados comentan que orina con sangre … Ellas no tienen una
pareja estable, van rotando entre varios. Los que llevan secuestrados bastante
tiempo las han visto mínimo con tres hombres diferentes en los últimos meses”.
A una de esas niñas “el padrastro trató de violarla varias veces y esa fue la
razón para irse de su casa y tomar las armas. Ha sido utilizada por varios
guerrilleros. Estaba enamorada de uno de ellos pero los separaron... Luego fue
violada por otro tipo. Tiene menos de 15 años y ha tenido varios usuarios (no
puedo decir que amantes)”.
Observa que a las guerrilleras no parece
afectarlas mucho ese trato, y lo asocia con el bajo nivel educativo, que
percibe en varias dimensiones. Una de las guerreritas, la Pollo, ignoraba que
uno de los secuestrados lo era y al enterarse le decía “váyase, váyase y yo
digo que no lo ví”. La enfermera “es una niña que a duras penas sabe leer, le
dicen así porque reparte las pastillas”. Otro joven, con 17 años, tenía una hija
de tres. La mujer secuestrada los considera unos irresponsables. En alguna
ocasión a dos guerrilleros se les disparó el arma. “¡Dos tiros en menos de
media hora! Esa segunda vez sí me dio mucha rabia porque los bobos esos estaban
muertos de la risa”. Sobre la contracepción anota que “a ellas les ponen una
inyección obligatoria cada mes para evitar que queden embarazadas, pero muchas
de ellas tienen problemas. Una lleva seis meses sin el período, otra tiene
hemorragias que le duran hasta dos meses”. De la política de control natal se
enteró porque una noche “se escuchaba una muchacha llorando, gritaba que no,
que por favor no… Al día siguiente me contaron que ella le tiene pavor a las
inyecciones y sus gritos eran debido a la aplicación de la dosis obligatoria”.
Coincidiendo con relatos de otros
secuestrados que mencionan reclutamiento de jóvenes en los burdeles de las
zonas cocaleras, Carolina señala que una de las siete mujeres del frente había
sido prostituta antes de ingresar a las FARC. También hace alusión a otra
guerrillera peculiar. “Acá se ven casos casi de prostitución. En la tropa nueva
llegaron cinco mujeres. Hay una de pelo claro, de cara muy bonita y muy
vanidosa. Tiene su caleta decorada con hebillas, moños, esmaltes, maquillaje y
maripositas. Hoy se maquilló demasiado y salió a pasear toda orgullosa para que
los cuchos le echaran piropos”. Su torpeza como combatiente le pareció
evidente. “Camina con tanto cuidado, que si la persigue el ejército la bajan de
inmediato”.
Carolina y su esposo resultaron
indirectamente beneficiados por el cambio que, desde el Cagúan, se dio en los
procedimientos de selección y entrenamiento de farianos y farianas: el día que
lograron escaparse “estaba de guardia la vanidosa del pelo claro”. Para una
reinserción pensada alrededor de la solución de problemas campesinos
tradicionales, ese deterioro será costoso. En un ambiente rural bien machista
no se ve claro el porvenir de esas jóvenes que, cuando no están hostigadas por
helicópteros, llevan una vida tan divertida pero “tan rara” a los ojos de una
secuestrada urbana y universitaria.
Miseria afectiva y prostitución
Antes
de morir ajusticiado un guerrillero le manda saludes a Rocío. “¿Es la puta
gorda de San Vicente?” le preguntan. “Sí, esa. Ella me gusta … Mejor dicho,
dígale que yo la quiero, que qué buena hembra”.
Una
mujer del EPL recuerda que las prostitutas eran aceptadas en los campamentos.
Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaban las
jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla. La Mona, enfermera en un frente
paramilitar anota que a ella no le molestaba esa costumbre porque “era una
manera rápida y eficaz para aligerar de energías a los combatientes, evitar
deserciones y tener a los muchachos contentos”. El problema eran las
enfermedades venéreas que ella tuvo que curar al por mayor y “hacer cientos de
exámenes de sida”. Señala que “los hombres en la guerra se vuelven más
necesitados de sexo, hablan de eso día y noche”. Las necesidades, según ella,
llevan al homosexualismo que casi nunca se acepta.
Uno
de cada tres de los desmovilizados encuestados por la Fundación Ideas para la
Paz (FIP) reporta haber pagado por tener relaciones sexuales antes de su
vinculación al conflicto. Como algunos jóvenes ingresan a los grupos armados
sin experiencia sexual previa, esta proporción esconde un poco la magnitud del
fenómeno. Con relación a los iniciados sexualmente, el porcentaje es un
respetable 38%. No se observan discrepancias sustanciales entre los combatientes
de origen rural y los urbanos, pero entre los más pobres la proporción es
mayor.
El
ELN se diferencia tanto de las FARC como de las AUC por reclutar menos varones
con experiencia en sexo venal. Como lo sugieren los testimonios, una vez en el
grupo la costumbre persiste, con más fuerza entre los paramilitares (57%) que
en la guerrilla (18%). Sólo al desmovilizarse la incidencia del sexo pago entre
los guerreros se reduce sustancialmente a menos del 10%.
Los
encuentros sexuales por dinero podrían no ser simples caprichos personales de
los combatientes sino algo más institucionalizado. En el año 2005, la revista
Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados
reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a
campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen
entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen”. La
encuesta FIP corrobora el escenario de servicios prestados al grupo, no a los
combatientes individuales, puesto que las relaciones con prostitutas las
reportan incluso quienes no recibían ninguna remuneración regular de la
organización.
La
proporción de clientes de la prostitución entre los hombres colombianos no se
conoce. Una encuesta realizada hace dos años entre estudiantes universitarios
arrojó un porcentaje del 6%, varias veces inferior al de los guerreros. En
términos internacionales, el peso de quienes compran servicios sexuales entre
los combatientes es casi el doble de lo observado para los hombres de los
mercados de sexo más activos del planeta, los países asiáticos. En Tailandia,
por ejemplo, supuesta meca del comercio sexual, tan sólo el 24% de los hombres
encuestados por un fabricante de preservativos reporta haber pagado por tener
relaciones sexuales. En Vietnam, líder mundial, la cifra es del 34% y en la
China del 22%, casi la mitad de la de los insurgentes colombianos. En Alemania
y Holanda, donde la prostitución no tiene ninguna restricción, la fracción
alcanza apenas el 6%, similar a la de los universitarios nacionales.
Una
damisela del conflicto, la geisha paisita, tiene su teoría sobre por qué en los
grupos armados siempre hay clientela fija: “los combatientes también necesitan
el aliciente del amor para pelear con valentía”. Al igual que los
narcotraficantes, los guerreros constituyen uno de los segmentos más pujantes
de la demanda por servicios sexuales en Colombia. Desde la perspectiva de las
organizaciones esto no sorprende: la prostitución para atender ejércitos es
tanto universal como milenaria. Un dato interesante de la encuesta a
desmovilizados es que la afición por el sexo venal se observa desde antes del
ingreso de los jóvenes al grupo armado. El mejor predictor de un guerrillero o
paramilitar acudiendo a una prostituta es haber tenido esa experiencia antes
del reclutamiento. Sea cual sea la visión que se tenga sobre los clientes del
sexo pago sería conveniente no ignorar esa característica de los jóvenes que se
vinculan al conflicto, ni tampoco el hecho que las organizaciones armadas
ilegales parecen haber desarrollado mecanismos para atraerlos, puesto que allí
se concentran de manera considerable.
En
la misma entrevista concedida a la TV Argentina, Ingrid Betancourt cuenta que
"en general las guerrilleras son campesinas que ejercieron la
prostitución, por lo que ven a las FARC como un ascenso". Luis Eladio
Pérez, que pasó siete años secuestrado por las FARC comparte tal apreciación.
“La guerrilla recluta mujeres que han sido prostituidas casi desde niñas, y
para ellas ser guerrilleras representa una opción de vida, aunque en realidad
se convierten en prostitutas de las FARC”. Teniendo en cuenta que estos
cautiverios transcurrieron en zona cocalera –“nosotros íbamos de cocal en cocal”
dice Ingrid- se puede sospechar que los mecanismos de reclutamiento se han
extendido y racionalizado hasta el punto de matar dos pájaros de un tiro,
reclutando simultáneamente a los raspachines con sus damiselas.
La
dificultad de distinguir algunas guerrilleras de prostitutas la tuvo Eladio Pérez
desde el principio de su secuestro cuando lo llevaron al Caquetá a reunirlo con
los demás cautivos de las FARC. En algún momento, en la frontera entre con el
Ecuador, “la guerrilla mandó a unas muchachas bien chuscotas. Yo no sé si eran
guerrilleras o prostitutas conseguidas ahí o pagadas para que entretuvieran el
puesto de policía. Me hicieron pasar como médico, terminé hasta recetando
Viagra”. Posteriormente se consolidó con el intercambio de sexo por favores
económicos que practican las rangueras, “aquellas guerrilleras que tienen
relaciones o amores o se han asociado con los guerrilleros que ocupan cierto
rango, cierta posición. Como ellos tienen acceso al manejo de dinero y como
casi siempre quedan extras, se pueden dar el lujo de comprarles un detalle”. De
esta manera la ranguera, que puede haber sido antes de militar en las FARC una
prostituta, evidentemente, mejora su estatus. “Se siente superior a las demás,
pues tiene algo que la hace notoramente diferente”. A diferencia de las
prostitutas de los narcos que por lo general no pasaban de ser aventuras
transitorias de quienes mantenían
paralelamente su esposa e hijos, en el caso de la guerrilla pueden llegar a ser
la mujer de la que los comandantes se enamoran y que no tiene que competir con
una familia.
La
presencia de prostitutas al lado de los combatientes es tan antigua que según
Jacobo Arenas, a principios de los años sesenta, antes de organizarse
formalmente las FARC, a la zona de Marquetalia en donde se fueron al monte unos
cincuenta campesinos armados dirigidos por Marulanda, comenzaron a llegar a la
región “mujeres de diferente profesión, entre ellas mujerzuelas de mala muerte.
En general, estas "damas" son agentes de los servicios de
inteligencia del gobierno. Esta es una cuestión en que los altos mandos
militares y el gobierno ponen todo su empeño y su dinero, porque les produce
según ellos excelentes resultados. En realidad, esa gente lleva a los puestos
militares toda clase de informes. Hay elementos de estos sumamente astutos y
logran, incluso, infiltrarse en las filas de los guerrilleros”.
Después
de la travesía de la cordillera con los primeros guerrilleros de las FARC,
Tirofijo trata de por qué fracasaron muchos de los intentos anteriores. Hace
alusión indirecta al problema de la falta de mujeres y a la necesidad de
recurrir a la prostitución. “Indisciplina en los desplazamientos, indisciplina
en los sitios de caleta, indisciplina
en la relación con la población civil y eso nos trajo muchas fallas …
Que nos traigan una botella de aguardiente y un par de invitados o de invitadas al campamento, que
mañana vamos a tal sitio”.
Casas de consuelo y fuentes de soda
Una
de los casos más agudos y masivos de violencia sexual en el siglo XX fue el
engranaje oficial que el alto mando japonés estableció durante la segunda
guerra mundial con mujeres de toda el Asia para atender a sus tropas. Aunque
inicialmente contaban con prostitutas japonesas voluntarias, ante la rápida
expansión militar optaron por el reclutamiento forzado de jóvenes en varios
países.
En
1995, Mun, una de las coreanas obligadas a atender los burdeles militares
nipones contó su historia a la escritora francesa Juliette Morillot. Se trataba
de una política oficial y abierta. Al colegio de Mun se presentaron para captar
voluntarias cuatro japoneses, dos de ellos con uniforme de la policía militar.
Cuando las promesas de trabajo utilizadas como señuelo dejaron de servir
recurrieron a la fuerza. A Mun la raptó un coreano que había ido con los
japoneses a su colegio. Varias de sus compañeras fueron secuestradas por
policías.
No
hubo escrúpulos en cuanto a edad o actividad de las víctimas. El grupo de Mun
era de colegialas, varias prepúperes y una menor de 11 años. “Cuando bajamos al
puerto cualquiera hubiera pensado que se trataba de una excursión escolar.
Algunas venían todavía en uniforme”. Les insistían que las llevaban a trabajar
como meseras, por lo que debían vestirse de manera especial. Un oficial las
acompañó a escoger sus atuendos. En la violación con la que iniciaron su nueva
vida participó incluso un médico del ejército, que se quedó con la menor de
ellas. Al poco tiempo ya estaban degradadas. “La primera semana de mi encierro,
recibí más de veinte soldados por día. No tenía sino algunos minutos después de
cada uno para lavarme y ya el siguiente empujaba la puerta. Después el ritmo se
aceleró y con el paso del tiempo
me di cuenta de que los oficiales venían menos y los reemplazaron soldados
rasos. Más rústicos. Más jóvenes. Pero menos exigentes. Les temía menos que a
los de mayor grado pues no esperaban nada distinto que mi pasividad y llevarlos
a un placer que no duraba más de algunos segundos para montarse y evacuar. Los
oficiales, por el contrario, querían atenciones. Algunos, tal vez nostálgicos
de las geishas de su país hubieran querido verme bailar o cantar. Servirles
vino. Partían decepcionados de la
pobreza de mis talentos y como con la fatiga el brillo de mi belleza y la
atracción de lo nuevo no tardaron en desdibujarse, los oficiales pronto me
dejaron de lado a cambio de las nuevas cosechas más frescas de Corea”.
Aún
se debate la magnitud de la prositución militar japonesa. El historiador
Yoshiaki Yoshimi estima en dos mil el número de centros y hasta en doscientas
mil las mujeres que con engaños, compra o rapto llegaron de Corea, China,
Taiwan, Filipinas e Indonesia para atender en las casas de consuelo –comfort
houses- con las que se pretendía reducir la incidencia de violaciones,
controlar la transmisión de venéreas y recompensar a la tropa por los largos períodos
en el frente. El término comfort nada tenía que ver con las deplorables
condiciones en las que estas esclavas sexuales atendían a los soldados
japoneses, que se referían a ellas como baños públicos. El impacto sobre las
violaciones fue mínimo. Un militar declaró luego que “las mujeres gritaban,
pero no nos importaba si ellas vivían o morían. Éramos los soldados del
emperador. Tanto en los burdeles militares como en las aldeas, violábamos sin
titubeos”.
Algunos
trabajos recientes sobre el conflicto colombiano casi sugieren que en materia
de prostitución forzada los actores armados serían una especie de ejército
nipón en pequeña escala. En el informe final del GMH, no sólo se ignora el
vigoroso comercio sexual jalonado hace años por el narcotráfico, sino que se
repite el guión que cualquier manifestación de esa actividad es forzada y se da
en paralelo con violaciones generalizadas.
Una
etnografía que el mismo GMH hizo sobre el comercio sexual en El Placer,
Putumayo, contradice la visión doctrinaria que lamentablemente se adoptó para
el informe final. Algunos fragmentos de este minucioso trabajo de campo –que
acabó siendo deformado y silenciado- evidencian que no siempre, ni siquiera en
todas las guerras, la inducción al
sexo venal es como la de las colegialas coreanas raptadas por los japoneses.
En
esta zona cocalera, primero bajo control de la guerrilla y luego de los
paramilitares, un sitio popular de reunión era la fuente de soda, en realidad
una especie de cantina. “Allí se vendía licor y se bailaba. Los clientes eran
hombres civiles y armados de distintas edades atendidos por mujeres jóvenes.
Muchas de ellas llegaron a la zona como raspachines, cocineras o empleadas de
servicio en fincas cocaleras o laboratorios … La dureza de estas labores y la mala
paga motivaron a las jóvenes a la búsqueda de un trabajo “menos pesado”, de
“buena paga” y donde tuvieran otro tipo de interacción social dentro del casco
urbano de El Placer. Muchas encontraron en los puestos de fuentes de soda lo
que necesitaban trabajando allí como meseras. Para algunas de ellas, este lugar se convirtió en la entrada al
mundo de la prostitución”.
Un
comandante entrevistado se refiere a esas cafeterías como la “universidad” de
las jóvenes. “Las peladas comienzan a trabajar en las fuentes de soda, ya
empiezan a compartir con los pelados que salían: “Yo trabajo hasta tales horas
y luego nos vemos para ir a la residencia”. No eran trabajadoras declaradas,
sino más que todo reservadas”.
Para
las prostitutas ya establecidas, o sea menos “ocultas o solapadas” que las
meseras, el escenario tampoco concuerda con la casa de consuelo descrita por
Mun. “Llevábamos las mujeres allá, iban sesenta o cuarenta ... Se armaban
carpas, se mataban dos o tres animales y se preparaba la comida ahí. Bailaban,
se bañaban y hacían sus necesidades”. Pese a la burda denominación utilizada
por el entrevistado para los encuentros sexuales, el ambiente descrito era de
fuente de soda temporal, de cantina campestre improvisada, pero definitivamente
no de baño público.
La visitadora venezolana
En
el año 2002, una escort venezolana en ese entonces de 19 años hizo parte de un
grupo de mujeres que fueron llevadas a un campamento de las FARC cerca de la
frontera. Una década después habló con su colega, la española Marta Prats, que
colgó en su blog la historia de “Mi Amiguita, Visitadora de las F.A.R.C.”. El escenario es más parecido que las
fuentes de soda a las casas de consuelo del ejército japonés pero con final
feliz.
Luego
de un viaje de tres días por tierra, atravesando la frontera, las mujeres
llegan al lugar donde se realiza una primera selección. “A las que no cumplen
los requisitos de belleza se las devuelve a su casa previo pago de unos 300
euros actuales. Las demás siguen el camino en unos pequeños camiones con techo
de lona que traquetrean por caminos llenos de fango, con un calor insoportable,
subiendo y cruzando montañas, adentrándose poco a poco en la selva”.
En
una aldea donde las recibe un médico ginecólogo se quedan un día entero para
chequeos y pruebas del VIH. Nuevamente, las que no pasan el filtro las
devuelven. La amiguita “piensa a veces en esos tremendos guerrilleros, tiene
miedo de que la violen, de que la maten, comienza a oírse por la noche el fuego
cruzado de ambos bandos”. Llegan por fin al campamento, en un claro de la
selva. “Solo hay barracones de madera, chamizos de hojas de palma y nada más.
Para trabajar disponen de unas pequeñas chozas. Hay un guerrillero que es el
que controla a los hombres que vuelven cansados de luchar y que disponen de
algún día de asueto … Los hombres hacen fila delante de la puerta de cada una
de ellas, disponen solo de 20 minutos. Les dan preservativos, vienen lavados de
un rio cercano”.
Las
mujeres hacen “rayitas en una libreta para ir controlando cuantos hombres han
pasado. El guardia también controla y lo hace bien. Al que se pasa, un tiro.
Hubo uno que se quitó el preservativo, la chica gritó y el guardia sin mediar
palabra lo tiroteó en el pié. No hubo más, los demás se comportaron”.
Sólo
al final del mes, cuando se devuelvan, recibirán todo el dinero de las cuentas
que llevan en la libreta, unos 10 euros por cada servicio. No es mucho pero
para lo que se ofrece no está tan mal. “Es un sexo sencillo y rápido. Allí solo
se folla. Allí los machos nunca besan a una prostituta. Allí los hombres son
sencillos, cobran y quieren diversión”. Cuando un guerrillero se encapricha con una de ellas, le
solicita dormir toda la noche, y las chicas se ponen contentas “porque ganan
más y follan menos”.
A
los pocos días ya se siente la rutina. “Lo peor es la comida, un mismo rancho que comparten todos,
cocinan lo que pueden, no hay carne, ni arroz, ni fruta. A veces traen y
cocinan serpientes, que como es carne todos se lanzan a disfrutarla y comerla.
Es una pequeña fiesta”.
Transcurrido
un mes el retorno se hace difícil pues el ejército está cerca. “Se oye fuego cruzado, tiros, granadas,
no hay paso para ellas y hay menos trabajo”. A las chicas les empiezan las
dudas sobre la posibilidad de cobrar por su trabajo. Por fortuna para la
amiguita, le ha gustado a un guerrillero “viejito, uno de los duros, un
histórico, hombre culto, militar que dejó el ejército y se unió a las Farc”. Consigue
que le paguen pero sigue preocupada pues teme que la capturen los militares y
le encuentren los fajos de billetes. Su amigo le hace esconder el dinero dentro
de sus botas altas.
Cuando
la llegada del ejército al campamento es inminente el comandante se la lleva
con sus guardaespaldas a su hacienda que queda a unos tres días por tierra
desde el campamento. Llegan de noche a “una finca inmensa en medio de zonas de
pastoreo de mucho ganado, cuadras con caballos, cerdos, cabras, gallinas,
cultivos de frutales, yuca, maíz. Una casa con habitaciones de suelo de mármol,
baños, jacuzzi… Tras un mes en la selva… no se lo cree! Pasan allí un mes los
dos juntos. Disfrutan de la vida”.
Cómo empezar una nueva vida
Destetarse del conflicto
“Mi adicción es
la pandilla” le confesaba un marero salvadoreño a un periodista, revelando
escuetamente una faceta de la violencia que no se discutirá en la Habana y es
la de la dependencia adictiva, el enganche,
que provocan las bandas violentas entre sus integrantes.
Robert Brenneman, sociólogo norteamericano, ha
estudiado de cerca la conversión de los pandilleros centroamericanos en
hermanos evangélicos. En uno de los mejores libros disponibles sobre maras y
pandillas, describe las diferencias entre los pastores protestantes y la
iglesia católica para enfrentar la violencia juvenil en la región. Los primeros
carecen de personal capacitado y asalariado. No disponen de financiación
oficial. Su fuerza se basa en contactos directos y habilidad para relacionarse
con los vecinos y jóvenes del barrio. Los programas católicos, por el
contrario, están inmersos en una gran burocracia. Las estrategias de
rehabilitación de pandilleros difieren sustancialmente. Entre los evangélicos
el desafío se descompone en una suma de pequeños logros individuales, como
sacar a un marero concreto del grupo que opera en el barrio e impedir que vuelva
a caer en la droga, el alcohol o la violencia. El objetivo de las
intervenciones católicas es más vago y ambicioso: alterar las condiciones
sociales que empujaron a los jóvenes a las pandillas.
El método de los evangélicos para recuperar mareros es
similar al que se emplea en otros ámbitos para desintoxicar. Se busca el destete de la adicción, como
gráficamente se denomina ese proceso en francés. La médula del programa de los doce pasos de
Alcohólicos Anónimos, por ejemplo, es que al ingresar al grupo, con el apoyo de
todos, empieza una nueva vida. Entre ex pandilleros convertidos, este afán es
explícito en su voluntad de abandonar por completo la vida loca. El desafío es
sin medias tintas: no se puede ser un poquito menos alcohólico o violento, toca
dejar de serlo. “Salir de la pandilla es como si volvieras a nacer”.
Las
negociaciones con las FARC en Cuba tienen un talante más católico que
evangélico. Las trascendentales discusiones sobre cambios sociales opacan el
punto crítico de la reintegración a la vida civil de combatientes que,
reclutados cada vez menores, hace rato parecen mareros sin tatuajes. El país
cuenta con varias cohortes de adictos al conflicto por las vías más
tradicionales y tenaces: dinero, sexo, poder y a veces pura adrenalina. “Para
mí fue la militancia más sollada, ¡porque pasábamos más bueno! A pesar de que
en el ELN es muy alto el sentido de sacrificio, logramos hacer una militancia
que no era alrededor del sufrimiento y del dolor, sino del goce de
encontrarnos; de saber que había otros parceros iguales en todo el país
haciendo cosas … Era gozarse de estarle haciendo cagadas al sistema, y eso es
una cosa que aún hoy me parece inmensamente placentera: ¡me parece que es
delicioso hacerle cagadas a este sistema!”
La mecánica de plenipotenciarios y equipos de apoyo en
La Habana no permite vislumbrar cómo es que las disertaciones sobre desarrollo
agrario integral contribuirán a que los violentos logren destetarse del
conflicto o que las mujeres reclutadas e iniciadas sexualmente a la fuerza o en
clara posición de subordinación vuelvan a sus regiones a restablecer vínculos
familiares o a crear nuevos lazos afectivos. Es en esta dimensión no económica,
sobre la cual existe tan poca preocupación y en dónde son tan escasos el
conocimiento y la experiencia -como abundantes y dañinos los prejuicios- en
dónde son más críticas las diferencias por género
Taxistas, ornitólogos, plasticidad cerebral y posconflicto
En Londres, los choferes de taxi
deben poder recordar unas 25.000 calles. Para obtener la licencia se preparan por
varios años y presentan un examen que sólo la mitad de los candidatos aprueba.
Eleanor Maguire se ha dedicado a investigar el cerebro de los taxistas
londinenses. Se centró en el hipocampo, la zona crítica para la memoria, y con Imágenes
por Resonancia Magnética (IRM) midió su tamaño en diversos grupos: conductores
experimentados, recién admitidos, candidatos antes del entrenamiento y, como
control, gente por fuera del gremio. Encontró que el volumen del hipocampo está
correlacionado con el tiempo dedicado a ser taxista.
Ninguna persona sin interés
profesional por las aves es capaz de distinguir un grajo de un cuervo negro.
Los ornitólogos los diferencian fácilmente gracias a la reconversión del área
cerebral dedicada al reconocimiento facial. Para hacer traducción simultánea se
requiere un entrenamiento largo y minucioso; la inhibición de ciertas zonas del
cerebro es lo que permite la automatización del proceso. Entre las cotizadas
“narices” de la industria del perfume, que descubren y mezclan fragancias, la
experiencia laboral se refleja en mayor desarrollo de las áreas cerebrales
olfatorias. Algo equivalente ocurre con deportistas, músicos o bailarines.
Gracias a la tecnología IRM se sabe que detrás de la especialización profesional
hay una enorme plasticidad cerebral. Las neuronas son en extremo maleables, y
las diferentes áreas cerebrales se adaptan en función del oficio o actividad.
Esta flexibilidad no debe entenderse
como un respaldo a la tesis de que somos una tábula rasa totalmente moldeable
por la educación. Las transformaciones cerebrales no eliminan las diferencias y
predisposiciones innatas sino que parecen reforzarlas. Entre los taxistas
estudiados por Maguire sólo los que aprobaron el examen mostraron alteraciones
importantes en el hipocampo; quienes no pasaron la prueba sufrieron cambios
mínimos. Los sujetos dotados de un hipocampo plástico son los que logran
entrenarse para almacenar un mapa urbano en su cerebro.
El desarrollo de la neurología -de
los oficios y de las actividades criminales- invita a pensar en los desafíos
del posconflicto colombiano. La evidencia sobre las peculiaridades cerebrales
de los violentos es demasiado voluminosa para ignorarla. De combatientes
colombianos tal vez nunca se hagan IRM pero sería imprudente suponer que sus
actividades cotidianas o simplemente vivir en la ilegalidad no dejaron una
impronta en el cerebro, un órgano que se adapta, especializa y es más maleable
de lo que se pensaba.
No sólo las víctimas del conflicto
requieren seguimiento psicológico. Serían útiles algunas intervenciones que
ayuden a la reinserción y disminuyan la probabilidad de reincidencia de los
victimarios. Para la reconciliación, será indispensable matizar los efectos más
nefastos del adoctrinamiento. “Habíamos como unos 20 niños menores de 15 años,
era una cancha. De las 4 a las 9 era el entrenamiento para nosotros. Para que
uno se adaptara como a los golpes … Como empezar a cogerle odio a personas que
uno jamás se imaginó que tocaba odiarlas. Igual eso es lo que le enseñan a
uno”.
Mujeres arriesgadas
Steven Pinker y Elizabeth Spelke ofrecieron una excelente síntesis del
estado actual del debate sobre la importancia relativa de la naturaleza y la
crianza en las diferencias de género. Recapitulando la evidencia sobre las
pocas discrepancias innatas entre hombres y mujeres, Pinker mencionó la actitud
hacia el riesgo: ellos son naturalmente más arriesgados que ellas. Las
agresiones y el crimen, asuntos histórica y universalmente varoniles, serían
una secuela de esta brecha básica. Spelke no comentó esta observación pues se
concentró en rebatir, de manera convincente, la idea de diferentes
predisposiciones naturales en las habilidades matemáticas e intelectuales.
La neuróloga Lise Elliot se ha dedicado a desmontar todos los mitos
sobre las asimetrías naturales entre los sexos. Concluye que el cerebro es en
extremo maleable, y pequeñísimas particularidades al nacer se amplifican por la
educación y la cultura hasta consolidar los estereotipos de género. Incluso una
mujer tan empeñada en superar prejuicios considera que la disparidad en la
actitud hacia el riesgo y la competitividad podría ser innata. “Si los hombres
deben competir más intensamente para encontrar pareja, la evolución pudo haber
dotado sus cerebros para asumir mayores riesgos".
Sara Blaffer Hrdy, antropóloga evolucionista, ofrece una explicación
basada en su especialidad, la maternidad. Para ella la clave está en la
supervivencia de los hijos, mucho más amenazada cuando la madre toma riesgos.
Del padre, en últimas, se podría prescindir para la crianza pero una mujer no
puede darse el lujo de amamantar su bebé herida o discapacitada. De ahí
surgiría según ella la mayor cautela observada en las mujeres de cualquier cultura y en cualquier época.
Las guerrilleras colombianas le interesarían a Hrdy pues muestran una
relación positiva inesperada entre embarazo y toma de riesgos. La predicción
simple sería que personas naturalmente cautas –y culturalmente sometidas- al
entrar a una organización que restringe los nacimientos, optarían por seguir
las normas, usar contraceptivos y, en caso de accidente, interrumpir su
embarazo cuanto antes. Las escasas cifras y los testimonios sobre aborto
forzado -la manifestación más característica y tal vez más generalizada de
violencia sexual en el conflicto colombiano- muestran algo diferente. La
maternidad no impide que estas mujeres afronten grandes peligros: como el
aborto obligado, los castigos si se oponen, o la decisión de desertar.
Un caso impactante es el de Edilma, desmovilizada del ELN. “El que no arriesga un huevo no tiene
un pollo. Entonces yo dije no, mi estrategia es quedar embarazada. Era una
solución. Yo decía si quedo embarazada me van a hacer abortar y me sacarán al
médico. Y yo decía: me sacan a la sabana y me les escapo no sé para donde.
Resulta que lo intenté cinco mil veces y nunca quedaba embarazada".
Después lo logró, la sacaron a abortar pero terminó escapándose, “no como había
planeado, sino con una barriga de ocho meses y medio … Ese día alcancé a llegar
hasta la mitad del minado y cuando estuve ahí como en la mitad sentí que me
dijeron ¡alto ahí!. Y al piso.
Entonces lo que hice
fue con semejante barrigota caerme ahí en el puro camino”.
Cuando Lidia Cortez, primero miliciana y luego combatiente de las FARC, supo
que estaba embarazada pensó que podrán obligarla a abortar. Trató de convencer
al padre del hijo de que se escaparan. Primero él se negó pero a los tres meses
de embarazo decidieron huir. “Teníamos todos los miedos. Los riesgos los
tomamos todos. Fue maluco porque nos persiguieron”. Salieron en una lancha con
otros combatientes cuando “desde un barranco nos agarraron a bala. Yo iba en la
mitad del barco y no me alcanzaron, pero a algunos sí les dieron. Creo que sí
murieron ahí”.
Imposible saber si estas mujeres eran intrépidas desde que ingresaron a
la guerrilla o si el entrenamiento las curtió para superar temores. Tal vez
convergen ambos factores y el segundo reforzó el primero. Lida Cortez, se
consideraba una gallina antes y dentro de la guerrila anota que “tal vez de esos dos años salió la mujer que hay
acá. Quizá eso me volvió fuerte, dejé de ser una niña consentida. Fue como una
cachetada en la que se me dijo: ¡despierte, que la vida no es color de rosa
mija!”. Lo cierto es que en el posconflicto habrá un grupo de mujeres ex
combatientes atípicamente seguras, temerarias y capacitadas para competir.
La misma Elliot plantea que el diferencial no explicado de salarios, el
famoso techo de cristal, es más una urna protectora contra los riesgos de la
que se resisten a salir algunas mujeres. Y que contra esa brecha instintiva se
requiere entrenamiento específico.
En contravía de la doctrina del victimismo femenino -cultivada con tanto esmero
en círculos académicos- las guerrilleras cuentan con el adiestramiento básico
recomendado por Elliot: cooperar, asumir riesgos y competir. Con un complemento
educativo y de formación en destrezas específicas se podría esperar que salgan
al mercado laboral con ciertas aptitudes poco comunes entre las mujeres.
El mal antecedente de las universitarias reinsertadas
Los rebeldes sin víctimas
Fuera
de la falta de presencia femenina en la mesa de negociación, un nubarrón sobre
la mesa de diálogo en Cuba es el tratamiento de las víctimas. No se sabe si las
FARC les pedirán perdón. La reticencia de los grupos armados colombianos para
arrepentirse de sus desafueros no es nueva. Lo usual ha sido minimizar la
responsabilidad y las secuelas de las acciones, deformar intenciones, culpar al
Estado y magnificar la confusión combatiente-víctima.
En
las memorias de Maria Eugenia Vásquez, alias Emilia del M-19, publicadas en
1998 y traducidas al inglés por una editorial universitaria norteamericana en
el 2005, la alusión a las víctimas es tangencial, y las manifestaciones de
arrepentimiento todavía más escasas. Cuenta, por ejemplo, cómo José Raquel
Mercado “apareció muerto” cerca del parque El Salitre. Igualmente ligero es el
recuerdo de los rehenes en la Embajada de la República Dominicana. “Me sentí
como Alí Babá a la entrada de la cueva de los tesoros. Cada embajador tenía un
valor de cambio específico en la negociación por prisioneros políticos”.
Aún
más lamentable es el relato sobre el manejo de unos secuestrados. “Afranio me
dijo que debía traer nuevos huéspedes a la casa. El día acordado, me levanté
temprano con el Flaquito para recogerlos. Estaba muy nerviosa, sobre todo por
mi falta de experiencia como chofer … El Flaquito abrió la puerta trasera del
carro y sentí que varias personas subieron. Podía oir su rápida respiración …
Cuando arrancó el jeep mi miedo desapareció. Me sentí distinta, como si alguien
más estuviera actuando … Al entrar a un garage los huéspedes salieron y el
Flaquito les dio sus capuchas. El hotel estaba lleno. Los huéspedes estaban
instalados y un poco más tarde bajé para ponerlos al día sobre sus condiciones
… Me saludaron y noté un acento extranjero, algo que me pareció excitante. ¡Ya
éramos internacionalistas!”
La
frescura de guía turística termina cuando Emilia rememora las detenciones
sufridas por su grupo. “No hay nada más aberrante que someter a una persona por
la fuerza. La impotencia hiere lo más profundo del ser”. En las reflexiones finales trata de
entender cómo los veían quienes sufrieron sus ataques. “Yo me uní a un bando de
la guerra, mientras la mayoría de la gente permaneció indefensa en el medio.
Esa responsabilidad fue difícil de soportar”. En últimas, el principal reproche
de Emilia a sus compañeros del M-19 es no haber superado los estereotipos de
género y ser tan machistas como los demás colombianos.
Si
eso es lo más cercano al perdón a las víctimas que se pudo lograr de una
universitaria que terminó trabajando en la defensa de los derechos de mujeres
afectadas por el conflicto, si la publicación de esas memorias sín víctimas fue
premiada en Colombia y endosada por la academia internacional, no cabe esperar
mucho remordimiento de los halcones en la Habana.
El
hermano gemelo ecuatoriano del M-19, el grupo Alfaro Vive Carajo, demuestra que
sí se puede tener una actitud más conducente a la reconciliación, más realista
y más crítica con los desafueros del pasado. A pesar de los golpes que les
diera el gobierno de Febres Cordero, los alfaros resistieron hasta la
presidencia de Rodrigo Borja, socialdemócrata con el que negociaron la entrega
de armas y un acuerdo de paz.
Recientemente
la periodista Isabel Dávalos hizo un documental sobre el grupo. Entrevistó a
varios de sus integrantes reinsertados y aburguesados. A pesar de mantener vivo
el interés por la política, tienen una percepción de su pasado radicalmente
distinta a la que lograron aclimatar los ex combatientes colombianos en cuyos
testimonios es bien precaria la conciencia de que causaron más daño que
beneficios.
En
los ecuatorianos, con un lenguaje simple y descomplicado, es transparente la
impresión de que se trató de una locura juvenil. “Los Alfaro pueden pensar haber sido un símbolo de bacanería
… La aventura no es solamente que te vas a dar bala sino que te estás
arriesgando en grupo entre una gallada y estás compartiendo intensamente eso
que estás haciendo” anota Kingman con una fotografía de Pizarro y Navarro en el
fondo. Nada que ver con el tono heroico, acartonado y trascendental de los ex M-19 al relatar, con escaso arrepentimiento,
su lucha armada. Todo lo que hicieron, insisten, fue por la paz. Una pretensión
incongruente con una acción como la que traumatizó a la Peñaherrera. Es lamentable que el ejemplo para las
FARC sean combatientes-intelectuales arrogantes y no gente capaz de
arrepentirse.
Reforzando
el temor del pésimo ejemplo de un proceso de paz anterior que no alcanzó a
generar el más mínimo arrepentimiento entre los combatientes reinsertados es
muy ilustrativo el legado que ha persistido en las generaciones, ya maduras, de
hijos de la guerra. A mediados del
2013 se llevó a cabo en las afueras de Bogotá la primera reunión de hijos del
M-19. Uno de ellos, que no pudo
asistir al evento, envió desde París una patética pero reveladora carta. No
quería fallarle a la memoria, ni “a nuestros muertos, a nuestros desaparecidos,
no fallarle a tanta gente linda que lo dio todo por un país lleno de
injusticias”. Recuerda cómo sus padres, alias Jorge y María, “entre muchas
hazañas, estuvieron en la Embajada”. No menciona a las víctimas del grupo, que
desde el exilio se hacen borrosas.
Desconcierta
que a esas alturas personas tan empapadas del conflicto, tan afectadas por su
dinámica y tan educadas como los M-19 y sus herederos se les vayan por completo
las luces trivializando y justificando ex post la violencia, como muestra esta
misiva que aún celebra una toma de rehenes. En las memorias dedicadas a su
hija, publicadas tras una década de vida civil, Vera Grabe habla de la “certeza
de que nuestras armas habían buscado ser lo más amables, efectivas, y menos
aplastantes posible, y que con ellas habíamos contribuído a cambiar la política
del país, introducido un lenguaje fresco, hablado por primera vez de paz, hecho
nuestra la democracia como propósito, conducta y acto, y recuperado el diálogo
como principio de la acción política”.
Gustavo
Petro, en el 2007, precisa que nunca asesinó a nadie y declara que no siente
vergüenza por haberse alzado en armas. Armas que, según él, son “un mecanismo formidable para la
comunicación y conexión con la gente”. Anota que el M-19 “hizo vibrar la
sociedad colombiana … la sacó de la pesadumbre. Innovó los métodos y el
discurso … Colombia necesitaba el uso de las armas”. Remata sentenciando que
“las armas enseñan y estimulan la política”. Con tales premisas no sorprende que considere a Jaime
Bateman “una de las personas más valiosas de la historia de Colombia”. Antonio Navarro reserva su mayor
admiración para Carlos Pizarro, “uno de los cinco hombres más importantes del
siglo XX en Colombia”.
La
memoria que han elaborado los del Eme sobre su participación en la guerra es
definitivamente mesiánica y autocomplaciente. La crítica ha sido escasa.
Parecería que los ataques, los asesinatos, los secuestros y las víctimas
quedaron reducidos a sus “justas proporciones” y que el país casi debería
agradecerles las lecciones de democracia y debate político a bala.
No
habrá verdad, justicia, reparación ni reconocimiento de las víctimas mientras
unos ex combatientes sigan fungiendo de próceres e insistan que la suya sí fue
una lucha armada necesaria, legítima, con héroes y secuelas positivas. La
superación de una guerra a cuyo deterioro y suciedad contribuyó bastante la
irresponsabilidad delirante del M-19 no aguanta la peregrina tesis de que
ciertas violencias fueron aceptables y otras no. El ¡basta ya! debe ser total,
retroactivo, sin arandelas ni excepciones.
No debimos entregar los fierros
A
finales del 2009 Alfredo Molano publicó la historia de vida de Adelfa, una ex
Eme cuya experiencia ilustra algunas dificultades prácticas de la reinserción.
La arrogancia y la incapacidad para reconocer errores son un primer gran
obstáculo. Después de reiterar la versión casi oficial sobre la toma de Palacio
- “una simple denuncia armada” al presidente- Adelfa menciona una reunión en 1988 para evaluar el
operativo. “Muchos decían, y yo con ellos, que si no hubiéramos realizado esa
locura, habríamos quedado como las FARC, en la manigua, y la consigna del Flaco
era la contraria, salir de la oscuridad y golpear en la cabeza”. Algunos siguen
viendo en esa barbaridad algo positivo. E insuficiente, pues como había que
seguir la línea trazada por Jaime Bateman vino el problema, según Adelfa, de
identificar las cabezas: ¿Lleras? ¿Turbay? ¿López? De ese profundo análisis “se
originó el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado”.
En
plena negociación con una guerrilla reacia a entregar las armas, no tranquiliza
el comentario de Adelfa sobre ese paso: “fue una ceremonia fúnebre para muchos.
Los muchachos se habían enamorado de sus fierros; sin ellos sentían un vacío
profundo. Las armas son poder puro, en el dedo. Soltar ese poder era también
perder la libertad, estar sometido a la voluntad del otro y ese otro era
nuestro enemigo, el que nos había decretado la muerte. Era renunciar al
futuro”. No se entiende bien qué esperaban ella y sus compañeros al firmar la
paz, pues lamenta que se fueron “sumergiendo en la vida de los que buscábamos
salvar. Una vida del mismo color todos los días”. En la vida común y corriente
de los civiles, algunos rebeldes se aburren.
Aunque
pensó que con la desmovilización se ahorraría la angustia, el temor, y la
“zozobra del miedo” se dio cuenta de que estaban, literalmente, adictos a la
acción armada. “El miedo hace falta, es un compañero que se echa de menos; da
fuerza, enerva. Es guía. A veces teníamos que recurrir al terror para
recordarnos que éramos los mismos de antes y nos inventábamos allanamientos,
cárceles, desapariciones … para no dejarnos desaparecer”. La atormentaba haber
entregado no sólo las armas sino “la ilusión de un mundo mejor, justo, limpio,
luminoso”. Alcanzó a pensar “en volver a ponerle precio a la vida, en volver a
los fierros. Los fierros son los fierros y uno, con uno en la mano, se hace
obedecer”.
Adelfa
no precisa el tiempo que tarda curar el desasosiego y superar el tedio por la
falta de adrenalina, cuantos años toma destetarse del conflicto. Pero si se
trata de algo tan persistente como la admiración que aún manifiestan hacia el
pasado violento del M-19 sus amnistiados y allegados hay razones para
preocuparse. Actualmente se pueden identificar varias cabezas del
establecimiento que hacen ver lejanas la utopía, la justicia, la luz y la
igualdad. Algunas son más autoritarias, fundamentalistas, pendencieras,
corruptas o cerradas al diálogo que las que quedaron después de la toma de Palacio.
Según la doctrina del influyente Bateman –el sancocho nacional con matoneo
previo- habría que golpearlas. Por fortuna, Adelfa cortó definitivamente con su
pasado y decidió que la entrega de armas era sin vuelta atrás. Pero tal vez
algunos de sus compañeros, o los combatientes de otros grupos, no tengan esa
claridad mental. Y quienes mejor podrían orientarlos nada que lo hacen. A estas
alturas, en un país con tanto guerrero activo y desmovilizado aburrido, los
reinsertados exitosos del M-19 no han tenido la entereza y la sensatez de
contribuír a la reconciliación revaluando las tesis del Flaco, reconociendo
públicamente que a pesar de sus encantos causó muchas víctimas y señalándole a
las nuevas generaciones que esa, definitivamente, no era la vía. Por el
contrario, mantienen vivo el culto al máximo e irremplazable líder ignorando
que fue, como mínimo, cómplice de homicidio, secuestrador, narco y traficante
de armas.
Qué mamera todo, si acaso el sexo
Adelfa
tuvo buena educación. Se graduó en la Normal de Bucaramanga y trabajó como
maestra. En Bogotá no pudo entrar a la Nacional pero “se sentía de allá”.
Frecuentaba la biblioteca, jugaba básquet con los de sociología y hacía parte
de grupos de estudio en donde leían a Marx y Lenin. Entró a la Distrital en
donde la reclutaron para el M-19.
Después de los acuerdos de paz cuenta
que “me fui desesperando del desempleo, del rebusque y del empleo … Todo me
sabía igual, a mierda”. La realidad de ganarse la vida tenía que ser “sin la
humillación de volvernos choferes de taxi, artesanitos de agáchese, y lo peor,
amas de casa". Para ella el desempleo era "buscar sin dignidad la
zanahoria prometida” pero un empleo era aún peor, “comerse la zanahoria
envenenada”. Cansada de vivir de gorra, salió a buscar trabajo como todo el
mundo, como el pueblo. Estaba segura de que jamás volvería a ser maestra.
Consiguió empleo como mesera en un restaurante que quebró después del asalto
que le hicieron dos compañeros del M-19. “Tuve la franqueza de contarles dónde
trabajaba y qué hacía. Lo hice como para matar el fantasma. Y me dejaron sin el
pan y sin el queso”.
Como ella sabía de gente, había
trabajado por la gente y ahora “sabía sentir sus dolores” intentó algo con
participación de la comunidad, “una chanfa que estaba de moda”. Le resultó
fácil entrar al Ministerio de Salud, lleno de conocidos y compañeros "que
seguían llamándose por sus alias”. La mandaron a un pueblito en Urabá y tuvo
que presenciar un asesinato. Relató ante las autoridades lo que vió y no quiso
saber nada más de ese lugar. Al volver a Bogotá se encontró con Mireya, una
compañera exitosa -“muy elegante, de vestidito sastre gris ratón con cuellito
de terciopelo negro, pelo pintado y dedo parado”- que le contó el secreto,
“fabuloso, compa, fabuloso: la venta de una vaina para enflaquecer llamada
yerbalight”. Le explicó cómo debía trabajar sólo al principio para que después
otros camellaran por ella, ganando así no sólo dinero sino estatus. “Es como
poner a trabajar lo que el Flaco Bateman llamó la cadena de afectos pero en vez
de ser de pendejadas, ahora es económica, de plata, compa, de platica, contante
y sonante”. Aceptó el desafío y visitó primero a quien “le había enseñado el
arte del engaño para sobrevivir”. La sorpresa fue que esta compañera se había
tomado en serio lo de la nueva vida y ahora seguía sobreviviendo “pero sin
engañar a nadie, sin mentir”. Encima, le dio una lección de dignidad que la
hizo sentir como una traidora.
Visitó después a un comandante que
ahora trabajaba con el gobierno, “tenía oficina, carro oficial y escoltas. Y,
por tanto, barriga”. Un buen cliente para yerbalight. Se ganó su plata pero
“los tacones me pesaban, el sastre me asfixiaba y la carreta me hacía sentir
infeliz”. Sacó “cuentas morales” y decidió regalarle el sastre a Mireya. Llenó
formularios y pasó hojas de vida sin resultados. Las deudas se acumulaban.
Estuvo a punto de volver a los fierros pero aguantó. “Con mis principios y mi
dignidad, así sea el infierno”.
Tuvo un intermedio feliz, un romance
con un ex M-19 mucho mayor que, literalmente, se la comió a cuentos. “Me metió en su vida como me envolvía
en sus cuentos. Nos descubrimos el cuerpo como quinceañeros y nos lo gozábamos
entero y por partes, al detal y al por mayor”. Sólo esos “orgasmos largos que
tardaban en irse … Nos hacían olvidar las armas, escondían los miedos”. A pesar
de eso, terminó dejándolo, quiso pasar esa página. El problema más áspero fue
encontrar otro trabajo que también era indignante. La empresa no sólo competía
con recicladores sino que pertenecía a “los hijos de gente muy encumbrada en la
política y el ejército … Me reventaba la ironía, el sarcasmo del destino: tener
que volverme un agente de mis enemigos, un agente al servicio de su bolsillo.
Trabajar para ellos, directamente, sin más ni más. Era humillante, demasiado
humillante … me sentía una traidora, una humillada, una regalada, una
esquirola, una criminal”.
La educación y la doctrina antes del
reclutamiento parecen perjudiciales a la hora de la desmovilización.
Paradójicamente puede ser más fácil reinsertar campesinas apenas con primaria
que pesimistas profesionales, universitarias formadas básicamente para criticar
el sistema y, si acaso, vivir de la burocracia.
Para ellas la cuestión familiar será más dura
Las
perspectivas de reintegración de las mujeres combatientes son aún más difíciles
de predecir que las de los varones enganchados al conflicto, pero pintan
sombrías pues el comportamiento sexual y reproductivo de ellas fue más
manipulado, regulado y por ende resultará más afectado por la guerra que el de
ellos. Mª Eugenia Vásquez, en un trabajo con Donny Meertens, destaca “la estigmatización social de la que
fueron objeto las excombatientes por considerárselas doblemente transgresoras:
por una parte, por haber infringido las normas de convivencia pacífica y haber
ejecutado acciones violentas contra el establecimiento y por la otra por haber
ido en contra de los patrones de comportamiento establecidos para las mujeres”.
Todos los testimonios disponibles indican que afectiva
y sexualmente las mujeres salen mucho más perjudicadas de las organizaciones
armadas que los hombres. Las razones son tan simples como ancestrales: no es lo
mismo ser violada que violar, no es lo mismo quedar embarazada que embarazar
una compañera, no es lo mismo abortar forzadamente que ni siquiera enterarse de
un retraso y no es lo mismo tener prohibido construír una familia que poder
hacerlo, incluso estando activo dentro del grupo, como lo hace una fracción
importante de los hombres. Sobre las tres primeras diferencias no vale la pena
extenderse en argumentos. Sobre la última, refiriéndose a sus compañeros
varones del M-19, Vera Grabe anota que ellos pudieron encontrar “una manera de
preservar y cuidar su familia y de resguardarla como su puerto y remanso, con
una compañera leal que criaba y cuidaba a los hijos e hijas”. Ella misma sufrió
en carne propia la incompatibilidad, como mujer, entre la guerra y la familia
al verse obligada a abortar por el mismo compañero que mantenía esposa y dos
hijas en la ciudad.
Los datos de la encuesta apuntan en la misma
dirección. Mientras que entre los varones reinsertados dos de cada tres logran
conformar una pareja con una persona ajena al grupo armado, para las mujeres la
fracción es apenas la mitad: tan sólo una de cada tres parece tener la
posibilidad de formar una familia ajena al conflicto. Las demás se dividen por
igual entre quienes no consiguen pareja y las que mantienen una relación,
lejana, peculiar, tal vez compartida, con alguien de la organización ilegal.
Un trencito camuflado
En las maras centroamericanas el trencito es el ritual
de iniciación de las jóvenes al volverse pandilleras: las violan en grupo. En
el portal de la Mara Salvatrucha se explica que así como los hombres, para
hacerse mareros, deben aguantar una golpiza, las mujeres “tienen que brindar
servicios sexuales a los miembros masculinos de la banda. Después de un ritual
así la chica es admitida y tiene que contar con más ataques parecidos”. Al ser
minoría en la pandilla, quedan declaradas propiedad colectiva sin los problemas
de rivalidades o búsqueda de exclusividad en la hiperactiva vida sexual del
grupo.
Los mareros aceptan con descaro que compartir sus
mujeres, incluso con no pandilleros a los que les cobran, es algo que hacen
mientras llevan “la vida loca”. Al salirse de la pandilla y calmarse buscarán
una “chavala decente” para tener sus hijos. El porvenir de las pasajeras del
trencito por fuera de la mara es más complicado y azaroso. Es común que sigan
en el oficio al que fueron inducidas no por misteriosos traficantes de mujeres
sino por sus propios compañeros, los pandilleros proxenetas.
No conozco ningún caso de demanda judicial por
violencia sexual por parte de una ex pandillera contra quienes, después del
rito de iniciación, se convirtieron en compinches de aventuras y parranda. La
aceptación social del trencito y la vida loca es tal que algunos académicos
progresistas se las han arreglado para señalar que la pandilla es una vía para
la liberación sexual de las mujeres.
La principal diferencia entre la vida sexual de las
mareras y la de las guerrilleras es que para las primeras la explotación es
explícita, aceptada y descarada. Las maras y pandillas no cuentan con una
retórica ideológica para legitimarla, como ocurre en la guerrilla. Pero los principales
rasgos son similares: inicio en situación de total indefensión de la mujer,
alta promiscuidad disfrutada y simultáneamente criticada por los hombres,
prohibición de tener relaciones con personas por fuera del grupo -una
restricción que no aplica a los hombres- y rechazo posterior a ese tipo de
mujer, una simple socia o compañera de combate, en el momento de reintegrarse a
la sociedad para formar una familia.
Aunque en las encuestas son pocas las reinsertadas que
reportan haber sido violadas en la guerrilla, siendo tan niñas cuando las
reclutaron queda la inquietud de si el camión en el que a algunas las
recogieron, como a Marta o a Liliana, no era en realidad un trencito camuflado.
Es fácil prever que la violencia sexual por hombres del mismo grupo no será uno
de los capítulos más demandados de la justicia transicional. La violación
inicial estará lejana en el tiempo y se habrá hecho difusa y confusa al haberse
dado con compañeros o comandantes con los que la combatiente luchó después, o
con algún miembro de la familia a la que quisiera volver.
Mujeres adictas al sexo
Kelly
McDaniel es una terapista especializada en mujeres que sienten haber perdido el
control de su sexualidad.
“Como un alcohólico describiendo su primer
trago” María le recordó que a los 11 años se encerraba con un joven mayor a
besarse. “Me sentía eufórica, y entendí que siempre necesitaría esto para ser
feliz”. A los 17 años un novio sin interés por hacerlo a toda hora la confundió
y frustró pues “estaba programada para ser sexual”. En la universidad el sexo
aumentó, al igual que su desconfianza hacia los hombres.
De 16 años, Heather empezó relaciones
sexuales con Mark, que insistió en mantenerlas secretas. Al irse él para la
universidad ella empezó a acostarse con jóvenes que ni siquiera le gustaban.
Mark tenía otra novia pero llamaba cuando estaba borracho. Para no dejarse
afectar por ese juego, Heather se acostaba con otros. Tenía la lista de
conquistas y sintió que ganaba poder con su capacidad seductora.
Tori perdió la virginidad con un compañero
que salió a pregonar que era una
cualquiera. Decidió que jamás otro hombre tendría ese poder sobre ella. Cortó
con él y se dedicó a acostarse con sus amigos. A los 16 años conoció un señor
mucho mayor que la llevó a su casa y la abordó de una manera que sólo en la
terapia Tori asimiló a una violación; siempre creyó que había sido culpa suya.
La vida universitaria giró alrededor de la cama. “Me acostaba con cualquiera.
Todo en mi mundo era sexo. De no haber tenido suficiente dinero, me hubiera
vuelto stripper, o escort”.
Siendo estudiante, Barbara conoció un
divorciado de treinta años y sin empleo. No lo quería pero se sentía poderosa
ayudándolo. Durante el posgrado salió con un drogadicto y jugador que después
de un poker le pidió que se acostara con el ganador para saldar la deuda. Ella
aceptó porque no quería arriesgar la relación a pesar de que él la evadía
permanentemente. Para compensar empezó a tener cada vez más compañeros de cama
casuales.
McDaniel resume el dilema de estas mujeres.
“La necesidad de una relación afectiva se estrella con un verdadero terror por
sentirse cercana y dependiente de alguien”. Los vínculos “no los establecen con
una persona sino con la experiencia de sentirse sexual”. La inseguridad en las
relaciones afectivas proviene, según la terapista, del abuso o los problemas
familiares cuando niñas. A los cuatro años, por ejemplo, María se sintió sola
una noche, llamó a su mamá pero vino el papá. Asustada, insistió en ver a su
madre y lo que recibió fue una cachetada. En una celebración familiar, Barbara
corrió a abrazar al papá que llegaba cuando oyó que su mamá decía: “esa niña me
va a quitar a mi marido”. Con un padre mujeriego que siempre llegaba tarde, a
los cinco años Tori encontró una noche a su mamá llorando. Se había tomado unas
pepas y después le contaron que trataba de hacerse daño.
“El sexo es lo único feliz que había en mi
vida”, cuenta una ex combatiente sobre su vida en la guerrilla. “Sola me
parecía que no era nadie … Pasaba el calor de las noches pero cuando amanecía
terminaba todo porque era posible que esa misma tarde, chao, adiós. Y a hacer
cuenta que no lo había visto. Más adelante conocía a otro, más adelante a otro.
A olvidarse de ellos y a pensar en que no existieron”. A este testimonio se le
puede sumar que el abuso reportado por no pocas desmovilizadas hace parecer
juego de niñas los sufridos por María, Barbara o Tori, que la virginidad la
perdieron no como estudiantes con el novio sino en el grupo armado con un
comandante, que ese inicio ocurrió en promedio a los 14 años mientras para las
demás colombianas es a los 17 y para el 2% más activo en la cama a los 16, que
los guerrilleros disfrutan la disponibilidad sexual de sus compañeras pero las
critican por fáciles, que la promiscuidad no es sólo decisión personal sino que
está activamente promovida por una férrea organización que, además, sabotea los
romances y prohibe tener hijos. Ante tales arandelas no se requiere ser Kelly
McDaniel para vislumbrar el lío que habrá que afrontar en el posconflicto con
esa dimensión no laboral de la reinserción.
Del cambuche a la casa
“La casa se
cargaba en la espalda; de ese tamaño era la privacidad … Todo ser humano hace
nido, llámese casa o cambuche, que permanece o se desarma todos los días y se
lleva a cuestas como lo hace el caracol”. Es evidente que a las mujeres
combatientes de carne y hueso, tan diferentes de Tanja, no se les podrá
simplemente sugerir que vuelvan a sus casas, que ya se firmó la paz. No sólo
porque, como acertadamente señala Vera Grabe, el concepto de casa en el monte
es bastante peculiar sino porque algunas de ellas se separaron de sus familias
en términos desfavorables, a veces huyendo de los abusos o la represión, y es
alta la proporción de las que no tienen buenas perspectivas para instalarse en
una casa fija, para encontrar una pareja e iniciar una nueva familia.
Zenaida es una
mujer atípica en la guerrilla colombiana pues se las arregló para tener dos
hijos, que fueron la principal razón para que desertara. Restablecer la
comunicación con ellos se convirtió en una ardua tarea. Con el mayor, el
consejo que le dieron fue no ir “tan a la ligera”, mejor tratar de iniciar una
amistad para irse conociendo y que luego él “la pudiera aceptar como mamá”.
Cuando viajó a visitarlo, “me miró y nos saludamos como si nada, como si yo no
fuera su mamá. Fue duro”. Días después hablaron por teléfono y ella le pidió
perdón por haberlo abandonado. Con el menor, de cinco años, las cosas tampoco
fueron fluídas : “traté de abrazarlo pero se me escondió. Ese momento fue muy
duro”.
La mayor parte
de las relaciones dentro de la guerrilla surgen en medio de la falta de
información sobre el otro y la obvia desconfianza que eso genera. Así lo
perciben tanto la mujer de origen campesino como la rebelde universitaria.
Zenaida cuenta cómo “desde el principio me dí cuenta de que en la guerrilla no
se dice la verdad; un ejemplo de esto es el hecho de cambiarnos de nombre. Yo
empecé a acostumbrarme a que me contaran mentiras y por esta razón nunca me
atreví a preguntarle a Hermides por la familia”. En el mismo sentido apuntan
los recuerdos de Vera Grabe. “Todos los días nos encontrábamos con alguien que
se volvía nuestro amigo sin que supiéramos su nombre ni nos importara saberlo.
Nos enamorábamos de alguien cuya historia ignorábamos … No se prometía nada, no
se preguntaba nada. Si no debías saber del otro, si no debías preguntar qué
hacía, llegabas al extremo de no atreverte a preguntarle por sus sentimientos”.
El dilema es claro: se opta por las relaciones, y el sexo, casuales y sin
compromiso o se desafían las normas y la seguridad del grupo. “La intimidad
implica romper silencios, conocerse, contar la propia historia … El amor era
protector pero igualmente transgresor del secreto”.
Muchos años
después de reinsertada, una amiga de Vera Grabe le reprochaba aún no haber
perdido el vicio de la clandestinidad. Aceptando el reclamo, Vera lo veía claro
en “la inmensa dificultad que me costaba hablar de mí, expresar lo que sentía y
quería, contar cosas de mi vida. Si me preguntaban qué iba a hacer, a dónde iba, donde estaba, me resultaba
difícil contestar”. Si la vida en
la guerrilla deja tales secuelas en quien entró voluntariamente, bien educada,
intelectual y emocionalmente madura, consciente de su decisión, que alcanzó
posiciones de liderazgo en el grupo armado y al salir hizo públicas sus
memorias no es difícil imaginar los estragos del conflicto en quienes entraron
tal vez forzadas o engañadas siendo niñas, perdieron su virginidad en manos de
un total desconocido con autoridad militar sobre ellas, tuvieron dificultades
para asimilar las razones políticas por las que luchaban, recibieron castigos
arbitrarios por asuntos baladíes, tuvieron una vida afectiva y sexual como
mínimo inestable y azarosa, les fue negada la posibilidad de ver a su familia y
les estuvo vetada la construcción de una nueva, o de conocer algo o alguien por
fuera del grupo. Tampoco parece descabellado sospechar que esas secuelas se
manifestarán con particular rigor no en el ámbito económico o laboral, sino en
el restableciemiento de los vínculos familiares y la reinvención de las
relaciones afectivas para empezar una nueva vida.
El deseo de ser madre
Incluso las
rebeldes universitarias con buenas perspectivas de actividad política o laboral
pensaron con frecuencia en la familia que tendrían, necesariamente al dejar de
ser combatientes. Tania la Guerrillera se deleitaba pensando en los varios
mulatitos que tendría con su compañero de lucha Ulises Estrada. Parecería
redundante hacer énfasis en lo fundamental que resulta la familia en cualquier
proceso de reinserción, pero vale la pena hacerlo, por ejemplo transcribiendo
en los términos de Vera Grabe la experiencia del M-19. “La familia fue, en
medio de todo, lo perdurable: tanto la familia de origen como la que se
construye … Cuando en 1998 se realizó una evaluación del proceso de
reinserción, la absoluta mayoría de ex combatientes destacó, como uno de sus
logros más apreciables, el reencuentro con su familia y la posibilidad de
construir familia”.
En el mismo
sentido, tras su trabajo con ex combatientes paramilitares, Enzo Nussio reitera
que “tener una vida familiar estable es considerado por la mayoría de los
excombatientes como uno de sus principales logros … La familia es la red social natural y más
importante para los excombatientes”.
Zenaida señala
cómo a toda costa se trataban de prevenir los embarazos, y se pregunta por qué
los esfuerzos resultaban infructuosos. “Tenían inyecciones, pastillas y otras
cosas más, como dispositivos intrauterinos. Con todos esos métodos no sé cómo
quedaba en embarazo tanta guerrillera”. Tras los fracasos de la contracepción,
y a pesar de que “a las que quedaban preñadas los mismos comandantes les
mandaban sacar el bebé … algunas mujeres se callaban por seis meses o un poco
más”.
Eso mismo hizo
ella tras su segundo embarazo. Al sentir “los síntomas de embarazo, las ganas
de vomitar, las náuseas, el mareo” se dijo “me voy a quedar callada porque
aquí, si se dan cuenta, de una vez me hacen abortar, me sacan el bebé … Tengo
que ocultarlo hasta que lo tenga. Sé que me lo van a quitar, como me quitaron
al otro, pero al menos nace”.
Tener hijos en
la guerrilla sin esconderlo es un provilegio reservado a ciertas mujeres . Olga
Lucía Marín, comandante de las FARC, recuerda que disfrutó mucho el embarazo.
“Me encantó sentir que mi hija se movía”. Tuvo que salir del monte para tener
su hija. “Descubrí la maternidad. Es lo más hermoso del mundo. Talvez si la
hubiera descubierto antes, habría tenido más hijos. Qué lindo era tener a mi
hija en mis manos, tocarla”.
No
sería prudente encasillar a las guerrilleras que buscaron por todos los medios
tener hijos, que incluso desertaron por su deseo de formar una familia, dentro
de las discípulas de Simone de Beauvoir y otras pensadoras aún más radicales,
para quienes la maternidad es un artificio cultural impuesto. Sus historias son
precisamente contra ejemplos contundentes de esta teoría y muestran la
terquedad de inclinaciones que resisten las prohibiciones, amenazas y la contracepción
o aborto forzados. “La añoranza de tener familia siempre está presente, tanto
aquella de la cual se proviene como la que se construye o se quiere construir …
Tarde o temprano, el deseo, natural o cultural, de ser madre aparecía”. Estas
observaciones no provienen de un prelado o un político conservador sino de la
comandante y madre Vera Grabe. Sugieren que una parte crucial de la reinserción
de mujeres combatientes dependerá de sus posibilidades para optar por el
“estereotipo” tradicional de la maternidad, tan menospreciado en ciertos
círculos intelectuales.
Reconstruír la feminidad
Luego de sus
entrevistas con reinsertados Kimberly Theidon destaca la importancia de
reconstruír la masculinidad de los antiguos guerreros como requisito para su
adecuada resocialización. En esencia, sugiere desmilitarilzarla. Es probable
que el desafío de rehacer la masculinidad de los hombres que no combatieron,
para que acepten o se relacionen con una mujer ex combatiente, sea aún mayor.
Quienes siguieron con su vida deben
ser menos abiertos a los cambios culturales. Al fin y al cabo, pensarán, las
que llegan transformadas son ellas.
Igualmente
complejo podría ser el desafío de alterar la feminidad de las mujeres que
vuelven del conflicto. Si para los hombres la principal dificultad radica en el
cómo se puede lograr eso, para ellas puede haber incluso desacuerdos en cuanto
a la necesidad de hacerlo. No siempre las secuelas de la vida militar se
perciben como un pasivo. En su tesis de grado de una universidad bogotana, una
politóloga anota que “las FARC son un paso para la liberalización y la madurez
femenina. Es decir, se rompe con los estereotipos tradicionales de lo femenino
y lo masculino. La mujer que ingresa a las FARC deja de ser una mujer
subordinada, maltratada, sin importancia, dedicada exclusivamente a las labores
domésticas para convertirse en una mujer libre, importante como consecuencia de
su rol dentro de la organización y con poder dado por el arma que porta”.
De
cualquier manera, la experiencia de diálogos anteriores y en otros países
sugiere que cuando los temas de género no se abordan desde el principio
explícitamente, sobre todo por mujeres, luego quedan excluídos de la agenda y
de los programas post-conflicto. Este punto es crítico en Colombia para las futuras
desmovilizadas, con alto riesgo de exclusión y discriminación. Luego de varios
talleres con excombatientes se encontró que la experiencia en la guerrilla
puede ser un factor de respeto para ellos pero de desprestigio para ellas. Los
padres que se fueron a la guerra dejando a sus hijos regresan como héroes, las
mujeres como madres que los abandonaron o, si se las reclutaron niñas, como
mujeres promiscuas.
El
rechazo es tan extendido que surge de donde menos se esperaría. Como lamenta
una reinsertada “yo tengo amigas feministas y a veces trabajamos juntas, pero
muchas veces no me siento cómoda porque hay algo allí, como un recelo, y es
súper sutil, es muy sutil … hay algo raro en ellas; como que no le perdonan a
uno, yo no sé … Yo sí he sufrido la estigmatización de parte de las mujeres
feministas; a ellas les parece pavoroso que uno haya estado en la guerra … hay
un poco de ¡qué pereza las guerreras!”.
El abismo del posconflicto
La
brecha que separa la ardua vida de las jóvenes farianas de la romántica y
excitante trayectoria de Tanja sin duda aumentará en el posconflicto. Al fin y
al cabo, a pesar de lo diferentes que fueron los entornos sociales, económicos
y familiares de la holandesa y las campesinas antes de vincularse a la lucha
armada, su vida en el monte ha transcurrido básicamente dentro de la misma
rutina y, salvo ciertas prerrogativas con el reglamento, unas y otra han
soportado los mismos rigores y avatares de la vida clandestina en medio de la
guerra. Esta aparente similitud es transitoria. Para la holandesa el paso por
la guerrilla colombiana se ha ido convirtiendo en un trampolín hacia una tal
vez rutilante carrera política o en la burocracia internacional, mientras que
para sus compañeras de lucha la metáfora más adecuada sería la del rodadero o
despeñadero hacia una vida tan azarosa y precaria como la que llevaban de niñas
al ser reclutadas por el grupo armado.
Desde
el punto de vista estrictamente laboral, y de acuerdo con lo que reportan las
mujeres desmovilizadas en la encuesta de la FIP, su situación empeoró con el
conflicto. Es mayor el porcentaje de las marginadas del circuito económico
después de la desmovilización que antes de su reclutamiento. Aunque la encuesta
no da mayores detalles sobre las condiciones bajo las cuales las mujeres
trabajan como empleadas o en un negocio, su situación laboral no difiere
sustancialmente de la de los desmovilizdos varones. Cerca de la mitad de las
mujeres y un porcentaje levemente inferior de los hombres consiguen un empleo,
mientras que alrededor de la quinta parte -tanto ellas como ellos- terminan
trabajando en un negocio propio.
“Soy
mujer y he hablado con guerrilleras presas y son jodidísimas, muchas incluso
más que los guerrillos. Tienen carácter, personalidad, son fuertes. O sea, de
bobas no tienen un pelo, están bastante formadas y disciplinadas”, anota una
comentarista a un artículo sobre las combatientes. Es probable que la
sagacidad, el manejo del riesgo, el respeto a la autoridad mezclado con la
ruptura de ciertos esquemas de subordinación y de estereotipos de género ayude
a la reinserción laboral de las reinsertadas. Valdría la pena tratar de
identificar los sectores económicos para los cuales sus habilidades de
guerreras con una vida privada totalmente regulada podrían ser un activo.
Es
en el ámbito extra económico, y en particular en el de la vida de pareja, en
donde se hacen palpables y se consolidan las diferencias por género que se fueron
configurando a lo largo de la vida en el grupo armado. La principal diferencia
tiene que ver con la posibilidad que tienen los hombres, mucho más que las
mujeres, de tener una relación de pareja por fuera del grupo armado, y por esa
vía formar una familia no directamente vinculada a la guerra.
“Nos
conocimos cuando yo estaba dentro de las autodefensas y después de que nos
desmovilizamos nos casamos y eso” anota un ex combatiente de Barrancabermeja.
“La espera de Penélope estaba reservada a las mujeres y madres de hijos e hijas
de compañeros, quienes estaban por fuera del conflicto” señala Vera Grabe sobre
la asimetría de la vida de pareja en el M-19. No parece existir el equivalente
masculino de Penélope, que espera a la guerrera volver a casa. Los hijos, en
los casos excepcionales en los que se permite tenerlos a las mujeres, son de
guerrilleros y terminan siendo entregados a famiias de terceros para que los
críen.
Para
las mujeres reinsertadas las perspectivas pintan precarias, bastante más que
para sus compañeros varones. No se conocen esquemas adecuados de reinserción a
la sociedad que, en forma adicional a un empleo, dependen de reparar vínculos
familiares y reinventar relaciones de pareja. Marta señala que “por estas experiencias de abuso sexual siendo tan
joven, aprendí a odiar a los hombres. Todos los días se veían muchos atropellos
a los que nos sometían como mujeres, independientemente de nuestra edad … Aprendí
que la mujer para los hombres de las FARC, es un objeto sexual que sirve además
para matar y para cocinar”.
Después
de entrevistar paramilitares desmovilizados, Enzo Nussio anota que “para
algunos ex combatientes, y particularmente para las mujeres la vegüenza es su
legado emocional predominante. Esto está en parte relacionado con el
sentimiento de haber descuidado obligaciones importantes hacia sus familias o
sus novios”. Una ex combatiente de Barrancabermeja lo resume, “para mí eso no
es orgullo, para mí eso es vergüenza”.
Para
Tanja Superstar, por el contrario, el porvenir luce glorioso. “Yo veo el futuro
con mucho optimismo , estamos trabajando, educando a la gente, preparando la
toma del poder … Estamos preparándonos como una guerrilla que en el futuro
pueda dirigir el país … Aquí me moriré en esta selva o me verán en Bogotá en
primera línea” proclama entusiasta en una entrevista. En esa rutilante carrera
posconflicto habrá menos bala pero no menos acción: política, mundo,
admiradores cultos, entrevistas, biografías, películas. Ella lo presiente. Por
algo en un mensaje a su familia canta “no llores por mí Argentina” fungiendo de
Evita, la amante del pueblo, de los descamisados.