Publicado en El Espectador, Febrero 2 de 2017
Ramírez Heredia, Rafael (2004). La Mara. México: Alfaguara
En Colombia la literatura copó espacios
del ensayo, la historia y hasta la criminología. Ese sería el origen del
irrespeto por la evidencia de intelectuales y activistas que viven de
ficciones.
Mario Jursich recogió perlas de
escritores a raíz del asesinato de la niña indígena. “Uno pide públicamente una
pistola para ir y matar al hijupueta; otro conceptúa que Rafael Uribe es
"la pareja soñada" para el 85% de las mujeres colombianas; el de más
allá sostiene, con la mano en la barbilla, que el causante de todo esto es
¡Maluma! y otro más, crítico implacable del paramilitarismo, exhorta a que
ahorquemos al homicída en una plaza pública".
Carlos Granés anota que en
latinoamérica, “han sido los novelistas quienes han contagiado al mundo con sus
fantasías. Los ensayistas no hemos tenido tanta suerte”. Yolanda Reyes
recomienda a una escritora para quien: “en una época de miedo y división, la
ficción juega el rol vital de dramatizar la diferencia y fomentar la empatía”,
pero no precisa que para complementar, no sustituír, el ensayo, o la historia,
que deben ser rigurosos y basados en la evidencia, no en una imaginación
fecunda. Empezando por García Márquez, nuestros escritores han sido pésimos
analistas. Casi siempre parcializados, ejercen sin pudor pero con éxito ese
oficio.
Hace dos siglos, con la
industrialización y el crecimiento urbano, el robo se volvió el delito más
común. En Oliver Twist, Charles Dickens sugiere que la pobreza explica esa
tendencia; describe una pandilla de niños, liderada por Fagin, y muestra la
valentía y destrezas de esos tiernos carteristas. En realidad, el agresor
típico de la época era un adulto trabajando con dos personas más. Dickens tal
vez rejuveneció la banda por mero sensacionalismo. Los robos a las casas eran
un dolor de cabeza y Bill Sikes, el ladrón profesional asociado con Fagin,
encajaba bien. Sin embargo, el grueso de los hurtos ocurrían en los suburbios o
áreas rurales y eran cometidos por sirvientes o personas conocidas de los
afectados. El afán por conmover, y ganar lectores, importaba más que la
descripción precisa de lo que ocurría. Un programa de prevención del delito
basado en la obra de Dickens hubiese sido un fracaso.
El novelista mexicano Rafael Ramírez
Heredia, autor de La Mara -la pandilla centroamericana- señala que “los
sociólogos, los antropólogos y los historiadores tienen una mirada perdida. Se
tratan de justificar sus propios razonamientos.… ¿Por qué no puedo contar la
historia desde un tinte novelístico, sin tener que enfrentarme al problema de
los sociólogos y los historiadores? Ellos son como las gitanas; egocéntricos, quieren contar la
historia a su modo. Las gitanas bailan de perfil, para dar un paso, luego, se
ven las nalgas y se aplauden”. Ya es
estándar ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Sería
ingenuo pensar que escritores como Ramírez Heredia o los que moldearon la
visión del conflicto colombiano, no tienen mirada perdida, ni nalgas, ni agenda
política, ni echan línea con más comodidad que cualquier historiador o
ensayista, sin citar fuentes, sin chequeos ni restricciones.
Una novela corta de Dickens, Tiempos
Difíciles, tuvo un doble propósito: comercial e ideológico. Las ventas de su
semanario, Household Words, venían cayendo y la publicación por capítulos
permitió recuperarlas. Otro propósito era ridiculizar a los utilitaristas,
“aquellos que ven números, promedios, y nada más”. Uno de los blancos de sus
críticas fue J.S. Mill, caracterizado en la novela por el duro personaje de
Louisa Gradgrind, persona analítica, con formación lógica, matemática y
estadística, pero incapaz de sentir compasión. Es frecuente la contraposición
entre el rigor cuantitativo y a capacidad de compasión. Los Gradgrind son
fríos, calculadores, pero incapaces de sentir afecto; no comprenden la miseria
humana. Nada tan familiar como esa dicotomía en los debates sobre la violencia,
o nuestra guerra, que enfrentó a cínicos indiferentes con progresitas que aman,
que saben cómo sufre el pueblo.
Las estadísticas son tan duras e inhumanas como los militares, policías y
médicos legistas que las manejan.
La buena ficción conmueve, despierta
empatía. La evidencia condena, es inapelable. Para tomar decisiones de política
pública, sería razonable que la literatura ayudara a interpretar humanamente
las estadísticas, pero también que los datos se usaran para contrastar qué tan
verosímiles y representativas son las ficciones. Cuando argumentos literarios
conmovedores reemplazan las descripciones y explicaciones realistas, las
recomendaciones pueden resultar ineficaces, hasta desastrosas. Pensando en la
criminología de Dickens a veces preocupa que en las negociaciones de paz haya
influído demasiado una saga proustiana tipo “Narcos, en busca de la tierrita
perdida”.
Jones David (1982). Crime, Protest, Community and Police Police in Nineteenth-Century Britain. Londres: Routledge & Kegan Paul, p.125.
Friedman, Davir (1995) "Making Sense of English Law Enforcement in the Eighteenth Century": Santa Clara Digtal Commons, Jan 1
Friedman, Davir (1995) "Making Sense of English Law Enforcement in the Eighteenth Century": Santa Clara Digtal Commons, Jan 1
León, Juanita (2017) 'Si las Farc insisten en los viejos esquemas, los habrán emboscado'. La Silla Vacía, Ene 4
Morgado, Ignacio (2017). “Razones científicas para leer más de lo que leemos”. El País, Ene 16
Ramírez Heredia, Rafael (2004). La Mara. México: Alfaguara
Rubio, Mauricio (2007). De la Pandilla a la Mara. Pobreza, Educación, Mujeres y Violencia Juvenil. Bogotá: Universidad Externado de Colombia. Versión digital
Smalls, Lea (1999). “Crime and Its Popular Manifestations in The Nineteenth Century” www.gober.net/victorian/reports/crime.html