Publicado en El Espectador, Mayo 10 de 2018
Evitar
el peligro para sobrevivir es un reflejo inconsciente en todas las especies. Cuando
una persona enfrenta una amenaza súbita contra su vida, sofisticadas
capacidades intelectuales resultan lentas, inocuas. Para detectarla y eludirla,
la parte más primitiva del cerebro dispone de mecanismos inmediatos de
reacción. La conducta específica puede variar –huír, pelear, gritar,
paralizarse- pero el detonante es común: reflejos pre-programados,
involuntarios, que operan antes de que el cortex cerebral decida el curso de
acción.
“¿Qué
manifestación hizo de que no quería mantener esas relaciones?” le preguntó el
juez Ricardo González a la víctima de violación grupal por La Manada durante
las fiestas de San Fermín. De manera espontánea ella aclaró que “ho hablaba,
estaba con los ojos cerrados y no hacía nada”. Por esa respuesta y otras con
las que la joven aceptó no haber luchado contra los violadores, González
redactó un alegato para que sus colegas los liberaran pues, según él, no la
agredieron ni intimidaron. Logró convencerlos parcialmente.
En
2012, el mismo juez le había preguntado a otra víctima “¿se opuso usted al
violador?”. En aquella oportunidad, la respuesta fue afirmativa, la joven
intentó zafarse. González percibió esa réplica como prueba irrefutable de
violencia y el atacante fue condenado; para él, que haya o no agresión
dependería de la respuesta de quien la sufre. Como bien señala Elvira Lindo,
indignada por el fallo, es absurdo pensar que la violación solo se produce si
“nos agarran del cuello o nos ponen un cuchillo en el pecho, si hay desgarros,
si hay desangre o si hay muerte”.
El
juez González y sus colegas desconocieron la diversidad de reacciones ante el
peligro, mediadas directamente por la parte más primitiva del cerebro. Además,
ignoraron muchos testimonios de mujeres violadas en los que son comunes las
alusiones a la absoluta falta de reacción frente al ataque: simplemente se
paralizan, tal vez cierran los ojos, y no hacen nada, esperan a que todo pase cuanto
antes. Quedarse inmóvil es con frecuencia la mejor respuesta ante el peligro:
“las presas que se paralizan tienen mayores chances de sobrevivir puesto que el
cortex visual y la retina de los depredadores mamíferos evolucionó básicamente
para detectar objetos en movimiento”. Hay evidencia experimental de que los
violadores muy agresivos se excitan más con las escenas de sexo forzado que con
las consensuales. Así, se puede especular que algunos de ellos preferirán una
víctima que luche o trate de escapar a una totalmente pasiva.
A
pesar de la importancia de este mecanismo, muy poco trabajo empírico ha abordado
la inmovilidad como respuesta a un ataque. Destacar la posibilidad de esta
reacción ante la violación no implica minimizar el daño ocasionado, ni avalarla,
ni mucho menos promoverla. Todo lo contrario: fue la ignorancia de los jueces
españoles sobre tales reflejos instintivos lo que condujo a una sentencia
perversa para disuadir la
violencia sexual.
Que
la víctima de la Manada reconociera su inacción no implica que todo su cuerpo
estuviera en situación de completa pasividad. Es probable que reaccionara
automática e inconscientemente para minimizar el daño ocasionado por la
violación. “La experiencia de excitación vaginal, lubricación e incluso
orgasmo” son posibles manifestaciones genitales instintivas, que no dependen de
una conducta intencional. “Parece haber un mecanismo autónomo que crea
excitación a un nivel subcortical para activar y aumentar el flujo sanguíneo
vaginal y la producción de fluido lubricante”. Instintivamente, el cuerpo
mitiga el traumatismo físico causado por una penetración forzada. Mujeres
desinformadas sobre este efecto podrían experimentar confusión y culpa que
obstaculicen la denuncia de un ataque.
Cuando
Brigitte Lahaie, ex actriz porno francesa crítica del #MeToo, osó anotar que
podía haber goce durante una violación, las feministas casi la crucifican: la
acusaron de defender la violencia sexual y la obligaron a retractarse. Quienes
han estudiado sistemáticamente esa reacción corporal, contraintuitiva e
insólita, la defenderían del fanatismo: “tales escenarios pueden ocurrir y ni
la excitación ni el orgasmo indican que las personas hayan consentido la
estimulación”. La defensa de un violador basada en evidencia de excitación
genital o climax, incluso la aceptación de la víctima de haberlos sentido, no
deberían tener ninguna repercusión judicial. Sería cuestión de supervivencia,
no voluntad de consentimiento.
Los
autores de la sentencia contra la Manada le creyeron a la víctima, pero
interpretaron mal su reacción. Erraron al limitarse a la reflexión racional,
simplista y normativa; imaginaron qué se debe hacer –peor aún, qué habrían
hecho ellos- en determinada situación en detrimento de un análisis informado y
pragmático, ignorando resultados de la medicina forense y la sexología
experimental. El idealismo anti científico es fuente de injusticias, como la
promovida por el juez González, desconfiado de los instintos, aferrado a una
seudo empatía imposible, incapaz de entender la naturaleza humana.
* Facultad de Economía – Externado de
Colombia
Bensussan, Paul et Marie de Vathaire (2018) “Défense de Brigitte Lahaie”. Causeur, 24 Janvier
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