Publicado en El Espectador, Diciembre 3 de 2015
En algunos hogares progresistas un hijo
homosexual debe ser un antojo; en los conservadores, la maldición. La
tecnología para elegir existe, no es de punta pero sí costosa: en recursos,
riesgo y dilemas.
Si se quiere un retoño gay, la mejor
opción es tener previamente varios hijos varones. La familia pequeña disminuye
ese chance. El dilema entre contracepción y homofobia se descubrió hace décadas
al observar que los homosexuales reportaban sistemáticamente más hermanos que
quienes no lo eran. El mismo patrón aparecía en las estadísticas históricas de
algunos países. Después se constató que la asociación no es con los hermanos
nacidos después, ni con las hermanas, mayores o menores. A las mujeres no les
pasa: nacer lesbiana es independiente de la fratría. Por tratarse de la
secuencia de nacimientos y no del tiempo vivido con la familia se descartaron
factores educativos. La influencia de los hermanos mayores persiste al crecer
separados, no se da entre medio hermanos, ni con adoptados. Todo apunta a un
efecto biológico del historial de embarazos.
Una hipótesis consistente con todas
estas observaciones es la de una reacción inmunitaria de la madre gestante. Con
embarazos masculinos sucesivos, cada embrión actuaría como un cuerpo foráneo
que secreta más proteínas invasoras que un embrión femenino. Esta “inmunización
maternal progresiva” por acumulación de anticuerpos es similar a la del factor
Rh+ de un embrión sobre la madre Rh negativa. El primero de esos hijos nace casi sin complicaciones pero
los siguientes sufren rechazo de un entorno alterado por gestaciones
anteriores. “Las madres embarazadas de un niño que ya han tenido hijos antes,
producen anticuerpos contra proteínas masculinas aún no identificadas y esos
anticuerpos afectan el desarrollo de ciertos aspectos del cerebro implicados en
la determinación de la orientación sexual”. Aún no se sabe qué otras
características de la sexualidad se afectan por este “orden de nacimiento
fraternal”. Ray Blanchard, investigador canadiense que lidera estos estudios,
estima que cada nuevo hijo tiene 30% más de chances de ser gay que el anterior
y calcula que una cuarta parte de los homosexuales existentes lo son por este
factor.
La homosexualidad masculina habría
disminuido con el menor tamaño de las familias. Por su veto al control natal y
al aborto, la Iglesia podría haber fomentado una de sus grandes molestias; que
haya sido un vínculo inadvertido no elimina, hacia adelante, la incoherencia de
condenar algo que se ha promovido.
Otra vía para tener mayores chances de
un hijo gay es bien arriesgada: aumentar drásticamente la ansiedad y la
angustia durante la gravidez. Por defecto, la tranquilidad cuando se espera un
hijo favorece su heterosexualidad. La asociación entre condiciones prenatales y
orientación sexual la sugirió el impacto de los ataques y bombardeos al final
de la segunda guerra mundial sobre las alemanas embarazadas: una mayor
proporción de hijos gays. Inspirado en investigaciones experimentales con
ratones, el endocrinólogo Günter Dörner planteó que la homosexualidad resultaba
de una ‘desmasculinización’ del cerebro de los embriones causada por excesivo
estrés materno. Hizo el seguimiento a un grupo de gays para averiguar si sus
madres habían sufrido incidentes tensionantes antes de que ellos nacieran.
Encontró un máximo atípico y significativo de homosexuales en las cohortes
nacidas en Berlín entre 1942 y 1946. El pico era transitorio y correspondía a
los embarazos ocurridos cuando acababa la guerra.
Trabajos posteriores para contrastar
esta hipótesis encontraron que el estrés debe ser severo. Un trasteo, exceso de
trabajo, enfermedad o muerte de una persona cercana no bastan. Ya se identificó
la endocrinología del efecto: el nivel elevado de cortisol por estrés excesivo
de la embarazada alteraría la producción de ciertas hormonas fetales. Con esta
teoría, cabe especular si el aparente aumento del número de homosexuales en
Colombia podría ser otra secuela de la violencia y el conflicto armado: las
tensiones sin duda han sido extremas para muchas mujeres.
Afectar la orientación sexual de un
futuro hijo es demasiado costoso y las familias seguirán prefiriendo la
contracepción y unos pocos embarazos sosegados. Ojalá la militancia, siempre
alerta y susceptible, no perciba aquí una conspiración que, esta vez, no se le
puede achacar a la extrema derecha de guerreristas con muchos hijos, como Dios
manda. Es una paradoja bien cruel que la homofobia recalcitrante provenga de
quienes, sin saberlo, han cultivado con esmero condiciones favorables para que
nazcan bebés gays.
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