Publicado en El Espectador, Febrero 23 de 2017
Harris, Judith Rich (1995). “Where Is the Child's Environment? A Group Socialization Theory of Development”. Psychological Review, July 1995
“¿Tienen los padres un efecto importante en el desarrollo de la
personalidad de sus hijos? Este artículo examina la evidencia y concluye que la
respuesta es no”.
Con esta herejía se iniciaba el artículo publicado en una revista
de psicología en 1995 por una desconocida, Judith Rich Harris, que atacaba
frontalmente todo lo que el mundo académico e intelectual proclamaba saber
sobre los efectos de la crianza.
La principal respuesta que obtuvo la autora fue el reverso de una
célebre frase colombiana: “no sabemos quién es usted”. Por fortuna,
en la academia hay siempre ovejas descarriadas,
sin prejuicios, abiertas a innovaciones, así revuelquen
sus creencias. Steven Pinker, quien ya era una autoridad, alabó ese artículo que
había transformado su visión del proceso de crianza, e invitó a la autora a exponer
en un libro sus planteamientos. En el prólogo a la primera edición, Pinker
confesaba que el privilegio de estar entre los primeros lectores de ese texto
electrizante había sido “uno de los puntos más altos de mi
carrera como psicólogo”. Predecía que ese pedazo de ciencia seria y original
“será vista en el futuro como un punto de quiebre en la historia de la
psicología”.
Por siglos, la personalidad de los hijos se percibió como parte del
destino. La noción de que la crianza es fundamental fue de Sigmund Freud, quien
construyó un complejo escenario en el que las dolencias psicológicas de la vida
adulta dependen de eventos ocurridos durante la niñez, con responsabilidad crucial
de unos padres que causan angustia simplemente por estar ahí. El conductismo, doctrina
psicológica surgida como reacción al psicoanálisis, rechazaba el grueso de los
planteamientos pero conservaba la premisa básica de que la infancia temprana es
trascendental. Los padres siguieron siendo importantes ya no como Edipo o
Electra sino condicionando respuestas o administrando premios y castigos.
El escepticismo de Judith Harris surgió de observar detenidamente
su entorno. En sus épocas de estudiante, cuando era vecina de una familia
inmigrante rusa, le asombraba que padre y madre hablaran el idioma nativo pero
sus hijos dominaran el inglés. Los menores no habían aprendido el lenguaje, ni
la forma de vestir, en casa sino con sus amigos y compañeros. Las novelas de
misterio inglesas le mostraron a Harris varones de clase alta que tampoco cuadraban con el supuesto hogar determinante. El hijo de
una familia aristocrática casi no vivía con ella pero al volverse adulto era
todo un “british gentleman”, una copia de su padre, quien literalmente no había
tenido nada que ver con una crianza de nodriza, nanny e internado.
La tesis alternativa de Harris, de estirpe darwinista, está basada
en hallazgos de genética comportamental, análisis sociológicos de las dinámicas
de grupo e investigaciones psicológicas que muestran que el aprendizaje es
altamente específico al contexto. Estudios con gemelos y mellizos criados
separadamente sugieren que los factores hereditarios explican entre el 40% y
50% de la variabilidad en las características de la personalidad. La influencia
de la familia en la que crecemos rara vez pasa del 10%. El saldo, o sea entre
el 40% y 50% de la varianza en las personalidades, se explica por factores
ambientales no compartidos, o sea personales e individuales. Sobre esa dinámica
se sabe poco.
La principal conclusión de Harris es que los niños “aprenden cómo
comportarse por fuera de su hogar volviéndose miembros de un grupo social”
desde la guardería, luego la escuela, las amistades, el equipo, la banda o la
pandilla. Entre más común sea la familia nuclear en una sociedad, mayor
pertinencia tiene Harris, pues es dentro de los grupos fuera de ella “que las
características psicológicas con las que el niño nace quedan permanentemente
modificadas por el entorno”. La asimilación y la diferenciación determinan la
adaptación: la primera transmite las normas culturales, la segunda consolida y
exagera las diferencias individuales. Cuál de estos procesos dominará depende
del contexto específico de cada quien, con un importante factor de azar.
Esta teoría es un verdadero alivio para quienes a veces nos
sentimos demasiado responsables del futuro de la prole. Se puede bajarle al
estrés. Escogida la pareja y transmitidos los genes, no es mucho lo que
aportamos, salvo proteger su entorno: estar alertas cuando se junten con
crápulas, sacarlos de ambientes tóxicos, mantener estrecho contacto con el
sistema educativo y todos los ámbitos donde desde temprana edad se configuran los
grupos de pares y normas sociales. Es ahí que nuestras crías, siempre únicas
–como sabe cualquiera con más de una- acumulan experiencias, también
particulares e impredecibles, se las arreglan para sobrevivir y luego
reproducirse, si les da la gana.
Harris, Judith Rich (2009). The Nurture Assumption. Why Children Turn Out the Way They Do. NY: The Free Press
Kanazawa, Satoshi (2008). “The 50-0-50 rule: Why parenting has virtually no effect on children” Psychology Today, Sep 7