Publicado en El Espectador, Septiembre 20 de 2018
Escobar, Eduardo (2018) “La trágica erosión de lo sagrado”. El Tiempo, Sep 11
Correa, Pablo (20189. ““La ciencia me dio el porqué y la religión el para qué”. El Espectador, Sep 15
Pedersen, O. (1985). "The Galileo affair: A meeting of faith and science" Proceedings of the Cracow Conference, May 24-27
Stark, Rodney (2016). Bearing False Witness. Debunking Centuries of Anti-Catholic History. Templeton Press
“La ciencia
me dio el por qué y la religión el para qué” anota el padre jesuita Nelson
Velandia, doctor en física y especialista en agujeros negros, relatividad y
geometría diferencial. Con la obsesión progresista y la intolerancia rampante
habrá quienes critiquen esta entrevista a un creyente, obvio sospechoso de ser
“antiderechos”, por no haberle preguntado si apoyaba el aborto.
Galileo
Galilei (1564-1642) padre de la astronomía y la física modernas tuvo un
enfrentamiento con la Inquisición que se ha presentado como prueba del
conflicto insalvable entre religión y ciencia. A sus 52 años fue condenado a
arresto domiciliario y así murió. Los análisis recientes del juicio sugieren
que sus problemas los causaron tanto sus ideas como su soberbia: “la actitud
del inquisidor fue al menos tan científica como la de Galileo”.
Uno de sus
biógrafos lo denomina anticristo, cuando siempre fue un hombre profundamente
religioso. “Si hubiera sido menos devoto, no habría ido a Roma (ante la Inquisición).
Venecia le ofreció asilo” anota un historiador. Su correspondencia confirma que
fue un creyente convencido. “Debemos recibir nuestras vidas como el mayor
regalo de las manos de Dios, quien pudo no haber hecho nada por nosotros”.
Sobre sus dolencias y achaques de viejo anotaba que “el Señor así lo desea y
debemos aceptarlo”. Para Galileo, Dios era el último consuelo pero también la
fuente de toda verdad. “Si tuviera que preguntar quién creó la luna, la tierra,
las estrellas, sus configuraciones y sus movimientos, la respuesta sería que
son obra de Dios; si preguntara quién dictó las Sagradas Escrituras, la
respuesta sería el Espíritu Santo... Entonces el mundo es la obra y las
escrituras son la palabra del mismo Dios”.
Rodney Stark
señala que la llamada revolución científica es una burda simplificación para
desacreditar a la Iglesia y desvirtuar sus aportes al avance del conocimiento,
centrándola en la Illustración y separándola del pensamiento escolástico. El
punto de quiebre entre el atraso medieval y la racionalidad científica ha sido
situado en Nicolás Copérnico (1473-1543) ignorando por completo cómo fue
educado. La idea de que la tierra gira alrededor del sol no surgió de la nada,
no fue ningún rompimiento radical
sino un paso adicional en la larga sucesión de descubrimientos e innovaciones
durante varios siglos.
El mismo
Stark señala que en el camino hacia la ciencia moderna hubo contribuciones de
destacados pensadores escolásticos como Robert Grossesteste (1168-1253)
estudiante, luego canciller de Oxford y obispo de Lincoln, la mayor diócesis
inglesa. Su principal contribución, el principio de “resolución y composición”,
planteó la conveniencia de razonar inductivamente, de lo particular a lo
general, y luego deductivamente. Su énfasis en la observación como soporte del
conocimiento lo llevó a proponer el experimento controlado. Alberto Magno
(1200-1280), educado en Padua, enseñó teología en la Universidad de París,
donde Tomás de Aquino fue su discípulo. Propuso pruebas empíricas para contrastar
postulados de Aristóteles y otros filósofos griegos. Hizo contribuciones
importantes en geografía, astronomía y química. Predicaba a sus alumnos no
aceptar acríticamente el pensamiento clásico sin poner en duda la sabiduría
tradicional y buscar observaciones confiables sobre los cambios en la naturaleza
que son muy graduales. Roger Bacon (1214-1295) estudió en Oxford y trabajó en
la Universidad de París antes de volverse franciscano. Hizo énfasis en el
empirismo sobre el argumento de autoridad. Guillermo de Ockham (1295-1349),
franciscano dedicado a la enseñanza, propuso el principio de parsimonia que aún
se enseña. Nicolás d’Oresme (1325-1382), obispo de Lisieux, fue el primero en
plantear que la tierra giraba sobre su eje, dando la ilusión del movimiento de
otros planetas. Todos estos pensadores eran conocidos por Copérnico, que fue
formado en universidades escolásticas italianas.
Alfred North
Whitehead (1861-1947), coautor con Bertrand Russel de Principia Mathematica, anotaba que “la fe en la posibilidad de la
ciencia fue una consecuencia directa de la teología… La gran contribución del
pensamiento medieval al movimiento científico fue la inexpugnable creencia en
la existencia de un secreto, de un secreto que puede ser develado. ¿Cómo pudo
esta convicción haber quedado tan vívidamente implantada en la mente europea?
Debe venir de la insistencia medieval en la racionalidad de Dios”. Creer en un
orden natural que se debe y se puede descubrir es una sofisticada herencia
intelectual del cristianismo que tan bien encarna el padre Velandia. Whitehead
concluía que otras religiones, como las asiáticas, eran demasiado irracionales
para sostener un pensamiento científico.
Sin
profundizar en los aportes del cristianismo al sistema legal europeo y, por esa
vía, a las instituciones democráticas, la defensa de los derechos humanos y de
la igualdad, incluso de género, es lamentable que la militancia anticlerical ni
siquiera conozca la historia y el legado de una Iglesia en crisis, rezagada y
reaccionaria, que tal vez peca por pura soberbia cardenalicia: aferrarse a ese
pasado influyente al que tanto le debemos.
Escobar, Eduardo (2018) “La trágica erosión de lo sagrado”. El Tiempo, Sep 11
Correa, Pablo (20189. ““La ciencia me dio el porqué y la religión el para qué”. El Espectador, Sep 15
Pedersen, O. (1985). "The Galileo affair: A meeting of faith and science" Proceedings of the Cracow Conference, May 24-27
Stark, Rodney (2016). Bearing False Witness. Debunking Centuries of Anti-Catholic History. Templeton Press