Machismo, seducción y aborto

Publicado en El Espectador, Noviembre 1 de 2018

Se está tramitando en el congreso una ley que ataca la pepa dura del machismo. Si sale adelante, la carga de la prueba sobre la paternidad recaerá en los hombres, para negarla, en lugar de la misión imposible que siempre han soportado las mujeres, demostrarla.

La revolucionaria iniciativa, del partido conservador, aumentará los costos de la infidelidad masculina, favoreciendo a muchas mujeres. Y tendrá repercusiones sobre el aborto, tal vez la prostitución y hasta la distribución del ingreso.

Por falta de una herramienta eficaz como la prueba ADN para confirmar parentesco, buena parte de la historia de la familia en Latinoamérica se podría reducir a hombres irresponsables que sedujeron mujeres para, al quedar embarazadas, abandonarlas a su suerte como madres solteras de una prole no reconocida, sin derechos.

Desde los conquistadores, muchos de ellos casados en España, la unión usual con las indígenas fue el concubinato, “las más de las veces fecundo” en “ilegítimos, naturales o bastardos”. Esa primera generación de mestizos preocupó al rey quien en 1533 sentenció que “en esa tierra hay mucha cantidad de hijos de españoles, los cuales andan perdidos, e muchos dellos se mueren y los sacrifican… Me fue suplicado mandase que fuesen recogidos en un lugar adonde se curasen o fuesen mantenidos ellos y sus madres”. Durante la Colonia, “las mujeres sin respaldo de la justicia eran presa fácil del abandono. Jóvenes y cargadas de hijos, sólo tenían la opción de amancebarse con otros hombres, aumentando aún más su prole”. A finales del siglo XVI, en casas principales de Santa Fe y Tunja podía haber “treinta o cuarenta muchachas indígenas de servicio a las que sus amos ponían todos los impedimentos para casarse, pues temían perderlas”. En ese símil de harem no era habitual reconocer descendientes. A mediados del siglo pasado, Virginia Gutiérrez documentó el viacrucis de mujeres que criaban sólas hijos de diferente padre. Cuando hace dos décadas se investigaron rigurosamente los abortos en Colombia, se encontró que una proporción no despreciable eran decididos por amantes casados de la mujer embarazada. 

En Norteamérica colonial hubo menos impunidad. Había abortos forzados de muchachas pobres, subordinadas y amantes de un varón poderoso opuesto al nacimiento extramarital, pero la justicia podía caer. Un capitán que sedujo a una esclava y la obligó a beber un abortivo recibió condena por “adulterio, fornicación e intento de asesinato”. En 1663, un médico de Maryland fue acusado por su criada de haberla violado y darle una pócima contra su gravidez. No fueron casos aislados: en varias oportunidades las autoridades manifestaron preocupación por la cantidad de “criadas solteras engañadas con un hijo” que denunciaban su situación.

Muchos embarazos se resolvían con matrimonio y reconocimiento de la paternidad. En Massachussets la madres solteras tenían que revelar, durante el parto, el nombre del padre. Se pensaba que en tales circunstancias la mujer era incapaz de mentir. Y aunque el señalamiento no bastaba para un juicio por adulterio, el “presunto padre” contraía la obligación de asistir económicamente al hijo. La presión social recaía sobre el progenitor esquivo, no sobre la madre, considerada víctima. Así, las tasas de ilegitimidad fueron muy bajas, menos del 3% de los nacimientos, cuando en varias ciudades latinoamericanas superaron el 50%.   

Con la urbanización y las migraciones, el escenario cambió. Lejos de la familia, la solución matrimonial se volvió excepcional y el comercio sexual aumentó. Tras la Guerra de Secesión fue notorio el incremento del aborto. Según los médicos, a las jóvenes “seducidas bajo promesas y después abandonadas por sus traidores” se sumaban en gran número embarazadas que “seguían su vocación antinatural”, un eufemismo para la prostitución. En Abortion Rites, Marvin Olasky estima en 100 mil los abortos anuales, la mayor parte de prostitutas, precursoras ignoradas de la lucha por despenalizar la interrupción voluntaria del embarazo. Con cierta desfachatez, el feminismo ha silenciado ese estrecho vínculo histórico para legitimar el aborto y, simultáneamente, criminalizar el sexo pago.

Hasta hace poco en Colombia un escenario típico de entrada a la prostitución era la campesina que emigraba a la ciudad como empleada doméstica para ser abusada por quienes la echaban a la calle al quedar embarazada, seguros de que jamás reclamaría la paternidad. Era la palabra de ella contra la del patrón y los señoritos.


Para las múltiples variantes de esa situación ancestral y leonina servirá la nueva ley, si es que la aprueban los padres de la patria. No querrán hacerla retroactiva. Como la reforma no afectará a ninguna diva, las feministas progres no le pararán bolas: pensarán que el cambio cultural y el sexo minuciosamente consensual que pregonan la hacen redundante; tal vez aleguen que se trata de otra zancadilla patriarcal contra el poliamor, la diversidad familiar y el derecho a abortar que, parecería, no incumbe ni al padre.





ET (2018). "Los hombres tendrían que aportar la prueba para negar su paternidad". El Tiempo, Oct 19


Martinez, Aída y Pablo Rodríguez (2002). Placer, dinero y pecado. Historia de la Prostitución en Colombia. Bogotá: Aguilar


Olavsky, Marvin (1992). Abortion Rites: A Social History of Abortion in AmericaCrossway Books


Pérez de Barradas, José (1948). Los Mestizos de América. Madrid: Espasa - Calpe


Rodríguez, Pablo (2004). La familia en Iberoamérica 1550-1980. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, Convenio Andrés Bello


Rubio, Mauricio (2011) "La Interrupción No Voluntaria del Embarazo (INVE)". La Silla Vacía, Ago 23


Rubio, Mauricio (2012). "Ella quería ese hijo, él no. Él insistió y ella cedió". La Silla VacíaFeb 28


Zamudio Lucero et.al. (1999). “El aborto inducido en Colombia”. Cuadernos del CIDS, Centro de Investigaciones sobre Dinámica Social. Bogotá: Universidad Externado de Colombia