Publicado en El Espectador, Enero 10 de 2019
Bedinelli, Talita y Lola Hierro (2018). “Las 100 últimas tribus felices del mundo”. El País, Dic 31
Chagnon, Napoleon (1988) “Life histories, blood revenge, and warfare in a tribal population”. Science, vol 239
Evald, Pierre (1998). “The Andaman Islanders – A State of the Art Report”. Blog personal
Ferguson, Brian (2001). “Materialist, cultural and biological theories on why Yanomami make war”. Antropological Theory, Vol 1(1): 99–116
Ferguson, Brian (2003). “The Birth of War”. Natural History Magazine July/August
Harris, Marvin (1975). Cows, pigs, wars and witches. The riddles of culture. NY: Vintage Books
Keeley, Lawrence (1996). War before civilization. The myth of the peaceful savage. NY, Oxford: Oxford University Press
Rubio, Mauricio (2018). "Solteros involuntarios". El Espectador, Mayo 30
Swancer, Brent (2017). "A Mysterious Island and a Deadly Lost Tribe". Mysterious Universe, July 28
Fuera de exaltar a Rousseau, “Las 100
últimas tribus felices del mundo”, artículo publicado en El País, es un sutil sarcasmo: existen plácidos edenes sin feministas
quejándose por los excesos masculinos.
Al describir las “comunidades indígenas sin contactar”, las autoras –una,
feminista declarada, es especialista en temas humanitarios- engavetaron el
desasosiego con la situación femenina para destacar las ventajas de vivir por
fuera del sistema capitalista. Fiona Watson, entrevistada como experta en
“tribus no contactadas”, destaca a los sentineleses, un grupo aborígen que
habita totalmente apartado una isla del océano Índico. "Son felices y en
algunas fotos se aprecia que están fuertes y sanos. Demuestran que tomaron la
decisión correcta de permanecer aislados porque no necesitan nada de la sociedad
afuera, tienen todo en su isla”. La voluntad de quedarse en el paraíso sería
unánime, sin discrepancias individuales ni restricciones para abandonarlo, como
en Cuba.
Además del voluntarismo colectivista, afirmaciones tan ligeras surgen de
observar el nirvana desde la estratosfera: de esa tribu tan enigmática nadie sabe
nada. En siglos pasados, los malayos utilizaron aquellos parajes para la piratería
y el comercio de esclavos. Esas habrían sido las “razones históricas” de la aguda
hostilidad hacia los foráneos. Las referencias a las islas –hindúes, griegas,
chinas o italianas- señalan que los navegantes siempre las evitaban. “Los
tripulantes de barcos naufragados eran generalmente asesinados y sus naves destruidas
y saqueadas por los nativos” que así recogieron y adaptaron armas. Los piratas
los acusaban de canibalismo, inculpación nunca sustentada.
Sobre las mujeres sentinelesas la ignorancia es mayor. Solo se conoce
una curiosa anécdota: en 1970, el antropólogo Triloknath Pandit dirigía una
expedición buscando establecer contacto; la embarcación encalló en los arrecifes
coralinos y los nativos la atacaron con lanzas y flechas desde la playa. Según
un testigo, en medio del embate “una mujer se acercó a un guerrero y lo abrazó apasionadamente.
Otras la imitaron, cada una con su hombre, en una especie de apareamiento
comunitario que redujo el número de combatientes activos. Cuando el ritmo de
esta frenética danza del deseo disminuyó, las parejas se retiraron a la selva”.
Nadie entendió bien la lógica del episodio.
Otra tribu feliz del artículo referido son los Yanomani de Venezuela y
Brasil. Antes de la fiebre del oro en su zona, que acabó afectándolos con
masacres y epidemias, fueron conocidos gracias al trabajo etnográfico de Napoleón
Chagnon. Tenían fama de agresivos y machistas, dos lacras que se refuerzan,
como bien pregona el feminismo. Marvin Harris describió la dinámica: “entre más
violentos los machos, se tornan sexualmente más agresivos, explotan más a las
mujeres y aumenta el control de varias por un solo hombre. La poliginia intensifica
la escasez femenina, incrementa la frustración de los jóvenes y la motivación
para guerrear”. Es una versión agreste de los pandilleros peleones.
Muchos Yanomani lucían en la piel las huellas de sus innumerables riñas
e incursiones militares. Según Harris, “aunque desprecian a las mujeres, pelean
constantemente por incidentes de adulterio, reales o imaginarios. Ellas también
presentan múltiples cicatrices de sus encuentros con seductores, violadores o
sus propios parejos. Pocas se libran del brutal tutelaje de su marido guerrero”.
Para explicar las continuas refriegas, Chagnon reiteró lo dicho por los
mismos Yanomani: competían por mujeres, cuyo número alcanzaba a ser bastante inferior
(20%) al de hombres. Encima, los líderes más violentos acaparaban varias.
Harris agregó que la escasez podía ser endógena: la provocaban ellos mismos por
razones materialistas, con infanticidios femeninos y asesinatos selectivos de
mujeres. Estas teorías fueron rechazadas por indigenistas que llegaron a responsabilizar
a Chagnon de la violencia fratricida. El contacto reciente con foráneos complicó
la dinámica de los conflictos. Nada permite pensar que al agravarse la
situación de la tribu mejoró la de las mujeres, o mermaron las agresiones. Al
contrario, el déficit femenino se agudizó con las hordas de mineros ilegales.
Existe evidencia arqueológica sobre las frecuentes guerras primitivas entre
ancestros lejanos, cazadores recolectores como las tribus actualmente aisladas.
El desequilibrio del incidente en la playa de Sentinel –sólo algunos atacantes pudieron
hacer el amor y no la guerra- lleva a sospechar que allí también sobran célibes
involuntarios, pendencieros y maltratadores, hipótesis imposible de contrastar
sin observación etnográfica.
Las periodistas militantes silenciaron los abusos de los Yanomani. Fiona
Watson, admiradora del Buen Salvaje, trabajó con ellos pero su ONG Survival los describe evitando alusiones incómodas a la violencia de género. Con
extrema susceptibilidad feminista ante cualquier nimiedad, las aborígenes
golpeadas, raptadas y violadas se asimilan a objetos prescindibles: incluso los
feminicidios parecen irrelevantes ante la obcecación por la pureza cultural. En
esa visión amañada del mundo y los Derechos Humanos subyace un racismo supino: algunas
indígenas, por nacer así, deben aguantar los atropellos de sus machos, cándidos
guerreros de las últimas tribus felices sobre la tierra.
Bedinelli, Talita y Lola Hierro (2018). “Las 100 últimas tribus felices del mundo”. El País, Dic 31
Chagnon, Napoleon (1988) “Life histories, blood revenge, and warfare in a tribal population”. Science, vol 239
Evald, Pierre (1998). “The Andaman Islanders – A State of the Art Report”. Blog personal
Ferguson, Brian (2001). “Materialist, cultural and biological theories on why Yanomami make war”. Antropological Theory, Vol 1(1): 99–116
Ferguson, Brian (2003). “The Birth of War”. Natural History Magazine July/August
Harris, Marvin (1975). Cows, pigs, wars and witches. The riddles of culture. NY: Vintage Books
Keeley, Lawrence (1996). War before civilization. The myth of the peaceful savage. NY, Oxford: Oxford University Press
Rubio, Mauricio (2018). "Solteros involuntarios". El Espectador, Mayo 30
Swancer, Brent (2017). "A Mysterious Island and a Deadly Lost Tribe". Mysterious Universe, July 28